La consulta
Fantasías en una consulta médica una tarde calurosa de verano...
Ya era tarde, en menos de una hora acabaría su trabajo, sólo dos pacientes le restaban para acabar una intensa jornada.
Hacía calor esa tarde en la consulta, el aparato del aire acondicionado una vez más se había vuelto a estropear y el sudor hacía ya mella en su pijama verde. Lo sentía caer por su espalda y pudo verlo en la bata de su auxiliar, marcándose en el triángulo que dibujaba entre su pecho y su cuello.
No iba a engañarse, no era la primera vez que se fijaba en los pechos de ella y los había imaginado tantas veces que casi podía adivinarlos por debajo de la bata. Pechos tersos, jóvenes, enmarcados en la finura de una lencería de encaje, esa tarde de color blanca. Al igual que sus nalgas, prietas y respingonas, recogidas en un minúsculo tanga que redondas se marcaban en los pantalones de su pijama.
Doctor, la Sra. De Prado acaba de llamar, no vendrá esta tarde, comentó la auxiliar.
¿Y eso? ¿Ha dejado alguna razón? Preguntó él.
No, sólo comentó que no podría venir y ha pedido cita para la semana que viene. He intentado localizar a su próximo paciente para adelantar la cita pero no ha sido posible, incluso me ha comentado que quizás se retrase un poco, añadió ella.
Estaré en mi despacho, voy a mirar unas cosas. Cuando llegue ¿sería tan amable de avisarme?
Claro que si Doctor, se lo comunicaré.
Se adentró en su despacho, dejando la puerta de la consulta abierta y con el rabillo del ojo, observaba como Pilar, su auxiliar, ordenaba material y ponía un poco de orden en las fichas de los pacientes. Lo hacía despacio, abanicándose de vez en cuando con algún que otro expediente que caía entre sus manos, levantando su bata por encima de su ombligo y dejando que el aire entrara hasta su cuello refrescando en la medida de lo posible sus pechos.
Aquella visión le turbó hasta hacerle sentir una ligera excitación en su sexo que reptaba entre sus muslos. En ese instante ella entró al despacho, a colocar expedientes en una de las estanterías. Se sintió observada y lejos de parecer incómoda por la situación, parecía disfrutar con ella. Entraba y salía del despacho contoneando sus caderas, que producían un ligero movimiento de sus nalgas. Él sintió morir en ese momento y hubo de encajar su sillón debajo de la mesa para que ella no pudiera apreciar la erección que ya se señalaba en su bragueta. Agachó la cabeza, pasando las hojas de su agenda alocadamente, cliqueando su bolígrafo una y otra vez nervioso.
Para ella era como un juego y le excitaba ver como su doctor intentaba disimular, haciendo como el que ponía orden en su mesa, moviendo los papeles de un lado a otro de la misma.
-¿Busca alguna cosa doctor?, ¿puedo ayudarle?
- No, no, no se preocupe Pilar, no es necesario, puedo yo solo.
Y lejos de marcharse y dejarlo solo en el despacho, se acercó a la mesa, situándose frente a él.
-Solo estaba buscando una de mis plumas, ya sabe que odio los bolígrafos, dijo él.
-Es raro doctor, las coloqué todas en su mesa antes de que llegara esta tarde.
Y queriendo ayudar al doctor en su búsqueda y desde el otro lado de la mesa, apoyó su cuerpo en ella, dejando reposar su vientre y la visión que en ese momento percibió, casi le enloqueció. Vio sus pechos por el escote de su pijama. Eran tal y como tantas veces los había imaginado. Como dos montañas nevadas que emergían por encima de su ropa interior. Juntos, turgentes, hermosos, y tremendamente eróticos.
Sintió como si le llamaran, como si el valle que ambos senos formaban le musitara y quisiera atraparle en un cuento encantado, en el que sus dedos, revolotearían como duendecillos saltarines, que los cosquillearían con sus alas juguetonas. Que hermosura, cuanta belleza atrapada y escondida entre el más fino de los guipures, entre la más delicada de las sedas.
Justo en el instante en que ella iba a marcharse, él se levantó y la agarró de una de sus manos.
no se vaya Pilar, por favor quédese...
Doctor yo . Él selló sus palabras con su boca y con su lengua jugueteaba en el interior de la de ella -He de terminar de ordenar unos expedientes . De nuevo la besó, mordisqueó sus labios atrapándolos entre sus dientes . -Su paciente puede llegar de un momento a otro Esta vez, lo que calló su boca fue la presión que sintió en sus pechos atrapados por sus enormes manos que los amasaban alocadamente, los pellizcaban desesperadamente
En ese preciso instante, maldito instante según pensó él, sonó el timbre de la puerta y Pilar encontró la excusa perfecta para escapar de sus brazos.
Es su amiga Laura, Doctor, quiere saber si puede atenderla un momento.
¿Laura? ¿Qué Laura?
Laura Santos, su compañera de facultad.
Ahh!! Si, si, claro que si, hágala pasar a la consulta.
Con su permiso Doctor, voy a marcharme. Su paciente acaba de mensajear anulando la cita. Hasta mañana!!
Hacía meses que no sabía nada de Laura, según sus últimas noticias, se había marchado de la ciudad por problemas laborales. Aquella visita le sorprendió. Al entrar en la consulta, dónde ella le esperaba, pudo observar su cuerpo de espaldas. Seguía tan escultural como siempre, y no había dejado de usar esas minifaldas que tan certeras ceñían su culo apretado. Al oírle entrar se volteó, moviendo su larga melena rubia y mostrando el canal de sus pechos que se imaginaba bajo los botones de su blusa de seda a medio abrochar.
Menuda sorpresa Laura, ¿qué te trae por aquí? Creía que estabas fuera de la ciudad.
Tú lo has dicho, estaba, contestó mientras se aproximaba a él para saludarle, besándole en una de sus mejillas, muy próxima a la comisura de sus labios. -He vuelto esta mañana, pero solo estaré un par de días. Quise pasar a saludarte, añadió dirigiendo su mirada directamente al bulto que aún se señalaba en sus pantalones.
Me alegro que hayas venido, sabes que me agrada verte, correspondió él educadamente.
Si, ya veo, eso parece, jajajajajaja
Y decidida plantó una de sus manos en su erección, acaparándola toda con la palma de su mano extendida, y colocando entre sus dedos el bulto de su pene, con el resto de la mano le atrapó los testículos. Le rodeó por el cuello con su otra mano y acercándole su boca al oído le murmuró -¿Recuerdas cuando en la facultad me decías que una de las razones por las que querías hacer esta carrera era para follar en uno de estos sillones que tanto asustan a los pacientes? Y rió descarada, como una putita de burdel provocando a un cliente.
Los momentos vividos con Pilar antes de la visita de Laura y los continuos magreos que ésta no dejaba de suministrarle a su ya inmensa polla, le hicieron levantarla del suelo agarrándola por las nalgas, y lamiéndole la boca la sentó en el sillón en el que, apenas una hora antes, Pilar y él habían estado revisando una endodoncia. Casi se arrancó el pijama, el calor y la excitación eran tales que le sobraba la ropa, le sudaba el alma.
Alocadamente le subió a ella la falda, la tumbó en el sillón y separando su tanga contempló su sexo rasurado, cuyos labios empezó a lamer separándolos con sus largos dedos, buscando su clítoris con su lengua. Ella gemía y se arqueaba en el sillón, su vientre temblaba y sus pechos se bamboleaban de arriba abajo, con sus pezones totalmente excitados que se marcaban en su blusa. La llevó hasta casi el límite de un agónico orgasmo.
Tuvo que bajar su pantalón y el bóxer que oprimía su sexo, erecto como un menhir, ardiente como una daga incinerada. Ella no pudo por menos que entregarse a contemplar su verga, a tomarla entre sus manos y acariciarla una y mil veces. Y de sus manos a su boca, babeante de la excitación. Con qué maestría la ensalivaba, extendiendo lentamente el jugo con su lengua, desde su glande enrojecido hasta la base de sus testículos que manipulaba entre sus manos con una pericia exquisita, sin olvidar su perineo y el contorno de su anillo que masajeó hasta llegar a introducir un dedo en él mientras él gemía y resoplaba de la excitación y el placer sentido.
Si ella hubiera continuado no hubiera podido aguantar a derramarse en su boca, pero quería poseerla, sentir el fuego que guardaba en sus entrañas penetrándola en su concha rebosante y mojada, cuya humedad resbalaba entre sus muslos.
De la consulta la llevó a la sala de espera y allí, en el sofá en el que aún permanecían algunas revistas que habían sido ojeadas por sus anteriores pacientes y que Pilar, al haberse marchado tan apresuradamente, no había tenido tiempo de recoger, la enculó, apoyándole la cabeza en el asiento, con sus brazos extendidos y sus manos aferrándose al cuero, arañándolo con sus uñas, maullando como una gata. De una sola embestida atravesó su sexo abierto y chorreante. Aulló en ese instante, convirtiéndose en una furiosa loba que gritaba desesperada que no parara, que no cejara en su empeño de poseerla, de someterla si hiciera falta.
Agarró su cintura y entraba y salía de ella como un loco desesperado, cegado de deseo, ansioso de poder, del poder de su verga, dura como el acero, ardiente como la lava. Una y otra vez y mil veces más hasta conseguir arrancar de ella el mayor de los orgasmos disfrazado en un inmenso alarido.
Acto seguido sacó su falo de ella, impregnado de jugos y terminado él mismo de acariciarlo se vació en ella. Su semen brotaba a borbotones, blanquecino y espeso se derramó en sus nalgas abriendo un surco que dibujó su perfecta raja.
Ni un solo minuto de cuantos estuvo follándose a su amiga Laura, pudo apartar de su pensamiento a Pilar, su tantas veces deseada auxiliar.
Tantos besos como le dio a Laura, lo hizo pensando en estar besando los carnosos y delicados labios de ella. Tantas veces como amasó sus tetas, lo hizo pensando en tener atrapados entre sus manos sus delicados senos. Tantas veces como la penetró, lo hizo pensando en estar entrando y saliendo de la delicada flor que seguro Pilar guardaba entre sus piernas.
Pilar, su adorada y dulce Julieta, su inquietante ángel .