La contagiada (ConFinar Feliz I)
Durante el confinamiento que se vivió en Marzo de 2020, una chica tiene que aislarse en su casa porque da positivo en Covid-19. El aburrimiento hace que su libido alcance cotas que ni ella misma conocía.
Marzo de 2020
¡Qué mala suerte!
Sabía que tenía que haber cancelado ese viaje a Italia. ¿El resultado?
—Leila, has dado positivo en la prueba —me dijo el sanitario.
Un pedazo de positivo en Sars-Cov2.
Dos semanas ingresada y más mala que un perro con sarna. Al tercer test dio negativo y resoplé todo el oxígeno que el virus me había privado días atrás .
Pero cuando salí del hospital empezó la otra pesadilla.
Me esperaban al menos catorce días de cuarentena forzosa y todo el país estaba sumido en un confinamiento obligado. Pero estaba contenta, otros muchos miles no habían tenido la misma suerte que yo.
Llegué a casa agotada, cuando cerré la puerta y me vi en el espejo me entraron ganas de romperlo como si fuera Blancanieves — o la Reina Malvada no recuerdo bien. Pesaría al menos seis kilos menos, tenía los pómulos chupados y más ojeras que un mapache. Como si me hubieran echado encima veinte años.
Y además tenía hambre.
Pedí provisiones por Internet. Mi idea inicial era pasar la cuarentena leyendo y viendo series. En mi empresa ya sabían mi situación y me habían dicho que cuando estuviera recuperada reanudara mi trabajo. Me dedico al marketing digital y no tengo problema en trabajar desde casa.
Los primeros días leí mucho; entre mis lecturas un libro que siempre había tenido pendiente y que por unas causas u otras nunca había terminado. El diario de Anne Frank . También divagué entre literatura romántica y erótica. Tanto clásicos como La Venus de las pieles, como modernos de autores menos conocidos. La verdad, alguna de esas lecturas revivió mi libido.
Pero aunque mi cuerpo me pedía a gritos una cosa, mi mente no estaba muy por la labor.
Así que me mojaba las ganas que la literatura erótica me dejaba en algunas películas que también tenía pendientes. Como Doctor Sueño (con la que pasé un buen mal rato), y Once Upon a time in Hollywood. Luego vino el turno de las series.
Cuando pasó la primera semana apalancada en el sofá, y del sofá a la cama empecé a aburrirme de todo. Me acostaba a las tantas de la madrugada y me despertaba muy temprano por el ruido del vecindario.
Vivo en un bloque de pisos bastante grande y relativamente nuevo, de esos que forman un cuadrado, con piscina y zonas verdes en el patio central. A pesar de la cuarentena, todas las mañanas el jardinero cortaba tan bien el césped con su máquina segadora que lo dejaba como un campo de fútbol. Lo malo es que su maldita máquina cortadora despertaba a medio vecindario. Total, que mi sueño se trastocó por completo.
Como consecuencia de pasar todo el día cansada y sola mi mente empezó a divagar y a perder el control con respecto al cuerpo, que lo único que pedía era descanso, comida y…
Sí, una de esas necesidades básicas que ya estaba algo despierta gracias a la literatura.
Antes de ir a Italia había roto con una especie de amante-amigo que no me traía más que disgustos. Bueno, disgustos y buen sexo, todo hay que decirlo.
Mauro me tenía bien atendida, pero en las últimas citas me quedaba mirando a la puerta cuando se marchaba con ganas de pedir que se quedara pero sin fuerzas para hacerlo. Quedaba con él los viernes o sábados. Venía a casa, me daba lo mío y en mitad de la noche se escabullía. Al principio solíamos pasar juntos algún que otro fin de semana. Pero poco a poco la complicidad fue descendiendo.
Ahora estaba sola, confinada y entre mis piernas notaba la humedad con mayor frecuencia.
Dejé los libros eróticos y cogí mi portátil para leer historias eróticas en Internet. Mi cuerpo pedía más y evolucioné de forma natural a relatos pornográficos.
El siguiente paso evolutivo fueron los vídeos, también porno, claro.
Como todo, la novedad fue excitante, pero dio paso a la frustración.
Pasó otra semana en la que me masturbaba al menos dos veces al día, pero eso me hizo sentirme tan vacía como en las visitas de Mauro.
Un nuevo paso Darwiniano fueron los chats de Internet: apps de ligues, chats de sexo…Todos eran muy chulitos y se ofrecían a quedar conmigo y «ponerme fina».
¡En plena cuarentena!
Di con algún tío interesante y después de algunas tórridas charlas dimos el paso a la Webcam.
¡Yo, con treinta años y haciendo «guarrerías» delante de una cámara web!
Pasé muchísima vergüenza la primera vez que vi a un chico desnudo en la pantalla del ordenador. Más que desnudo lo único que vi fue su aparato reproductor, que menudo aparato, hay que ser justa. Cuando el tipo empezó a eyacular a los dos minutos de haber conectado la videollamada, bajé la tapa del portátil antes de que terminara.
Menudo sofocón. Toda la excitación que tenía se diluyó como se diluye un paracetamol efervescente.
Volví a mis relatos erótico-pornográficos durante un par de días. Pero la necesidad de contacto humano me estaba consumiendo. Así que frecuenté cada vez más una conocida aplicación móvil de ligoteo.
Es extraño, pero desde la supuesto impunidad de mi casa, me sentí hasta un poco acosada: cada día innumerables proposiciones de sexo llegaban a mi bandeja de entrada. Aunque también me llegaron propuestas decentes de charla.
No creo que fuera casualidad, porque una casualidad es encontrarse con una persona en un ascensor y formar una familia. Encontrar a alguien compatible en una aplicación de ligue no es casual.
Alejandro, Alex, me había dicho que tenía treinta años, dos menos que yo. Éramos de la misma ciudad y a ambos nos gustaba mucho el cine. ¿Físicamente? Del montón.
—Pero del montón del bueno —dijo él.
Me hizo reír.
Y me hizo reír durante toda una noche en la que charlamos de tantas cosas que sentí que le conocía desde la infancia.
—Pero no te vas a querer acercar a mí, he pasado la Covid —dije.
—¡Anda! ¿Cómo que no? Ya tienes anticuerpos y si tenemos intercambio de fluidos me los puedes transmitir.
Se tomó esa licencia sexual porque ya habíamos hablado de sexo previamente, aunque de la mejor forma: entre líneas, en el subtexto. Sonreía mientras escribía y estaba pendiente de sus respuestas, y eso es lo más importante. Cuando te ríes se liberan endorfinas y cuando se liberan endorfinas, dopaminas, serotonina y todas esas hormonas tan «inas» y que tanto beneficio nos aportan. Y en un estado de placer sensorial provocado por una buena charla y una carcajada continua, pues la libido aparece diciendo: ¡Aquí estoy yo!
Y claro, con algo tan fácil como darle a un par de botones pues se envían fotos en sujetador, en bóxer, sin sujetador, sin bóxer y cuando se mandan sin bragas pues ya se lía. Y si la vez anterior me sentí incómoda al estar desnuda y masturbándome delante de la cámara, con Alex era diferente. Y el muchacho no es que fuera un adonis, pero lo tenía todo en su sitio, una herramienta aceptable que si me hubiera puesto a medirla estaría por encima de la media, y bastante bien alimentada. Y sobre todo tenía un toque de sensualidad diferente a los demás.
Tan diferente que llegué yo al orgasmo antes que él. Y me encantó eso de sentirme mirada y admirada. Me gustó tanto que repetimos durante al menos dos noches más. En la tercera madrugada pasó algo terrible.
Esa vez quise aguantar yo y hacerle sufrir un poco, le pedí que se masturbara para mí sin ofrecerle nada a cambio. El chico, más bueno que el chocolate, me hizo caso. Cuando estábamos en lo mejor — él empalmado/yo empapada— alguien entró en su cuarto.
Y ese alguien era tal que:
—¡Mamá!, pero ¿por qué haces aquí?
Colgué ipso facto.
¿Mamá?
Un tipo de treinta años tan mono y con un buen trabajo —por lo visto era ingeniero informático—, ¿viviendo con su madre?
Después del shock inicial pensé que, bueno, tampoco era tan dramático, en mitad de la pandemia quizá podría estar cuidando de su madre. No quise ni mirar el móvil para leer su explicación. Estaba demasiado cabreada y confusa y caliente.
Y la suma de estos tres factores hizo que apenas durmiera.
Me desperté todavía más cabreada, más confusa y más caliente. Pero no tenía ganas de nada así que me fui a la ducha sin mirar el móvil. Mientras me secaba mi desaprovechado cuerpo miraba la pantalla sin querer mirar en su interior, pero los nervios me tenían comida la moral y perdí la batalla.
Tenía más de veinte mensajes y notas de audio del amigo. Muchos lo siento, muchos perdones, pero ni una sola mención a su supuesta madre. No le contesté. Mi cabreo seguía presente y mi dolor de cabeza más. ¿La calentura? En stand by .
Pasaron un par de días y seguí ignorándole a pesar de sus mensajes e intentos de llamada.
Al tercer día se dio por vencido, y eso que dicen de que no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes se cumplió. Al cuarto día fui yo la que le contacté y le pedí perdón por desparecer.
—Entiéndeme, eso de que vivas con tu madre me pilló muy de sorpresa.
—Lo siento, debería habértelo contado, pero es que siempre se duerme muy pronto, parece inglesa, y…
—¿Está enferma o algo?
—No, qué va.
Se produjo un silencio y aunque los dos intentamos abrir la boca ninguno habló.
—Bueno, quizá sea mejor que lo dejemos… —dije cuando ya no podía más.
—Te echo de menos —dijo. ¿Con franqueza?
Creí que sí. Lo creí por el puchero con el que lo dijo. Era un tipo de treinta años que podría aparentar veinticinco o incluso menos y ese gesto infantil me transmitió confianza, como si de verdad lo dijera un niño de seis años a su madre.
«!Un momento!»
—Alex...,Alejandro…¿cuántos años tienes?
—Ya te lo dije.
—Ya, pero dímelo de nuevo.
Se calló.
Efectivamente, me había mentido con la edad. No es que tuviera cara de adolescente, pero es cierto que si se quitaba los cuatro pelos que tenía en la barba podría decirse que tenía…
—Diecinueve años.
¡No puede ser!
Le colgué de nuevo sin dar explicaciones. Me puedes mentir una vez, dos no. Algo así no se hace. Le bloqueé en el WhatsApp y en la App de ligoteo. Me llamó por teléfono pero le colgué tantas veces que se dio por vencido. Al ver que estaba bloqueado me mandó un SMS, dos, hasta cinco.
«Ya se cansará de gastarse el dinero».
En efecto, me llamó durante un día más y después dejó de insistir. Estuve a punto de responderle y amenazarle con una denuncia por acoso, pero tampoco tenía mucho sentido. Era obvio que se cansaría de llamar. Ya encontraría a otra en Internet.
Pasaron un par de días y mi libido no hizo acto de presencia. Al tercer día volví a encontrarme con mis bragas empapadas viendo una película llamada Shortbus , una indie de las que soy muy fan y en la que tanto hombres como mujeres follaban, se masturbaban e incluso hacían trenecitos sexuales cantando con la boca en las nalgas del otro.
Esa noche me tuve que masturbar.
Pero lo hice de forma calmada y en la oscuridad de mi habitación, recorriendo mis pechos, mi vientre y mi entrepierna con calma y sin prisas. Tenía todo el tiempo del mundo y ninguna cámara web de la que estar pendiente. Pero está claro que en estas situaciones la mente divaga y que pese a mi rechazo, acabé pensando en Alex. Me corrí como una bestia imaginando su cabeza entre mis piernas y su lengua saboreándome.
No quería sucumbir, pero la noche siguiente volvieron las ganas de masturbarme. y
No lo iba a hacer sola.
—¿Sigues por ahí?
Le desbloqueé y le puse un mensaje.
—Hola, sí, claro. ¿Cómo estás?
—Podría estar mejor.
—¿Ah, sí? Yo también si tú estuvieras aquí.
No le pedí explicaciones ni él ofreció excusas. Nos masturbamos frente al móvil y exploté gritándole que no parara de follarme. Él tenía puesto los cascos y la verdad que me daba igual si su madre entraba o no.
—Buenas noches.
—¿Ya te vas? —preguntó.
No le contesté, apagué el teléfono y me dormí como una bebé.
Al día siguiente tenía otra ristra de mensajes del muchacho. Algunos pidiendo de nuevo perdón, otros diciendo lo mucho que me había echado de menos, otros de su anatomía.
El chico, la verdad, me tenía enganchada. ¿Y cuál era el problema? Ninguno, era mayor de edad y me deseaba tanto como yo a él. Así que, qué más da si tenía solo diecinueve.
«Si le pillo en persona le destruyo».
Por lo visto estos pensamientos se transmitieron a Alejandro por telepatía porque esa misma noche, después de nuestra sesión onanista video retransmitida me soltó:
—Leila, es un poco locura, pero ¿quedarías conmigo?
—Tú estás fatal.
—¿Por qué? Nos gustamos, nos ponemos cachondos
—¿Pero tú no ves las noticias?
—Sí, pero…
—¿Pero qué? Ya te he dicho que pasé el virus, no voy a arriesgarme a cogerlo otra vez por un calentón.
—Leila, mira: llevo más de diez días sin salir de casa. Mi madre está teletrabajando, compramos la comida por Internet y el repartidor la deja en la puerta, no tengo ni un solo síntoma…
Eran buenos argumentos, pero quedaba el mejor.
—Muy bien, muy bien, te creo, no tienes el virus, pero…¿dónde quedamos? En tu habitación, con tu madre al lado?
—Esto…
—Ah, claro, seguro que pretendías venir a mi casa. ¿Y si te para la policía? ¿Dónde vas, a follarte a una treintañera desesperada?
—Tú eres cualquier cosa menos una desesperada.
¡Qué mono! Tenía ese toque juvenil tan encantador que me había seducido y esa potencia sexual que me había calentado. Era una propuesta tentadora, mucho, pero demasiado arriesgada. El chico tendría que escaparse de la duya, venir a la mía, arriesgarse a que le pararan…
—¿Tú de qué zona eres?
Me sorprendió, primero, hacerle yo esta pregunta; segundo y mucho más: que viviera en mi barrio. Eso me puso nerviosa de verdad. Nerviosa y excitada porque la proposición se estaba volviendo demasiado real.
—Madre mía, Alex, madre mía.
—¿Qué pasa?
—Nada, mañana tengo que madrugar. Buenas noches.
Era verdad, al día siguiente empezaba a teletrabajar y debía despertarme antes de lo habitual. Pero como no fui capaz de dormir casi nada, a las ocho apagué la alarma del móvil con una mano mientras me giraba hacia el otro lado a dormir cinco minutitos. Esos cinco minutitos fueron más de una hora y no me desperté hasta cerca de las diez.
¿Consecuencia? Un toque de atención de mi superior.
Por supuesto el día de trabajo en lugar de estar pendiente de la pantalla del ordenador, no paré de mirar a las musarañas pensando en Alex. Pensando en él y mirando el móvil porque no paró de mandarme mensajes donde insistía en su propuesta, me mandaba fotos divertidas lavándose las manos con lejía o desnudo con la mascarilla puesta.
—Te prometo que lo haremos solo a cuatro patas sin besarnos ni nada.
Me sacó una sonrisa al inicio pero después me puso de mala leche.
—No frivolices, que no está la cosa para ello.
Pidió perdón y me invitó a vernos una vez más por videollamada.
Esa noche en lugar de masturbarnos charlamos durante más de dos horas. Que si había tenido alguna novieta en la facultad (no era ingeniero pero estudiaba para ello), que si yo había salido de una relación extraña, que si me tenía muchas ganas y que en otras circunstancias no sería tan directo en la proposición…
—Eso me gusta de ti —dije.
—¿El qué?
—Lo directo que eres
Se calló durante unos segundos.
—Entonces que sepas que te voy a follar sin descanso hasta que grites de placer una y otra vez.
—No seas vulgar, anda, no lo estropees.
Se quedó callado con uno de sus pucheros juveniles.
—Es broma, la verdad es que me muero de ganas de que me folles contra la pared.
Reímos unos segundos y callamos otros tantos.
—¿Dónde vives exactamente? —dije.
Estaba fuera de mí. No era correcto hacer aquella locura, pero lo había analizado durante todo el día. El chico llevaba casi dos semanas aislado, era joven, sano, y yo ya había pasado la cuarentena de sobra. Y se suponía que tenía anticuerpos. Quizá podríamos darnos lo que ambos necesitábamos. Quizá no había tanto riesgo, porque el desplazamiento era mínimo.
Tan mínimo como que se me puso un nudo en el estómago, pero un nudo bueno de esos de marinero, cuando me dijo el nombre de su calle.
—No me fastidies, y ahora me dices que vives en el 44.
—No, en el 48, ¿por?
Mi bloque tenía cuatro portales todos pertenecientes a la misma urbanización. El caso es que ¡vivíamos en el mismo bloque!
—¿En la misma «urba»? ¿En serio? —dijo alterado.
Yo bajo en ascensor directa al garaje casi siempre que salgo de casa. En nuestra calle no hay nada, o apenas nada más que una tienda de alimentación y hay que ir a todos lados en coche o en un autobús cuya parada está a trescientos metros. Además, llevaba menos de un año viviendo allí y la urbanización era lo suficientemente grande para no coincidir nunca con un vecino que viviera en un portal diferente al tuyo.
Resumiendo, había muchos vecinos y por muy atractivo que fuera Alejandro —que tampoco era para tanto— no me podría haber fijado en él o siquiera haberlo visto.
—¡Qué fuerte, qué fuerte!
—A ver, tranquilízate, muchacho. Esto no quiere decir nada
—¿En serio?, pero si es que no hay ni que salir a la calle, puedo ir a tu casa por el garaje.
—¿Perdona? ¿A mi casa?
—Esto…si quieres claro.
Claro que quería, joder, pero no se lo iba a poner tan fácil.
—¿Y por qué no vamos a la tuya?
Me gustaba jugar con él.
—¿Y qué hacemos con mi madre?
—¿No tienes pestillo en la habitación?
—Pues claro que no, si lo tuviera no me hubiera pillado aquella noche.
—Entonces si nos pilla no verá nada que no haya visto ya
—Calla, no me lo recuerdes.
Estallé en una carcajada.
—Piso 5, puerta C. Te espero en media hora.
—¡¿Cómo? ¿en media hora?! Pero si son las dos de la mañana.
—Así no tienes que darle explicaciones a tu madre, no hagas ruido al salir.
—Pero…
—En media hora. Cuando estés en la puerta no llames, ponme un mensaje.
Colgué y me fui directa a la ducha. Estaba segura de que se escaparía de casa y que si su madre se despertaba, pondría cualquier excusa, pasear al perro, o despejarse al aire libre, o comprar paracetamol. Siempre hay una excusa cuando deseas mucho una cosa.
Yo era consciente de la locura que estaba cometiendo, pero no había vuelta atrás. O me liaba con ese chico o me iba a volver loca, literalmente. No dormía, comía fatal, y estaba claro que no me concentraba en el trabajo.
¿Tenía alguna reserva? Sí. Obvio.
Pero también tenía claro que Alex era una persona en quien confiar. Y encima el giro sorpresa de última hora lo hacía tan accesible que me podía resistir.
Tenía una fantasía pendiente que me iba a regalar: ponerme un conjunto de lencería y esperar en mi casa a que un hombre viniera a follarme.
Me duché rápida, me puse crema rápida y me vestí rápida. Le había dicho media hora pero estaba segura de que tardaría menos. No me equivoqué, recibí su mensaje cinco minutos antes de la media hora de gracia que le concedí.
Me puse un bonito conjunto de La Perla —un capricho que me di por mi treinta cumpleaños y que apenas había usado— con una bata semitransparente que no permitía imaginarse lo que había debajo, lo dejaba bien claro.
Abrí la puerta, lo miré de abajo arriba: vaqueros apretados, camiseta ajustada y sonrisa de bobo; le agarré de la pechera y le metí de golpe al piso. Cuando sin comerlo ni beberlo se vio dentro de mi casa tomó la iniciativa.
CONTINÚA...
Sí, he venido aquí a hablar de mi libro.
Si quieres leer el final de este relato y otros 7 más que suceden en el mismo bloque de edificios, pincha en el enlace de mi perfil, o en este:
https://amzn.to/3roIh7I
Si no es clicable copia y pega en tu navegador.
Como esto es un poco bastante de Spam, te diré que durante las 24 primeras horas desde la publicación de este relato, estará en descarga gratuita. Para que no te quejes.
Gracias y espero que te guste.