La conversación telefónica (3)
Esther sufre en sus propias carnes los castigos a su amante. Éste le ofrece el placer en cuentagotas hasta llegar a la desesperación.
Hay algunas cosas en la vida que ofrecen un placer inexplicable. Cuando uno está frente a su plato favorito estaría horas y horas para terminárselo sólo para poder sentir el placer de un manjar tan exquisito.
Esto es lo que estoy haciendo con Esther. No tengo ninguna prisa. Ella sigue forcejeando con sus ataduras pero poco a poco va perdiendo fuerza. La tensión de sus músculos disminuye a medida que se va relajando para, seguidamente, volver a tensarse por el placer que siente en su monte de Venus. Mientras la beso acarició sus piernas pasando la punta de mis uñas desde sus tobillos hasta la parte superior de los muslos. Noto como se le pone la piel de gallina y repito una y otra vez la operación, sin dejar que un cm2 de su piel quede sin entrar en contacto con mis dedos.
Besarla, lamerla... sentir el aroma que sale de su coñito me excita, pero aún lo hace más mirarla y ver como apenas puede mirarme, como entrecierra sus ojos cada vez que mi lengua se hunde en su vagina, cada vez que aprieto con la punta el clítoris húmedo, resbaladizo. Cuando, además, la penetro con mi dedo buscando ese desconocido punto G que ella tiene especialmente estimulado sus piernas tiemblan sin control.
Sus líquidos sirven para masturbarme, para deslizar mi mano desde la punta de mi polla a la base sin ningún tipo de dificultad. No quiero llegar al orgasmo, quiero sencillamente sentir la excitación igual que la siente ella...lenta pero constante.
Después de un buen rato torturándola decido pasar a un segundo nivel. Subo a la cama me siento frente a ella. Respira con dificultad, casi no pude mirarme y se recupera lentamente de la hipersensibilidad de su cuerpo. Finalmente me mira y me ve, recostado sobre la cama, con una pierna doblada y la otra apoyada en el suelo, tocándome para ella, mostrándole lo que tengo entre mis manos. La miro seriamente, se que eso la excita más. De pronto grita como puede a pesar de su mordaza. Puedo entender como me está pidiendo que la folle, que ya no puede más. Me suplica que quiere llegar al orgasmo. Pobre infeliz, aún le queda un buen rato para eso.
Acerco un poco más la silla al borde de la mesa, quedando su coñito justo en el borde. Cojo unas esposas para los tobillos y le desato los suyos de la silla. Delicadamente le extiendo las piernas para que se acostumbre a la nueva posición. Una vez está desentumecida dejo que las apoye sobre la cama. No para de seguirme con la mirada, expectante para saber cual será mi próximo movimiento. Me siento entre sus piernas y hago que me rodee con ellas la cintura. Le pongo las esposas para que no pueda separarse de mi ni caerse. Mi polla está a escasos centímetros de su coño. Sus ojos denotan una especie de ilusión y de alegría al pensar que finalmente va a ser penetrada. Si, lo será.... pero no le permitiré llegar al orgasmo.
Arrastro mi culo por el colchón acercando mi pubis al suyo. Presenté mi herramienta apoyando el glande justo en la entrada de su coñito. Con un último movimiento la introduzco hasta la mitad. Su pecho se hincha por el aire que inspira. Su cabeza cae hacia atrás y un sonido sordo sale de su boca. Su abdomen se contrae como queriendo succionar el miembro que la está penetrando. Al ver que no sigo avanzando vuelve a mirarme de nuevo, con una mirada que realmente asusta, de éxtasis. Sus ojos inquisidores piden más. Con la cabeza le digo que no y procedo a sacarla lentamente. En su rostro tan sólo faltan las lágrimas, su expresión es todo un poema. Se desespera por acercarse pero no puede tocarme... es imposible.
Psicológicamente está rota, entregada. Es como un animal que instintivamente busca el placer. Mi polla está más dura y mojada que nunca.
Suplica.
Le dijo suavemente. Ella cambia su expresión por una de odio profundo... pero en unos instantes su carita de pena ruega por una nueva penetración. Accedo y de nuevo me acerco y la introduzco hasta la mitad. La miro y me parece oír un por favor que sale de su boquita. Le concederé un poco más de placer. Acabo de metérsela del todo, hasta el fondo. De nuevo un gemido sordo sale de sus entrañas. Intenta moverse para iniciar un ligero vaivén pero apenas puede lograrlo. Está insertada en mi miembro. Hábilmente lo muevo en su interior, hacia fuerza hacia arriba. Se que de esta manera presiono su punto G. Es evidente porque cada vez que lo hago, gime de placer y sus piernas tiemblan. Le concedo unos instantes de placer al apoyarme bien sobre la cama y penetrarla rítmicamente durante unos segundos. Cinco o seis movimientos son suficientes para llevarla la borde del orgasmo. De un golpe la saco porque si no yo también llegaré a mi clímax y aún no es el momento.
Si ahora pueda decir algo, menos guapo, oiría todos los insultos habidos y por haber. Respira acaloradamente, está sudando. Sus ojos abiertos como platos reclaman que siga, pero se lo niego. De nuevo forcejea con sus ataduras. Me golpea la espalda con sus tobillos. Hace lo que puede para que yo reaccione pero... no, he dicho que sufrirá y así será.
Decido soltarle las esposas y me levanto. Tranquilamente paseo por la habitación observándola. Ella me sigue con la mirada, esperando mi siguiente acción. Pienso que voy a hacer con ella. Ya está, lo tengo claro. La levanto de la silla manteniendo sus manos atadas a la espalda y la hago subir a la cama de rodillas. Dejo que apoye el culo en sus propias piernas. Esto provoca que su coñito quede bien abierto delante de mi. La pongo mirando a la cabecera de la cama, pero justo en los pies. Me tumbo en la cama de manera que mi cabeza quede justo debajo de su jugosa entrepierna levantándole el culito con mis manos. Suavemente paso mi lengua desde el agujerito del culo hasta la húmeda raja que no para de derramar jugos por la excitación. Apenas puede aguantar el equilibrio por la sensibilidad de la zona, pero no le queda más remedio que soportarlo. La visión de mi cuerpo justo delante de ella con mi polla bien dura la excita aún más. Noto de nuevo sus temblores en las piernas y sus gemidos
La tengo un buen rato a las puertas del clímax. ¿Como se puede tener algo tan cerca y no llegar nunca a conseguirlo? Tengo claro que le va a costar mucho llegar a ese orgasmo. Ahora el que quiere ese orgasmo soy yo. Salgo de debajo de ella. Ya ni siquiera protesta, no tiene opción. Con otro pañuelo le ato los tobillos y a su vez los ato a las muñecas. Ahora mismo no puede prácticamente moverse. Me pongo de rodillas frente a ella y le quito el pañuelo de la boca y hace unas muecas extrañas para recuperar la movilidad. Intenta decir algo pero con un beso la silencio. Está totalmente sumisa, entregada a mi. Se queda con la boca entreabierta, sin entender mucho lo que está pasando. Me levanto y mi miembro queda justo delante de su cara. No hace falta decir mucho más. Con las manos a ambos lados de su cabeza le indico lo que debe hacer. Sin escapatoria posible empieza a lamerme las pelotas, suavemente, humedeciendo cada rincón de las mismas. No pude ayudarse de las manos, así que yo mismo le aparto la polla para que acceda sin problemas. Luego inicia un lento recorrido desde la base hasta la punta del ariete que tantas veces le ha concedido orgasmos. Una y otra vez lo lame y lo besa. Cuando llega al extremo se lo introduce en la boca y lo empapa bien con su saliva. Como si se tratara de un polo recorre todo el tronco de un extremo a otro, repitiendo una y otra vez los movimientos. Le gusta, lo noto. Le encanta chupármela y ahora sabe que no puede hacer otra cosa que contentarme.
Dirigiendo los movimientos con mis manos noto que estoy a punto de correrme. Ahora el que gime soy yo, soltando algún que otro improperio que aún me excita más. Inevitablemente el orgasmo llega al punto de no retorno y le lleno la boca con mi semen. Parte se lo traga, parte cae por la comisura de sus labios... Es increíble pero se relame... le gusta sentir el sabor salado que tiene. Es evidente que esto aún la ha excitado más. Ahora está esperando su recompensa pero... ésta no llegará.
Caigo de culo sobre la cama, tocándome la polla medio flácida sintiendo aún el orgasmo. Cuando reacciono cojo de nuevo el pañuelo y la vuelvo a amordazar. Por unos instantes se queda parada, sin hacer nada, pero luego se resiste. Va a notar el gusto de mi semen durante un buen rato más. Ella ha sido muy cruel conmigo y va a pagar las consecuencias.
La dejo caer hacia delante de forma que su cara queda sobre el colchón. Sus manos atadas a sus tobillos me ofrecen una imagen de lo más excitante. Sus pies me vuelven loco, sus brazos, su espalda... Ese cuerpo que transpira morbo por todos sus poros y que ahora mismo está más que excitado descansa justo delante de mi. Aprovecho para hacerle unas fotos, me servirán para tenerla controlada en un futuro. Protesta. Es inútil, está en mis manos.
Abro las sábanas. La cojo y la meto debajo de ellas, de costado. Yo me tumbo justo en frente de ella. Estamos cara a cara, ella con sus manos en la espalda y sus rodillas dobladas, mostrándome sus pechos y mirándome enfadada al ver que no recibe recompensa. Yo la beso en la cara, en los ojos, en el cuello...
Encanto, después de un orgasmo siempre me apetece echar una siesta. Si no te importa, te estarás aquí quietecita hasta que me despierte. Y luego... quizás... te recompense si te portas bien.
Diciendo esto la cojo por los hombros y la hago bajar hacia las profundidades de la cama, quedando su rostro justo frente a mi polla que ahora reposa en una semi-erección. La cubro con la sábana y paso mi pierna por encima de su cuerpo, de forma que no pueda separarse de mi. Mientras yo duermo ella estará quieta, inmovilizada y con su rostro pegado a mi bajo vientre. Lo único que puede hacer es respirar, oler la intimidad de su captor y esperar a que me despierte para darle un poco de placer. Esta humillantemente excitada, está entregada a mi voluntad, pero... se que su mente no descansa, que ya está pensando que hará cuando consiga salir de esta situación. Y eso, inevitablemente, no hace más que excitarme y, por sus quejas debajo de la sábana, ella también empieza a notarlo cuando algo le presiona la cara cada vez más y más...