La conferencia
Una cena de agradecimiento a unos conferenciantes supuso una oprtunidad única para ponerle cuernos a mi marido.
La Conferencia.
Historia de mi primera infidelidad.
Mi nombre es Soledad, Sole para los amigos. Trabajo en una ONG, y mi trabajo consiste en concienciar a la población sobre las necesidades de cumplir las normas de seguridad vial. Soy licenciada y tengo treinta y tres años. Soy rubia, bastante delgada y mido 1,63. Bueno, aunque no soy muy exuberante, tengo éxito con los chicos, por que soy muy femenina, un poco coqueta y, según dicen algunos, muy suavona. En fin, no dudo en utilizar mis encantos femeninos para convencer a los jefes, y engañar a los compañeros, lo reconozco. Por eso me gusta trabajar más con chicos que con chicas.
Cuando Lorenza, Loren, comenzó a trabajar conmigo, todo iba muy mal entre nosotras. Yo la veía como una niñata. Tiene veintitrés años, recién acabada la carrera, un poco creída, y aunque era un par de dedos más baja que yo, con las botitas, era más alta, y está más rellenita. Las dos somos rubias, pero ella tiene la cara redonda, la boca sensual y los ojos verdes. Yo en cambio, tengo la cara acabada en una barbilla triangular, los ojos marrones almendrados y la boca pequeña y de labios finos.
Bueno, el caso es que en un momento, surgió la idea de organizar una conferencia sobre medidas de seguridad vial aplicada a trabajadores del transporte. No se si habéis tenido una experiencia de este tipo. Bueno, pues es agotador. Sala de conferencias, micrófono, sistema de audición, publicidad, traer a los ponentes, confirmar asistencia, alojamiento de los ponentes, los ponentes no pueden venir, sustitutos, protocolo, hotel, comida
El caso es que entre Loren y yo lo organizamos todo, y claro, surgieron muchos roces. Al final vinieron un par de técnicos de una empresa de fuera. No los conocía antes y tenía que agradecerles bastante la asistencia, y todo eso. Eran dos profesionales de unos treinta y cinco a cuarenta años.
El caso es que tenían que pasar la noche aquí, en nuestra ciudad, después de la conferencia, que siempre se hacen en horarios de ocho a diez de la noche, para facilitar la asistencia de público. Eran unos hombres normales, seguramente, bien cuidados, pero eso sí, enchaquetados, perfumados, un poco prepotentes, aunque educados y de fuera Vamos, esos chicos que normalmente suelen parecernos tan seductores.
Por eso, y por que pensaba que si era simpática tendría más posibilidades de dejar mi trabajo para entrar a trabajar en su empresa, que tiene una delegación donde yo trabajo, pues quería quedar muy bien con ellos. Venían de fuera, y se me ocurrió que podríamos irnos los tres a cenar y a tomar unas copas después de la conferencia.
Se lo comenté a mi marido (soy casada sin hijos) y claro, no me lo podía negar, por que él, un día si y otro no, no viene a comer, llega tarde a dormir. Es un profesional que se gana la vida, entre otras cosas, manteniendo un alto nivel de relaciones públicas, pero me han dicho que se la ve con una fulanita de vez en cuando, eso sí, hablado de temas profesionales.
El caso es que cuando ves a los ponentes sentados, los presentas, empiezan a hablar, es como si te quitaran de la espalda un saco. Yo les había comentado la idea de cenar y les había parecido muy bien a los dos, pero ellos, Juan y Pedro, se lo comentaron a Loren, y aunque ella, temerosa de enfadarme había declinado la proposición, nuestro jefe se enteró y la animó a venir con nosotros. Como no podía ser de otra manera, también se sumó la secretaria del jefe, (divorciada de cincuenta y siete años, más calentorra que el palo de un churrero), y un pretendiente de Loren, que era también ponente.
Loren vive con un hombre que venía a recogerla, así que, cuando el jefe le sugirió que nos acompañara, vió el cielo abierto y le dijo a su pareja que se tenía que ir. Yo le pregunté que por qué no le había dicho que viniera, y Loren me sonrió pícaramente
Para un día que nos lo podemos pasar bien-
La noche empezó muy mal. La Secretaria del jefe empezó a contar chistes verdes malos y a soltar impertinencias a los chicos. Al pretendiente de Loren le sacaba los colores. Loren estaba un poco escandalizada por que casi le incitaba a su pretendiente a que diera un paso en falso y le propusiera algo. Durante la comida bebimos bastante.
Luego nos fuimos de marcha y seguimos bebiendo. No sabíamos como conseguir que la secretaria y el pretendiente se fueran, por que nos hacían sentir incómodas. Los dos chicos, en un momento nos cogieron aparte y nos participaron que ellos también estaban hartos de la vieja y del otro chico, que no hacía más que intentar pavonearse delante de Loren, con su cargo, su dinero y todo eso, así que nos dijeron que iban a fingir que iban a dormir y que luego nos llamarían para seguir de marcha. Eran la una de la noche.
Todo salió bien. Yo cogí a Loren para llevarla a su casa, y a los dos chicos para llevarlos al hotel. Los otros se fueron cada uno por su lado..Loren se montó detrás, por lo que Juan se montó a mi lado. Nosotros llevamos a los chicso al hotel y volvieron a los diez minutos, vestidos de manera más informal.
El caso es que a Loren se le ocurrió la idea de ir al mirador, que es un monte cercano que tiene muy buenas vistas, pero donde también van las parejitas. Al llegar, había unos diez coches, lo suficientemente alejados y lo suficientemente juntos. No tuvimos nada que explicarle a los chicos. Especialmente, por que al mirar por el espejo trasero, después de ir indicando qué eran estas luces y qué aquellas otras, Loren y Pedro se estaban mordiendo la boca.
No me dio tiempo de mirar a Juan. Su mano posada en mi rodilla se deslizaba por mis muslos y levantaba mi falda. Volví la cara y me encontré con su boca. Un hombre, de fuera, trabajando en una empresa importante Qué mejor oportunidad, pensé.
Loren no lo pensaba tanto. Se recostaba en el asiento mientras Pedro le besaba en el cuello y le metía la mano por debajo de la falda. Dejé de mirar hacia detrás y abrí la boca para recibir la lengua impetuosa de Juan, que rozaba con sus dedos cálidos la parte interior de mis muslos, y seguían subiendo.
Los dedos de Juan apartaron la delgada franja de tela de mis diminutas bragas. No sé que tipo de intuición obedecí al ponerme las bragas más provocativas. No lo sé. La cuestión es que sentía sus dedos, cuyas uñas inmaculadamente limpias había escrutado durante la conferencia, en los labios de mi sexo. No me los metía, simplemente los dejaba ahí mientras me besaba y me calentaba.
El muy pícaro era eso lo que pretendía. De una manera o de otra, tanto Pedro como Juan nos estaban poniendo muy calientes. Sabían bien como hacerlo. Entre mis amigas de la facultad había una máxima: "A las mujeres nos vencen por el coño". Bueno, quiere decir que hasta que no nos tocan el coño, las mujeres podemos hacer con los hombres lo que queramos, pero en cuanto nos tocan el coñito
El caso es que en pleno calentón Pedro nos invitó a subir al hotel. Loren dijo que no categóricamente, puesto que estamos en una ciudad pequeña y nos conocemos todos, pero ella misma nos dijo que conservaba la llave del piso donde habían estado viviendo hasta hacía poco con su novio. Como tenía garaje subterráneo con un acceso interno por ascensor, entraríamos sin ser vistos. El viaje hasta el piso fue un constante magreo de los chicos. Loren respondía a las caricias con besos. Yo iba conduciendo. La mano de Juan no dejaba de recorrer mis muslos y acariciarme el conejo. El calentón no se me bajaba. Su empalmadura tampoco.
Primero entramos las chicas, luego los chicos. Mientras ellos subían, Loren comenzó a quitarse la falda. Yo la miraba asombrada. Le pregunté si estaba segura. Ella si lo estaba. Yo no lo estaba, pero confieso que me dejé llevar. Los chicos aparecieron risueños y sonrieron abiertamente al ver a Lorenza sin falda y sin chaqueta, con la camisa puesta como un camisón.
La casa estaba sin muebles, salvo una sillón viejo y un colchón. Creo que Loren sabía que su novio utilizaba el colchón de vez en cuando. Ella decía que discutían y él se venía a dormir ¿Qué me iba a decir?
Juan se acercó a mí y me cogió por la cintura. Me volvió a besar, y coloco su frente junto a mi cabeza. Era irresistible. Lorenza había cogido el camino hacia el cuartito, junto a Pedro, y nosotros fuimos detrás, como dos enamorados.
Cuando entramos, Pedro estaba sentado en el sillón, y Lorena estaba encima, como de rodillas, de cara a Pedro y con las piernas a ambos lados de las suyas. Pedro desabrochaba la camisa de Loren, mientras Juan me desabrochaba el cinturón de mi traje y bajaba la cremallera. Quedé en ropa interior. Oí la respiración acelerada de Juan, mientras miraba como Pedro se deshacía de la camisa de Loren y lla besuqueaba en los hombros y el cuello. Loren echaba su cabeza hacia detrás y arqueaba la espalda, y sin pensárselo dos veces, se desabrochó el sujetador.
Juan me tomó entre sus brazos y me besuqueaba tiernamente en el cuello y los hombros. Me bajó con delicadeza uno de los tirantes del sujetador, y luego, el otro y siguió besando. Veía como Pedro se comía literalmente los pechos de Loren mientras ella le desabrochaba la camisa. Estiré el cuello y eché mi cuello de cisne hacia detrás. Aquellas visiones me excitaban tanto como sentir la boca de Juan sobre mi piel.
Juan tiró de ambos tirantes hacia abajo, y el sujetador se deslizó hasta la cintura. Mis pechos, pequeños aunque muy bonitos, aparecieron y Juan, goloso bajó su boca hasta ellos y comenzó a besarlos con ternura, al principio, desplazando su boca hasta mis pezones de color rosa, que sentía arder mientras sus labios los atrapaban y su lengua los lamía con una lascivia ahora desatada. De repente sentí que me sobraban las bragas.
La larga cabellera de Loren no podía ocultar como restregaba su sexo contra el pantalón de pinzas de Pedro, tal vez para dejar un rastro de posesión que lo delatara ante su novia o su mujer. Pedro clavaba sus manos en sus nalgas hermosas y se tensionaba, clavando los pies en el suelo. Loren desabrochó la correa de su amante y comenzó a bajarle los pantalones, que quedaron arrugados en sus tobillos , mostrando una pierna llena de pelos. Loren siguió agitándose.
Juan pareció adivinar mis deseos y de la misma forma que había atrapado mi sujetador delicadamente, cogió los bordes de mis bragas y tiró hacia abajo, hasta colocar las bragas a la altura de mis tobillos. Se puso de rodillas delante de mí y sentí su cara en mi vientre primero, y luego, hundirse en mis ingles, buscando afanadamente lo que yo, aun temerosa intentaba ocultar, juntando mis piernas y echando el culo hacia detrás.
De un empujoncito, quedé sentada en la cama. Juan levantó mi pierna y me quitó las bragas. Entonces puso una de mis piernas en su hombro y luego la otra, y luego, se levantó un poco y mi cuerpo cayó sobre la cama. Hundió la cara en mi sexo. Me rendí. Abrí las piernas, me relajé y comencé a sentir la lengua de Juan, un desconocido, haciendo lo que tanto hubiera deseado sentir hacer a mi marido. Su lengua lamía mi clítoris y surcaba una y otra vez mi sexo, hasta llegar de nuevo a mi clítoris, atraparlo con sus labios y mordisqueármelo. Me volvía loca. Ya no me interesaba lo que sucediera en el sillón.
Juan me separaba las piernas, y con sus dedos separaba los labios de mi sexo, y su lengua se me metía dentro, quizás un dedo, quizás dos, pero aquella sensación era deliciosa para mí. Me ponía supercachonda. Me sentía húmeda y mis pezones ardían. Comencé a magrearlos mientras aquella excitación que había comenzado en mi vientre avanzaba por mis ingles, por mis costados, por mis costillas, por mi nuca. La sentía como un gran peso, en mi sexo, hasta el ano. Hacía años que no sentía una sensación así.
Mientras, Pedro se comía los pechos de Loren, que seguía meneándose y rozando su conejo contra las piernas de su amante. De repente, puso los brazos hacia detrás, en las rodillas de Pedro y comenzó a gemir, con convulsiones desesperadas. Pedro la miraba como maravillado, con los ojos abiertos, mientras ella buscaba su boca y la encontraba, entregándose a un decidido óbsculo, mientras su cuerpo recuperaba el equilibrio perdido.
Me eché hacia detrás. Ver a mi compañera corriéndose había sido el detonante que esperaba. Comencé a correrme mientras Juan me follaba decididamente con su lengua. Me la metía y sacaba como un pequeño pene y yo sentía como mi orgasmo crecía mientras mi desesperada excitación decrecía, y luego, como decrecía mi orgasmo, mientras me quedaba relajada, vencida.
En la antigua Babilonia existía una diosa, Ishtar, en cuyo templo las mujeres se ofrecían a los viajeros que llegaban para que las utilizaran sexualmente, y ofrecían el fruto económico de su tráfico a dicha diosa, como ofrenda. No se debido a qué influjo, las mujeres nos sentimos atraídas por el que viene de fuera. El caso es que las dos nos habíamos rendido a aquellos hombres, que habían venido a dar una conferencia y a no volver más.
Juan se quitaba la camisa mientras Loren había abandonado las piernas de Pedro, para ponerse de rodillas delante de él. Estaba desnuda. No llevaba bragas. No se las había visto quitar en todo el rato, y empecé a imaginar que había venido si ellas todo el rato, o tal vez se las quitara en el servicio del último pub, o en el coche, mientras veníamos a su antiguo piso. Pedro se deshacía de la camisa, de los zapatos y del pantalón, mientras Loren maniobraba en los calzoncillos y sacaba el pene de su amante, y la veía besando la cabecita ante el dueño de la misma, extasiado, y lamerla de manera amorosa, tierna, como yo jamás hubiera hecho con mi marido. Y luego, metiendosela entera en la boca, una vez y otra vez. Pedro apartó bruscamente la cabeza. Loren lo miró a la cara, dócil, pero satisfecha. Loren se levantó y salió del cuarto. Pedro me miraba.Juan estabe desnudo. Me tomó del brazo. Tenía un torso y un vientre bastante belludo, y en medio, el pene, erecto, desafiante. Me puso sentada en la cama y puso su mano sobre mi cabeza.
No se lo podía negar. A mi marido se lo hacía con remilgos, pero era justo, por cortesía, comerle el nabo con la misma dulzura con que él me había comido el coño. Tenía su glande en la boca cuando me percaté que Pedro nos miraba. Aquello no hizo que me cortara. Al revés, si soy sincera, imité a Loren. Primero lo lamí, sobre todo, abajo, donde el glande se junta a la base del pene, que es donde le gusta a mi marido, y luego, me lo metí en la boca. Loren apareció en ese momento. Quise demostrarle que yo también era una experta. Dejó sobre la cama algo. Miré de reojo. Un preservativo.
Juan se rió ligeramente. Gastó una broma: "El casco en el trabajo, el casco en la moto, el casco en la cama". Tenía, a pesar del poco gusto, una risa encantadora. Apartó mi cabeza con suavidad, y después de abrir el preservativo, se lo colocó.
Loren se sentó en el lado anexo de la cama donde yo estaba. Juan me abrazó y se echó sobre mí. Las mamadas ponen a los tíos supercachondos ¿verdad? Me tumbé a un lado. Suponía que Loren y Pedro buscarían una posición que no nos estorbaran. Juan se tumbó sobre mí. Sus manos agarraron mis pechos y sentí sus labios en mis hombros, cerca del cuello. Crucé los dedos por que no me dejara una marca que no pudiera disimular y que me obligara a dar explicaciones que nunca serían convincentes.
Juan se mostraba ahora impetuoso. Su pene quería hacerse camino. Yo le pedía que fuera despacio, y él lo intentaba. Le ayudé a meterla, guiando su duro peno con mi nabo. Me insertaba más despacio de lo que él hubiera querido, y más rápido de lo que hubiera querido yo. Pedro cogió a Loren y la puso a cuatro patas. Loren debía estar acostumbra da a esa posición. Miró hacia detrás y pronto Pedro la envestía. Yo podía ver su cara, en medio de su larga cabellera rubia que le Caía a los lados, pues Juan se agitaba sobre mí poniendo su cara a un lado de la mejilla.
Su verga recorría mi vagina con decisión, buscando el ritmo que yo misma daba a mi cuerpo. Nos acompasamos y sentía como me penetraba una y otra vez. Mientras oía cómo a mi lado Loren comenzaba a dar unos aogados chilliditos cada vez que su amante la envestía.
Loren colocó los codos sobre la cama. Sus pelos rubios y lacios cayeron sobre mi cara. Mientras Juan me follaba sin contemplaciones ya, sin miramientos, haciéndome sentir maravillas, Loren me agarraba primero el brazo con su mano y luego, extendiendo su brazo sentí que mientras ella misma era penetrada también sin contemplaciones, colocaba la palma de la mano en mi pecho y me acariciaba el pezón.
No tenía tiempo ni ganas de decirle que quitara la mano. Además, lo hizo tan natural. No me desagradaba. Era tal vez el complemento perfecto a la fuerza con que Juan me trataba ahora.
Pedro acercó su boca al oído de Loren que giraba la cabeza hacia detrás ayudada por la mano de su amante que le sostenía ahora la frente. Algo le dijo él a Loren. Ella asintió y me miró. Loren inclinó su cabezo sobre mis pechos. Juan se incorporó ligeramente para permitir que mi compañera de trabajo me lamiera los pezones. Yo, si antes estaba excitada, ahora estaba a punto de reventar.
Comencé a agitarme, a convulsionarme, buscando el orgasmo que estaba a punto de llegar. La escena era dinamita para las fuerzas de aquellos hombres, ue si antes nos embestían con fuerza, ahora se deshacían , nos hacían el amor como fieras. Agarré a Juan cruzando las piernas por detrás de él. Clavé mis manos en sus nalgas, que se contraían y se retraían cada vez que me embestía. Lo sentía más como un macho, un animal que como un hombre racional. Su cara estaba descompuesta. De repente, comenzó a agitarse de una manera aún más mecánica y descontrolada. Sentía que todo el placer que estaba acumulándose estaba a punto de estallar. Oí gemir a Loren, cuya boca abandonaba sus pezones para entregarse a un orgasmo, pero pronto sus dedos volvieron a manosear mis pechos.
Comencé a correrme. Yo gemía al mismo ritmo que Loren. Parecíamos palmeros que se hubieran puesto de acuerdo para doblar las palmas. Pedro incluso emitía un ruido con la boca que le hacía parecer un cavernícola.
Cuando acabamos, Juan se echó a mi lado y me besó en la boca. Fue un besoprofundo, apasionado, pero si el deseo sexual de los anteriores. Sentí que Loren rozaba mis mejillas con las suyas. Ella también me besó, mientras el cavernícola venido a menos de Pedro se dejaba caer sobre su espalda.
Estuvimos un rato intercambiando besitos. Era ya tarde. Las tres menos cuarto. Nos limpiamos y nos vestimos. Me tocó hacer el reparto. Primero dejamos a los chicos en el hotel. Se despidieron besándonos de nuevo y prometiéndonos que si volvían , nos llamarían. ¡Como para no llamar!
Después dejé a Lorenza en la puerta de su casa. La luz estaba abierta, su novio la esperaba. La despedí con un beso en la cara, esta vez.
-No ha estado mal ¿Verdad?- Me dijo de manera dubitativa desde el exterior, antes de entrar a su casa
-¿El qué? ¿La velada?-
-¡No, mujer! ¡La conferencia!- Se dio la vuelta mirando con cara de esperar una bronca en cuanto atravesara la puerta. No fue nada, según me dijo al día siguiente.
Bueno. La cuestión es que de Juan lo único que me quedó fue su nombre, y saber que era rubio. No me acuerdo ni de su cara, seguramente debido a la bebida. Eso sí, para ser la primera vez que le he puesto los cuernos a mi marido, la cosa estuvo muy bien ¿no?