La costa azul y sus placeres (segunda parte)

Rodrigo Dupont, escritor de 42 años, continúa sintiendo en sus carnes, por primera vez en su vida, lo que significa hacer un trío con una mujer y otro hombre. Primera parte, aquí: http://todorelatos.com/relato/76115/

[...] Sentir el dedo de Aude dentro de su propio coño, acompañándonos a Jacques y a mí con nuestros respectivos índices, intentando darle a la chica todo el placer del que éramos capaces hizo que se encendiera definitivamente la mecha. Sentí algo en mi interior que explotaba. Quería follarme a la chica y quería follármela ya, así que comencé a respirar con fuerza, mi corazón latiéndome a mil por hora.

Sin embargo, Aude no se daba ni cuenta. Parecía en éxtasis, su dedo hurgaba en su interior con pasión, acariciaba los nuestros y los nuestros acariciaban tanto las paredes calientes de su coñito como su dedo. Gemía, lo estaba disfrutando. Con la mano que tenía libre nos acariciaba la cara. Primero a mí, restregaba su palma contra mi mejilla de barba áspera, me metía un par de dedos en la boca para que se los chupara. Después pasaba a su novio, con el que hacía lo mismo. Los tres gemíamos, no queríamos salir de allí. Deseé que se corriera, que Aude llegara al primer orgasmo de la noche. Se lo debíamos. Había sido ella la que había comenzado con todo esto. Por eso, aunque a duras penas podíamos mantenernos los tres en aquella posición, aunque a duras penas cabía un dedo más allí dentro, traté de introducir mi dedo corazón.

Aude se percató y, con la mirada, mientras se mordía el labio inferior, mientras yo mismo comprobaba cómo habían aparecido en sus mejillas dos chapetas rojas a juego con aquel vestido estrecho y escotado que aun llevaba puesto, me indicó que no me cortara, que lo hiciera, que estaba a punto de correrse.

Y lo hizo. De pronto mis dedos sintieron una nueva humedad, mucho más intensa, mucho más espesa. Los tres lo notamos y no nos detuvimos. Queríamos seguir haciendo vibrar a Aude. Ella gemía como solo puede hacerlo una mujer en el éxtasis, se echaba hacia delante y hacia atrás, había perdido el control, con los dedos que le sobraban de aquella mano que ya estaba hurgando en su interior, se acariciaba el clítoris, que estaba excitado, hinchado. No podía verlo porque el brazo de ella lo tapaba, pero podía imaginármelo. Y al imaginármelo, salivaba como un lobo hambriento.

Después, con un gemido más alto que los demás, ella quedó echada hacia delante, respirando entrecortadamente. Jacques y yo, lentamente, fuimos retirando nuestros dedos de su interior, conscientes de las sensaciones que ese movimiento produciría dentro de ella. Entonces levantó un poco la cabeza y nos miró sonriendo.

—Sabía que no me decepcionaríais… y esto es solo el principio. Todavía quiero más.

Mientras lo decía, me llevé los dedos hacia la boca y me los chupé. Estaban húmedos. Los lamí mientras la miraba a los ojos. Estaba ciego de lujuria y solo tenía ojos para ella. Incluso me había olvidado de que su novio estaba con nosotros. Aude era una diosa del sexo. Ni siquiera nos habíamos desvestido y ella ya había tenido su primer orgasmo.

En ese momento, Aude se incorporó y quedó de nuevo sentada con la espalda en el cabecero de la cama. Jadeaba un poco todavía y necesitaba reponerse pero yo estaba demasiado caliente. Quería más. Necesitaba más.

Jacques, por su parte, se levantó y fue hacia la botella de whisky, de la que bebió directamente, dejando que un poco del líquido ambarino cayera por las comisuras de sus labios y se deslizara por su quijada, hasta su cuello, rodeando su pronunciada nuez de Adán. Después cogió el paquete de cigarrillos y, tras ponerse uno entre los labios, volvió a la cama con nosotros.

Lo encendió, le dio una calada profunda y se lo tendió a Aude, que lo recibió con una sonrisa, como si aquello fuera lo que necesitaba. Después, encendió otro y haciéndome un guiño, me lo pasó. El último se lo quedó él.

—Todavía está vestido, señor Dupont —dijo ella después de darle una calada a su cigarrillo.

—Tú también —le dije yo acercándome un poco para acariciarle con el dorso del cigarrillo aquel pezón que aun seguía duro.

—Creo que tendremos que arreglarlo. Acércate.

Me puse el cigarrillo entre los labios e hice lo que Aude me dijo. Ella se acercó a mí y comenzó a desabrocharme los pocos botones que aun quedaban en mi camisa por desabrochar. Me la retiró suavemente y la dejó caer sobre la cama. Entonces, con sus dos manos, comenzó a acariciarme el pecho, enredando sus dedos en el vello rizado que lo cubría.

Entonces, cogió la mano de su novio y, guiándola, hizo que fuera su mano la que me acariciara. Él me miraba con picardía. Volvió a guiñarme el ojo. No sabía por qué, pero a pesar de que lo que me estuviera acariciando fuera la mano de un hombre, una mano grande, amplia, e incluso un poco áspera, el hecho de que fuera Aude la que la guiara sobre mi cuerpo estaba haciendo que mi calentura se duplicase.

—Vaya… al señor Dupont le gusta que le acaricie mi novio —comentó con maldad al percatarse del bulto que estaba más que evidente bajo mis pantalones—. A lo mejor hay que bajar un poco esta mano…

Me mordí el labio por la excitación y después volví a darle una calada al cigarrillo que estaba fumando. Estaba perdido. Me sabía tan caliente, tan excitado que podía pasar cualquier cosa.

Y esa primera cosa ocurrió cuando la mano de Jacques, guiada por Aude, se colocó bajo mi paquete y comenzó a acariciarlo.

Gemí por la impresión. Aunque mi cerebro supiera distinguir muy bien el origen de las caricias, mi polla no tenía aquella sensibilidad y, para ella, las caricias eran tan solo eso: caricias. Y se notaba que Jacques era un experto porque, a pesar de estar guiado por Aude, que apretaba su palma unas veces y, otras, la agarraba de la muñeca para que rozara con sus dedos todos los rincones de mi entrepierna, toda su mano reaccionaba ante el contacto con la tela de mi pantalón y con mi erección.

Aude debió de cansarse del juego porque, enseguida soltó la mano de Jacques y la dejó a su libre albedrío. Sin embargo, él no la soltó y me miró a los ojos todavía con el cigarrillo entre los labios, sonriendo socarronamente, como si supiera que ambos, él y Aude, realmente me tenían a su disposición y que, en ese momento, yo haría cualquier cosa que ellos me propusieran.

Pero después de tenerme unos segundos con la polla apretada entre sus dedos, decidió que era mejor dejarlo. A fin de cuentas, la mirada lasciva de Aude nos estaba llamando a ambos. Por eso, sin intercambiar palabras, ambos supimos que en aquella cama sobraba demasiada ropa.

Aude todavía llevaba puesto el vestido rojo. Si acaso el modo en que lo llevaba podía considerarse “puesto”. Estaba apretado bajo sus tetas y subido casi hasta su cintura, así que ambos tiramos de él hacia arriba y, en pocos segundos, se lo sacamos por la cabeza, dejándola tan solo con aquellas bragas negras de encaje que tan húmedas estaban.

Se mordió el labio y nos miró sonriente, juguetona. Parecía casi una colegiala inocente, con su sonrisa traviesa. Yo me puse de rodillas en la cama, todavía llevaba puesto el pantalón y necesitaba que alguien me lo quitara, así que Aude no se lo pensó y me desabrochó el cinturón. Después, desabotonó los pantalones, bajó la cremallera y cayeron por sí solos. Me incorporé un poco y dejé que cayeran al suelo. Ahora solo llevaba mis slips de licra negro que dejaban a la vista un bulto grande, apuntando al cielo.

Jacques, por su parte, ignorando lo que estaba haciendo su novia, volvía a afanarse en lamerle las tetas. Parecía que se las estaba mamando, apretaba con fuerza de sus pezones y en una ocasión vi cómo le salía a Aude un líquido blanquecino que Jacques recogió con la punta de su lengua. Levantó la vista, nos guiñó un ojo y continuó con su tarea. De vez en cuando, Aude dejaba escapar un pequeño gemido de placer.

Aude acarició mi paquete. Primero, suavemente con los dedos, rozándolo contra sus yemas y después contra sus uñas. Pero eso duró poco. Al momento lo cogió con la mano y comenzó a apretar y a aplastarlo para sentir su dureza. No pude evitar gemir y arquear la espalda. Adoraba que sus manos fueran las que lo estuvieran haciendo ahora. Sabía que, en poco tiempo, acabaría arrancándome la ropa interior.

Y eso fue lo que hizo. Tiró con fuerza hacia abajo de la goma de los calzoncillos y, después de rebotar (cosa que me hizo gemir de placer), mi polla quedó libre y mis calzoncillos bajados hasta las rodillas.

Entonces ella cogió mi polla, la abrazó con la mano y, por última vez, me miró a los ojos con aquella sonrisa felina y juguetona. Yo le devolví la sonrisa. Ella se lamió los labios sin dejar de mirarme y después comenzó a besarme el capullo. Al principio eran besos suaves, casi rozaba mi capullo contra sus labios. Después comenzaron a ser más lentos y húmedos. Sacó una vez la lengua. Me lo lamió. Dejé escapar el primer gemido. A ella le gustó, porque volvió a hacerlo. Y sin darme tiempo casi a respirar, se metió la polla en la boca.

Ahí sí que volví a gemir.

Sentir cómo Aude me abrazaba el pene con sus labios carnosos y húmedos; escuchar el sonido que hacía al succionar; verla con los ojos cerrados, apretando con sus manos el contorno de mi polla empalmada mientras me masturbaba suavemente contra su boca; su lengua, acariciándome el capullo y enredándose con él… todo aquello me hacía vibrar como hacía mucho que no vibraba. Estaba disfrutando aquella mamada a conciencia y no podía creerme la suerte que había tenido aquella tarde al cruzarme con ella.

Nos mirábamos a los ojos. Ella desde abajo y yo desde arriba, acariciándole la cabeza con suavidad, impidiendo que su pelo le tapara la cara para que yo pudiera ver en todo su esplendor aquella cara en apariencia tan dulce e inocente, de ojos azules, labios carnosos y piel casi perfecta pero en realidad tan llena de lascivia, tal como me confirmaban sus ojos al mirarme. Me encantaba acariciarla mientras me mamaba la polla, que cada vez estaba más dura. Enredaba mis dedos entre sus cabellos y, de vez en cuando, le empujaba para que le diera más ritmo a sus chupadas. Aunque en realidad era ella la que mandaba, a mí me gustaba aparentar que quien llevaba el control era yo.

Me había incluso olvidado de que Jacques estaba compartiendo cama con nosotros, pero sí que estaba allí. No había dejado a Aude respirar tranquila. Mientras ella se afanaba con mi polla, él hacía lo mismo con su culo y con su coño. Había bajado un poco hacia los pies de la cama y había metido la cabeza entre las piernas de la chica. Su lengua salía y entraba de su clítoris mientras sus dedos hacían lo propio. Unas veces en su coño, mientras tomaba aire; otras veces, en su culo. Sabía que tarde o temprano ambos se lo taladraríamos y quería que estuviera preparado.

Sin embargo, debió de aburrirse porque, de pronto, su mirada se cruzó con la mía. No supe cómo interpretarla pero un escalofrío de anticipación me recorrió la espalda. Entonces me sonrió y volvió a guiñarme el ojo. Estaba bocabajo sobre la cama y se le escapaba por la comisura de sus labios carnosos e hinchados un reguero de saliva. Se la lamió, se mordió el labio inferior mientras su mirada iba de mi cara hacia la de Aude, todavía mamándome la polla, ahora lamiéndome el falo, y entonces se puso a reptar por la cama hasta llegar hasta donde nos encontrábamos.

Se incorporó un poco, apoyando las palmas sobre el colchón, como si estuviera haciendo flexiones, y sus bíceps se mostraron en todo su esplendor: grandes, redondos, duros. Jacques debió de captarme mirándolos porque levantó el brazo durante unos minutos y se lamió su músculo. Después, se dio un beso sobre su bíceps mientras lo tensaba. Se notaba que estaba orgulloso de su cuerpo, que se sabía atractivo y que, para él, tener a su disposición una chica como Aude era casi rutinario.

Por eso querría algo nuevo. Por eso le habría sugerido a Aude que quería hacer un trío con otro hombre. Y por eso, imagino, continuó reptando sobre la cama hasta llegar a donde estaba Aude y, separando con las manos su cabeza de mi polla, comenzó a besarla como si no hubiera un mañana.

De pronto, me quedé desangelado, tan excitado como estaba mientras Aude mamaba mi polla. Sin embargo, verles besarse de aquella manera, tocándose, apretándose la carne, los músculos, las tetas, rodando sobre la cama, viendo cómo sus lenguas luchaban por ser las que entraran en la boca del otro y quedándose a medias, lamiéndose mutuamente entre sus labios hizo que me excitara todavía más, así que no pude evitarlo y comencé a pajearme.

Pero Aude y Jacques debieron sentirme porque dejaron de besarse al instante, intercambiaron una mirada de picardía y, con suavidad, se acercaron a mí sin incorporarse. Aude retiró mis manos de mi propia polla y la sujetó por su base.

—Jacques… sabes que lo estoy deseando —dijo—. Un trío no es un trío si no disfrutamos todos de todos.

Y Jacques tan solo asintió antes de meterse mi polla en la boca.

Yo dejé escapar un gemido no sé si de placer o de sorpresa. Cuando me propusieron el trío, no se me pasó por la cabeza que realmente fuéramos a disfrutar todos de todos en el sentido en el que lo acababa de decir Aude. Pensé que, bueno, una caricia por aquí, un roce inintencionado por acá… pero que Jacques ahora tuviera mi polla en la boca superaba todas mis expectativas.

Y, sin embargo, al sentir cómo me la chupaba, tuve que dejar de pensar porque realmente sabía lo que estaba haciendo el cabrón. Aude le empujaba la cabeza y la tenía metida hasta la garganta, podía incluso escuchar cómo casi se atragantaba. Yo no es que tuviera una polla pequeña precisamente. Era larga, delgada, pero más larga que la media, y solía inclinarse hacia arriba y hacia la izquierda cuando estaba empalmada, así que peleaba por hacerlo dentro de la boca del chico. Incluso, a pesar del placer, la fuerza con la que me la estaba chupando y las ganas que le ponía por que se mantuviera en línea con su boca, hasta me estaba haciendo algo de daño.

Pero no importaba. Jacques ahora me tenía cogido por el trasero mientras me chupaba el pene sin parar. Aude empujaba su cabeza y lamía aquellas partes que la boca de su novio dejaban visibles. Con la otra mano, me acariciaba a mí el estómago. Estaba disfrutando al formar parte de aquella combinación formada por dos tíos dándose placer a sí mismos y el hecho de sentirla tan caliente al lado mío, estaba logrando que realmente disfrutara de aquello.

Pero parecía que no tenía suficiente y, de pronto, hizo que Jacques se separara de mí y, ante una mirada, ambos me empujaron contra la cama con fuerza, casi con agresividad. Quedé tumbado bocarriba en el centro de la cama con la cabeza en la almohada y ellos se miraron. Aude estaba a mi derecha y Jacques a mi izquierda. Las manos de ambos me acariciaban la polla. Sus lenguas, colgando de sus bocas sonrientes, me la lamían. Y, de pronto, como si no pudieran evitarlo, sus bocas se juntaron sobre mi capullo y comenzaron a besarse sin abandonar el masaje que le estaban dando a mi verga caliente. Era como si la estuvieran besando, pero yo no lo sentía así, en realidad, se estaban besando ellos dos solo que daba la casualidad de que mi polla estaba en medio.

No me importaba. Sentir aquellas dos bocas calientes y húmedas sobre mí, me hacía sentir en la gloria. Incluso a pesar de estar besándose y de parecer encontrarse en su propio mundo, no se habían olvidado de mí y ambos me estaban masturbando suavemente. Yo gemía como un loco, temiendo correrme de un momento a otro, pero sabía que no ocurriría porque tenía claro que iba a aguantar hasta el final. A Aude todavía le quedaban un par de orgasmos por sentir y pensaba ser yo quien le regalara, al menos, uno.

Con una mano, Jacques me acariciaba el estómago. Aude hacía lo mismo con la otra y sus dedos se entrelazaban sobre el vello rizado que subía desde mi pubis y que acababa un poco más arriba de mi ombligo. Mi polla seguía peleando por inclinarse hacia mi estómago, pero ellos no se lo permitían. Con sus otras manos, esta vez entrelazadas contra mi nabo, lograban que se mantuviera mirando hacia el techo, haciéndome sentir de nuevo esa mezcla de dolor y placer que tan bien me lo estaba haciendo pasar.

Se turnaban. Primero uno me lamía su lado, desde la base hasta el capullo. Después lo hacía el otro. Al principio, despacio. Después, fueron más rápidos. Mis gemidos se acompasaban a aquellos lametones. Ellos, mientras tanto, se masturbaban suavemente a pesar de la dificultad, pues ambos se encontraban echados bocabajo sobre la cama. Jacques, incluso, todavía llevaba puestos sus pantalones, su mano desaparecía por debajo de su cinturilla y se afanaba por moverse. Él, de hecho, se ayudaba de sus caderas para rozar su paquete contra la cama.

Yo, mientras tanto, tuve la necesidad de echarme un cigarro. Hasta ese momento, les había dejado hacer, con las manos entrelazadas tras la nuca, mirando cómo ambos disfrutaban de la erección de mi polla. Estaba tan excitado que necesitaba llevarme algo a la boca y, al mirar por el rabillo del ojo a la mesilla, comprobé que el paquete de Marlboro descansaba allí y cogí un cigarrillo. Lo encendí y el sonido del mechero debió distraerles porque ambos levantaron la cabeza y me miraron. Me sonrieron, como si estuvieran de acuerdo en lo que acababa de hacer.

Entonces hice una inclinación de cabeza, cerré los ojos, di una calada profunda y volví a colocarme con una mano tras la nuca para seguir disfrutando. Jamás me habían hecho una mamada mejor…

Continuará…