La cuentacuentos 4

Erase una vez una chica que quería dar un paseo por la ribera de un río...

Buenas y buenísimas tardes de primavera. Mi nombre es Jessica y soy Cuentacuentos. Se que me he retrasado imperdonablemente durante muchos días, pero voy a poner la excusa de que he estado aislada por una gran tormenta de nueve días que ha dejado un poco incomunicado el bosque donde vivo. Esto me recuerda una historia que una vez me contaron.

Érase una vez una chica que quería dar un paseo por la ribera de un bello río. Se llamaba digamos que Julia y tenía veinte años. Tenía encima los exámenes finales y llevaba encerrada casi dos semanas estudiando. Aquel viernes se podía permitir el lujo de tomarse unas horas libres para evadirse de lo que tenía que memorizar y alejarse de la tinta y el papel.

Su madre le habría advertido que no saliese con un cielo tan encapotado ni con aquel bochornoso calor, pero Julia estaba deseando salir de aquellas cuatro paredes para respirar aire puro y dejar que su piel se pusiese de gallina siendo acariciada por la suave y húmeda brisa del río. Y su madre ni siquiera estaba cerca para poder mandarle hacer algo.

No debían ser más de las cinco de la tarde cuando la bóveda celeste dejó de ser celeste y el precioso lugar se transformó en el bosque del terror. Julia se puso rápidamente la sudadera que llevaba atada a la cadera porque su piel se erizó en reacción al ensordecedor sonido que retumbó por todas partes. Julia pensó que, en cualquier momento, aquellas cargadas nubes caerían sobre la tierra y, si la pillaba en aquel lugar, corría el serio peligro de morir aplastada…

Y entonces se puso nerviosa y echó a correr. Y corrió durante varios minutos sin parar mientras increíbles goterones de agua golpeaban con fuerza su cara. Frenó un poco y comenzó a mirar a su alrededor mientras se colocaba bien la capucha. Y se dio cuenta de que se había perdido. Es lo que tiene correr desbocada hacia ningún lugar. Te pierdes.

Julia miró a todas partes sin ver claramente nada. También se había desorientado y había perdido de vista el río. Se quedó muy quieta y en silencio para tratar de encontrar el sonido de agua que encauzara de nuevo su camino. Pero la tormenta y la oscuridad que la rodeaba le asustaban. Igual que le asustaba estar sola en medio de un bosque que no conocía.

Julia caminaba, no quería estar debajo de los árboles. Era joven, pero no tonta. Y escuchó un ruido de motor. Y corrió hacia el lugar de donde venía aquel ruido. Si era una carretera, a lo mejor tenía suerte y alguien la rescataba. Sintió como el suelo temblaba al recibir un rayo directo donde, apenas unos minutos antes, había estado Julia de pie.

Y lo que escuchó si había sido un coche, que había aparcado en el garaje de una pequeña casa perdida en ninguna parte. Julia vio como alguien abría la puerta de la casa y entraba a toda prisa resguardándose del agua que caía a calderos del cielo. Julia emprendió de nuevo la carrera y se refugió en el garaje que había quedado abierto. Al menos allí no se mojaría y, con suerte, la tormenta no duraría demasiado.

La verdad es que le daba vergüenza llamar a la puerta de unos desconocidos para pedir ayuda. La culpa había sido solo de ella por haber salido a pasear sabiendo que había riesgo de tormenta. Seguramente las personas que habitaban en aquella vivienda se reirían de ella si supiesen la verdad.

Y la tormenta decidió empeorar y lo que caía del cielo dejó de ser agua para pasar a pequeñas piedras de hielo. Granizo. Genial. Julia se moriría de miedo en un garaje perdido en medio de la nada. Odiaba las tormentas. Le asustaban mucho.

Escuchó un ruido en uno de las ventanas de la casa. Una persona estaba tratando de llamar su atención. Cuando Julia se giró a mirar. Aquel ángel salvador estaba abriendo la puerta y gritándole que corriese a refugiarse. Y Julia no lo pensó dos veces y recibió un par de granizos contundentes por no haber llamado antes a la puerta. Quien la esperaba era una mujer rubia de ojos azules que sonreía divertida su resbalosa entrada.

“Pero, mujer, ¿cómo no has llamado a la puerta? Estás empapada chiquilla. Pasa, anda, pasa, supongo que tendré algo que te pueda prestar.”

“Gracias… no es necesario. No creo que esto dure demasiado.”

“Una persona con fe, eso si que es raro. De todas formas, es mejor que entres en calor o acabarás con un buen constipado. Anda, ven conmigo. ¿Quieres darte una ducha para sentirte mejor?”

Julia asintió con la cabeza y siguió a aquella desconocida a un amplio dormitorio con una gran cama en medio. La mujer delgada de increíbles pechos y pelo largo se acercó al armario y sacó un chándal y una camiseta y se lo entregó a Julia al tiempo que le mostraba donde se encontraba la ducha.

“Por cierto, soy Iris.”

“Yo Julia.”

“Bonito nombre, Julia.”

La joven se metió en el, también amplio, cuarto de baño. El corazón le latía a mil por hora y se sentía excitada como hacía tiempo no estaba. Se metió debajo del chorro de agua tibia y agradeció el gesto de Iris por haberle ofrecido su ducha para entrar en calor. Aunque hubiese preferido que la calentase de otra forma.

Cuando se quiso dar cuenta, Julia tenía su mano derecha entre sus piernas tratando de desahogar aquella sensación que le había nacido de tanto pensar. Hasta que recordó que aquel relax era prestado por una desconocida y decidió salir presurosa y vestirse con aquellas prendas tan suaves que olían a colonia de bebé.

Julia salió y recorrió el pasillo siguiendo el olor a café recién hecho. Se quedó en el umbral de la puerta observando a aquella mujer un poco más baja que ella. Le había parecido muy guapa y su cuerpo era bonito. Se notaba que se cuidaba. No parecía demasiado mayor que ella, pero tampoco estaba segura de qué edad podría tener.

Iris estaba concentrada tratando de no derramar por fuera de las tazas el negro café y se sintió observada. Giró la cabeza y dedicó una sonrisa a la joven muchacha. Julia no pudo evitar sonrojarse de nuevo ante aquellos ojos azules como el mar profundo.

“He preparado algo calentito. ¿Tienes hambre?”

“Pues si, la verdad. No se como te voy a agradecer todo esto. No tienes por qué hacerlo, de verdad.”

“Bueno, mujer, a mi me gustaría que alguien hiciera algo así por mí.”

“Prometo que a partir de ahora socorreré a todas las personas desvalidas que encuentre bajo las tormentas.”

Las dos se echaron a reír. Julia siguió a Iris a un gran salón comedor que solo tenía al descubierto la pequeña mesa central y un sillón. El resto del mobiliario estaba cubierto con sábanas y papel de periódico.

No había que ser Einstein para darse cuenta de que Iris estaba pintando. Julia había pintado una vez y no lo había hecho mal de todo. Julia le ofreció a Iris sus servicios como pintora amateur para aquella desoladora habitación. Iris aceptó encontrando el pago perfecto al favor que le acababa de hacer.

Y, después de una merienda para entrar en calor, las dos muchachas comenzaron las labores para empezar con la tarea de la brocha.

A pesar de que Julia trataba de concentrarse en aquella relajante tarea, no podía evitar girar su cabeza, de vez en cuando, para observar a aquella desconocida que no dejaba de sonreír en ningún momento. Tal vez se estaba dando cuenta de aquellas miradas. Tal vez se reía de ella por haber salido a pasear en plena tormenta. Tal vez se resolverían sus dudas si fuese capaz de abrir la boca y articular alguna sencilla palabra.

Se sentía acobardada y era demasiado tímida para dar algún tipo de paso. De hecho, agradecía la pintura para que aquel silencio no fuera demasiado tenso. Pero la joven Julia no podía evitar la atracción que sentía por aquella mujer, ni las miradas pidiendo una pequeña señal.

“¿Por qué me miras tanto?” – Julia enrojeció y quiso meterse en el bote de pintura. Pero no apartó su mirada. Aguantó, aunque en silencio. No sabía qué responder. – “¿Quieres una cerveza?”

Julia asintió con la cabeza. Caramba, seguramente Iris estaría pensando que era una chica muy extraña. Mientras seguía en silencio mirando aquella pared, no pudo evitar estremecerse de nuevo escuchando aquel atronador ruido que surgía de aquellos espesos muros. La tormenta parecía no querer acabarse nunca. Y Julia dudaba si quería que así fuese…

Iris entró de nuevo en aquel cuarto y agarró la caja sobre la que se sentaba para pintar. La arrastró a patadas hasta donde estaba Julia y le entregó un botellín de cerveza bien frío. Tomó un pincel limpio y lo embadurnó con la misma pintura que tenía Julia. Se sentó en su caja y Julia sonrió al ver a aquella mujer con su botellín de cerveza en la mano izquierda y una brocha en su mano derecha.

“Yo me lo tomo con calma. Quiero que quede lo mejor posible. ¿A qué te dedicas?”

“Soy estudiante… aunque por poco tiempo. En unos días comienzo los exámenes finales… y es mi último año.”

“¿Qué estudias?”

“Forestales. Y tú… ¿a qué te dedicas?”

“Yo a ganar dinero haciendo lo que puedo. Aunque lo que estudié enfermería. Lo cierto es que están las cosas un poquillo jodidas. Pero siempre me gustó ayudar a la gente.”

“¿Cuántos años tienes?”

“Esas cosas no se le deben preguntar a una chica…”

“Lo siento…”

“Veintiocho.”

“Vaya…”

Julia e Iris se quedaron de nuevo en silencio. A Julia ocho años le parecían muchos años de diferencia. Pero no sabía ni por qué se planteaba esa diferencia ya que tan solo era una chica que quería ser amable con ella. Evitaba mirarla, pero la sentía tan cerca que se ponía nerviosa y no era capaz de avanzar con la pared.

Julia también cogió una caja y se sentó al lado de Iris. Quería resolver el acertijo que su cuerpo le había planteado. Pero Iris o no se estaba dando cuenta de las señales que imaginariamente le daba Julia o se había quedado atrapada por los gases de la pintura. Mantenía su mirada fija en la pared y no dejaba de prestar atención a algo que había allí.

“Qué concentración…”

“Es que estaba escuchando…” – Iris miró a Julia y sonrió. – “Mejor no te lo digo. Ahora me da vergüenza.” – No pudo evitar que se le escapara una sonora carcajada que contagió de inmediato a la nerviosa Julia.

“Pues me lo tienes que decir… quiero saber de qué nos estamos riendo.”

“Escucha…” – comenzó a presionar la brocha húmeda de pintura contra la pared. – “¿A qué suena como un coño húmedo?”

Julia casi se cae de la caja del ataque de risa que le entró. Toda aquella tensión que había estado acumulando desde que había entrado en aquel misterioso lugar se había disipado ante la tremenda vulgaridad que acababa de escuchar. Pero aquellas burdas palabras decían una gran verdad: aquel pincel sonaba como un coño húmedo.

La risa de Iris, además, era contagiosa y las dos mujeres tuvieron que dejar durante un rato la tarea que habían empezado. Y otras dos cervezas vinieron de la cocina y todo se calmó. Todo menos la tormenta que no tenía ganas de disiparse por el momento.

Un nuevo silencio las envolvió, pero ya no disimulaban las miradas ni tenían ganas de volver al punto anterior en donde las había separado una muralla que ellas solas habían levantado. Eran dos desconocidas que se sintieron bien juntas y no querían estropearlo mientras durase aquella inclemencia del tiempo.

“Es curioso pero, cuando hay tormenta me siento pequeña e indefensa. Somos muy poca cosa en comparación de lo que nos rodea y, sin embargo, nos sentimos los dueños del universo. Nos olvidamos demasiadas veces de que para sobrevivir necesitamos a los demás.”

“Ya… pero no se puede confiar en todo el mundo…”

“Si se puede, lo que pasa que hay demasiado miedo porque hemos inventado demasiadas cosas y somos demasiado egoístas para darnos cuenta. Cuanto más tenemos, más queremos tener.”

Julia escuchaba atenta las palabras de Iris. Le parecía una mujer muy inteligente y guapa. Se notaba, además, que se cuidaba. Su cuerpo era también espectacular… aunque estaba demasiado delgada. Y sus pechos… Julia se había fijado en sus pechos. No llevaba sujetador y, a pesar de que tenía un buen par de senos, se le mantenían firmes desafiando la fuerza de gravedad.

“Bueno… en la próxima ronda te traeré dos cervezas.”

“¿Por qué lo…?”

“Me las puse hace unos tres años.” – Iris se echó la mano a los senos y puso cara de orgullosa. – “¿Quieres tocarlas?”

Julia se quedó un poco descolocada e Iris tomó sus manos y las llevó a sus senos. Sintió como su pulso se aceleraba al notar los duros pezones de aquella mujer en la palma de sus manos. Deseó tener el suficiente valor para ir un poco más lejos.

Julia apartó sus manos de aquellos pechos y acarició la cara de aquella mujer. Sus ojos eran muy azules y su sonrisa era preciosa. Las tetas le habían encantado, en serio, pero sabía que había algo más allí escondido. Estaba segura que tras aquella silicona había un enorme corazón. Julia se acercó a sus labios buscándolos, pero se encontró un dedo que los detenía.

“Eso cuando acabemos de pintar…” – Iris sonrió de nuevo ante la colorada cara de Julia.

“Todavía falta aquella pared…” – Julia se puso más colorada si cabía ante lo desesperado de su ruego.

“Tranquila, Julia, para aquella pared he pensado algo diferente. Un poquito de paciencia.”

A Julia le hubiese gustado más que Iris aceptara sin más. Julia se sentía un poco confundida con aquella nueva situación. A ella no le solían pasar demasiadas cosas porque siempre estaba estudiando o mirando plantas. La gente no se le acababa de dar bien de todo. Ella prefería otras cosas. Pero Iris había conseguido despertar ese interés que había perdido durante tanto tiempo.

Además, la paciencia no era lo suyo e, inconscientemente, recordó la cantidad de apuntes que estaban sobre su mesa esperando a ser estudiados por su cabeza pensante. Miró por la ventana y vio una buena capa de granizo mezclado con hojas de los árboles que rodeaban la casa. Sabía que no podía escapar de allí hasta que las cosas mejoraran un poco. ¿Por qué había salido de casa a pasear bajo la tormenta?

Érase una vez una chica que quería dar un paseo por la ribera de un río y lo que consiguió fue acabar terriblemente excitada por una desconocida que la cobijó desinteresadamente en su casa y acabó como un cuadro.

“Vamos a por la última. ¿Sabes dibujar?” – sus ojos azules brillaban con una luz especial.

“La verdad es que no demasiado bien. ¿Qué has pensado?”

Iris no dijo nada y cogió un pincel más estrecho y lo introdujo en un pequeño bote de pintura azul oscuro. Lo escurrió bien y, después de acercase sensualmente meneando sus caderas a Julia, le hizo una pequeña raya de pintura en la cara para después acercarse a la pared y empezar a trazar diferentes curvas sobre el fondo blanco.

Julia se sentó de nuevo en su caja y, ya sin disimular, comenzó a mirar aquel trabajo que estaba haciendo. Primero dio forma a dos ojos increíblemente grandes. Hizo un perfil como de nariz y algunas líneas más daban forma a unos carnosos labios. Empezó a utilizar otros tonos de azul diferentes para crear efectos y sombras y, en una de sus mejillas, dibujó un borrón azul.

Julia se estaba empezando a descubrir a si misma plasmada sobre una gran pared blanca. Iris agarró varios botes de pintura mezclándola sin dejar de mirar, de vez en cuando, a la muchacha que la observaba concentrada desde la otra punta. Cuando consiguió lo que quería se dirigió de nuevo a aquel gran dibujo y le pidió a Julia que no mirase.

Lo siguiente que sintió Julia fueron las manos de Iris sobre sus hombros y sus labios besando su cuello. Julia se quedó quieta dejando que aquella mujer la acariciase. Sentía como su piel estaba más sensible de lo habitual, sentía como la tormenta que tanto la asustaba también conseguía hacerla percibir más las cosas buenas que tiene la vida.

Iris la rodeó y se puso de rodillas ante ella. El dibujo había quedado olvidado en la pared y Julia no se acordó de volver a mirar. Iris sonrió esperando a que los labios de Julia encontraran de nuevo aquel valor de hacía un rato. Y Julia no se hizo de rogar y probó a que sabía una desconocida durante una tormenta. Probó a que sabía la vida cuando dejas de prestarle atención al egoísmo.

Los labios de Iris envolvían los suyos, su lengua paseó por su boca como si la conociera de toda la vida. Su saliva sabía a cerveza y a menta. Toda la habitación olía a pintura, pero el único olor que llegaba al cerebro de Julia era el de la piel de Iris. Acarició su pelo rubio y se sorprendió de aquella suavidad. Entonces se dejó ir. Se dejó hacer por aquella desconocida que había llegado a ella más en una tarde tormentosa de lo que la mayoría en años.

Suavemente Iris le sacó la camiseta para dejar a la vista los jóvenes y delicados pechos de Julia y ésta no pudo evitar cerrar los ojos más por vergüenza que por otra cosa. Nunca pensó que su propio cuerpo fuese capaz de hacerle sentir todo aquello. Y no sabía si era la tormenta, el momento, aquella mujer de ojos interminablemente azules… solo sabía que era real y que le estaba pasando.

Los dientes de Iris aprisionaron ligeramente uno de sus pezones mientras sus manos trabajaban para desatar el cordón que mantenía firme el pantalón de Julia. Tiró hacia abajo y la joven facilitó aquella tarea decidida a dejar que lo que tuviese que pasar pasase.

Más pronto que tarde las dos muchachas yacían desnudas sobre un revoltijo de papel de periódico y sábanas manchadas de pintura. Pero poco importan esas cosas cuando unas experimentadas manos te están acariciando, cuando unos sabios labios te transportan a edenes imaginarios, cuando la realidad y la fantasía se vuelven uno y somos nosotros los protagonistas de esos lujuriosos momentos de cuento.

Los dedos de Iris acariciaban el interior de Julia y las manos de Julia se aferraron a aquellos pechos operados que tenía delante de sus ojos. No se podía creer que estuviese viviendo aquella increíble situación. No se podía creer que la tormenta la arrastrara hasta allí.

Iris lanzó un quejido de placer cuando sintió una tímida mano acariciando su hinchado clítoris. Julia no quería ser la única que disfrutara de la pintura. Iris también necesitaba un poco de cariño aunque fuese de préstamo.

Y el primer orgasmo no tardó demasiado en llegar. Primero para Julia… un poco más tarde para Iris. Como pudieron fueron reptando hacia la gran bañera de la casa. Tenían pintura por todas partes y toda la tensión, timidez y vergüenza fueron desapareciendo para dar paso a toda la intimidad que aquellas dos chicas se quisieron entregar.

Iris frotaba la espalda de Julia con una suave esponja llena de jabón y la joven sentía que a penas podía mantenerse de pie en aquella ducha. Entonces sintió los pechos de Iris clavados en su espalda y la esponja esparcía jabón por sus pechos y su abdomen. Y también esa mano invasora que se coló entre sus labios mayores una vez más para obligarla a arrodillarse para poder aguantar todo aquel placer.

Sabía bien lo que le estaba haciendo. Julia sintió como aquella mujer ocho años mayor que ella la conocía mejor que ella misma y deseó poder devolverle aunque solo fuera una pequeña parte a su salvadora.

Solo ellas saben cuanto duró aquella increíble tormenta, solo ellas saben si el meigallo que las unió ese día las siguió uniendo durante más días, solo ellas saben si aquel mural pintado en aquella pared sigue estando en su sitio.

No me contaron como acababa esta historia, ni siquiera se si fue verdadera. Pero, ¿Quién nos dice que muchas mentiras no cuenten la verdad?

Me voy a limitar a pensar que, en algún lugar, hay una pequeña casa al lado de un río en donde un enorme retrato de mujer preside un gran salón en recuerdo de una tarde de tormenta.

A Hi.