La consultora chantajeada (4)

Juan prepara a Rosa para una prueba y la somete a ella.

Al salir de la ducha, encontré a Juan esperándome con una media sonrisa. Nada más verle, me despojé de la toalla, recordando mi obligación de estar siempre desnuda y recibí su pregunta directa: - ¿Te lo has cepillado, Rosa? - Afirmé con la cabeza. - Guau, eres más puta de lo que pensaba. Pues no te has tirado al tío más feo del hotel... - ¿Qué podía hacer? - Proteste. - Joder, podías al menos haber protestado un poco. Te ha faltado tiempo para cumplir lo que te decía. Vamos a ver la cinta. Sonreí involuntariamente. Era cierto, al poco de recibir la misión, ya la había interiorizado de tal modo que la nueva yo estaba deseando cumplirla. Durante la proyección, me hizo describir segundo a segundo mis sentimientos. Como siempre que hablamos, logró que recorriera la vía más escabrosa de mi cabeza y me hizo reconocer abiertamente que me moría de excitación mientras me ofrecía por completo para satisfacer las fantasías de un hombre tan falto de atractivo como Mateo. Según veía las imágenes, me costaba más y más reconocerme en la persona que, en la pantalla, en ese momento recibía un chorro de semen en el rostro. Si aún me quedaba alguna duda de haber disfrutado realmente esa tarde, se estaba disipando viendo las expresiones continuas de goce que mostraba. Realmente, estaba claro que lo había pasado yo bastante mejor que Mateo... Así me lo hizo saber Juan. - Rosa, mira la pantalla y, si puedes, niégame que eres una zorra de escándalo, una puta de campeonato, una guarra impresionante. La charla con Juan, ver las imágenes, rememorar las escenas y ahora... las palabras soeces me excitaron aún más. Por ello, contesté con las palabras que, estaba segura, quería oír. - Juan, no he visto a nadie más puta que yo. Viendo esto me doy cuenta de lo zorra que soy, mucho más de lo que había imaginado. Efectivamente, Juan rió. Esa tarde no me folló. Dijo que seguro que estaba llena de la leche de Mateo y que yo le daba asco. De hecho, hasta llamó a recepción solicitando que cambiaran las sábanas de la cama. De nuevo me costó conciliar el sueño. Había sido un fin de semana radical. Mi vida había girado completamente. Y aún quedaba saber cómo se comportaría Juan conmigo en el trabajo... Me despertó Juan chupando con fuerza mis pezones. Los masajeó mientras me desperezaba. Miré el reloj. Era bastante más temprano de lo que yo acostumbraba a levantarme. Me ordenó ir al baño, donde encontré preparada mi ropa para el día. Comprobé, pues, que había aprovechado parte de mi día con Mateo para ir de compras, porque no reconocía ni el minúsculo tanga negro, ni la elegante falda por encima del muslo ni la entallada blusa que Juan había elegido para mí. No me permitió correr la mampara de la ducha y, sentándose el retrete, observó cómo limpiaba mi cuerpo. Desde luego, me ocupé en hacerlo despacio, especialmente en las zonas más íntimas y en las más voluptuosas, sin dejar nunca de mirarle y sonreírle. Alentada por su sonrisa, tras secarme, continué el show deslizando suavemente las medias por mis piernas y vistiéndome despacio para él, con la ropa que había elegido para mí. Como no podía ser de otro modo, una vez terminé de vestir, me hizo mamársela hasta que se corrió en mi boca... Así comenzó mi primera semana laboral como sierva de Juan. Pese a que realizó cambios en mi indumentaria habitual, se portaba muy bien conmigo y no me obligaba a ir demasiado provocativa a la oficina. Sensual y elegante, pero jamás cruzaba el umbral de la vulgaridad. En cuanto a las prácticas sexuales, la primera mañana fue una excepción, supongo que por el calentón que él tenía después de la tarde anterior. El resto de días, la única orden que tenía que acatar era vestirme según había dispuesto Juan. Íbamos juntos en el coche hasta el trabajo y allí continuaba sin hacer uso de mi condición y actuábamos como simples compañeros de trabajo. Esta omisión, pese a que aliviaba el temor a las consecuencias en mi carrera profesional, no dejaba de inquietarme. Para colmo, la semana venía cargada de trabajo y teníamos que quedarnos hasta entrada la noche y apenas nos quedaban fuerzas para cenar al llegar al hotel. Yo seguía cumpliendo con mi obligación de desnudarme al entrar, pero él no hacía ademán de aprovechar mi cuerpo. Después de ese fin de semana loco, lo cierto es que me moría de ganas por volver a sentirme en sus manos y, sin embargo pasaban los días en balde. Juan se percataba de esto, percibía de sobra mi inquietud interior, sentía crecer mi deseo de revivir las sensaciones nuevas y dejó que me fuera invadiendo por completo. Yo me odiaba por mostrar esa dependencia de Juan. Me parecía patética anhelando cumplir las órdenes de aquel depravado y sabiéndome desilusionada porque no lo hiciera. Trataba de marginar esos sentimientos, pero era del todo incapaz. El jueves, cuando volvíamos en el coche, ya no pude más y le tanteé por su desidia. Obtuve una sonrisa cínica como única respuesta y la convicción de que mis instintos habían quedado en evidencia. El viernes arreció el trabajo y lo terminamos antes de comer, por lo que quedaba la tarde libre. Descansamos una hora y después me dijo que habían acabado las "vacaciones". Yo traté de aparentar indiferencia, aunque me dio un vuelvo el corazón. Me hizo vestirme con un vestido rojo liso de algodón y lycra ajustado por encima de la rodilla. Me prohibió llevar ropa interior de manera que, a falta de escote en el vestido, mis pezones lo adornaban como único estampado. Eligió también unas medias claritas que morían poco después de deslizarse por el bajo y unos zapatos de aguja. Bajamos al coche dos mochilas, cuyo contenido no me atreví a preguntar, aunque se me hizo la luz cuando, para mi sorpresa, aparcó frente a un enorme gimnasio. Antes de salir me dio las instrucciones pertinentes: - Aquí tienes tu carné del gimnasio, lo saqué hace una semana. Puedes pasar con él. Después cámbiate con lo que tienes en la mochila y sal a la sala de aparatos. No te dirijas a mí en ningún momento, pero lleva siempre el móvil encima para poder recibir mis órdenes. Utiliza los aparatos que quieras, pero no dejes de probar la cinta. Quiero que corras haciendo botar tus tetas. Y nada de clases. En realidad, quiero que todos los mirones del gimnasio se lo pasen bien, de modo que, si detectas alguno, no dudes en exhibirte ante él. ¿Has entendido? Después de asentir, me señaló la puerta y me dirigí al gimnasio. Enseñé el pase y el carné de identidad y entré en el vestuario. En la mochila, aparte útiles para el baño, unos calcetines y unas deportivas, sólo había un top y un culotte de lycra rosa. Nada de ropa interior... Comencé a desnudarme y advertí las primeras miradas reprobatorias de mis compañeras de vestuario debido a la ausencia de prendas bajo mi vestido. Así, no me atreví a levantar los ojos, mientras me tapaba con las dos ajustadísimas prendas que Juan me obligaba a llevar, muerta de vergüenza al sentir el peso de sus miradas censoras en mí. Terminé rápido y salí. En la sala, seguí las instrucciones de Juan, aunque luego comprobé que no era más que un calentamiento para mí. Y funcionó, por cierto. El hecho es que, efectivamente, se fijaron varios tíos en el movimiento de mis pechos cuando corría en la cinta y les regalé varias posturas en diferentes aparatos. Descubrí a Juan entre los gimnastas y su rostro de aprobación me alentaba a seguir exhibiéndome y, con ello, aumentar mi temperatura interior. Una llamada de Juan interrumpió mis ejercicios. - Rosa, unos chicos acaban de terminar un partido de padel y van a ducharse. Quiero que recojas tus cosas del vestuario, vayas al de chicos y, excusándote en que el femenino está lleno, les pidas permiso para ducharte allí, ¿has entendido? - ¿Que vaya al otro vestuario?, pero ¿como crees que...?  - La frase quedó en el aire, ya que al otro lado, ya no había nadie. Dediqué un par de minutos a tratar de asimilar la orden. Entonces vi por un segundo el rostro severo de Juan y reaccioné. Recogí la mochila en mi taquilla y encendida en rubor me dirigí resuelta al otro vestuario. Me paré a unos pasos de la puerta, coloqué mi mejor sonrisa, tomé aire y, tratando de no pensar mucho, logré romper la distancia y me introduje en la sala. Efectivamente allí estaban cuatro chicos semidesnudos dentro. Algunos se quitaban en ese momento la sudada camiseta, otros, ya en ropa interior, buscaban lo necesario para ducharse. Uno de ellos rompió el silencio: - Señorita, creo que se ha equivocado. Pese a que tenía preparada la respuesta, me costó horrores hacerla brotar de mi garganta. Logré hacerlo aderezándola con la sonrisa más dulce e inocente de mi repertorio. - Es que el vestuario de chicas está hasta arriba, había cola para ducharse... Me preguntaba si os importaría... Quiero decir, me ducharé rápido... si no os importa. Como si fueran un coro perfectamente sincronizado, todos ellos dirigieron su mirada al ceñidísimo top que contenía mis pechos para llevarla después al centro de gravedad de mi culotte. Yo esperaba quieta, sonriendo estúpidamente, convirtiendo unos segundos en un eterno intervalo hasta que uno de ellos, de pie vestido únicamente con slips, respondió: - Sí, claro guapa, pero, como ves, ya estamos preparados para ducharnos y, si esperamos a que termines tú, nos vamos a enfriar... - No, no, no, desde luego, que no esperaba que... -respondí- Vaya, no  faltaba más. Muchas gracias. Para dejar claro que había entendido a lo que se refería, apenas tardé en sacarme el top por la cabeza dejando mis pechos a la vista y, sin darles tiempo a reaccionar, bajé el culotte y quedé completamente desnuda ante ellos. Mientras me miraban, tomé mi tiempo en reunir los aparejos para la ducha y me dirigí a ella. Las duchas estaban dispuestas en cabinas sin cortinas, con una bandejita para el jabón y una percha para la toalla. Estaban todas vacías y elegí la central y abrí el agua. Cuando me di la vuelta, encontré a todos los chicos desnudos frente a mí, mirándome. Dejé que el agua se deslizara por mi piel y comencé a aplicar jabón en mi cuerpo. Apenas había cubierto mis pechos, cuando todos sus aparatos alcanzaron su máximo esplendor. Instintivamente, continué acariciando mis pechos mezclando en ellos jabón y agua. Sobreponiéndome a mi primer impulso de cerrar los ojos, logré aguantar sus miradas y se las devolvía mientras mis manos jugueteaban con la suave piel de mis senos. Sus reacciones fueron diversas. Alguno no pudo aguantar aquello y salió, a otro se le veía indeciso, otro, incluso, se tocaba tímidamente.

Y fue entonces advertí que había un chico más. Juan había ido también al vestuario para ver cómo me comportaba y ahora me exhibía a estos chicos bajo su escrutinio. Tras cruzarse nuestras miradas, se acercó a mí y se colocó detrás. Comenzó a enjabonarme los pechos y el resto pudo comprobar cómo, lejos de impedirlo, recliné mi cabeza hacia atrás y disfruté del masaje. Fue como una invitación a los demás. No pasaron diez segundos cuando sentí otras manos en mis tetas. Mi actitud fue considerada una invitación. Tímidamente, se acercó otro y frente a mí, comenzó a colaborar en el masaje, alentado por la mirada lasciva que nacía en mis ojos. Otro, quiso probar directamente el sabor de mis pezones y yo le recibí acariciando su pelo mientras lo hacía. En unos instantes, los tres chicos que quedaban y Juan hacían uso de mi cuerpo. Bebieron agua de ducha en mis pezones, chuparon y lamieron mi piel, inspeccionaron el contorno y el interior de mi depilado sexo. Recibí lenguas en mi boca, bocas en mi cuerpo, mezcladas con el agua caliente de la ducha, manos, dientes...  Yo respondía con gemidos, suspiros y caricias. Mi cabeza cedió el testigo a mis instintos y me abandoné. Alguien me colocó de cara a la pared semi inclinada. Busqué a Juan y comprobé que no había sido él. Su mirada me ordenó, sin embargo, que no impidiera nada. Me separaron las piernas y sentí como una  verga apuntaba a la entrada de mi sexo. Pronto la noté dentro y mi sexo la recibió fácilmente. Uno de sus compañeros no quiso perder el tiempo y se situó delante de mí para chupar y manosear mis tetas. Después se levantó me señaló la polla. A modo de respuesta lamí suavemente su capullo, para después introducirlo en mi boca. De reojo vislumbré la sonrisa de Juan mientras el que tenía detrás se vaciaba en mi vientre. Según terminaba sus espasmos, el de delante sacó el rabo de mi boca y lanzó un par de chorros en mi rostro. Sin apenas tiempo para descansar, Juan se colocó delante de mí y el que quedaba se situó detrás. El chantajista ni siquiera se molestó en limpiarme, por lo que mi cara aún tenía restros del primer turno. Trató de humillarme más aún, porque miró al otro chico y soltó:

  • Una, dos y...

De manera que a la de tres comenzaron a bombearme. El de detrás estaba dotado de un equipamiento XXL, porque su primera embestidafue dolorosa, pese a que estaba lubricada de sobra para acogerle. Me folló con vio lencia y Juan detectaba lo que me costaba recibir semejante trozo de carne. Parece que le excitaba este hecho, porque sonreía mientras clavaba profundamente su polla en mi boca. Yo solo me dejaba hacer, incapaz de tomar iniciativa alguna, como un tronco aserrado rítmicamente entre dos leñadores que se adentraban en mi interior. Juan se corrió primero. Con sus manos en mi nuca, optó por vaciarse en mi bocaen vez de rociarme el rostro. Yo sentí el regalo y lo tragué, aunque parte, mezclada en beba, se escurrió por las comisuras. Al fin sentí que el de detrás también iba a terminar. Aumentó la violencia y el ritmo de su bombeo y añadió su leche a la receta del anterior. Resolplando abandonó mi interior y el primer turno volvió a tomar posiciones en mi cuierpo, esta vez, intercambiando el orden.

Yo, quieta y sumisa, aceptaba el juego sin hablar siquiera. Abrí la boca y separé las piernas para recibirles y ellos se colaron en mis agujeros al punto. Llevaban un rato penetrándome cuando se oyó un aviso:

  • ¡Viene el segurata! Tenemos que parar.

En aquel momento no pensé nada, pero después caí en que el chico que había salido, el pobre además de probarme, había quedado vigilando. Inmediatamente, cada uno se metió en una ducha y yo hice lo propio. Así pude limpiar mi cuerpo de los regalos recibidos. El de Seguridad, efectivamente, se asomó al vestuario, pero no encontró el tumulto que esperaba y ni siquiera se molestó en pasar hasta las duchas, de modo que no me vio. Yo gasté el jabón limpiando mis castigadas tetas y el surtidor en que se había convertido mi sexo. Me coloqué la toalla y me dirigí a vestirme. Al verme, el resto salió de las duchas. Pensé que querrían seguir con la fiesta, pero parece que el aviso del agente les había cortado la excitación y se limitaron a observarme mientras secaba mi cuerpo. Yo estaba muy avergonzada y tenía la mirada pegada al suelo.

Sí que se animaron a soltar algún comentario cuando vieron que me vestía únicamente con una prenda, el ceñidísimo vestido rojo, sin ropa anterior alguna. Aparecieron varias alusiones a mis tetas e invitaciones a volver el siguiente jueves. Yo, sin poder mirarlos, cogí mis cosas y salí disparada de ahí, aún encendida, excitada y, sobre todo, aturdida. Fui directa al coche, en cuya puerta esperé a Juan.

Cuando llegó, no salió palabra alguna de su boca, refugiada bajo su sonrisa chulesca. En el coche,quiso avergonzarme descifrando su estrategia.

  • Me encantó ver cómo extrañabas esta semana estar chantajeada. Eres tan puta que se te veía bien jodida, deseando que sacara la zorra que eres. No te engañes, fue fácil saber que hoy harías un gran papel. Eres tan puta como suponía. De no haber llegado el segurata, ibas a estar soltando lefa hasta el lunes...

Yo le odiaba por tratarme con tanto desprecio. Pero seguía tan cachonda que poco después le estaba confesando todo lo que había disfrutado con esta mini orgía. Tuve que reconocerle que ni siquiera se me había pasado por la cabeza el peligro de haber encendido semejante mecha en un grupo de deportistas, fuertes y atléticos.

Una vez en el hotel, ya desnuda, sacó la cámara y me hizo contar ante ella  la experiencia vivida, grabando la excitación que me producía recordarlo todo. Cuando acabé me tenía a punto de caramelo pero me dijo que no le apetecía mezclar su leche con la de los maromos, me ordenó vestirme y salimos a cenar.  Durante la velada, aludió constantemente al episodio vivido y acabé confesándole que me encantaría volver el siguiente viernes para repetirlo. Hizo que quedara claro que la voluntad de hacerlo era mía y no suya. Llegué a la habitación agotada y ardiendo, pero Juan no quiso hacer uso de mí, por lo que no pude desahogarme en la cama y tardé bastante en dormirme