La cuentacuentos 5

Érase una vez una muchacha que acabó viviendo en un pueblo del interior de Galicia

Buena y extrañamente calurosa mañana de noviembre. Me llamo Jessica y soy Cuentacuentos. Llevaba varios meses perdida por mi bosque y decidí que este era un día como otro cualquiera para acercarme al pueblo más cercano a hacer una alguna que otra compra preparándome para el largo invierno. Mientras hacía malabares para meter en el pequeño maletero de mi coche los aprovisionamientos, se me acercó una amable rapaza para echarme esa mano que me faltaba y me contó una historia que merece la pena ser contada.

Érase una vez una muchacha que, después de haber estado dando tumbos por el mundo, acabó en un pequeño pueblo del interior de Galicia. Digamos que se llamaba Cristina y se sentía desubicada, desarraigada y con una gran carga sobre sus espaldas al haber dejado la que ella creía su gran amor en la otra punta de la Península Ibérica. Se pasó un par de meses llorando, otro par de meses compadeciéndose, un par de meses buscando trabajo y otro par de meses superando el trauma que le supuso ese primer trabajo en su nuevo mundo.

No le gustaba el pueblo, era una señorita de ciudad donde no le resultaba nada difícil encontrar cada cosa en cada esquina. Llevaba ya casi un año y a penas conocía a nadie... y los que llegó a conocer en ese tiempo eran la clase de personas que prefería obviar inmediatamente. Aunque no todo era tan negro como ella pensaba y, antes de plantearse cambiar de planeta, a su vida empezaron a llegar pequeños rayos de sol.

Dos meses arriba, dos meses abajo, y una nueva oferta de trabajo que aceptó casi con pánico por ser en el mismo sector del que había renegado tiempo atrás. Dos chicos muy majos y un restaurante sencillo fueron más que suficientes para secar sus lágrimas y dar un pequeño impulso a la insulsa vida que dos meses atrás había convertido en cotidiana. Ya no lloraba por su soledad en aquel aburrido pueblo, aunque la espinita de su amor lejano se le seguía clavando.

Pero es difícil mantener un amor a distancia cuando no es lo único que se debe salvar. Celos, malas formas, malas palabras y una relación pendiente de un hilo pueden hacer de los cambios vitales positivos, como el de disfrutar de un nuevo trabajo, de un nuevo y sano equipo, en verdaderas pesadillas.

Un día de mucho trabajo apareció una mujer de la que, si bien había oído hablar, no conocía en persona. Aunque no le había llamado demasiado la atención, resultó ser una gran compañera de trabajo y de travesuras. No les hizo falta demasiado tiempo para convertirse en amigas y confidentes.

Y tras una larga conversación entre ellas, Cristina se apuró en dejar a su lejano amor para enamorarse de ella misma y empezar a disfrutar de la nueva etapa que le llegaba. No fue fácil dar aquel paso y se complicó más de lo que a ella le gustaría, pero la felicidad tiene un camino y Cristina creía haber dado con el.

Esta vez no se pasó dos meses llorando ni compadeciéndose. Las cosas le iban bien en su nuevo trabajo y por primera vez en mucho tiempo se sentía valorada por la gente que tenía alrededor. La gente que empezó a conocer en su nuevo camino era mejor que la que había conocido y se pasó dos meses riendo y otros dos disfrutando.

Pero después de tantos meses, volvió a echar de menos la compañía femenina. ¿A su ex? No exactamente, más bien extrañaba unas manos, una piel y un “buenas noches cariño”. Tal vez no era compatible ser feliz con tener una relación... o tal vez era Cristina la que no se acababa de aventurar a conocer a una buena gallega con la que pasar el invierno.

Con la llegada del otoño, y de una aplicación de citas para el móvil, llegaron las primeras conversaciones con chicas de aquí y de allá. Todas parecían simpáticas, aunque Cristina no acabase de ver nada que llamase la atención para bien. Y ella tampoco se sentía preparada para pelearse con los sentimientos de otra que no fuese ella misma.

Y con la entrada del nuevo mes y de su nuevo horario laboral, pudo al fin quedar con una chica que si le había entrado bien. Estela era algo más llamativa que el resto de las muchachas con las que hablaba y fue la primera que aceptó una cita a ciegas. Se vieron, hablaron, bromearon, comieron juntas, disfrutaron de una jornada estupenda y tontearon hasta acabar tan mojadas como la lluvia que las empapó. Y con la cercanía de la despedida, ya en la estación, casi se dan ese primer beso que sabe a miel.

A pesar del casi, estaba feliz. Esa chica le estaba empezando a gustar, aunque había algo en ella que le había echado para atrás: una ex pareja de Estrella que Cristina conocía y no soportaba. Ni siquiera sabía por que habían estado hablando de su persona sin siquiera saber de que iba el cuento. Además, sabiendo lo poco que sabía de la ex en discordia, estaba segura de que acabaría teniendo problemas sin buscarlos. Putas bolleras de ciudad...

Pero, como buena pistolera, guardaba una bala en la recámara. Una chica del pueblo de al lado, casi de su misma edad. Una chica que le había demostrado su interés varias veces en el tiempo que llevaban hablando. Una muchacha que no le había despertado nada, pero que se merecía esa oportunidad que se había estado trabajando. Dos días, dos citas, dos chicas... Y ahora a contárselo a Paula, la consejera.

“¿Qué tal te lo has pasado en tu cita? La verdad es que te noto muy contenta.”

“Me ha gustado mucho. Es guapa y lista. Me gusta su conversación... pero no me gusta que le hayan hablado de mi.”

“¿Quién le ha hablado de ti?”

“Tamara...”

“Pero si nadie quiere a Tamara...”

“Al parecer ella si, es su ex. Lo que no entiendo es por que le ha hablado de mi si no me conoce. Además, le ha dicho que no soy su tipo y que no le iba a gustar.”

“Uy, que mal rollo...”

“Me acaba de mandar un mensaje: Me he quedado con las ganas de besarte. No entiendo por que no lo hemos hecho. Aunque yo cuando estoy con alguien que me gusta de verdad procuro ir despacio.”

“Eres idiota. No entiendo porque os lo montáis tan bien por mensaje y luego en persona os venís abajo. Nuevas generaciones... no sabéis hacer la O con un canuto.”

“Mira, me acaba de mandar otro mensaje... ha quedado con Tamara mañana por la noche para ir de copas...”

“Ajá, tu la dejas calentita y se la come otra. Olé tu.”

“Yo también tengo una cita mañana... Jo, se me ha cortado el rollo con esto último.”

“¿Otra cita? Joder con las nuevas tecnologías, la que no corre, vuela.”

“Se llama Cristina como yo, y es de tu pueblo.”

“¿Me enseñas una foto?”

“Claro. Es esta.”

“Jajajaja, si es que el mundo es un pañuelo...”

“No me digas que es otra ex de Tamara...”

“No lo se, pero no la conozco por eso. Es prima de mi novia.”

“Joder, voy a preferir no salir de casa... Y que conste que cuando vi su foto lo primero que pensé fue que tiene el pelo igual que tu chica.”

“Por algo son familia.”

“¿Y que me cuentas de ella?”

“Pues poca cosa, no la he tratado mucho. Pero si te puedo decir que me parece buena chica.”

“¿Y nada más?”

“Posiblemente has hablado más tu con ella por el chat, que yo en toda mi vida.”

Y Cristina, con el orgullo roto por los mensajes de Estela, se fue a su casa a ver pasar las horas hasta la llegada de la cita con muchacha con la que ya se estaba arrepintiendo de haber quedado. ¿Por que siempre se sentía atraída por mujeres que le daban trabajo? Estrella tenía demasiadas cosas que arreglar, ella misma tenía muchas cosas que arreglar todavía... Y la chica con la que había quedado seguramente también.

Su amiga le había dicho que las cosas no son tan complicadas como nosotras las vemos, que es todo más sencillo. Se trata de no pensar, de no darle vueltas, de vivir cada momento porque todos los momentos forjan nuestra forma de ser. Y también le decía que las chicas de ciudad se complican más que las de pueblo. Pero ella no tenía la culpa de haber nacido en donde había nacido...

Entre sueños extraños y sudores nocturnos, el día comenzó y la cuenta atrás ya era imparable. En un intento desesperado por no enfrentarse sola a ese primer momento, llamó a su amiga Paula en busca de una compañía conocida. Pero, como había prometido al pedir su café, en cuanto vio aparecer a la muchacha, educadamente la saludó y se marchó con viento fresco.

Cristina y Cristina se quedaron solas en un incómodo y tímido silencio. Por mucho que la una intentaba dar conversación, la otra callaba y se sonrojaba. Con un billar de por medio la tensión aflojó, pero las palabras seguían brillando por su ausencia. Y en una comparativa sobre la altura de la una y la otra, Cristina se lanzó a besar a Cristina. Si bien el idioma hablado no era su fuerte, la lengua si lo era y con un simple beso se dejaron claro lo que podría ser.

Y las horas fueron pasando, igual que el autobús que había prometido no perder para volver a su casa. Menos mal que no se iba a quedar tirada en la calle, al menos tendría un sitio al que ir... aunque eso supusiera un puteo por parte de su amiga. Las obligaciones de una y el hecho de no retrasarse demasiado para ir a casa de su amiga de la otra hicieron que su historia romántica empezara a llegar a su fin.

Pero ¿que es un fin sin una meta? Con Estela todo se había quedado en un gran casi que todavía picaba y, si bien Cristina no tenía más posibilidades que las que se ganara ese mismo día, la tímida muchacha se lo jugó todo a un solo penalti tirado en el portal de la casa de acogida de la Cristina que había perdido el autobús.

“Bueno, gracias por acompañarme.”

“No hay por que darlas. Ahora tengo una hora de ensayo... pero si quieres después...”

“Va a ser que no. Mi colega ya hace bastante en dejarme pasar la noche, como para pedirle que te acoja a ti también.”

“Me lo he pasado muy bien esta tarde.”

“Yo también... pero...”

Pero... pero... Cristina pensó que todas las chicas van despacio en la primera cita, que un beso en un portal no era más que el final ideal para un primer día, que una calle transitada era suficiente motivo para no dejarse llevar por los impulsos primarios que todas llevamos dentro, que todas sus citas normalmente acababan en casi...

Dos Cristinas en un portal que se dejaron llevar por el momento para el que habían estado imaginando durante toda la tarde. La tímida y callada demostró que no solo de palabras se vive, empujó a la otra contra el portal, se apoderó con ganas de su boca... y de sus pechos por debajo de la camiseta. La otra no pudo más que dejarse hacer, hacía demasiado tiempo que no sentía las manos de otra mujer apoderándose de ella de esa manera.

Esas mismas manos desabotonaron el cierre de su pantalón para descubrir una humedad inevitable y no planeada. Cristina se dejó hacer apoyando su cuerpo contra la pared para encontrar más equilibrio. Cerró los ojos temiendo que estos la estuvieran engañando, rodeó el cuello de la pequeña Cristina para verificar que era ella la que estaba acariciando con ardor su hinchado clítoris, que esa nube que tenía en la cabeza era producto del placer que recibía y no de su imaginación.

Poco les importó la presencia de un vecino que llegaba a casa después de una larga jornada laboral, hay cosas que no se deberían dejar a medias. Cristina mordió el cuello de Cristina para amortiguar el sonido del profundo gemido que se le escapó cuando sintió su interior invadido por dos dedos juguetones que se aventuraron a explorar nuevas rutas. Un tira y afloja desbocado de la una dando y de la otra recibiendo donde el fin era alcanzar la meta.

Y gol.

Se despidieron sin saber a ciencia cierta si se volverían a ver, aunque con un gran sabor de boca y un quizás. Subir tres pisos en ascensor nunca había sido tan intenso. Cristina se quedó fija mirando el espejo del pequeño cubículo para ver si su cara reflejaba todo lo que había pasado un par de minutos antes.

“¿Que tal ha ido tu cita?”

“Joder con la prima de tu novia...”

“¿Joder en general o te jodió la prima de mi novia?”

“Pues... es que me acompañó hasta aquí y en el portal...”

“¡Noo! ¡En mi portal no!”

“Si es que nunca me había pasado algo así... en una primera cita.”

“¿Y tenía que ser en mi portal?”

“Es que no le podía decir que no...”

“Bueno, se lo que es... tienen ahí un gen las mujeres de esa familia... no se les puede decir que no.”

“La verdad es que no me lo esperaba... no tenía pensado que pasara esto. Ayer con Estela...”

“Ayer Estela te dejó calentita y Cristina hoy te dejó contenta.”

“Ya, pero a mi me gusta Estela. Cris es maja, pero me gusta más la otra.”

“Ya... es que siempre es más divertido complicarse la vida con tías raras de ciudad. Allá tu con tus profundos y oscuros deseos. Y ahora me voy a dormir que mañana madrugo.”

Y Cristina se quedó en el sofá ahogándose en sus propios pensamientos. Estela, Cristina, Cristina, Estela. Y ella misma con sus fantasmas. Su amiga tenía razón. Estela la dejó calentita y Cristina contenta. Pero la alegría que tenía no era completa sin esa parte irracional que a todas nos empuja en un momento u otro de nuestra vida. La razón se la llevaba una y el corazón la otra. ¿Por qué no podía tener esas dos partes la misma?

Estela tenía enigma, encanto, conversación, cuerpo... Cristina, en principio, no tenía nada de eso, era maja, eso si. Estela la cautivaba con mensajes llenos de dobles sentidos, de picardías... Cristina le dejaba claro lo que quería sin dejar mucho a la imaginación. Estela tenía... Y con todo este lío mental, no va Cristina y le manda un mensaje de que había tenido un problemilla con su ex y que necesitaba compañía.

Y por supuesto que le dijo que si, ¿que le iba a decir después de la manita del día anterior? Además, ya estaba cansada de pensar, de sentir, de intentar buscar razones y motivos para aceptar o rechazar. ¿Acaso había que preguntarse porque despertaba tanto interés últimamente? Era más fácil dejarse querer y permitirse el lujo de dejar pasar las cosas antes de llegar a conclusiones precipitadas.

Se sorprendió de que una noche tan fría se hubiese convertido en algo tan cálido. Se sorprendió que a pesar de las lágrimas de su compañera y de su propio resfriado hubiesen acabado en el asiento de atrás del Ford, que aquella muchachita que tan tímida le parecía al principio no fuese igual de parada para el resto de las cosas.

Érase una vez dos Cristinas en el asiento trasero de un coche que compartieron más de lo que querían a penas sin mediar palabra, dándose cuenta de que lo importante no es lo que se dice, sino lo que se hace y como se hace. Que da igual los planes que una tenga para su futuro, la vida siempre te sorprende con algo que hace que los cimientos se tambaleen y hay que estar preparada para salir airosa.

Cristina concluyó su relato con una gran sonrisa satisfecha y yo me sentí extrañamente feliz de saber que hay una vida muy movida fuera de mi gran bosque. Mientras nos intercambiábamos los números de teléfono apareció una bonita chica morena con una gran sonrisa. Besó a mi nueva amiga y luego desaparecieron agarradas de la mano.

Esta narradora se quedó con una frase que dijo la Cristina protagonista del cuento: a veces, sin querer, das un paso atrás con la princesa azul y, también sin querer, das dos o tres pasos adelante con la guerrera que lucha por lo que pueda ser. Y no se trata de conformarse con lo que te salga, se trata más de querer y saber ver lo que tenemos cerca antes de complicarse la vida con un cuerpo bonito o con una intención pícara para pasar una noche caliente.

Estoy más que segura que esta historia que un día me contaron es tan real como el hecho de que las princesas se han empezado a convertir en guerreras, y no para hacer daño ni matar dragones, sino para luchar por el amor, el motor que nos hace levantarnos cada mañana con una sonrisa.

Lo mejor de este cuento del colorín colorado, es que todavía no se ha acabado.