La cuidada penumbra
Una cuidada penumbra: todo estaba perfectamente estudiado, la luz que se colaba tenuemente por dos persianas mal cerradas, también por el resquicio de una puerta sin abrir.
La cuidada penumbra
La sala estaba a oscuras, no una oscuridad cerrada sino una cuidada penumbra. Todo estaba perfectamente estudiado, la luz que se colaba tenuemente por dos persianas mal cerradas, también por el resquicio de una puerta sin abrir. Cuando a cualquier persona le quitaba la venda de los ojos no era capaz de vislumbrar ninguna forma hasta pasado un buen rato, el momento en el que el ojo se acostumbra a esa cuidada penumbra. Ese era el truco, transcurrían quizás unos minutos, los necesarios para que la persona perdiese toda seguridad en si misma y después la recuperase. La mente necesita ver las cosas. Sean buenas o malas. Pero necesita verlas.
Cuando ella llegó, nada mas abrir la puerta la hice pasar y coloqué cuidadosamente una venda de seda negra en sus ojos. Después la llevé hasta la habitación y le quite la venda para que sus vista se perdiese en la cuidada penumbra. Mientras la acompañaba por la casa pude verla bien. Era una mujer de mediana edad, no demasiado espectacular. Se había vestido para la ocasión, eso siempre se nota. Era elegante aunque de una elegancia adquirida, no innata. Iba vestida con una falda negra por encima de la rodilla, medias también negras, zapatos de tacón de color morado y una camisa a juego. Había dejado el abrigo en la entrada. Le sobraban unos kilos pero los ocultaba con una ropa bien escogida. Conduje a la mujer sin vista poniéndole mi mano en su hombro. Pude notar como temblaba. Todas tiemblan la primera vez.
Nos habíamos visto antes dos veces. Habíamos estado compartiendo nuestros puntos de vista sobre la dominación y la sumisión y aunque en algunos aspectos divergíamos, decidimos que podíamos ver que sucedía en una primera sesión. Ella no tenia demasiada experiencia, apenas unos juegos con su marido y alguna que otra charla con algún presunto amo de algún chat. Lo de siempre. Nada, para que engañarnos. Pero ella pensaba que si, tampoco iba a sacarla de su error. Prefiero que la gente este convencida de que puede hacer algo cuando va a hacerlo, aunque sea realmente incapaz. De sus capacidades ya iba a preocuparme yo, su decisión era solo suya. La había conocido a través de internet, como casi todo el mundo al que conozco últimamente. No estoy orgulloso de ello pero tampoco me molesta. Asumo que los tiempos cambian. Aquellos tiempos en que debías reconocer a una sumisa en cualquier persona que conocías en cualquier lugar, ya formaban parte del pasado. Antes era mas divertido, ahora es mas funcional. Pero tampoco me quejo, internet me permite conocer a mucha gente, a muchas sumisas, a mujeres como aquella que simplemente querían cerrar los ojos y sentir algo. No porque sus parejas fuesen incapaces de hacerlas sentir sino simplemente porque alguien con quien duermes cada noche nunca podrá hacerte sentir el miedo con la intensidad con la que te lo hará sentir un desconocido. Esto es un hecho.
Después de quitarle la venda la ordené que se desnudase completamente. Ella me obedeció. Yo tampoco podía ver mucho. Después la dije que se estirase en la cama. Ella no sabia en que dirección estaba así que la empuje y simplemente cayó. Entonces tantee en busca de las cuerdas y la ate los brazos y las piernas. Estaba completamente desnuda, completamente abierta y completamente inmovilizada. Pero yo todavía no podía ver eso.
Cogí el látigo que había dejado en el suelo hacia rato y lo dejé caer sobre ella. No se donde la golpeó, en la cara no, había apuntado bajo. Ella lanzó un grito y comenzó a llorar. Lo inesperado siempre es mas efectivo que la dureza. La dejé llorar, siempre las dejo llorar. Han de descargar toda la tensión.
Lo se, quizás algunas de mis expresiones puedan parecer pedantes, no es mi intención. Cuando digo que siempre las dejo llorar no lo hago movido por el sentimiento de que eso ha de ser, sea correcto o no. Lo hago porque la experiencia me demuestra que esa es la única solución.
-¿A quien perteneces? -pregunté amparado en la cuidada penumbra.
Vale, la pregunta no era el colmo de la originalidad. ¿Y que?
-A mi misma -contestó ella entre sollozos.
Volví a dejar caer el látigo, esta vez con mas fuerza. Si aquella pobre ama de casa temblorosa quería jugar, entonces íbamos a jugar. A mi nadie me gana jugando, sobretodo cuando mi oponente esta inmovilizado. ¿Una situación de ventaja? Evidentemente, pero ella lo había querido así. Lo que no puedes hacer es meter la cabeza dentro del león esperando que el pobre animal no estornude. Somos humanos y yo lo soy mas que nadie.
-¿A quien perteneces? -volví a preguntar.
-A nadie -respondió ella de nuevo entre sollozos.
El látigo continuó cayendo sobre cualquier parte de su cuerpo hasta que ella me imploró que me detuviese. La cuidada penumbra ya era menos, nuestros ojos se habían acostumbrado y ahora podía yo ver la silueta de su cuerpo retorciéndose de dolor.
-Soy suya, amo... -dijo finalmente.
Dejé caer el látigo por ultima vez, con fuerza y entonces encendí la luz. Ella cerró los ojos primero por la molestia de la luz y después los mantuvo cerrados por pura vergüenza. Estaba completamente desnuda, con varias marcas rojas cruzando su estómago y sus piernas. Pronto le desaparecerían pero estaba seguro que ahora le dolían tanto como el alma misma. Hasta ese momento no la había visto desnuda. Su cuerpo no era espectacular, apenas una mujer madura que intenta mantenerse en forma, la piel blanca, la carne fláccida y unos kilos de mas repartidos donde no debieran. Ni sus pechos ni sus caderas eran las de una adolescente pero a mi me parecía la mujer mas hermosa del mundo. Aunque no iba a compartir ese sentimiento con ella. Todavía no. Prefería que se sintiese sucia.
Me aproximé a unos centímetros de su cara y comencé a gritarle todo cuanto pensaba de ella. Una mujer casada, con hijos, establecida en la comodidad de su trabajo y su hogar. Aburrimiento por doquier en una vida sin sentido. Le dije cuan ruin me parecía su actitud, le recordé cuan orgullosa debía estar de serle infiel a su marido. Le dije cientos de cosas que ni yo mismo creía. Pero se las dije y mientras lo hacia ella no dejaba de llorar.
Las cosas han de ser así. Aunque no nos guste.
Después apagué la luz, desaté sus piernas, me desnudé y la utilicé cuanto quise, por todos sus agujeros, unos mas dilatados que otros. Desconozco si antes había sido utilizada de esa manera pero en nuestras conversaciones anteriores ella me había pedido ser utilizada sexualmente a mi gusto, sin normas. En la oscuridad notaba como mi pene se abría paso con dificultad en su estrecho culo, sus temblorosas piernas estaban sobre mis hombros y yo empujaba cada vez con mas fuerza mientras ella lanzaba grititos de dolor que pretendía ahogar inútilmente. Al cabo de un rato ella desistió y se relajó. Muchas mujeres hacen eso cuando intentas sodomizarlas, al principio están tensas y pretenden que la estrechez motivada por la tensión haga desistir a su amo de la penetración. Pero yo no soy de esos, si quieres que te sodomice, lo haré. Si quieres dolor, lo tendrás. Si no quieres dolor solo tienes que relajarte, no me pidas que me detenga. Pídele eso a tu marido o a tu amante. Yo soy tu amo. Cuando se hubo relajado mi pene entró hasta la misma base en su culo y entonces pude disfrutar a gusto de mi nueva sumisa. Sin problemas. Abofeteándola, apretando sus pechos hasta hacerla llorar, escupiéndola, cambiando mi pene del culo a la vagina rápidamente, sin darle tiempo a acostumbrarse. Gritándola, insultándola, humillándola.
Un trozo de carne.
Finalmente volví a encender la luz, coloqué mi pene a la altura de su cara y eyacule sobre ella. No estaba acostumbrada a eso e intentó girar el rostro pero yo ya me había encargado de que no pudiese cogiendo con fuerza su cabeza con mi mano libre. Los chorros cayeron por su nariz, sus labios y sus mejillas. Ella protestó pero yo inmediatamente le di un bofetón llenándome la mano de mi propio semen que después limpie en su estómago.
Después apagué la luz dejándola en la oscura penumbra. La dejé así por espacio de mas de una hora, con mi semen secándose por toda su cara, su cuerpo golpeado y azotado y su culo abierto y rojo como una manzana madura. La oscura penumbra la protegía, o al menos eso creía ella.
Transcurridos sesenta minutos exactos volví a entrar en la habitación y encendí la luz. Ella me miraba. Sin decir nada. Sus ojos me devolvieron la imagen del miedo, como un condenado frente a un espejo. Recogí el látigo del suelo y lo levanté al tiempo que volvía a apagar la luz dejándonos a ambos en la cuidada penumbra, después lo dejé caer sobre ella una y otra vez.
Las cosas han de ser así. Aunque no nos guste.
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