La consultora chantajeada

Una consultora ve cómo un trabajo que se avecinaba idílico vira completamente tras un desliz.

Me llamo Rosa. Trabajo como consultora en una empresa.  Cuando me dijeron que en verano tendría que ir a la costa   para asesorar a uno de nuestros clientes más ricos en su plan estratégico y otros planes de empresa no me lo podía creer. Todo cuadraba. Sobre todo porque el trabajo no parecía ser muy agobiante y me permitiría relajarme en la playa mientras el pobre Ángel, mi novio, tendría que encargarse de los preparativos de nuestra próxima boda. Tras muchos años saliendo juntos, consideramos que, a nuestros 27 años, era hora de formalizar la relación. Tuve que sacar todo el partido a mis grandes ojos verdes y a mi carita aniñada para contarle mi viaje a Angel sin que se disgustara excesivamente. No tanto por los celos (nunca fue celoso, pese a que mi exhuberante cuerpo podría invitarle a serlo), como por el trabajo que se le venía encima. Además el cliente no me permitía volver a casa en fin de semana, porque quería tenernos disponibles allí aunque no trabajáramos. Tampoco andábamos excesivamente bien de dinero, de modo que quedamos en que era posible que no viniera a verme muy a menudo precisamente.

El problema me lo encontré al final, cuando me dijeron que el desagradable y salido Juan vendría también a dar soporte conmigo... ni que hiciera falta. Así se lo transmití a mis jefes, pero, por lo visto, el cliente había insistido en que estuvieran un par de profesionales. Cambie de estrategia y traté de convencerles para que viniera otra persona, pero resultó que Juan era de la zona y tenía contactos en un hotel por lo que su presencia nos garantizaba un precio especial. Así, convenía que fuera él quien marchara conmigo. Mas de una vez le había pillado en la oficina mirandome donde no debía, pese a que soy bastante discreta vistiendo -precisamente para contrarrestar el efecto de mi cuerpo- y me hacía sentir incómoda a menudo. También había tenido que esquivar un par de acercamientos en las cenas de empresa de intenciones poco claras.

Llegado el día, cogí un taxi para ir al aeropuerto. En la cola del mostrador ya estaba Juan. Me vio y con una sonrisa me invitó a ponerme con él en la fila. Estaba segura de que Juan era consciente de que no me caía excesivamente bien, pero me pareció de muy mala educación no aceptar su invitación y fui caminando hacia donde estaba. Durante el trayecto,no pudo evitar mirarme descaradamente pese a que llevaba unos pantalones amplios para el viaje y una camiseta ni ceñida ni escotada. Aún así, sus ojos se clavaron en mi generoso pecho, sin que hiciera mucho esfuerzo por evitar que lo hacía. También sentí su desagradable mirada en mi culo cada vez que me dejaba pasar por una puerta en el aeropuerto y observé varias veces durante el viaje en avión cómo, al hablar conmigo, sus ojos visitaban los bultos de mi pecho tras la camiseta.

Sus contactos en el hotel sirvieron para que nos dieran dos habitaciones anexas comunicadas por una puerta interna con cerrojo por ambos lados. Él dijo que era por si teníamos que trabajar en el hotel, para poder comunicarnos mejor, pero yo anoté mentalmente no olvidarme en ningún caso de echar el cerrojo.

En el trabajo todo fue tan tranquilo como lo esperado, salvo por tener que trabajar codo con codo con Juan, con el que tenía que poner constantemente excusas para no cenar, ni bajar a desayunar con él, ni siquiera para volver juntos al hotel.

Así, además, me permitiía tratar con uno de los camareros del hotel, bastante guapo y simpático, que no paraba de tirarme delicados piropos y hablar conmigo cuando tenía ocasión. Yo, lejos de marcar distancias y pese a no tener intención de nada con él, tonteaba y le daba pie para que siguiera así. Supongo que el hecho de estar tan lejos de los míos, me hacía necesitar la compañía de alguien tan agradable como ese chico. Aludía constantemente a la dulzura de mi sonrisa, enmarcada con unos preciosos y finos labios rosados, a la inocencia que desprendían mis rasgos, a la suavidad que se adivinaba en mi oscurísimo pelo ordenado en una media melena y me hacía sentir como una princesa. Así, un jueves, al volver del trabajo,me lo encontré en los pasillos del hotel y se ofreció a acompañarme a la habitación. Nos quedamos en la puerta varios minutos charlando y entonces me pidió un beso. Rechacé su invitación al punto, pero no se cómo, con su encantadora labia, me convenció para que le diera uno, sin que esperara de mí nada más.

Cené sola en el restaurante del hotel y subí a la habitación. Me puse el pijama y me disponía a acostarme cuando oí que llamaban por la puerta que comunicaba ambas habitaciones. Abrí y Juan me comentó que quería enseñarme algo. Se dirigió hacia su portátil y le seguí. Entonces lo abrió y me enseñó una foto perfecta en la que se me veía claramente besándome con el camarero. - Deberías ser más cuidadosa, amiga. No creo que a tu novio le hiciera gracia ver esta foto. Tengo varias más, por cierto, pero ninguna tan clara como esta. Me quedé helada. No tenía claro por qué hacía esto, aunque en el fondo, intuía por donde iría. Le respondí lo primero que se te ocurrió. - ¿De qué vas tío?¿A qué viene esto? - Pues viene a que he conseguido la dirección de tu novio y se me ocurre que, como buen varón, debo informar uno de los míos cuando su novia se descuida de esta manera. - ¿Cómo? No me vengas con gilipolleces y haz el favor de borrarla. - Lo haré, pero antes tienes que hacerme tú a mí un favor. - A ver. - Creo que ya te has dado cuenta de que me pones a 100 y...

Le interrumpí:

  • Si lo que estás diciendo es que echemos un polvo, prefiero que le mandes la foto a mi novio. Yo misma te daré todas sus cuentas de correo.
  • Hombre, no hay que ser tan exagerado... Un polvo no, pero por lo menos que me des un alegrón, ¿no? Que llevo varios años contigo en la oficina y me merezco una recompensa.
  • A ver en qué estás pensando.
  • En una felación.
  • ¿Cómo? Tú sueñas tío, olvídalo.
  • Vale, pero piénsalo. Sería sólo un momento y a cambio te quitarás un problema de encima.
  • Menudo pedazo de cabrón eres, ni lo sueñes.
  • Piénsalo... pero rápido, porque mañana cuando me levante se lo enviaré.

Di un portazo y me fui a la cama. Empecé a pensar sin poder dormir. Joder, cómo había sido tan tonta de vérmelas en esta. Seguro que el cabrón de Juan se la enviaba sólo para que mi novio me dejara y así tener alguna oportunidad conmigo... Y después de todo, joder, una felación, no sería tan malo. Seguro que apenas aguantaba un minuto y todo habría pasado Tras darle mil vueltas llamé a la puerta.

  • ¿Qué quieres? -Preguntó al recibirme.
  • Como puedo saber que no vas a guardar una copia de la foto.
  • Jamás he faltado a mi palabra. Te juro que si haces lo que te pido, borro la foto de la cámara y de cualquier otro sitio en la que la tenga.

Me lo pensé un segundo más. Le dije:

  • Vale, acepto. Venga pues, vamos a ello.- y me dispuse a pasar. Él me cerró el paso.
  • ¿Así?
  • ¿Cómo que así?
  • No chica, estas cosas hay que hacerlas bien. En todos estos años note has puesto sexy ni una vez. Para esta ocasión tendrás que arreglarte un poco. Seguro que tienes algún camisón picante para cuando venga Juan, ¿no? Pues póntelo y vuelve.
  • No te pases, Juan, eso no era parte del trato. Así o nada.
  • De acuerdo.

Y cerró la puerta, dándome a entender que no aceptaba. Esto se estaba empezando a escapar, pero quería acabar con todo de una vez. Pues hala, que me mire el tío y se acabó. El problema es que tampoco había traído picardías, ya que ni siquiera sabía si vendría Juan y en la maleta había puesto poco más que lo justo. Sí que traje un camisón que, afortunadamente, no tenía transparencias, aunque era bastante cortito. Me lo puse y volví a llamar a la puerta.  Juan abrió y se quedó paralizado.

  • Venga vamos ya de una puta vez.
  • Vale, vale, pero espera un momento, por favor.

Me dedicó una mirada larguísima.

  • Joder Rosa, tienes unas piernas espectaculares. Deberías llevar minifalda todos los días. Guau.
  • ¿es suficiente ya?
  • ¿Sería mucho pedir que te dieras la vuelta un momento?

Me di la vuelta para que pudiera ver mis piernas por detrás y el culito. Y así me quedé hasta que me dijo:

  • Impresionante, Rosa, pasa por favor.

Entré en la habitación y vi cómo el cabroncete ya lo había dispuesto todo. Había una butaca en el centro de la habitación y una almohada en el suelo. Supongo que para hacer más cómodo mi cometido.

Él se quitó los pantalones y los calzoncillos y se sentó en la butaca.No estaba mal su aparato. Algo más grande que el de Juan y totalmente preparado para mi misión. Se ve que le había estimulado la vista que le había regalado.

Me arrodillé en la almohada y me acerqué. Olía ligeramente a semen. Parece que el ya se había dado alguna sesión particular pensando en la posibilidad de que todo saliera a su favor. Pensé que lo mejor sería esmerarme y que terminara todo pronto. Saqué la lengua y acaricié con ella su puntita. Él se estremeció. Repetí la operación dos veces más y después abrí la boca para recibirle. Trabajé su glande con chupitos cortos mientras mi mano acariciaba su tronco. Alternaba con una lamida rápida de la punta y con entradas más profundas hasta casi mi garganta. Como pensaba, al poco reconocí unos espasmos y apenas tuve tiempo de retirarme para evitar recibir su regalo en mi boca, pese a que parte lo recibió mi rostro. Me levanté y le dije: - Confío en tu palabra. Más te vale que la borres. - Con lo bien que me las chupado, no se me ocurriría faltar a mi palabra. Dalas por borradas.

Me fui a la cama y traté de dormir. Al día siguiente, como era viernes, salí antes del trabajo y fui directamente al hotel. Después de comer subí a la habitación y volví oír a Juan llamando a mi puerta. Le abrí diciéndole que esperaba que hubiera borrado la foto. El me contestó que nunca faltaba a su palabra, pero que quería enseñarme algo. Con bastante miedo entré y fuimos hacia el portátil.

... Efectivamente, había borrado la foto. En su lugar había un vídeo en el que se me veía perfectamente practicándole la felación. Me quedé de piedra viendo el vídeo. Su sonrisa cínica era infinita. Se colocó detrás de mí.

  • Estoy seguro de que a tu novio le encantará ver esto... Mientas escupía estas palabras colocó sus manos en mi vientre, debajo de la camiseta. Yo di un respingo y me quité. El siguió susurrando.
  • Esta no es la actitud que espero de ti, ni la que logrará que este vídeo no llegue a tu novio. Empezaba a costarme respirar, no sabía qué hacer. Sus manos volvieron a mi vientre y yo volví a separarme. Entonces se fue al portátil donde, en otra ventana, tenía preparado un e-mail para mi novio con el enlace al vídeo. Me miró y supongo que leyó el terror en mis ojos. Me dijo:
  • La verdad que yo tengo interés en que tu novio vea este vídeo y supongo que tú tampoco, de modo que enviarlo sería una estupidez. Yo no tenía claridad para pensar y él se encargó de que tampoco tuviera tiempo de hacerlo. Volvió a colocar sus manos en mi vientre y, esta vez, capitulé y le permití acceder.  Comprobada mi aceptación, subió lenta y firmemente por mi estómago y alcanzó mis pechos. Mientras deslizaba sus manos por debajo de la copa del sujetador, se pegó a mí y pude sentir el triunfo de miembro erecto pegado en mi trasero.
  • Caramba, -dijo,- son tan espectaculares como imaginé.
  • Juan- interrumpí-, estoy segura de que borrarás luego el vídeo... En ese momento él se separó de mí fue al armario y comenzó a montar la cámara con el trípode.
  • Rosa, sabes de sobra cómo me pones. Estoy seguro de que imaginarás que quiero pasar una estancia aquí lo más agradable posible. Puso la cámara a grabar y siguió hablando mientras se acercaba a mí.
  • Vas a hacer todo lo que te diga mientras estemos por aquí. Si fallas a una sola de mis órdenes, tu ¿futuro marido? igual se arrepiente de la boda. Supongo que debió disfrutar mucho viendo cómo, mientras asimilaba la frase, no opuse ninguna resistencia a que me quitara la camiseta, e incluso levanté los brazos mecánicamente. Fue un fogonazo claro en mi cabeza. Las grabaciones serían muchas y con cada paso, sería más difícil volver atrás. Si ahora aceptaba, me sería imposible negarme la próxima vez. Pero ¿qué garantía tenía de que al final todo sirviera para algo? Eso fue lo que le pregunté justo cuando me sacó el sujetador y mis grandes pechos quedaron a su vista. Él me contestó mirandomelos sin poder creérselo.
  • Ya lo sabes. Soy un hombre de palabra .Jamás he faltado a ella. Por lo demás, no tienes ninguna garantía. Pero piénsalo. Vamos a estar aquí varios meses en los que podré saciarme de ti. Una vez que lo logre, no se me ocurre qué interés puedo tener en chantajearte. Tú te casarás y yo podré acordarme de las infinitas veces que te voy a follar. Esto último lo dijo dándome un beso en cada uno de los pezones. Luego se entretuvo con el derecho, al que succionó y lamió. Se separó y me puso de cara a la cámara, se colocó detrás de mí y comenzó a amasar mis pechos con sus manos. Después, tras asegurarse de que tomaba la píldora, me ordenó que me desnudara y me colocara en la cama con las piernas abiertas esperándole. Se sentó en el sillón y me miró expectante. Yo me quité los zapatos y los pantalones. Él esperó con paciencia a que cogiera fuerzas para deslizar mis bragas hasta el suelo. Yo me resistía y, mirando la odiosa cámara daba vueltas sin parar en busca de una salida que nunca encontré.  Cuando acepté la derrota me quité las bragas, me tumbé en la cama y abrí las piernas.
  • Ábrelas más- me dijo- tengo una polla demasiado grande para que entre tan fácil en una tía tan estrecha como tú. Obedecí y Juan recolocó la cámara apuntándome nuevamente. Después comenzó a desnudarse sin dejar de mirarme y se sentó frente al ordenador. Cerró el mensaje, el vídeo y apagó el portátil recreándose en cada segundo que me hacía esperarle en la cama con las piernas abiertas.

Se colocó despacio sobre mi e introdujo su pene en mi interior. Recuerdo que desde mi posición, veía su cara de satisfacción al penetrarme. Fue bastante doloroso y recuerdo llorar continuamente durante todo el acto. El descargó pronto, chupó mis tetas y me dijo que me fuera sin ropa a llorar a mi habitación y que, en ningún caso, se me ocurriera cerrar la puerta ni echar el cerrojo. Juan se quedó tumbado viendo cómo abandonaba su cama y me dirigía a mi habitación. Supongo que pudo oír cómo lloraba hasta que caí dormida.

Me desperté agotada y sentí las manos de Juan acariciando mis piernas. En un segundo toda la pesadilla volvió a mi cabeza y tuve que inhibir el instinto de apartarme de él. Comenzó a hablarme: - Desde que te conocí me excitaste. No te imaginas cuantas veces me he masturbado pensando en tocarte y en follarte. Y fíjate, ahora te tengo aquí, en la cama, permitiéndome tocarte cada centímetro de la piel. Dibujó sus palabras poniendome boca arriba, separando mis piernas y recorriendo mis muslo hasta la ingle con sus dos manos. - Realmente tienes unas tetas espléndidas: redondas, grandes, bien colocadas y unos pezones muy vivos y sabrosos. Sin embargo, lo que siempre deseé fue ver tus piernas. Tienes una terrible manía de ir en pantalones con las piernas tan bonitas que tienes: largas, redondeadas, suaves y firmes. De hecho, no tienes mucha idea para vestirte. Había poca luz de modo que ya había empezado a caer la tarde. Observé que la puerta de  mi armario y los cajones estaban abiertos. Juan siguió mi hilo de pensamiento. - Sí, Rosa, he estado viendo tu ropa. Es deprimente. Serías incapaz de excitar a un violador en serie, ¿sabes?  Pero no te preocupes, preciosa, podemos arreglarlo. A partir de ahora vas a vestir distinto, a mi gusto. En realidad, todo va a ser distinto, a mi gusto. - ¿Qué quieres decir? - le interrumpí, molesta, pero inmóvil ante sus caricias en mi muslo. - Quiero decir que, como sabes, vas a hacer todo lo que te yo quiera durante el tiempo que estemos aquí. Quiero decir que no sólo te voy a follar y sobar cuando me plazca. Quiero decir que desde ahora, te vestirás, te comportarás y harás todo lo que te diga. Tendrás que vivir sometida a unas reglas, a MIS reglas. Dejó una mano en mi muslo y llevó la otra hasta mi pecho, que acarició despacio, en otra situación diría que hasta dulcemente. Continuó hablando y cada frase me iba martilleando y hundiendo mi moral. - He tirado tus bragas a la basura. No las necesitarás. Bueno, en realidad he guardado un par de ellas para tus días malos, aunque espero cambiarlas pronto por otras. Dejaré de momento que lleves sujetador al trabajo pero deberás quitartelo en cuanto salgas. Tenemos que dar libertad a las dos maravillas que tienes en el pecho. Por cierto, a partir de ahora volveremos juntos en el coche, nada de ir cada uno por su cuenta. De hecho, sólo alquilaremos un coche para los dos, no necesitarás uno para ti. Lo he arreglado y nos harán factura para los dos aunque sólo alquilemos uno. Pasa lo mismo con la habitación, nos mudamos a una doble y nos darán casi toda la diferencia aunque nos sigan facturando como antes. Así podremos comprarte ropa decente y no la mierda que llevas siempre. Comenzó a reír. Yo me moría al escuchar las palabras y al permitir que Juan siguiera invadiendo la piel de mis piernas y mis pechos. Estaba horrorizada, hundida. Pero el prosiguió. - Aunque bueno, no necesitarás siempre ropa. Ya estamos en verano, así que como se te ocurra ponerte una sola puta prenda de ropa en la habitación la tenemos. Aquí estarás siempre desnuda para que pueda verte bien. Supongo que al principio te será incómodo pero seguro que te acostumbras pronto. ¿Has entendido verdad? Asentí con la cabeza. Él prosiguió: - Entonces, si entendiste y te estoy tocando las tetas, significa que aceptas ser mi puta particular durante todo este tiempo, ¿verdad? Guardé silencio. Sobraban contestar algo tan obvio. Pero a Juan no le gustó. - No te he oído decir nada. Quiero que digas en voz muy alta que vas a ser mi puta y que en estos dos meses vas a cumplir todos mis deseos. Finalmente, llorando, hice lo que me ordenaba.

Juan sonrío y me dijo: - Venga, vamos a ducharnos. No querrás salir con los hilillos de mi leche reseca en tus piernas. Evidentemente, más que una ducha, lo que ocurrió en el baño fue un continuo toqueteo de todo mi cuerpo por su parte. Me limpio a conciencia las tetas y mi sexo. También me hizo pegarme a él que, metiendo la lengua en mi boca, exploró cada rincón, como sus manos exploraron mi culo.

Era la primera vez que salía a la calle sin sujetador. El bamboleo de mis pechos se me hacía incómodo, pero no tanto como sentir las miradas de todos en mí. Pero todo puede ser peor. Al llegar a una zapatería eligió varios modelos con un altísimo tacón de aguja. Yo le comenté que jamás había empleado nada igual y que ni sabría caminar, pero, obviamente, le dio igual. Salí de la tienda a tientas con unas sandalias blancas de diez centímetros. Después entramos en otra tienda y escogió cuidadosamente algunas prendas. Estuve media hora en el probador con él, descubriendo cómo me quedaba cada uno de ellos. El miraba con gusto cada vez que me desnudaba y, para mi desgracia, aún con más gusto cuando comprobaba el efecto de la llamativa ropa en mí. Las había ceñidas, sueltas, escotadas. Pero todos compartían una característica: eran hipercortas. Ya me había avanzado su pasión por mis piernas y parece que ahora se disponía a compartirla con todo el mundo.

Tras pasar por caja, me hizo volver al probador donde, por supuesto, entró conmigo. Me hizo ponerme unos ridículos shorts blancos tan cortos que descubrian la redondez inferior de mis nalgas. También me colocó una camiseta ceñidísima que marcaba descaradamente mis pezones. - A esta hora aún hace un poco de frío. Va a ser delicioso cuando salgamos y haga efecto en ti. Me puso frente al espejo y se colocó detrás sobándome la piel que quedaba desnuda en mi trasero. - Mírate al espejo: ¿qué ves? Y lo que vi fueron unas piernas infinitas que decían a gritos que buscaban guerra. Los puntitos que encumbraban mis grandes y pechos sueltos contribuían sobremanera a la imagen de buscona que llevaba y que hacía que no me reconociera. - No se lo que veo, pero desde luego no soy yo.- Contesté. - Pues esta es la que serás los próximos meses.

En la hamburguesería en que cenamos había bastante cola. Me dijo lo que quería y se sentó en una mesa, dejándome en la fila. Desde allí pudo observar las miradas y los comentarios al respecto de mi anatomía que todos los varones del local me dedicaron. Yo pude oír algunos. "Joder está tía está pidiendo un polvazo". "Vaya zorra que tienes ahí delante". "Mira qué tetas tiene, cómo se le mueven" entre los chicos y entre ellas, lo más suave que oí fue que no sabían si tenía más pinta de puta o de gilipollas.

Y las miradas continuaron cuando me hizo sentarme a su lado en la mesa y no paro de sobarme las piernas y eventualmente las tetas. Y siguieron en la vuelta que dimos después de cenar. Yo me sentía completamente desnuda. Incómoda, tratando de moverme despacio para no exagerar la libertad de mi pecho.

... pero en ese momento, en esa incomodidad, sin entender cómo, me sentí extrañamente excitada sabiéndome acaparadora de los ojos de los hombres. No le di importancia y me dejé llevar a la discoteca.

Dentro, él fue a la barra ordenándome salir a la pista a bailar lo más arrebatadoramente posible que pudiera.

Yo comencé a moverme con la música, pero Juan, desde la barra, con un gesto, me indicó claramente que debía moverme más exageradamente. Proto me encontré rodeada de tíos con mirada estúpida, tratando de pegarse a mí. Yo trataba de quitármelos de encima, pero ninguna de mis maniobras surtió tanto efecto como la aparición de Juan colocándose detrás de mí y, triunfalmente, introduciendo sus manos bajo mi camiseta y accediendo a la suave piel de mis pechos. Ante esto, todos se apartaron y continuamos bailando, él con las manos ocultas bajo mi camiseta, moviéndolas con ansia. La tela, tan ceñida iba, que se movía con ellas y a ratos pensé que dejaba ver demasiada parte de mí.

Cuando se cansó me cogió de la mano y me arrastró hasta el baño de los chicos. No era demasiado grande y había varios chicos dentro.A Juan no pareció importarle demasiado porque apoyó mi pecho en la encimera del lavabo. Después separó mis piernas y me preguntó delante de todos si quería que me follara ahí. Era evidente que no era una pregunta, sino una orden, por lo que me vi obligada a responder afirmativamente. El sonrió, se bajó la cremallera y, apartando la pírrica tela del pantalón que cubría mi sexo, me penetró frente al respetable con ímpetu. Todos los presentes jalearon cada una de sus embestidas y aplaudieron cuando como premio para ellos, me separó de la encimera y me subió la camiseta para que todos pudieran ver cómo saltaban mis pechos al ritmo de sus viajes. La situación era terrble, prácticamente desnuda frente aquellos salvajes y siendo penetrada por el tío más desagradable que conocía. Tan terrible era... que volví a excitarme de nuevo. Y poco después, Juan se vació en mi interior estrujando mis pechos. Entonces ocurrió la cosa más extraña que cabía imaginar. Sin que Juan dijera nada, me puse de rodillas y comencé a lamer el glande de Juan, limpiando los restos de la corrida que ahora comenzaba a empapar mis shorts. Cuando terminé, Juan me felicitó y me morreó. Me dijo que le esperara ahí mientras echaba una meada. Tardó bastante. No se si debido a que su aparato estaba más dedicado a otras cosas y le costó o bien lo hacía a propósito, pero el caso es que tuve que aguantar durante varios minutos la colección de piropos que los presentes dedicaron a mis tetas y a lo zorra que era. Fue terriblemente humillante.

Salío y dijo que era hora de ir a casa. En el paseo de vuelta, yo estaba cabreada conmigo misma. El, por supuesto, se interesó por mi iniciativa y le contesté que no sabía por qué había hecho eso. El camino fue incómodo, empapada por debajo y muerta de frío por la poca ropa que llevaba. Cuando por fin llegamos al hotel, fuimos juntos a su habitación. Al franquear la puerta no tuvo que decirme nada para que me desnudara completamente. En realidad no me importó porque estaba terriblemente incómoda con los empapados shorts. Juan fue al armario, sacó la cámara de vídeo y me ordenó que comenzara a masturbarme mientras me filmaba. Yo empecé a tocarme y el se dedicó a repasar en voz alta toda la noche, preguntandome constantemente cómo me había sentido al ir medio desnuda en la calle, al oír los comentarios de la gente en el burger, al sentir las miradas de los chicos clavadas en mis encantos, al ser follada en bolas en el sucio baño de un bar repleto de tíos que vieron mis tetas con todo detalle... En este punto, muy a mi pesar, comenzó a venirme un tremendo orgasmo que la cámara registró en alta resolución.