La consulta
Una señora con problemas de gases acude al médico.
La consulta
Eran cerca de las 1400 horas cuando entro en mi consulta la última visita de la mañana. Era una señora de unos 35 años de edad, muy guapa, morena, bastante alta, de pronunciadas curvas aunque no gorda. Le pido que me explique lo que le ocurre y me cuenta que desde hace un tiempo ha notado ciertas molestias digestivas y sufre una ligera incontinencia ya que últimamente mancha mucho las bragas. Le digo que vamos a mirar que pasa y le ruego que se desnude y se tumbe en la camilla. Se desnuda detrás del biombo y se queda en ropa interior.
Cuando me acerco a la camilla observo su cuerpo; tenía mucho pelo en las axilas y en las ingles, sobresaliendo de sus bragas blancas. Empiezo a percibir un fuerte olor a sudado cuando me acerco. Le palpo la zona abdominal sin notar nada raro y sin sentir ella ningún dolor. Le pido que coloque las piernas en los soportes laterales y que se baje las bragas que le examinaría la zona anal. Mientras me coloco los guantes de látex, ella se desprende de sus bragas y puedo ver que están muy sucias de la entrepierna con grandes manchas marrones de excremento en la zona que está en contacto con el ano. Empiezo a notar el típico olor acre de las heces.
Cuando termina esta operación puedo observar su sexo, está recubierto de una gran mata de pelo, brillante por su humedad. Empiezo a percibir su olor, es muy fuerte pero muy agradable. Le pido que levante su culo para poder examinarle el ano. Dios mío! Qué culo más peludo tiene la condenada. Me acerco para observarlo mejor, le separo las nalgas y dejo al descubierto su rosado ano, completamente cagado. El olor a excremento penetra fuertemente en mis fosas nasales, lo observo detenidamente y percibo sus pequeñas contracciones y puedo apreciar como a cada contracción suelta una pequeña cantidad de caca. Qué visión!
Sigo manipulando los arrugados pliegues de su cuando de repente suelta un tremendo pedo acompañado de excremento que me mancha la bata blanca, inundando la habitación de un olor nauseabundo. La mujer enrojece, me pide disculpas y le empiezan a brotar lágrimas de sus ojos. Le digo que se tranquilice, que no se preocupe y sigo con mi revisión. Observo los músculos de su esfínter, los palpo y veo que todo parece normal. Le digo que voy a introducir un dedo en su ano para comprobar su interior, ella asiente y cuando iba a por el lubrificante me doy cuenta de que no es necesario, que la gran cantidad de excremento que hay en esa zona me facilitará la tarea.
Empiezo a masajear su ano circularmente con el dedo anular hasta que poco a poco cede a mi presión y se introduce de golpe con un ligero "plof" al tiempo que su esfínter no puede retener otro sonoro pedo. Vuelve a llorar pidiéndome disculpas, la tranquilizo y sigo con mi exploración. Al remover mi dedo en su ano, son constantes los apagados ruidos de varias expulsiones de aire por su ano y el olor impregna totalmente la consulta. No noto nada anormal y empiezo a sospechar que su dolencia se debe a la acumulación de gases en el intestino. Le comento que necesito aplicarle una lavativa para ver su reacción al expulsar el laxante.
Llamo a la recepcionista, es una chica de 19 años, se llama Berta, rubia, bajita y con cara de no haber roto un plato en su vida y que estudia para enfermera compaginando sus estudios con el trabajo en la consulta. Siempre me pide que le permita asistir a cualquiera operación que esté relacionada con sus estudios así puede realizar alguna práctica. Cuando entra en la consulta, sus ojos se abren desorbitadamente, no da crédito a lo que ve, una estupenda mujer espatarrada en la camilla, con su sexo y su ano, completamente expuestos. Su ano y parte de la camilla están completamente manchados de excremento y el olor reinante es insoportable. Le explico que prepare las cosas puesto que debemos aplicarle a la paciente una lavativa.
Sonrojada, empieza a colocarse los guantes y a acoplar la cánula que le indico al recipiente. Excitado por la situación le digo que prepare una solución salina de 2 litros. Me mira con cara de asombro y le guiño un ojo. No comprende por qué le pido tal cantidad de líquido pero obedece. Mi excitación ya se deja ver en el bulto que se forma en mi pantalón, me doy cuenta por las miradas que le dedica Berta furtivamente.
Cuando todo está listo, me acerco a la paciente y le comento que Berta le iba a aplicar la lavativa y que intentase retener el líquido lo máximo posible, que no se preocupara por la reacción de su intestino que eso era justamente lo que necesitaba valorar para poder efectuar un diagnostico. Berta me mira esperando mi aprobación y la obtiene, se acerca a la señora que aun tiene lágrimas en los ojos, le dice que se relaje y le separa las nalgas con dos dedos para dejar aun más expuesto su orificio anal. Coge la cánula, que mide unos 10 cm y empieza a presionar su ano, seguramente pensaba que le ofrecería más resistencia puesto que de golpe se introduce casi toda en el recto de la mujer que emite un ruido gutural al tiempo que su intestino libera un sonoro pedo acompañado de excremento manchando las paredes de la porción de cánula que aun permanecía fuera de su recto y las manos de Berta. La cara de Berta es un poema mezcla de asco y excitación mientras la paciente enrojece por momentos. Le digo a Berta que tiene que maniobrar con más suavidad, y sádicamente le ordeno que repita la operación. Mi polla está a punto de estallar bajo el pantalón que la retiene mientras Berta extrae la cánula suavemente de su recto. Excitado contemplo que la cánula ha dejado de ser blanca para ser completamente marrón y ha aumentado de grosor puesto que se ha recubierto completamente de una espesa capa de caca. Berta me mira frunciendo la nariz, el olor se ha vuelto insoportable, como esperando que le indique que limpie la cánula, le digo que vuelva a repetir la operación sin perder tiempo y seguidamente empieza a efectuar movimientos con la cánula en el ano de la paciente que se dilata y contrae repetidamente. La cánula penetra pausadamente en el recto de la mujer dejando a los lados el excremento que resbala de la cánula y se deposita en los pliegues de su ano. La visión es tremenda y el olor se aferra a mis fosas nasales.
Cuando la cánula desaparece toda en su interior, le digo a Berta que abra el grifo. Oigo claramente el ruido del líquido desplazándose por el recto y como reacción involuntaria del intestino libera otra andanada de gas que se escapa por los lados del tubo emitiendo un ruido parecido al de un globo desinflándose. Reímos todos, incluso la mujer, ayudándole a liberar la tensión aunque sus ojos están ahora poblados de lágrimas. Poco a poco el líquido se va introduciéndose en sus entrañas. Ordeno a Berta que le haga un masaje en el vientre de la mujer mientras su vientre se expande por el líquido. La mujer empieza a sudar copiosamente y el abundante vello de sus axilas empieza a destilar gotas de sudor que bajan por su costado, chocando con las manos de Berta que prosigue con su masaje. El primer litro ya ha desaparecido en su intestino que sigue soportando la constante presión de la mezcla, su estomago se ha hinchado considerablemente. Le pregunto si se encuentra bien y me hace una señal con la cabeza afirmativamente. Berta sigue con su masaje y los ruidos intestinales no dejan de resonar en la consulta. Finalmente, su intestino da cobijo a los dos litros. Para entonces su vientre se ha deformado completamente y se asemeja más al de una embarazada. Le comento que debe intentar retener el liquido algunos minutos y viendo el sudor de su frente le pregunto si será capaz. Me dice que lo duda y cojo un obturador anal, con forma de pera de 4 cm de diámetro, parecido a los vibradores anales, situándome al lado de Berta. Le digo que a mi señal retire rápidamente la cánula del ano que yo ocupare su lugar con el obturador.
Le hago una señal a Berta y ella retira rápidamente la cánula del ano y de un golpe certero introduzco profundamente el obturador en su ano. En esas décimas de segundo su ano emite un sonoro pedo acompañado de liquido y caca que nos mancha las batas de los dos. La cara de Berta delata que el asco ha dado paso a la excitación y aprecio como una gota marrón se ha depositado en su mejilla. Cuando vuelvo a mirarla, esa gota ha desaparecido, la muy guarra la había limpiado con la lengua puesto que sus manos estaban ocupadas. Yo ya estaba a mil imaginando el sabor que había experimentado mi ayudante y las posibilidades que se me abrían a partir de ese descubrimiento. Le digo a la mujer que tenía que retener el líquido como mínimo 3 minutos y le aconsejo que empiece a bajarse de la camilla para poder desplazarse al baño a expulsar todo lo que contenían sus intestinos. Sudando copiosamente, empieza a girarse torpemente sobre la camilla debido a su volumen corporal y al obturador anal que le dificultaba los movimientos y cuando se coloca girada a cuatro patas frente nuestro para facilitar su descenso, los músculos de su ano son incapaces de retener el obturador por la gran cantidad de liquido presente en sus intestinos y lo expulsa sonora y vertiginosamente de su recto. Una marea de ruidosos pedos, líquido y caca salen de su ano y nos salpican copiosamente a Berta y a mí. El espectáculo dura casi 30 segundos antes de que Berta reaccione y coloque una palangana en la trayectoria de todo lo que expulsaba la pobre mujer que llora desconsoladamente por la vergüenza que siente mientras sigue emitiendo, entre sollozo y sollozo, sonoros pedos acompañados ahora de más pasta marrón que liquido. Cuando se ha vaciado completamente su intestino, éste sigue emitiendo pedos que burbujean en su ano aunque menos ruidosos ahora.
Cuando creo que se ha relajado completamente le ordeno a Berta que acompañe a la mujer al baño a asearse mientras Berta y yo nos cambiamos las batas en la consulta y ordenamos por encima un poco el estropicio. Nos miramos fijamente y nos damos un profundo beso en la boca pues la excitación nos superaba, el beso sabía a caca, pues nuestras caras habían recibido varios impactos de la expulsión de la mujer aunque no nos importó lo más mínimo. Cuando la mujer salió aseada del baño, la consulta ya parecía otra, todo estaba más o menos en su lugar, aun estaba sonrojada y con los ojos vidriosos. Nos pidió nuevamente disculpas, la tranquilizamos y le comente que ya tenía su diagnóstico: tenía aerofagia. Le receté unas patillas para antes de las comidas y le rogué que volviera a mi consulta a los 15 días pues era necesario repetir la operación para comprobar su evolución. Los ojos de Berta no daban crédito a mis palabras y cuando la mujer se marchó, se acercó a mi oído y me dijo: gracias.