La Crisis 15
Por fin Sara y Ana, comienzan a conocer los placeres de Lesbos
¿Así que hace rato que me habías echado el ojo y lo disimulabas?
Pues sí, pero date cuenta que no era honesto que me aprovechara de ti, por eso en los apuntes que me rompiste, no podía poner nada de esto.
Uhm… ¿me sigues reprochando que te los haya roto? Los podemos componer con la base de estos apuntes.
No que va; y no te reprocho nada, si gracias a ti terminamos de esta manera, qué más puedo pedir.
¿No se? Quizá sacarte esas ganas que leí, que querías hacerme no sé qué, a mí también me da ganas de hacerte cosas y no sé cuáles son.
Pues vamos a tener que averiguar entre las dos de que tenemos ganas.
-El baño estaba agradable, que me mirara con tanto descaro me empezó a gustar, pasaba las manos por mi cuerpo mostrándome voluptuosa, y la miraba con una sonrisa pícara. -Se levantó y vino hacia mí.
- Pues yo ahora tengo ganas de darte un beso y borrarte esa sonrisita de psicóloga creída, de paso te doy un masaje en los hombros, leí que es muy relajante. – diciendo eso me empezó a pasar las manos por los hombros, el cuello, más que masajes eran caricias.
– Eres tan hermosa; no sé lo que voy a hacer contigo…, de verdad no lo sé.
Mi cabecita pensaba, “pues mañana cuando volvamos de la fiesta te voy a enseñar lo que puedes hacer conmigo, y vas a saber lo que yo voy a hacer contigo” me tiró la cabeza para atrás y se prendió de mi boca con una pasión que me sofoco, sus labios comían los míos, y aunque yo estaba abajo era ella la que absorbía mi saliva. Me dejó con la cabeza reclinada en la bañera.
– Anda termina que voy a buscar una toalla de baño. – me dijo agitada
Me quedé recuperando el aliento, preguntándome cómo iba hacer para aguantar hasta mañana, cuando entra con la toalla en la mano.
– Eh, ¿piensas quedarte en remojo todo el día?, anda párate que te seco.
La miré extrañada pero no dije nada, si me quería ver desnuda más tiempo, no me importaba; me paré y me envolvió en la toalla.
– Ven que te seco en la cama, tu solamente descansa que yo cuido de ti.
Metió las manos bajo mi culo y me levantó, abrace su cintura con mis piernas mientras me sostenía de su cuello, no sé qué idea tenía de lo que es descanso, me acostó en la cama con suavidad, y empezó a secarme el cuello, cuando pasó la toalla por mis senos estos estaban hinchados, mis pezones estaban firmes, paso por ellos, y no pude evitar soltar un gemido mudo.
- ¿Te hice daño, quieres que pare? – preguntó
– No, sigue por favor. – conteste mirándola a los ojos.
Separó la toalla y se quedó mirándome fascinada, no tengo las mejores tetas del mundo, pero pareciera que para ella si lo eran.
– Eres tan hermosa, no sé qué me pasa, ¿ves? Me dan ganas de hacerte cosas, me gustaría ser una bebita y mamar de tus tetas, se ven tan hermosas; de verdad, no sé qué voy a hacer contigo.
– Se una bebita, mi bebita y mámame todo lo que quieras, son para ti. - no aguantaba más.
Me miró con lujuria, fue acercándose a mis labios, y los besó con ternura, siguió pasándolos por mi cara, su lengua en mi cuello le daba una temperatura volcánica a mi cuerpo, parece que la sintió, porque tomo entusiasmo, fue bajando hasta el comienzo de mis senos, me volvió a mirar cómo pidiendo permiso; empuje su cabeza hacía ellos, tome uno de la base y se lo aproxime a la boca, lo tomó con sus labios con delicadeza cómo si fuera un adorno caro que tenía que tratar con cuidado para que no se rompiera.
La apreté más contra mí, mis pezones se endurecieron al sentir su aliento. Cuando me los acarició con su lengua, una sensación de éxtasis, hizo vibrar todo mi cuerpo, me los mordía con los labios y chupaba cómo si pudiera amamantarse de ellos.
Pasé mis manos por debajo de su camiseta y le acariciaba la espalda, las fui bajando hasta meterlas debajo de su pantaloncito, apretaba su culo con fuerza, gimió, no sé si de dolor o de gusto, se lo acariciaba, rodeaba sus nalgas y la apretaba contra mí.
– Ana no aguanto más te deseo, por favor mi amor. – exclame perdida en mi calentura.
– Dime lo que quieres que haga, quiero hacer todo lo que tú me pidas.
– Ahí me di cuenta que estaba siendo bastante egoísta, que pensaba solamente en mi placer, y ella quería esmerarse en dármelo, pero no sabía.
– Amor por favor, déjame sacarte la camiseta.
– Sara, no te gustó como lo hice. – me preguntó aprensiva.
– Cielo lo hiciste muy bien, pero yo también quiero que sientas lo que me haces sentir, por favor quítate la ropa, quiero verte desnuda como estoy yo.
Se apresuró a desnudarse; (era una diosa) se acostó a mi lado y se abandonó a mis besos.
No es que yo fuera una experta en sexología, pero alguna película lésbica había visto.
Le recorrí el cuello, mordí sus lóbulos, le metí la lengua en su oído, le dio cosquillas y soltó una risita mientras se estremecía. Le amasaba los senos con mis manos, con la palma acariciaba sus puntitas, las apreté entre mis dedos, mientras oía sus gemidos que me volvían loca
Bajé con mi boca a por ellos, los recorría con mi lengua, olía su aroma y ahí quería perderme. Volví besándola a su boca, me volqué sobre ella, nuestros pechos se acariciaban, mientras nuestros labios se comían mutuamente. Mi mano bajaba lentamente, siguiendo el camino que me conducía a su tesoro.
Me encerró entre sus brazos apretándome fuertemente haciendo que nuestro aliento fuera uno solo, llegué a su pubis, y avance pasando mis dedos por sus labios lo que le provocó un gemido que aspire con fruición. Me envalentone al notar su aceptación y con el dedo corazón fui entreabriendo el camino hasta llegar al botón que desencadenaría su placer.
Ahora sus gemidos eran cada vez más fuertes, clavaba sus uñas en mi espalda y recorría mi cuello a besos, iba a mojar mis dedos con saliva para lubricarlos, pero al llegar a su entradita sus fluidos los mojaron cómo para que no tuviera necesidad. Subí hasta su clítoris y lo rodee con toda suavidad, le di un tenue pellizco con mis yemas en su puntita que provoco un suspiro desde el fondo de sus pulmones, levanto la cara para tomar aire, y aproveche a unir mis labios con los suyos, y recorrer con mi lengua todo su paladar. Mi palma se deslizaba por su vagina, mientras mi dedo pulgar seguía jugando con ese montecito adorable.
– Sara mi amor ¿Qué me haces?
– ¿Quieres que pare?
– No, no pares por favor – mientras se movía buscando más presión de mi mano – mi amor, tengo miedo de hacerme pis, siento que me viene algo, cielo no sé qué es… pero ya no aguanto… perdóname… pero me vengo… y no quiero que pares.
– Deja que venga lo que sea, tu disfruta nada más, verás que es esa cosa que estabas deseando – seguí frotando el clítoris con un poco más de fuerza, rodeándolo con los dedos, ella empujaba espasmódicamente, no lo hacía porque lo pensara, su cuerpo la dominaba y buscaba el placer que necesitaba, sus gemidos se volvieron escandalosos, besaba mi cara, mi cuello, mis hombros, completamente ida, ahora usaba toda mi mano refregando con suavidad, pero con más rapidez todo su coñito; en medio de convulsiones se corrió copiosamente, ahogando un grito en mi cuello, que buena marca me dejaría.
Su cuerpo sudado se veía brilloso, respiraba con los ojos cerrados buscando el aire que se había llevado ese orgasmo. De a poco recupero la compostura, me miró con una mirada achinada, me acarició sin decir nada, la vi tan tranquila que no me di cuenta lo que iba a hacer.
De golpe me quitó de encima y salto sobre mí. me besó con lujuria, su lengua me devolvía los lametones que le había propinado.
– Sara, eso fue maravilloso, tú también lo tienes que sentir, y tengo que ser yo quien te lo haga sentir, soy yo la que tiene que hacerte gozar cómo me hiciste gozar a mí.
Volvió a mis pechos, los besaba, los mamaba, los surcaba con la lengua como si fuera el mejor postre. Deslizo su mano por mi vientre, pero fue sin escalas a mi vagina, enseguida encontró mi punto. Estaba entusiasmada, se despegó un poco para mirarme a los ojos, los míos creo que despedían fuego con el calentón que tenía. Frotaba con suavidad toda mi rajita y eso me desarmaba y se ve que lo notaba en mi cara porque una sonrisa pícara se le asomaba.
– Anita, méteme algún dedito mi cielo y lo mueves. – se me quedo mirando.
- ¿Y tú porque no me lo metiste a mí? – preguntó.
– Mi amor, tu todavía eres virgen.
– Uhm…, eso lo vamos a tener que arreglar.
De ahí en más, me penetró primero con un dedo, cuando vio que entraba con facilidad, incorporó otro haciéndolos entrar y salir rápidamente sin descuidar los mimitos a mi clítoris.
. – Cariño, no tan rápido.
. - ¿Qué, te hago daño?
. – No, pero quiero que dure un poco más.
Bajo la intensidad mientras me comía a besos, yo no hacía más que buscar el aliento en su boca, la sujetaba contra mí, quería contenerme, pero ya mi cuerpo se desbocó, clave mis dedos en su culo, mientras la levantaba con mi pelvis y me corría como no me imaginaba que pudiera hacerlo.
Se salió de arriba mío mientras me acariciaba
- ¿Lo hice bien, estas bien? Me preguntó como si estuviera rindiendo un examen.
– Si mi amor, estoy bien, y no lo podías hacer mejor, eres maravillosa.
– Anda eres una adulona, estoy segura que no te hice sentir ni la mitad de lo que sentí yo contigo.
– Tonta, el día que lo hagas mejor, me matas del gusto.
La atraje y acomodó su cara contra mi cuello, cruzó sus piernas con las mías, y así quedamos abrazadas. Le acariciaba el pelo y ella se rozaba contra mi cara, estábamos calladas, seguramente dándonos cuenta de la intensidad de lo que habíamos hecho.
– Sabes, - rompió el silencio – mi cuerpo es más listo que yo.
– Tu cuerpo es tuyo no puede ser más listo que tú.
– Si, yo creo que sí, yo tengo que aprender las cosas, las tengo que pensar, mi cuerpo no las piensa, las siente, las sabe.
- ¿Por qué lo dices?
. – Yo no tuve ocasión de aprender de esto, de sexo, y cuando te besaba, siempre pensaba que me faltaba algo, cuando me abrazabas y me acariciabas el culo, me gustaba, pero pensaba que tenía que haber algo más, y mi cuerpo lo sabía y era esto. Sara, hace mucho que te quiero con toda el alma, pero ahora te siento mía, y yo me siento tuya y así me quiero sentir.
– Y así es como te debes sentir, porque así somos, la una para la otra y así tenemos que ser.
– Fue maravilloso; supongo que la primera vez es la mejor.
– No necesariamente, para mí por lo menos no lo fue.
- ¿Cuándo fue tu mejor vez?
– La última, y quisiera que siempre fuera la última.
Nos abrazamos fuerte y entre caricias nos quedamos dormidas.
No sé lo que estaba soñando, pero entresueños sentía unos labios acariciando los míos, era una sensación tan placentera que no quería abrir los ojos, por miedo a que se difuminara. Me deje estar hasta que sentí una lengua abrirse paso entre ellos, los abrí dejando que se enredara con la mía en una lucha que estaba dispuesta a perder.
- ¿Siempre voy a tener que despertarte así?
– Es la mejor forma para que no me cueste despertarme, aunque no me va a gustar levantarme.
– Pues ahora te vas a tener que levantar, vamos que tienes que cenar, seguro que andas con hambre y yo te quiero satisfecha y fuerte.
– Uhm… ¿y si te quedas un poquito conmigo? – pregunté mimosa.
– Contigo me voy a quedar toda la noche, así que ahora a la cena, ¿vas sola o te llevo?
– Me estas saliendo muy mandona, mejor voy sola.
Me dio una bata, ya que me había quedado desnuda después de nuestra sesión de sexo. Me la puse y pasé al comedor. Estaba la mesa puesta para las dos, me senté y fue a buscar la comida, apareció con una fuente de fideos con no sé qué salsa, sobre la mesa, una botella de vino acompañaba el menú.
– Pensé que ibas a pedir comida hecha, te levantaste enseguida, ¿no es cierto?
– Si, a pesar que tenía ganas de acompañarte, pero no era yo la que estuvo trabajando desde ayer sin dormir. Lo menos que podía hacer es tenerte una comida decente.
– Me vas a volver haragana si vas a mimarme así.
– Pues voy a mimarte así, es lógico que si tú sales a trabajar, yo me ocupe de la casa para que tu descanses cuando llegas, te necesito descansada a la noche. – dijo riendo
– Ana ese es un pensamiento machista, tu no vas a estar enterrada aquí en casa; también tienes vida propia y tienes que hacer tus cosas, aquí en casa vamos a hacer todo entre las dos.
- ¿Y qué cosas se supone que tengo que hacer, aparte de cuidar de ti?
– Pues mira, yo pienso que tienes que terminar el bachillerato, lo puedes cursar a distancia, para no ir todos los días. Tiene que ser con orientación al arte, y si podemos, buscar una academia de pintura por si tienes que pulir tu estilo, ¿qué te parece?
– Si tú lo dices está bien.
– No Ana, no; la que tiene que decidir tu vida eres tú, yo te quiero y quiero ser parte de ella, pero tú tienes que hacer lo que tu vocación te pide, eso no va a hacernos querer ni más ni menos, al contrario, para mí sería un orgullo estar de novia con una pintora famosa.
– ¿Y si no llego a ser famosa?
– Para mí vas a ser siempre famosa, nadie me podría pintar el culo tan lindo como tú. - riéndome
– Pues espero que nadie tenga la oportunidad de vértelo, ese placer es para mí solamente.
– Cuando tú lo pintaste no me lo habías visto por eso salió tan bien.
– Si lo tuviera que pintar ahora saldría mucho mejor.
– Eres una exagerada, pero bueno, ¿Qué te parece eso de ir a estudiar, te gusta? Si lo haces, es porque tengas ganas de hacerlo, si lo haces nada más que porque me gusta a mí, te va costar demasiado y seguro que te va a salir mal.
– Te comprendo, lo que pasa que de pequeña me hicieron estudiar un montón de cosas, y a mí lo que me gustaba era pintar, eso era lo mío, pero tienes razón, tengo que terminar el bachillerato si quiero hacer carrera con cualquier cosa, pero igual voy a tener tiempo de cuidarte.
– Va a ver tiempo de cuidarnos, y de hacer las cosas para las dos, ahora no estás sola para nada.
- ¡Si! No estoy sola, desde que estuviste cerca ya no me sentí tan sola, pero ahora parece que mi mundo está lleno, lleno de ti, y quiero que siga estándolo toda la vida.
– Y lo vas a estar, porque tú también llenas mi soledad, y quiero que la sigas llenando.
Nos levantamos de la mesa y nos besamos. Fuimos hasta el sillón de la sala besándonos, nos sentamos juntitas acariciándonos, las manos recorrían nuestros cuerpos, y los labios saltaban jugando entre ellos, mi termómetro interior ya estaba pitando, cuando le pregunté.
-Ana, ¿nunca te explicaron nada sobre el sexo?
-No, siempre fui a institutos muy cerrados, de esto no se hablaba, los últimos tres años los pasé en Suiza en un internado, me enseñaron muchas cosas, pero de esto nada.
-Pero ¿Cuándo te bajó tu primera regla, que te dijeron?
Se quedó mirándome con una cara de angustia, que me hizo arrepentir haberle hecho esa pregunta.
-Mi primera regla me salvó la vida, - hizo una pausa - fue ese día cuando me vino – le costaba contar esa parte de su pasado - mi mama me hizo quedar en casa, porque tenía que venir una monja a explicarme todo, por eso no volví con mi hermana.
-Ana perdóname, no pretendía hacerte recordar ese momento, anda déjame besarte que quiero borrarte todos tus viejos recuerdos.
-Si bésame, así me das recuerdos nuevos para más adelante.
Nos acariciamos, nuestros labios se llamaban sin sonidos, nuestras lenguas danzaban un ballet no escrito, con la coreografía más hermosa que pudiéramos representar, en el escenario de nuestras bocas.
- ¿Cada cuánto se puede hacer lo de esta tarde? –preguntó entre jadeos.
– Cada cuanto tengamos ganas.
– Yo no sé tú, pero yo… no se…pero creo que tengo muchas ganas.
– Sabes, yo también creo que tengo muchas ganas, que te parece si vamos al dormitorio.
Se levantó apurada arrastrándome, apenas cerrar, me abrazó contra la puerta y se prendió a mis labios cómo si estuviera sedienta de ellos. La fui empujando contra la cama, mis manos recorrían su espalda por debajo de la camiseta que llevaba, la fui subiendo hasta que tuve que dejar sus labios para poder sacarla.
No tenía sujetador, sus senos saltaron hacía mi cómo ofreciéndose, duros, turgentes, sus areolas ligeramente amarronadas se destacaban de la blancura de estos, dejando que sus pezones rosados me apuntaran atrayéndome cómo un imán al hierro, y aunque yo no era de hierro sentía su atracción y me rendía a ellos.
Mientras tanto, tampoco se quedó quieta, fue corriendo mi bata hasta que esta, cayo dejándome completamente desnuda, pasó su mano por mis pezones que en ese momento estaban mostrando escandalosamente mi calentura, haciéndome gemir de gusto.
La fui reclinando hasta quedar acostada arriba de ella, mi cuerpo se acoplo al suyo y solo su tanga nos separaba, deje sus pechos y bajé besando su vientre, juguetee en su ombligo y sentí su estremecimiento, metí mi mano bajo su prenda y cuando llegué a su cuevita noté como estaba empapada. La acaricie y cerró los ojos abandonándose al placer. Subí nuevamente a su boca y la besé con pasión.
– Mi vida, estás demasiado vestida, creo que voy a tener que desnudarte yo.
– Haz lo que quieras, mi amor.
Volví a bajar por su cuerpo recorriéndolo con mi lengua, mordí con mis labios sus pezones y eso la desesperaba, acariciaba su cintura, enganche su tanga con los pulgares y fui bajándola mientras mis besos seguían el mismo camino, baje por sus piernas y se la saqué, tomé el camino de regreso.
Llegué a su vagina y separé sus piernas me quedé mirándola obnubilada, era hermosa, (no es que haya visto otras, así de tan cerca) y saber que nadie había profanado esa joyita me enardecía,
Su aroma me parecía exquisito, lo disfruté y aproximé mis labios a su coñito, lo besé con fruición.
Pegó un saltito, y fue como si abrieran las puertas para entrar al ruedo, separe sus labios y quedo descubierto su botoncito, bien chulo, me llamaba y allí fui, empecé a acariciarlo con la lengua, lo rodeaba, le daba pequeños golpecitos con la puntita, Ana no se podía tener quieta, se ve que era cierto que su cuerpo era más sabio que ella y en ese momento pedía más, y yo le iba a dar más, recorrí todo lo que había para recorrer, lamiendo, chupando todo a mi paso.
Tenía a Ana sujetada de las nalgas, me acariciaba la cara llevándome hasta su centro cuando quería desviarme hasta su ingle, estaba desesperada y lo demostraba, gemía y me miraba como no creyendo lo que veía y lo que sentía. Llegué a su entradita y decidí quedarme allí. La penetré con la lengua y llegó a mis papilas el maravilloso gusto a ella, no podía definir a que sabía, pero sí que era maravilloso.
Seguí horadando ese coñito virgen, metía la lengua lo más que me daba y sentía su desespero.
No quise hacerla esperar más, comencé a pasar suavemente mis dedos por su clítoris mientras seguía lamiendo su vagina con entusiasmo.
Un gruñido salió de su garganta, empezó a gritar.
. – Sara quítate que me corro, (yo ni caso) quítate que me voy a correr, -se revolvía frenética- ¿quieres que me corra así? aahhh… ¿me dejas correrme así? –seguía con lo mío - por favor déjame correrme no me aguanto más ahaaaj……
Sentí sus espasmos y una riada de savia inundó mi boca, no quería que se perdiera nada, quería solazarme en su gusto, sus jugos eran el néctar que estaba deseando y eran míos, para mí y nadie más.
Cuando al fin fue serenándose, toda la tensión desapareció de su cuerpo, chupé todo, no quería desperdiciar nada, lamí hasta dejar todo limpito, subí besándolo hasta llegar a su boca, no me atreví a besarla, quizá a ella no le interesaba besar una boca con gusto a coño, aunque sea el de ella.
Estaba desmadejada, respiraba como si terminara una maratón, me miró con los ojos semicerrados y me dijo con pena.
– Mi amor, no me pude aguantar, perdóname.
– Mi cielo, yo no quería que te aguantaras, ¿sabes? quería beber de ti, pensaba que ibas a gozar más que nunca, y eso solo, me hace gozar a mí. Ahora que lo noto, tienes un sabor de vicio, creo que me voy a volver adicta.
Me atrajo hacia su boca, y me beso con ternura mientras acariciaba mi cara, me dijo.
– En tu boca todos los sabores son de vicio, pero tengo muchas ganas de enterarme qué sabor tienes tú. – susurro en mi oído.
– No necesitas hacerlo si te da cosa, no lo hagas por mí.
– No lo voy hacer por ti, lo voy hacer por mí, deseo saber qué cosa me da.
Diciendo eso, comenzó a besarme el cuello, se entretuvo en mis senos, los mamaba con pasión.
Lo mío era un rio fluyendo, paso la mano por mi rajita y se dio cuenta del estado de excitación en que me tenía. Siguió bajando morosamente, haciendo de su lentitud un dulce tormento.
Me dio un mordisquito en el pubis, mientras su dedo dibujaba el contorno de mi entrada, aumentando mi locura. Apenas paso su lengua por mi clítoris, no aguante más, con un sonido gutural mi vagina expulsó todo lo que estaba reteniendo esperando a que llegara. Bajo su boca a mi abertura, absorbiendo todos mis jugos. Hubiese querido durar más, pero la calentura de cuando se lo hice a ella y sus mimos no me dejaron contenerme.
Ella también estaba muy excitada, porque siguió reconociendo todos mis rincones, me introducía la lengua como buscando cualquier resto que hubiese quedado. Me agarré las piernas por debajo de las rodillas ofreciéndole todo el espacio que quisiera.
Me encantaba que no le hubiera dado asco ni nada, más bien diría que le gustó, porque fue pasándome la lengua por toda mi vagina hasta volver a mi botoncito. No sé si pensó que era igual que mi pezón, porque los chuponcitos que me daba me hacían delirar, parecía que quería comérselo, introdujo dos dedos, dentro mío, mientras seguía lamiendo entusiastamente.
Tengo que reconocer que se daba maña, porque sin ningún tipo de experiencia me estaba llevando a un nuevo orgasmo, algo inédito para mí.
Estaba así expuesta con las piernas levantadas, y aprovechaba para hacer lo que le daba la gana, yo estaba en un estado de éxtasis que mi cuerpo iba por libre. Me abandoné al placer que me estaba dando y ya mis gemidos eran guturales.
– Ana, mi amor…me estas llevando de vuelta cariño, me estas matando de gusto.
Escuche su risita, mientras sus ojos me miraban con picardía; se estaba divirtiendo y yo estaba deseando que lo hiciera. Sentía sus dedos entrar y salir con un movimiento delicioso, mi corazón saltaba al ritmo de ellos, y yo ya no podía abrirme más.
Me abandone a mis instintos, al tiempo que sentía mi sangre correr por mis arterias focalizándose en mi vulva haciéndome sentir sus latidos, como si quisiera descargar toda mi lujuria por ahí.
¡Y si!; los músculos de mi vagina empezaron a contraerse apretando esos dedos invasores que tanto placer me daban, el estómago se me contraía, y un hormigueo descendía por mi abdomen convergiendo hacia mi centro.
Me corrí, me corrí con un orgasmo sin límites, sentí como Ana apoyó los labios en mi abertura, chupando todo lo que de ella salía, apenas podía respirar, el aire no me alcanzaba, medio atontada la sentí reptar por mi cuerpo dejando una estala de besos por el camino, se montó a caballo y me miro con una sonrisa.
– Y que tal, ¿estoy aprendiendo?
– Cariño, si llegas a aprender más te voy a durar poco.
– Entonces vamos a tener que dosificar más, quiero que me dures mucho.
– Por mí, no te preocupes, que si me quieres matar de esta manera te doy permiso.
– Si alguna vez quieres morir de esta manera buscare la forma de morir juntas.
– Me sacaste dos orgasmos seguidos, nunca me había pasado, te debo uno.
– Me alegra que haya sido conmigo, tengo que tener bien atendida a mi novia, para que no tenga que buscar cositas por ahí, pero si me debes uno ya me lo voy a cobrar.
- ¿Quieres que te lo page ahora?
– Como querer, quiero, pero estas cansada, y te quiero bien descansadita, a lo mejor también yo empiezo a tener los orgasmos a pares; me estas poniendo tonta, pero voy a esperar hasta mañana así te exprimo mejor.
– Mañana voy a ser yo la que te va a exprimir, y vaya jugo que te voy a sacar, quizá los pares sean pocos.
– Esa amenaza me gusta mucho. – expresó entre besos.
De verdad que, si hubiese querido, le haría el amor en ese momento, pero estaba agotada y entre besos y achuchones nos quedamos dormidas.
Me desperté a la hora de siempre, no tenía que ir a trabajar, pero por costumbre siempre me pasaba así, luego si me quedaba, podía dormir hasta el mediodía. Estaba de costado dormida con una sonrisa dibujada, quizá le duraba de anoche o quizá estaba soñando algo placentero.
Me levanté despacio para no despertarla, fui al baño, hice mis necesidades, y luego de darme una ducha, volví a la cama, seguía en su dulce sueño, levanté la sabana y me puse atrás de ella, admiré su culito que cada vez parecía más perfecto. No pude contenerme, tenía que besar esa preciosidad, separe sus nalgas y me zambullí en ese pozo de deseo. Pasé mi lengua por su ano, y sentí su estremecimiento, me entretuve jugando con su agujerito antes de seguir mi camino por su perineo, y llegar a su almejita.
Agarró sus rodillas y se puso en posición fetal, solo tuve que abrir sus labios y mi lengua se introducía en su intimidad. Escuchar sus suspiros era mi fuente de inspiración, quería todo de ella y como si me entendiera se giró un poco abriendo las piernas, ofreciéndose completamente a mis usos y abusos.
No se, quizá es que estaba en ayunas y no traía ningún sabor a cuestas, pero el aroma a sexo que quedo de la noche anterior me parecía el perfume más exquisito, el sabor de sus jugos era el néctar más deseado que me pudiera ocurrir.
Era la abeja que libaba de la flor más preciada, Ana se había abandonado a su sueño, la desperté así, pero tenía miedo que si abría los ojos se iba a encontrar con una realidad que no era la que estaba soñando, lamí, mordí, chupé, disfrutando del manjar que estaba degustando.
Apoyó los pies en la cama y se arqueó buscándome, mientras se abrían las compuertas de su deseo inundando mi boca. Bebí, bebí todo como si fuera la fuente de la vida, ¿y sí!, lo era, era la fuente de mi vida y quería saciar mi sed en ella.
Un sollozo escapó de su boca, me asusté, quizá le hice daño, subí hasta su cara, la miré, unas lágrimas corrían por ella.
– Mi amor ¿te hice daño? ¿no te gustó que te despertara así?
Me abrazó apretándome fuertemente, y me susurró.
– Por favor, no me dejes nunca, despiértame como quieras, pero no me dejes.
– Anita, no te voy a dejar, ¿no te das cuenta que te necesito – mientras secaba sus ojos a besos- mi vida, no me dejes tu porque te llevarías mi alma contigo.
– Nunca podría dejarte, no eres parte de mi vida, eres mi vida, sin ti no soy nada.
Perdí la oportunidad de provocarle dos orgasmos seguidos, pero sentí que no era ese el momento de hacer el amor, era el momento de amarnos.
Quedamos amarradas las dos intercambiando nuestra calidez.
Por no sé qué razón se me pasó toda la excitación sexual y solamente deseaba seguir sintiendo esa ternura que traspasaba mi piel dándome esa tibieza que inundaba mi cuerpo.
No sé el tiempo que quedamos así, pero estaba tan bien que no me daba ganas de separarme.
– Amor – me susurro al oído – tú me llevaste al cielo y yo todavía nada, quiero llevarte también.
– Mi Anita, no te das cuenta que estar a tu lado siempre es estar en el cielo.
– ¿De verdad no quieres que te lo haga? – preguntó con preocupación.
– Siempre voy a querer que me lo hagas, pero tenemos toda la vida, así que ahora vamos a desayunar, aunque yo ya me desayune con un rico conejito.
– A sí, pero yo me voy a quedar sin comer el conejito que me gusta a mí, eres tramposa.
– Si te gusta, ese conejo lo puedes tener en el almuerzo, la cena, o cuando se te dé la gana, que está esperando por ti y por nadie más. – le conteste riendo – pero ahora creo que mejor nos damos una ducha, porque tenemos un olor a coño que matamos.
– Si es por eso nada, a mí el olor a tu coño me gusta un montón.
– A mí el tuyo también, pero no es cuestión de atraer a los moscones.
Al fin optamos por ponernos una bata para desayunar, y luego darnos una ducha juguetona, y vestirnos para salir a hacer la compra.
Pasamos la mañana paseando y disfrutando nuestra compañía, comimos algo en un chiringuito, y a media tarde volvimos a prepararnos para la noche.
No se cómo llevó la culminación, pero supongo que para una página erótica hay que ponerle erotismo, espero estar a la altura necesaria.