La Convención médica
Nunca imaginé que aquella convención terminara de esa forma. Descubrí un sexo más voluptuoso.
La convención médica
Esta historia, aunque parezca increíble, me sucedió hace ya muchos años, allá por 1995, en Madrid, aquel Madrid frío de enero. Yo estaba en una convención médica que se celebraba en un lujoso hotel, cerca de la Plaza de Castilla. Soy nefróloga y en esas reuniones de colegas, se suele, una vez terminado el acto del día, salir juntos a cenar y a tomar unas copas, entre colegas de la profesión. Aquella tarde, la recuerdo como si fuera hoy, nuestro grupo se dirigió a un bar de copas cercano, justo al que solíamos ir durante todos los días que duró la convención. Allí debatíamos nuestro parecer de todo lo aprendido en las conferencias y tertulias que cada día se escuchaba en los salones del hotel donde se celebraba la convención.
Debo decir que al ser doctora puedo parecer muy seria, o que mis colegas masculinos sean unos señores un tanto aburridos. Pues nada de eso, quizá todo lo contrario. Una vez se ven libres de los pesados protocolos, se desmelenan como se dice vulgarmente y se convierten en Mr. Hide.
Una vez tomadas esas copas, quizá más de la cuenta, nos fuimos a cenar algo ligero, pues uno de mis colegas, al que conocí esa semana, el Dr. Páez, Jacinto para nosotros, sugirió que cenáramos ligero para aprovechar la noche e ir de pub en pub hasta que el cuerpo aguante. Los demás rieron y asintieron con agrado, yo no respondí aunque asentí con una sonrisa. El grupo estaba formado, además de Jacinto, que era natural de Badajoz, por el Dr. Rosell de Barcelona, el Dr. Espinel de Toledo, la Dra. García Benítez, también de Toledo, mi marido el Dr. Cólogan y yo, Beatriz, ambos de Valladolid.
Una vez salimos del bar de copas, nos fuimos a comer algo ligero, tal y como estaba planeado. Unos bocadillos en uno de esos sitios especializados en bocadillos de todas clases, se encontraba ese sitio en la misma Plaza de Castilla. Allí nos atiborramos de pan y cervezas y la conversación comenzó a girar en torno a la vestimenta de las chicas adolescentes de hoy en día. Luís Rosell, nuestro colega más antiguo, decía que eso en realidad era porque no había una verdadera cultura popular y la gente copiaba todo lo que se le ponía por delante, precisamente por carecer de criterio propio.
Si tuvieran criterio elegirían ropa que les gustara de verdad y no esos mini vestidos provocadores, hechos para agradar la vista del macho.- dijo Luís Rosell. Tenía 55 años y quizá algo anticuado, pero no desprovisto de razón.
Jacinto inmediatamente discrepó de él, le gustaba discrepar siempre, le dijo que en realidad las mujeres visten así porque necesitan tener a un amante a su lado, aunque fuera con las miradas de los transeúntes. Jacinto tenía 36 años. Ana (la Dra. García Benítez) se molestó y lo llamó machista, algo enfadada por el tono en que se lo dijo, yo también le hice saber que el comentario estaba fuera de lugar. Ana tenía 28 años y yo 34, mi marido de 38 años, que escuchaba sin mediar palabra, como casi siempre, comentó que ese tipo de conversación le aburría y sugirió al doctor Rosell que le acompañara al hall del hotel para tomar algo, los demás declinamos la invitación a la espera de ir más tarde, pues la conversación iba tomando unos derroteros peligrosos. Jacinto estaba defendiendo su tesis lo mejor que podía, llegó a decir que las mujeres en realidad sólo desean un falo y no a su portador. ¡Bueno! Ana estaba al borde de un ataque, se encolerizó y le insultó. A todo esto Luís Rosell y mi marido, sensiblemente contrariados, se dirigieron al hotel, que no distaba mucho de donde nos encontrábamos. Nosotros seguíamos enfrascados en la discusión. Enrique Espinel que por aquel entonces tenía 54 años y que hasta el momento no había proferido palabra alguna, comentó que según algunos estudios, la tesis de Jacinto no estaba tan descaminada, con algunos matices, claro.
-Es más, dijo Jacinto, esta noche si ustedes quieren puedo probarlo.-
Nos quedamos atónitas Ana y yo. ¿Probarlo cómo? Él dijo que nosotras disfrutaríamos sin tener sexo con nuestras parejas habituales. Esa afirmación sólo podía ser factible con Ana, pues yo tenía a mi marido conmigo. El marido de Ana no es de la profesión y se había quedado en su domicilio.
-Incluso tú, Beatriz, puedes disfrutar, me dijo, solamente por engañar a tu marido una vez, disfrutarás como nunca, es innato en el ser humano, no puedes evitarlo, si tienes coraje para prestarte al experimento.-
Esto no podía estar pasando, no a mí. Ana, ahora más calmada, le espetó que adelante, a ver cómo lo hacía.
-Machista de mierda,- susurró en voz baja.
Jacinto cogió a Ana y a mí por el brazo y haciendo una señal con la cabeza a Enrique para que nos siguiera, nos dirigimos hasta la acera para solicitar un taxi. Subimos y Jacinto le ordenó que nos llevara a la Casa de Campo.
Enrique subió delante y Ana, Jacinto y yo, por ese orden, nos colocamos detrás. En el mismo instante en que arrancó el taxi hacia la dirección señalada, Jacinto puso su mano sobre mi rodilla, no se movió de ahí, quería dejar claro que el experimento había comenzado. Unos segundos después, hizo lo propio con Ana. Ni Ana ni yo, hicimos ademán de quitarle la mano, no queríamos quedar como niñatas estúpidas y darle razones para estropear "su teoría".
Pasado un rato, Jacinto le dice algo al oído de Ana, que yo no oigo, pero mi compañera gira la vista hacia mí por detrás de nuestro compañero y me pica un ojo. Luego Jacinto se gira y hace lo propio conmigo, me susurra al oído.
-Quítate las bragas.- Miro a mi compañera y asiento con la cabeza. Ambas casi al unísono cumplimos el mandato, con mucho cuidado, pues temía que el conductor se diera cuenta por el espejo interior del coche.
Jacinto, como un autómata comenzó a deslizar la mano por debajo de la falda corta que llevaba y con unos dedos muy cuidadosos inicia una exploración en mi sexo, primero un dedo, después dos, mientras con la otra mano, hace lo propio con Ana que llevaba una minifalda muy sugerente. Reconozco que las copas que habíamos tomado pudieron influir en mi excitación. En cualquier caso me estaba excitando y notaba como mi sexo se humedecía al contacto con aquellos ágiles dedos. Ni que decir tiene que Ana disfrutaba también, pues estaba con la cabeza hacia atrás haciendo verdaderos esfuerzos para no gemir, para no gritar. La situación era verdaderamente embarazosa. Él sacó su pene erecto del pantalón vaquero y agarrando a Ana por el cuello la obligó a duras penas a inclinarse hacia él, pero Ana en un brusco movimiento consiguió librarse y volver a su situación original. Jacinto creyó que su experimento estaba yendo por mal camino, pues se giró hacia mí para hacer lo propio y yo por no llevar la contraria a Ana, me resistí igualmente. Aunque hice un verdadero esfuerzo por aguantar, lo reconozco. Jacinto estaba empezando a perder la compostura. Con la mano agarró fuertemente mi vulva y la apretujó, es posible que haya hecho lo mismo con Ana. Yo sentí un verdadero dolor intenso, pero la situación no era la más propicia para gritar.
Al poco tiempo estábamos en la Casa de Campo, un lugar inhóspito, un lupanar de sexo y drogas, de prostitutas y travestis, de mirones y depravados, de chulos y proxenetas, en fin, si existe el infierno, aquel lugar era una de sus parcelas. Un poco enfadado por lo que había pasado, Jacinto despide al taxi y aprovecha para dejar nuestras bragas en el asiento de atrás, con lo que el taxi se marcha y nos deja sin prenda íntima. En ese momento tengo la sensación de que he llegado demasiado lejos,
-¿Qué pensará Berni, mi marido, si me viera en este estado?- Dije para mí.
Me puse muy nerviosa y deseaba dejar aquella estupidez en aquel mismo momento. Caminamos siguiendo a nuestro anfitrión, Jacinto, por un pequeño claro, donde podían verse grupitos de personas, habitantes de la noche. En un momento del camino, hizo señal de parar y le comentó a Enrique que el sitio era idóneo. Jacinto hace un pequeño reconocimiento del lugar y se aproxima a Ana, que ya no la veo tan incisiva, la coge por el cuello y comienza a besarla con ímpetu, mientras sus manos se van directamente a las nalgas desnudas bajo su minifalda, ella accede al encuentro y colabora con el mismo frenesí, le besa apasionadamente mientras le va desabrochando la camisa, era evidente que Ana llevaba la iniciativa, después se agachó y le desabrochó la bragueta del vaquero de Jacinto, en un movimiento corto pero firme, le sacó el pene que tenía erguido, (el mismo que ella rechazó en el taxi) se lo llevó instintivamente a la boca y comenzó a chuparlo y lamerlo haciendo unos ruidos, para mi, exagerados, él se mantenía de pie con la cabeza hacia atrás y la espalda ligeramente arqueada, mientras sus dos manos cogían a mi compañera por la cabeza para atraerla hacia su miembro.
En un momento, Ana ralentizó el movimiento y esto a Jacinto no le gustó mucho, supongo, pues de un golpe de pelvis le llevó su enorme falo a la garganta de Ana que dio una horcajada que a punto estuvo de vomitar. Después fue ella quien lentamente fue tragando su enorme polla, como si de una serpiente que engulle a su presa se tratara, y la llevó hasta el fondo de su garganta, lo que motivó, ahora sí, unos vómitos que salpicaron el miembro de Jacinto.
Enrique y yo contemplábamos la escena, con deleite y sospecho que mi compañero Enrique, con lujuria hacia mí, porque no dejaba de mirar a los amantes y a mí. Se acercó y sin mediar palabra intentó deslizar la mano por debajo de la falda, yo se la frené y él se retiró unos pasos, algo confundido. Mientras, Jacinto había puesto a Ana del revés, la había colocado a cuatro patas sobre la hierba, con la cabeza en el suelo y las nalgas levantadas. Él se colocó detrás y la embistió brutalmente, pues Ana dio un grito y cayó hacia delante, aunque Jacinto la ayudó a levantarse, después con la misma brutalidad la embestía y la embestía hasta el punto de que desde donde yo contemplaba la escena, oía los encontronazos del bajo vientre de Jacinto y las nalgas de mi compañera. Ana gritaba y gritaba, me estaba poniendo nerviosa pues sus gritos habían atraído a un pequeño grupo de mirones, unas diez personas estaban en primera fila, contemplando el espectáculo, incluso había un negro que sospecho era un proxeneta de la zona.
Me da vergüenza confesarlo, pero estaba completamente mojada, -¿sería verdad la teoría de Jacinto?-
En un momento dado, Jacinto intentó penetrar a Ana por el culo, ella quiso resistirse y él utilizando la fuerza, la agarró fuertemente por el cuello con la mano derecha, mientras que con la izquierda se sujetaba su enorme miembro para metérselo por el culo, ella decía que no y que no, pero él sin hacerle caso, lo intentaba una y otra vez. Ana se revolvía resistiéndose a ser sodomizada. Finalmente Jacinto al no poder sujetar a Ana desistió y siguió fallándola por detrás, pero por su sexo.
Enrique volvió a intentarlo y esta vez la resistencia, que la hubo, fue menor. Se me acercó hasta sentir su aliento apestando a alcohol en mi cuello. Creí que iba a decirme cosas bonitas, pero lo que hizo fue, supongo que influenciado por lo que estaba viendo en Jacinto, tirarme bruscamente al suelo, caí de espaldas en la hierba con las piernas abiertas, incluso me hizo daño y en pleno aturdimiento por el golpe sufrido, me agarró por los pies y me arrastró hacia él, al no tener bragas sentía la hierba cuando pasaba por mi culo al ser arrastrada. Estaba desconocido, los ojos estaban desorbitados y además babeaba, -¡Dios mío me va a hacer daño!- pensé. Enrique me dio la vuelta con tanta fuerza que creí me había fracturado una pierna, después pasó fuertemente su brazo por debajo de mi cintura y me levantó hasta estar en la posición de cuatro patas, acto seguido me dio un fuerte manotazo en el cuello y me estrujó el pelo al agarrarlo con su mano derecha, pelo por el que me tenía cogida y apretada la cara en la hierba. Me remangó con los mismos ímpetus la falda dejando las nalgas al aire y me embistió de tal manera que su polla no consiguió entrar a la primera en mi sexo, lo que motivó que me doliera el encontronazo en la zona perineal. Desorientado consiguió colocar su polla en la entrada que estaba buscando y tras varias embestidas me folló como un verdadero animal, una y otra vez me follaba y me follaba sin parar, yo sentía un deleite enorme por las embestidas. Él me gritaba -¡puta!- tantas veces que llegó a excitarme cada vez más esa palabra soez.
Después de un rato en esa situación la sacó bruscamente y el muy animal se abalanzó sobre mi culo sin ni siquiera un tratamiento previo, lloré y le imploré, pues sabía lo que me iba a pasar. Yo era virgen en esa zona e intuí que este hombre estaba fuera de sí, en ese momento era un psicópata. Le dije que así no, pero ni los lloros ni las súplicas lo aplacaron, muy posiblemente le hayan aumentado su furia, como esos documentales de caballos apareándose, fornicando con la yegua a la que muerde por las crines. Enrique, como digo, puso su polla en la entrada de mi ano y de una embestida se adentró en mí. El dolor fue tan insoportable que noté la sangre caliente recorriendo mis muslos, me desmayé y cuando volví en si unos minutos más tarde, él estaba aún bombeando dentro de mi ser. La sacaba y la metía, la sacaba del todo y la metía del todo, una y otra vez, con lo que el desgarre de los músculos de los esfínteres anales acrecentaba todavía más mi dolor, ya no me movía, mis piernas temblaban con una sensación que nunca había tenido. Él eyaculó dentro de mi culo y después de unos segundos en que se babeó sobre mi nuca, hasta el punto de que sus fétidas babas resbalaban por mis mejillas, la sacó y me pidió perdón por su inexperiencia. Mi culo dolorido se mantuvo abierto durante un buen rato, durante el que me mantuve en la posición de cuatro patas y el culo levantado, ya que me era imposible moverme.
En mi posición veía a Ana que ya había terminado con Jacinto, ajena a lo que me sucedía a mí. Seguía sin poder moverme, estuve de cuatro patas un rato más porque me aliviaba esa posición por el fuerte dolor que tenía en el culo, no sabía si podía caminar. Un poco después intento sentarme en la hierba fresca de la noche para atenuar mi dolor, dolor que nunca lo he dicho, era placer puro, disfruté con ese vejestorio de animal enculándome a la fuerza, hasta el punto que me corrí completamente extasiada. Nunca se lo he dicho a nadie.
En un momento de la conversación entre Jacinto y Ana, que ya ni siquiera escucho, Jacinto se levanta y le dice a Ana y a mí que si estamos dispuestas para poder él demostrar el experimento.
-¿El experimento no se había demostrado ya?- Le sugirió Ana.
-No, eso no vale, somos amigos, colegas, no es válido para mi experimento.-
-No te entiendo- Dijimos al unísono las dos.
Él hace una seña y aquel grupo de espectadores espontáneos se acercan, él les comenta algo en voz baja y todos parecen estar de acuerdo. Es entonces cuando esta gente se acercan a Ana y la agarran entre varios para ponerla boca a bajo, a cuatro patas, estos tíos se ponen en fila india y sin mediar palabra comienzan uno a uno a follarla, los gritos de Ana se entremezclan con los gemidos de placer, ya no se sabe, si sufre o disfruta, poco a poco va dejando paso a los gemidos, claramente audibles, de placer. Ellos se van turnando uno a uno, sin prisas, ni siquiera pelean por los turnos, saben que todos la van a disfrutar. Uno, dos, tres, cuatro tíos, después el negro aquel. Consigo ver como le sale el semen de su sexo, semen desparramado por sus muslos de cuatro, cinco, seis tíos. Incluso en el turno del negro, este pide que la agarren bien y tras escupir en el ano, momento en que Ana suplica que no, implora que no, llora y pide que no, sin que sus súplicas lleguen a ningún sitio, coloca su polla en la entrada y la embiste con una fuerza descomunal que hace que los que la están agarrando tengan que hacer un verdadero esfuerzo para mantener la posición. El africano la saca y la mete, vuelve sacarla y la vuelve a meter y Ana no puede siquiera tocarse las nalgas, no la dejan, una fuerza descomunal hace que esté totalmente dispuesta para el que quiera. El negro sigue y sigue mientras Ana sigue con los gemidos, la doctora García Benítez gritando de placer al ser atravesada por el falo gigantesco de un africano. ¡Increíble! Al final el negro eyaculó en su culo y este permaneció abierto para otros que esperaban turno.
Cuando terminó la ronda se dirigieron hacia mí y un par de tíos me cogieron de igual forma y tras poner mis nalgas al viento se turnaron igualmente para follarme. Tenía verdadero miedo de que me sodomizaran otra vez, pues el dolor no había remitido del todo. Un viejo de unos 55 años fue el primero, era barrigudo y mal vestido, casi un indigente, me metió un dedo en mi sexo babeante y después poco a poco fue introduciendo los otros dedos, hasta llegar a la mitad de la palma de la mano, con movimientos de entrada y salida, reconozco que aquel repugnante individuo conocía el oficio, fue introduciendo la mano casi completa mientras hurgaba en mi interior, poco a poco fue introduciendo la mano completa, la muñeca estaba totalmente en mi interior, no podía a esas alturas reprimir los gemidos de placer que eso me daba. Ellos reían y reían, viendo el espectáculo. Uno le dijo que siguiera hasta el codo y recuerdo cuando otro le gritó sigue, sigue, que ya casi has llegado al codo-. En un momento dado, el viejo quitó la mano y mi sexo completamente abierto fue preparado para que una polla enorme ocupara su lugar, quizá la del negro, no lo se, desde mi posición no podía verlo.
Sin embargo podía ver de lado a Ana que estaba levantándose a duras penas y colocándose lo mejor que podía sus ropas. Cuando uno tras otro pasaron por mis entrañas, llamaron a uno de ellos para que me sodomizara, según ellos porque era el que más grande la tenía. Intenté revolverme sabiendo lo que me iba a pasar, pero era imposible, los momentos de placer intenso que tenía no podían borrarlos un rato de dolor, además unas manos fuertes me sujetaban. De todas formas uno de ellos sacó un sobrito cerrado y tras romperlo lo derramaron en la entrada de mi roto culo. Sentí el frescor de aquel líquido viscoso y oleoso. El tío que se colocó en posición para sodomizarme debió darse cuenta de los desgarros, pues con sumo cuidado y con dos dedos, embadurnó completamente la entrada de mi culo, lo que hizo que el dolor remitiera bastante. Después colocó su polla en la entrada de mi culo ya bastante abierto por el animal de Enrique y poco a poco la fue metiendo, lentamente, muy lentamente, para no hacerme daño, cosa que, irónicamente, le agradezco. El placer que sentí fue tan enorme que el ano se distendía solo, aquel tipo entendió entonces que era la hora de embestir y de un puyazo la metió hasta el fondo, sentí desmayarme de placer, no sentía el cuerpo de cintura para abajo, notaba su enorme polla chocando contra la pared interior de mi vientre, era un éxtasis jamás sentido por mí. Mientras este tipo me follaba, ahora de una forma bestial, sin encanto ni dulzura, simplemente como los animales, otro me cogió por el cuello y me metió su polla en la boca, vomité cuando me llegó a la garganta, pero no pareció inmutarse, embestía con tanta fuerza que la garganta regurgitaba todo lo tomado esa noche, hasta que el tipo eyaculó en el fondo de la garganta, lo que hizo imposible que pudiera escupir el semen, no me quedó más remedio que tragarlo. Cuando el que me follaba por el culo derramó toda su leche en mi interior, sentí que había aflojado la presión del que me agarraba. En unos momentos me soltaron y tras levantarme con las piernas debilitadas, me acerqué hasta Ana, juntas ya las dos con la complicidad de la noche, fuimos en busca de algún medio de transporte que nos trasladara hasta el hotel, Jacinto y Enrique nos seguían a corta distancia. Ninguno de los cuatro dijo nada durante el trayecto, un silencio cómplice se apoderó de los cuatro. En esta situación llegamos al hotel. Cuando llegamos, Berni mi marido, aún charlaba con Luis Sorell, nos invitaron a acompañarles y con unas bromas de mal gusto, dadas las circunstancias, nos preguntaron si habíamos demostrado la tesis del doctor Páez. Berni dio un pequeño codazo de complicidad a Enrique y echó una carcajada.
Ella es muy recatada, es muy clásica, ¿sabes? Mi mujer es de las de antes, por eso la adoro- Le dijo a Enrique.
Este sonrió pero no se atrevió a mirarme. Jacinto y Enrique se quedaron un rato más en el bar del hall del hotel con mi marido y Sorell, entre risas y bromas, pero nosotras, tras excusarnos por el cansancio, nos despedimos y ambas nos dirigimos hasta nuestras respectivas habitaciones. Casi no podía subir las escaleras. Me fijé en Ana que caminaba unos pasos delante de mí, lo hacía de una manera anómala, me di cuenta que caminaba de un modo artificial, caminaba con las piernas abiertas, supe enseguida que hasta esa noche, ella también era virgen analmente hablando. Incluso cuando llegué frente a la puerta de mi habitación, justo al lado de la de Ana, volví a girar la cabeza hacia mi compañera por si dirigía la vista hacia mí. Nada, me ignoraba, quizá avergonzada por lo sucedido. Cuando Ana fue a meter la tarjeta que servía de llave, en su puerta, esta se le cayó al suelo y al agacharse para recogerla, no sin dificultades, pude ver su culo desnudo bajo esa minifalda cortita que tenía. Tenía los muslos completamente rojos y las nalgas amoratadas.
Las nalgas tenían todavía suciedad del suelo de la Casa de Campo, su sexo, que por cierto estaba depilado, estaba frente a mí a un solo metro de distancia, aún estaba rojo del ajetreo de la noche. En esa posición estaba verdaderamente pidiendo que la follaran. ¿Será posible que aún me encuentre excitada? Entré en la habitación y me metí en la ducha. Después de llenar la bañera con agua tibia, tomé un baño e intenté relajarme pensando en lo que había pasado. Mientras estaba en la bañera intenté colocar unos dedos en el ano para hacer una exploración de la zona afectada, increíblemente podía meter la mano, llegué a introducir los cuatro dedos de la mano, sin lugar a dudas estaba excitada, sino no se explica. Mi marido llegó bastante tarde, bastante ebrio e intentó tocarme, pues yo estaba desnuda ya que no podía ponerme bragas por las molestias. Intenté hacerme la dormida para hacerle desistir mientras él hablaba solo, estaba diciendo que el Dr. Luís Sorell y el Dr. Enrique Espinel, eran unos viejos que lo único que les faltaba era tener a una mujer como yo a su lado, con mi cuerpo, estaban sin sexo en la vida y eso no era bueno. Tras varios intentos fallidos por penetrarme, puso su pene erguido en mis muslos hasta que se durmió. Nunca he hablado de lo que pasó en aquella convención, que una vez finalizada, no volví a ver a Ana, Jacinto o Enrique, ni siquiera nos despedimos. Pero aún siento placer y me imagino en mis fantasías que me están follando varios a la vez, a la fuerza. Sólo que en mi caso ocurrió realmente. En cuanto a mi marido si supiera lo que ese viejo del Dr. Enrique Espinel me hizo gozar, no lo creería. Con el tiempo volví a la monotonía de mi trabajo en el hospital.
(Beatriz Galindo, Nefróloga)