La consultora chantajeada (3)

Juan obliga a Rosa a seducir a otra persona.

De nuevo, me despertaron dos manos amasando mis pechos. Esa sensación rememoró la noche anterior y me vino de inmediato una bocanada de calor directa al vientre que convirtió el masaje en un acto más placentero de lo que debería haber sido. Así sonreí a Juan mientras me sobaba y le di alegremente los buenos días para comenzar el domingo. El volvió a emplear su estrategia de siempre y, mientras seguía jugando con mis tetas, me recordó paso a paso lo sucedido la noche anterior así como lo caliente que estaba al volver. Terminó su receta llevando su mano a mi entrepierna y el resultado fue ponerme casi al mismo nivel que me tenía antes de dormir. Yo abrí las piernas, cerré los ojos y me dejé invadir por los sentidos. - De modo que te gustó el juego de ayer, ¿verdad? -Ni siquiera hizo falta que asintiera y él prosiguió. - Pues hoy tengo pensando otro jueguecito. Quiero que me complazcas tanto como hiciste anoche. - Sus dedos jugaban maestramente con mi botón y con mi interior. Parecía que iba a lograr correrme al fin... - Ayer en el desayuno vi un hombre que no paraba de mirarte. Por casualidad le oí después decir en recepción que el lunes se iba del hotel, de modo que quiero que le des un par de alegrones antes de que se vaya. Yo di un pequeño respingo e hice un amago de protestar pero Juan siguió hablando sin que pudiera interrumpirle mientras sus caricias continuaban trabajándome. - Como sabes, no te lo estoy pidiendo, sino ordenando. Ya se que tú no quieres hacerlo, pero estás obligada, de modo que lo más inteligente será obedecerme y además tratar de divertirte para que así me complazcas doblemente... ¿Lo harás? Mi cuerpo me obligó a aceptar gritando un "síii" mientras sus manos me llevaban al fin al deseado orgasmo. Después del trance siguió acariciándome y me condujo al baño donde ya había preparado ropa para mí. En la ducha me penetró con sus dedos y con su pene sin parar de jugar. De este modo, cuando llegué al desayuno, aún no había tenido tiempo para pensar en lo que había aceptado y continuaba excitada. Allí me señaló mi presa: era un chico joven de unos treinta y pico años, quizá menos de treinta, ya que era probable que su obesidad le hiciera parecer mayor. Parecía esconder una mirada tímida tras sus pequeñas y redondas gafas. No fue hasta después de haberlo examinado, que me di cuenta de lo que había aceptado. Pensé en decirle a Juan que no era una buena idea pero supuse que me respondería que no tenía opción y, encima, tras haber aceptado, aún tenía menos sentido. El chico se colocó en la cola del buffet y me situé tras él, enmarcando un "buenos días" con una sonrisa. Él me devolvió el saludo. Después hizo un par de comentarios graciosos acerca de la comida que yo acogí riendo como si fuera el comentario más acertado posible. Vista mi acogida, el siguió bromeando y yo siguiéndole el juego. Finalmente el se presentó y al terminar de servirme el desayuno, le pregunté si le importaba que me sentara a desayunar con él. Mateo -que así se llamaba- accedió de inmediato. - Pero, ¿hoy no te sientas con... ? - Investigó. - ¿Con mi hermano? No, no te preocupes, prefiero quedarme contigo, pareces un tipo divertido. ¿Cuál es tu mesa? Él me indico y yo pasé delante, caminando despacito, para que pudiera apreciar lo cortos que eran los shorts que eligió Juan para mí y lo bien que moldeaban mi culito. Nos sentamos y durante el largo desayuno traté de desplegar toda mi simpatía con él. Mateo, por su parte, se esforzaba por aparentar tranquilidad y seguridad. La intensa transpiración de sus axilas, no obstante, desmontaba su coartada, ya que no se ajustaba con la agradable temperatura del salón. Charlamos de varias cosas, - entre las que me confesó su próxima salida del hotel-, pero la falta de dirección concreta de la conversación también evidenciaba su zozobra. Parecía que aún no había asimilado que estuviera ahí sentado con él y no tenía idea de cómo manejar la situación. Así, tuve que ser yo la que le propusiera que, ya que no tenía previsto hacer nada esa mañana, fuéramos juntos a la playa. Su rostro apenas pude ocultar la alegre conmoción que causaron estas palabras en todo su cuerpo y, tras aceptar precipitadamente, nos emplazamos en la recepción del hotel unos minutos después. En la habitación, rendí cuentas de la situación al chantajeador, que me felicitó por ello. Lamento, sin embargo, no haber tenido tiempo aún de comprarme un bikini adecuado para la ocasión. Mientras me colocaba uno y un pareo a juego, me dijo que tuviera siempre el móvil a mano y, pese a que trataría de estar cerca para ver la evolución, que le tuviera informado de las cosas interesantes. Me confesó que estaba muy orgulloso de mí, que le encantaba que tratara de follarme a alguien distinto de él y me pregunto cómo me sentía. Yo le explique que en cuanto me di cuenta del calado de su idea, me disgustó, pero reconocí que me excitaba tratar de seducir a alguien que no me resultaba atractivo en absoluto. Y más aún hacerlo porque a Juan le diera la gana. Salimos al ascensor y, en el trayecto, pellizcó suavemente varias veces los pezones para asegurarse de que Mateo pudiera ver su forma dibujada en el bikini. Se bajó un piso antes y me deseó suerte. En recepción me esperaba Mateo y me recibió con una sonrisa espléndida. Supuse que las dudas de que yo apareciera no se disiparon de su cabeza hasta que me vio aparecer. Yo le devolví la sonrisa, le agarré por su enorme cintura pegándome contra él y marchamos a la playa. Allí, colocamos las toallas y comencé a incluir en el juego todas mis armas de seducción. Empecé por la más clásica. Le pedí a Mateo que me aplicara crema solar en la espalda. Me tendí en el suelo y solté el bikini dejando mi espalda al descubierto. Él inteligentemente, aprovechó para, a la vez que extendía la loción, aplicar un suave masaje relajante, tanto en la espalda, como en el cuello. Yo lo agradecí con algún gemido de gusto y felicitándole por lo bien que lo hacía. - Ya, que estás, Mateo y viendo que eres un experto en esto, ¿te importaría darme crema en todo el cuerpo? - ¿Cómo en todo el cuerpo?- Respondió. - Esto... pensé que no te importaría seguir con mis piernas... Fue una lástima estar de espaldas y no poder ver su cara mientras acariciaba suavemente mis pantorrillas y mis muslos. Con tanto esmero, delicadeza y atención lo hizo, que me relajó a la vez que me excitaba por saberme sobada por él. Me divirtió imaginar su cara de sorpresa cuando, al masajear mis muslos, decidí convertir el bikini en un tanga para que pudiera trabajar también mis glúteos. Mi invitación fue tan evidente que, sin mediar palabra, comenzó a untarlos de crema. Yo acompañé sus movimientos con leves gemidos que le incitaban a aumentar la presión que ejercía. Me limité a disfrutar del masaje, de manera que dejé que fuera él quien decidiera cuándo había terminado. Pensé que sería excesivo proponerle que masajeara también el pecho, por lo que me di la vuelta y yo misma apliqué ahí la protección. Observé su hinchada entrepierna y le recordé varias veces cuánto me había gustado su masaje. Nos tumbamos de lado, frente a frente, en la arena y me dijo que cuando yo quisiera lo repetiría. Yo cogí su mano y la llevé a mi trasero como respuesta, mientras pegaba mi cuerpo al suyo que, debido a los nervios, me recibió con una fría película de sudor a la vez que su sexo pinchaba mi vientre a través de su bañador. Acaricié su húmeda espalda y le pedí disculpas por ser tan poco delicada e ir tan de prisa, pero me excusé indicando que su inminente marcha me obligaba a ello. Entonces miré fijamente sus labios, humedecí los míos con la lengua y entreabrí la boca esperando su beso. Mateo dudó un par de segundos pero, finalmente, llevó sus labios a los míos. Cerré los ojos al sentir el contacto u acaricié sus labios con mi boca y con mi lengua. Acaricié su espalda, su cuello y su pelo, pero no permití que él hiciera lo mismo. Cada vez que abandonaba mi trasero, cogía su mano y volvía a llevarla hasta allí. Pegué mi vientre aún más a su sexo, sintiendo su dureza. El beso fue largo e intenso. Significó el preludio de una romántica mañana playera en la que nos bañamos en el mar jugando, paseamos por la orilla, tomamos el sol, charlamos... En todo momento, me preocupaba que Mateo disfrutara de mi cuerpo. Así, le besaba y abrazaba continuamente. Hasta tres veces le pedí que pusiera crema en mi cuerpo... Comimos en un chiringuito. Nos sentamos juntos y pasé mi pierna por encima de la suya. Llevé su mano a mi muslo y le reté a tratar de comer con una sola mano, dejando la otra siempre en mi pierna. Durante la comida, el trató de prorrogar nuestra relación tras su marcha, pero yo decliné indicando que, dado que veníamos de ciudades distintas, sería una aventura difícil y no me sentía preparada para embarcarme en ella. Era un tipo simpático y no tenía gana alguna de hacerle daño, de modo que le dejé claro desde el primer momento que, dada la situación, nuestra relación terminaría ese día. Pese a ello, el insistió en darme su tarjeta, con su teléfono y dirección, mientras que yo evité darle información sobre mí. Disculpándome, me ausenté un momento para llamar a Juan.  Me dijo que había estado bastante tiempo observándome y que de momento estaba complacido -cosa que me alegró y me alivió-. - Bien, Rosa. Ahora quiero que te lo lleves a la habitación y te lo cepilles ahí. Tengo la cámara de vídeo oculta apuntando a la cama, de modo que quiero que cuando salgáis de la ducha, antes de follar, me hagas una perdida para que pueda activar la grabación desde fuera con el mando. Quiero registrar cómo te lo follas, para así, si decides dejar de obedecerme, tu novio vea lo puta que eres y con quién te lo montas cuando él no está. ¿Has entendido puta? - Sí, Juan, he entendido. - Perfecto. También quiero que te ofrezcas enterita, que le digas que estás dispuesta a todo. Recuerda que te estaré grabando y luego podré comprobar si me has obedecido. - Entendido. - Oye, Rosa, contéstame: ¿cómo te sientes al saber que vas a pedirle a ese seboso que te la meta porque a mí me sale de los huevos que lo hagas? Pensé durante un segundo. - No se explicar cómo me siento, sólo que estoy deseando hacerlo. No es que fuera fácil explicar a mi novio el material del que ya disponía Juan acerca de mí, pero era evidente que viendo cómo un tipo gordo y feo como Mateo me follaba a placer dificultaría aún más cualquier justificación. Lo peor es que pensé en esto sólo un segundo, mientras que me deshacía imaginando cómo me iba a ofrecer a un tipo al que apenas le hubiera regalado un saludo en cualquier otra ocasión. Volví a la mesa y le dije que había convencido a mi hermano para que no viniera a la habitación en toda la tarde y que la teníamos entera para nosotros. Mateo se coloreó de púrpura, entre la vergüenza de la situación, la excitación y el nerviosismo. Me dijo que podíamos ir a su habitación mejor, pero lo dije que no. Mateo aún estaba asimilando la noticia: - Entonces, ¿quieres que vaya a tu habitación? -preguntó. - Se que soy una mujer atractiva, - respondí- y se que, además de caerte bien y gustarte, te gusta mi cuerpo. ¿Me equivoco? - Hice una pausa y Mateo negó con la cabeza. - Pues bien, dado que hoy es el único día que vamos a estar juntos, quiero que hagas con mi cuerpo todo lo que te gustaría. - ¿Co-co-cómo dices? - Apenas podía articular palabra. - ¿Te gustan mis tetas, Mateo? - él asintió y yo proseguí - ¿te gustaría acariciarlas, chuparlas, apretarlas? - volvió a asentir -Pues vamos a la habitación corriendo. Mateo pagó tratando de aparentar calma, pero su paso acelerado delataba las ganas y los nervios que suponían el próximo paso. Llegamos y se quedó de pie frente a mí. - ¿Quieres ver mis tetas, Mateo? - Le pregunté de improviso. Él asintió. - Entonces, ¿a qué esperas para decírmelo? Crees que tenemos tiempo para probar nuestra buena educación. Te he dicho que quiero que disfrutes de mi cuerpo. Si te apetece ver mis tetas, me lo dices. Sólo te pido que me dejes darme una ducha para librarme de la arena y de la sal. Muy despacio, me despojé del sostén del bikini y se las enseñé. - ¿Te gustan? - Aún más de lo que imaginaba... ¿te importa que me duche contigo? - Mateo, te he dicho que olvides la educación... Dime simplemente que te quieres duchar conmigo y vente. Entré en el baño y él me siguió. Se desnudó mientras yo preparaba el agua y quedó libre su miembro que, pese a que presentaba todo su esplendor, no era precisamente grueso. Entramos en la ducha, donde inmediatamente se apoderó de uno de mis senos. - Eso está mucho mejor, cariño, -lo alenté-, coge de mí lo que quieras. Le invité a enjabonarme con sus manos para que pudiera repasarme de forma adecuada.  Pese a todo, la ducha fue breve por las ganas que tenía de llevarme a la cama. No sin dificultad, pude realizar la llamada con el móvil disimuladamente mientras echaba el pestillo de la puerta, sintiendo la presencia de Juan al otro lado. Volví despacio con Mateo, buscando disimuladamente la cámara oculta -aunque no logré vislumbrarla- dando tiempo para que se pusiera en marcha. - Mateo, me gustaría pedirte un favor. ¿Lo harás por mí? - Sí, claro, lo que sea... - Respondió. - Pues, seguramente, estarás pensando ahora en cómo hacer para que disfrute, estudiando cómo hacer para que me lo pase mejor. - La verdad es que sí... - contestó titubeando. - Por favor, no lo hagas. No quiero que pienses en mí. Te pido por favor que tengas únicamente tus apetencias, satisfacerte. Me apetece mucho regalarte mi cuerpo ahora y si piensas en mí no seré feliz. Encajó mi petición dibujando una marcada expresión de asombro en su rostro. Trató de responder: - Pero..., ¿qué quieres decir? O sea, quieres que yo... pero entonces... - Desde luego, entenderé que no quieras hacerlo - interrumpí - y no me lo tomaré a mal, pero me harías mucho más feliz si me concedieras ese favor. ¿Lo harás por mí, por favor? - Mateo asintió y yo le sonreí agradecida.- ¿De verdad que harás en cada momento lo que te apetezca?, -volvió a asentir- ¡Muchas gracias, cielo! Mateo entonces me cogió de la cintura, me atrajo hacia él y comenzó a chupar uno de mis pezones. Yo acaricié su pelo y le agradecí que me hiciera el favor, que siguiera, que disfrutara de mi cuerpo. Como respuesta, él me succionó con más fuerza y acarició mi otro pecho con la mano, lo agarró, lo estrujó mientras yo no paraba de agradecérselo. Pronto me encontré boca arriba en la cama con Mateo sobre mí. Su enorme y peludo cuerpo sudaba profusamente y debía parecer un animal salvaje devorando su presa tal y como su boca se abalanzaba a turnos en cada uno de mis pechos. Su expresión dulce y bondadosa tornó en una mueca irracional mientras sacaba la lengua y la paseaba por la suave piel de mis senos. No tardé en sentirme ensartada por su sexo y oír los gemidos que profería al entrar y salir de mi interior. Yo abrí las piernas y traté de abrazar su enorme cuerpo con ellas. Poco después, abandonó mis tetas para concentrarse únicamente en ello, aumentando el poder de sus embestidas y el volumen de sus gemidos. Tras dos potentes gritos, sus flujos invadieron mi interior y unos segundos después, exhausto, como salido del trance, apoyo su cabeza en mi pecho respirando pesadamente. Yo relajé las piernas y comencé a acariciar su espalda peluda y su cabeza. A pesar de que Mateo procuraba descansar parte de su peso sobre sus rodillas, yo me sentía un tanto asfixiada por la presión, pero continué acariciándolo. Afortunadamente tardó poco en salir de mi interior y colocarse a un lado de la cama y me situé tumbada frente a él. Nos miramos detenidamente y en silencio, hasta que yo lo terminé rompiendo. - ¿En qué piensas? - No entiendo qué hace una chica tan atractiva como tú en la cama con un tipo como yo. - Pues me parece que está bastante claro, -respondí-, gozar y gozar. Me ha encantado tu manera de poseerme y disfrutar de mi cuerpo. Tu manera brutal de penetrarme y de devorarme me ha hecho sentir en un sueño. Bien es cierto que estaba interpretando un papel, pero mis palabras no se desviaban un ápice de la verdad. Mateo contestó: - Yo sí que acabo de despertarme de un sueño. - ¿Despertarte? Yo esperaba no tener que despertarme aún... - ¿Qué quieres decir? -investigó él. - Estoy segura de que en algún lugar de tu cabecita vive una fantasía que te gustaría realizar con una chica. Me haría feliz ser esa chica, la que hará realidad tu fantasía. Se encendió una luz en sus ojos, pero apenas un segundo después se desvaneció. Yo no podía permitir que la oportunidad se escapara, de modo que dirigí mi mano a su sexo, aún húmedo y comencé a acariciarlo mientras le rogaba que me contara qué era lo que acaba de pasar por su cabeza. - No, deja, es una tontería. - Por favor, -respondí-, me encantaría que lo hicieras. Después de mucho insistir, pensárselo un rato, preguntar muchísimo si estaba segura, fuera lo que fuera, me pidió que, por favor, me pusiera un vestido sexy en el baño y volviera a la cama con él. Elegí un camisón blanco transparente, por lo que apenas tardé en colocármelo y salir según me había dicho. Él me esperaba de pie, con su pene apuntando al techo. Según me acercaba, se puso a mi altura y colocando sus dos manos en el escote, rasgó el camisón hasta el vientre. Después, con otro tirón, lo partió en dos y, violentamente, terminó de despojarme de él.  De modo que esa era su fantasía... Luego tiró de mis hombros hacia el suelo hasta ponerme de rodillas frente a la cama, se sentó sobre ella y, agarrándome de los cabellos con sus manos, tiro de ellos dirigiendo mi boca hacia su polla. Yo la abrí a tiempo y, en cuanto estuvo dentro, sus manos comenzaron un frenético baile en el que mi cabeza iba y venía mientras su ingle se movía acompasadamente. Cuando estaba ya a punto de marearme, saco la verga de mi boca y la masajeó el mismo durante unos segundos, tras los que un chorro brotó para morir en mi rostro. Pese a que acababa de correrse en mi interior, otros dos chorros más fueron a parar a mis mejillas. Después volvió a acercarla a mi boca, la abrí y dejé que mi lengua jugara con su baboso glande. Así estuve hasta que, colocando sus dedos en mi barbilla, saco su sexo y me obligó a alzar el rostro para observarlo. Me miró y comenzó a dirigir el semen impregnado en mi piel hacia mi boca para que lo saboreara y lo tragara. Disfrutó viendo cómo lo hacía y cuando acabé, me dio las gracias por cumplir su fantasía. Recibí de mala gana este cumplido. Significaba que ya había satisfecho su fantasía y yo, sin embargo, necesitaba que me siguiera usando, quería que se aprovechara de mi cuerpo. Le dije que iba a limpiarme un poco y, tras lavar mi cara, cepillar mis dientes y enjuagar mi boca, volví con él. Lo encontré aún sentado en el borde de la cama, por lo que me fue sencillo colocar mi pezón en su boca, a lo que él respondió succionándolo y acariciando mi trasero. Me situé de rodillas en la cama, encima de él y apreté su cabeza contra mis tetas, mientras él las lamía. Pronto comprobé que su miembro estaba operativo de nuevo y me ensarté en él, quedando nuestros rostros enfrentados. Comencé a besarlo mientras extendía las piernas de manera que acabé sentada sobre él. Nuestras lenguas jugaron largo tiempo, tras el que me separé y, echando el cuello hacia atrás y cerrando los ojos, le invité a que degustara de nuevo el menú de mis pechos. Comió ambos hasta rebañarlos, dejando irritados mis pezones y, en el transcurro de la operación, tuvimos tiempo de jugar con nuestros sexos hasta hacerle correrse de nuevo en mi interior. Con la diferencia de que, esta vez, yo también llegué al clímax, incluso antes que él. Una vez saciada, permanecí encima de él hasta que nos relajamos. Ambos sabíamos que la aventura tocaba a su fin. Así, no fue difícil convencerle de que se marchara a hacer la maleta. Más complicado fue lograr que entendiera que no le pensaba dar mi número de teléfono ni dirección de correo, pero terminamos sellando nuestro encuentro con un largo beso, tras el cual abandonó la habitación y salió de mi vida. Respiré un par de veces y llamé a Juan para contarle cómo había ido todo y pedirle permiso para ducharme. El agua caliente también fue aclarando mi cabeza. Era obvio que había disfrutado con la prueba. Además de superarla, me sabía más perdida en el descontrol en que iba sumergiéndome poco a poco. Yo no sólo me dejaba hacer por mi chantajista. Ahora, además, había aceptado ser ofrecida a cualquier persona, lo cual abría el abanico de perversiones que Juan iba a probar conmigo. Lo que más preocupaba de esta reflexión, sin embargo, no era saber cuáles eran esas perversiones, sino el hecho de que tenía curiosidad por conocerlas y, lo que es aún peor, ganas de vivirlas. No podía negar que el episodio con Mateo había hecho explotar mi interior y me había permitido disfrutar. Me moría de ganas por repetir todo lo que había sentido.