La convivencia

De la noche a la mañana, una súbita obsesión se desata en mí.

La convivencia se había vuelto insoportable y necesitaba ajustar detalles para no terminar con ambos fuera de la casa inmediatamente.

El se limitaba a escuchar mis reclamos y a callar pero ella siempre me enfrentaba aún cuando callaba con su mirada rebelde.

Aquél día mi paciencia llegó a su límite y comencé a perseguirla por toda la casa marcándole las pautas de convivencia que no se cumplían, pidiéndole que cambiara algunos detalles mínimos que sabía que me incomodaban, suplicándole primero y exigiéndole después que modificara actitudes si es que le interesaba continuar viviendo en mi casa hasta que terminara sus estudios.

Teniendo en cuenta los problemas que habían aparecido, en más de una ocasión me puse a pensar para qué había ofrecido mi casa como albergue estudiantil.

Es cierto que la cuota que pagaban era maravillosa y que eso me servía como un ingreso estupendo pero a costa de tanta rabieta se justificaba?

Seguramente la calma oriental de ella era lo que impedía llegar a un completo entendimiento y también la diferencia de edad era un punto en mi contra. Sus casi diecinueve versus mis largos treinta eran un detalle insalvable y había días en los que me provocaba pegarle una soberana cachetada como suponía que su madre nunca había hecho.

Esa tarde estaban ambos en el living y el desorden reinaba por todos lados. Cuando llegué cansada de trabajar y encontré semejante espectáculo casi les prendo fuego a los dos pero decidí hablar con cada uno por separado como para poder elegir las palabras cuidadosamente y no tratarlos de igual manera.

Çomo siempre, él me miró de manera gélida y aceptó las recriminaciones con un leve movimiento de cabeza y una promesa de cambio definitivo comprendiendo mis motivos para semejante enojo.

Cuando me tocó hablar con Chieng las cosas se complicaron porque sacó a relucir toda su rebeldía y su furia impidiéndome hablar prácticamente.

En medio del griterío por mis reclamos y su combate verbal, atiné a agarrarla de un brazo para sacudirla y me miró de manera desafiante, como invitándome a pegarle a costa de pagar consecuencias carísimas si lo hacía.

No lo consiguió, no me dejé vencer por su reto pero algo sucedió en el medio, algo que no me había pasado jamás con ella ni con ninguna otra mujer (y menos con una niña, prácticamente).

En medio de la discusión a ella se le desprendió el primer botón de su camisa y el nacimiento de sus pechos quedó expuesto. Esa imagen, sumada a la rabia que despedían sus ojos y al contacto de mi mano con su brazo hizo que se alterara mi respiración y tuviera un flash inmediato y fulminante, un flash donde la única escena que se representó en mi mente fue mi cuerpo cerca del suyo tocándola descaradamente y frente a esa fantasía sentí que mi femeneidad reaccionaba.

En ese preciso instante solamente quise acariciarla, no cabía otra cosa en mi cabeza .

Después de la discusión, él se quedó alejado de nosotras y se retiró al final del living a continuar estudiando. Chieng permaneció dando vueltas frente a mis ojos como una fiera enjaulada, enojadísima conmigo por lo que le había dicho minutos antes y yo la seguía con mi mirada sin poder dejar de imaginar todo lo que tenía ganas de hacerle y rogando para que él saliera inmediatamente del departamento para quedarme sola con ella y desatar ese deseo, esa pasión desconocida que me quemaba por dentro.

Chieng algo debió adivinar porque de a poco se fue calmando y su mirada se convirtió en un puñal provocativo y filoso. Luego de un par de horas del episodio de la pelea, Chieng había decidido tirarse en el piso a estudiar y había elegido el refugio de un sofá viejo y cómodo que yo tenía en el living de mi casa.

Se tiró con sus libros, lejos de la mirada aburrida de Ariel pero muy cerca de la mía que ardía sin que ella terminara de comprender si todavía era furia o algo mucho más potente.

Y ahí estaba en el piso, con su pollera tableada azul, sus piernas largas y blancas, su camisa y su cabello negro, corto y lustroso apenas apoyado sobre sus hombros destilando una sensualidad de la que nunca me había percatado.

De pronto me encontré acercándome a su cuerpo, pegando el mío al suyo y preguntándole al oído si había entendido exactamente lo que le había querido decir cuando estuvimos peleando un par de horas atrás.

Al verse sorprendida por una actitud tan diferente a la de antes, Chieng se sobresaltó pero no emitió ningún sonido, como adivinando que todo lo que ocurriera de ahí en más tenía que ser silencioso para que Ariel no se diera cuenta de nada.

Con un movimiento de cabeza me respondió en voz baja diciendo que había entendido todo y en ese preciso instante yo debería haberme retirado a hacer cualquier otra cosa pero no pude más y me acerqué a su cuello para olerla, para sentir ese aroma que me había perturbado tan abruptamente anteriormente y al acercarme tanto pude ver desde arriba, desde mi superioridad física sus tetas libres debajo de su camisa.

Enloquecí, reconozco que ver su piel marfileña tan cerca me trastornó por completo y comencé a susurrarle cosas al oído. Creo que al principio nada de lo que le decía tenía sentido pero algo le sucedía con mis palabras porque la veía entrecerrar los ojos, respirar de manera entrecortada y mover sus piernas hacia arriba y hacia abajo como si su entrepierna le molestara y necesitara moverse para aliviar la tensión.

Creo que esa fue la señal que me habilitó para mover mi mano sobre su cintura y dejarla resbalar por sus muslos hasta que escuché el primer suspiro. En ese instante apoyé mucho más fuerte mis tetas en su espalda, me cercioré con la mirada por encima del sofá que Ariel no nos estaba mirando y comencé a deslizar mi mano dentro de su pollera.

A medida que dejaba resbalar mis dedos sobre su vagina la escuchaba murmurar palabras en su idioma natal y gemir suavemente mientras yo continuaba hablándole y preguntándole si le gustaban mis caricias.

Nunca, ni siquiera en mis sueños más salvajes, había imaginado esa escena con una adolescente y mucho menos con ella pero ese día dí rienda suelta a mi descontrol y me propuse enloquecerla tanto como ella me había enloquecido a mí.

Cuando mi dedo índice se hundió en su concha la sentí empapada, rebalsando de flujo, reaccionando de manera más que positiva a mis caricias y sin darle posibilidad alguna de decirme que no le gustaba lo que estaba pasando.

Le pregunté en voz baja si alguien ya le había hecho eso y me dijo que sí, que su novio se lo había hecho pero que eso era todo, que no había pasado nada más.

Le costaba hablar, le costaba respirar, seguía moviendo frenéticamente sus piernas hacia arriba y hacia abajo, las abría un poco y las cerraba aprisionando mi mano entre ambas como si quisiera ayudar a mi dedo a hundirse mucho más dentro de su jugosa concha.

Dejé que mi dedo índice subiera y bajara entre la unión de sus labios y rozara apenas su clítoris que ya sobresalía hinchado por la calentura y la pasión del momento.

Los labios de la boca de Chieng alternaban entre la sequedad más profunda y la lubricación repentina que ella misma provocaba al sacar la lengua cada vez que la recorría un espasmo de placer por todo su cuerpo y de pronto quise contribuir a mojarlos más asi que saqué mis dedos de su concha y los deslicé por su boca, notando cómo movía su lengua desesperada para lamer su propio flujo y eso me enardeció más todavía.

Mi propia calentura era incontrolable y solamente podía refregarme contra su cuerpo, mis tetas contra su espalda, mi lengua recorriéndole el cuello y metiéndose como una víbora inquieta en su oreja, mi voz susurrándole en sus oídos las cosas más escandalosas y obscenas del mundo para seguir calentándola hasta que acabara, porque mi mente solamente perseguía su orgasmo, verla acabar y desarmarse bajo mis manos, obtener todo su flujo en mi mano y saber que también ésa era una perversa manera de vengarme por todo lo que me hacía padecer en la convivencia.

Su concha ardía, su carne estaba suave como la seda producto de tanto flujo que manaba sin cesar y tanta pasión, tantos gemidos ahogados, tantas convulsiones con su cuerpo me indicaban que el ritmo debía acelerarse, que ya no tenían que ser caricias que se parecieran a un reconocimiento de campo sino invasiones reiteradas dentro de su cuerpo y a eso me dediqué.

Mis dedos reptaron hasta su interior, se deslizaron dentro, entraron y salieron arrastrando también el flujo que estaba todavía oculto dentro, lo desparramaron por toda su concha, por su vagina, por sus muslos.

La lentitud inicial dio lugar a una furia absoluta, quería que cada vez me pidiera más y más rápido, que siguiera gimiendo y retorciéndose, que su lengua saliera buscando la mía y se desesperara al darse cuenta de que no la encontraría porque estaba a sus espaldas.

Estaba buscando que me pidiera con todas las letras que la cogiera y para eso la enloquecí una y otra vez cambiándole el ritmo, entrando de manera sutil, moviéndome dentro como si estuviera revolviendo papeles viejos buscando algo importante y saliendo con brusquedad como para que sintiera el impacto y el vacío que la ausencia de mis caricias dejaban dentro de su concha.

Me entretuve todo el tiempo posible con esta maravillosa tortura al tiempo que notaba que mi entrepierna estaba absolutamente mojada y que aroma a hembra en celo invadía todo el living.

Tanto hice, tanto inventé que logré escuchar a Chieng pidiéndome que la cogiera hasta hacerla acabar, que no aguantaba más, que necesitaba tener un orgasmo en ese preciso instante.

Y como si de un tempo febril se tratara, mis dedos entraron y salieron frenéticamente de su concha rozando en cada entrada y salida el clítoris para asegurarme que su orgasmo fuera completo, que no quedara nada de deseo en su cuerpo adolescente y llegó el momento final en el que su torso se arqueó bajo mis manos, su espalda formó un arco perfecto apoyando todo el peso sobre sus talones y permitiendo que se sacudiera de manera incansable mientras ríos de flujo caliente corrían entre mis dedos y pegoteaban mi mano contra sus muslos.

Esa imagen fue la que me persiguió mientras yo misma acababa moviéndome escandalosamente en mi cama, refregando mi propia desnudez contra las sábanas y acabando entre dormida, sabiendo que este sueño que tuve hoy a la mañana no tendría que morir en mi inconsciente sino en las letras de una hoja de Word para compartirlo con muchas personas más.

Claudia

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