La consultora chantajeada (2)

Rosa evoluciona en su nueva situación tras el chantaje.

Agradezco a todos vuestros comentarios y valoraciones. Me dan ánimos para seguir escribiendo. Lamento haber tardado tanto en continuar, pero tuve algunos problemas para publicar el siguiente.

Sorprendentemente y pese a que en cuanto me acosté no podía dejar de dar vueltas a todo lo que había ocurrido, tardé poco en dormirme. Supongo que el cansancio físico y mental obligó a mi cuerpo a tomarse el descanso que precisaba.

Me desperté sintiendo las manos de Juan amasando mis pechos. Ya había amanecido, aunque parecía muy pronto. Miré el reloj y, efectivamente, todavía no eran las 8. Pronto descubriría que Juan no tenía costumbre de dormir mucho.

Me dio los buenos días con un beso en los labios mientras sus manos jugaban con mis senos y sus dedos endurecían los pezones.

  • Me prometiste que harías todo lo que te dijera, ¿te acuerdas? Y pareces mujer de palabra. - Yo asentí y el prosiguió- Entonces lo que quiero que hagas ahora es que me respondas sinceramente a lo que voy a preguntarte, ¿por qué te excitaste ayer?

Fue el inicio de una larga charla. No me quedó más remedio que reconocer que sentirme a merced de otra persona, me había excitado y él trató de convencerme de que esa era la verdadera "yo" enterrada bajo toneladas de culpabilidad, control y educación. Decía que era una lástima que no dejara aflorar a quien era en realidad.

Yo hacía como que no era cierto, pero en mi interior se iban tocando varias teclas que no sabía que estuvieran y la melodía que producían sonaba bastante parecido a lo que él decía. No había otra explicación. Juan, al que consideraba asqueroso y despreciable unos días antes, me había puesto en bolas delante de varios machos para que pudieran ver cómo me follaba y, lejos de sufrir, había acabado excitándome y disfrutando de la jugada. ¿Cómo era posible si no llevaba razón?

Pero la argumentación de Juan continuó. Me dijo que había cosas a las que podía obligarme y cosas a las que no. No podía, por ejemplo, obligarme a "disfrutar" de los próximos meses -aunque me recomendaba hacerlo-, pero sí que podía pedirme que fuera un poco por delante.

  • Ayer me la chupaste en el baño sin que mediara orden mía. Quiero que, igual que hiciste ayer, te adelantes y trates de complacerme antes de que recibas mis órdenes.

Me dijo que, como ejemplo, tendría que salir de compras yo sola y vestirme para esa noche sin su supervisión. Del mismo modo, debía tener más iniciativa cuando estuviéramos muy juntos. Dicho esto, nos levantamos y nos fuimos al baño, él con su inseparable cámara.

De forma demasiado natural asumí mi nueva orden y en cuanto abrimos la ducha me coloqué de espaldas a él, cogí sus manos, las apreté contra mis pechos y acerqué mi trasero a su entrepierna. Él aceptó mi invitación y sus manos, auspiciadas por las mías, amasaron la carne firme que le ofrecía. Juan advirtió el calado de su nueva orden y esto hizo que pronto su miembro creciera y se apoyara con fuerza en mi trasero. Sentí sus labios en mi cuello y reposé mi cabeza en su hombro. Después alargué mis brazos y rodeé con ellos su cuello buscando su boca con mis labios. La encontré mientras sus dedos apretaban mis pezones y jugaban con ellos. Después llevó una mano a mi sexo y comenzó a masturbarme suavemente bajo el chorro caliente. Otra vez, la aceptación de sus indicaciones me estaba llevando por una autopista directa hasta el placer, que me alcanzó de pleno bajo el agua. Juan respetó mi tiempo y continuó acariciándome hasta que yo resolví darme la vuelta, abrazarle y besarle. Por supuesto, el episodio quedo registrado en su colección privada que se iba haciendo cada vez más peligrosa para mí.

Como nos iban a cambiar a una habitación doble, comenzamos a preparar las maletas. Me indicó que pasaríamos la mañana en la playa mientras se gestionaba el cambio. Bajamos a desayunar y después marchamos a la playa. Cogimos un sitio y, para mi sorpresa, no me ordenó despojarme de la parte superior del bikini, Estuvimos tomando el sol un rato cuando me dijo:

  • ¿Ves al jovencito de ahí? Con el móvil ha estado sacando fotos disimuladamente a esas chicas en bikini, Viene en esta dirección buscando nuevas presas. Cuando pase cerca, quiero que te quedes en top-less y te hagas la distraída para que te pueda fotografiar... Recuérdalo, trata de disfrutarlo si puedes y no olvides poner empeño en complacerme.

El chico se acercó y se paró a una distancia prudencial. Supongo que me hizo alguna foto en bikini... Me incorporé y le miré. Él se ruborizó. Sin dejar de mirarle me desabroche el bikini y me lo quité. Me tumbé con las manos en la nuca para pronunciar mis pechos y esperé su reacción. Él quedó inmóvil, sin saber qué hacer. Simuló que le llamaban por el teléfono de modo que creo que alguna foto sacó, pero al notarse observado su cautela era máxima. No me quedó más remedio que levantarme y acercarme a él. Le dije:

  • Si te acercas más, te saldrá mejor la foto.

Mientras volvía a mi toalla y me tumbaba al sol sacando pecho y con las piernas bien abiertas, pude ver la cara de satisfacción de Juan y - de manera inexplicable- me sentí muy orgullosa de lo que acababa de hacer.

El chaval se acercó y me hizo una foto tímidamente. Luego otra. Luego se acercó más y me hizo otra foto. Fue explorando el límite y comprobando poco a poco que ni mi acompañante ni yo poníamos reparos. Entonces se agachó y se situó a medio metro de mis pechos para tomarles un primer plano.

¡Cómo era posible! ¡Le estaba dejando a un mico quinceañero que me fotografiara las tetas! Me excité pensándolo, sintiéndolo, mientras seguía engordando la galería de fotos De pronto fui consciente de que esto se podía ir de las manos si el chaval colgaba las fotos en alguna página de internet. Pensarlo provocó aumentar mi excitación, pero también mi miedo ante la remota posibilidad de que algún conocido accediera a ellas, por lo que cogí mi móvil y fui yo la que le hizo una foto a él.

  • Como vea estas fotos en la web, iré a la policía. - Le dije.

Juan, en cambio, le invitó a que se corriera unas cuantas veces viéndolas.

El chico se marchó y Juan me hizo confesarle que, efectivamente me había excitado permitiéndole al chico retratar mis senos y volvió a tocar las teclas de la mañana con sus argumentos y yo continué convenciéndome de que llevaba razón a pesar de que mostraba mi disconformidad con su discurso. Mi cabeza trataba de negar lo evidente. Especialmente cuando llevaba dándole vueltas toda la mañana a la ropa que le gustaría a Juan que me comprara para la noche...

Tras pasar toda la mañana en top-less en la playa, con los preceptivos paseos por la orilla para que la concurrencia pudiera conocer a mis dos compañeras, volvimos al hotel, donde nos indicaron que nuestras maletas ya estaban en la nueva habitación. Por supuesto, me desnudé nada más atravesar la puerta. La pieza era espaciosa con un pequeño sofá, varias sillas, televisión, minibar, una mesa y una amplia cama de matrimonio. Después de ducharnos y de comer, me dijo que subiéramos a estrenar la cama. Yo ya estaba empezando a tomarle gustillo a ir un paso por delante de Juan, por lo que, nada más entrar, me desnudé y me coloqué a cuatro patas encima de la cama. El encendió su eterna cámara y subió también a la cama, agarró con fuerza mis pechos, y me penetró sin preámbulo alguno. Ambos fuimos conscientes de que la facilidad con que entró era señal que estaba convenientemente lubricada y lo que esto significaba. No hacía falta, pues, ocultar el orgasmo al que llegué mientras me embestía violentamente y que aún me hacía volar cuando también Juan llegó al clímax y se vació en mí exprimiendo mis pechos con sus manos. Apenas permanecimos un minuto así, cuando me separé de él, le tumbé en la cama y busqué con mis labios su sexo para dejarlo limpio, mientras con mis manos acariciaba su peludo pecho. Así continué hasta que se quedó dormido.

Pensé que le gustaría que aprovechara su siesta para ir de compras, de modo que me coloqué un mini vestido comprado el día anterior y unas sandalias y, dejándole una nota, salí de compras. Esa fue la primera vez que salí a la calle semidesnuda sin él. Y la experiencia fue de lo más gratificante. Sentir cómo cientos de ojos se posaban en mi anatomía me maravilló. Como dije, mi habitual discreción en la indumentaria, me hacía pasar relativamente desapercibida y ahora vivía nuevas sensaciones que me descolocaban y, en el fondo, me agradaban. Hasta tres chicos trataron un acercamiento que no logró arrancar mi número de teléfono. Y en todo momento estaba Juan en mi cabeza, para tratar de complacerle.

Fui consciente de que le estaba permitiendo no sólo manejar mi cuerpo, sino también mi cabeza. Me di perfecta cuenta que me comenzaba a gustar complacerle tanto como a él y, lejos de reprimirme y tratar de evitarlo, me regodeé en ello.

Cuando regresé aún estaba dormido. Entré al baño y me coloqué el disfraz de buscona que haría temblar a Juan. Tenía claras sus preferencias y quise resaltar mis piernas. Por eso compré una cortísima falda con ligero vuelo que dejaba a la vista casi la totalidad de mis muslos cuando estaba quieta y quien sabe qué más cuando me movía. Además, me calcé unas medias de verano a medio muslo, cuyo elástico empezaba un par de dedos debajo de la falda. Obviamente, semejante disfraz sin ropa interior me obligaba a depilarme completamente el sexo. Hacerlo sin haber recibido orden expresa mantuvo mi grado de excitación y casi convirtió en deliciosa la incómoda operación.

Lo peor del atuendo eran, de nuevo, los tacones. Altísimos y delgados, pegados a unas sandalias de tiras que crecían por mis piernas acariciándolas e invitando a Juan a hacer lo mismo. Aunque me había centrado en las piernas, elegí un ceñido top palabra de honor que, pese a no ser excesivamente escotado, dibujaba mis pezones ante la ausencia de sujetador. Me maquillé tratando de resaltar mis grandes ojos. Después coloqué un par de gotas de perfume en mi cuello y en mi escote y salí del baño.

Juan ya estaba despierto y me esperaba aún desnudo en la cama. Al verme salir, se grabó en su rostro una sonrisa de terrible superioridad. Me hizo acercarme a él y estuvo varios minutos acariciando mis piernas por encima de la fina lycra. Entonces me levanté la falda diciéndole que imaginé que querría que me depilara el sexo. Él me felicitó y me recordó que ya me había avanzado que disfrutaría y que, si era lista, lo pasaría fenomenal. Su repetitivo discurso, que ahora pronunciaba sentado en la cama lamiendo mi clítoris y acariciando mis piernas, calaba un poquito más cada vez que era pronunciado, igual que su lengua entraba en mi interior.

Cenamos y fuimos a otra discoteca, más grande que la de la noche anterior. De nuevo me hizo salir sola a bailar indicándome que debería moverme mucho. Sabía que la falda no permitiría mucho margen antes de que se me viera "demasiado" y puse cuidado en evitarlo. Luego entendí que, seguramente, él me obligaría de todos modos a evitar ese cuidado cuando viniera conmigo, por lo que era más conveniente que viera a mí tomar la iniciativa. Poco a poco, me fui abandonando a la música sin preocuparme de lo que la exigua tela de mi falda podría llegar a tapar o mostrar, provocando que mi sexo se humedeciera pensando que, seguramente, alguien lo estaba viendo.

Cuando volvió conmigo, estuvimos bailando pegados, aunque, curiosamente, no me metió mano ni levantó mi falda, como yo pensaba -y hasta casi deseaba- que haría. Vi unas chicas bailando sobre unas tarimas. Estaba segura de que a él le encantaría que me subiera a bailar -empezaba a ser enfermiza mi obsesión por Juan-. Desde abajo, la perspectiva de mi sexo sería perfecta para cualquiera que quisiera ver. Recordé las instrucciones de adelantarme y, en medio de un ataque de calentura le pregunté si quería que subiera allí a bailar.

  • No te ordeno que subas, Rosa, pero tampoco quiero negarte a que lo hagas si eso es lo que tú quieres. De modo que, si te apetece, hazlo.

Juan se daba perfecta cuenta de mi excitación y quería poner en mi espalda la culpa de subir. Mi cuerpo se partió en dos, mitad aliviada, mitad encendida y fue esta última parte la que ganó la batalla y pronto me vi agitando las caderas en la plataforma. Debajo se agolparon chicos y más chicos que miraban descaradamente bajo mi falda y, claro, no tuve más remedio que abrir ligeramente las piernas para complacerles. Miré a Juan mientras lo hacía para que supiera que no era un descuido sino un regalo. De pronto comenzaron a jalear cada paso que daba y yo me fui creciendo excitada y sorprendida ante la reacción. Al poco me di cuenta de que ya no coreaban mis pasos sino que gritaban a coro que me quitara el top. Ellos estaban expectantes, vociferando en medio de la música ensordecedora con caras desencajadas, pidiendo que les complaciera... Aún no comprendo cómo fui capaz de sacar el top y agitarlo al aire, pero recuerdo perfectamente la mueca de satisfacción infinita en la cara de Juan. Creo que fue aquí, exactamente aquí, cuando se dio cuenta de que la recatada Rosa había doblado el cabo de Buenaesperanza y había asumido su discurso. Así, no quiso perder la ocasión y, cuando llevaba un par de minutos así, subió conmigo a la tarima, me besó, llevó sus manos a mi falda y despacio, muy despacio, la fue bajando hasta los tobillos, dejándome vestida únicamente con las medias y las sandalias.

La práctica totalidad del aforo masculino de la discoteca se situó a mi alrededor, lo más cerca que podían, para mirar de cerca mis tetas y mi sexo. Yo ya no podía más, estaba como loca, en un estado completamente desconocido para mí. El acarició mis pechos y mi sexo mientras bailaba potenciando esa desconocida en mí. Tanto era así que me acerqué a su oreja y le supliqué que me follara, que no aguantaba más, que estaba ardiendo. Y era obvio que no se lo suplicaba para complacerle, sino para mi propio placer...

Juan me ayudó a bajar y, con mi ropa en la mano le seguí hasta el baño de chicos encabezando una comitiva de mirones que resolvieron acompañarnos. Una vez dentro me hizo arrodillarme frente a él para que, delante de toda la concurrencia, comenzara a chupársela. Yo chupé y lamí como una loca, esperando que después me penetrara. Lamí su glande, recorrí su tronco, jugué con sus huevos ante los aplausos de todos. Después me la introduje completamente. Juan cogió mi cabeza y me folló con fuerza la boca hasta correrse dentro. Después la sacó y la limpió en mi pelo. Creo que advirtió que la situación se podía descontrolar con la cuadrilla de hombres excitados que en ese momento nos ovacionaban, de modo que me indicó que me pusiera la ropa, cosa que hice de inmediato y salimos rápido de allí.

Una vez en la calle, ni el frescor nocturno fue capaz de aliviar el calor que producía mi interior y me lancé a la boca de Juan, con la esperanza de que quisiera llevarme pronto al hotel y satisfacerme. Mi lengua recorrió sus labios y su boca, mis manos se colaron bajo su camiseta para acariciar su espalda desnuda. El correspondía sonriendo con sus ojos, acariciando mi trasero con fuerza por encima de la falda y pegando mi pecho contra el suyo. Camino al hotel, paramos cada pocos metros para besarnos y tocarnos. Yo estaba febril, ansiando llegar para que me tomara.

Al fin entramos en la habitación y, al segundo, ya estaba desnuda y tumbada boca arriba en la cama con las piernas abiertas. El se desnudó, se tumbó a mi lado y me dijo:

  • Estoy muy cansando, perrita, vamos a dormir.

Yo me quedé de piedra ante lo que dijo (y ante el apelativo que empleó). Me pegué a él, acaricié su pecho con mis pezones, su culo con mis manos y su boca con mi lengua, pero él repitió que estaba cansado. Y volvió a repetirlo cuando pasé mi pierna por encima de su cuerpo ofreciéndole mi sexo y frotándome contra él gimiendo. Se limitó a acariciar mis muslos hasta que se durmió.

Mi excitación tardó bastante en bajar. Durante la misma, fui consciente de mi actuación en la discoteca, de la mujer en que me había convertido, de que cada vez estaba más voluntariamente a merced de Juan… Y también en que si negaba que quería seguir estándolo, me estaría mintiendo miserablemente.