La conoci en un chat
Y ahí comenzó todo, a cada frase que enviaba me sentía más ridículo y era peor cuando miraba la foto de esa chica de poco más de veinte años, pero algo me mantenía ahí, tecleando con furia, anclado a esa conversación intranscendente con una chiquilla a la que ni conocía, ni probablemente conociera jamás.
Llegué a casa a media tarde y fui directo a la ducha. Un rato después algo más relajado y cómodo entré en la cocina para abrir una botella de vino y curiosear que me había dejado la señora Sánchez, mi asistenta, para cenar.
Abrí el vino y curioseé la cena, sin apetencia volví a cerrar la nevera y salí de la cocina con la copa para ir a mi despacho. Dejé mi portátil junto al otro ordenador, vi que este estaba encendido y no me sorprendió ya que apenas lo usaba para alguna búsqueda tonta, ya que todo lo tenía almacenado en el portátil que era con el que trabajaba.
Me senté ante el pensando en leer algo de prensa y de paso mirar la programación, ya que a pesar de ser viernes no iba a moverme de casa, sonreí al pensar como había cambiado y la sonrisa se borró de mis labios al sentirme de repente viejo y cansado.
Mientras mi mente divagaba moví el ratón y una página se abrió, enseguida supe que yo no había estado en esa página y por eliminación debía ser cosa de la señora Sánchez mi asistenta, ya que era la única que había estado en mi casa.
María que era su nombre era una mujer de unos cincuenta y cinco años, seria, discreta, eficiente en su trabajo y sobre todo una estupenda cocinera que venía cuatro horas, cinco días a la semana y sin la que no podría haber subsistido después del divorcio, ya que se ocupaba como he dicho eficientemente de la casa.
Miré de nuevo esa página y vi que era una especie de chat en el que se hablaba de libros, entonces vi una ventana abierta y no pude evitar curiosear.
—Hola –escribí en esa ventana sin apenas ser consciente
—Hola María ¿has encontrado el libro que me has pedido esta mañana?
—Lo siento, no soy María, se ha dejado esto abierto. Soy digamos que su jefe y estaba en mi ordenador
—Vaya, creo que acabo de meterla en un problema, quizás no debí contestar, solo se conectó unos minutos para pedirme una información
—No te preocupes, en realidad no se ni porque estoy aquí hablando, llámalo aburrimiento, gracias por la información. No hace falta que comente nada de esto con María o se preocupara innecesariamente, voy a seguir con mis cosas –me despedí sintiéndome tonto, a mi edad con esas tonterías.
—Quédate un poquito conmigo, ¿hablas alguna vez aquí?
—Nunca
—Si tienes la ventana pequeña a la derecha, dale al segundo botón del margen derecho y se agrandara la ventana, es más cómodo.
Hice lo que me pedía y se agrando a toda pantalla, esa especie de ventana que era como una ficha personal y entonces al agrandarse apareció una foto.
— ¿Eres la de la foto? –pregunté alucinado
—Si. Perdón ni me he presentado, me llamo Gabriela, jefe de María.
—El jefe de María, se llama Gerardo
Y ahí comenzó todo, a cada frase que enviaba me sentía más ridículo y era peor cuando miraba la foto de esa chica de poco más de veinte años, pero algo me mantenía ahí, tecleando con furia, anclado a esa conversación intranscendente con una chiquilla a la que ni conocía, ni probablemente conociera jamás.
—Para no estar acostumbrado escribes con rapidez, parece que sabes bien lo que haces –dijo tras media hora de idas y venidas sobre varios temas de conversación.
—Dije que no hablaba en estos sitios, no que no usara un teclado o un ordenador, de echo chiquilla tengo edad suficiente para enseñarte un montón de cosas… -le dije sin dobleces aunque al enviarlo y releerlo me sonó raro.
— ¿Buenas o malas? –esa chiquilla estaba jugando conmigo
—Gabriela, gracias por el ratito, esto ha estado muy bien, si tuviera veinte menos, te invitaría a cenar y viendo esa foto pasaría toda la noche deseando comerte de postre, pero tengo cincuenta y ocho años chiquilla
Iba a desconectarme cuando vi que escribía mientras miraba su foto de perfil y entonces me quedé completamente helado al ver que se había desconectado justo en el momento que me llegaba su último párrafo en el que ponía:
— ¿Conoces la pizzería del centro llamada Pablo´s? a las diez es una buena hora para cenar y me han dicho que los postres son exquisitos.
Tarde unos minutos en reaccionar, releí una y otra vez esas últimas palabras antes de levantarme y subir a mi habitación.
A las diez menos cuarto abría la puerta de la pizzería, dejé mi nombre en recepción y esperé en la barra. Cinco minutos después alguien tocó mi hombro.
—Hola, me han dicho que eres Gerardo
Me giré y allí estaba esa chiquilla de la que solo conocía el rostro y aun así la foto no hacia justicia a esa mirada.
—Hola Gabriela, ¿estas segura de esto? –dije paseando mi mirada por su desconocido cuerpo
—Por supuesto –dijo ella evaluándome ahora que estaba en pie.
La seguí entre las mesas admirando su generoso trasero enfundado en unos vaqueros apretadísimos, obnubilado por el cadencioso vaivén de sus caderas al andar. Eligio una mesa al fondo, en penumbra como el resto del local y tomo asiento en una especie de sofá de terciopelo rojo con respaldo alto, yo tomé asiento frente a ella, en un sillón igual de cómodo.
—No tenía claro que vinieras
—Ni yo –contesté sin saber exactamente si me refería a mí o a ella.
— ¿Me dejas pedir a mí? –pregunto inclinándose ligeramente hacia adelante
—Por supuesto –contesté buceando en el pronunciado escote de su blusa negra.
Esa chiquilla sabía jugar sus cartas y antes de que trajeran el primer plato para compartir yo ya había perdido cualquier interés por la comida.
— ¿Te gusta? –preguntó a sabiendas que aún no había probado bocado
—Me encanta –conteste mirándola fijamente
Me obligué a probar la comida recordando que no había probado bocado desde el mediodía y además necesitaba beber porque sentía la garganta reseca e iba sentarme mal el vino si no lo hacía.
En el segundo plato ya estaba por completo contra las cuerdas, apenas podía pensar en nada que no fuera a que sabría y apenas era capaz de seguir la conversación que ella manejaba con absoluta maestría
—De postre podría ponerme una tarta tres chocolates para llevar y me cobra –la escuche decir entre la neblina de mis pensamientos sexuales
—Ni pensarlo, invito yo
—No seas antiguo Gerardo, yo te he invitado y yo pago, la próxima vez pagas tu –dijo un momento antes de que volviera el camarero con su tarjeta y una bolsa de papel.
Sonreí como un tonto solo ante la posibilidad de una próxima vez con esa chiquilla enloquecedora.
Cuando íbamos a salir me pidió que la esperara en la barra que iba un momento al servicio, unos minutos después regresó y la seguí de nuevo fuera del local.
—Donde vamos a comernos el postre, en la bolsa llevo el mío y aquí el tuyo –pidió plantándose ante mí y dejando la bolsa de papel en el suelo se abrió el abrigo
Me quedé petrificado mirándola, el pantalón había desaparecido y la blusa también, solo llevaba el abrigo, un sujetador negro de tul que apenas contenía sus pechos, unas minúsculas braguitas también de tul negro sobre sus caderas y unas botas más arriba de las rodillas. Madre mía estaba para comérsela allí mismo.
Le abroché el abrigo mirando como a pesar del tul podía distinguir sus pezones gordezuelos, la cogí de la mano y la llevé a mi coche. Una vez dentro me lancé sobre ella, devoré su boca con ansia, mordiendo sus labios, succionándolos, tirando, lamiendo, metiéndole la lengua hasta a campanilla, degustando su sabor, perdiéndome en ella. Jadeando como un animal moribundo, mientras mis manos se colaban en una abertura de su abrigo y acariciaba uno de sus pezones sobre la áspera tela de tul, pellizcando su pezón erguido, haciéndola jadear a ella.
— ¿Sabes que me vuelves loco verdad?
—Sí y me encanta ver el deseo en tu mirada, me pone cachondísima saber que me deseas por encima de tus principios.
Realmente esa chica intensa sabía leer mi mente como un libro abierto, en el fondo odiaba perder el control, odiaba desearla hasta ese punto de sobarla en un aparcamiento, sin importarme ser descubierto.
—voy a hacer que te corras y luego quiero ver cómo te comes esa tarta, desnuda, enseñándome bien ese coño que escondes entre tus piernas golfilla–le dije fuera de mi buscando su braga.
Mis dedos se empaparon de sus jugos, bordearon su clítoris, lo frotaron, bajé la cabeza, mordí sus pechos sobre la tela y tembló chillando que se corría, mojando mi mano. Reuniendo toda mi fuerza de voluntad saqué la mano y conduje hasta un hotel del centro.
Nos registramos, subimos en el ascensor con una pareja, paramos en nuestro piso y anduve tras ella por la moqueta fingiendo que las manos no me temblaban de impaciencia, le cedí la tarjeta y mientras ella intentaba abrir aparté sus rizos y bese su cuello.
—Abre o voy a tener que follarte en el pasillo.
Un clic y la puerta se abrió. Entramos a trompicones; le quité el abrigo, el sujetador y las bragas desde atrás. Sobé sus tetas como un poseso, lamiendo un hombro, mordisqueando su suave piel.
—siéntate en la mesa, abre las piernas y comete la tarta –necesitaba relajarme
Ella hizo lo que le pedí y me senté ante ella mirando de cerca su sexo; fresco, vivo, terso, rosado y completamente rasurado, mientras ella comía la tarta con los dedos entre suspiritos. Era en todo tan intensa… pringándose la boca, las manos y hasta las tetas…esos pechitos tiesos como solo lo están a esa edad…
Coloqué sus pies sobre mis piernas, separé más sus rodillas e inclinándome, me lancé a degustar el manjar que era su tierno coñito. Gabriela jadeaba entusiasmada con mi lengua recorriendo cada recoveco. Perdí la cabeza entre sus muslos, completamente entregado a darle placer, mientras dentro de mi pantalón, mi polla se hinchaba, se endurecía y palpitaba clamando ser liberada. Seguí devorándola, hasta que grito que se corría, degustando hasta la última gotita de su dulce néctar mientras se retorcía, arqueando la espalda completamente entregada a mi boca.
Su cuerpo quedó laxo tras el orgasmo, momento que aproveché para ponerme en pie y retirar el sillón. Tras colocarme entre sus muslos liberé por fin mi erección y agarrándola por la base paseé el glande por ese coñito húmedo y caliente, hasta que la necesidad de poseerla fue tan intensa que apenas llegaba aire a mis pulmones… no podía pensar en nada que no fuera esa niña, su cuerpo, sus gemidos…
—Fóllame Gerardo… -había tanta necesidad en su voz
Perdí la razón, el juicio y la cordura en ese momento. La penetré de un solo envite, aullando, oyendo sus gemidos, sintiendo sus piernas enrollándose en mis caderas… apoyé las manos en la mesa a ambos lados de su cuerpo y la penetré una y otra vez como un salvaje. Ella lejos de amilanarse subía el culito de la mesa haciendo que cada penetración fuera más profunda, mientras yo salía casi por completo y volvía a invadir su cuerpo, hasta el fondo deleitándome, rebotando en su interior, saliendo despacio solo para volver a entrar una y otra vez, hasta que tuve que aflojar el ritmo al borde del precipicio. Más calmado, dejé la mesa para amasar sus tetitas, para pellizcar sus pezones… mi mástil ahondaba ahora lenta y profundamente mientras la acariciaba, intentando alargar las placenteras sensaciones que recorrían mi cuerpo y el suyo.
—No pares Gerardo, necesito correrme –suplico de nuevo encendiéndome
—Hazlo Gabriela, córrete ahora –al momento note la rigidez de su cuerpo, los espasmos internos de su orgasmo y espié sus ojillos perdidos mientras gemía corriéndose llevándome al paroxismo total.
Salí de su cuerpo justo en el último momento, mi polla escupía semen a borbotones que caían sobre su vientre y sus tetas. Mis gemidos se unían a los suyos mientras me corría, sin que ninguno de los dos apartara la mirada de los goterones que empapaban su tersa y blanca piel.
Me senté en el sillón rendido, temblando…cabreado por haber perdido los papeles, sabiendo que casi me había corrido dentro de esa chiquilla.
—Voy a limpiarme –dijo poniéndose en pie con gracilidad
Desde donde estaba tirado en el sillón podía verla en la ducha ya que había dejado la puerta abierta. Miró hacia mí y sonrió impúdica al ver que la observaba, un escalofrió recorrió mi espalda, sintiéndome de repente en desventaja: viejo, ajado y cansado ante esa pequeña ninfa que canturreaba preciosa bajo la ducha. De repente necesitaba huir, alejarme de ella, de como esa chiquilla me hacía sentir.
— ¿Quieres ducharte? –preguntó al verme
—No, tengo que irme Gabriela, me ha surgido algo ineludible. Tú puedes quedarte hasta que quieras –me odié al ver su expresión triste, pero tenía que salir de ahí.
—Es una lástima que tengas que irte tan pronto –dijo envolviéndose lentamente en la toalla.
—Lo siento Gabriela –me excusé y salí de allí como si me persiguiera el diablo, dejándola allí casi sin replica, por miedo a sucumbir de nuevo ante la locura que era la visón de su cuerpo desnudo.
Pasé el resto de la noche y de los días siguientes pensando, analizando lo sucedido. Una parte de mí se relamía cada vez que recordaba a esa chiquilla, otra parte la más juiciosa me pedía una y otra vez olvidar lo sucedido, pasar página, dejarlo en un bello recuerdo sin más.
Juro que intenté nadar a contracorriente, volcándome en el trabajo, llenando los días siguientes de reuniones, papeleo, quedándome hasta altas horas en el despacho…pero cuando por fin me relajaba, las tórridas imágenes de su exuberante y lozano cuerpo vibrando calentaban el mío. Que a pesar de estar agotado reaccionaba excitándose al instante, en esos momentos deseaba volver a poseerla una y otra vez, pero entonces intentaba recordar los inconvenientes de abrir esa puerta y dejar entrar a esa chiquilla a mi vida, para que probablemente la pusiera patas arriba, terminando con todo lo que tanto me había costado conseguir tras mi divorcio, la tranquila existencia que ahora disfrutaba, por lo que terminaba masturbándome con furia antes de quedarme dormido.
Así transcurrió toda la semana siguiente a nuestro encuentro, hasta que el sábado sin apenas ser consciente y en mi juicio alegaré locura transitoria; no pude más y apreté la tecla que enviaba ese “hola. ¿Cómo estás?” y casi dejé de respirar hasta leer que mi interlocutora estaba escribiendo, entonces una enorme sonrisa tonta se dibujó en mi cara.
—Hola, vaya sorpresa.
—Sinceramente Gabriela, no sé qué se dice en estos casos. Podría decirte que he estado liado, lo cual es cierto, también que hubiera querido hacerlo antes, también es cierto. Pero los dos sabemos que no es toda la verdad.
—Entonces no lo digas. Dime solo que has cenado –me sorprendió su pregunta pero contesté
Y así empezó una charla amena entre ambos, en la que los dos nos estudiamos mutuamente, entre preguntas y respuestas superficiales. Ninguno de los dos rozó tan siquiera el tema del sexo. Yo queriendo redimirme por mi espantada y ella supongo que castigándome por ello.
—Vaya son más de las doce, estoy en casa de una amiga y todos duermen ya, tengo que dejarte, lo siento.
—No te preocupes y siento mucho no haber hecho esto hace al menos una semana.
—Más vale tarde que nunca. Nos vemos. Piensa en mí –leí justo antes de ver que se había desconectado.
Joder ¿creía que tenía que recordármelo? Pensé sin apagar el ordenador, mirando su foto del perfil…recordé lo distinta que era su mirada mientras la penetraba, miré su boca intentando recordar su sabor…y como un pajillero más, liberé mi creciente erección y me la meneé sin apartar la mirada de su foto hasta que el semen manchó hasta la pantalla del ordenador.
El domingo la busqué un par de veces en el mismo sitio, pero no se conectó y no volví a intentarlo hasta el lunes al mediodía cuando todo el mundo comía y yo esperaba que trajeran la comida que había encargado mi secretaria antes de irse.
—Hola
—Hola Gerardo, que raro verte a estas horas
—Estoy en mi despacho esperando que me traigan la comida aburrido
—Yo no salgo hasta dentro de media hora y estoy muerta de hambre… ¿ya te has largado que no dices nada?
—Lo siento, mi mente estaba en otra parte
— ¿En qué pensabas?
—Mejor no
—Venga no me dejes con las ganas que soy una cotilla
—Joder niña, tú lo has querido, tu frase sobre estar hambrienta me ha hecho recordarte comiendo tarta.
—Vaya, sí que estas aburrido. ¿Qué has pedido para comer?
—Nada complicado un filete con ensalada, pero que esta riquísimo
—Me encanta, ahora mismo me apetece tanto como esa tarta.
—Pues si vas a comértelo igual, te mando la ubicación del despacho y pido otro para ti. Disfrutarías –le dije osado, dejando de respirar mientras veía que estaba escribiendo.
—Mándame la ubicación a este número, dame media hora y que este medio hecho. –leí cuando ya no estaba conectada.
Me quedé unos segundos parado asimilando lo que acababa de suceder y al momento busqué como un loco el número del restaurante, pedí que duplicaran el pedido y a continuación grabé su número, le mandé la ubicación y me quedé como un idiota esperando que ella abriera el mensaje del móvil y contestara con un escueto ok.
Me costó centrarme en lo que estaba haciendo durante los siguientes veinte minutos que tardó en llegar el pedido, lo llevé a la mesa de mi despacho y cinco minutos después sonó el timbre.
—Hola Gabriela –la saludé apartándome para que pasara
—Así que esta es tu guarida –dijo quitándose la chaqueta
Llevaba una mini cortísima, con unas medias negras muy espesas, un jerseicito y botas militares. Parecía una chiquilla y estaba para comérsela.
—Huele de maravilla. A ver si es cierto lo que dices y disfruto –dijo mirando las bandejas sobre la mesa redonda en una esquina del amplio despacho y luego mirándome seductoramente
—Yo siempre cumplo lo que digo pequeña –le dije jugando a su juego
—Yo también
Mientras yo me sentaba sin apartar la mirada, ella se quitó las botas con los pies, luego la faldita cayó a sus pies descalzos, se sacó una camiseta de manga corta y luego el jersey por la cabeza quedándose solo con una escueta braguita y un pequeño sujetador que apenas contenía sus preciosas tetas.
—Supongo que no va a venir nadie
—No hasta las cuatro y media
—Pues lo prometido es deuda –dijo deshaciéndose del sujetador y después de las braguitas.
Completamente desnuda se sentó en la silla, sobre la que había dejado la camiseta que llevaba bajo el jersey.
—Ahora ya podemos comer –y como si fuera lo más normal del mundo se aliñó la ensalada.
Apenas notaba el sabor de la comida, sin perder detalle de ella comiendo desnuda ante mí en mi despacho, era lo más erótico que había vivido. Comía recta y sus pechos tiesos se bamboleaban con sus gráciles movimientos mientras comía y yo no podía pensar en nada mas que no fuera devorarlos, comérmela enterita.
—Está realmente rico, tenías razón –dijo juguetona
—Tu sí que estas rica, niña.
—Pero veo que no me has pedido postre, o sea que tendrás que ser tu mi postre –dijo limpiándose la boca graciosamente tras acabar con su refresco.
Yo sin poder articular palabra, la vi ponerse en pie y como una diosa se acercó a mí, se arrodilló a mi lado y mirándome con cara de no haber roto un plato me dijo:
— ¿Puedo? –mirando mi abultada entrepierna.
Asentí incapaz de articular palabra mientras se colocaba entre mis piernas y sus manitas empezaban a desabrochar el cinturón, luego el botón, la cremallera y finalmente sacó mi erección. Sin dejar de mirarla empezó a mover su mano por el tronco tallándola sin prisas, bajó la cabeza y sacando la lengüecita lamió las gotitas de semen que coronaban ya el glande hinchado. Luego chupeteó con ganas, con fuerza, lamiendo la punta, golpeándola con la lengua, mientras su mano aferraba con fuerza la base, haciendo así que se hinchara aún más de lo que estaba. Me apoyé en el respaldo extasiado con esa mamada enloquecedora, abandonándome a esos jugosos labios, a esa lengua juguetona que jugaba con la punta de mi polla incansable, arrancándome un gemido tras otro. Creo que solo mantuve la compostura sin correrme simplemente porque la presión que su mano ejercía entorno a mi polla no dejaba pasar el semen, porque diez minutos en su boca fueron suficientes para hacerme perder la cabeza por completo.
Entonces me miró y su boca abandonó mi rabo al borde del orgasmo, se puso en pie y tiró de mi pantalón mientras yo levantaba el culo, mis pantalones cayeron a mis pies y ella se montó a horcajadas, agarró mi vara y apuntando hacia su coñito bajo apoyándose en ella, se aferró a mi cuello y fue bajando el cuerpo, clavándosela muy despacio, enloquecedoramente despacio, mientras ambos gemíamos de placer. Se sentó sobre mis huevos con toda mi polla en su interior y mientras su estrecho coñito me apretaba como un guante, su viperina lengua repasó mis labios secos, se hundió en mi boca, jugó con la mía y aceptó mis dientes cuando el placer era casi insoportable y su vaivén me llevaban al éxtasis total.
—Niña me estas matando, quiero follarte más, pero no puedo… tienes que parar… -dije pellizcando ahora sus pezones, bajando la cabeza para morderlos
—No quiero parar, quiero sentirte –gimoteó meneando las caderas cabalgándome como la mejor de las amazonas
Lejos de parar incremento el vaivén, su cuerpo se tensó, grito que se corría y los espasmos de su vagina succionaron mi polla desde dentro mientras se movía endemoniadamente, supe que no había marcha atrás, aferré su culo, clavé mis dedos en su carne, clavé más mis dientes en su pezón y el primer latigazo de semen se estrelló profundamente en su interior seguido de otro y otro que llenaban su cuerpo mientras ambos gemíamos entregados a esa pasión desmedida.
Su cuerpo laxo se desplomó sobre mí y la abracé aun en su interior, sintiendo la suavidad de sus pechos en el mío, su aliento acelerado en mi cuello, el calor de su cuerpo pegado al mío.
Unos minutos después le indiqué donde estaba el baño y viéndola ir hacia allí desnuda con mi semen escurriendo entre sus muslos, mi polla dio un respingo. Después de asearme, aun azorado, salí al pasillo a por unos cafés y al volver me sorprendió encontrarla aun desnuda
—Me gusta tu despacho –miraba los libros de las estanterías
Me senté tras mi mesa de despacho admirándola, esplendida, perfecta, libre…y mi cuerpo sorprendente después de lo sucedido volvió a reaccionar al estímulo que suponía verla moverse así desnuda entre mis cosas, en la sobriedad de mi despacho, donde jamás había habido tanta luz.
—Te he traído un café –le dije sin apartar mi mirada encendida de su cuerpo mientras se acercaba
Cogió el vasito que le cedía y me sonrió chispeante.
—Siéntate en la mesa –le pedí con voz pastosa y de nuevo llena de deseo
Hizo lo que le pedía y mirándome juguetona apoyó su pie desnudo sobre la bragueta de mi pantalón. Jugueteando con mi creciente tirantez.
—Eres una niña muy traviesa, ¿te gusta ponerme cachondo verdad?
Asintió poniéndome ojillos y agarrando sus pies los coloqué en mis muslos, los separé abriendo así sus piernas y bajé como esa noche a saborear su dulce néctar, ella apoyó las manos detrás de su culo y echándose ligeramente hacia atrás dejó que mi boca devorara su sexo hasta hacerla correr de nuevo, entonces la bajé de la mesa, le di la vuelta, apoyé sus manos inclinándola y tras sacar mi polla se la metí de un empellón hasta los huevos. Me la folle con renovadas energías, con fuerza. Sin miramientos taladré una y otra vez ese coñito dilatándolo sin piedad, golpeando su pubis contra la mesa, terminé aplastando sus tetas contra la mesa, apoyé mis manos en sus omoplatos y seguí atizándole con dureza una y otra vez, cambiando el ritmo de mis acometidas para que su cuerpo ansiara cada una de ellas, volvió a correrse entre sollozos, haciendo que mi ego de macho creciera hasta límites insospechados. Lejos de amilanarse por la dureza de mis acometidas pedía más entre gemidos y yo estaba dispuesto a darle el alma si me lo pedía. La aparté un poco de la mesa para no golpear su pubis, busqué su clítoris y la masturbé sin dejar de penetrarla, hasta que volvió a correrse. Salí al límite de mi aguante, necesitaba respirar fuera de ella unos segundos. Jugué con mis dedos en su sexo, sin dejar que se incorporara manteniéndola pegada a la mesa con mi mano en su espalda y pasé mis dedos por su raja hasta su ano, mojándola, empapándola, buscando su ano rosadito para hacer círculos en torno a él con un dedo, presioné ligeramente y se quejó, entonces volví a penetrar su coñito y aprovechando su gemido empujé mi dedo en su culo. Gimoteó e intento escapar, pero no cedí terreno, sin dejar de moverme en su coño, seguí entrando en su culo hasta meter mi dedo hasta el fondo… unos segundos y empecé a moverlo al ritmo de mi sexo llevándola a un nuevo orgasmo entre sollozos.
Note que perdía el control y se quedaba laxa. Tenía que dejarla volver y saqué lentamente mi dedo de su culo, mi polla de su coño y dejando que se repusiera me senté en la silla, agarré mi polla y sin dejar de mirar su precioso cuerpo rendido tras varios orgasmos empecé a masturbarme. Yo también aunque con más aguante por haberme corrido necesitaba desahogarme ya.
Separé las piernas un poco y cerré un segundo los ojos sintiendo el placer recorrer mi espinazo, entonces note el calor y la humedad de su lengua en mis pelotas y miré como esa adorable criatura de rodillas se metía mis huevos en la boca y golosa los succionaba. Dejé de tocarme para disfrutar unos segundos más de esa escena memorable y vi como esa lengüita juguetona bajaba por mi perineo…Dios el placer era infinito, su lengua presionaba mi ano y dura, la metía un poco. Mientras su mano apartaba la mía y empezaba a meneármela, apenas podía respirar, la vista empezaba a nublarse, el corazón latía desbocado y de nuevo esa presión mantenía todo en su sitio y mi polla crecía como nunca ante sus ojos, su lengua volvía a recorrer a la inversa el perineo, las pelotas, el tronco…chupeteando el glande, bordeando con sus labios y deslizando estos hacia abajo haciendo desaparecer más de la mitad de mi polla en esa dulce boquita, entre esos carnosos labios rosados.
—Haz que me corra cielo –supliqué en la gloria cuando retrocedió con su boca
Entonces hizo algo que recordaría siempre, captó mi atención, llevó sus dedos a su coño y los metió, los sacó y bajó sus labios, abrazó con estos el glande y mientras me preparaba para el glorioso suplicio, un dedo presionó mi esfínter, supe que era el que había estado en su coño y eso me enloqueció. Sus labios bajaron, mi polla desapareció en su boca, su dedo en mi culo, lo giró, presionó y soltó la presión de la manita que apretaba la base, bajando la boca hasta que mi polla rozó su garganta y note simplemente como si me descorcharan y me derramara, aullé como un loco corriéndome como nunca en su garganta, su boca, sobre sus labios…latigazos de semen salían de mi polla sin control, mientras su dedito se movía en mi entrañas y su lengüita lamia hasta la última gota de mi esencia.
Supe en ese mismo instante que acababa de entregar mi alma a esa niña y que iba a estar dispuesto a todo por volver a sentirme así.
—Son las cuatro y cuarto Gerardo, si tu secretaria llega un poco antes esto le va a parecer de lo más inmoral. ¿No crees? –dijo con una sonrisa
Aun temblaba por dentro cuando con su ayuda arreglamos un poco el despacho y abrimos para que se ventilara.
—Un día tienes que venir a recogerme a la uní, me da morbo –me dijo esa misma noche en el chat
Más tarde solo en mi cama, no dejé de darle vueltas a lo sórdido e inmoral que me parecía a mi edad recoger a una chica que sale de clase… para ir a follar…pero a quien quería engañar joder mi polla palpitaba solo de pensarlo.
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