La consulta de traumatología
En los cinco minutos de una consulta Roberto tiene tiempo de ser atendido estupendamente por la caliente doctora, a pesar de que su celosa novia le espera fuera.
{1} Cuando estaba a punto de llegar el turno de Roberto en la consulta del médico, llegó una mujer muy acalorada y con cara de pocos amigos. Parecía tener prisa así que Roberto le cedió su turno. Este gesto de caballerosidad tendría muchas consencuencias. La primera: la reprimenda de su mujer que le acompañaba en la sala de espera. "Aquí no se cede el turno" fue su huraña forma de regañar. Roberto se sentía extraño esperando al traumatólogo. En el especialista sólo iban personas con problemas de sobrepeso, casi todas sufrían de las rodillas y acababan teniendo que ir al médico. Roberto había ido por una lesión en el gimnasio, también en la rodilla. Levantando pesas. Quién dijo que el ejercicio es sano. A pesar de que su mujer le seguía protestando, oyó dentro de la consulta como una discusión. Se sintió violentado. Al rato se abrió la puerta y salió la mujer que se les había adelantado, con mucha agresividad. Roberto y su novia Carla entraron con dudas en la puerta que había quedado abierta. Dijeron un rutinario "Se puede" y entraron. Para sorpresa de Roberto era una doctora la que atendía la consulta. Se la notaba muy alterada, se ve que por la discusión. Roberto comenzó a contar su problema. Carla aumentaba las descripciones de sus dolores. La doctora parecía no hacer mucho caso de lo que oía. Le dijo a Roberto que se sentara en la camilla. Entonces llegó un hombre mayor, con pinta de médico pero vestido sin la famosa bata. Le dijo a la doctora "Ariadna, cuando termines con los señores ven a mi despacho". Sus palabras eran firmes, autoritarias pero sin perder las formas. La doctora se puso aún más nerviosa. De todos modos fue donde estaba Roberto y le estuvo palpando la rodilla. Roberto sintió cosquillas y se alegró de que quien le tocara fuera al menos una mujer. Ariadna era aún joven, tendría su edad pensó Roberto que con 27 años se veía más cerca de los treinta que de los veinte. A pesar de la bata y de que vestía con gran discrección pudo notar que en casa de herrero cuchillo de palo. Aunque atendería a muchas mujeres obesas ella estaba bastante delgada. Y entre la bata y el pantalón poco pudo deducir de la consistencia de su trasero pero sí que tuvo el instinto de mirarle a los pechos mientras le revisaba la rodilla. "Deben ser enormes" pensó el vicioso de Roberto. - No noto nada especial, habrá que hacer radiografía y luego ver. - fue la respuesta de la doctora Ariadna que expedió con prisas el volante para la próxima visita. Aunque tenía prisa por despachar al paciente tenía pocas ganas de ir a visitar al que era el Director del Centro Médico así que trató de demorar la salida de Carla y Roberto. - ¿Qué ejercicio dice que estaba haciendo cuando se lesionó? - preguntó Ariadna. - Las sentadillas esas - se adelantó Carla - ese ejercicio que se ponen peso en el cuello y suben y bajan. Ariadna no entendió del todo pero Roberto mostró el tipo de ejercicio con una representación gráfica. A pesar de lo incómodo de la situación Ariadna miró a Roberto con ojos interesados. Harta de tanto sobrepeso era un lujo que un deportista le visitara. Estaba en buena forma y era joven. Eso sí, menuda perra de presa que tenía por mujer. - Es un ejercicio delicado. Hay que hacerlo bien o es fácil dañarse hasta la columna. - le replicó la doctora. Roberto volvió a hacerlo, esta vez más para comprobar la técnica que para mostrar el ejercicio. La doctora estaba sentada en su mesa y Roberto se puso más a un lado que enfrente, quedando mucho más cerca del cuerpo de Ariadna que del de su novia Carla. El moderado ejercicio, el sentirse observado por la doctora le hicieron sentir alguna excitación. Pronto Carla dijo que se fueran. {2} Las cosas no fueron nada bien para Ariadna en el despacho del Director. Había cometido una negligencia con la irritada paciente. Y esta no sólo se lo había recriminado, sino que estaba planteándose demandar al Centro Médico. Mucha gente podía perder sus trabajos pero ella era la candidata número uno. Porque no era la primera vez que daba un diagnóstico equivocado. Para Ariadna aplicar los conocimientos aprendidos en la Universidad era más complejo de lo que pensaba. Los pacientes daban descripciones ambiguas que le llevaban a errar en su diagnóstico. Normalmente se podía corregir pero no siempre. Llevaba poco tiempo, algo más de un año, en el Centro de Salud. Situado en un pueblo grande atendían las necesidades de pacientes de toda la comarca. La gente estaba muy chapada a la antigua. A nadie le gustaba que le atendiera una doctora. Y menos si tenía buena figura. Las mujeres y los hombres pensaban que alguien que no supiera lo que era llevar el sobrepeso que ellos padecían no podría servir para la profesión. Y el que fuera mujer y joven empeoraba más las cosas. Ariadna trataba de luchar contra estos handicaps. Se cuidaba poco cuando iba al trabajo para no parecer demasiado atractiva. Y sobre todo trataba de disumular sus pechos. Para las mujeres obesas de los pueblos ese era su gran reclamo. Y el que hubiera una chica que los tuviera tan bien como ellas sin los problemas y excesos que ellas sufrían era un motivo de gran envidia. Para Ariadna terminar la carrera de medicina no había sido fácil. No era una mala estudiante pero llegaba justita ante las exigencias. Su padre había pasado muchos sacrificios para poder pagarle los estudios y ella se sentía obligada por ello. La oportunidad de salir a estudiar fuera, a Barcelona en concreto, le permitió expandirse y conocer a nuevas personas. En su pueblo Ariadna siempre había tenido pocas amigas, en parte por su fama, no falta de justificación, de lesbiana. Los chicos la evitaban y las chicas tampoco querían tratarla mucho, a pesar de que los primeros se sentían atraidos por ella. En Barcelona Ariadna había dado rienda suelta a sus inhibiciones. Había probado el sexo con chicos y con chicas y ambos le habían resultado muy placenteros. Al final decidió volver a su pueblo y buscar trabajo cerca de su querido padre que ya estaba muy enfermo. El sino de toda doctora es acabar cuidando a sus mayores, en su caso sin su madre tenía que encargarse de su padre. Los problemas con el Director llegaban en mal momento. No había mucho trabajo en la región y se acababa de comprar un piso. Las letras eran cada vez más altas y el precio de mercado del piso parecía menguar. Quería mejorar las cosas y eso le hacía ponerse más nerviosa y actuar peor. Ese día fue a casa y en Internet ahogó sus penas contactando con algún chico de Barcelona al que iría a ver semanas después. {3} Llegó la nueva visita de Carla y Roberto a la radiografía. Carla insistió en acompañar a Roberto, muy celosa era ella. Roberto estaba acostumbrado a ese control y no acababa de sentirse cómodo aunque siempre era un halago para él. Su futura esposa - ya tenían reservada fecha - era bastante guapa y una mujer muy viva. En la cama no tenía muchos dolores de cabeza aunque tenía sus ideas sobre lo que estaba tolerado y lo que no, ideas que a veces no cuadraban en la más perversa mente de Roberto. Carla había controlado que Roberto no se arreglara más de la cuenta. Pero Roberto se las sabía todas y al menos escogió una ropa interior sexy: unos calzoncillos muy ajustados que se ponía para las noches más tórridas. De paso se había depilado las piernas, algo que solía hacer para tratar de resaltar la musculatura. El ejercicio si no se luce es como si no se hiciera. De nuevo en la consulta y de nuevo Carla atenta a todo. Y Ariadna que seguía vestida con discrección. Roberto pasó a la sala de radiografías y Carla con él, pero Ariadna le indicó que era sitio para una sola persona: la radiación es peligrosa. Roberto atendió las indicaciones de Ariadna, que con un día más tranquilo se alegró de tener de nuevo al chico deportista. Y más cuando este se quitó a su indicación los pantalones y pudo notar que estaba bastante bien servido de cintura para abajo. Sin ningún pudor Ariadna puso su mano en el muslo equivocado. - ¿Era esta pierna la que tenemos que ver? Roberto se excitó y le corrigió de su error. Se tendió como ella le dijo y se quedó solo en la sala. La radiografía tomaba su tiempo y ahí solo Roberto tuvo oportunidad de excitarse pensando en la mano que innecesariamente había puesto la doctora sobre su cuerpo. Cuando Ariadna volvió Roberto tenía una erección difícil de disimular. Se suponía que tenía que estar vestido y listo para marcharse con lo que vivieron una situación incómoda para los dos. Ariadna se fijó en lo que había provocado y se excitó a la vez que se ruborizaba. {4} Durante la mañana de ese día sólo le quedaban radiografías. Sentada en el puesto, atendiendo a un hombre mayor, se comenzó a tocar, casi sin darse cuenta, pensando en Roberto. Se tocaba por encima de la bata los pechos. El paciente esperaba en la sala anexa, ahí sola sintió ganas de masturbarse hasta el orgasmo. Pero se contuvo, asustada con su precario expediente laboral. Roberto se había marchado con Carla de compras. Casi sin pensarlo le mintió. Tenía la cita a las cinco de la tarde y le dijo a Carla que era a las siete. Estaba acostumbrado a ese tipo de engaños para ganar tiempo con los amigotes o para hacer cosas que Carla desaprobaba. Teóricamente Roberto estaría en el trabajo hasta las seis y media, iría a recogerla y juntos volverían al Centro de Salud. En la práctica Roberto se excusó del trabajo a las cuatro y media y fue solo a la consulta, nervioso por la pequeña trampa. En la sala de espera repartía sus pensamientos entre la joven doctora y las excusas que pondría a su novia para la falsa cita de las siete. Como toda mujer que se precie, Ariadna era coqueta y se había pintado un poco para esa tarde. Lo justo para realzar su natural belleza sin llamar la atención de los habituales del consultorio. El encuentro entre Ariadna y Roberto fue electrizante. Ambos se sentían atraídos por el otro pero se daban cuenta de que no podría pasar nada más que eso. Y esa imposibilidad hacía aún más morboso su encuentro. En el breve instante sus cuerpos se tocaron tímidamente. Una mano que tocaba una pierna. Otra que retiraba la mano. La pregunta sobre el estado de la pierna. Mirar a trasluz la radiografía mientras Roberto miraba con descaro sus pechos. Ambos pensaron que de aquello no podría salir más que una fogosa masturbación de vuelta a casa. Roberto pensaría en Ariadna esa misma noche mientras tuviera sexo con Carla. Y Ariadna se tendría que acariciar su delicado cuerpo en la quietud de su cama. Cuando Roberto se iba a marchar despertó a la cruda realidad. Su novia se daría cuenta de todo y no era capaz de hilar una buena excusa. -Doctora, verá, me he confundido al decirle la hora a mi novia. Le dije que era a las siete. Si no le importa vendremos luego, es que es muy controladora...Es que pensé que era a las siete y luego vi que era a las cinco...y no tenía batería en el teléfono para llamarla. Ariadna se sintió halagada y se excitó viendo cómo ese chico había tenido que hilar para quedar con ella sin su novia. Se alegró de que fuera novia y no esposa: las novias dejan de serlo de la noche a la mañana. Aceptó ayudarle con una sonrisa cómplice. Pasaron dos horas; Roberto se pasó una en el bar tomando cervezas recordando el morboso encuentro con la doctora, haciendo tiempo para recoger a su novia. Ariadna sin embargo se puso tan mojadita que pensó en saltarse algún paciente y calmarse el súbito deseo en la tranquilidad de unos aseos. Vivía con impaciencia las dos horas hasta que se volvieran a ver. Posiblemente la última porque Roberto no tenía nada en la rodilla y era un joven sano. Las tensiones, los problemas, todo perjudicaba la mente de Ariadna. Llegaron las siete, su nombre no aparecía en la lista pero Ariadna salió del despacho para atender a Roberto y Carla. Eso no le gustó nada a esta segunda que la repasó de arriba abajo con la mirada. De nuevo se repitió el análisis, esta vez con menos complicidad y más tranquilidad. Ariadna no pudo contenerse y le pidió a Roberto que se quitara el pantalón para realizarle otra vez el examen de la rodilla. A diferencia de la vez anterior necesitaba guantes y no le quedaban. - ¿No te importaría ir a por los guantes a conserjería, en la planta baja? - preguntó Ariadna a Carla. - ¿Pero qué te has creído? - le repuso esta airada y sorprendida por la propuesta de la doctora. Y luego repuso - ¿Te crees que soy una enfermera? - Bueno, perdona. - dijo Ariadna. - Tendré que ir yo. Pero no puedo dejaros solos en la consulta. Así que tú vístete y salid un momento. Voy por los guantes y ahora vengo. Roberto intentó terciar en la postura impulsiva de su novia, pero esta no quiso ni oír hablar del asunto. Así que salieron de la sala. Indignada, Ariadna bajó a por los guantes que en realidad no necesitaba. Tomó unos cuantos y volvió a subir con cara de pocos amigos. Roberto pasó y cuando Carla iba a poner un pie en la consulta la doctora se le enfrentó: - Perdona pero aquí solo pasan pacientes, doctores y enfermeras. Y le cerró la puerta en las narices. Carla sintió que la doctora tenía parte de razón pero eso no la hizo sino enfadar maÅ. Roja de ira volvió a sentarse en la sala de espera. Dentro las cosas pasaron rápido. - Quítate los pantalones. - le dijo Ariadna a Roberto. Este obedeció con sorpresa. Se sentó en la camilla. Ariadna estaba fuera de sí, con una mezcla de enfado y morbo le quitó sin mediar palabra la prenda interior a lo que Roberto no opuso la menor resistencia. Los nervios de lo impetuoso de la situación hicieron que su cuerpo no reaccionara al gesto de Ariadna que se introdujo el miembro en la boca y empezó a chupar con frenesí. Roberto estaba atemorizado de que su novia decidiera entrar porque pensaba que la puerta había quedado abierta. Para tranquilidad de Ariadna no había sido así. Los chupetones de Ariadna eran bruscos y rápidos, como los de una prostituta que sólo buscara satisfacer a un cliente lo antes posible. El ruido de un pene que recorre la cavidad bucal y es ensalivado y lamido con fruición es muy fácil de reconocer. Mientras su polla empezaba a enderezarse por el buen hacer de la doctora Ariadna, Roberto sintió que los chupetones se tendrían que oír perfectamente en el pasillo donde el resto de pacientes y su novia estaban esperando. No dispuesto a terminar algo que le estaba dando tanto placer, empezó a hablar pensado que disimularía el ruido que, en realidad, apenas si salía de esas cuatro paredes. - Doctora, me duele la rodilla sobre todo cuando ando. - dijo Roberto mientras Ariadna seguía con su polla en la boca subiendo y bajando el prepucio con su mano mientras con su lengua recorría la superficie del miembro. - Es una sensación como de pinchazo, cuando voy al gimnasio y levanto peso. -continuo. Poco a poco la palabrería vacía se iba haciendo más incoherente. Ariadna era una experta realizando su felación. Cuando Roberto pensaba que no podía aguantar ni un segundo más ella se la sacó de la boca y se mantuvo a unos centímetros de su pene, exhalando aire caliente de su garganta, aire que llegaba a la punta de su erecta polla. Sacó la lengua y como una colegiala que apura un helado que se derrite empezó a pasar la lengua de arriba abajo, apretándola fuerte contra la dura tranca de Roberto. Mientras mezclaba sus problemas médicos a Roberto se le escapó un "chúpala puta". Estaba tan excitado por la situación que era incapaz de controlar sus impulsos. Temió que Ariadna reaccionara negativamente pero para su sorpresa esta respondió metiéndosela en la boca por completo, tratando de abarcarla hasta el fondo de su garganta. Esto volvió loco al pobre Roberto que no pudo soportar la excitación y empezó a sentir como lo inevitable llegaba. "Trágatelo todo" le dijo ahora y Ariadna obedeció mientras recibía las calientes descarga de semen que se repartían por toda su garganta. Roberto había clavado los dedos en la camilla para contenerse el gritar de placer y hasta arrancó una parte del tapizado. Ariadna, que había seguido con el pene en la boca algún tiempo después de que este se corriera, abrió la boca para hablar por primera vez. - ¿Quieres que te la limpie? - preguntó complaciente mientras seguía agachada entre las piernas de Roberto. - Claro, limpiámela bien. - dijo Roberto que ayudó con la mano a que Ariadna se agachara de nuevo y pasara su lengua por los recovecos de su saciada polla repasándola hasta no dejar nada. Rápidamente se levanto Ariadna y Roberto se vistió completamente, no habían pasado ni cinco minutos pero a Roberto le parecieron años de placer y tuvo miedo de que su novia sospechase algo. Ariadna le indicó con un gesto que se marchara mientras se limpiaba la boca con un pañuelo de papel. {5} Asustado, Roberto recibió la mala cara de Carla que estaba muy enfadada. Afortunadamente para él, más con la doctora. - Menuda hija de puta y prepotente la medicucha. Esa se va a enterar de quién soy yo. Y tú ¿Por qué has tardado tanto? - Nada, que ha estado contándome que es un ejercicio que puede ser peligroso, pero que en general estoy bien. - dijo Roberto aliviado. - Esa tía que sabrá. Digo, que fuera a por los guantes, ¿Qué se habrá creído? - dijo Carla molestísima. - No te preocupes cariño. Lo importante es que lo de la rodilla no es grave. - ¿Para qué quería los guantes? El otro día no usó guantes y ahora tenía ya la radiografía. - Supongo que le daría asco. - dijo Roberto que quería zanjar la conversación. Mientras Roberto conducía Carla dudaba y como toda mujer pensaba las mil posibles opciones que podían haber tenido lugar en la consulta. Pensó que quizás se habían besado. Pero la verdad es que Roberto no tenía marca alguna en los labios. No habían tenido tiempo de nada pero sospechaba que algo se le escapaba. Así, en cuanto llegaron a casa se lanzó a por su novio. Quería saber si la doctora le había dejado excitado. Su venganza por la afrenta de los guantes sería que ella poseería a Roberto. Si él la evitaba, algo inusual, sería señal inequívoca de que algo había ocurrido en la consulta. Pero Roberto sabía que tenía que dar la talla y la verdad es que aún seguía excitado por lo que la sorprendente Ariadna le había hecho. Para su sorpresa, Carla le haría otra mamada. Le mandó al baño a que se limpiase primero. Más de una vez ella lo hacía sólo para calmarle, sin esperar nada a cambio. A Roberto le acaloró el hecho de que dos mujeres se lanzasen sobre su polla en apenas unos minutos. Se sintió tan hombre, tan macho, que no quiso limpiarse. Al fin y al cabo la doctora se la había dejado bien limpia y el morbo de que su futura esposa se tragase la saliva de la excitante Ariadna fue suficiente como para arrebatarle el sentido y arriesgarse. Carla esperaba desnuda en la cama. Se introdujo poco a poco el miembro que estaba duro como la roca. Notó un sabor diferente, supo que Roberto no había empleado el agua y el jabón. Pero no percibió un sabor desagradable. Se sintió sucia por chupar algo poco limpio y humillada por saber que Roberto había desoído su sugerencia de que se lavase, algo que nunca antes se había atrevido a hacer. Esto unido a la inseguridad que traía ya de la consulta, por el desprecio sufrido con los guantes, la hizo sentirse pequeña y no montar el escándalo propio de ella. Así, tragó sin rechistar la gran polla de Roberto que, excitado por la experiencia de su novia y por el recuerdo de la brutal sorpresa de Ariadna empezó a gemir como un loco. Carla sabía lo que le gustaba y le hacía gozar de lo lindo, con su lengua, jugando con los testículos, lamiéndola la polla desde la base. Le hacía volverse loco. Chupa, chupa. - decía Roberto mientras Carla se afanaba en agotarle y hacerle no poder más. Roberto sin embargo tenía más aguante que otras veces, por la reciente experiencia. Al mismo tiempo estaba disfrutando más que nunca y se sentía poderoso. Sólo así se entiende que en una de esas llamadas a Carla para que siguiera le dijo: - Chúpala, no dejes de chuparla...putita. Justo después de que las palabras salieran de su boca se arrepintió. Pero Carla no sólo no se enfadó sino que se revolvió por dentro en un placer para ella hasta entonces desconocido. Se sentía tan entregada, dándolo todo, nunca se había notado tan mujer en la cama. Roberto dio gracias por que aquello no hubiera desembocado en tragedia. La pasión se apoderó de él: se la estaban chupando dos mujeres hermosas en menos de una hora. A las dos las había tratado como a zorras y no había pasado nada. No pudo soportar más el placer y explotó expeliendo el poco semen que la hábil boca de Ariadna le había dejado. Carla, como otras veces, recibió el tibio líquido en su boca y fue corriendo al lavabo para escupirlo. Pero esta vez sintió que tenía que tragárselo. No fue capaz de hacerlo ante Roberto pero sí que sentía la necesidad de saborear el néctar de la hombría de su futuro marido. Avergonzada tragó el semen y dejó que el agua del fregadero callera libremente. {6} A pesar de tan señalado día en la vida de Roberto y Carla, sus relaciones continuaron con total normalidad. Ariadna dejó de ser un tema de conversación. La vida continuaba. Para Carla sin embargo el recuerdo de ese día le hacía sentirse extraña. Echaba de menos las sensaciones que había tenido. Varios días después se repitió la escena de la mamada a Roberto, pero este quiso limpiarse y un día que no lo hizo aquello le pareció repugnante y el pobre acabó durmiendo en el sofá. Para Roberto, aquel día en que había podido llamar putita a su novia también marcaba un antes y después. Lástima que no pudo volver a tener felaciones sin limpiarse primero, pensaba. También dedicaba parte de su tiempo para pensar en la doctora. Algún día se había pasado por el Consultorio pero no tenía sentido entrar a buscar a la doctora. Lo peor que podía pasarle era que ésta tratara de arrebatarle a su novia. "Un polvo encantado" pensaba Roberto, "pero nada más y seguro que esa paleta quiere engancharme". Carla había mirado y preguntado pero no encontraba explicación a su fragilidad excitante de aquel día. Al final, pensó, todo fue por la doctora. Entre las dos mujeres saltaron chispas, como dos lobas en celo que se pelearan por un macho. Y el haber perdido en parte esa pelea le hizo sentirse tan morbosa, tan sumisa, tan "putita", como la llamara Roberto. Carla le dio muchas vueltas al asunto, hasta que un día se plantó en la consulta de traumatología. Quería volver a verse con la doctora, que esta la hiciera sentirse humillada, para así probar a ver si con ello se despertaban sensaciones morbosas con Roberto. Carla había pedido cita, para un supuesto dolor de espalda. Iba vestida con una falda no muy larga y un top fucsia que le quedaba muy bien. Quería intimidar con su físico a la doctora, aprovechando que ella vestía con la antierótica bata de médico. Nada más entrar, Ariadna reconoció a Carla pero trató de hacerse la indiferente. Sabía que esa chica era agresiva y seguro que hoy que venía sola lo sería aún más. - He venido porque tengo últimamente dolores de espalda- dijo Carla. - ¿Qué le ha dicho el médico de cabecera? - dijo Ariadna. - Nada, me ha remitido directamente aquí. -respondió Carla. - Bueno, habrá que hacer radiografías. - dijo Ariadna. Carla estaba decepcionada. Ariadna estaba resolviendo la situación por la vía rápida. Mientras rellenaba el parte de la nueva visita a radiografía, Carla se revolvió: - ¿Pero no me va a mirar ni nada? ¿Directamente a radiografía? - Bueno, esas cosas hasta que no se ve la foto no se puede decir mucho.- dijo Ariadna. - El otro día que vino mi novio bien que le hizo una revisión el primer día. - dijo Carla con un tono de voz muy agresivo. Ariadna vio que ya iba a tomar todo un cariz muy violento. Lo último que necesitaba era un escándalo así que recomendó a Carla que se tumbara de espaldas sobre la camilla. - ¿Me quito esto? - dijo Carla señalándose el top. - Claro. - dijo Ariadna que aprovechó la oportunidad para bajarle un poco los humos. Desde luego, un examen preliminar no exigía eso. - Quítese también el sujetador. - dijo Ariadna envalentonada. Ahí estaba Carla tumbada boca abajo. Ariadna despreciaba a esa chica. Le tocó la espalda con criterio médico y no sintió nada especialmente extraño. Así se lo hizo ver a Carla que le dijo: - Pues no sé, cuando estoy mucho rato de pie me duele la espalda bastante. Ariadna estaba deseando que Carla se marchara pero se reía viéndola ahí tumbada, innecesariamente desnuda. Quiso jugar con ella y le dijo que estando tendida, levantara un poco el trasero. Carla lo hizo y Ariadna le preguntó si le dolía la espalda ahora. De nuevo Carla dijo que no pero casi al instante sintió que como paciente estaba dando una pobre impresión. Así que se corrigió diciendo que "un poco".Ariadna sabía que eso era absurdo así que llevó la situación más lejos y le hizo levantar el trasero un poco más y le puso un cojín debajo. Pensó que con esa postura alguna vez se la habría follado su novio. Carla dijo que así le dolía en la base de la espalda. Ariadna le dijo: -No va a ser nada, en todo caso una mala postura al sentarse. Hay que poner la espalda bien recta o la espalda acaba sufriendo. - Bueno, pero de todas formas vengo a la radiografías, ¿No? - dijo Carla mientras se vestía. - Sí. El martes de la semana que viene. - le dijo Ariadna entregándole el parte. Carla no había tenido lo que deseaba, Ariadna la reuyó en todo momento. Por eso le preguntó. - ¿Tiene que venir alguien conmigo para las radiografías? - dijo Carla. - No hace falta. - dijo Ariadna y un instante después, viendo lo innecesario de la pregunta. - Puede traerse a su novio si quiere. ¿Qué tal está él de la rodilla? - Está bien. -dijo Carla. Y se marchó. {7} Llegó a casa decepcionada, las cosas no habían sido en nada parecidas al día anterior. Estuvo repasando en su cabeza los diálogos. Le molestó que la doctora le preguntara por su novio pero no tenía el enfado del otro día. Fue demasiado poco. Esa noche no tuvo nada de especial con Roberto. Pasaron los días y estaba ese martes por llegar. Carla no estaba muy convencida pero al final le dijo a Roberto que tenía que hacerse unas radiografías por lo de la espalda. Pensó que quizás si veían a Ariadna juntos se le volvería esa sensación, le daría morbo que la doctora mirara a su novio y que él estuviera receptivo. Pero no tenía grandes esperanzas. Así, llegó el día de ir al médico. No tuvieron que esperar mucho en la consulta. Carla intentó que Roberto entrara en la sala y Ariadna aprovechó para saludarle, mirándole con ojos morbosos, pero le recordó que sólo podría entrar quien se hiciera la radiografía. Ariadna preparó la radiografía con total normalidad. Mientras esperaba la salida de los datos empezó a maquinar. Roberto estaba ahí fuera, solo. Si pudiera quitarse de enmedio podría dejar a Carla un buen rato sola y quién sabe que pasaría. Pero no, no sería posible. Decidió sin embargo que la tendría un buen rato más de lo normal esperando. Carla se aburría esperando el resultado. Al final llegó este y Ariadna se lo entregó: - Pase por la consulta esta tarde, a eso de las cinco. - Y mientras se despedían en el umbral de la puerta, Roberto se acercó y Ariadna le preguntó. - ¿Cómo va esa rodilla? - Creo que mejor. - respondió escuetamente. Hubo un breve silencio, tensión entre Roberto y Ariadna que recordaban la anterior visita. Tensión por la presencia de Carla. Para sorpresa de ellos, Carla dijo: - ¿Podría hacerle una revisión de la rodilla de paso? Totalmente descolocada, Ariadna repuso "Claro". Sin pensarlo mucho Roberto pasó a la sala de radiografías y Carla no hizo nada por entrar. Para ella la duda de lo que harían dentro sería el mayor afrodisíaco que hasta entonces había conocido. Dentro las cosas sucedieron rápido. Sin mediar palabra, Roberto se quitó los pantalones, mostrando una soberbia erección. Ariadna no dudo mucho y lo tendió sobre la camilla. Se abalanzó como la otra vez para quitarle el slip. Roberto sin embargo pensaba rápido, desde luego que una mamada como la del otro día sería estupenda pero tenía ganas de más. Así que cuando Ariadna había tomado su polla y se disponía a metérsela en la boca la interrumpió: - No tan rápido mamona. Ariadna se paró de golpe. La habían insultado. "Mamona", la que mama, le habían dicho. - Quítate la bata y enséñame esas tetas. - dijo Roberto envalentonado por cómo se habían sucedido las cosas, por la facilidad con que Carla le había empujado a una habitación a solas y por la inmediata sumisión de Ariadna. Ariadna quiso negarse. Pero no tenían mucho tiempo para juegos, así que le hizo caso, quedándose con un modesto top y unos jeans. - Quítate el top. - le dijo Roberto contento con el éxito de su propuesta. Ariadna se lo quitó quedándose para maravilla de Roberto sólo con el sujetador. Cuando vio el tamaño de sus pechos lo tuvo claro, tendría que tenerlos entre sus manos. No pudo esperar a que Ariadna se desnudara por completo, se abalanzó sobre ella y agarró sus enormes tetas aún sostenidas por la prenda interior. El hecho de que se quedara con los pantalones puestos le tranquilizaba, le hacía pensar a Roberto que sería sexo rápido. Roberto quiso besar a Ariadna en la boca pero no se atrevió, sabiendo que fuera le esperaba Carla y se daría cuenta cuando viera sus labios. Ariadna lo notó al instante, percibió el gesto arrepentido de Roberto y por morbo intentó hacerlo pero este la evitó. Con más vicio y morbo que delicadeza, Roberto tendió a Ariadna en la camilla. Sus pechos le hacían volverse loco de excitación. - Rápido, quítate el sostén. - le susurró Roberto. Ariadna le hizo una vez más caso. Las manos y la boca de Roberto se lanzaron sobre su voluptuoso cuerpo, besando y lamiendo cada centímetro - y eran muchos - de sus turgentes pechos. Ariadna disfrutaba sintiendo el peso de un hombre excitado sobre su cuerpo. El enorme pene erecto se le clavaba por todas partes. Deseó mil veces quitarse los jeans pero sabía que la situación no era la más propicia. Ariadna no podría tenerlo en su interior: Roberto se había vuelto loco con sus pechos. Cuando ya no pudo más, Roberto subió sobre ella, colocando la polla entre las tetas de Ariadna. Las apretaba entre sí para disfrutar con el movimiento arriba y abajo. Ariadna le ayudó agarrando con sus manos los pechos y apretándolos rítmicamente. - Ahora me la chuparás, doctora. - dijo Roberto que ya empezaba a preocuparse por lo que ocurriera fuera. Ariadna hizo ademán de cambiar de postura pero Roberto le indicó: - No: así. Y entonces cuando la polla de Roberto pasaba entre los pechos de Ariadna esta se la metía en la boca y le daba unos buenos chupetones. La postura le resultaba un poco forzada pero parecía que a Roberto le gustaba mucho. Roberto nunca había tenido entre sus manos o aprisionando su pene unos pechos tan suculentos. La textura única de sus tetas, duras y flexibles, totalmente naturales, le trasportaba a paraísos del placer. Así, viendo la complacencia de Ariadna le dijo: - Quiero correrme sobre tus tetas. Ariadna, juguetona, viendo que Roberto estaba a punto de terminar y fuera de sí, le dijo que no con la cabeza. A Roberto, lejos de molestarle, le excitó tanto que ella se negara que se revolvió hacia atrás y con la ayuda de su mano comenzó a eyacular como un loco, lanzando los chorros sobre la pechera de la doctora mientras con la otra mano evitaba que esta se moviera. Ariadna, lejos de enfadarse pareció acoger de buen grado la caliente lluvia de esperma. Y un segundo después, Roberto sintió miedo de Carla. Quiso decirle a Ariadna que se la limpiara pero no hizo falta, ella era consciente de la situación y lo hizo de buen grado, aunque con unos pañuelos mientras se limpiaba y recomponía. Roberto quiso terminar lo antes posible, no hablaron entre sí. Se vistió y se fue. Por la tarde, a la hora en que Carla tenía cita con la doctora, estaba chupándosela a su futuro esposo. Carla, totalmente fuera de sí, tragaba y tragaba. Esa pasión morbosa que tanto había añorado se había apoderado de nuevo de ella. Antes de terminar, Roberto le dijo claramente: - Trágatelo todo putita. Y Carla encantada dejó que invadieran su garganta los chorros implacables de la polla de Roberto, para después como delicado cuidado pasar a relamer cada fibra de piel de su polla. Desde ese día tan afortunado para Roberto las cosas cambiaron mucho en casa.