La cuadrilla
Hacemos juegos juntos, nada previsibles
Ya había pasado una temporada y no podía sacármela de la cabeza, tenía a mi hermana Isabel grabada a fuego desde que, en un juego, había tenido que besarla con lengua. Después, más juegos, hasta el día del desparrame. Putos juegos. ¿Qué sentirá ella?
Formamos parte de la misma cuadrilla; lo que fueron dos independientes, una de chicos y otra de chicas, se habían refundido este año en una sola, evidentemente mixta. Ahora éramos algo menos de quince miembros, dependía de los días, con edades comprendidas entre los quince y dieciocho años.
A esta edad jugábamos, como el resto del mundo, a los juegos típicos, desde “polis y cacos” (cada vez menos, ya íbamos siendo mayorcitos), “juegos de mesa”, “juegos de cartas” (poquito), “la botella” y “la cerilla”, para empezar (o continuar) los primeros escarceos entre parejitas y, los mejores, los juegos de beber, cuya finalidad era acabar con una borrachera como un piano.
Era muy frecuente que, cuando jugábamos a algún juego de beber (muy a menudo) acabáramos jugando después a la cerilla o la botella (son lo mismo) o un combinado de ambos (aparte de la prenda de beso o lo que fuera, había que beberse un chupito). Fue en una de estas veces cuando, a mi hermana, tuve que besarla durante 2 minutos (cronometrados).
No voy a decir que estuviera borracho porque no es verdad. Había bebido algunos chupitos, como todos, pero me encontraba perfectamente lúcido. Acababa de cumplir 18 años, Isabel aún tenía 16. Los cabrones de nuestros amigos quisieron ver algo nuevo y morboso, no lo de siempre, así que, cuando Isa perdió a la botella, le obligaron a darme un beso, un beso de verdad, de dos minutos y con lengua.
Tras las negativas iniciales, lógicas, mosqueo con la pandilla, mosqueo mío, etc, acabó acercándose a mí, plantándome los morros en la boca, entrelazando su lengua con la mía durante los 120 segundos que duró aquello.
Se jodió el invento, ya me habían metido el mal en el cuerpo. Para rematar, por aquel entonces estaba soltero y, creo, era más vulnerable.
Como le pasa a todo el mundo, tus hermanos no son objetos de deseo. Sin embargo, a raíz de ese beso, beso que fue apasionado (la cabrona de Isabel no se cortó ni un pelo), empecé a mirar a mi hermana con otros ojos. Pasé la línea.
Empecé a fijarme en el tamaño de sus pechos, en su tipo, en el culo… Cosas que tenía perfectamente identificadas en el subconsciente, pasaron a un primer plano. Jamás había tenido ningún pensamiento extraño viendo a Isabel en pijama, o pijamita, o bikini... La mayoría de las veces, sólo me percataba de algo si mi padre le llamaba la atención por ir ligerita de ropa delante de todos.
Descubrí que usaba una talla 90 de sujetador, una 36 de pantalón, mide 1,68 y pesa 55 kilos. Tiene los ojos verdosos, unas pestañas interminables y una sonrisa perfecta. Me parece guapísima pero esto siempre es subjetivo, para gustos los colores.
Estaba todo el día pendiente de sus movimientos, sus ademanes… Todo me parecía excitante y, en cierto modo, dirigido a excitarme. Esto último supongo que no era así, pero me lo parecía.
Isabel no es tonta y algo tuvo que notar a raíz del beso, algo había cambiado entre nosotros pero yo esperaba que con tiempo, todo volviera a la normalidad.
En principio, así pareció. Al menos, por mi parte procuré que no se me notara nada, comportarme como siempre. Pero… ¿Cómo era ese “como siempre”? Si nunca había estado pendiente de ella, ahora tenía que intentar que no se me notara ¿Qué no se me notara qué?
¡Joder! Qué fácil es decirlo. Me imagino teniendo que olvidar algo… Justo estás todo el día pensando en ello. O como cuando te quieres dormir y no puedes, todo el tiempo pensando en cuando vendrá el sueño.
En fin, que por intentar que no se notara que Isabel me tenía mártir, creo que ella acabó dándose cuenta.
A pesar de que mi actitud era muy seria con ella, más de lo normal, de que intentaba distanciarme todo lo posible, tanto en casa como en la cuadrilla, veía que mi hermana estaba más pendiente de mí que de costumbre, o yo me daba cuenta ahora y siempre había sido así. Estaba hecho un lío.
Para joder más la cosa, los de la cuadrilla se habían descojonado cuando nos dimos el famoso beso y estaban esperando la primera oportunidad para repetirlo. Menos mal que estos juegos no eran tan habituales.
Sin embargo, acabó pasando. Un día, a pesar de no querer jugar, no tuve más remedio so pena de perder a mis amigos. Imaginé que no se atreverían otra vez después de cómo me enfadé la vez anterior, pero sí, volvió a pasar y peor.
Esta vez habíamos bebido mucho más, había perdido más veces jugando a beber chupitos antes de empezar a jugar a la puta botella. Estaba sereno dentro de lo que cabe, pero no tanto. Y para cuando perdí, ya no me mandaron un beso de 2 minutos, tenía que ser de 5 y con caricias en las tetas. El jueguecito, después de un rato, había pasado a cosas mucho mayores y no era el primero al que le hacían pasar esta prueba.
A pesar de mi negativa inicial, de los gritos que di, etc, etc, al final, me tuve que acercar a mi hermana que me esperaba con la mirada ansiosa y divertida. ¿Estaría esperando repetir?
5 minutos de morreo cronometrado son una pasada, una eternidad si se hacen en una prueba. Isabel se aplicaba con ansia, me mordía mis labios con los suyos, enredaba su lengua con la mía y, con todo descaro, me llevaba mis manos a sus tetas.
¡Joder qué tetas! ¡Qué duritas! También es verdad que acariciaba por encima del sujetador, pero me estaba poniendo como una moto.
Después de la prueba, empalmado y excitado al máximo, solo podía pensar en Isabel, incluso insistí en que siguiéramos jugando para ver si tenía la suerte de repetir.
Las pruebas seguían subiendo de nivel, estábamos solos en un lugar apartado, estaba anocheciendo y estábamos todos con un ciego de la leche. Al perder uno de mis amigos, “la madre” le mandó hacerse una paja mutua con una de las chicas.
Esto ya era demasiado, hubo risas ante las protestas de los afectados y, al final, transigieron. Tras beberse sendos chupitos, se apartaron para que aquello no fuera tan descarado…
Cuando escuchamos los gemidos, primero de él y luego de ella, supimos que habían cumplido. Esto se había salido totalmente de madre… Además, cada vez bebíamos más, íbamos cuesta abajo y sin frenos.
Los siguientes fueron peor, tuvieron que masturbarse delante de todos, aquello fue un alucine…
Cuando perdió mi hermana, ya más que borrachos, le mandaron mamarme la polla mientras yo le comía el coño. Me pareció demasiado, una cosa era darle un morreo y otra comerle el coño
-¡Qué es mi hermana! - Grité. –¡No podemos hacer eso!
Pero no hubo manera. Encima, Isabel vino hacia mí sin poner ninguna pega. Yo ya no es que alucinara, me parecía vivir una situación irreal. Me negué en redondo, no podía permitir una aberración semejante y menos delante de la gente. Cogiendo a mi hermana de la mano, con un cabreo de mil pares de pelotas, me la llevé de allí rumbo a nuestra casa.
Yendo por el camino, dando tumbos por la borrachera, me volví hacia ella.
-Oye, Isa, no sé qué pretendes. Estos cabrones, lo único que buscan es reírse a nuestra costa. ¿No te das cuenta de que no podemos comernos la polla y el coño entre nosotros? – Le dije a mi hermana.
Sin embargo, con voz pastosa por el alcohol, me dejó claro lo contrario.
-Si estábamos jugando, hay que cumplir la reglas igual que los demás. Si no, no jugamos, sería una mierda de juego.
Me dejó alucinado, me daba la sensación de que a Isa le apetecía todo esto. La cuestión es que, interiormente, también yo lo estaba deseando. Como lo deseaba con cualquiera…
Veníamos de una campa en el monte, bastante bebidos y siendo ya noche cerrada. Me cogió de la mano y, por un sendero apartado entre árboles, me condujo a un pequeño paraje escondido. No sé porqué no me resistí.
Fue ella la que me tumbó, la que me sacó la polla de los pantalones, la que se bajó los suyos junto con las bragas y la que se tumbó encima de mí, plantándome el coño en la cara mientras se metía mi polla en la boca.
No sé cómo no me corrí inmediatamente de la impresión, ¡Qué gustazo! Con remordimientos ahogados en alcohol y con mucho deseo, me agarré a sus caderas empezando a comerle esa maravilla de coñito lo mejor que supe.
Le metía la lengua en su hoyito, le chupaba y succionaba el clítoris con cuidado, le chupaba el ojete… Ella meneaba sus caderas de delante a atrás, haciendo que mi lengua la recorriera entera sin necesidad de moverla.
Llegó un momento en que Isabel sólo suspiraba, tenía agarrada mi polla pero no la chupaba, movía más fuerte las caderas resbalando su vagina de mi barbilla a mi nariz. Le metí un dedo en el coño, froté su parte de arriba, succioné un poco más fuerte el clítoris hasta que… Se corrió, ¡joder cómo se corrió! Dio unos gritos que hubieran sido la fantasía y el descojono de toda la cuadrilla.
Cuando se relajó un poco, volvió a acordarse de su parte y volvió a mamarme la polla, con no mucha soltura pero sí mucho entusiasmo, haciendo un mete saca continuo. No por eso dejé de chuparle el coño, de meterle el dedo en la vagina, cada vez más rápido…
Cuando tuvo otro orgasmo me corrí yo. Volvió a gemir, volvió a gritar y yo me vacié entero en su boca y en su cara. Apenas dejó que escapara nada de mi semen.
Lo malo fue que, una vez bajada la excitación, me entró un sentimiento de culpa de la leche, acababa de comerle el coño a mi hermana, no había marcha atrás. Había disfrutado como un loco, parecía que ella también, pero éramos hermanos…
Intentamos volver con el resto de la cuadrilla, subiendo monte arriba, intentando hacernos creer a nosotros mismos que aquello había sido una bobada, una parte del juego. Por dentro estaba que me llevaban los demonios. Isabel no estaba tan sonriente pero me miraba de una forma muy especial.
Cuando llegamos, ya habían pasado todos los límites, había parejas metiéndose mano, medio en pelotas, alrededor de una hoguera que habían hecho, el juego ya no era realmente tal, simplemente la gente se agarraba a cualquiera, fuera o no su pareja, y se daban el lote delante de todos. Otros tenían la decencia de apartarse un poco de la vista de los demás.
Cogí directamente una botella de tequila y le di un trago lo suficientemente largo para quitarme el sabor del coñito de Isabel. Después de un cuarto de botella no lo había conseguido. Mi hermana me la quitó de la mano e hizo lo mismo que yo…
La miré a la cara a la luz de la hoguera, estaba preciosa aunque tenía que guiñar un ojo para no verla doble… Vi sus ojos acuosos, su sonrisa triste… Y no lo pude remediar, o no quise, o la borrachera no me hizo pensar con claridad…
Fue cuando la volví a besar, de pie, delante de todos… Pero todos estaban ahora en otros rollos, nadie aplaudió nuestra osadía, nadie se fijó… Solo nosotros fuimos testigos de nuestro beso…
No recuerdo exactamente en qué momento nos apartamos del fuego, en que emprendimos el camino de regreso, de regreso al paraje escondido. Sí recuerdo que estábamos sentados en la hierba, tras unos matorrales, besándonos con una pasión que nos desbordaba…
No tardé nada en quitarle la camiseta, ¡qué piel tenía! Le acariciaba la espalda con manos temblorosas, ella se apretaba a mí todo lo que podía, parecía no querer dejarme nunca… Con labios febriles mordía los míos, su lengua rugosilla culebreaba en el interior de mi boca mientras mi lengua intentaba atraparla…
Quitándome mi propia camiseta, la fui tumbando poco a poco, sin soltar sus labios, era un beso eterno… ¿Quién se acordaba ahora de la eternidad de los 5 minutos? Con dedos trémulos le solté el cierre del sujetador; al quitarlo, sus tetas prácticamente ni se movieron ¡Qué monumentos! Pensé. Si la espalda era suave, lo de sus senos era de otra dimensión.
Los tendría que definir de gloriosos, totalmente tiesos, de areolas inflamadas y pezones excitados. Me parecieron una maravilla difícil de asimilar por mi obnubilado cerebro. Los acaricié con delicadeza, los chupé con dulzura, tenían el tamaño justo de mi mano… No sé ni el tiempo que estuve enterrado entre aquellas maravillas de la naturaleza.
Isabel me besaba donde podía, me acariciaba el pelo, la espalda… Cuando fui bajando hacia su ombligo, creo que supo lo que vendría después. Ahora no era descarada, parecía haberse convertido en una muchachita tímida y supuse el porqué.
Con más suavidad de la que soy capaz de describir, desabroché el botón de sus vaqueros y bajé su cremallera. Miré su cara, en la penumbra producida por la luna, las estrellas y luces muy lejanas, vi cosas que no debía de ver en una hermana. Vi deseo, vi temor, vi amor… Y eso me desarmó.
Delicadamente, fui haciendo bajar el pantalón por el largo de sus piernas, acariciándolas a la vez que quitaba la prenda. Sus pequeñas bragas de algodón siguieron el mismo camino mientras que ella, con recato, intentaba esconder ese tesoro que guardaba y hacía poco había saboreado.
Quise ser lo más delicado posible, darle todo el cariño del mundo, despejar cualquier miedo que pudiera tener. Luego ya pensaría en las implicaciones, ahora solo estaba ella… Ya no era un deseo de mente pervertida, no era el demonio desatado por un juego estúpido…
Ahora era Isabel, apenas una cría, pero por la que, de repente lo tenía claro, sentía algo muy especial. Quise que ella lo viera, lo sintiera… Quise que todo ese amor que repentinamente me desbordaba le llegara a ella, quise que sus lágrimas fueran las mías, que sus anhelos fueran los míos… Quise que fuéramos uno.
Me perdí entre sus piernas, la tersura de sus muslos, la suavidad de sus ingles depiladas, la humedad de su deseo…
Con cuidado y cariño, con lengua y dedos a partes iguales, la fui llevando al borde del orgasmo. Estaba a punto, me agarraba fuerte del pelo y gemía… Más humedad, más lubricación no iba a obtener, me aupé encima de ella, guié mi polla con una mano y, con toda la intención, se la introduje dentro.
Ella boqueó y gimió en un orgasmo repentino que no esperaba y, mientras me apretaba fuerte entre espasmos, se la metí hasta el fondo, llevándome su virginidad por delante.
Supongo que le debió de doler pero fue todo muy rápido. Cuando ya se estaba relajando de la pérdida de su himen y del orgasmo obtenido, fue poco a poco cambiando la cara. Estaba roja de excitación, tenía el pelo alborotado, me miraba con los ojos como patos y no decía nada.
Una eternidad después empecé a moverme en el famoso, y no por ello menos recurrente, mete saca. No era mi primera vez pero habían sido pocas las mujeres que habían pasado por mi cama, tenía poca experiencia e Isabel no merecía un trato inexperto.
Me apliqué lo que pude, gracias a Dios me había corrido hacía poco, si no, no hubiera durado absolutamente nada, me hubiera ido en su interior inmediatamente, igual que el orgasmo de ella. Tuve la mente clara dentro de la borrachera que, no sé cómo, parecía haberse disipado, que no desaparecido.
Mis movimientos fueron suaves, acariciaba sus senos con ternura, los chupaba, así como sus labios, tiernos, jugosos… Tardó un rato en acompañarme en mis movimientos, tanto como tardó el dolor en desaparecer, o al menos mitigarse. El tiempo que yo durara jugaba a nuestro favor, movía la cabeza de un lado a otro, movía sus caderas intentando venir al encuentro de las mías.
Me estaba perdiendo en un mar de sensaciones, sentí que me aproximaba a una corrida inexorable, ella se movía más… Intenté sacársela y correrme fuera pero, en ese momento Isabel gritó en un orgasmo tremendo y no pude. Me abrazó fuerte mientras frotaba su pubis contra mí y no tuve más remedio que dejarme ir, golpe a golpe, en su interior.
Enseguida me puse de lado, con ella abrazada, sin sacar mi polla de su interior. Estuvimos besándonos con ternura todo el tiempo que duró mi erección, lágrimas de amor, de pena, de culpabilidad rodaban por nuestras mejillas.
Esto era imposible, no podría continuar y ambos lo sabíamos, yo más que ella… Tras un rato nos vestimos desandando el camino, acercándonos a la hoguera, reavivada por algunos. Creo que todos estábamos serenos de golpe, no nos atrevíamos mi a mirarnos a la cara… Había sido un desparrame total, incluyendo un incesto que, por suerte, nadie había visto.
Juramos que nadie volvería a hablar del asunto, todos teníamos algo que ocultar, una infidelidad, un arrebato de pasión, una hermana…
Pero a mí no se me pasó, si desde el beso estaba obsesionado, ahora era un continuo sin vivir por Isabel, la tenía metida hasta dentro. Como dije antes, cuanto más intentaba comportarme con normalidad con ella, menos lo conseguía. En momentos de cordura, me moría de vergüenza y culpabilidad por lo que pasó, en los demás, estaba deseando volver a follármela con el ansia de nuestra primera vez.
¿Y ella?, Yo no tenía ni idea, solo me echaba miradas que no sabía interpretar. Eran miradas profundas, fijas, en las que no lograba descubrir si me estaba invitando o acusando. Y entonces me encerraba en el baño o en mi habitación a matarme a pajas o a llorar mi pena.
De vez en cuando, solo, me subía al monte y me perdía por el sendero apartado hasta el paraje escondido y me sentaba allí, en la hierba, con la mirada perdida, la mente en blanco o con la imagen de Isabel, esa Isabel desnuda vista en la penumbra, su cara, su goce, sus lágrimas…
Y las mías volvían a correr por mis mejillas, silenciosas… Me estaba convirtiendo en un llorón, y mi padre siempre me dijo que los hombres no lloran. Sentía pena y vergüenza de mí mismo.
A partir de entonces, apenas salía con la cuadrilla, sobre todo para no estar con mi hermana. En casa era fácil esconderme en mi cuarto y no dar explicaciones a nadie. Me paseaba solo por el pueblo, por el muelle, por el monte, como he dicho, a nuestro sitio escondido.
Hasta que un día, estando allí sentado mirando a la nada, la vi aparecer. No tendría que haberme chocado, ver a una hermana pasa todos los días… Pero no allí, allí era otra cosa, era para otra cosa…
Venía dubitativa, con una media sonrisa en la cara, esperando ver mi reacción. No me moví, no me atrevía. Si me levantaba era capaz de ir a su encuentro y volver a hacer una locura… Preferí mirar, ver qué actitud decidía ella tomar.
Se sentó a mi lado, también mirando a la nada, en silencio… Cuando habló, después de mucho rato, fue tan suave que no rompió la magia del momento.
-No me has dicho nada, Luis. Nada desde el día que pasó eso…
-¿Y qué quieres que diga? –Mi voz era un susurro -Pasó algo que no debería haber ocurrido nunca, yo debía de haberlo parado… Desde entonces, o desde antes, desde el día del beso jugando a la botella… desde entonces te me metiste dentro, carcomiéndome, no dejándome ni respirar cuando estabas cerca…
-¿Y cómo crees que me sentía yo? Vale, hemos hecho algo prohibido, pero para mí, no fue horrible, fue maravilloso. Te miro y te deseo, te veo y recuerdo esa noche… Me estoy volviendo loca porque no vienes con los demás, porque te encierras en tu cuarto y no me hablas.
-Porque sólo soy capaz de pensar en ti. ¿Te parece poco? Nunca le he hablado a nadie con tanta claridad, Isabel, me muero de ganas de repetirlo pero me moriré por dentro si lo repito. Sabes que he salido con pocas chicas y lo que he sentido contigo no lo había sentido jamás.
-Pero si yo siento lo mismo, Luis. Me muero de ganas, pero la diferencia es que yo me estoy muriendo por dentro ahora y, si lo repitiéramos, sería feliz, feliz como lo fui la otra noche, feliz como cada vez que lo recuerdo…
-Somos unos críos. Yo no conozco a ninguna pareja de hermanos que se enrolle. Si alguien se enterara sería nuestra perdición. Y los papás se morirían…
-Como dices, no conoces a hermanos que estén enrollados, que tu sepas. ¿Quién te dice que alguno o cualquiera de nuestros amigos no le pasa eso? Todo es cuestión de discreción.
¡Joder con mi hermana!
-Coño Isabel, tu lo ves todo muy fácil “con un poco de discreción…” – Dije poniendo voz de falsete –Discreción aparte, ¿tú qué esperas de esto? Lo único que puede salir de aquí son unos cuantos polvos ¿Y luego, qué?
Mi hermana puso cara enfurruñada, arrugando el entrecejo.
-¡Pues eso que te has llevado! ¡Parece que, para ti, follarme haya sido un suplicio!
-¡Sabes que no es así! ¡Me encantó! Lo malo es que también había algo más, un cariño especial, nada fraternal, por cierto. Para mí, nunca sería cuestión de unos polvos y ya. No soportaría verte con otro, me moriría de celos… Y es lo que, con el tiempo, pasará.
Ahora era ella la que lloraba, en silencio. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas mientras volvía a perder la mirada en la nada…
Si hay algo que no soporto, que me deshace totalmente, es ver a una chica llorar. Y esta vez no fue una excepción. Abracé a mi hermana por los hombros, le levanté la barbilla con la mano y, con mucha suavidad y más sentimiento aún, besé sus labios.
Solo pretendía darle consuelo, que ella supiera de mi dolor como yo sabía del suyo. Pero no esperaba su reacción, me devolvió el beso, igual de suave… Pero me puso una de mis manos en sus pechos mientras las suyas fueron al encuentro de mi miembro que, bajo el pantalón, despertaba a la velocidad del rayo
Y antes de darme cuenta estábamos desnudos en la hierba, otra vez. Otra vez las caricias, las urgencias, la dulce muerte del orgasmo, el descanso y el volver a empezar sin premuras, saboreándonos, disfrutando de cada acción y cada momento…
El sabor de su pequeño tesoro me parecía ambrosía, auténtico manjar de dioses. Por la manera en cómo se afanaba con mi virilidad, le debía de parecer algo parecido…
En el momento en que volvimos a estar juntos, yo dentro de ella, perfectamente acoplados, volvimos a sentir un éxtasis maravilloso. Yo bombeaba, ella me buscaba con todo su cuerpo…
Acariciaba sus pechos de piel de seda, sus pezones se endurecían entre mis dedos, sus areolas se inflamaban con su excitación… Y mi hombría era una barra de hierro que intentaba ser fundida en la fragua de su feminidad. Buscaba su nódulo de placer, antes saboreado, para hacerla disfrutar, para que coincidiera conmigo en el éxtasis ansiado porque, después, lo notaba, iba a ser incapaz de volverlo a repetir.
Cambiamos de postura, ella se puso encima de mí sin romper en ningún momento la penetración. Se frotaba con ansia, más que entrar y salir, se movía de delante a atrás utilizando solo las caderas…
De vez en cuando se inclinaba sobre mí para devorarme la boca, morder mis labios, buscar mi lengua, morderme el cuello… Cuando se incorporaba yo aprovechaba para acariciar y amasar esos pechos divinos que botaban con cada acometida…
Hasta que acabó pasando. Ella se movió más rápido, más descontrolada… Y yo sentí como llegaba, cómo intentaba aguantar más… Y no pude… Ni siquiera me planteé salirme de su interior. Sus gemidos y grititos sincopados me enervaban, mi placer me desbordaba, solté toda mi carga acumulada en su interior para que, finalmente, el alto horno en que se había convertido su intimidad fundiera mi acero.
Exhaustos, sudorosos y satisfechos permanecimos un buen rato tendidos en la hierba de ese lugar apartado. Nos besábamos de vez en cuando, nos acariciábamos y pensábamos, cada uno por nuestro lado, sin hablar, en el extraño futuro que nos esperaba.
Seguimos saliendo con la cuadrilla, los jueguecitos de la botella los hemos dejado a un lado, ha sido un acuerdo tácito entre todos. Como ocurre en todos los grupos de chicos y chicas, se van formando y deshaciendo parejitas, menos mi hermana y yo que permanecemos al margen, frenando los avances de los interesados o interesadas.
Lo que no hemos podido ni querido evitar es visitar nuestro sitio escondido, no con la asiduidad que nos apetece, “hay que ser discretos”, pero, en cuanto vemos la posibilidad, hacemos el amor con más urgencia y ansia que el primer día. Disfrutamos del momento sabiendo que esto tiene que acabar, demorándolo todo el tiempo que podamos.
Luego… Luego es una palabra que no está en nuestro diccionario.