La crueldad del amor

Relato más bien erotico y con grandes connotaciones amorosas.

¿Cuánto hacía que no veía el sol? Cielos, creo que ya llevaba un mes encerrado en mi casa, sin salir. La verdad es que había pasado rápido. Pero había sido completamente ineficaz. De nada me había servido. Llorar amargamente, gritar el nombre de Diós cientos de veces, acusándole de mí desgracia, golpear las paredes con mis puños desnudos, hasta el punto de hacerlos sangrar, e incluso creo que de romperme algún hueso, solo me había servido para recordar su nombre cada día un poco más.

Visto que todo era inefectivo, era mejor salir, y dejar que la vida siguiera su curso. Casi quedé ciego al salir del portal. Un sol de justicia caía sobre Barcelona aquel 30 de mayo. Las calles seguían igual, con un tráfico constante. Un ruido ensordecedor que desde mi habitación insonorizada había podido evitar durante todo un mes. Creo que durante aquel tiempo enloquecí. Perdí cerca de veinte kilos de peso. No comía, no tenía apetito. ¿Para que tenerlo? Aún hoy sigo sin comer demasiado. Siento aún la presión en el pecho, atacándome, cortando mi respiración en ocasiones, al oír su nombre: Isabel.

Hermosa, joven y lozana. De piel aterciopelada y morena. Con unos cabellos tan suaves, tan finos, que podía recorrer con mis dedos, sintiendo como simplemente se deslizaban, casi resbalando. Unos ojos verdes, grandes en su rostro, muy claros, en los que podía ver reflejada mi imagen durante las noches que pasamos juntos. Esos ojos que siempre parecían tener un toque burlón, como escondiendo una sonrisa en ellos. Largas pestañas negras, interminables. Pasaba horas contemplándolas, absorto, mientras subían y bajaban, hasta que ella, riendo, con su voz suave, que erizaba mi piel con su solo sonido, me decía: "Vamos, deja de mirarme así que me pones nerviosa". Su boca, digna de un ángel, con unos labios gruesos, en especial el inferior, siempre mojados, apetecibles a cada momento de mi vida de hoy y siempre. Deseaba, a cada hora, a cada minuto, besar esos labios que antaño había imaginado míos, y que al fin había conseguido y perdido. Jamás ha existido criatura más bella creada en este mundo. Ni existirá. No era una belleza vulgar. Era una belleza maravillosa.

Nunca comprenderé que la hizo venir a mí. No soy nada, ni nunca lo he sido. Tan solo un espectro, pensaba. Una figura que se mueve, y a la que nunca prestará atención, por más amor que pueda dispensarle. Es cierto que hablaba con ella, e incluso habíamos salido juntos con un grupo de amigos, pero yo siempre permanecía en segundo plano. Siempre se me consideró muy tímido entre mis compañeros. Aún hoy me siento así. La verdad es que aquella experiencia no ha servido para que mejorara la opinión que tengo de mi mismo. Y ahora, es más bien al contrario.

Las clases en la universidad se hacían eternas. Dolorosas. Escuchar su voz en las clases era como observar un rayo de luz en un cielo nublado, como oír la voz de Dios, o de una ninfa. En ocasiones me provocaba un estado autista del que me costaba recuperarme. En otras, era como sentir una punzada en el pecho, que se acrecentaba a cada palabra de ella. Creía que iba a morir cualquier dia. Supongo que no puedo considerarlo amor, porque este no estaba correspondido, y tan solo resultaba lo que se llama amor platónico, fantasía, sueño, o como quieran ustedes llamarlo. Pero para mí, en aquellos momentos era exactamente eso. Llegaría a serlo.

Pasé dos cursos, esforzándome por aprobar cada año de la carrera para seguir con ella en las clases. Solo con pensar que al final de carrera, la perdería, me pasaba horas llorando. En realidad no podía perderla, porque no me pertenecía, ni nunca llegaría a pertenecerme, ya que no es un objeto, sino lo más maravilloso que le ha ocurrido a mi vida.

Y en aquellos momentos de desesperación y amargura, ella vino a mí. No sé el motivo, y nunca lo sabré. Ella tan solo me dijo, una noche que se lo pregunté, que: "No seas tonto, vales mucho más de lo que crees. Solo tienes que ver aquello que yo he visto en ti, y verás lo mucho que tienes para ofrecer". Estas palabras aún resuenan en mi cabeza, como un eco que jamás se apagará. Son el mejor recuerdo. Me ayudan en las noches oscuras en que no puedo dormir.

Era un jueves por la tarde. Un día lluvioso. El agua había dejado de caer, pero el suelo encharcado y el cielo oscuro, hacían que aquel día me pareciera penoso. Salí de clase de derecho civil, y realmente no había escuchado nada. Ella había hablado más de lo normal, y su voz me había absorbido por completo, incluso durante las explicaciones del profesor.

Al salir, contemplé con desagrado aquel cielo, y sonreí irónicamente: "Te sientes como yo cielo. Deprimido y sombrío". Cuando empecé a andar por la calle, una voz resonó a mis espaldas. Creo que incluso debí quedarme clavado donde estaba, sin poder creer lo que oía. "Guillermo, espera un momento". Podrán imaginar quien era quien decía estas palabras. Al girarme, intentando disimular mi turbación, la vi acercarse a un paso acelerado. Resplandecía como la luz en la oscuridad. Irradiaba tanta luz que casi me dolían los ojos al mirarla. Sus ojos verdes estaban fijos en mí, y tardé muy poco en apartar un poco la mirada, para que no viera lo que pensaba.

-Tengo que pedirte un favor.

-Aaa… si claro, lo que sea- balbucí.

-¿Me acompañas a comprar ropa? Es que necesito un criterio sincero para escoger la ropa para una fiesta de antiguos alumnos.

-Isabel… sabes que cualquier cosa te sienta bien.-me mordí la lengua después de aquello, pensando que había mostrado demasiado mis sentimientos. Pero o bien ella lo ignoró, o lo disimuló muy bien.

-Si claro. Tu que me ves con buenos ojos.-y dicho esto me besó en la mejilla. No era un beso romántico, sino más bien uno amistoso. Pero a mi me hizo temblar de pies a cabeza. Notaba en mi mejilla la calidez de su saliva. Aquel momento se hizo eterno. La presión de sus labios sobre mi piel. El aire de su respiración. Su cuerpo rozando el mío. "Que esto no termine nunca Señor. Que no termine". Por supuesto que terminó.

  • Bueno, ¿que me dices? ¿Me acompañas?- se mostraba risueña. Estaba claro que no esperaba un no como respuesta.

-Por supuesto. No tengo nada mejor que hacer.- e intenté sonreír, para quitarle importáncia al asunto.

-Gracias. Espero que seas sincero por eso. No quiero comprarme algo que me quede mal.

Empezamos a andar en dirección a la parada de autobús, o eso creo, ya que no estaba en ese mundo. Tan solo seguía su esbelta silueta por entre la muchedumbre que se agolpaba en las calles. El sonido de los vehículos al pasar me era indiferente y distante. Las conversaciones que había a mi alrededor eran un ligero murmullo apenas audible.

Tardé cerca de veinte minutos en despertar de aquel sueño. Me encontré subido en el autobús, de camino a Glorias, un centro comercial que hay en la avenida de las Glorias. Me disculparan que lo llame así, aún cuando tiene hoy en día otro nombre, pero la historia ocurrió hace ya tiempo, y para mí, realmente, aquel lugar fue el principio de mi único momento de Gloria.

Nos dirigimos a distintas tiendas, donde ella fue probándose distintas piezas de ropa. Pantalones, camisas, camisetas, faldas, tops, incluso algunos sombreros. Me sentía afortunado por estar allí, con ella. Aunque solo fuera por unas horas, aquello era lo mejor que me había ocurrido jamás. Finalmente había calmado mi nerviosismo, y lograba recomendarle las mejores piezas de ropa. Cierto que todo cuanto ponía sobre aquel cuerpo escultural le sentaba bien, pero yo intuía que es lo que ella prefería, que era más de su agrado. Por ello intenté no defraudarla.

Pasamos más de tres horas comprando. Finalmente, nos despedimos. Me sentí abatido, y emprendí el camino de regreso a mi casa. Arrastraba los pies, y estuve así durante las más de dos horas que anduve, hasta llegar a mi puerta, abrir, y echarme a llorar sobre mi cama.

Me despertó el alba. Un ligero rallo de sol se filtraba por entre las cortinas corridas, como si fuera un rallo de esperanza en mi gris vida. Y la verdad, es que quizás fuera eso una señal de lo que iba a conseguir.

Al llegar a la universidad, me senté donde siempre. Pero antes de la llegada de mis mejores amigos, llegó Isabel, maravillosa como siempre, y viéndome al final, vino a sentarse a mi lado. Me dio dos besos en la mejilla, y azorado por aquella reacción, tardé en corresponderle con dos más.

La clase de derecho tributario se presentaba realmente aburrida. Pero su inesperada llegada hizo que todo careciese de importáncia. Mis compañeros, al llegar, y viéndome a su lado, rieron por lo bajito, y me echaron miradas cómplices. Intenté ignorarlos, pero estuve preocupado por que ella se hubiera dado cuenta.

Llevábamos más de veinte minutos de clase, durante los cuales ella parecía atenta, e incluso formulaba preguntas, mientras que yo estaba atento a cada uno de sus movimientos, a cada uno de sus gestos y de sus palabras. La miraba de reojo, para evitar que se diera cuenta, y si en algún momento se giraba para decirme algo, o solo para mirarme, yo instintivamente giraba la cabeza, enrojeciendo, según me dijo ella más tarde.

De pronto, me susurró unas palabras, muy bajitas, para que nadie pudiera oírlas:

-¿Saldrías a dar un paseo conmigo?

Creo que me pilló tan por sorpresa, que estuve con la boca abierta durante horas. O quizás solo segundos. Cuando al final logré girar la cabeza, y mirarla, directamente a los ojos, esos ojos que siempre fueron realmente el portal de su alma, observé que no hacía mofa, sino que hablaba en serio.

-¿Pe… Perdón?

  • ¿Querrías salir a tomar algo conmigo? ¿Acompañarme a dar una vuelta?

-Esto… I…, Isabel,… yo….

  • Oh, lo siento. Tranquilo, no estoy ofendida. Es normal que te guste otra. No tienes que decirme que no.- su voz se había tornado lastimosa. Parecía apunto de llorar. Había girado el rostro, quizás con alguna lágrima por su mejilla.

-Isa, la verdad es que… -le dije, tomando su mano izquierda- es lo único que deseo en el mundo.- al oír estas palabras se giró de golpe. Una gran sonrisa asomaba en su rostro. "Dios, pensé, está realmente hermosa". Sus ojos verdes e inmensos húmedos, una franca y blanca sonrisa, dirigida a mí. "Esto debe ser el Paraíso. ¿Habré muerto y estaré soñando?"

El apretón que dio en mi mano me confirmó que aquello era la realidad. No nos dijimos nada más durante toda la clase. Me pareció realmente larga. Al terminar, no dudé ni un momento en salir de clase, seguido de Isabel. Salí de la universidad, con ganas de gritar lo feliz que era. Pero al salir, me giré, y estuve a punto de lanzarme a besarla. Lo habría hecho, de no ser porque ella se lanzó a mis brazos, y noté sus dulces labios sobre los míos. Tan solo fue unos segundos. Tan solo con los labios. El mejor beso que alguien pueda recibir. Recuerdo aún el suave roce, y puedo recordar el sabor de aquellos labios que hoy añoro.

Al separarnos, abrí los ojos, temiendo que todo hubiera sido un sueño. Que desapareciera entre las brumas. Pero allí estaba. Seguía sonriendo, y en sus ojos estaba aquel amago de sonrisa que siempre me ha acompañado.

Ya nada importaba. Ella y yo. Yo y ella. Juntos. ¿Acaso puede haber algo más maravilloso? Imposible. La felicidad inundaba mi ser. Y sé que también el suyo. A partir de aquel entonces pude realmente decir que la amaba. Y ella me amaba a mí.

Aquel mismo día salimos. Dejamos las clases, para pasear juntos, cogidos de la mano. Al rememorar aquellos momentos los pelos de mi brazo siguen erizándose. Noto el contacto con sus morenas manos. Sus uñas perfectamente recortadas y sin pintar pellizcándome cuando decía alguna estupidez. Como una brisa pasa aún entre mis oídos su risa dulce. Dios, como la hecho de menos.

Durante todo el día estuvimos paseando. No importaba donde. Tan solo juntos. Recorrimos media Barcelona. O quizás no más de cien metros. Cada instante con ella resultaba tan maravilloso, que perdí la noción del tiempo y el espacio. Estar un solo segundo separado de ella me parecía un infierno. Un imposible. Sabía que si me separaba de ella pasaría cada instante despierto y nervioso, anhelando volver a verla. Por ese motivo me atreví a formularle una pregunta:

-Isa, ¿se que es muy pronto, pero quieres dormir en mi casa?

-Guille, no se. Creo que es mejor que no todavía.

-No te pido nada más que poder estar contigo esta noche. Solo sentir tu preséncia y poder verte.

-¿Sin sexo?

-No pienso en eso cuando estoy contigo. Es algo más que una atracción física. Eso es secundario. Te amo. Solo estar juntos. Lo juro.

Aquella sigue siendo la mejor noche que recuerdo. Mientras Frank Sinatra cantaba "Like someone in love", que se convirtió en nuestra canción, cenamos a la luz de las velas. Una cena improvisada con lo que había encontrado en la nevera. Pero no tenía apetito. Simplemente mirarla me abstraía del mundo. Sus ojos. Aquellos ojos imborrables. Sonreía ella, tímida.

Al dormir, apoyó su cabeza sobre mi hombro. Aspiré el olor de su pelo. Suave fragancia de rosas. O quizás no. No soy versado en perfumes. La abracé con todas mis fuerzas, temiendo aún que pudiera marcharse durante la noche y dejarme solo. Nos besamos apasionadamente, deseándonos buenas noches.

Los días que sucedieron a este, las semanas y los meses pasaron como un idilio. Era el Paraíso, sin lugar a dudas. Cada día verla y saber que podría besarla. La vida se había detenido por completo. El resto no era nada. Polvo. Cierto es que seguimos saliendo con nuestras amistades. Pero era algo exterior. Nuestro amor era demasiado fuerte para que el resto importara. Al volver a ver aquellas noches, una opresión destroza mi pecho. Las noches que paso encerrado no me ayudan.

Fue al cabo de dos meses de estar juntos, cuando, sin quererlo, sin desearlo, acabamos haciendo el amor. No fue sexo. Fue realmente amor lo que compartimos aquella noche, y muchas que se sucederían. No buscamos nunca satisfacer nuestro apetito sexual. Era la culminación del amor que sentíamos el uno por el otro.

Al regresar un sábado, ya no recuerdo el día, de una maravillosa noche en un local nocturno que ya no recuerdo, le ofrecí que subiera a pasar la noche a mi casa, cosa que no dudó.

Quizás fue el contraste entre el calor del interior y el frío nocturno, tal vez el alcohol que teníamos dentro, o tal vez solo fue demostrar hasta que punto nos amábamos el uno al otro.

Al dirigirme al dormitorio, para cambiarme de ropa, ella se acercó por detrás, me abrazó con sus hermosos brazos, y haciéndome girar la cabeza, posé mis labios en los suyos. No era la primera vez que tenía una erección con ella delante, pero esta vez fue distinto.

-Isa, la verdad, es que…- cortó mi frase a medias, posando un dedo sobre mi boca. Nos miramos durante lo que me pareció una eternidad, directamente a los ojos. Luego, mis brazos la abrazaron, mientras volvíamos a besarnos. "Te quiero" me susurró, antes de dirigirme hacia la cama.

Su camisa blanca fue desabrochándose lentamente. Me quedé con la mirada fija en su rostro. Ella, sonreía, como siempre. Siempre tuvo una sonrisa para mí. Bajo la camisa, un sujetador blanco, contrastaba con su morena piel. Sus pechos, me parecieron más grandes que nunca. Su belleza aumentaba a cada segundo. Lentamente, me quité el jersey, y luego la camisa. No dijimos ni una palabra en todo aquel rato. Ella me contempló. Y yo a ella. Luego, sin más, nuestras prendas de ropa desaparecieron de nuestros cuerpos. Me encontré abrazado a la mujer que amaba. Completamente desnudos ambos.

"Like someone in love", empezaba a sonar de fondo. Mis manos recorrieron su cuerpo. Desde su cuello largo y magnífico, hasta sus pechos, grandes y pesados, con unos pezones tan solo un tanto más oscuros que su piel, redondos.

-Maravillosa. Eres maravillosa Isa.

-He esperado este momento toda mi vida. Quiero compartir lo mejor de mí con el hombre al que amo.

"Like someone in love". Mientras me ponía un preservativo, ella seguía tumbada, apoyada en la cabecera de la cama. Sonriendo. Al terminar, abrió los brazos, pidiéndome que fuera hacia ella. La abracé. Cubrí su cuerpo de besos, y ella me correspondió. La luz que se filtraba desde el comedor iluminaba la escena. Su belleza escultural, pulida, su piel morena, en contraste con mi piel blanca, mi cuerpo basto, delgado.

"Cielos Isabel, recuerdo como si fuera ayer aquella noche". Sin separar mis labios de los suyos, abrí sus magníficas piernas. Noté que estaba mojada, excitada, pero no más que yo. Lentamente, para disfrutar de aquel momento, introduje mi pene en su coño. Muy lentamente. Gimió al empezar la penetración. Con un gemido venido de muy lejos. Desde lo más profundo de su garganta. Un gemido de satisfacción. Yo tan solo mascullé un ligero "dioses". Sus piernas se cerraron entorno a mí. Mis manos entorno a sus pechos. Con pausa, empecé a ir adelante y atrás. Estaba penetrando en un mundo de calor, placer y amor. Besar sus labios seguía siendo mi único propósito. Mi único pensamiento. Pero el resto de mi cuerpo iba por libre. Mis manos, cerradas entorno a sus pechos, con los dedos pellizcando la aureola de sus pezones. Mi pene entrando una y otra vez.

Ella tenía la espalda apoyada en la cabecera de la cama, y estaba sentada sobre la cama. Yo estaba de rodillas, y había levantado un poco su cuerpo para poder penetrarla mejor.

Sus gemidos de placer fueron en aumento. Ahora eran más seguidos. Sus brazos rodeaban mi cabeza, y en algunos momentos arañaban la piel de mi espalda. Para no gritar, en ocasiones llevaba su cabeza hasta mi espalda, y me mordía. Luego besaba la herida que había dejado.

Sus piernas, marcaban ahora mi ritmo. Mi penetración iba de acuerdo con sus movimientos. Sus pies, fríos, se clavaban en mis caderas. Aceleró el ritmo. Sentí que algo provenía de mis entrañas. Pero pude reprimirlo, haciendo acopio de todas mis fuerzas.

"Te amo, te amo, te amo…" me susurraba continuamente, antes de volver a gemir. Se vino sin avisar. Noté las contracciones de su cuerpo. Se separó un poco de mi, para estirarse como un bello animal, tirando hacia atrás su cabeza. Su cabello caía espeso sobre sus hombros.

-Guillermo, no pares… por favor…hazme tuya…oooh por dios… .

-Tranquila. Tu solo marca… el… aah…ritmo…ufff.

Estuvimos más de cinco minutos en esa posición, hasta que ella paró. De golpe. Sus piernas se soltaron. La presión de sus pies sobre mis caderas cedió. Sorprendido, la miré. Sus ojos me decía "espera y verás". Me abrazó y me besó, con mayor pasión si puede.

-Ponte tú contra la cabecera, y marcare el ritmo-dijo, con una pícara sonrisa. No protesté. Estaba a su merced.

Ágilmente, al apoyar mi espalda contra la cabecera, y acomodarme, sacando la ropa de la cama, ella, subió sobre mi. Se puso de cuclillas, e introdujo mi pene de nuevo en ese mundo maravilloso. Gimió a cada centímetro que entró en ella. Casi lo introdujo completo. Y empezó a subir y bajar. Yo cada vez sentía más y más placer ante aquello. No sabía si aguantaría mucho más. Una de mis manos agarró de nuevo sus pechos, y los acarició y amasó, mientras la otra cogía fuertemente su cintura. Mientras, mis ojos estaban fijos en los suyos, ora entornados, otrora abiertos. Al abrirlos, la transparencia de aquel verde me miraba, y me hacía sentir la persona más feliz del mundo.

De nuevo ella se vino. El orgasmo fue repentino, o al menos eso me pareció. Sus gemidos aumentaron de intensidad, mientras se desplomaba sobre mí, sin dejar de mover su pelvis. Besé sus labios con avidez.

Y empecé a notar que aquello que intentaba retardar era inevitable. Apreté los dientes, e hice toda la fuerza que pude para resistir, pero aquella maravillosa mujer no se detenía, y aceleraba el ritmo, de forma que, sin quererlo, empecé a correrme dentro del preservativo. Fue una larga corrida. Sin duda la más larga y placentera que he tenido en mi vida. Entonces si que gemí. Me moví para acompasar mis movimientos con los suyos, hasta que, exhausto, sudoroso, acabé por dejar de moverme, y ella, en iguales condiciones cayó sobre mí, con su respiración agitada. Pero no pude evitar besarla.

-Isa, no sabes hasta que punto te amo.- al decir esto una lágrima recorrió mi mejilla.

-Puedo imaginarlo, porque te amo incluso más.-Y nos fundimos en un beso.

Un año después de aquello, seguíamos estando juntos. Le había pedido para que se casara conmigo.

Pero un accidente de tráfico le quitó la vida. La separó de mí. Dios me robó lo único que me importaba en el mundo.

Por ello espero que comprendan al leer esta larga carta que, el lanzarme desde una ventana al terminar de escribirla, y dejarla como nota de suicidio tiene un sentido. Si un mes encerrado en mi casa, recordándola, no ha servido de nada, es imposible que me recupere. Así pues, cojo el camino de los cobardes, y salgo a tomar el aire. Espero reunirme con ella más allá, o terminar de una vez mi sufrimiento.

A quienes lean esto, posiblemente policías,

les deseo una buena vida.

Guillermo.

P.S: Quiten el CD de Frank Sinatra del reproductor y apáguenlo, por favor.