La corrida
Cuando tuve noticia que regresaba a los ruedos no lo dudé ni un segundo, tenía que volver a verle torear. En la primera fila del tendido bajo estaba preparado para disfrutar de su faena.
Cuando tuve noticia que regresaba a los ruedos no lo dudé ni un segundo, tenía que volver a verle torear. En la primera fila del tendido bajo estaba preparado para disfrutar de su faena. Sobre la arena vestido en sangre de toro y luces de azabache, aunque la plata adornaba ahora sus sienes, mantenía el porte de su juventud. Recordé entonces la primera vez que lo vi.
En el periódico me habían encargado que hiciera la crónica de la corrida de la tarde. Era un cartel de relumbrón. Dos veteranos matadores y una joven promesa que enardecía los tendidos: Antonio Vargas Montoya, el Gallo de Lucena. La verdad que a mi los toros no me gustaban mucho y el conocimiento que tenía del arte de la Tauromaquia era digamos escaso, pero a causa de la repentina enfermedad del cronista oficial del diario y sin nadie más que echar el guante, el director me ordenó cubrir la noticia. Era lo que tenía en aquella época ser un gacetillero novato en un periódico de provincias, lo mismo te endilgaban una necrológica que el Certamen Floral de cualquier pueblucho.
Caminaba por los lujoso pasillos del Gran Hotel, mis pasos amortiguados por el mullido alfombrado . Llamé con los nudillos en la puerta que mostraba el número 17 al fondo de la galería.
- Adelante, pase - oí a alguien gritar desde dentro.
Y allí estaba el Gallo, frente al espejo, con el mozo de espadas arrodillado a sus pies portando las medias rosas en sus manos. Alto y juncal se miraba retador al espejo. Luego el matador se dio la vuelta y me encaró.
- Así que Vd es el gacetillero - me dijo mirándome de arriba a abajo
- Sí Maestro - le contesté azorado
Con el pecho descubierto, solo llevaba puesto un ajustado calzon largo de algodón que se ceñía como una segunda piel. Contrastaba su cara morena con la blancura nívea de su cuerpo. Era un bello ejemplar de hombre. No guapo, varonil, con una mirada salvaje de bestia peligrosa. Entre dos oscuros pezones una mata de pelo negro y ensortijado como el pelaje de un toro. Y no deje de observar el considerable bulto que su sexo destacaba en la blanca prenda.
- Pase muchacho, pase. Me estaban empezando a vestir. Siéntese - me dijo volviéndose y dándome la espalda.
Cogí una silla de un rincón sentandome a observar la ceremonia, tenía algo sensual el rito de vestir de luces a un torero, pensé. Aquel mancebo arrodillado a sus pies ayudándole a equiparse con precisión y parsimonia, recordaba los momentos previos a la boda cuando las damas de honor atavían a la novia para conducirla al altar. Saqué la libreta para tomar notas y me dispuse a hacerle la primera pregunta.
- Maestro Vd tie…
Tornó la cabeza y con una mirada fría como el acero me dijo
- Ahora no, tras la corrida, si Dios reparte suerte. Ya hablaremos.
Callé y nervioso me metí la libreta en el bolsillo de la chaqueta.
El ayudante, tras calzarle las medias, le ayudó a introducir los pies por las perneras de la taleguilla, para luego encajalarla resbalando hasta llegar a la «cruz», el punto de encaje total. El mozo de espadas daba leves tirones de los extremos superiores para facilitarle el acomodo, la prenda le llegó hasta justo debajo de las corvas tapando todo el abdomen, entonces el diestro se acomodó bien el paquete con la mano. A continuación le puso los tirantes. Ahí comenzó el momento más laborioso de la faena, atar los machos para ceñir el extremo inferior de la taleguilla a las pantorrillas del matador.
Tras operación tan trabajosa le bajó los tirantes, le vistió con la blanca camisa y anudó la negra corbata. Luego el torero permitió que el muchacho le abotonara la bragueta con parsimonia.
Entonces el Gallo como si de un bailarín se tratase empezó con los estiramientos de las piernas, recolocando el bulto de su sexo de forma continua para lograr un movimiento elástico y armonioso. El mozo de espadas le miraba expectante.
Una vez realizada esta danza ritual, el maestro ofreció su opinión al respecto, manifestándole al mozo que todo había quedado a su gusto.
- Muy bien Heredia. Todo perfecto
Se dirigió hacia él y le estrechó con un fuerte abrazo mientras el acólito le decía.
- Suerte Maestro.
- Que Dios la reparta - le contestó mientras tras apartarle le palmeó afectuosamente la mejilla.
Le calzó entonces las zapatillas, le puso el chaleco y la chaquetilla, y tras pasarle la montera se retiró a un lado. El Gallo se colocó por última vez el vestido ante el espejo.
Era una figura inquietante, con aquellos recargados ropajes, emanaba una sensualidad ambigua, insinuante, casi femenina podría decirse. Pero por otra parte su porte de macho bravío, la dureza de su rostro y los penetrantes ojos que se reflejaban en el espejo le confieren un aspecto de fiera salvaje, de hombre muy hombre.
Besó sus dedos que luego fueron tocando todas las imágenes sacras que adornaban la cómoda mientras susurraba una salmodia inteligible.
El mozo de espadas que silente aguardaba pronunció las palabras rituales
- Maestro, ya ha llegado la hora
El diestro se santiguó y con decisión emprendió la marcha abandonando la habitación.
Permanecí sentado sin saber que hacer, pero solo tras unos segundos el mozo de espadas retornó presuroso y me dijo
- Venga. Apresurese, el Maestro quiere que asista a la corrida en la barrera junto al burladero de contraquerencia.
Corrí presuroso tras el joven. El diestro aguardaba en un enorme coche negro con la puerta abierta. Era un ostentoso Packard cuyos cromados brillaban cegadoramente con el sol de la ardiente tarde.
Permanecimos mudos mientras el automóvil se dirigía lentamente hacia la Plaza, el Gallo miraba meditabundo por la ventanilla. En un momento me miró, en sus ojos vislumbré una extraña paz, una tranquilidad que contrastaba con la tensión que embargaba al resto de los ocupantes del vehículo. No pude más que admirar la templanza de aquel hombre en aquellos instantes..
En la plaza el ambiente era festivo y cuando los primeros sones de la banda anunciaron el paseíllo, el público estalló en vítores y aplausos. En medio de aquel desfile multicolor el Gallo resaltaba por su negrura.
Los dos primeros toros caldearon el ambiente. Cuando llegó el momento del tercero , el primero de la tarde del Gallo de Lucena, un silencio sepulcral se extendió por la plaza.
En el centro del albero en la negra figura del torero refulgía el hilo de plata. Los clarines sonaron y se abrieron las puertas del chiquero. El matador en un gesto alzó los hombros y apretó las cachas preparándose para iniciar la faena.
El astado salió bravo a la plaza. El trapío del animal era impresionante. Un hermoso ejemplar de un negro azabache, de poderosa estampa, corniabierto y astinegro , de poderoso cuello e imponente testuz.
El Gallo lo citó con voz y capote encadenando unas verónicas que hicieron que todo el tendido estallara en aplausos cuando con media finalizó una serie plena de maestría y arte. Era una danza sensual de aquel fibroso hombre tentando a tan poderosa bestia. Frotaba su cuerpo contra el del animal arrimandose de tal manera que no dejaba de oírse los oles por la valentía y entrega de su toreo.
El capote volaba en la arena como la falda de una bailarina tentando a un macho. Todo su cuerpo se cimbreaba y danzaba voluptuoso en cada pase. Era una escena cargada de un erotismo tan profundo como jamás pude imaginar.
Cogió al fin la muleta y tentó al animal adelantando el bulto de la taleguilla, sentí tal excitación sexual que me sonrojé, bajando de inmediato los ojos a mi entrepierna temeroso de que me delatara.
En el coso el diestro exhibía seductor su cuerpo flexible, rozando todo su sexo contra la enfurecida bestia en cada pase de muleta. Cuando al final entró a matar y el estoque se clavó limpiamente en el toro, a punto estuve de tener un orgasmo. Nervioso rompí en aplausos mientras aplastaba mi sexo palpitante contra la barrera.
Si el primero fue magistral con el segundo y último de la tarde llegó la apoteosis. Sacaron al Gallo en hombros de la plaza por la puerta de la grande, mientras los vítores enfervorecidos de la afición homenajeaban su gloriosa jornada.
Ya la tarde languidecía, me disponía a abandonar la plaza olvidándome de la entrevista, aun pletórico por la experiencia vivida; cuando vi al mozo de espadas correr hacia mi entre la muchedumbre
- Señor, señor, el Maestro tiene a bien concederle la entrevista. En una hora le recibirá en su habitación del Gran Hotel. - me dijo a voces entre el gentío.
Yo afirmando con la cabeza me di por enterado.
Para hacer tiempo entré en un café y pedí un coñac para aplacar la excitación que la tarde de toros me había producido.. Miraba el reloj impaciente hasta que cinco minutos antes de la cita me encaminé al encuentro.
De nuevo llamé a la puerta de la habitación 17 pero esta vez nadie me respondió. Pude no obstante observar que la puerta estaba entornada y me decidí a entrar.
- ¿Se puede? - dije en voz alta
Por una puerta a medio cerrar oí su voz que decía.
- Un momento, aguarde. Estaba en la bañera. Ahora mismo estoy con Vd.
Oí el ruido del agua y curioso miré hacia el baño. La parte posterior de su cuerpo desnudo se mostró ante mis ojos que se clavaron en un pequeño y prieto trasero blasonado por la cicatriz de una cornada. En ese momento giró la cabeza y aseguraría que me descubrió espiandole. Nervioso me aparté retirandome de su vista.
Tra un rato por fin salió del cuarto de baño cubriendo su desnudez con una bata de seda color verde jade. Ahora su larga melena enmarcaba su afilado semblante. Observé detenidamente el pelo negro como ala de cuervo y ligeramente ondulado, sus ojos más negros aún y de penetrante mirada, enmarcados por dos finas cejas y unas tupidas pestañas. Su nariz aguileña le confería el aspecto de un ave rapaz.
- Bueno al final los dos hemos tenido suerte. Yo he salido a bien de este trance y vd puede hacerme la entrevista.- me dijo con una sonrisa torcida.
- Siiii. - solo pude contestar mientras me recolocaba nervioso las gafas con el dedo índice.
- Vamos pongase comodo - de dijo indicando un sofá apoyado contra la pared
Me senté y presuroso saqué mi libreta de notas. El se acomodó sobre el lecho encarándome. Los dos nos observamos en silencio.
- Y bien ¿Qué quiere saber? - me dijo rompiendo el hielo.
- Lo primero permítame que le felicité sinceramente. Ha sido una faena magistral.
- Muchas gracias.
- Para ser sincero lo que me sorprendió para empezar fue su templanza antes incluso de llegar a la plaza. No tiene Vd miedo
- Todos los toreros tiene miedo, si son buenos. Si no es que están locos o son idiotas y eso es mala cosa en un matador.
- Pues no lo demostraba. Me pareció vd muy valiente toreando.
- El valor lo demuestra el que vence al miedo no el que lo desconoce - me corrigió
Y comenzó una larga charla sobre su vida y su arte. Transcurrieron los minutos mientras me narraba su juventud sumido en la pobreza y cómo poco a poco fue iniciándose en el mundo taurino hasta que un famoso torero lo apadrinó.
- ¿Es vd religioso?. Le vi rezar antes de salir para la plaza - fue una de mis preguntas.
- No, lo que soy es supersticioso -
- Además tiene Vd un santoral un poco… digamos ecléctico. Entre las imágenes he visto una foto suya con Azaña.
- Un gran hombre. Lo respeto mucho. Más creo que no pueda lograr mucho en esta patria nuestra. El pretende usar la cabeza, la inteligencia y la razón y aquí se hacen las cosas por cojones
- También vi una foto de Federico García Lorca. Es uno de mis autores favoritos
- Si. Escribe bien, eso dicen. A mi me gustan sus poemas pero yo no soy de mucho leer debo de confesarle. Es un gran amante del toreo, bueno yo diría más bien de los toreros. - dijo muy serio
Cuando le pregunté de amoríos lacónicamente me respondió que la mujer y el toro casaban mal. La tauromaquia era una lucha ancestral entre machos y las faldas poco podían hacer en esas lides. Solo un macho podía conocer a la perfección a otro apostilló.
- Ya se que ha tenido algunos percances. ¿Tiene muchas cicatrices?- proseguí con mis preguntas.
- Algunas. Creo que alguna ya la ha visto - me contestó sonriendo divertido.
Me sonrojé al corroborar que me había pillado observando cuando salía de la bañera. Para evitarme el mal trago se arremangó y me mostró el antebrazo.
- Esta es recuerdo de La plaza de Ronda
Abrió la parte superior de su bata y descubriéndose el pecho me indicó.
- Me perforó un pulmón un ensabanado en la Maestranza.
Se puso de pie y mientras me miraba intensamente se desató el cordón del batín y abriéndole me mostró su cuerpo desnudo.
- Y esta que casi me mata en la Ventas.
A lo largo de su muslo, iniciándose casi en la rodilla y acabando próxima a la ingle se marcaba un costurón rosado. Pero mis ojos no se quedaron prendidos de la tremenda cicatriz si no de la larga verga que colgaba entre sus piernas, coronada por una espesa y rizada pelambrera negra como el carbón. Me quedé perplejo mirando su desnudez, el torero mantuvo su vestidura abierta dejando que me deleitase con ella. Como si despertase de un trance al fin azorado aparte la vista, se cubrió y volvió a anudar la bata.
- Le ha impresionado- me pregunto capcioso.
- No. Quiero decir si. - le contesté nervioso.
- ¿Un Coñac?
Se dirigió al mueble bar y destapando una licorera sirvió generosamente en dos copas. Yo le observaba mientras intentaba infructuosamente de recuperar la serenidad y la respiración Mi corazón latía desbocado recordando la visión de su sexo.
Me tendió la copa y los dos apuramos un buen trago. Con los ojos entrecerrados el Gallo me calibraba. Mi corazón latía desbocado.
- Por cierto. ¿Le gusta a vd el rabo? - me preguntó de sopetón
- ¿Como? - balbuceé sin saber qué contestar.
- ¿Nunca se ha comido un rabo?
- Yo…..
Se volvió y tras coger un paquete de encima de una silla lo depositó sobre la mesilla que estaba delante del sofá. Abrió la envoltura y sobre el papel de estraza pude observar enroscado el rabo de un toro.
- El que corté hoy en la plaza. Es para vd. Es muy sabroso, en mi tierra es muy popular. - me dijo sonriendo con malicia..
Se sentó a mi lado en el sofá, muy próximo, arrinconándome en un extremo. Su pierna tocaba la mía y me removí inquieto en el asiento. Puso su mano sobre mi muslo y me dijo.
- A si que no se ha comido vd ninguna clase de rabo. ¿Le apetecería probarlo?
Un rubor inocultable tiñó mis mejillas delatando mi desazón.
- ¿Acaso le inquieto? - me preguntó mientras clavaba en mis pupilas su mirada hipnótica.
Yo negué con la cabeza.
- Que bellos ojos tiene vd. Ahora que los veo de cerca me doy cuenta. Permítame - y sin darme tiempo a reaccionar me quitó las gafas y las puso en la mesilla.
- Así lucen mas hermosos.
Con la rapidez de una víbora se abalanzó sobre mí y me besó en la boca. No opuse resistencia, abrí mis labios rindiéndome a su ataque, permitiendo que su lengua entrase en mi. Mientras me besaba apasionadamente su mano rauda me agarró el paquete y comenzó a frotarlo con intensidad.
- Verdad que aguardabas mi embestida- me dijo retirándose.
Afirmé con la cabeza y de nuevo me besó con pasión.
Luego, casi arrancándome las vestiduras, desnudó mi pecho que empezó a lamer y chupar ardorosamente. Cuando me mordió un pezón un calambrazo recorrió toda mi espina dorsal como el primer banderillazo en la piel del toro. Sus manos inquietas desabotonaron mi bragueta y una de ella se introdujo en mi calzon atrapando mi sexo. El Gallo estaba fuera de sí mientras agitaba nervioso la melena apartando el pelo de la cara.
Agarrándome con firmeza el pene me descapulló y me masturbó mientras yo rendido jadeaba con la cabeza reclinada sobre la tapicería. Cuando a punto estaba de derramarme se detuvo y soltando su presa se puso de pie, se desprendió de su bata que cayó al suelo con el melodioso frufrú de la seda.
- ¿Te decides a comer rabo? - me dijo retador.
Sin pensarlo dos veces me abalancé sobre su verga. Ahora esta se alzaba tiesa y desafiante. Era larga y pálida como un príapo de mármol. Sin una vena que alterarse su perfecta simetría y con el prepucio arropando el glande Me incliné ante tal ídolo pagano y con la lengua tomé contacto con su sedosa piel. Lamí hambriento el nuevo manjar para luego de un bocado meterla en la boca y con ella proceder a descapullarle. Ansioso mamé el enorme balano que se descubrió bajo su piel. Me agarró por el pelo y retirandome me obligó a mirarle.
- ¿Que te gusta o no te gusta el rabo? - me preguntó desafiante.
- Si me gusta
- ¿Quieres más?
- Si quiero más - le respondí ansioso
Con su propia mano me llevó de nuevo a su polla y agarrado firmemente por el cabello comenzó a mover mi cabeza follandome literalmente la boca. Su larga verga se introdujo en mi garganta hasta que la punta de mi nariz acarició su rizado pelo. Olía aún a jabón de tocador.
Durante minutos estuve tragando rabo mientras las babas se desprendían de mi trasegada boca. Cuando de un caderazo la punta rozaba el interior de mi garganta las nauseas me asaltaban, pero recuperado, de nuevo, ansioso, engullía la ardiente carne.
A punto estaba ya de derramarse dentro de mí, más de un empujón me retiro aguardando jadeante: Me miraba bufando como un toro mientras recuperaba la calma.
- Alzate - me ordenó.
Me levanté. Cogiendo mi pantalón por la cintura me lo quitó de un tirón cayendo a mis pies. Puso una mano en una de mis nalgas que apretó con saña y luego me atrajo hacia él frotando su sexo con el mio. Su polla. chorreante de sus jugos y los míos, mojaba la mía. El roce de los calientes estoques me hizo estremecer. Luego agarró su rabo y con la mano lo introdujo entre mis piernas, presuroso lo aprisioné. Sentía aquel hinchado tolete frotarse con mis testículos y a lo largo del perineo produciendome un deleite indescriptible. Mis manos se apoyaron en sus glúteos y colaboré con aquel simulacro de penetración que me enardecía intensamente. Cuando me mordió con fuerza el hombro, una mezcla de dolor y de pasión me hizo gritar. Tenía empapada la entrepierna de su flujo constante y el viscoso líquido escurría por el interior de mis muslos
El Gallo frenético seguía restregando su polla contra mi piel. Tras una prolongada sesión de frotamiento sentí su cipote hincharse y como convulsionando escupía su leche entre mis piernas. Con sus palpitaciones, rozandome ansioso contra él, me corrí en su cuerpo embadurnado su vientre Los dos abrazados jadeamos en los últimos estertores del orgasmo. Al fin rendidos nos dejamos caer sobre el sofá. Antonio quedó sobre mi cuerpo y con saña me mordió el labio.
- Hoy nada más verte me juré que serias mio. - me dijo clavando su hechicera mirada en mis ojos.
Con dulzura la acaricié la espalda
Tras unos momentos de descanso se levantó y me dijo.
- Si quieres puedes usar el bidé. Y limpiarte bien entre las piernas - me indicó
Desde el sanitario podía verle despatarrado sobre el sofá. Su verga dormida reposaba entre sus piernas. En el respaldo se veían unos manchones oscuros producto tal vez de los primeros trallazos de su corrida. Deleitandome con aquella escena me lavé bien el sexo y luego traspasando mis testículos, decidido comencé a lavarme el ojete. Tenía la intuición de que el Gallo no iba a dejarme marchar sin hacerme totalmente suyo, al menos eso deseaba yo en mi fuero interno. Tenía miedo, pero estaba dispuesto a perder mi virginidad con aquel bravo macho que me acosaba.
Secandome con la toalla me dirigí hacia donde estaba el torero. Visión erótica y provocativa aquel fibrado ejemplar de hombre con el pelo resbalando por su pecho y con aquello mirada llena de deseo,salvaje y cautivadora.
- ¿Tu no te lavas? - le pregunté mientras le miraba de pie
- Ven y hazlo tu mismo.
Me agaché entre sus piernas cogí el pene a medio empinar y me dispuse a limpiarlo con la toalla. Me detuvo agarrándome por la muñeca.
- Hazlo con la boca. - me susurró insinuante.
Y así lo hice.
Ahora apagado el ímpetu de los primeros ardores pude disfrutar de su rabo. Mi lengua lo recorrió repetidas veces en todo su extensión, tras ello con la punta me dediqué a jugar con el glande y el frenillo. Lo metía en la boca y absorvía extrayendo las últimas gotas de su néctar, para luego acariciarlo contorneando su perímetro con la lengua. El Gallo me miraba impasible mientras se la chupaba. Pero su polla respondía por él y comenzó a crecer dentro de mí hasta alcanzar todo su esplendor. Goloso subí lamiendo su pelambrera rizada hasta alcanzar su vientre donde pude probar por primera vez el sabor de mi semen. Me incorporé apoyando mis brazos sobre el asiento besándolo para compartir los matices salados y dulces de la esencia que su lengua libó con voracidad.
- Ha llegado la hora - me dijo entonces
Nos levantamos y con una mano en mis glúteos me condujo a la cama. Me acarició la cara y mirándome con sus embrujadores ojos me dijo
- Túmbate. Acuéstate boca abajo
Me tendí en el lecho y cerré los ojos. Sentí su mano recorrer acariciadóramente mi espalda. Luego se paseó por mis nalgas rozandolas suavemente con las yemas de los dedos. Cuando recorrió la raja que las separaba y su mano se introdujo entre mis muslos agarrandome los testículos, cerré las piernas atrapandola.
- ¿Eres virgen? - me dijo al oído.
- Si - le conteste azorado mientras le miraba
- ¿Es tu primera vez con un hombre ¿No?
- Si eres el primero.
- Estás dispuesto a entregarte a mi.
Tras dudarlo durante unos instantes afirme con la cabeza. Mientras seguia acariciandome comenzó a relatarme.
- En la dehesa, los toros están separados de la hembras, siempre hay uno, el más tímido, que se deja montar por los otros machos. Yo los he visto, alguno he toreado. Puedo decirte que suelen ser los más bravos. Casi todos los toros que culean sus congéneres son muy buenos en la plaza. Saben ser machos pero también saben cómo satisfacer a otro macho. El primero de la tarde era de esa casta y yo lo supe enseguida. Lo mismo me pasó contigo.
Noté que un dedo llegaba a mi flor y acarició con suavidad los pliegues de mi piel. Suspiré profundamente. Jugo con mi orificio y intentó introducir la yema de su dedo en él. Instintivamente apreté el culo.
- Estas muy cerrado. Tal vez te produzca dolor al entrar en ti . Pero relajate lo haré con delicadeza. Yo ya sé lo que se siente la primera vez.
- ¿A ti también te han follado?
- Si, mi padrino lo hizo antes de mi alternativa.
- Y te gustó.
- Bueno al final disfruté. Pero prefiero ser yo el que penetre a ser penetrado. Me gusta mandar tanto en la plaza como en la cama.
- Yo nunca probé ni una cosa ni la otra, soy virgen en todos los sentidos.
- Eres muy joven tiempo tendrás de probar de todos los palos. Nunca te achiques con los placeres de la vida. No somos eternos así que prueba todos los manjares que te ofrezcan. Rabos y conchas, machos y hembras cada cosa tiene su interés. Ahora vamos a abrir esa breva, alza el trasero - me rogó
Cogió un almohadón y lo colocó doblado bajo mi pelvis. Mi culo quedó recachado y expuesto. Se subió a la cama y tras separar mis piernas se situó entre ellas. Al sentir sus labios recorrer la piel de mis glúteos, lamiendo y besando a su paso, se me puso la piel de gallina. Mientras, sus yemas seguían sobándome la entrada. Desaparecieron durante unos instantes y en su regreso percibí la humedad de su tacto. Sus manos me apartaron las cachas y algo blando y mojado recorrió la hendidura que las separaba. Al fin sus labios besaron los pétalos de mi flor como antes había besado mi boca a la vez que la punta de su lengua poco a poco fue entrando con suavidad. Solo pude suspirar con sus caricias. Me ensalivaba el hueco profusamente y yo me sentía mojado como una mujer.
Cuando su dedo entró con delicadeza pero firme en su empuje, un gritillo se escapó de mi garganta. Empezó a meterlo y sacarlo acariciando todos lo pliegues de mi inexplorada piel. Lo removía en su interior tocándome por doquier . Sentí una extraña sensación en un lugar en especial y noté como un fluido manaba de mi pene.
- Sientes algo hay donde te toco. Dicen que es un botoncillo como el que tienen las mujeres en la vulva y que les da tanto placer cuando se lo frotan.
- Si da mucho gusto - le dije jadeante.
- Ahora tengo que dilatarte bien. No quiero herirte con mi estoque. No cierres el culo y déjate hacer.
Introdujo entonces dos dedos y al poco rato ya tenía tres clavados. Los removía y los abría estirando la piel de mi ano como no pensé que se pudiera lograr. Un dolor ardiente se desencadenaba en parte tan sensible.
- Me duele Antonio - le dije compungido
- Ya pasará pero es mejor asi. Tu piel cederá y sera mas facil que mi polla entre cuando te monte.
Solo pensar que aquel poderoso rabo me empalase produjo que unos goterones de sudor chorreasen por mi frente.
Tras minutos dilatandome, el dolor fue atenuandose y el ardiente agujero empezó a disfrutar del roce que le proporcionaban sus dedos. Cuando los sacó, mi mano ansiosa palpó el palpitante ojo y pude dar fe de la ancha embocadura en que se había convertido aquel estrecho ojal. Torné nervioso la cabeza y le pregunté temeroso.
- ¿Me vas a montar?
- Si llego el momento de desvirgarte. Se fuerte y portate como un hombre - me dijo con decisión
Mi agujero expuesto esperaba la primera estocada boqueando. Cerré los ojos, apreté los dientes y mis manos se aferraron a la sabana esperando el asalto. Sentí su rabo frotandose por el canalillo de mi trasero, recorriendole mientras con su saliva me mojaba profusamente. Al fin su punta se detuvo en el cerrojo y empezó a presionar con vigor. Sin poder evitar apreté de nuevo el culo.
- No te cierres te dolera mas. Abrete a mi te lo ruego- me dijo el Gallo afectuosamente.
Distendí mis músculos y aprovechó ese momento para clavarme el balano. Sentí una terrible punzada cuando rompió mi resistencia y la cabeza traspasó el esfínter. Empecé a gemir mientras lo apretaba fuertemente para detener su invasión.
- Tranquilo,tranquilo, ya estoy dentro. Iremos despacio para que te acostumbres a mi. - me dijo intentando calmarme.
Nuestros cuerpo latian allí por donde estaba unidos y los espasmos de dolor que estallaban como relámpagos se mezclaban con el ardor de toda mi piel en aquella zona.
- Dios No se si podre aguantar Antonio. Es un tormento.
- Lo se pero veras como se convierte en exquisito goce. Te lo aseguro.
Permanecimos unidos como perros embolados hasta que, como había predicho, las lacerantes palpitaciones aminoraron y un deleite extraño se produjo en mí al saberme ensartado por aquel poderoso macho.
Al verme ya manso empezó lentamente a penetrarme estirando aún más mi piel cuando la parte más ancha de su polla pasó por la angostura. Con la mano comprobé que mas de medio cipote quedaba por entrar.
- Ahora te voy a follar - me dijo.
Dio un fuerte empujón y me la clavó hasta la empuñadura. Note sus testículos pegados a mi piel y tuve la certeza de que la había enterrado por completo.
Empalado por aquella enorme pica empecé a gemir con los ojos en blanco, mientras intentaba recuperarme de aquella terrible estocada. Más al Gallo no se detuvo y comenzó a sodomizarme, primero lentamente para luego aumentar su ritmo progresivamente. Sentía su polla rozando todo mi interior y entonces fue cuando como luz cegadora se desató en mí un gozo indescriptible y nunca antes vivido.
- Dios que gusto Antonio, que gusto - le dije pletórico por el placer que estaba recibiendo.
- Goza, disfruta sienteme dentro de ti como si fuera parte tuya. Ahora comienza el placer que te prometi.
Me taladró entonces con pasión Y así estuvo durante un buen rato mientras yo babeante no dejaba de gemir de gusto. Tiró entonces de mis caderas y me obligó a incorporarme colocándome a cuatro patas.
- En esta postura has de disfrutar más al penetrarte.
Y así fue. Creí volverme loco de placer cuando con potentes pollazos me la clavaba hasta el fondo. Yo culeaba contra su cuerpo mientras caracoleaba con mi culo como una yegua en celo. De mi rabo empezó a manar de continuo un agüilla que se derramaba sobre el lecho, según pude observar al mirarme el rezumante rabo. No me corría pero era como si en mi culo se hubiese desatado un orgasmo continuo e interminable que me estaba haciendo alcanzar las más altas cotas de placer y deleite.
Cuando salía de mi, presuroso le agarraba el rabo y lo conducía de nuevo a mi entrada empalándome de un golpe yo mismo. No se el tiempo que me estuvo culeando para mi fue eterno.
- Recuestate ahora quiero ver tu cara mientras te follo. - me ordenó
Solícito me eché sobre la espalda, recoloqué el cojín bajo el trasero y alzando mis piernas me abrí a él ofreciendo mi ardoroso umbral para que continuase cubriendome.
Lentamente enterró toda su tranca hasta el fondo. Con el largo cabello ocultando parte de su cara, solo podía verle los ojos hechiceros que se clavaban llenos de deseo en mis pupilas. Y como su cuerpo bamboleante iba y venia hacia mi como el mar en la orilla.
- ¿Gozas?
- Si
- ¿Deseas que me vierta en ti?
- Si derrama tu nectar en mi cáliz. Deposita tu simiente quiero llevarla dentro de mi para siempre. Follame, hazme tuyo, como marcado a fuego.
Enardecido por mis ardientes palabras empezó a culearme con denuedo y agarrándome la polla me masturbó con brio. Experimenté como por oleadas el clímax se aproximaba y a borbotones comencé a derramarme en su mano. Todo mi cuerpo se convulsionó y mi culo empezó a estrujarle el rabo con sus espasmos. Entonces de una última estocada me la clavó más adentro de lo que nunca había llegado derramando un caliente fluido que como lava abrasadora incendiaba mi interior. No se las salvas que disparó, pero fueron innumerables, su cálido bálsamo inundó mis entrañas. Con un último bufido se desplomó sobre mí como un toro moribundo. Yo temblaba bajo su cuerpo.
En aquel último acto de entrega me desfallecí y cerrando los ojos perdí la conciencia sumergiendome en un universo luminescente.
Cuando abrí de nuevo los ojos, el Gallo,en pie, con el verde batín sobre los hombros, me miraba tiernamente.
- Se ha hecho muy tarde. Es ya noche cerrada. Creo que deberia de irte. -me dijo con ternura mientras me tendía las vestiduras.
Tras recuperar la conciencia me levanté y cogí mi ropa. Sentía un dolor lacerante en mi flor perdida y al tocarme mil alfileres se clavaron en la ardiente piel. Todavia tenia el ojete dilatado y de él manaba la leche del Gallo.
Una vez que acabé vestirme me encaminé a la puerta. Antes de cerrarla le miré por última vez. De pie al borde de la cama, su cuerpo desnudo enmarcado por el verde batín y colgando entre sus piernas, aquel largo rabo embrujador que me había descubierto un nuevo mundo.
- Adiós Antonio - le dije y cerré la puerta
Caminando con dificultad por el mullido pasillo notaba como, de mi culo lacerado, manaba sin cesar su simiente empapándome los calzones
Ahora mientras veía al Gallo torear de nuevo, no pude evitar que al recordar nuestro encuentro mi esfínter palpitase contra el duro asiento del tendido.
Habían pasado más de veinte años desde aquella vez. La guerra civil y las circunstancias de la vida impidieron que nos volviésemos a ver. Fue por ello que quedé sorprendido cuando se acercó al tendido donde me encontraba y lanzandome la montera me brindó el toro.
- Va por vd - Gritó mientras me guiñaba sonriente un ojo
Y el Gallo entró a matar.