La culpa fue de ella - 1

Conchita. Historia de una obsesión por mi cuñada y su desenlace.

Conchita

¡Como me pone mi cuñada! Y lo malo es que no estoy muy seguro, pero me parece que ella también esta un poco por mi. Esas frases con doble sentido, esas insinuaciones, ese continuo provocar… ha de ser por algo, digo yo. Pero, ¿y si me equivoco? Ella es muy natural, muy espontánea y no le da ningún corte decir lo que piensa, aunque pueda parecer una barbaridad.

Por ejemplo. El día que las conocí, a ella y a mi mujer, Conchi. Fue en el bar de un amigo, y estábamos en fiestas, todos alegres, como suele ocurrir en casi toda Andalucía cuando celebramos algo. Vi a lo lejos a Conchita, una amiga reciente y me acerqué a saludarla, pero mis ojos se iban hacia la otra chica que la acompañaba.

No es que fuera fea, al contrario, es preciosa, pero es que la otra chica llamaba la atención. Las dos tenían el pelo negro como el azabache, una eterna sonrisa que alegraba su cara y unos ojos que atraían como un faro a un naufrago, pero ella… era increíble y además vestía de una manera espectacular.

La camisa ajustada dibujaba un torso perfecto, con un pecho de tamaño medio pero que se veía bien firme y que por lo clarito y ligero del sujetador se podía apreciar los dos pezones escapándose de la tela, agresivos y de un relieve perfecto. El resto del cuadro era igual de impactante. Su pantalón blanco era como un guante a medida, su cintura estrecha resaltaba la rotundidad de sus caderas, que parecía imposible que pudieran haber entrado en ese trozo de tela.

Nunca había visto unos pantalones tan ajustados y si no se le marcaba ni la estrecha cintura del tanga se debía a llevar la camisa por dentro. Era imposible verla andar y no volver la mirada para apreciar el movimiento de los músculos de las piernas y el baile de sus glúteos, en un vaivén hipnotizador.

  • hola Conchita, ¿como te va?

  • hola Vicente, que alegría verte. ¿No tendréis sitio en vuestra mesa para mi hermana y para mí…?

  • por supuesto, venid conmigo.

Las indique el camino y las seguí hasta la mesa, casi ocultándome detrás de ellas para que no se viera lo empalmado que me estaba poniendo la contemplación de ese culo. ¡O sea que era su hermana! Apenas la conocía y por supuesto, ignoraba que tuviera una hermana y además que estuviera tan buena.

Yo presenté a Conchi a mis amigos y ella a su hermana: Lucía. ¡Que nombre tan apropiado! Era verdad que lucía, y muy bien. Toda ella era luz. Y yo a su lado.

Entonces me fijé casi por primera esa noche vez en Conchita y vi que no desmerecía en absoluto. Debía ser de familia, solo que al vestir menos llamativa atraía menos la atención.

Su rostro era igual de bello y sugestivo, su sonrisa alegre era más serena que la de Lucia, pero sus enormes ojos negros reflejaban la misma picardía y encanto. ¡Y ese pelo! Una mata de pelo, negro, largo, largísimo, que le cubría la espalda hasta su cintura.

Me vuelve loco el pelo largo. Miraba las tetas de Lucia, sus pezones queriendo golpearme a menos de un palmo de mi y volvía la cabeza y ante mis ojos se desplegaba esa mata de pelo negro, de ese cabello de la mujer andaluza tantas veces cantado por los poetas.

No me acababa de decidir, me gustaban las dos a rabiar, así que cuando uno de mis amigos sacó a bailar a Conchi, yo invité, sin dudarlo ya, a Lucia, que aceptó inmediatamente.

-¿te han dicho alguna vez lo guapa que eres?

  • si, mi novio me lo dice todos los días.

  • No hagas caso a tu novio, házmelo a mí. Te digo que estas preciosa.

  • gracias, eres muy amable.

  • ¿quieres salir conmigo? ¿Quedamos mañana?

  • no, imposible. Estoy muy bien con mi novio y no quiero ningún compromiso.

  • pues no sabes lo que te pierdes… ¿Qué tiene tu novio que no tenga yo mil veces mejor?

  • ¿Roberto? Es el tío que mejor me ha comido el coño.

Quedé cortadísimo, no esperaba esa respuesta tan directa. Era la repera. La tranquilidad y el desparpajo con que lo dijo, allí, en medio de la pista de baile. Cualquiera la hubiera podido oír. Y no solo eso, como queriendo dejarlo bien claro afirmó a continuación:

  • y folla como los ángeles. No he conocido un hombre que me joda como lo hace él.

Tampoco me lo esperaba, pero a partir de ahí dejé de estar sorprendido por nada de lo que me dijo a continuación. El problema era la enorme excitación que me producían sus palabras y la sonrisa sardónica que exhibía siempre que mi bulto, cada vez mayor, la rozaba sin querer.

Apenas había bajado un poco cuando saqué a bailar a su hermana. En sus brazos casi me olvidé de Lucia, pero no de sus palabras, que me mantenían empalmado cada vez que las recordaba y que me obligaba a bailar mas separado de lo que yo deseaba.

Conchita era casi igual de desenvuelta, aunque menos descarada. Mi erección fue bajando, y me di cuenta de que me encontraba a gusto a su lado. Estuvimos bailando y bebiendo hasta casi el amanecer y las acompañé a su casa a continuación.

Conchi sí aceptó mi proposición de salir conmigo y ya casi me consideré su novio. Nos miramos con algo parecido al amor, al flechazo, a la atracción  entre dos seres que se desean y pensé que estaba enamorado, y esta vez de verdad.

Salí con ella al día siguiente y al otro y muchos mas. No era tan lanzada y descarada como su hermana pero conmigo se mostraba atrevida y me seguía con los ojos cerrados en todo lo que yo le pedía.

No tardé en conocer sus pechos, en tocarlos y besarlos. Eran unos senos perfectos que respondían inmediatamente a mi estimulo. Lo malo es que cuando los tenia entre mis dedos y sus pezones se ponían rígidos y firmes, me venia a la cabeza inmediatamente aquella noche y las puntas insolentes intentando atravesar la fina blusa de punto de… Lucia.

Era una delicia tocar sus piernas, subir la mano por sus muslos que se abrían al avance de mis dedos curiosos y ávidos. No me rechazó la primera vez que las introduje por debajo de sus bragas, ni cuando las bajé para poder tocar y acariciar mas cómodamente su abundante y ensortijado pelo, que yo no veía en la oscuridad de la noche, pero adivinaba largo y negro como su cabellera.

Notaba la humedad en su vientre y el latigazo nerviosos que recorría y tensaba su cuerpo cuando algún dedo intruso rozaba su clítoris o alguna zona sensible del interior de su, cada vez más encharcado, agujerito.

Estábamos tan compenetrados mental y físicamente que no hubo necesidad de palabras el día que lo hicimos por primera vez. Ella estaba con la falda recogida, las bragas habían desparecido y yo la besaba la boca y el pecho. Su mano amasaba mi miembro duro como un sable, lo apretaba nerviosa, parecía como si tirase de él.

Deduje que ambos estábamos preparados y me situé entre sus piernas. Ella no me había soltado el miembro y conforme me iba aproximando a su vientre desnudo, bajó un poco la mano para permitir que la punta del glande hiciera contacto con sus labios abultados, pero ya abiertos y expectantes. Entonces me soltó y abrió su chochito a mi miembro.

Fui todo lo delicado que pude. Noté que me costaba entrar a pesar de lo mojada que se encontraba y por fin, con una ligera presión, entró totalmente. Se estremeció, pero no la oí quejarse. Jadeaba con pasión y sus piernas me aprisionaron la cintura, intentando hacer mas intenso el contacto.

Yo empujaba despacio, separándome de ella lo poco que me permitían sus piernas aferradas a mí, y el pene crecía cada vez más al notar el calor y la humedad de su interior.

Muy pronto empecé a notar la llegada de su primer orgasmo, sus movimientos frenéticos, sus piernas aflojadas y ya sueltas para poder apoyarse en la cama y arquear su cuerpo con saltos espasmódicos y violentos contra mí. Yo aceleré mis embestidas y sus gritos apagados y jadeos continuos no cesaron hasta que me vacié en su interior y quedamos los dos relajados, sudorosos  y creo que hasta sorprendidos por lo bien que nos había salido y el enorme placer que conseguimos darnos el uno al otro.

No es que fuera una fiera en la cama, pero era ardiente, siempre estaba dispuesta y su capacidad de gozar parecía no acabar nunca. Me tenía atrapado y no tardamos en hablar de matrimonio.

¿Y su hermana? Yo ahora la veía con mas frecuencia, pero ya no me impactaba tanto como el primer día, y desde luego, cuando estaba con Conchi nunca recordaba que tuviera una hermana: solo estaba ella, solo vivía para ella.

Lo hicimos en varias ocasiones mas antes de la boda: una vez que lo habíamos probado no podíamos vivir sin ello ninguno de los dos. Y tampoco queríamos desperdiciar oportunidades. Solamente una vez me ocurrió algo raro que me volvió a dejar pensativo.

Estábamos los dos desnudos, tumbados en la cama, tocándonos, y ella se puso boca abajo. Yo besaba y acariciaba su pelo, su espalda, sus piernas, su culo… que ella elevaba para resaltarlo mas…

Y en ese momento me vino aquella inesperada asociación de ideas, al ponerse de rodillas para exponerse mas a mis caricias, con el culo levantado, redondito, perfectamente esférico, durito al contacto de mis manos.

De pronto dejó de ser un par de globos desnudos y no vi la piel tersa y ligeramente erizada, ni la sombreada rajita con su fina hilera de suave vello que la surcaba desde el redondo y oscuro agujerito trasero hasta el abultamiento de sus labios mayores.

Lo que vi de pronto fue un trasero hermoso y potente, cubierto en su totalidad por un pantalón blanco, ajustado hasta lo imposible, sin costuras, sin marcas, blanco y brillante, y mi polla se convirtió en un hierro al rojo vivo que atravesó el pantalón, las bragas y cualquier otra cosa que se hubiera interpuesto a su avance.

La oí quejarse un poco por primera vez y enseguida responder con furia a mi ataque y abrir un poco las piernas y apenas me acuerdo de cómo sucedió el resto, excepto que mis manos sujetaban sus caderas por encima de ese pantalón y mis embestidas eran furiosas y salvajes y sus gritos y sollozos a todo volumen no correspondían con la voz de la propietaria de ese trasero, a la que me estaba follando como un demente.

Nos miramos a los ojos y yo vi su nariz resplandeciente y algo roja, sus mejillas húmedas de sudor, el negro de sus pupilas brillante e intenso, una mata de pelo moreno cubría la cama a su espalda, y hacia abajo, su vientre, con los restos de nuestro reciente placer.

Y entonces descubrí de golpe que el pantalón blanco y ajustado había desaparecido.

Me alegré. Era a ella a quien quería, no a Lucia. La besé con ternura, un poco culpable por mi arrebato, en sus ojos cerrados, su naricilla, sus labios y ella se dejaba hacer agradecida, viendo la devoción en mi mirada.

El día de la boda estábamos felices; no deseaba a ninguna otra mujer; ella era ya toda mía y yo suyo para siempre. Veía a Lucia moverse con desenvoltura, bellísima en su ajustado y escotadísimo vestido y me di cuenta de que mi atracción hacia ella había desaparecido y que la podía mirar, como a todas las otras guapísimas mujeres que había allí esa noche, sin sentir nada especial.

Bailamos y bebimos hasta muy tarde, como aquella noche en que nos conocimos hace ya unos cuantos meses. El último baile fue con Lucia.

En un momento ella se retiró un poco, fijó sus ojos en los míos y me soltó:

  • ya me ha dicho mi hermana que follas divinamente. Que suerte, quien te pillara…

Y ahí acabó el baile, porque mi polla se irguió de golpe, toda la sangre de mi cuerpo se trasladó a mi cara y a mi miembro, los botones de mi bragueta amenazaron con saltar en todas direcciones y solo se me ocurrió escabullirme y cogiendo de la mano a Conchi, salir de allí a escape.

Cavilé que mi tortura o mi fortuna daban comienzo justo a partir de ese instante.