La confesión de mi marido

Debido a la pandemia y al encierro, nos hicimos fanáticos de Todo Relatos, al descubrir que algunas historias nos excitaban y reavivaban nuestra vida sexual. Con el tiempo, nos animamos a escribir. Un día, buscando temática, mi esposo me confesó su relación con su madre, durante su adolescencia.

Somos un matrimonio sexagenario, que comenzó a escribir relatos eróticos, debido al aislamiento social, preventivo y obligatorio decretado por el gobierno de nuestro país, por la pandemia causada por el SARS-CoV2 a nivel mundial; así que, nos hicimos fanáticos de la lectura de Todo Relatos, al descubrir que algunas historias nos excitaban y reavivaban nuestra vida sexual.

Al poco tiempo, nos animamos a describir algunas experiencias de la juventud, pero, siempre siendo yo la que escribía; ya que, mi marido debía atender su teletrabajo.

Con las primeras confesiones, comenzamos a recibir los siguientes comentarios:

Aunque ya en el título lo dejaba ver, quise darle el beneficio de la duda. Pero no, otro más de lo mismo, un tipo sin huevos cornudo consentidor de una mujer que no quiere, pero le basta alcohol para hacerlo. Una historia más que no está mal escrita, y describe bien las escenas, pero una más llena de clichés, ni modos, una más y van...

Magnífico relato. Me he puesto a leer los que tienes publicados y eres muy buena contando. Intentaré comentarte más de tus relatos. Un besito

Muy lindo relato. Me agradó mucho la forma en que se desarrolla la trama, los detalles del comienzo, de esa mujer buscando revivir esos placeres pasados. Justo hoy veía una película, Hope Springs, y no pude evitar pensar en Meryl Streep como la imagen para tu protagonista. Espero con ansias la continuación de esta historia. Muchas gracias por compartir. Saludos.

¡Qué linda noche pasaste! Te envidio

¡¡¡Relato excitante si los hay... felicitaciones!!!

Muy lindo relato, bien elaborado satisfaciendo a la dama, ¡puro placer como debe ser el sexo, es maravilloso!

El balance era positivo y nos animó a escribir sobre fantasías.

Hasta que un día, al leer un relato de la categoría “amor filial”, mi esposo Gastón, me confesó que había ocurrido algo entre su madre, él y un grupo de amigos, en la adolescencia.

Dado que sus padres ya están fallecidos, recién ahora puede permitirse recordar aquello.

Después de 50 años de lo ocurrido, aún tenía vergüenza al recordarlo; así que, tuve que improvisar una tarea periodística, para que me lo contara y poder confeccionar un relato.

Esto ocurrió a comienzos de la década del ’70, en Argentina.

Es necesario describir que nuestro país, en aquel entonces, era gobernada por una junta militar, impuesta por un golpe militar; por lo que, la circulación en calles al atardecer, era restringida por los toques de queda diario; además, existía censura.

Mi esposo Gastón, me cuenta que, en aquella época, cuando se llegaba a la adolescencia, era usual que los varones fueran llevados a un prostíbulo, para debutar sexualmente con una prostituta; pero, por la censura, los toque de queda y la falta de diálogo con su padre, a él no le sucedió.

También me contó que, a la escuela que asistía, era de orientación religiosa católica y sólo de varones; pero siempre, circulaba un ejemplar de alguna revista pornográfica clandestina, con imágenes de mujeres desnudas, que servían de inspiración para masturbarse; a veces en manada, en los baños de la institución.

Como noté que mi marido puso énfasis en las restricciones de la época, me atreví a preguntarle.

Yo: ¿cómo recuerdas tu despertar sexual?

Gastón: Éramos medios torpes, pasábamos de jugar a las figuritas a masturbarnos con la foto de una mujer desnuda.

Yo: No te pregunto el comportamiento de los chicos en general, la pregunta es más personal ¿qué significaba para vos el sexo?

Gastón: Mucho; pero, todo sucedía en la imaginación, recuerdo que había días que vivía al palo, masturbándome cuatro o cinco veces en un día.

Yo: Mencionaste que no tenías diálogo con tu padre, o sea ¿nunca él te habló de sexo?

Gastón: Sólo recuerdo que trabajaba todo el tiempo, era dueño de una farmacia y le dedicaba todo el tiempo, para convertirla en un negocio pujante. Supongo que le daría vergüenza hablar de eso.

Yo: Por supuesto que con tu madre tampoco ¿verdad?

Gastón: Para nada.

Yo: ¿Te imaginabas a tus padres teniendo sexo?

Gastón: No; pero, un día los vi haciéndolo.

Yo: ¿Recuerdas ese momento? ¿Qué te pasó al verlos?

Gastón: Sí, por supuesto, hasta con lujo de detalles. Un día llegué temprano de la escuela, porque había faltado la profesora de las dos últimas horas. Cuando entré a casa, escuché unos gemidos que provenían del piso de arriba, de las habitaciones; así que, subí sigilosamente como un gato, y la puerta de la de mis padres estaba entre abierta, de donde venían los ruidos; así que, me acerqué silenciosamente y los espié.

Yo: O sea que viste a tus padres desnudos por primera vez, haciendo el amor ¿verdad?

Gastón: Sí. Mi padre estaba desnudo, de espaldas sobre la cama; y, mi madre estaba cabalgándole encima; pero, no estaba totalmente desnuda.

Yo: ¿Cómo? No entiendo.

Gastón: Ella estaba vestida con un corset, liguero y medias negras de seda; por lo que, no veía ninguna parte íntima.

Yo: ¿Y qué te pasó al verlos así?

Gastón: No recuerdo muy bien; pero, seguramente me sorprendí al ver por primera vez, a una pareja cogiendo. Lo que sí recuerdo, es haber descubierto lo bella y sexual que era mi madre. ¿La recuerdas?

Yo: Sí; pero, yo la conocí veinte años más tarde. Es interesante ¿qué pasó después de aquel día?

Gastón: No sé; pero, era comparable con las fotos de las revistas de mujeres desnudas. Por primera vez, vi lo hermosa que era, con su cabellera rubia, su cuerpo esbelto y sus largas piernas. Me dio la sensación que era una mujer muy caliente; creo que, a partir de ese día, comencé a obsesionarme con ella.

Yo: ¿Cómo te obsesionaste?

Gastón: Recuerdo que estaba pendiente de cuando tomaba un baño, para poder espiarla. También revolvía sus cajones, para encontrar su lencería y masturbarme, reproduciendo en mi mente, lo que había visto aquel día.

Yo: O sea que, ¿comenzaste a ver a tu madre como una mujer deseable?

Gastón: Sí.

Yo: ¿Y cómo aconteció lo que me confesaste?

Gastón: Es una larga historia.

Yo: Comienza por contarme que tuvieron que ver tus amigos.

Gastón: Resulta que, como no había bailes, por los militares, nos reuníamos en las casas; y un día, vinieron mis compañeros de la escuela a la mía, éramos un grupo pequeño de cuatro, incluyéndome, que estudiábamos y veces, nos masturbábamos juntos; cuando conocieron a mi madre, comenzaron los comentarios, que por supuesto, no lo hacían delante de mí. Pero, yo observaba como la miraban, cuando mi madre nos atendía, trayéndonos sándwiches y gaseosa. Hasta que un día, descubro a uno de ellos, masturbándose con la foto de mi madre en un portarretrato.

Yo: ¿Y cómo reaccionaste?

Gastón: No lo recuerdo; pero, supongo que los entendía, porque a mí me pasaba parecido.

Yo: ¿Entonces?

Gastón: Con el correr del tiempo, dejaron de tener cuidado con lo que decían frente a mí; y, mi casa se fue convirtiendo en centro de reunión, para decirme que bella era ella, como debe coger y todo tipo de expresión obscena.

Yo: ¿Y aquello no te molestaba?

Gastón: No. De hecho, cuando mi madre se iba a ayudar a mi padre, a la farmacia, yo mismo compartía con mis compañeros, alguna prenda de su lencería, para olerla y masturbarnos.

Yo: ¿Y cómo sucedió lo que me confesaste?

Gastón: Un día estaba al palo y desesperado, así que fui a su habitación, abrí su cajón y comencé a masturbarme con una de sus medias negras de liga, enredada en mi miembro; y ella, me descubrió.

Yo: ¡Uy! ¿Y cómo reaccionó ella?

Gastón: Al comienzo me gritó que era un asqueroso. Después, me preguntó que me estaba pasando y me mandó a hablar con mi padre. Recuerdo que me sentí horrible; no quería hablar con mi padre, y también temía que ella lo hiciera.

Yo: ¿Y qué pasó?

Gastón: Creo que después de un par de días, la enfrenté y le dije que, por favor no hablara con mi padre y le pedí perdón.

Yo: ¿Y la cosa quedó ahí?

Gastón: No. Ella comenzó a interrogarme. Primero, me preguntó si mi padre había hablado de sexo conmigo, a lo que le respondí no; luego, ella me aclaró que entendía por lo que estaba pasando; pero, me preguntó por qué usaba su ropa íntima.

Yo: ¡Uy! ¿Y qué le respondiste?

Gastón: Después de dar varios rodeos, le confesé que los había visto y espiado, a lo que ella me recriminó que no estaba bien invadir la privacidad; pero, volvió a preguntarme porque su ropa era usada para mi masturbación; entonces, le confesé que, a partir de aquel día, no sabía porque, pero la comencé a ver como la bella mujer que era, volviéndole a pedir perdón.

Yo: ¿Te aceptó las disculpas?

Gastón: No. Me pidió que no lo hiciera más; de lo contrario, lo hablaría con mi padre. A continuación, embarré más la situación.

Yo: ¿Por qué?

Gastón: Porque le conté que mis amigos pensaban lo mismo, que la veían muy atractiva y sexual, como justificando mis pensamientos; finalmente, la rematé diciéndolo que todos desearían debutar sexualmente con ella.

Yo: ¡Uy! ¡No! ¡Qué manera de arruinarlo! ¿y cómo reaccionó tu madre Sara?

Gastón: me respondió: “Con razón, tus amiguitos me miran con cara de carnero degollado. Cuando vuelvas a tener necesidades, me avisas”.

Yo: ¿Y todo terminó ahí?

Gastón: En realidad, en el momento no entendí que me quiso decir, supongo que por los nervios de la situación.

Yo: ¿Entonces?

Gastón: Con el correr de los días, me cayó la ficha sobre la cara que ponían mis compañeros; yo también había notado que, cuando ella aparecía, ellos quedaban embobados. Pero, la segunda parte, no la entendía.

Yo: ¿Y lo averiguaste?

Gastón: Sí. Después de unos días, cuando se me pasó el susto, un día desperté con mi mástil erguido, sin poder distraerme. Sentía unas ganas locas de ir hasta su cajón, para oler y tomar alguna prenda suya. Pero, tenía que ir a la escuela. Al regreso, ya tenía dolor de testículos, y fui directamente a la cocina, donde estaba ella, preparando el almuerzo y le dije.

Yo: ¿Qué le dijiste?

Gastón: Lo que me pasaba.

Yo: ¿Cómo?

Gastón: Mamá, perdóname, pero debo masturbarme, ya me duele y no consigo calmarme.

Yo: ¡Uy! ¿Y qué te dijo?

Gastón: Me sonrió, apagó la hornalla y me dijo que lo acompañara. Me tomó de la mano y subimos a su habitación, me sentó en el borde de la cama y me preguntó qué prenda me satisfacía. Ante mi sorpresa y vergüenza, le respondí cualquiera; entonces ella, abrió su cajón y sacó una de sus medias negra de liga. Luego se acercó, se sentó a mi lado, y me bajó el pantalón de gimnasia, junto con el calzoncillo, quedando libre mi erección; ella envolvió la media en mi miembro y comenzó a masturbarme, diciéndome: “De esto, ni una palabra a tu padre”. Yo hice la señal de la cruz con mis dedos sobre mis labios, jurándoselo.

Yo: ¡Qué momento! ¿Entonces?

Gastón: Yo me sentía como tocando el cielo con mis manos; hasta que, solté una buena cantidad de semen, manchando su media, algo que nunca me había ocurrido; así que, le pedí perdón por el desastre; y ella me respondió que no importaba, que lo lavaría.

Yo: ¿Y cómo continuó la historia?

Gastón: Dejé pasar un par de días; y una tarde, volví a confesarle que tenía deseo de masturbarme.

Yo: ¿Y ella?

Gastón: Me respondió: ¡Otra vez! ¿No te estarás enviciando? A lo que le pregunté si no era normal; ya que todos los días tenía deseos. Se sonrió y me respondió que era normal, que no me preocupara; luego, volvió a tomarme de la mano y me pidió que la acompañara. Esta vez, me llevó al sofá del living, en donde nos sentamos. Allí, me bajó el cierre de la bragueta de mi jean, metió su mano y sacó mi erecto miembro, comenzando a masturbarme. Pero, luego me sorprendió, cuando se agachó sobre mi entrepierna y comenzó a chupármela. Recuerdo lo hermosa que era esa sensación.

Yo: ¡Oh! No te puede creer, continúa por favor.

Gastón: Era el éxtasis para mí. Como habrá sido, que, sin pensarlo, le metí una mano por su escote, para tocarle uno de sus pechos. Pude recrear en mi mente, su forma e imaginarme su recto pezón, guardándome las ganas de verlos. De repente, exploté, llenándole la boca de semen. Reaccioné pidiéndole perdón; pero, ella terminó limpiándome hasta la última gota, y al reincorporarse, me recordó: “Ya sabes, de esto, ni una palabra a tu padre; y, que no se te convierta en un vicio”, a lo que yo volví a jurárselo con la señal de la cruz sobre mis labios.

Yo: ¿Y continuó tu nuevo hábito?

Gastón: Por supuesto. El primer mes, dejaba pasar un par de días; pero, adquirí confianza y después, le confesaba mis ganas todos los días.

Yo: ¿Y ella siempre accedía? ¿Cuántas veces accedió a tu petición?

Gastón: Sí. Me lo habrá hecho una veintena de veces; y, recuerdo que estaba obsesionado con verla desnuda; pero, no me animaba a pedírselo; pero, me dejaba meter mano, y podía acariciarle los pechos.

Yo: ¿Y qué pasó?

Gastón: En una ocasión, me la había mamado; pero, después de acabar y limpiarme, no se me bajaba la erección; entonces, ella me preguntó: ¿Qué te pasa hoy? A lo que me atreví a responder, que me atraía mucho y deseaba verla desnuda; ella sonrió y me dijo que le recordaba a mi padre, en la juventud, y me aseveró que mi tamaño de miembro era parecido.

Yo: ¿Y accedió?

Gastón: Espera, yo seguí con mi petición.

Yo: ¿Qué más le pediste?

Gastón: Le pregunté si existía una posibilidad que ella me enseñara y me iniciara sexualmente.

Yo: ¡Oh! ¿Qué te respondió?

Gastón: Volvió a sonreír y me dijo: “Sabía que tarde o temprano, me lo pedirías”

Yo: ¡Por Dios! ¿Accedió?

Gastón: Me pidió que esperara hasta el otro día, en donde mi padre tenía que atender la farmacia todo el día, por estar de turno.

Yo: Me imagino cómo habrás pasado esas 24 horas ¿verdad?

Gastón: Imagínate, hiper nervioso y al palo todo el tiempo.

Yo: ¡Cuéntame, por favor!

Gastón: Al otro día, fui a la escuela, como todas las mañanas; pero, mi mente estuvo ausente durante toda la clase. Cuando regresé, mi madre justo estaba sirviendo el almuerzo, y mi padre estaba sentado a la mesa. En ese instante, pensé que él estaba arruinándolo todo, y me quedé paralizado, mirándolo con odio probablemente; pero, mi madre me ordenó: “¡Vamos! Siéntate que sirvo el almuerzo. Hoy tiene que ser rápido, porque tu padre debe atender la farmacia todo el día”. Y a mí, me volvió el alma al cuerpo.

Yo: Entonces ¿sucedió?

Gastón: Sí, ella me sonreía constantemente. Cuando mi padre se fue a la farmacia, me dijo: “Ahora vamos a estar tranquilos. Espérame que ordeno y cierro todo, para no ser molestados. Ve a tu habitación”. Salí corriendo, subiendo la escalera de a dos escalones y me metí al baño, para higienizarme y perfumarme.

Yo: ¿Y pasó después?

Gastón: Yo la esperé en mi habitación, sentado en el borde de la cama, cuando de pronto apareció, y me preguntó:” ¿Quieres que me vista como cuando nos espiaste”? Yo estaba tan nervioso, que sólo me salió asentir con la cabeza.

Yo: ¿Entonces?

Gastón: Al rato, entró a mi habitación, luciendo un Baby Doll negro transparente, con porta ligas y medias, en el mismo color; lo cual, casi me provoca un infarto. Se me acercó y se sentó a mi lado, preguntándome: “¿Qué deseas primero?”. Yo había quedado obnubilado por sus pechos; los cuales, veía por primera vez, detrás de la transparencia a escasos treinta centímetros. Sus formas eran redondeadas y perfectos, sus pezones ya estaban erectos y lucían sabrosos; así que, le respondí: “Besar tus pechos”. Entonces, ella tiró de un cordel que le mantenía cerrado el baby doll, y la transparencia se deslizó como un cortinado. La miré a los ojos, y su expresión fue como de dándome permiso. Me zambullí entre ellos, besándolos desesperadamente. Ella me frenó diciéndome que lo hiciera despacio y los disfrutara.

Yo: ¡Qué placer! ¿verdad?

Gastón: Sí. Mientras tanto, ella me acariciaba por encima del jogging de gimnasia; el cual, me bajé para pasar al siguiente paso.

Yo: ¿Cuál fue el siguiente paso?

Gastón: Ella se recostó de espaldas y me indicó que lo hiciera cuando quería. Yo no esperé ni un segundo, y me le monté inmediatamente; pero, de forma torpe; así que, ella me tomó el miembro con la mano, y lo acomodó en la puerta de su vagina.

Yo: ¡Oh! Así que tu madre te estaba iniciando sexualmente.

Gastón: Sí. Recuerdo que me movía como esos perros pequeños, que cogen casi de forma desesperada. La escuché gemir y hasta una serie de grititos, que, con el tiempo, me enteré que había acabado. De hecho, yo también derramé semen; pero, aprovechando que no se me bajaba, seguía. Sabía que lo estaba disfrutando.

Yo: ¿Y cuánto duró la lección de sexo?

Gastón: Le escuché decir que lo estaba haciendo bien; por lo que, no tenía razón alguna, para que aquello terminara. En un momento, me indica para cambiar de posición; así que, me salgo, y ella se coloca en cuatro patas sobre la cama; yo vuelvo a abalanzarme sobre ella; pero, esta vez, tengo cuidado y acomodo mi miembro en su vagina; ella me tomó de las manos, y las colocó sobre su cadera, diciéndome: “Tomate de aquí y cógeme fuerte”. Obedecí y creo que acabó dos veces, y yo una; pero, con ganas de seguir cogiéndola.

Yo: O sea que ¿duró mucho?

Gastón: La verdad que había perdido la noción del tiempo. Como seguía teniéndola dura, ella exclamó: “¡La juventud! ¿No te cansas nunca?”. Y le respondí agitadamente: “Esto es lo que mejor me sucedió en la vida, no pienso soltarme”. Entonces, ella me dice que tendré un premio, y me separa, tomándome el miembro con su mano y acomodándolo; pero, esta vez, en la puerta de su ano. A mi me sorprende, porque no sabía que se podía hacer por allí.

Yo: ¡Oh! ¿Te regaló su culo?

Gastón: Sí. Al principio me costaba mucho entrar; así que, ella frenaba mi penetración, apoyando su mano en mi vientre; hasta que, luego de un rato, dejó de frenarme y la cogí, pero no con tanta fuerza, como por la vagina; ya que, sentía mi verga hinchada y apretada por su ano. No sabía que podía experimentar tanto placer; sentía como se escurría por la cara interna de sus muslos, mis anteriores dos acabadas.

Yo: ¿Cómo siguió?

Gastón: Al rato, explotó mi verga con lo último de semen que tenía; pero, esta vez sí, me sentía exhausto; así que, quedé recostado sobre ella, y ese monumental cuerpo.

Yo: Entonces ¿fue un buen debut?

Gastón: Sí. Cuando nos reacomodamos, me batió mi cabello y me dijo: “Jovencito, lo hiciste muy bien”. Luego, se levantó y se fue directo al baño, a tomar una ducha.

Yo: De esta manera ¿cambió la relación con tu madre? Más íntima, digo.

Gastón: Sí. Lo hacíamos casi todas las semanas; pero, yo se le proponía, casi todos los días.

Yo: Claro, seguramente ella se aseguraba que tu padre, estuviera pendiente de la farmacia, cuando entraba de turno. ¿Cuánto duraban esas secciones de sexo con tu madre?

Gastón: Alrededor de dos horas; pero, eso no fue todo.

Yo: ¿Qué más puede haber pasado?

Gastón: Resulta que, en una oportunidad, me fui de boca con mis amigos.

Yo: ¿Cómo? No se te habrá ocurrido contarles.

Gastón: Sí. No sé que quise demostrar; pero, un día que estábamos hablando de sexo, mirando una revista con mujeres desnudas; les confesé que lo había hecho con mi madre.

Yo: No te puedo creer. ¿Y qué te dijeron?

Gastón: Me volvieron loco. Al principio, me pedían que les contara con lujos de detalle, para masturbarse. Después, me pedían si ella podría iniciarlos a ellos.

Yo: Me imagino ¿Seguían reuniéndose en tu casa?

Gastón: ¡No! Después de la cagada que me había mandado, no los invité más; ya que, si alguien metía la pata, y madre sospechaba que les había contado; seguramente, me hundiría en la vergüenza y perdería esos permitidos con mi madre.

Yo: ¡Uy! ¿Cómo sobrellevaste la situación?

Gastón: Resulta que, más o menos al mes de haber debutado sexualmente con mi madre, durante una cena, mis padres me informan que nos mudaríamos de ciudad, para poner en marcha una sucursal de la farmacia.

Yo: O sea que estaban yendo bien económicamente ¿verdad?

Gastón: Sí. Nosotros éramos, como se decía, de clase media alta.

Yo: ¿Entonces?

Gastón: Una semana antes de mudarnos, durante una sección de sexo con mi madre, ya terminando; mientras, ella me la estaba mamando, para sacarme el último resto de semen, volví a irme de boca.

Yo: ¿Qué dijiste?

Gastón: Hay que entender que estaba extasiado, cuando manifesté la envidia que tendrían mis amigos; cuando de repente, solté mi chorro de leche en su boca.

Yo: ¿Qué te dijo ella?

Gastón: Cuando terminó de tragárselo y limpiarme como siempre, me dijo: “A propósito. ¿Qué pasó con tus compañeros? Que no vienen más a casa. Seguramente, te has hecho el machito, y les contaste lo que hacemos”.

Yo: ¡Oh! ¡Qué sabia tu madre! ¿Le respondiste?

Gastón: Al principio, me sentí apenado y no le respondí; pero, ella insistió, diciéndome: ¿Tengo razón? Entonces, asentí con la cabeza. Ella al comienzo, se enojó.

Yo: ¿Y después?

Gastón: Me preguntó que pensaban ellos.

Yo: ¿Qué le contestaste?

Gastón: No sabía que decirle; así que, me fue sacando verdad de mentira. Le confesé que me envidiaban, que se masturbaban pensando en ella, etcétera, etcétera.

Yo: ¡Oh! ¿Qué dijo ella?

Gastón: Al comienzo, creo que lo sentía como una alabanza; pero, cuando le confesé que ellos deseaban iniciarse sexualmente con ella, y me pedían que intercediera; se puso como loca y comenzó a gritarme: ¿Qué te piensas que soy? ¿Piensas que tu madre es una puta?

Yo: ¡Uy! Claro, me imagino ¿Y qué pasó?

Gastón: Yo sólo le exclamaba que no, que nada que ver, que nosotros la veíamos como una mujer atractiva, de carne y hueso, no como las mujeres desnudas de las revistas. Se lo repetí varias veces, hasta que se calmó.

Yo: ¿Entonces?

Gastón: Después de un rato, cuando le dije que era la única mujer atractiva que conocíamos; ya que, no asistíamos a bailes, por los toques de queda militares, en donde podíamos conocer chicas de nuestra edad; y, que cada uno de nuestros padres, tampoco colaboraban mucho, al no hablarnos de eso.

Yo: ¿Te entendió?

Gastón: No sabía en ese momento; ya que, me dijo que lo dejábamos así.

Yo: Entonces ¿Dejaste de coger con tu madre?

Gastón: Sí, al otro día no me animé, como hacía todos los días; así que, decidí aguatármelas y esperar alguna señal de ella; ya que, yo sabía que ella también lo disfrutaba.

Yo: ¿Cuándo cambió la situación? Si es que cambió.

Gastón: Pasaron tres días; o sea que, faltaban dos días para mudarnos, cuando en el desayuno, ella me sorprende diciéndome: “Hoy tu padre, en unas horas, viaja con el camión de mudanzas, para comenzar con la instalación de la nueva farmacia”. Yo le respondí: “¡Uy! Me había olvidado por completo.

Sara (madre de Gastón): ¿Cómo te puedes olvidar algo así?

Gastón: Para mí, es más importante poder resolver la relación que teníamos. ¿Existe alguna posibilidad?

Sara: No sé. No te comportaste como deberías, y me lo habías jurado.

Gastón: Lo sé; pero, ahora que nos mudamos, ellos no sabrán más de nosotros.

Sara: A propósito, por la tarde, quedaremos solos; así que, si quieres, puedo ayudar a tus amigos; pero, ya sabes.

Yo: ¡Guau! ¿Cómo reaccionaste?

Gastón: Al comienzo, no salía del estupor. Después, le pregunté: Pero ¿qué les digo?

Sara: Simplemente invítalos a casa, para despedirse. Yo decidiré que hacer.

Gastón: Después de terminar mi desayuno, salí corriendo hacia la escuela; pero, con la cabeza a mil, pensando en como decirles o dejarlo simplemente, en manos de ella. Además, con lo que me había pasado, tampoco les había anunciado, que me mudaba de ciudad.

Yo: ¿Qué resolviste?

Gastón: Lo hice simple, le hice caso a ella; así que, simplemente les informé la decisión de mis padres de mudarse de ciudad, y que los invitaba a casa, a merendar y despedirnos.

Yo: ¿Qué sucedió?

Gastón: Por la tarde, alrededor de las seis de la tarde, llegaron dos de mis amigos, Lucas y Miguel. Cuando los invité a pasar, Lucas me informó que los otros dos no los dejaban venir; y, Miguel, me dijo al oído: “Yo no podía perderme de ver a tu madre, por última vez”.

Yo: Qué situación incómoda para vos ¿verdad?

Gastón: En verdad no, ella me sorprendía constantemente.

Yo: ¿Y qué pasó?

Gastón: Los tres estábamos en el living, sentados en los sillones, hablando de cualquier cosa, cuando ella apareció con los sándwiches y gaseosas. Al verla, todos quedamos boquiabiertas.

Yo: ¿Por qué?

Gastón: Porque lucía espléndida. Tenía puesto un vestido de pana azul oscuro, con un profundo escote delantero, que le cubría la mitad de los senos, subida en zapatos de tacos negros y medias al tono.

Yo: ¡Guau! Me imagino.

Gastón: Nos dejó la bandeja y se sentó en el sillón libre, cruzándose de piernas; pero, nosotros seguíamos paralizados, observándola. De repente, ella irrumpió, diciendo: “No van a comer nada”. Y nosotros seguíamos sin reaccionar.

Sara: ¿Van a extrañar a su amigo?

Gastón: Como tontos, los tres asentimos con la cabeza.

Sara: ¡Vamos! Coman algo.

Gastón: Era casi imposible salir de ese estado, cuando Miguel, el más atrevido de los tres, dijo: “Sí, los extrañaremos mucho; pero, no sólo a él”

Sara: ¿Cómo? No te entiendo.

Miguel: Quiero decir, a todos Uds., siempre nos atendió con mucha cordialidad.

Sara: Gracias, me alegra que se hayan sentido a gusto.

Gastón: Volvió a reinar el silencio

Sara: ¿Y los demás amiguitos?

Miguel: No los dejaron venir, por lo de los toques de queda. Los milicos no están siendo muy amables con los jóvenes.

Sara: ¡Qué lástima! Bueno, después puedes despedirte de ellos, por teléfono. ¡Vamos! Coman algo.

Gastón: Nos relajamos un poco, y comenzamos a servirnos; mientras, Miguel intentaba entablar conversación.

Miguel: Esperamos que les vaya bien, en la nueva ciudad.

Sara: Muchas gracias.

Miguel: Espero que no se aburran, ya que, tengo entendido que es una localidad mucha más chica que esta.

Sara: No lo creo; y, si es así, ya encontraremos algo en que entretenernos.

Gastón: Ese momento fue realmente incómodo; ya que, mi madre terminó la frase fijándome la mirada; y ellos, mirándose entre ellos, suponiendo lo que ellos ya sabían.

Sara: También, espero que Uds. tampoco se aburran; ya que, como están las cosas, es difícil conocer chicas.

Gastón: Ese fue el segundo balde de agua fría. Lucas y yo, quedamos esperando que Miguel pudiera salir al cruce.

Miguel: Tiene Ud. razón, no está fácil la cosa.

Sara: Lo siento; pero, creo que tendrán necesidad de seguir mirando esas revistas.

Gastón: Ella nos tiraba el tercer balde de agua fría; y, yo pensaba que se estaba vengando de mi metida de pata.

Lucas: Gastón, veo que le has contado nuestras intimidades.

Sara: Sí. Así como les contó las nuestras.

Miguel: No se preocupe, yo le prometo que, mis masturbaciones seguirán siendo dedicadas a Ud.

Gastón: Yo pensaba que esa conversación, no podía terminar bien.

Sara: A propósito, si ya terminaron de comer ¿me acompañarían?

Gastón: Los tres hicimos fondo blanco, de los vasos de gaseosa; y, Miguel exclamó: Yo la sigo hasta el fin del mundo. Mi madre sonrió, se levantó y se dirigió hacia la escalera; y, antes de subir el primer escalón, giró su cabeza, verificando que la seguíamos; lo cual, hacíamos, como los patitos siguen a su madre pata.

Yo: ¡No te puedo creer! ¡Qué mujerona! Seguí contándome por favor.

Gastón: Una vez que terminó de subir la escalera, se dirigió en línea recta, hacia el dormitorio de mis padres. Mientras tanto, Lucas y Miguel, me miraban cómo preguntándome que pasará.

Sara: Pasen y póngase cómodos.

Gastón: ¿Cómo? Le pregunté.

Sara: Vos Miguel, por favor ¿me bajarías el cierre del vestido?

Gastón: Al escucharla, nos miramos los tres, no creyendo lo que supuestamente estaba sucediendo; así que, con Lucas, nos sentamos en el borde de la cama matrimonial, observando como Miguel, se las ingeniaba para desabrochar el vestido y bajarle el cierre, y no quedar como un pelmazo.

Yo: ¡Guau!

Gastón: Miguel logró hacerlo, como si supiera. A mitad de recorrido del cierre, sus breteles se deslizaron de sus hombros, quedando descubiertos sus pechos. A pesar de conocerlos, Lucas y yo, quedamos deslumbrados. Cuando Miguel llegó a bajar el cierre hasta el final, el vestido cayó por propio peso, hasta sus pies. Entonces, Lucas y yo, teníamos la mejor imagen de todas, la de ella, de cuerpo entero, esbelta y majestuosa; con sus pechos libres y sus pezones erectos; con sus larguísimas y torneadas piernas, enfundadas en medias negras de liga, sostenidas por el portaligas, que calzaba en su contorneada cadera, como la forma de una guitarra; y, finalmente, una diminuta tanga, que difícilmente, contenía los labios de su vagina.

Yo: Seguí, por favor; ya, me estoy calentando.

Gastón: Miguel, desde atrás, sin pedir permiso, estiró sus brazos, apoyando cada una de sus manos, en los senos de ella, comenzando a acariciarlos. Lucas y yo, nos reincorporamos como resortes, para zambullirnos en sus tetas; pero, Lucas, amablemente me dio paso, como respetando cierta propiedad; luego, nos turnamos y acomodamos, para succionar y mordisquear cada uno, en un pezón.

Miguel: ¡Qué mujer! ¡Por Dios!

Gastón: Después de su exclamación; y, al ser desplazadas sus manos de los senos de mi madre, Miguel bajó sus manos, para con una, masajear sus nalgas; mientras que, con los dedos de la otra, desde atrás, jugaba con la vagina, por encima de la tanga.

Yo: Jamás te hubieras imaginado que aquello podía suceder ¿verdad?

Gastón: No, para nada. Al rato, observo que mi madre, con una mano, acariciaba el bulto de Miguel, por encima de su pantalón; y, con la otra, acariciaba de la misma manera, a Lucas.

Yo: ¿Vos les conocía los miembros a ambos? Digo, porque contaste que se masturbaban en manada.

Gastón: Sí. El de Lucas, era un tanto más chico que el mío; pero, el de Miguel, era un verdadero tronco.

Yo: ¿Qué pasó después?

Gastón: Bueno, al rato de estar los tres sobre ella, decidió abrirse paso entre Lucas y yo, sentándose en el borde de la cama; nosotros, la seguimos y cuando estuvimos cerca, ella me bajó el cierre de la bragueta, metió la mano, me sacó el miembro y se llevó a la boca; mientras, Lucas y Miguel, se bajaron los cierres de sus braguetas, sacaron sus miembros por sus propios medios, y comenzaron a masturbarse, observando la mamada. Luego, ella tomó la verga de Lucas, y se la llevó a la boca; así que, yo me agaché a seguir acariciando sus senos y succionando sus pezones.

Yo: Se estaban pegando un festín ¿verdad?

Gastón: Sí, no lo podía creer. Después, le tocó el turno a Miguel, y, observé que, a mi madre, le costaba mamarlo; así que, lo hacía de costado y se lo introducía hasta la mitad, para no ahogarse; la verga de Miguel, era notoriamente grande.

Yo: ¡Guau! ¿Y cómo siguió?

Gastón: Después de una buena mamada, ella se acostó de espaldas y jaló a Miguel de sus caderas; evidentemente, deseaba que ese pedazo debutara en ella. La verdad, parecía que Miguel sabía lo que hacía, porque ella comenzó a gemir inmediatamente. De repente, me ordenó que se la metiera en la boca, mientras tanto; supongo que, porque sabía lo mucho que gustaban sus mamadas.

Yo: ¿Y Lucas?

Gastón: Le cedí el lugar, para que disfrutara de sus pechos. Así estuvimos un buen rato; hasta que ella acabó.

Yo: ¿Y luego?

Gastón: Se giró con Miguel adentro todavía, quedando recostado sobre uno de sus laterales; y, me indicó que me deseaba por detrás; así que, me acomodé y ella con su mano tomando mi pedazo, lo puso en la puerta del ano; pero, era tal la fuerza con cogía Miguel, que yo apenas tuve que moverme, para que mi verga, entrara por completo en su cola. Lucas aprovechó y tomó mi lugar, aceptando ella chupársela.

Yo: ¡Guau! ¡Le estaban haciendo un trío a tu madre! Mejor dicho, un “gang bang”

Gastón: Sí. Al rato, Miguel la inundó; pero, no la sacó, siguió bombeándola; pero, ella le exclamó: “No seas acaparador. Ahora, le toca a Lucas”. Entonces, Miguel obedeció, e intercambiaron lugares; pero, a Lucas, ella lo tuvo que ayudar; evidentemente estaba nervioso y se comportaba torpemente. Así que Miguel, le apoyó su verga en la boca de ella y se zambulló en sus tetas.

Yo: Vos te quedaste en su cola, por lo que veo. ¿Cómo se portó Lucas?

Gastón: Sí. Yo adoraba ese lugar apretado; y, por sus dichos susurrados a mi oído, le gustaba como se lo hacía. Lucas acabó rápido; pero, siguió cogiéndosela hasta que ella tuvo otro orgasmo.

Yo: ¿Y después?

Gastón: Miguel quería hacerle el culo a mi madre; pero, ella de lo negó, diciéndole que aquel agujero, era exclusivo de su hijo.

Yo: ¡Guau! ¿Y qué hizo?

Gastón: Le ordenó a Miguel, que volviera a su vagina, premiándolo con la exclamación: “Vuelve a cogerme, que lo haces muy bien”. Así que, el encantado; hasta hizo alarde de su verga y le hizo jueguitos, que la enloquecían. Mientras tanto, yo le inundaba el culo con mi leche. A esa altura, ya un chiquero de fluidos.

Yo: ¿Y cuánto lo estuvieron haciendo?

Gastón: Yo estimo que habremos estado como tres horas, hasta que quedamos exhaustos.

Yo: ¿Y volvieron a hacerlo en otra oportunidad?

Gastón: No. Nosotros al otro día, viajamos a la nueva localidad; pero, cuando hablábamos por teléfono, ellos me lo agradecieron, por mucho tiempo.

Yo: Y en la nueva residencia, ¿vos seguiste teniendo relaciones sexuales con tu madre?

Gastón: Sí; pero, a fin de ese año, yo tuve que mudarme, para seguir estudiando en la Universidad; y, nunca más se dio; así que, cada uno, hizo su vida; pero, hasta el día de hoy, sigo recordando mi adolescencia con ella, es lo mejor que me pudo haber pasado.

Yo: Bueno ¿Quieres que me vista como tu madre? Así me das una buena cogida; porque quedé recaliente.

Gastón: No hace falta, la que me mata hoy de calentura, sos vos.