La condena del mono

Vino a verlo caer. El hombre que iban a condenar lo había hecho fanático del sexo con otros hombres. Muchos años atrás pero no había podido olvidarlo.

No sé porqué vine. No sé si me movió la curiosidad, la nostalgia, el deseo de venganza, o quizás el morbo de puto que siempre he tenido.

Pero estoy aquí, mezclado entre tanta gente, casi al fondo del salón, menudo y chiquito como soy, con mi 1,62 m de estatura y un pelo rubio angelical que, con los años, se ha transformado en una cabellera semi canosa e indomable.

Sé, que si él llegase a mirar al público, me va a reconocer Se que si el reo tiene la chance de ver a la audiencia que viene a presenciar su condena, advertirá en este sector de la Sala de Audiencias de la Cámara de Casación Penal, al chico que sedujo, corrompió e hizo fanático de la pija, hace dieciséis años Al ángel de ojos celestes que le entregó su culo vírgen, su inocencia, la sublime ingenuidad de su piel. Al chico menudo, temeroso y solitario cuya sensualidad despertó, estimuló, conformó o deformó a su medida y capricho para siempre. Al dueño "del culito más lindo del club" como solía decirme, mientras me penetraba con su pija feroz, esa verga gorda , venosa y asesina que abría mis entrañas, entre jadeos y suspiros de dolor y de placer, en aquel departamento oscuro, de ventanas siempre cerradas, y cortinas bajas de telas gruesas-. He vuelto a pasar por la puerta del edificio varias veces en estos dieciséis años y siempre me recorre la espalda aquel escalofrio que me invadía cada vez que llegaba, y mi orto se dilata como si fuera por instinto. Un reflejo condicionado de anticipación.

  • Yo soy tu macho, me decía , y vos sos mi hembrita agregaba. . " Hembrita las pelotas, contestaba yo, herido en mi virilidad mancillada, "machito, decía, yo con inocencia y el contestada: "esta ben mi machito …" con sorna, y seguía bombeando a pijazos y sin tregua mi orto dilatado entre mis gritos de placer, silenciados por su mano gigantesca . " Sos mi machito menos." Su risa era grosera, casi siniestra. " Mi machito puto".

Va a entrar por esa puerta alta de la Sala de Audiencias, ornamentada cruelmente por laureles, bajo un escudo que muestra una balanza que representa a la Justicia. Vendrá esposado, tal vez con la cabeza baja, su estatura de basquetbolista, sus clásicas zapatillas importadas sin medias, la agilidad de sus movimientos impulsivos. Lo esperarán supongo, sus otras víctimas, los padres de las otras víctimas, el periodismo chabacano que no ha ahorrado detalles macabros y en algún caso ha exaltado su virilidad. Su ex mujer, ahora gorda y mal teñida, ha dicho que lo acusan porque es un hombre sensual y bien dotado, pero que es inocente. Siempre fue una estúpida. El tiempo agiganta los defectos.

Cámaras y flashes enceguecedores, intentarán encontrar la cara del reo, esa cara casi simiesca, parecida a la de Hugo Chávez, pero mucho más delgada, mas perfilada, desprovista de grasas: su boca de labios gruesos que tanto me besaron, sus cejas perfectamente cuidadas, su mirada amenazante; "no se lo cuentes a nadie o te mato y me mato yo". Y yo no quería que se matara, pensaba que no podría vivir sin él, sin el placer clandestino, prohibido y sucio, sin aquella pija que me oradaba el culo hasta hacerme gritar de placer. Me pregunto si podré mirarlo a la cara, que hará mi cuerpo cuando el llegue, cuando después de dieciséis años estemos juntos en el mismo lugar y yo respire el mismo aire de mi verdugo, de mi amante, de mi corruptor.

Las notas en el cuaderno de comunicaciones del colegio iban y venían: todas decían algo semejante sobre mí, "el alumno Nielsen es retraído y tímido, presta atención por períodos cortos. Suele distraerse en clase y parece vivir en su propio mundo." El mundo real y cotidiano me era demasiado ancho, ajeno, violento y ruidoso y yo odiaba esa vida tan conversada, las risas, los gritos, el bullicio de aquel colegio inglés. Quizás mi baja estatura, mi cuerpo delgado y frágil contrastaban con la fortaleza de mis compañeros, tan obsesionados por los deportes y el físico. También odiaba los gritos de mis viejos cuando se peleaban lo que ocurría casi a diario. El ruido no deseado me perseguía. Incluso en el sueño. Hasta que en el cuarto grado empecé a tomar clases de natación, y percibí que en el agua, los ruidos se amortiguaban, que podía nadar con facilidad, que me podía mover en el agua sin esfuerzo, de extremo a extremo de la piscina con total libertad.. Eso me daba una felicidad secreta e inmensa. Era como vivir eternamente en una placenta tibia y silenciosa que me protegía del mundo.

Después mi papá me llevó al Club Athletic, su antiguo club, para que continuara entrenando, en natación, lo que para mí fue una felicidad por un tiempo. A los 13 años me di cuenta que no era igual a los otros chicos: comenzaba a desarrollarme y con ello a tener sentimientos atormentados y culposos porque me gustaban algunos compañeros más grandes que yo: adoraba los cuerpos de los nadadores, tan estilizados, tan atléticos, tan firmes, tan lisos. Me quedaba mirando los bultos de los más desarrollados, que me fascinaban: había algunos que tenían vergas descomunales, culos espléndidos, piernas bronceadas y suaves, pies enormes que golpeaban los pisos de piscinas, los trampolines y los vestuarios mientras corrían. Yo, chiquito y retraído vivía excitado y caliente todo el día entre tantos machos en flor, tanta tetosterona, tanto olor a bolas. Y eso me angustiaba.

Pronto empecé a pajearme: me tiraba en la cama en la oscuridad y me bastaba recordar, el cuerpo desnudo de algunos: la pija sem- ierecta de otro, el culo redondito y sexy de varios , los bultos adivinados bajo los slips de baño, para que la pija se me pusiera dura y mojada enseguida y luego de una intensa fricción , acabara leche hasta el techo del cuarto.

Los manotazos y torpes juegos de cachorros entre los chicos, que incluían tocamientos de culo, apriete de huevos, manoseos de pija, me volvían loco. A veces necesitaba dos pajas para calmarme y que viniera el sueño. En ocasiones no era el recuerdo de un físico o de un tocamiento brusco el que me excitaba: sino la remembranza del olor a vestuario, el sonido de una voz muy varonil y ganadora, una mirada intencionada o no, de uno de los más grandes. Yo secretamente me moría por llamarle la atención a un chico alto y muy peludo, cuya bragueta albergaba un tesoro que me calentaba locamente. Pero cuando él se sentaba a mi lado por pura casualidad, en el largo banco del vestuario, yo me levantaba en ese instante como movido por un resorte. Debía huir. Nadie debía saberlo. Yo era puto, me gustaban los hombres: mi vida corría peligro, pensaba.

Esos dos primeros veranos de mi adolescencia fueron afiebrados y excitantes. Iba al club Athletic con el oscuro deseo de ver cuerpos desnudos de muchachos, comparar tamaños de vergas, advertir sus diferentes formas y colores, ver los huevos de los chicos sobresaliendo por debajo del culo, ver su vello creciendo en las piernas, el torso y las axilas. Y luego correr a casa, y hacerme esas pajotas inolvidables que me dejaban extenuado y respirando con dificultad.

Todos los otros chicos me iban pareciendo muy adultos y gigantescos. Yo, quedé pétiso, bajito, vine en frasco chico como decía mi abuelo. Mis huesos no crecían tanto. Mis pelitos rubios apenas si asomaban en el pubis, y muy escasamente en el pecho. Pero mi pija si crecía día a dia.

Un día noté que un viejo miraba mi culo en el extremo de la piscina. Era una mirada obscena, grosera, una mirada con la que el hombre pretendía violar mi orto. Empecé a comprobar que mi culo, sea por herencia o por ejercicio se había convertido en un par de melones redondos y levantados, que desafiaban la ley de la gravedad. Un chico de mi grupo, lo notó también y un dia como si nada me dijo " Nielsen vos sos puro culo". Me puse colorado pero tomé nota. Ahora sabia que todo lo tenía en tamaño reducido menos la pija y el culo. Nielsen sos puro culo… y pura pija pensaba yo.

A los quince años , con mi acné juvenil, mi baja estatura, mi cuerpo esmirriado , y mis pajas habituales me había convertido en un adolescente mas, ojeroso, tímido, infinitamente caliente. Me gustaban los hombres y ya no lo podía ocultar.

El reo entrenaba a los chicos más grandes, los federados por estar inscriptos en la entidad madre de la natación argentina. Se llamaba o se llama, Germán. Yo lo había notado desde el primer día que empecé a nadar en el club: alto, como de un metro noventa/ noventa y dos de estatura, ex jugador de wáter polo, unos 27 años, cuerpo bien formado como todo nadador, muy bronceado por el sol, piernas imposiblemente largas musculosas y gruesas, pecho depilado , pies enormes. Era, es, feo de cara, realmente feo, los ojos demasiado separados, la piel imperfecta, la boca grande y carnosa siempre demasiado roja, orejas desequilibradas. Le decían el Mono, y en cierto sentido, tenia o tiene algo de mico, algo de chimpancé, algo fuertemente animal y salvaje en su mirada, en su figura, en su forma pesada de moverse, en la pelambre oscura que cubre su verga, en sus axilas renergridas y espesas, en su culo.

En el tercer año de prácticas, tres de los chicos fuimos elegidos entre los mejores para federarnos , lo que significaba poder participar en competencias y campeonatos, pero también un cambio de entrenador: Germán , el mono, pasaría ahora a ser mi entrenador, y eso me produjo una especie de parálisis , de terror: cómo soportar los entrenamientos con semejante macho , tenerlo a cada instante presintiendo su calor, el calor de su verga , de sus huevos, de sus piernas, de sus manos recorriendo mi cuerpo adolescente.

El efecto del cambio fue malo para mis tiempos: bajé mi rendimiento, estaba distraído, como ausente, parecía vivir en otro mundo: volví a ser el chico casi autista del que habían hablado los cuadernos de comunicaciones de la escuela.

Varias veces, Germán se enojó conmigo: me llamó la atención, me sacó del equipo, me hizo llorar. Parecía conocer todos mis resortes, y debilidades y me manejaba como si estuviéramos unidos por una cuerda de titiritero, donde yo era la marioneta. Mientras tanto, no pasaba noche sin que me pajeara una o dos veces pensando en aquel hombre aquel gigantón tirado bajo el sol para broncearse a veces con su novia, a veces solo. Siempre sensual, brillante, siempre oliendo a una ligera lavanda, a bronceador y a macho, siempre vigilándome tras sus ateojos de aviador, como si tuviera acceso a mi alma. Yo no le quitaba los ojos de encima. Supongo que él lo advirtió enseguida.

Un día me llamó después de clases. Me reprendió primero: inquirió después que me pasaba, cuál era el motivo de mi bajo rendimiento, amenazó con sacarme definitivamente del equipo, y cuando logró el grado suficiente de angustia y temor en mí, me llevó hasta una sala poco transitada del Club , donde había unos sillones antiguos y cómodos, y allí me hizo sentar a su lado , y con tono comprensivo me volvió a preguntar que me pasaba: si era una cuestión de alguna chica lo que me estaba afectando, si estaba enamorado de alguna chica , y dijo que eso era normal . Negué con la cabeza y siguió, ahora tocando mi pierna con su rodilla caliente, que si era alguna otra cosa lo que me pasaba: y para mi sorpresa preguntó si tenía que ver con algún chico. Miré para su cara con rotunda palidez: acostumbrado como estaba para disimular como era que el tipo me hacía semejante pregunta. Ante mi estupor, se levantó , cerró la última puerta que había quedado abierta y con ello el salón quedó casi a oscuras, y el acercó sus ojos oscuros, su aliento, a mi cara, su cuerpo enorme al mío, su calor de macho a mi temblor y pronunció las palabras que nunca hubiera querido escuchar más allá de mis fantasías.: sé que yo te gusto pibito, se como me mirás a todas horas, vení acercate que no te voy a hacer nada, se que estas caliente conmigo, reconocelo, muy calentito, y luego tras decir algo así como " A ver que calentito", tocó mi pija por sobre la malla de baño, acarició mi pija , mis huevos, la raya del culo, mi orto y ante mi falta de reacción, llevó mi mano a su pija enorme, a su verga dura y caliente , al enorme cilindro bajo su uniforme de entrenador, y me besó la boca con fuerza. Me abrazó, me manoseó, y me hizo pajearlo hasta que acabó sobre una toalla que traía en el bolso. Se levantó. Y sin saludarme me dijo que eso que había pasado era nuestro secreto y que no tenía que contárselo a nadie.

Me quedé tirado en el sillón, con mi leche pegada a la piel bajo la malla de baño, y el olor de la suya por todo el cuerpo.

Dos veces más nos encontramos en aquella sala sombría. Alii me obligó a que lo masturbara y se la chupara. Su pija enorme y gruesa apenas si cabía en mi boca, pero el insistía que yo podía más, que la chupara, y yo lo hacía casi sin masturbarme. Enloquecido por aquella verga enorme de ese macho para mi casi imposible. " A vos te gusta la pija putito, chupala, si asi , si así", gritaba, y yo chupaba , chupaba sin interrumpir la faena, como la marioneta que respondía al más mínimo de sus deseos.

Una tarde me llevó a su departamento de la calle Bolivar, era un segundo piso por escaleras en un edificio antiguo. Cerró las pesadas puertas con cerrojo, corrió las gruesas cortinas, encendió apenas una luz, me convidó con una bebida alcohólica que nunca supe que era pero que me quemó la lengua, el pecho, el vientre

Prendió la radio a todo volumen, supongo que para disimular los ruidos, y sin ningún prólogo me abrazó, buscando mi boca en la penumbra, lamiendo con su lengua quemante mis labios, mis dientes y mi boca, mis encías y jugando con mi lengua asustada. Acarició mi cara sudada, mi pelo, lamió mis ojos con su lengua obscena. Apretó su cuerpo al mío y sentí su aliento a pastillas de menta, el olor de su after- shave, la transpiración de sus axilas. Me quitó la remera y la tiró contra un sillón. Se sacó la suya, y con la misma indiferencia la tiró sobre la mía. Mientras tanto lamía mis orejas, el interior de mi cuello, mis mejillas, apretaba mis nalgas con sus dos manazas, las pellizcaba y abría como para prepararme para la cogida que se avecinaba. Terminó de desnudarme con apuro, sus ojos entrecerrados por el deseo, respirando con dificultad, resoplando, salivando con mucha torpeza. Mi pantalón, mis medias, mi zapatos y hasta mi calzoncillo celeste fueron a parar a la misma pila de ropa sobre el sofá. Comenzó a lamer mis tetillas, a tocar mi pija, a intentar ponerme un dedo en el culo. Yo quería resistirme pero él, mucho más fuerte que yo, me dominaba: yo era David frente al gigante Goliat pero sin gomera, sin defensas, entregado a un destino inevitable. Quería gritar pero no podía sacar sonido alguno a mi garganta seca, a mi cuerpo derrotado.

Esta vez se desnudó y me desnudó, y como si fuera un muñequito mecánico, me alzó en sus brazos, y me llevó al dormitorio y como un peso muerto me tiró en la cama. Prendió apenas una lámpara que estaba en el extremo del cuarto. Y allí lo pude ver tal cual era, multiplicado muchas veces por los espejos: los de la cómoda, los de las paredes y los del techo. Alli estaba el Mono, en toda su gloria gigantesca: su cuerpo enorme, su tatuaje de un águila en el pecho, la absurda profusión de abdominales de tabla de lavar, la piel trigueña brillante y sudorosa quemada por el sol, apenas interrumpida por unos pocos pelos, pero especialmente ahí estaba su verga. Una verga monstruosamente grande, gorda, cabezona y apuntando al cielo. Sus huevos colgando entre sus piernas musculosas y fuertes. Me miró desde su altura, como diciendo, mira lo fuerte que soy, fijate lo que tengo entre las piernas, teneme miedo.

La primera vez, esa primera ocasión en la que su verga enorme , en la que su poronga matadora, en la que su polla gruesa y ardiente, destrozó mi culo, despertó todos los dolores, silenció todas mis voces, mis protestas, mis ruegos, esa primera vez, fue como morir y volver a nacer . Su morbo era imaginar que en lugar de 16 años yo tenía 12: a eso lo ayudaba mi pequeña estatura, mi cuerpo delgado y liviano, mi pelo rubio, mis facciones menudas y tal como me dijo "tu mirada de angelito perdido".

No hubo preámbulos, ni caricias, ni manoseos juguetones. No hubo búsqueda de excitar mi deseo, No era el tiempo de la seducción: el depredador tenía su pieza, ahí nomás, desnuda, temblando, la piel blanca y sudorosa, la cara enrojecida por el miedo o por la anticipación, el culo dilatándose contra su voluntad.

Apenas si hubo un momento previo, cuando escupió en mi orto, y con sus dedos trató de excitar y dilatar mi ano. Sus dedos gruesos y sus uñas largas me produjeron dolor nunca placer, mientras el me lamía todo el cuerpo. Chupó mis tetillas, recorrió con su saliva mis orejas, mis hombros, las comisuras de mi nariz, y yo no me defendí. No hice nada para evitar que la espada del gigante se clavara en mi alma, para que la primera infamia contra mi inocencia se llevara a cabo. No hice nada más que gemir, gritar, rogar, llorar y al final , cuando mi culo se abrió como una flor para que pasara su verga, para que su pija me invadiera triunfal, bramé de placer. Lo mío. Sentí en ese momento, por un sortilegio del destino era la pija: entregar mi culo a los hombres, tener la eterna necesidad de ser colmado, de que me penetraran, de que me poseyeran como tierra sin patrón, y sentir el vacío absoluto cuando eso no ocurría. Germán alias el mono, me hizo adicto a la verga, amante desesperado de la carne en barra, puto , irremediablemente puto. O quizás ya lo era y el solo fue el brazo ejecutor de un destino ya trazado.

Sacámela pedía yo, me vas a destrozar con esa pija, pero el bombeaba y seguía, y de pronto sentí que esa fricción se hacía apenas soportable en medio del dolor. En ese momento, me puso de espaldas a la cama, me montó, me volvió a coger con mis piernas abiertas sobre su pecho apenas, y con un movimiento imprevisto, se puso de pie llevándome ensartado, con su pija hirviendo. De pronto empezó a hundirse en mi una y otra vez , mientras caminaba por el cuarto, y desgarraba mis entrañas. De nada valieron mis ruegos, sofocó mis gritos con sus manazas, con movimientos brutales de su verga, hasta hacerme sangrar, hasta que perdí el conocimiento, Hasta que el dolor se hizo intolerable.

Después me limpió, acarició mi pelo, usó palabras que parecían cariñosas. Terminó llevándome hasta la esquina de mi casa, y advirtiéndome que si alguien se enteraba, me mataba y que el se mataría después.

Por supuesto nadie se enteró, salvo mi cuerpo que inició una adicción que no acaba por la verga, una sed que no se apaga nunca, algo inexplicable que dilata mi orto cuando veo a otro hombre, una necesidad de complementación que es imposible de satisfacer, un deseo ardiente de sexo, placer, lujuria, carne, hombres que nunca y nada detiene.

Luego de un año, se cansó de mí. Me dijo que se casaba, con la ahora gorda y mal teñida de su mujer, pero en realidad seguramente había encontrado alguien menor, otro chico como yo, más joven, mas disponible, menos demandante. O varios.

Se fue del club y yo también. No podía recorrer los corredores, los vestuarios, las piscinas que había compartido con él. Lloré, mucho, en silencio, porque nadie se debía enterar. Porque nadie lo supo.

Se escucha un ruido de puertas, un ruido metálico, pasos por un corredor , gritos, parece que traen al reo, No llego a verlo. La gente se pone de pie, y me tapa la visión, soy bajito, menudo y esmirriado. Y no obstante su estatura de jirafa no llego a verlo, la multitud grita, se oyen insultos, toda clase de insultos, y entre tanto ruido, no se llega a oir las balas que lo matan. Sólo se huele la sangre, la pólvora, y el encierro. Me levanto y me voy.

galansoy. Un relato diferente, basado parcialmente en una historia real. Gracias a Diego que me la contó en parte. G.