La cuenta atrás
Alex Blame (ID 1418419) nos escribe: ¿Cuánto puede durar una muerte? Yo llevo diez años muriendo...
¿Cuánto puede durar una muerte? Yo llevo diez años muriendo. Diez años en el corredor de la muerte.
Pero la espera ha finalizado. He saboreado mi última; cena un poco de sopa de marisco y un chuletón, ya un poco frío.
El médico me visita y me ausculta atentamente. Con una sonrisa me pregunto si llegarían a suspender el espectáculo por un resfriado.
Dicen que cuando estás a punto de morir se te pasa toda la vida por la cabeza. Pero debe ser cierto que no soy un hombre normal.
Mientras me sacan de la jaula y me ponen los grilletes solo pienso en viajar atrás en el tiempo. En volver a ese fatídico momento que me ha traído finalmente hasta aquí. Recorro el largo pasillo entre abucheos y ánimos de mis compañeros de corredor, deseando volver a aquella calurosa tarde de septiembre y perdonar...
Ella era así; hermosa, impulsiva, egoísta... enloquecedora.
El cura de la prisión me acompaña en los últimos metros y ante la puerta de la cámara reza un sencillo responso. Yo asiento mecánicamente, pero estoy muy lejos, estoy en aquella sórdida habitación de motel, observando a ese hombre que apenas reconozco, que pierde los nervios e insulta a la dulce y casquivana Mona.
Tanto las paredes, como la puerta, son de frío acero pintado de blanco, con un amplio ventanal panorámico para que nadie se pierda el espectáculo.
El interior es espartano y aséptico, aumentado mi sensación de irrealidad.
La misma sensación de rabia e impotencia me ciega. Vuelvo a estar frente a Mona, empujándola, arrinconándola. Ya no percibo la belleza de sus rasgos, ni la suavidad de su piel o el aroma de su cuerpo cuando hacemos el amor. Lo único que siento es la rabia y el deseo de venganza. Impotente, me veo levantar la mano por primera vez, consciente de que ya no podré parar hasta que esté muerta.
Cuando vuelvo al presente, me doy cuenta de que me ha vuelto a pasar. Los tres guardias que me flanqueaban se han tenido que emplear a fondo para reducirme, sus rostros están congestionados y sudorosos por el esfuerzo. Los sorprendo quedándome súbitamente quieto, pero se rehacen rápidamente y con sonrisas torvas e insultos susurrados entre dientes, me atan a la incómoda silla metálica ante la mirada de estupor de los presentes.
Los testigos, ¿Qué buscan con esto? ¿Justicia? ¿Venganza? Me gustaría disculparme y explicarme, decirles que la amaba hasta la locura y que precisamente por esto me perdí. La perdí. Pero soy consciente de que quieren ver en mí el monstruo que arrebató a su preciosa Mona, así que dejo mansamente y en silencio que me pongan la capucha que evite a los espectadores el desagradable espectáculo de mi cara contorsionándome víctima de la agonía.
Finalmente se cierra la puerta Sé que me quedan instantes. El ritmo de mi corazón se acelera y el miedo me atenaza. Lo único que puedo hacer para superarlo es pensar en que la angosta cabina me llevara lejos de todo ese dolor.
Noto el intenso olor de las almendras amargas. No intento contener la respiración. ¿Para qué? Nada tiene sentido ya.
Inspiro con fuerza, deseando vanamente que la muerte me lleve a aquel momento de nuevo, pero solo noto el ardor de mis pulmones.
Ojala volviese a aquel momento y escribir un nuevo final para esta historia. ¿Pero qué final? ¿Un final feliz? Me conformaría con un final distinto...
Relato del Ejercicio XXIX, autor Alex Blame (ID 1418419)