La contadora ((contable)

Una mujer tiene que desplazarse a visitar a un cliente y se encuentra con una sorpresa.

LA CONTADORA (CONTABLE)

Anaís es una mujer exuberante. A sus cuarenta y pocos años es una auténtica MILF. Alta, deportista, guapa y con una anatomía capaz de competir con cualquier chica mucho más joven. El CrossFit ha moldeado su cuerpo de manera espectacular. Su musculatura está definida, sus glúteos duros y sus tetas siguen ganando la guerra contra la gravedad. Pese a haber sido madre sus pechos se mantienen aún turgentes y erguidos. Por encima de todo eso Anaís es una mujer tremendamente sexual. Un auténtico animal. Sus movimientos, su voz, sus gestos, todo en ella destila una sensualidad magnética.

Su gusto por el sexo es casi desmesurado. Le gusta provocar las reacciones de los hombres, incluso de las mujeres. Sus actitudes, sus atuendos, su manera de andar, van siempre buscando atraer miradas. A lo largo de su vida ha disfrutado de mucho y muy buen sexo. Ahora está viviendo una época de "tranquilidad". Y es que su marido no siente la misma pasión por el sexo que ella. La quiere, están enamorados pero ella siente a menudo una llama arder en su interior que solo puede apagar una buena sesión de sexo....

Yeisón es un hombre rudo. Criado en el campo su cuerpo está cincelado a fuerza de trabajo. Desde pequeño tuvo que ayudar a sus tíos, quienes se hicieron cargo de él cuando sus padres lo abandonaron. Esto hizo de él una persona solitaria. Parco en palabras, huraño y poco sociable.

Yeisón fue creciendo sin más compañía que la de sus tíos y un par de vecinos en una zona rural de aquel país caribeño. Con el paso de los años, su piel se curtió por las horas de trabajo bajo el sol. Ahora, con 34 años, vive con su mujer en la misma finca ganadera donde creció junto a sus familiares. Su mujer, hija de unos vecinos, es su contrapunto. Ella fue educada en un colegio y tiene un nivel cultural muy superior al de Yeisón.

Conocidos desde niños, el atractivo sexual del chico se hizo irresistible para ella. Alto y fornido, el hombre se veía muy varonil. Mirada profunda, rasgos angulosos, manos grandes, piernas fuertes y espaldas anchas. Su carácter, casi inaccesible le daban un punto intimidante que hacía que cualquier mujer se sintiese atraída. Además de "la presión" familiar por emparentar con un hombre con tierras. Ya que Yeisón heredaba aquella finca donde se crió.

Anaís trabajaba como gestora contable, lo que en su país se conoce como contadora. Junto a su suegro llevaban las cuentas y la contabilidad de muchas empresas pequeñas. En una oficina en el centro de la ciudad la mujer atendía, recibía y gestionaba a los distintos clientes. Muchos se desplazaban desde muy lejos para liquidar cada tres meses con Anaís. Todos se deleitaban con la sensualidad de su gestora que no dejaba pasar la oportunidad de exhibirse ante ellos.

Pero había otros casos, pocos, en los que era Anaís quién debía desplazarse para liquidar con sus clientes. Eran apenas cuatro pero la obligaban a tener que pasar una semana viajando por distintas poblaciones. Eran clientes mayores, históricos que se mantenían fiel a su suegro

Yeison no sabía absolutamente nada de contabilidad ni de números. Su tío tenía un amigo en la ciudad que era el que se encargaba de todo el tema de papeles, impuestos y dineros. Él, Yeison, se limitaba a trabajar desde el amanecer hasta la puesta del sol. Su mujer, se dedicaba a las tareas de la casa y la crianza de su hijo de 4 años.

Cuando su tío murió, el viejo amigo s acercó a hablar con Yeisón para proponerle que sería mejor que se acercara a la ciudad y modernizar el sistema. Pero el joven dijo que prefería seguir recibiendo al gestor en su finca. Que él era un hombre de campo y la ciudad no le gustaba.

Al viejo amigo de su tío cada vez se le hacía más complicado desplazarse pero decidió aceptar la propuesta de Yeison por la antigua amistad con su familiar. A fin de cuentas solo serían cuatro clientes a los que tendría que visitar y

sería su nuera la que se encargaría de viajar.

A Anaís no es que le hiciera demasiada ilusión desplazarse para liquidar con los clientes. Era una semana fuera de casa, conduciendo por carreteras comarcales en mal estado para llegar a lugares donde no había literalmente nada. Durante esta semana hacía noche en moteles de carretera a los que llegaba entrada la noche y salía al amanecer. Lejos de ser viajes de placer se convertían en extenuantes jornadas laborales con desplazamientos larguísimos y hospedajes de mala muerte.

El último lugar era una finca a 50 km del pueblo más cercano. Lo regentaba un matrimonio relativamente joven. Anaís se presentó en la vivienda y fue recibida por Mariela. Esta era una mujer menuda

Con modales exquisitos y una excelente educación. En la conversación se apreciaba que había estudiado, su vocabulario y su manera de expresarse la delataban. No encajaba para nada en aquel ambiente rural y perdido de la sociedad. Anaís comenzó a explicarle los temas económicos. Mariela respondía con soltura y presentando toda la documentación requerida. La contadora pensó en lo fácil que era trabajar con alguien con conocimiento de la materia. Estando las dos en el salón apareció Yeisón.

El hombre venía de trabajar durante toda la mañana. Las miradas de la visitante y el anfitrión se cruzaron de manera explosiva. La figura de aquella desconocida atrajo la mirada del hombre. La melena rubia, sus ojos de gata, su camisa blanca cubriendo lo que era un impresionante pecho. Aquel pantalón vaquero perfectamente relleno por un culo de impresión. Todo en Anaís era tremendamente sexual. Su voz aterciopelada quedó grabada en la memoria del hombre.

Éste por su parte no había dejado menos impresionada a Anaís. Un tipo de casi metro noventa y cinco de ojos negros y mirada profunda. Su camisa de cuadros parecía a punto de estallar por el volúmen de sus brazos. Sus pectorales ensanchaban la camisa haciendo imposible abrochar sus botones. Se adivinaba un torso velludo que le imprimían una virilidad casi animal. Sus piernas eran fuertes y soportaban unas nalgas duras como rocas.

De inmediato se generó una tensión sexual entre ambos. Aumentó cuando se saludaron con un apretón de manos. Grandes y curtidas las de él, con las venas surcandolas de manera sensual. Finas y delicadas las de ellas, con una manicura que delataba su vida de ciudad.

Aquella noche, Anaís durmió en un hotel de carretera y se relajó masturbándose pensando en Yeison.

El tiempo pasó y cada tres meses Anaís tenía que hacer la ruta rural para liquidar con sus cuatro clientes. La última parada siempre era la finca de Yeison. Cada vez que iba la tensión entre ellos aumentaba. Sus miradas furtivas se enganchan con ojos de deseos sin que Mariela se diera cuenta. La contadora comenzó a visitarles con un vestuario cada vez más provocativo. Mini vestidos que realizaban sus encantos. Sus piernas al aire mostraban lo bien torneadas que se mantenían con las horas de gym. Su culo era objeto de miradas por parte de Yeison. Mariela, su mujer, era quien se sentaba junto a Anaís a liquidar la contabilidad de la finca.

Yeison solía pasar más tiempo en casa cuando sabía que la gestora tenía que llegar. Utilizaba ropas de trabajo que marcaban su musculatura. No perdía oportunidad de mirar las tetas de Anaís. Éstas apenas podían mantenerse bajo su mini vestido. De vez en cuando a aquella mujer se le marcaban los pezones erectos y su mente volaba imaginando que se los comía. Su polla reaccionaba bajo su pantalón marcando un bulto indisimulable. En ese momento Yeison se hacía visible para Anaís que disimuladamente observaba aquella exposición del hombre. Entre ellos no había conversación, solamente miradas con ojos de deseos. Todo transcurría entre Mariela y Anaís, Yeison quedaba en un segundo plano, en silencio.

Por la noche, el calentón del hombre hacía que se acercara a su mujer. Poco a poco se arrimaba y empezaba a besarle el cuello. Metía suano bajo la camiseta con la que dormía y le acariaba las tetas. Eran unas manos ásperas, grandes, de trabajador del campo. La mujer reaccionaba al roce de la mano y sus pezones se endurecía . El hombre lo hacía todo en silencio mientras en su mente la imagen de Anaís le provocaba una tienda erección.

Yeison le metía dos dedos en la boca a su mujer antes de llevarlos a su culo y comenzar a dilatarlo entre las quejas de Mariela:

-No, por el culo no, Yeison.

El hombre no hacía caso y continuaba con la operación mientras su mente fantaseaba pensando que era la gestora a quien acariciaba. Mariela comenzaba a resistirse al tiempo que su marido se empleaba con más fuerza sobre ella para inmovizarla:

-Yeison, por favor -suplicaba Mariela-, sabes que me duele mucho cuando me das por culo....

El hombre, rudo como era, hacía oído sordos y continuaba con su fantasía. Colocaba a su mujer boca abajo y él sobre su espalda, siempre pensando que lo hacía con Anaís. Así, con su mujer inmovilizada, Yeison le metía la polla por el culo. Mariela se quejaba, se retorcía, intentaba zafarse sabiendo que era inútil. Cuando su marido quería sodomizarla lo hacía por la fuerza. La primera estocada siempre era la peor. Fuerte. Seca. Hasta el fondo. Su marido la penetraba de un so golpe arrancándole un grito de dolor. Después comenzaba un mete saca incesante.

Yeison le daba por culo a su mujer en silencio mientras en su mente imaginaba que era Anaís. Lo hacía con ganas. Intentando penetrarla cada vez más profunda. Hasta que con un bufido acaba corriendose abundantemente en el interior de su ano.

Al día siguiente Mariela sufría los estragos de la sodomía. Su marido estaba muy dotado, y aunque hacía tiempo que ya no era virgen, no dejaba de ser muy doloroso cada vez que se la metía por el culo. Nada que ver con la vez que la desvirgó analmente. Le produjo desgarros y literalmente le había roto el culo. Tuvieron que asistir a urgencias para ser suturada.

Se acercaba la semana en la que Anaís debía salir de ruta por el campo. Sentía una extraña ilusión por

Ver a Yeison. Aquel tipo de campo, sin modales, tenía un atractivo sexual casi animal. Sacaba los instintos más primarios de la mujer. Aquellas manos grandes, esa falta de modales, esa fuerza incontrolada... Todo eso en su mente revoloteó durante toda la semana de viajes. Después de liquidar con uno de los clientes viajaba rápido hasta el lugar donde pasaría la noche. Se metía en la bañera y se masturbaba con la alcachofa de la ducha. Dirigía el chorro de agua directamente hasta su clítoris y se corría como una gata en celo imaginando que era la lengua de Yeison quién le comía el coño. Después se iba a la cama y se masturbaba con su vibrador. Cogía el aparato y se lo clavaba muy rápido en la vagina soñando que era su cliente quién se la folla a bien duro. Su marido nunca se la follaba así. Nunca la trataba como a una puta. No le daba por culo. Extrañaba aquellos años junto a su anterior pareja en las que el sexo era extraordinario. No había práctica por depravada o pervertida que fuera que no la llevasen a cabo. Tríos, lésbico, orgias, DP, dominación. Junto a Arturo, Anaís había vivido el sexo más duro, sucio y pervertido que nadie pudiera imaginar. Pero desde que se casó con Charlie la cosa fue muy diferente. Quizá había ganado en estabilidad pero había perdido mucho del disfrute sexual que había tenido con el otro.

Cuando se abrió la puerta le sorprendió que la recibiese Yeison. Durante dos eternos segundos se quedaron mirándose a los ojos. De inmediato la tensión hizo acto de presencia. La contadora no estaba preparada para que le abriese la puerta el hombre:

-Mariela y el niño han ido a pasar el fin de semana a la ciudad....

-Eh...¿Entonces? -la pregunta de Anaís ponía en evidencia la capacidad de aquel tipo para contestar y proporcionar la documentación necesaria.

-Mariela me ha dejado todos los papeles para que se los de.

Anaís entró en la casa y pasó al salón, como siempre. Con una sensación a medias entre la excitación y lo incómodo se sentó a la espera de que lo hiciera Yeison. La mujer se arrepintió de aparecer a la reunión con aquel tío rojo que dejaba ver su definido abdomen y realizaban sus grandes tetas. El hombre se le había quedado mirando varias veces de manera lasciva. Pero por otro lado se sentía poderosa provocando sexualmente a un tipejo casi 10 años menor que ella.

Yeison le dio una carpeta con mucha documentación y se sentó junto a ella. La sola presencia de su cliente junto a ella la excitaba. Aquel tipo era muy fuerte y desprendía sexualidad por cada poro.

Anaís no lograba concentrarse con la escrutadora mirada de Yeison sobre ella. El hombre la miraba sin pestañear, con esos ojos profundos y esa pose de tipo rudo. Ella se giró hacia él para consultarle algo. Se miraron fijamente a la cara. La del angulosa, nariz poderosa y labios carnosos por encima de un hoyuelo en la barbilla. Su barba cerrada le sombreada el mentón dándole un aspectouy varonil.

La de Anaís con pómulos prominentes, mirada felina y boca grande. Su piel tostada en conjunto con su melena rubia le daban un punto exótico. El contraté entre ellos era pura química sexual. Yeisón se levantó en silencio para alcanzar un documento. Se lo puso delante a ella y se quedó de pie junto a la silla. Muy cerca de Anaís. La contadora cogió el papel y lo leyó por encima pero la cercanía de su cliente la ponía cardíaca. La respiración del hombre hacía era muy fuerte. La observaba desde arriba desde donde disponía de una magnífica visión del escote de su gestora. Sintió como su polla crecía bajo el pantalón vaquero y se arrimó un poco más a la mujer. Ella giró la cabeza hacia arriba antes de fijarse en lo abultado del pantalón. Lo volvió a mirar a los ojos. De manera instintiva pasó su lengua por sus labios.

Yeisón colocó su mano en la nuca de Anaís y la agarró de la melena:

-Sé que te gusta mirarme ¿Te gusta lo que ves? -acercó la cabeza de ella a su paquete.

Anaís tuvo miedo. Aquel tipo era una mala bestia. No contestó. El hombre, sin soltarle del pelo, comenzó a desabrocharse el pantalón:

-Mete la mano y cogeme la polla.

Anaís obedeció. Introdujo su fina mano en el interior del slip de aquel tipo y palpó su polla. El miedo se transformó en excitación. El miembro de aquel tipo era realmente grande. Sacó la mano de dentro y lo palpó por encima de la ropa interior. Yeison se bajó el colzoncillo y su polla saltó como un resorte. Ante Anaís lucía enhiesta una polla de dimensiones impresionantes. Emergía de una maraña de rizos negros. Las venas surcaban un tronco coronado por un capullo violáceo en forma de bola. La visión era tremendamente excitante y el olor penetrante y embriagador:

-Cómetela. -Dijo el hombre moviéndola frente a su cara.

-No quiero, cabrón. -Le desadió ella.

Sin mediar palabra Yeison le dio una sonora bofetada. Anaís quedó boquiabierto con la cara enrojecida. De repente recordó con Arturo la dominaba de la misma manera. Comenzó a excitarse:

-Te he dicho que te la comas. -Insistió Yeison.

La mujer sintió que sus pezones se endurecían y de su coño manaba flujo calienteanchando su tanga. Agarró la polla y la admiró. Pasó su lengua por el capullo mirando a los ojos de su cliente. Calibró el grosor apretando su mano alrededor del teonco. Después tiró de la piel hacia abajo y liberó el capullo por completo. Abrió la boca e intentó engullirla. Cuando éste topó con su campanilla aún faltaba más de media polla por entrar. Acomodó su garganta para que entrase mejor, pese al tamaño las habilidades amatorias de Anaís permitieron hacerle una garganta profunda. Ella sentía la polla encajada en su garganta. Contuvo las arcadas y las babas comenzaron a brotar por la comisura de sus labios. Empezó un movimiento de delante hacia atrás acompañado de su mano para masturbarlo. De vez en cuando volvía a .eterse el pollón hasta más allá de la campanilla:

-No es el primer rabo de estos que te comes, ¿verdad zorra?

Anaís no le contestó. Se limitó a mirarle a los ojos con cara de guarra y pajearlo con las dos manos. Yeison suspiraba. Introdujo una mano por dentro del top y alcanzó a tocarle las tetas. Hizo pinza con dos de sus dedos y le pellizcó uno de los pezones. Los retorció hasta producirle a su gestora un placentero dolor:

-Cabronazo.

Él respondió con otra bofetada.

-Mmmmmm...

Ella suspiró. Su coño se inundó aún más. No lo podía confesar pero le excitaba ser tratada de esa manera. Como una puta. Por un tío dominante. Fuerte.

Antes de correrse, Yeison la levantó tirando de su melena. La acercó hasta él y le metió la lengua en la boca. Sabía a polla. Después le mordió el labio inferior. Con una mano, imitó a Jack Nicholson en el Cartero Siempre Llama Dos Veces, y con unaa o tiró todos los papeles de la mesa. Una vez limpia obligó a Anaís a inclinarse sobre la superficie. Ella gritaba asustada pero en su mente la posibilidad de ser forzada por aquel tipo era excitante.

Yeison se quitó el cinturón y lo utilizó para atarle lasanos a la espalda. Después bajó el pantalón vaquero de la mujer. Se arrodilló tras ella y se deleitó con aquel culo perfecto. El tanga se perdía entre dos glúteos redondos. Le dio un par de cachetazos. La contadora se quejó sin poder impedir nada de lo que le sucedía:

-Eres un cabrón. Te voy a denunciar hijo de puta.

Yeison le abrió las nalgas, y separando el tanga, pudo ver coño rasurado empapado y un ojete dilatado. Comprendió que por allí habían entrado más de una vez. Escupió en el agujero y se lo comió con hambre. Pasó la lengua desde el coño baboso hasta el ano dilatado. La mujer gemía sin poder evitar la excitación morbosa que le producía aquella situación. La lengua de su cliente se introducía en todos los pliegues de su coño para terminar penetrando su esfínter anal.

Ella alternaba los gemidos con quejas. Y la sumisión con pataletas. El hombre se incorporó. Apoyó una de sus manos en su espalda y dirigiendo su tremenda polla al culo la penetró de un golpe.

-Aaayyyy, hijo de puta... Me haces daño, cabrón.

El hombre comenzó a darle por culo. Fue acelerando cada vez más. Sintiendo como su capullo se abría paso en el interior de Anaís. Lo hacía con fuerza. Desgarrando tejidos a su paso. Sintiendo que el grosor de su rabo era superior al estrecho espacio rectal de la mujer. La estaba partiendo en dos. Le estaba dando por culo sin importarle las consecuencias. Cada empujón de cadera hacía que su coño topase con el filo de la mesa y le produjese placer.

De repente paró. Le dejó la polla muy adentro y la mujer sintió que le temblaban las piernas. Yeison se la sacó provocando un ruido como de descorche. Después la volteó. La colocó boca arriba, levantó sus piernas y se la metió por el coño. La lubricación del flujo vaginal hizo que el pollón entrase como cuchillo en mantequilla. Ahora Anaís suspiró de puro placer. El sentirse totalmente ocupada por aquel falo descomunal le produjo un placer inmediato. Yeison le agarró las piernas y se las levantó antes de comenzar una tremenda follada.

Anaís, aún con las manos atadas a la espalda, se retorcía de placer ensartada por el pollón de su cliente. El tipo se la metía con tal fuerza que tenía que le provocado algún daño uterino. Sentía como con cada embestida le llegaba a la cerviz. El orgasmo la alcanzó derrotandola. Un calambre recorrió su columna proveniente de su cerebro y estalló en su clítoris. El grito de placer de la mujer fue casi animal antes de caer en "la petit Mort" que dicen los franceses. El hombre se inclinó sobre ella y mordió una de sus tetas cuando la explosión de su leche inundó aquel coño caliente y desconocido. Siguió percutiendo pero Anaís ya no reaccionaba, su cuerpo permanecía relajado y estaba a merced de lo que aquella bestia sexual quisiera. El sonido de sus cuerpos chocando fue sustituido por otro más líquido provocado por el semen saliendo del coño con cada empujón debla polla.

Anaís, sentía como sus labios vaginales estaban totalmente tensos intentando dar cabida a aquel ariete de carne ardiente. Notó como el semen de su cliente resbalaba hasta su ojo del culo que, enrojecido, intentaba volver a su tamaño normal mientras salían hilillos de sangre. La mezcla de fluidos manchó la mesa.

Yeison se retiró y se sentó en el sofá. Su polla había comenzado a perder rigidez y ahora caía sobre su lado derecho escupiendo los últimos restos de líquido blanquecino.

Anaís quedó rendida en la mesa. Había adoptado una posición fetal sobre su lado izquierdo, dándole la espalda a su cliente-agresor. Sentía como de sus agujeros horadados salían restos de la batalla. Aquel tipo se le había corrido dentro. Corría serio riesgo de embarazo, por no hablar de las ETS que aquel tipejo, carne de putas, le podía haber transmitido.

En su cabeza una sensación de culpabilidad y placer. Nunca le había sido infiel a su marido pero hacía mucho que no tenía semejante sensión de sexo. Transcurrida media hora en silencio, ella comenzó a recoger su pantalón.

En el baño se miró al espejo. Su rimmel se había corrido. Su melena aparecía alborotada. Su top movido dejaba ver parte de sus tetas. Se sentó en el váter y un dolor agudo la atravesó por dentro desde su ano. Expulsó las últimos restos de semen de su coño. Utilizó una toallita para limpiarse. Su clítoris palpitaba y ardía, sus labios estaban enrojecidos. Hacía mucho que no se follaba una polla de esas dimensiones.

Como pudo salió del baño. Sin decir palabra recogió su ordenador dejando esparcidos por el suelo todos los documentos contables de Yeison. Cerro de un portazo y se largó de allí. Por el camino, tuvo una sensación de suciedad y buscó un motel lejos de aquel lugar. Se metió en la bañera y se limpió. Pudo ver la marca de una mordida sobre una de sus tetas. Tenía arañazos y marcas de dedos en sus nalgas. Decidió no denunciar la violación. Se largó a su casa. Allí explicó que Yeison había decidido no seguir con ellos, que se había buscado otro gestor. Con lo que nunca más tendrían que volver a aquel lugar.