La confesión
Mi novia se sincera conmigo y relata cómo tuvo sexo con otro hombre.
Esta historia ocurrió cuando Vanesa y yo llevábamos sólo unos meses viviendo en pareja. No hace falta dar demasiados detalles sobre nuestra relación para poder contarla; tan sólo uno importante: nuestro modo de llevar las infidelidades. Ambos entendemos que pueden llegar a ser inevitables pero, de la misma forma, sabemos que sólo tienen la importancia que se les quieran dar. Por supuesto que podemos caer en pequeños ataques de celos pero, en general, tenemos el acuerdo tácito de no contar nada. En la ocasión que voy a contar rompimos ese acuerdo, por culpa mía.
Por aquel entonces, yo no pensaba que Vanesa tuviese relaciones con otros, aunque no podía asegurarlo. Hacíamos el amor todos los días y ni siquiera yo, que soy bastante golfo, había tenida más de dos o tres escarceos fuera de la relación. Tal era nuestro nivel de satisfacción. Pero cierto día, por la mañana, observé como Vanesa se vestía de forma diferente a lo habitual. A pesar de que trabaja en una agencia de publicidad, como también va algunas horas a la universidad, suele ponerse ropa bastante normal, y siempre pantalones. Parece ser que bajo las escaleras de su facultad, que son metálicas, se suelen poner niñatos a sacar fotos de braguitas con el móvil. En esa ocasión, a pesar de que iba a estudiar se puso falda y un fino jersey, de cuello alto pero muy ajustado. Más sospechoso fue todavía que por la noche, cuando llegó a casa, no llevase sujetador. Y el hecho de que, ya en la cama, no le apeteciese sexo fue ya para mí la confirmación, por si lo demás no era suficiente, de que había tenido una aventura.
Todo habría quedado así pero, cierto tiempo después, salió a relucir, en broma, el tema de aquél sujetador. Al final, tras insistirla un poco, Vanesa me contó aquella infidelidad con todo detalle. Y este fue su relato, contado en primera persona:
«Conozco a Héctor desde que empecé los estudios en la facultad. Siempre me pareció un profesor muy interesante, pero no fue hasta tercero que me tuvo como alumna en su clase, cuando ya llevábamos dos años hablando de vez en cuando y gastándonos bromas en la cafetería. Evidentemente, no habíamos pasado de ahí.»
»Pero el hecho de que fuera mi profesor hizo que las fantasías furtivas que podía tener pensando en él se convirtieran en algo más. Las miradas y roces así lo atestiguaban. Una mañana, la conversación en la cafetería llegó al límite. Me preguntó que si tenía novio, y que si me follaba bien. Yo respondí afirmativamente a ambas preguntas. Sonrió y me dijo que, probablemente, él podría dejarme más satisfecha. Me pareció una fantasmada, pero, a la vez, hizo que se me empaparan las braguitas. Y a la mañana siguiente me vestí para provocarle, y tú lo notaste. Yo me di cuenta y eso me puso también muy caliente.»
»La clase era a última hora, y no me fue difícil sentarme en primera fila. Antes había ido a los lavabos, me había despojado del sujetador y me había acariciado los pezones hasta ponerlos erectos. El roce con la fina lana del jersey los mantuvo así durante la clase. Por lo demás pasé toda la hora lanzándole miradas provocativas, al tiempo que cruzaba y descruzaba las piernas, dejándole ver mis desnudos muslos -las medias sólo me cubrían hasta encima de la rodilla- y el diminuto tanga que me había puesto para la ocasión. Supuse que su erección debía ser evidente, por cuanto permaneció toda la clase ocultándose tras la mesa, mientras que normalmente solía pasear a un lado y otro de la tarima.»
»Tras la clase, mientras salíamos todos del aula, mi excitación era tal que temía que la humedad que invadía mi entrepierna resbalase por mis piernas y se hiciese patente para mis compañeros, y eso que todavía no tenía ni idea de qué podría pasar después. Pero en seguida Héctor me desveló la incógnita. Se acercó a mí y me dijo que debíamos revisar mi trabajo sobre colores corporativos. Yo jamás he presentado ningún trabajo semejante. Le acompañé. Poco después estábamos en el ala opuesta del edificio, desierta a esas horas y él me hacía pasar a su despacho. Yo me quité el jersey antes incluso de atravesar la puerta, quedándome desnuda de cintura para arriba.
-¿Sabes? -me dijo-. Los profesores nos podemos meter en un lío por este tipo de cosas. Pueden acusarnos de cosas muy feas. Verás: hay una cámara de vídeo grabando en este despacho, y quiero que digas en voz alta para qué estás aquí.
Yo, lejos de sentirme incómoda, me excité todavía más, tanto que estaba mareada. Y en ese estado me escuché decir a mi misma:
-Me encuentro aquí porque estoy loca de deseo. Quiero que al final no quede ni un solo centímetro de mi cuerpo que no hayas tocado, chupado o follado. Quiero que me hagas sentir como una sucia furcia. Quiero que me la metas en todas las posturas que existan...»
»No me dejó seguir, porque empezó a besarme en la boca con pasión. Y me corrí. Sólo recuerdo otra vez en mi vida que me haya ocurrido eso con un beso, y fue siendo una niña de quince años a la que nunca antes habían besado de verdad. Me aferré a él con fuerza, sentí su miembro erecto, a punto de hacer estallar sus pantalones. Sin dejar de besarle abrí su cremallera y lo liberé. Con gran lujuria comprobé que era el pene más grande que había visto nunca. Sin pensarlo dos veces me arrodillé en el suelo y le hice una buena mamada. Su polla estaba caliente y húmeda, después del calentón de la clase anterior. Pasados unos momentos era evidente que él estaba a punto de eyacular. Yo sabía que su estado de excitación era también brutal y prefería que se corriese una vez antes de penetrarme, para que luego me durase más. Él trató inútilmente de liberarse de mí, pero yo me abracé con fuerza a su trasero y sólo me solté cuando sentí su primera convulsión. Me saqué su pene de la boca, antes de que varios chorros de cálido y abundante semen inundaran mi cara. Yo no había podido evitar que mi vagina se convulsionase violentamente mientras tanto, y volví a tener un orgasmo. El segundo, y Héctor todavía ni me había tocado.»
»Sin reposo, enseguida tiró de mí para levantarme, me dio la vuelta y me abrazó por la espalda, manoseando mis pechos mientras me lamía el cuello. Cuando sus manos habían explorado ya todas las partes a las que podían llegar desde esa postura, levantó mi falda muy lentamente mientras acariciaba mis muslos. Una eternidad después, llegó arriba del todo, retiró delicadamente el tanga, mi coño prácticamente se deshizo al contacto con sus dedos y empecé a gemir como una loca. Cuando pensaba que por fin me iba a meter un dedo, alejó su mano, dejándome al borde de un ataque. Sin darme tiempo a protestar me sentó encima de su mesa, volvió a subir mi falda y me quitó el tanga, para después colocar su cabeza entre sus muslos. Su lengua se aventuró a través de mi rajita, haciéndome aullar nuevamente. Mientras, sacó con habilidad mi clítoris y, una vez al descubierto, empezó a lamérmelo. Sin dejar de hacerlo, sus dedos empezaron a penetrarme. Primero uno, luego dos e incluso tres, con mucha delicadeza.
-¿Te gusta esto?
-¡Oh! ¡Por favor, no pares! Haz que me corra -gritaba yo.
-¡Sí, zorra! Te vas a correr tantas veces que te volverás loca -me decía al oído mientras movía sus dedos con destreza. Con semejantes maniobras no tardé en venirme de nuevo.»
»-¿Preparada para follar? -me dijo mientras se incorporaba y cogía una caja de preservativos-.
-¡Oh, no puedo esperar más! Pero ves despacito ¿vale? -le respondí, de alguna manera intimidada por el tamaño de su pene-.
-¿Despacito? -sonrió al tiempo que se colocaba el condón-.
-Bueno -me expliqué, tratando de no parecer tonta-, tienes la polla más grande que he visto nunca, casi no me cabe en la boca, así que métemela con cuidado, por favor.
-No te preocupes -me respondió-, me terminarás pidiendo todo lo contrario.»
»Tras juguetear un poco con el glande entre los labios, se dispuso a introducirse, muy lentamente, en mi estrecha vagina. A cada centímetro que me metía yo sentía que aquel ardiente falo me destrozaba por dentro, como si me rompiese por la mitad. Gritaba de desesperación, pero no me atrevía a decirle que parase. Aunque parezca ridículo tenía miedo de quedar como una mojigata, pese a que había sido yo quien había propiciado ese encuentro. Sin embargo, pensar eso me excitó sobremanera, y sólo unos instantes después de que empezase a penetrarme, el placer me inundaba. Héctor se movía despacio y desde mi posición, sentada en la mesa, veía con claridad como su pene entraba sólo hasta la mitad, lo suficiente para llenarme por completo, y volvía a salir, empapado en mis jugos, cada vez más abundantes. El clímax era inminente y lo aceleré atrayendo a Héctor hacia mí, lo que hizo que me penetrase más profundamente.
-¡Ah, así, cabrón! Me vas a destrozar con tu enorme polla -le gritaba mientras guiaba sus movimientos con mis piernas, enlazadas alrededor de su trasero. Pese a que tenía cuidado de no introducirme todo su pene, sentía un fuerte dolor, pero el orgasmo que me produjo, largo e intenso, mereció la pena.»
»Pensé que él pararía para dejarme coger aliento, pero no fue así. Siguió penetrándome sin descanso, aunque sin forzar la máquina. Ya sabes lo loca que me pongo si sigues metiéndomela después de correrme: tuve que contener las ganas de llorar. Él alzó mis piernas hasta ponerlas sobre sus hombros y bajó un poco el ritmo, recreándose en cada embestida, mientras sus manos acariciaban todo mi cuerpo. Fue ralentizando los movimientos, y yo trataba de contrarrestarlo flexionando las caderas adelante y atrás. Finalmente se detuvo por completo.
-¡Pídemelo! -me decía desafiante-. Pídeme que te folle más.
Yo todavía conservaba un mínimo de mi habitual orgullo y no le dije nada. Saqué fuerzas de flaqueza y conseguí moverme lo suficiente para que me llegase un nuevo orgasmo, que me dejó exhausta.»
»Yo estaba sorprendida del número de veces que me había corrido, pero pensé que, sin embargo, en gran medida habían sido fruto de mi excitación y no exclusivamente por las capacidades amatorias de mi profesor. En realidad no me pude detener en esos pensamientos durante mucho tiempo, porque la lengua de Héctor volvía a recrearse en mi clítoris hasta volver a ponerme a tono. Se echó hacia atrás y se sentó en la silla, atrayéndome hacia sí. Yo le di la espalda y, sentándome sobre él, comencé a introducirme su delicioso pene. Durante un buen rato, yo tuve el control, y me movía de tal forma que su glande apenas atravesaba la entrada de mi vagina, lo suficiente para hacerme vibrar de placer. Pero otra vez tuve que reprimir un aullido de dolor cuando él, asiéndome por los muslos, empezó a moverme a su antojo. Yo veía entrar y salir ese hermoso miembro de mi pequeña rajita mientras me susurraba al oído obscenidades:
-Nunca me has engañado. Sabía que detrás de esa fachada se escondía una zorra de cuidado. Voy a enseñarle el vídeo que se está grabando a todos tus compañeros para que vean cómo se folla a una puta que va de niña bien, y hagan cola para que les supliques que se corran en tu cara.»
»Desde luego, Héctor sabía cómo encenderme. Agarrándome firmemente, se levantó de la silla sin sacarla de dentro de mí. Yo aullaba mientras él, de pie, me empalaba con su verga. Sin inmutarse lo más mínimo y, tras arrojarme de nuevo sobre la mesa, empezó a penetrarme estilo perro. Sabía como controlar la velocidad a la perfección. Sin necesidad de acelerar la marcha consiguió que me corriese una vez más. Yo ya no era dueña de mí, necesitaba más aún, y acabé suplicando:
-¡Más fuerte! ¡Fóllame duro! ¡No pares!»
»Su respuesta no se hizo esperar. Ni siquiera me recordó que ya me había avisado que terminaría rogándole. Empezó a metérmela hasta el fondo a un ritmo frenético. El placer me inundaba de tal manera que apagaba el dolor que me producía su enorme miembro al introducirse en mi vagina por completo, violentamente. Perdí la cuenta de los orgasmos que llevaba y entré en un estado de aturdimiento del que salí cuando sus jadeos se hicieron más intensos. Yo veía, con cierta pena, que aquello se acabaría en breve, y traté de arengarle:
-¡Vamos, cabrón! No te irás a correr ahora ¿eh? ¿Crees que me has hecho sentir algo? ¡Ni siquiera me he enterado de que me has follado!
Héctor se incorporó, pensé que para correrse sobre mí, pero en lugar de eso me cogió en vilo, me apoyó contra la pared y continuó penetrándome salvajemente durante un buen rato. Aquel arrebato me condujo a un orgasmo casi insostenible, y me encantó pensar que lo había provocado yo, al gritarle aquella sarta de mentiras. Finalmente salió de mí, e hizo que me agachase. Yo, agradecida, le saqué el preservativo y le ayudé a descargarse sobre mi cara.»
»Salí de su despacho directa a los lavabos, donde tuve que meter la cabeza debajo del grifo para eliminar el semen de mi cabello, y de paso serenarme un poco. Miré el reloj: sólo habían pasado cuarenta minutos desde el final de la clase, pero me habían parecido una eternidad. Por la noche todavía estaba dolorida después de semejante sesión de sexo. No te extrañe que no quisiese hacer el amor contigo.»
Así acabó Vanesa su evocación de los hechos. Nos habíamos puesto tan calientes que hicimos el amor salvajemente, empezando incluso antes de que ella terminase su relato. Ella tuvo suerte: la mayoría de mis infidelidades son bastante más aburridas.