La cueva de nieve
En medio de una terrible tormenta de nieve, refugiados en una cueva, dos hombres gozan a una mujer que hasta ese momento había estado muy mal atendida en el sexo por su esposo.
El viento soplaba enfurecido a través del chaparral lanzando copos de nieve como si fueran perdigones. Ni un atisbo de cielo ni una huella del camino podía verse por el soplo invernal. Carrie sabía que estaban perdidos. Algunas horas antes, la espalda de su marido había desaparecido en la helada oscuridad. Ahora ella caminaba pesadamente, medio congelada, únicamente con dos de los miembros del grupo original. Aterrorizada de que la dejaran atrás para morir, se aferraba a continuar con ellos.
Como si fueran tuzas, ellos excavaron en la nieve formando una cueva apilándola masivamente. Habían excavado profundamente, lanzando la nieve detrás de ello, labrando paredes y techo y amontonando sus pertenencias para cubrir la entrada.
La angosta cueva era un agradable refugio fuera del punzante viento. Agotados de su frígido esfuerzo, yacieron en sus espaldas para recuperar fuerzas. Entre ellos un cabo de vela sobre un candelabro improvisado, lanzaba negras sombras sobre las prístinas paredes. Su débil llama no era suficiente para atenuar el cortante frío, pero la atesoraban como si fuera la llave de su salvación. Más tarde al apagar la vela se apretaron juntos formando un capullo con las mantas. Carrie quedó en medio de los dos hombres, acurrucada buscado su calor. Afuera el viento desató su furia alrededor de ellos.
Ella pensó en su marido y el resto del grupo. Traían una brújula y ahora estarían a salvo del mortal frío. Él no había siquiera mirado hacia atrás, a sabiendas de que ella no podía mantener el paso. Brotaron lágrimas de sus ojos azules mientras lo maldecía por lo bajo. En cambio los dos extraños entre los que se había acuñado habían procurado quedarse con ella, para evitar que muriera en el helado vendaval.
Ella se adormilaba entrecortadamente, su sueño fragmentado por el temor de sucumbir al frío aletargante. Agradecida por la tibieza de sus compañeros se acurrucó más profundamente en el lecho cayendo en un inquieto sueño. A través del velo de su fatiga, sintió una mano ahuecarse sobre su pecho. Rodó sobre su costado pretendiendo estar dormida, renuente a abandonar el tibio refugio. La mano regresó, introduciéndose entre las ropas traslapadas en busca de la piel desnuda. Su respiración se detuvo en sus pulmones, mientras su mente indagaba qué hacer. Ella sabía que debía salirse, renunciar al calor, pero la idea de estar sola en la helada cueva estremecía de frío sus extremidades.
Una segunda mano vino desde el otro lado y empezó a desabotonarle la blusa. La primera ya estaba pellizcando sus pezones con dedos callosos. Ella sabía que pronto ambos pechos caerían presa de sus manoseos. Imágenes de su esposo aparecían en su mente y se preguntaba qué pensaría si pudiera verla ahora. La furiosa forma posesiva que marcó su relación marital, se le atoró en la garganta como una pastilla ácida. Él exigía de ella una alta moralidad que no exigía para él y que ella jamás puso en tela de juicio. Pero el haberlo visto huir apurado de la tormenta sin ella...
Ambos hombres continuaban aflojándole sus ropas y sus manos se paseaban por sus lugares secretos. Sus objeciones sonaban débiles, huecas e inciertas. Le dijeron:"Silencio, quizás mañana ya estemos todos muertos" Ella pensó nuevamente en su esposo, a salvo con el resto del grupo y lo culpó por no permanecer con ella. "¡Maldito, Maldito, Maldito!" Gritaba en el fondo de su corazón.
Ella se sentía cálida y a salvo entre estos dos hombres. Sintió que le bajaban los calzones y se sorprendió ella sola cuando levantó las nalgas para facilitarles la faena. Ella desabotonó lo que faltaba de su blusa y se libró de ella. La ayudaron con sus pantalones y ella se acurrucó entre ellos totalmente encuerada, excepto por sus calcetones. Se acostó sobre su espalda y sus rodillas formaron una carpa con las cobijas. Dedos endurecidos por el trabajo recorrieron su vientre. Ella movió las piernas para ayudarles a encontrar su rezumante entrada.
Sólo su esposo la había tocado ahí antes, ningún otro hombre lo había hecho. Vacilantes oraciones implorando perdón brotaron de sus labios y se disolvieron en la excitación que enviaba temblores de placer a través de vientre.
Al descubrir sus abiertas piernas y abundante humedad entre ellas, uno de los hombres dijo: "Qué agradable señora es usted" y la besó ligeramente en la mejilla. "Una belleza con hinchados senos y una dulce concha que implora atención" Había una mano en cada seno y dos moviéndose entre sus muslos, tomando turnos para palpar su saturado sexo, mientras las manos de ella estaban llenas con el instrumento de cada uno de ellos. Ambos hombres los sentía considerablemente más grandes que su marido. En la oscuridad de la cueva de nieve ella estudiaba los contornos con la punta de sus dedos, creando con el tacto imágenes que los ojos no podía apreciar en la oscuridad. Sus vergas eran muy diferentes. La de José era larga e incircuncisa, la de Víctor más corta y no tenía prepucio.
Carrie deseó poderlas ver. Se imaginaba la de Víctor oscura, atezada, amenazadora. El glande era suave, casi sedoso del tamaño de un ciruelo. Su robusto tronco brotaba de una indómita, grosera mata de vello púbico. En la base de esta poderosa verga, ella encontró su bolsa y sopesó sus voluminosas bolas con la mano. Se sonrojó cuando se dio cuenta de que deseaba besar su vientre y recorrer su lengua hasta la raíz. Pero ahí estaba también José, le agradaba la sensación que le daba su verga. Con el caño en la mano de ella sujeta contra su panza, fácilmente quedaban ocho centímetros sobresaliendo por encima de su puño. Sus bolas no eran grandes como las de Víctor, pero eran amplias nueces en un apretado bolsillo. Estaba peludo desde el ombligo hasta la parte superior de sus muslos.
A ella le encantaba la forma cómo se movían sobre su cuerpo y la tocaban como si fueran propietarios de sus lugares secretos. Sus curtidas manos daban una sensación muy agradable contra su suave piel, su trasero se estremecía ansioso y con sus manos parecía ordeñar los enardecidos miembros.
José se incorporó y se hincó, como si estuvieran previamente de acuerdo Víctor se hizo a un lado, dejándole el lugar entre las piernas de Carrie. Se levantaron las mantas y un aire helado penetró en el capullo, estremeciendo la grieta afelpada que aguardaba a José. Un largo suspiro de satisfacción escapó de los labios de Carrie mientras José la penetraba, ella pudo sentir en las profundidades de su vientre la punta del glande sobre el cuello del útero.
"Qué rico coño tiene señora" dijo él con acento serrano. "Agradable y húmedo como lengua de río" No había fuerza en la Tierra que obligara a sus caderas a mantenerse quietas, ella se levantaba para encontrarse con él empuje tras poderoso empuje. A su lado recostado en la manta Víctor le susurraba pensamientos sucios y eróticos que la llevaron rápidamente al clímax. La pequeña cueva se llenó de los sonidos de su lujuria y del aroma de su orgasmo. Ella estaba a gusto en la oscuridad, la vergüenza por lo que había hecho hacía que la cara le ardiera. La semilla de José escurrió hasta la manta e inmediatamente se sintió húmeda y fría. En el amasijo de ropas desechadas, ella encontró sus pantaletas y con ellas se secó entre los muslos. A pesar de sus mejillas enrojecidas, las manos le temblaban y su corazón parecía querérsele salir del pecho.
José roncaba sobre su espalda y Carrie adormilaba intermitentemente, a su lado Víctor mantenía una vigilia silenciosa. Él esperaba pacientemente hasta que la profunda negrura de la cueva fuera diluida por la tenue luz del amanecer fuera filtrada a través de la nieve. Mientras ellos dormían, su mano no se separó ni un instante de la tersa piel de Carrie. Sus dedos constantemente circulaban, patrullando el tirante vientre, las doradas manzanas que subían y bajaban al compás de su respiración. Cada vez que su tacto encontraba la humedecida rendija entre sus piernas, ella abría los ojos levemente, sonreía y volvía a caer en profundo sueño.
Víctor presionó su enorme dedo entre los afelpados labios vaginales intranquilizando la pequeña protuberancia entre ellos. Ella volteó la cara hacia él y abrió aún más los muslos, la humedad se presentó inmediatamente, así como el movimiento de sus caderas. Víctor jaló la manta sobre su cabeza y se amamantó del pecho de Carrie. José para no ser olvidado, jaló suavemente el otro lado de la manta. Ya había suficiente luz para ver sus maravillosos senos y notar el suave rosa de sus estirados pezones.
Carrie apenas respiró cuando la barba de Víctor rascó su vientre. El sólo pensamiento de lo que estaba ocurriendo la tenía excitada. Ella estaba recostada de espaldas en la almohada del hombro de José y sostenía la manta en lo alto para que los dos hombres pudieran recrearse la vista con sus voluptuosas formas. Sus piernas estaban abiertas ampliamente y los rizos rojos de su pubis brillaban como pequeñas lenguas de fuego. La suave piel de sus muslos era cepillada por los tiesos vellos de la barba de Víctor, los dedos de él sostenían los labios vaginales, mientras su lengua y sus labios daban homenaje al delicado interior rosa. Ella se oyó a sí misma confesarle a José que nunca había estado alguien entre sus piernas así, ella pensaba que sólo una cualquiera permitiría tal cosa. Ella observó cómo su pubis subía y bajaba en baile carnal con la boca de Víctor. "Soy una cualquiera", pensaba "Y voy a morir en esta helada caverna y estoy alegre"
Había reto y desesperación en la forma como ella movía el vientre. Palabras que nunca saldrían de una devota cristiana eran proferidas fácilmente por sus labios. Ella quería venirse, quería que Víctor y José vieran lo puta que era, que la usaran como quisieran. Ella observó cómo la lengua de Víctor se sacudía en su clítoris y la cueva nuevamente retumbó con sus gritos de placer.
Víctor se arrodilló encima de ella, su barba húmeda de jugos vaginales. Como plumas en el hocico de un zorro, algunos rizos rojos colgaban de su barbilla. "¿Le gustó señora?" Preguntó amablemente. Él se movió un poco más arriba hasta que las rodillas de él sujetaban las costillas de ella. "¿Cree que se sorprendería su marido?" Le sonrió "¿Se viene usted así con él también?"
Ella pensó en su marido con un poco de remordimiento y resentimiento. Él nunca entendería su depravación en la cueva de nieve. Ella nunca se había comportado así con él. Ella no recordaba cuándo fue la última vez que él la hizo venirse. Ni siquiera sus propios dedos la habían provocado tal erupción tan deliciosa.
Mientras Víctor se colocaba arriba de ella, Carrie supo que era lo que él esperaba. Él la vio mirándole la verga y riendo entre dientes le dijo: "¿La tiene tu marido tan grande?" Luego agarrándose el miembro y apuntando a la boquita de ella preguntó: "¿Se la mamas a tu marido, señora?"
Ella en lugar de contestar se incorporó levemente y besó la sedosa bellota, su tibieza la sorprendió, tomó la estaca de las manos de él y con los delicados dedos de ella la sujetó, con su otra mano le agarró los huevos y los acunó en la palma. Ella nunca había hecho esto, pero sabía cómo se hacía. Una noche su marido borracho como una cuba, la había llevado a un cuarto donde la obligó a sentarse, mientras una puta lo tomaba por la boca. Ahora Víctor y José estaban mirando y ella era la puta. La impresionante sensación que esos pensamientos enviaron a través de ella estaban lejos de ser desagradables. La hacían temblar de lo inmorales que eran.
La punta de su lengua exploró la sedosidad del casquete humedeciéndolo y probando su sabor. La orilla parecía ser especialmente sensitiva para Víctor, en el momento que la lengua lo rozó, él contuvo el aliento y su cuerpo tembló, ella lo mordisqueó con los labios y Víctor se meció de lado a lado impacientemente, llevó las manos a sujetarla por los cabellos y le dijo: "Tómalo en la boca muchacha, ahora. Chúpalo como lechón a la teta"
Él se recostó de espaldas obligándola a colocarse en cuatro patas entre las piernas de él. Su boca sensual se metió la cabezota y la trincó con su lengua aterciopelada. Cada empuje llevaba sus labios más cerca de la base de la gruesa estaca. Víctor la animaba con sus manos y palabras, cuando ella susurró que nunca antes había hecho eso él rió estruendosamente.
"¿Nunca se la mamaste a tu esposo?" Rió con alegría "¿Y se la mamas tan bien a un extraño? Vaya idiota que es de abandonar este tesoro, una boca virgen y una vulva que nunca ha paladeado"
José se arrodilló detrás de ella sobre sus invitantes nalgas, sus manos le apretaron las columpiantes tetas y se pasearon por su vientre y muslos enviando cosquilleos a través de su alma. El placer que esa verga le había proporcionado la noche anterior la hizo desearlo nuevamente. Con la verga de Víctor en la boca y José acariciando su trasero ella se sintió deliciosamente putona. Ella continuó chupando recio el palo mientras Víctor le sostenía la cabeza con las manos, empujando profundo y sacando lentamente. José entretanto empezó a empalarla nuevamente. Ella se imaginaba a su esposo sentado en una silla en un cuarto rentado, viéndola dando placer a Víctor con la boca y a José con la vulva. El pensamiento la hizo chupar y lamer con más ahínco.
Su ritmo fue pronto igualado por José. Desde atrás la penetración parecía ser más completa que la noche anterior. Su larga verga la llenaba y sus dedos jugueteando con su clítoris eran mágicos. Como una gata sensual ella levantó las nalgas hacia él y separó las rodillas.
Los empujones de Víctor eran cortos y potentes y su verga empezó a sacudirse espasmódicamente. Carrie quería todo en su boca, la punta de su lengua casi alcanzaba la base de su verga, mientras la cabeza alcanzaba la parte de atrás de su garganta. Ella se detuvo mientras las manos de Víctor le sostenían los lados de la cabeza, la panza de él se tensó y su semilla empezó a salir disparada contra la garganta de ella llenándole rápidamente la boca de semen. Ella lo tragó para evitar ahogarse y una y otra vez continuó ordeñando su frenética verga. El sabor era placentero, suave, y ligeramente salado, ella lamió todo rastro de su enardecido miembro.
Las grandes manos de José la tenían sujeta por la cintura, descansando la palma sobre la parte superior de su trasero. Su pulgar descendió por las duras nalgas y descansó sobre el ano. El toque lo sintió tan impropio que una ola de piel de gallina recorrió sus bien formados cachetes. Con su cara aún enterrada en el regazo de Víctor sus pensamientos fueron distraídos por la extraña sensación del pulgar de José presionando el anillo elástico. Ella se tensó cuando el dedo penetró el santuario, él pudo sentir como las paredes vaginales se tensaron también. Su dedo medio reemplazó al pulgar entrando fácilmente hasta la segunda falange. Por un momento Carrie se paralizó mientras su mente trataba de aceptar la sensación desconocida. Llevó su mano a detener momentáneamente la de José.
"Tampoco te dio por el culo" escuchó que preguntaba Víctor "Ese marido tuyo te tenía muy descuidada" se inclinó entonces para agarrarle las nalgas, abriéndolas para su amigo. José colocó su instrumento en la abertura y empujó. Todavía húmedo de los jugos vaginales se deslizó con cierta facilidad y ella sintió que le faltaba el aire, otro empujón lo profundizó más y ella temió que fuera demasiado grande.
"Afloja los músculos" Aconsejó Víctor, con un esfuerzo conciente ella se relajó, rindiéndose a la invasión de José. Él empujó aún más enterrando el largo total en el oscuro pasaje, hasta que ella lo sintió profundamente clavado en su vientre. Las manos de José descansaban sobre las nalgas de Carrie, sujetándola y empezó a mecerla de adelante hacia atrás en vaivén hasta que ella se acostumbró a la sensación. No era aborrecible ni dolorosa, Carrie la encontraba placenteramente obscena. Nuevamente pensó en su marido y se anidó hacia atrás sobre José estimulando la penetración.
Víctor todavía de espaldas se deslizó hacia abajo para quedar entre las piernas de ella quién descansó sus muslos sobre las caderas de él, quién así acostado la punta de su órgano picaba la barriga de Carrie, ella sujetó el miembro y lo guió a la entrada de su vulva, recargándose para hundírselo, no descansó hasta que estuvo recargada su pelvis sobre la de él.
El grueso tronco de Víctor se sentía repleto dentro de ella, mientras que el de José se movía dentro su culo. Las vergas empezaron entonces un duelo dentro de ambos agujeros creando sensaciones que un hombre jamás podrá él sólo. Carrie sabía que no tardarían mucho en culminar. Cada empujón de José en su trasero aplastaba su tierno clítoris contra el vello púbico de Víctor. Los hombres estaban cerca también, el cuerpo de ella temblaba con la fuerza de sus empujones. Con un extraño gruñido José sujetó las caderas de Carrie y condujo su estaca hasta lo más profundo, el orgasmo de ella acababa de empezar y se aferró en éxtasis a las dos vergas, dos poderosos empujones más y José empezó a descargar su simiente dentro de ella, las manos de Víctor sujetaron la parte de atrás de los suaves muslos acercando la ondulante pelvis de ella a la de él, levantándola de la manta con sus fuertes empujones, mientras su cuerpo empezaba a disparar su esencia en el cuello de útero.
Carrie se sentía delirante. Yacía con sus pantaletas presionadas entre sus piernas goteando los fluidos de los tres. Su mejilla estaba apoyada en el muslo de Víctor y miraba su instrumento aflojarse y retroceder. Aún brillaba, matizado de su propio semen y de los jugos de ella, quién podía distinguir el olor de los mismos sobre el aparato. Ella estaba fascinada con su cabeza aterciopelada y lacia con la arrugada piel de los remanentes del prepucio. Sintió una curiosa sensación al pensar lo que le habrá dolido cuando se lo quitaron, ella plantó un reconfortante beso en el sitio y otro en la punta. Metió su lengua en la pequeña y húmeda abertura y lamió alrededor de la cabeza. Paladeó sus propios jugos y reconoció el salado sabor del semen de Víctor, como una gata acicalando a su gatito lo lamió hasta dejarlo limpio.
El morbo de saber que ella era casada excitaba a Víctor. Lo hacía ponerse muy duro cuando él recordaba cómo la llevaban cuando llegó. Él deseaba que su esposo hubiera podido oír los gemidos de ella y cómo se había dado placer a sí misma con su verga y la de José. Le hubiera gustado abrirle las piernas para mostrarle la humedad con que les dio la bienvenida, que él viera cómo sus caderas se sacudían agradecidas. Las largas noches de invierno en los meses por venir oirían sus gemidos con mucha frecuencia. Su marido no debía preocuparse de ella no recibiera suficiente verga. José y él se ocuparían de eso.
Más tarde dejarían la cueva de nieve y se irían a la cabaña. Ninguna partida de rescate podría organizarse antes de que se calmara la tormenta. Con la nieve barriendo los caminos no habría ninguna huella que seguir, ninguna señal de que ellos estuvieran vivos o muertos. Se asumiría que estarían enterrados en la nieve o que los lobos los hubieran agarrado.
Hacia mediodía iniciaron su trayecto. El viento ya había disminuido pero era lo suficientemente fuerte aún para borrar sus huellas. Carrie se sentía a gusto caminando entre ellos, las amplias espaldas de Víctor la cubrían del viento y las manos de José la ayudaban frecuentemente a evitar que se cayera, a ella le agradaba que siempre la sujetaba por el culo. A la luz del día los restos de la tormenta no parecían tan amenazadores. Aún el frío intenso era más manejable, especialmente cuando recordaba la noche pasada y sus mejillas se llenaban de rubor. Ella se alegró cuando los dos hombres no vieron la señal del camino al pueblo y tomaron otra dirección. Con suerte tendrían que pasar otra noche en otra cueva de nieve....