La confesión de mi esposa PARTE 2

Capitulo 2: La fantasía y las pruebas. Le pido a mi esposa que me sea infiel otra vez pero que esta vez me regale pruebas de su infidelidad...

Estimados nuevos lectores, los invito a leer el primer relato de esta serie "La confesión de mi esposa"  https://www.todorelatos.com/relato/137284/   para mayor entendimiento de la historia. ¡Disfruten!

Los meses posteriores a esa noche pasaron con total normalidad. Mi relación con Melisa se había recuperado por completo y disfrutábamos de nuestro matrimonio como nunca antes. En cuanto a mis sentimientos y sensaciones respecto a la infidelidad, pasó algo extraño. Debido al amor que sentía por Melisa, recordar lo ocurrido aun me provocaba unos celos incontenibles. Lo extraño era que, en vez de enfadarme, tal cantidad de celos empezaron a provocarme placer sexual. Al poco tiempo, me encontraba fantaseando con que Melisa me fuese infiel otra vez. Al principio no podía creer como un hombre tan celoso como yo pudiese fantasear con algo así, pero con el pasar del tiempo y tras realizar cierta investigación, concluí que lo mejor era dejar fluir esa fantasía ya que podía ser algo pasajero. No lo fue.

Al cabo de unos meses, mi fantasía era incontenible. Decidí hablarlo con Melisa y decidí hacerlo un sábado en la noche mientras teníamos relaciones sexuales. Yo estaba encima de ella, en la posición del misionero. La relación había empezado hacía escasos dos minutos, pero mi clímax estaba cerca. Antes de que eso suceda, decidí hablarle del tema:

- ¿Sabías que el relato de tu infidelidad me excitó cuando me lo contaste? – Le pregunté mientras la penetraba.

- Lo sé.

- ¿Cómo lo sabes?

- Estaba sentada encima de ti, ¿recuerdas? Sentí tu erección . – Me respondió mientras entrelazaba sus brazos detrás de mi cabeza para besarme.

El hecho de que ella lo supiera y que disimuló todo el asunto, me excitó aún más.

- Me ha excitado que me hayas sido infiel. – Le dije con la mente obnubilada por la excitación.

- Lo sé.

Su poder sobre mí, me excitaba. El hecho que supiera que yo me excitaba con la imagen de ella poseída por otro hombre y que se lo tomara con tanta naturalidad, me extasiaba. Todo mi raciocinio había sido anulado por la excitación cuando continué.

- ¿Lo harías otra vez? – Le pregunté jadeando intensamente.

Me miró a los ojos, abrió un poco más sus piernas, gimió levemente y me respondió contundentemente: ¡SI!

Era mucho para mí. Mi eyaculación era incontenible. Aceleré el ritmo de penetración y antes de poder disfrutar de mi clímax, me dijo:

- Si vas a terminar, sácalo antes de eyacular.

Hice lo que me pidió. Saqué mi pene de su sexo y exploté en un intenso orgasmo eyaculando en el condón. Nos acostamos en la cama y nos dormimos.

Melisa no solía seguir la corriente de mis conversaciones eróticas durante nuestros encuentros sexuales. El hecho de que esa vez lo haya hecho significaba que realmente lo quería. Además la mirada que tenía cuando me lo dijo, delataba pasión y deseo. Después de tantos años de conocerla, simplemente sabía que ella lo quería.

Por mi lado, después de esa noche, mi mente tenía como único pensamiento esa fantasía. Sabía que no iba a parar hasta conseguir lo que quería. Creo que hablarlo durante el sexo me daba más valor o simplemente, debido a su excitación, disminuía la posibilidad de que ella rechazara la propuesta. Por ese motivo, decidí esperar hasta el próximo encuentro sexual y proponerle a Melisa que la llevemos a cabo en verdad. No sabía cómo lo íbamos a hacer, no sabía dónde, no sabía cuándo y no sabía con quién. Lo único que sabía es que no quería que Alex fuera el que se acostara con mi esposa.

Tuve que esperar algunas semanas, ella realmente no tenía ganas de tener relaciones. Pero finalmente, un viernes por la noche, luego de tomarnos unas copas y algunos besos apasionados, las cosas acabaron en la cama. Otra vez estábamos en la posición del misionero cuando decidí introducir el tema:

- ¿Te gusta cómo te penetro? – Le dije.

- Sí, me gusta.

- ¿Te gusta que te penetren?

- Me encanta ser penetrada. – Me respondió con una ligera intensificación de su respiro.

- ¿Te gustaría que otro hombre te penetre?

- Si.

- ¿Te gustaría sentir el pene de otro hombre dentro de ti, mi amor?

- Sí, me encantaría amor. Me encantaría que otro hombre me coja.

El morbo se había apoderado de nosotros. Melisa estaba jadeando, movía su pelvis para intentar recibir una penetración más profunda. Realmente estaba excitada. Creo que nunca la había visto así y eso me excitaba aún más.

- Melisa quiero que te coja otro hombre, quiero que me seas infiel. – Le dije mientras intentaba penetrarla lo más fuerte posible.

- ¿Estás seguro, Juan? – Me respondió con un tono de seriedad mirándome fijamente.

Sabía que esa pregunta había que descontextualizarla. Sabía que era la verdadera Melisa preguntando y no la Melisa excitada. Sabía que después de esa respuesta no había vuelta atrás. Sabía que ese era el último stop antes de dar plena luz verde.

- Si, déjate coger por otro hombre.

Melisa me abrazó y me besó. Me dijo que me tumbara. Se puso encima de mí, insertó mi pene en su sexo y empezó a moverse lentamente.

- ¿Quién quieres que te coja? – Le pregunte mientras tocaba sus senos desnudos.

Ella no respondió. Solo gimió y aceleró el ritmo.

- ¿Quieres que sea tu jefe?

Gimió nuevamente.

- ¿Quieres que sea mi amigo Samuel?

Empezó a gemir intensamente. Se movía muy rápido mientras sus manos jugaban con su cabello. Tenía los ojos cerrados. Realmente estaba disfrutando ese momento y al parecer el nombre de mi amigo había intensificado su excitación.

- Alex será el que me coja. – Me respondió entre gemidos.

Fue como si me hubiesen lanzado un balde de agua fría. Era la única persona que no quería que lo hiciera con mi mujer. Estaba a punto de decirle que aceptaría con cualquiera menos Alex, pero ella continuó:

- Solo Alex va a tener mi cuerpo. No va a haber ningún otro hombre capaz de hacerme disfrutar como él. Alex va a ser mi amante.

Mientras pronunciaba esas palabras su ritmo era máximo, su jadeo intenso y sus gemidos ensordecedores. Definitivamente estaba llegando al orgasmo. Yo no quería truncar su orgasmo, pero esa situación y ese ritmo era demasiado estimulante para mí. Intenté con todas mis fuerzas detener mi eyaculación, pero cuando escuché a Melisa gritar el nombre de Alex mientras se movía, todo esfuerzo fue en vano. Tuve que avisarle que iba a eyacular. Ella se detuvo contrariada, sacó mi pene de su sexo para que pueda eyacular y se echó sobre la cama. Lamentablemente no pude regalarle ese orgasmo a mi esposa.

Mientras yo me sacaba el condón con semen y me limpiaba, Melisa a mi lado seguía excitada. Fue ella quien en ese mismo instante me insistió en determinar los detalles de semejante locura. Consideré que era un buen momento para hacerlo y dejé que ella hablara primero.

- No quiero que estés presente, me sentiría muy incómoda. Esa es mi única condición. El resto elígelo tú, yo ya escogí con quien hacerlo.

Yo ya había pensado en las condiciones, así que no tardé mucho en formularlas correctamente.

- No quiero que le hagas sexo oral. Por razones obvias tiene que ser con condón y no puede eyacular mientras te penetra. Y la última, dado que no quieres que esté presente, quiero que me cuentes todo al regreso, así como lo hiciste aquella vez con lo de la infidelidad. También quiero que me traigas una prueba, o muestra, o llámala como quieras. En cuanto al cuando y donde, no importa, eso te lo dejo a ti.

Me sonrió y me dio un beso antes de dormir. Supongo que eso determinó el cierre de nuestro pacto.

Sinceramente pensé que a los pocos días Melisa me hablaría para repensar lo que habíamos acordado, pero no fue así. La situación era excitante y morbosa. Tenía a mi esposa que había acordado plenamente serme infiel, me había dejado en claro con quien iba a ser y no estaba teniendo ningún sentimiento de arrepentimiento. Además, yo estaba a la espera de que un día cualquiera me llegue un mensaje de mi esposa diciéndome que no iba a llegar a casa porque iba a pasar la noche con el hombre con el cual ya me fue infiel una vez. Debo admitirlo, el morbo me tenía excitado casi el cien por ciento de mis días.

Al cabo de tres semanas, mi excitación seguía como en un principio, pero Melisa todavía no había dado el paso. Pensé que se había arrepentido y definitivamente no iba a presionarla para que lo haga.

Era un jueves de Junio, verano en esta parte del planeta, cuando recibí un mensaje de Melisa. “Mañana es el aniversario del banco y hoy es la fiesta”. El banco donde trabajaba Melisa, solía celebrar una fiesta anual la noche antes del aniversario y dejando la jornada siguiente libre a todos sus empleados. Lamentablemente yo sí tenía que trabajar al día siguiente, así que le contesté que la podía acompañar, pero no hasta muy tarde.

“En realidad era para avisarte que hoy no voy a llegar a casa. Tengo la vestimenta que usaré en la fiesta, la traje conmigo esta mañana. Me cambiaré aquí e iremos a la fiesta… con Alex. No llegaré a dormir.”

Hasta ese día, había imaginado un millón de posibilidades respecto al cómo, cuándo y dónde de la fantasía. La fiesta de aniversario del banco no estaba entre esas. El mensaje me tomó desprevenido, no me di cuenta de lo que estaba pasando hasta después de algunas horas. Mi día de trabajo había terminado, me dirigí a casa y lo único que hice fue sentarme en el mismo sofá donde me había confesado detalladamente su infidelidad. Eran ya las nueve de la noche y yo seguía sentado. Sabía que ella ya estaría en la fiesta con Alex y la excitación empezó a invadir mi cuerpo. No me importaba a qué hora llegase, yo la iba a esperar, al día siguiente llamaría al trabajo excusando mi inasistencia con un resfrío.

Eran las 5:30 am cuando Melisa regresó a casa. Intentaba arreglarse un poco el vestido, pero nada podía con el maquillaje corrido y el cabello despeinado. Caminaba de manera extraña, no era borrachera, ni siquiera sus tacones. Parecía que algo le molestaba en la zona de su sexo. Solo después de su relato entendí que no podía caminar por tanto sexo practicado esa noche. La habían abierto. Fui corriendo hacia ella y la besé con fuerza. Era un beso sexual, no amoroso. Le toqué los senos con una mano y con la otra el culo.

- ¿Dónde están tus bragas? – Le pregunté al no sentirlas por encima de su vestido.

- Las tiene Alex. Estoy agotada, vamos a la cama y te contaré todo.

Nos dirigimos al dormitorio. Se sentó con suma cautela sobre la cama emitiendo un ligero sonido de incomodidad. ¡Realmente la había penetrado fuerte! Nos acomodamos los dos y comenzó.

- Cuando desperté ayer en la mañana sabiendo que ese iba a ser el día que lo haría, me invadió un sentimiento de lujuria. Físicamente mi cuerpo me lo pedía hacía ya algún tiempo. El último orgasmo que tuve, irónicamente, fue la última vez que lo hice con Alex. El otro día estuve cerca de tener uno contigo pero no pudimos completarlo, lo cual me dejó aún más caliente. Además que estoy en época de ovulación, el alboroto de mis hormonas me genera un deseo sexual aún mayor. Pero no era solo un hecho físico, era el estímulo mental que la fantasía provee. En realidad, en mi caso el estímulo no venía exactamente de la fantasía, sino del recuerdo. No me excitaba la idea de serte infiel y volverte cornudo, más bien me excitaba la idea de revivir la sensaciones de mi primera vez con Alex, ese sentido de estar con un macho, un semental, de sentirme totalmente entregada y perder mi voluntad a cambio de placer físico. En fin, ayer me sentía excitada.

Sabía desde la mañana, antes de ir al trabajo, que no iba a volver a casa, así que puse mi vestido rojo en la cartera, mis tacones nude y las bragas más pequeñas que tenía. Eran las que me regalaste en nuestro aniversario, obviamente ya no las volverás a ver, pero no importa, ya compraremos otras. Fue uno de los días de trabajo más divertidos que tuve. Me la pasé coqueteando con Alex todo el día. El no entendía lo que pasaba ya que no sabe de nuestro acuerdo e intentaré que nunca lo sepa. Pero Alex no es de los que pierde tiempo, al ver que yo le coqueteaba, aún sin saber el motivo, decidió seguirme la corriente. Gracias a nuestro acuerdo me sentía más relajada, más libre, solo era cuestión de convencer a Alex que ese día iba a ser suya, ya no tenía que lidiar con mi conciencia y remordimiento.

Antes de ir a la fiesta, me cambié en el baño de la empresa y me fui con Alex. Me encargué de estar pegada a él toda la noche, pero sin ser muy evidente para que los demás colegas no empezaran a crear rumores inapropiados. La fiesta duró sorprendentemente poco. Llegamos a las 5:30 de la tarde y a las 9:30 ya se habia acabado. Alex propuso continuar la fiesta en alguna discoteca, pero nadie aceptó. “Yo voy contigo” le dije. No pensó la respuesta ni un solo segundo, me ofreció el brazo en signo de caballerosidad y me acompañó hasta su auto. En el auto me habló de lo aburrido que eran nuestros colegas y de lo bien que la pasaríamos los dos.

En la discoteca no paramos de bailar, mientras las copas iban y venían. Todo era muy divertido pero necesitaba mandarle una señal a Alex para que entendiera que yo quería algo más que solo bailar con él. En una canción lenta, un poco romántica, aproveché la oportunidad. Me pegué a él, apoyé mis brazos en sus hombros y dejé que el apoyara sus manos en mi cintura. Lo miré a los ojos y sin decir nada lo besé. Nos hundimos en un beso tan apasionado que duró toda la canción. Creo que Alex había entendido el mensaje. Empezó a tratarme como si fuera su novia. Me besaba cuando quería, me tocaba cuando y donde quería. Incluso por un momento llegué a sentir que era su novia y esa sensación a mí me excitaba. Las cosas se iban calentando cada vez más entre nosotros, pero el momento que sentí la necesidad de pasar al siguiente paso, fue cuando en medio de la multitud de la pista de baile, me levantó ligeramente el vestido, lo suficiente para que solo se entreviera mi sexo y la curvatura del ultimo tercio de mis nalgas, donde estas se unen a mis muslos posteriores. Justamente en esa unión el posó su mano y con sus dedos llegó a frotarme ligeramente los labios vaginales por encima de mis bragas. Ese momento me sentí suya, empecé a sentir ese sentido de entrega del cual te hablaba antes. Arqueé un poco mi espalda involuntariamente y el único resultado fue excitarme más debido a su roce más fuerte.

Esta vez fui yo quien pidió que nos vayamos. Mirándolo a los ojos le pedí que me llevara a su casa. Mientras caminábamos hacia su auto, el me tocaba el culo, me lo apretaba e incluso me daba suaves nalgadas. Había gente que nos miraba pero a mí no me importaba. En la recta final del parqueo donde se encontraba el auto, incluso me subió el vestido, dejando al descubierto la totalidad de mi culo y mis bragas. A mí me gustaba como se deleitaba conmigo, así que seguí caminando como si nada hubiera pasado, dejando que se divierta con mi cuerpo. Llegados al auto, me acompañó a la puerta del lado del pasajero, me apoyó contra el auto y me besó con fuerza. Sentí el metal frío de la puerta pegarse a mi culo, pero lo único que hice fue corresponder ese beso lleno de lujuria. Mi mano se posó sobre su pantalón, a la altura de su pene el cual ya estaba duro. Lo envolví con mis dedos y con un jadeo que salió de lo más profundo de mi ser, le dije otra vez que me llevara a su casa. Él se acercó un poco más a mí y, susurrándome al oído, me ordenó que me quitara las bragas. Se fue a la parte del conductor dejando la puerta de mi lado abierta para que subiera. Lo miré caminar por unos segundos, intentando entender cómo era posible que ese hombre provocara semejante excitación en mí. Claro que mientras intentaba aclarar mi perplejidad, yo ya estaba agachada intentando recoger las bragas que se habían atorado en mi tacón derecho mientras me las quitaba. Reacomodé mi vestido y subí al auto.

Alex ya estaba sentado, listo para partir. Lo miré entre risas y le tiré mis bragas delicadamente provocando, sin intención, que éstas cayeran sobre su pantalón, justamente a la altura de su erección. El agachó su cabeza para mirarlas, me miró a mí y esbozando una sonrisa me ordenó que se las pasara con la boca. Esas son las ocurrencias que separan a un hombre común de un semental como Alex. Esas son las ocurrencias que a mí me llevan a un estado de entrega y deseo puro. En menos de diez segundos, mi cabeza ya estaba sobre su regazo. El aroma a excitación que sentí, provenía de mis bragas, las cuales estaban húmedas por lo que había sucedido anteriormente. Además, yo conocía el aroma íntimo de ese hombre y definitivamente el que sentí en ese momento no era el suyo. Extrañamente, me excitó de igual manera, creo que la idea de que solo con algunos besos y pequeños roces había logrado que mojara mis bragas, me gustaba. Apoyé mi boca sobre su regazo asegurándome poder tocar su pene con mis labios aunque sea por algunos segundos, y recogí las bragas. Me levanté con las bragas colgando de mi boca y lo miré, esperando su próxima orden. Me las quitó con su mano y las guardó en el bolsillo de su chaqueta. Yo seguía inclinada hacia su asiento, mirándolo. Puso su mano detrás de mi cabeza y la dirigió suavemente hasta su regazo. Era el vía libre que estaba esperando, el permiso que necesitaba para poder chuparle el pene. En el tiempo que tardó en encender el motor y ponernos en marcha, yo ya había desabrochado su pantalón y liberado su pene de esa prisión. Ese sí era su aroma. Lo introduje directamente en mi boca y empecé a deslizarla de arriba abajo con mucho frenesí. Él se había relajado, se bajó ligeramente el pantalón sin que su posibilidad de conducción se viera afectada, y le regaló a mi boca la porción de su pene que todavía se encontraba dentro del bóxer. Yo literalmente gemía mientras le hacía sexo oral. Me notó tan excitada que, de vez en cuando, intentaba alcanzar mi sexo con su mano, lo cual lograba pero la conducción demandaba más atención. Es obvio que practicar sexo oral no genera directo placer físico, pues no se estimula ninguna zona erógena, pero si genera placer mental. La mente se encarga posteriormente de transformar ese placer mental en físico. Es por ese motivo que me gustaba tanto chupar su pene, que sentía que iba a llegar al orgasmo. El viaje de ese parqueo a su casa debió durar aproximadamente veinte minutos, durante los cuales no levanté la cabeza ni un solo segundo. Lamí, chupé, restregué por mi rostro y saboreé ese pene durante todo el camino.

Al llegar al parqueo de su edificio, me levanté despeinada y confundida. Su pene estaba completamente mojado por mi saliva, al igual que los alrededores de mi boca y mi mentón. Mientras sostenía el pene de Alex con la mano, le di un beso en la boca. Los alrededores de mi boca mojaron los alrededores de la suya. No fue un beso normal, fue un beso extremadamente mojado, estaba claro que la salivación de mi boca estaba alterada debido a la actividad oral a la cual me había dedicado durante los últimos veinte minutos. Nos bajamos del auto y nos dirigimos al ascensor. Mientras lo esperábamos, me tiró contra la pared, me besó y sin perder tiempo, introdujo su mano debajo de mi vestido, sobre mi sexo desnudo y mojado. Para el momento que introdujo un dedo dentro de mí, yo ya tenía su pene otra vez en la mano, aunque por encima del pantalón. Mis gemidos no tardaron en escucharse, al igual que el ascensor llegando al piso. Sacó su dedo de mi sexo y entramos al ascensor. Me ordenó que me pusiera mirando el espejo de la parte trasera del ascensor, empinando mi culo en dirección a la puerta. Así lo hice. Mi posición era similar a la de los criminales cuando son aprehendidos y se apoyan sobre la patrulla policial. Mis manos contra el espejo, mi torso ligeramente inclinado y mi culo descubierto completamente ofrecido a Alex. Esa posición permitía una penetración de su dedo más profunda, por lo que continuó a masturbarme con fuerza. Yo gemía alocadamente y mientras lo hacía, veía a Alex por el reflejo masturbándome y con una una erección prominente. No podía más. La situación, el placer que me estaba provocando, la excitación que arrastraba desde antes, mi completa entrega. Todo eso pudo conmigo. Grité con todas mis fuerzas que me coja ahí mismo, no me importaba el lugar ni el hecho que no tuviera condón, tenía que apagar ese fuego que quemaba dentro de mí. El no perdió tiempo. A la primera suplica, se sacó el pene del pantalón, me dio la vuelta, me rodeó con sus brazos y me levantó. Yo envolví mis brazos a su cuello, mis piernas a su cintura y me elevé del suelo. Apoyó su pene en la entrada de mi sexo y dejó que se empape de mis fluidos para facilitar la penetración. Antes de que me diera su primera embestida, las puertas del ascensor se abrieron. Debo admitir que en ese momento odié esa interrupción con todo mi ser, sin embargo, fue lo único que pudo frenar mi impulso de dejarme coger sin condón.

Salimos sin siquiera vestirnos y entramos al departamento. Yo no quería ni que me llevase al dormitorio. Mientras le quitaba la ropa, le pedí que me lo haga ahí, en la entrada, ese mismo instante. Fue corriendo a su dormitorio y en menos de veinte segundos volvió con un condón en la mano. Yo lo estaba esperando en la misma posición que la del ascensor, cuando me masturbaba. Mis manos contra la puerta, mi torso inclinado, las piernas separadas y el culo apuntando al pasillo por donde llegaría mi amante. Mis ojos estaban cerrados y la cabeza agachada, ni siquiera volteé a ver el momento que Alex me introdujo su pene. Simplemente sentí su invasión y la recibí con gusto. La esperaba con ansias. Me tomó de las caderas y empezó a embestirme con fuerza. Mis manos chocaban contra la puerta lo cual provocaba un leve ruido, incomparable al ruido provocado por el choque de su vientre contra la parte superior de mis nalgas a cada penetración profunda. Me embestía tan fuerte que era difícil mantener el equilibrio por los tacones que llevaba. Los diversos impactos provocaron que mis senos salieran de mi vestido y la distancia que mis brazos habían establecido entre la puerta y mi rostro, se anuló. Mi cabeza apoyaba contra la puerta, mi cabello rebotaba como si estuviera montando un caballo, pero mi torso seguía inclinado y mi culo empinado. Estaba completamente entregada, gemía con todas mis fuerzas, mi vagina no cesaba de mojar el pene de Alex. Separé lo más que pude mis piernas, empiné al máximo mi culo, apoyé las palmas de mis manos en la puerta simbolizando mi rendición y mirando al piso le supliqué que me siguiera cogiendo duro. Le pedí por favor, casi con lágrimas en los ojos, que no parara. Necesitaba ser cogida. La abertura de mis piernas permitió una penetración aún más profunda, me agarró de las caderas y me cogió con la fuerza digna de ese macho. Tardé menos de un minuto en llegar al primer orgasmo de la noche. Mis gemidos se volvieron incontenibles, mis piernas se debilitaron y temblaron. Tuve que apoyar mi rodilla en el piso para no perder completamente el equilibrio. Di la vuelta mi cabeza y su pene estaba a la altura de mis ojos. “¿Quieres parar?” Me preguntó. Claro que no quería parar.

Me levanté sola, fui hasta la mesa del comedor, recliné mi torso sobre ella y dejé nuevamente mi sexo a merced de Alex. Se puso detrás de mí, levantó mi pierna para que la apoyara sobre la mesa y empezó a cogerme. Si bien tenía solo una pierna en el suelo, la mayor parte de mi peso apoyaba sobre la mesa, por lo que me resultó más fácil mantener el equilibrio. Puso una mano en mi tacón y otra en mi cadera, así logró generar más fuerza. Mis labios vaginales estaba sensibles al igual que mi clítoris, sentía que el orgasmo iba a llegar en cualquier segundo, pues cada roce que su pene generaba al entrar y salir, era una descarga directa de excitación. Como antes de cada orgasmo, la generación de fluidos aumentó, llegaron a chorrear sobre la mesa, la cual me dio pena mojar. Empezó a darme palmadas al ritmo de su penetración. Fueron suficiente tres para que mi jadeo se intensifique y mis gemidos se vuelvan incontenibles. Estaba teniendo mi segundo orgasmo. No me dio tiempo para nada. Me dio la vuelta, me apoyó sobre el charco que mis fluidos habían generado, me abrió las piernas y siguió cogiéndome. Qué curioso que después de dos orgasmos, esa era la primera vez en la noche que miraba la cara de Alex mientras me cogía. Abrí mis piernas lo más que puede y las eleve en el aire. A diferencia de la otra vez, esta vez las únicas palabras que se escuchaban en esa sala, eran las mías, no las suyas. No eran órdenes como la otra vez, eran súplicas, súplicas de más sexo. Envolví mis brazos en su cuello y lo bese, luego envolví mis piernas en su cintura. No quería que ese hombre se me escapara, no quería que ese pene saliera de mí. Alex me envolvió con sus brazos y me levantó, tal cual lo hizo en el ascensor. Me llevó contra la pared más cercana, me tiró contra ella y siguió cogiéndome. Un espejo en frente nuestro reflejaba la espalda y nuca de Alex, mis manos envueltas en su cuello y mis piernas que se balanceaban de arriba abajo, conforme a la penetración que estaba recibiendo.

Si hubiera tenido mi celular a la mano, hubiera tomado una foto para enseñarte esa escena, estoy segura que te hubiera excitado tanto como a mí. Mi imagen de mujer casada, respetable, discreta, tradicional, fue totalmente defenestrada por la imagen que ese espejo ofrecía. Era más bien la imagen de una mujer infiel tirada contra la pared, insaciable, necesitada de sexo, escandalosa por los gemidos, entregada con las piernas completamente abiertas moviéndose al ritmo que el amante se la cogía. Un pie descalzo y el otro no, despeinada y con el anillo de bodas en la mano. Era más bien la imagen de una puta, la puta de Alex. Totalmente aferrada a esa espalda musculosa, potente, con sudor y con la fuerza necesaria para cogerse a esa mujer de esa manera. Esa imagen reflejaba la completa entrega, falta de voluntad y sumisión que te mencioné al empezar esta historia. Ésa era la imagen que hubiera querido enseñarte en fotos. Lo más excitante de esa imagen es que esa mujer era yo.

La situación era tan excitante, lujuriosa, sugestiva que no pude evitar tener otro orgasmo. Aplacados mis gemidos y mi orgasmo, Alex me soltó. Estaba exhausta. No pude mantener el equilibrio y me arrodillé nuevamente. Una vez más, Alex tenía su pene a la altura de mis ojos. Antes de que el me preguntara, fui yo quien le dijo “tu ganas, me rindo, ya no puedo más”. Noté un gesto de decepción en su rostro, yo había tenido tres orgasmos y él ni uno solo. Pero era obvio que no iba a dejarlo sin retribuirle aunque sea parte de todo el placer que me había dado. En esa misma posición, me arrodillé correctamente y le saqué el condón. Agarré su pene con mi mano, lo lamí desde la base y lo introduje en mi boca. Fueron quince minutos de sexo entre mi boca y su pene. Lo lamí todo y por todas partes, lo chupé tanto como pude, dejé que Alex me cogiera por la boca y obedecí todas sus órdenes de como chupárselo. Justamente estaba haciendo eso cuando me advirtió que iba a eyacular. Hice caso omiso a su advertencia. Estaba disfrutando tanto chupándole el pene, que aumenté mi ritmo hasta que sentí intensificarse su jadeo y sentí su pene pulsar. Lo saqué de mi boca dejándola abierta, recline mi cabeza hacia atrás, saque mi lengua como si estuviera a punto de chupar un helado y dejé que Alex eyaculara sobre mí. Salió con fuerza y por montones, una vez más, una cantidad digna de ese hombre, una cantidad suficiente para cubrir casi por entero el rostro de una mujer como yo. Algunos chorros cayeron sobre mi frente, otros llegaron hasta mi cabello, otros en mis mejillas y algunos incluso en mis ojos. Mi boca y mi lengua fueron las zonas más cubiertas de semen, supongo que por la cercanía a la punta de su pene. Me cayó en los labios, en los dientes, en la lengua y algunos chorros entraron directamente en mi boca. Unos segundos antes de que el pene de Alex perdiera su dureza, le pedí que lo apoyara sobre mi lengua y me tomara una foto. Así lo hizo. Jamás pensé decir esto, pero esa fue una de las vivencias más eróticas de mi vida. Tragué el semen que ya tenía en la boca. Hay muchos mitos sobre el mal sabor del semen, ninguno de ellos es cierto, por lo menos no si hablamos del semen de Alex. Me relamí los labios, y los alrededores de la boca, lamí por última vez el pene de Alex y tragué otra vez. Estaba exhausta. Alex me invitó a dormir con él pero no quise aceptar. Me acomodé el vestido que, increíblemente, después de tanto sexo seguía a medio poner, me despedí de mi amante y me fui.

Para cuando Melisa había terminado su relato, yo tenía el pene en la mano, estaba desnudo y me masturbaba con cada palabra que salía de su boca. Mientras buscaba algo en su cartera me dijo:

- Una cosa más, te traje la prueba que querías, o mejor dicho, un regalo. Este es el condón con el que me cogió Alex antes de que se lo sacara para chuparle el pene. Además, te acabo de mandar la foto que me sacó Alex para que veas que por lo menos no terminó dentro de mí, tal y como tú lo pediste. Espero te guste.

Apoyó el condón usado sobre mi pecho desnudo y se durmió. Mientras mi celular emitía el sonido de “mensaje recibido”, yo seguía con mi pene en la mano sin poder pronunciar palabra alguna. Decidí agarrar el celular y ver la foto. Era impresionante. El pene era más grande de lo que imaginé, la cantidad de semen era descomunal. ¿Hace cuánto no eyaculaba para poder producir tal cantidad? Efectivamente, el rostro de Melisa estaba cubierto de semen, se podía notar el semen acumulado en la boca, y gotas saliendo por el pene de Alex directamente sobre la lengua de mi esposa. Lo peor de todo es que ella estaba contenta, se notaba que había recibido esa eyaculación con gusto y placer.

Yo debería haber estado enojado porque Melisa no respetó ninguno de nuestros acuerdos, debería haber estado muerto de celos. Sin embargo, por lo menos ese momento, no era así. Me seguí masturbando mientras Melisa dormía y gracias a la foto que me había mandado y al aroma a sexo que emanaba ese condón sobre mi pecho, disfruté uno de los orgasmos más intensos de mi vida.

Ese día, debido a que nos habíamos dormido a altas horas de la madrugada, nos despertamos tarde, alrededor del mediodía. Ella no tenía que ir a trabajar y yo ya había avisado que no iría debido a un resfrio. No sabía cuál iba a ser mi expresión al ver a mi esposa a los ojos después de lo que había pasado, no sabía si sentirme enojado porque a pesar de que le pidiera que no le practicase sexo oral a Alex, lo hizo igualmente; o si sentirme enojado porque, una vez más, hizo cosas con Alex que en cambio conmigo se negaba rotundamente, por ejemplo dejar que eyacule en el rostro o pedirle que se lo haga sin condón. En realidad no sabía si eso me provocaba enojo o humillación. Por lo menos había usado condón. No sabía si sentirme humillado por no haber sido capaz de provocarle un orgasmo a mí esposa en más de cuatro años de relación, mientras que Alex en una sola noche le provocó tres. No sabía si sentirme avergonzado porque a pesar de todo lo anterior, me masturbé escuchando el relato de como se la cogían, viendo la foto de ella recibiendo el semen de Alex y oliendo su condón usado.

Al final, lo único que sentí fue felicidad. Cuando vi a mi esposa tan feliz, de tan buen humor y tan cariñosa, no quise reclamarle absolutamente nada. Me trataba con tanto cariño que, tanto mi enojo, mis celos, mi humillación y mi vergüenza, desaparecieron inmediatamente. Ese día fuimos a almorzar a un restaurante, luego fuimos a pasear al parque y a tomar helados. Fue uno de los días más lindos que compartí con mi esposa e irónicamente, se lo debía a Alex, mi peor pesadilla, el motivo de mi matrimonio perfecto.

Continuará...

Espero que les haya gustado. Recibiré con gusto cualquier comentario, crítica constructiva, cumplido aquí o a mi correo m_s_10_85@hotmail.com