La cómplice oscuridad
Después de arreglar la boda de su hijo, el maduro Emperador disfruta de un rato agradable con una joven, en completa oscuridad, pero el no ver a tu amante, no sólo implica morbo...
Los pasos del joven resonaban en las amplias estancias del palacio, donde los criados se afanaban retirando fundas de muebles y sacando brillo a toda velocidad. El anciano emperador, al que llamaban el Nuevo Padre de la Patria, había decidido instalarse allí de pronto, y apenas había dejado tiempo para nada… Su joven hijo, dieciocho años recién cumplidos, vivía en aquélla ciudad, la capital del imperio, y había sido llamado por su padre por asuntos que él había calificado de "delicados y personales".
Las estancias olían a cerrado, sí, pero también olían a recuerdos, a su propia niñez que transcurrió en aquéllas habitaciones, poco antes de que su padre se viera obligado a separarse de él en la huída en la que estuvo en muy poco de dejar la cabeza… Su padre, no había sido heredero al trono, bien lo sabía. En su juventud, había sido uno de los cercanos de la Corte, que harto del dispendio y el despilfarro en vivía el antiguo emperador y su cohorte de aduladores y rameras, decidió liderar una rebelión que efectivamente, mejoró considerablemente las condiciones del pueblo, pero la piedad que demostró dejando vivo al hijo del antiguo emperador, la pagó bien cara. Creyó que podría educarle como a un buen gobernante, pero cuando éste creció lo bastante, se hizo con apoyos entre la antigua nobleza, anhelantes por recobrar sus antiguos privilegios y que el pueblo siguiese oprimido y servil para ellos, y levantó un ejército para eliminarle. El Nuevo Padre de la Patria se vio obligado a separarse de su niño, que entonces tenía sólo cuatro años, y exiliarse en busca de apoyos si quería que lo conseguido no se perdiera… costó muchas vidas, y muchos años. Pero finalmente, volvió triunfal y los gobernantes absolutos fueron derrocados y ejecutados.
"Ahora él, es el gobernante absoluto…" pensó el joven hijo del emperador. "Ni siquiera le llaman por su nombre de pila, nadie lo hace ya… para todos es el Emperador, o el Nuevo Padre de la Patria, o el Príncipe… Cuando va por las calles, las gentes que le tiran flores y besos, también alzan a sus hijos para que los toque, y les dicen "llámale Papá", y así lo hacen… cuando visita los centros de estudio, los niños le dicen "papá, papá", y hasta los mayores le llaman del mismo modo, sólo algunos le llaman Padre, porque les parece demasiado familiar… y yo, que soy hijo legítimo suyo, no me sale llamarle de ese modo… porque apenas le he podido conocer". Y era cierto. Desde su forzoso exilio, el Emperador había podido ver a su hijo en muy contadas ocasiones, apenas una vez al año, y en ocasiones ni eso… cuando el joven tenía quince años, pudo estar con él durante una semana seguida sin que apenas fueran molestados. Tenía que reconocer que su padre era bueno con él… pero no era lo mismo tener padre una vez al año, que tenerlo a diario. ¿Qué diría si se enteraba de lo mucho que faltaba a clases con su preceptor por ir a jugar a los dados…? Sus maestros decían que se lo contarían, y mandaban frecuentes correos, pero el joven tenía amistad con los encargados del correo y tales cartas jamás llegaron.
Finalmente, estaba frente a la puerta de los aposentos de su padre. Entró sin llamar, y una música acarició sus oídos. Se volvió hacia el sonido y sonrió a la joven que tocaba dulcemente una melodía triste en una mandolina. La muchacha no levantó la vista, y el joven la saludó:
-Hola… eres Haydeé, ¿verdad? – Al oír su nombre, la joven le miró. Haydeé era una esclava que su padre compró en el lejano Oriente. Occidental de origen, la había comprado siendo poco más que una niña, con once años de edad. Era un poco mayor que él, tendría como veinte años, y el príncipe la recordaba de otras veces que había visto a su padre, la última, hacía ya casi tres años… la muchacha había cambiado muchísimo desde entonces, si antes era hermosa, ahora era bellísima. El príncipe esperó pacientemente una respuesta, pero ella se limitó a sostenerle la mirada, sin sonreír ni dar expresión alguna en su rostro.
-Haydeé – un escalofrío recorrió la espalda del príncipe. Su padre estaba en la puerta de la alcoba. La citada se volvió de inmediato y sonrió. – No es preciso que guardes silencio, hija mía, puedes saludar a tu príncipe. – El emperador se volvió hacia el joven y sonrió abiertamente. – Augusto… hijo… -pareció buscar palabras que no logró encontrar, hasta que visiblemente emocionado, manifestó - … ya eres más alto que yo.
Augusto, el príncipe, caminó hacia su padre que le tendía los brazos, y los apretó. Tuvo que ser el emperador quien le agarrase para abrazarle completamente. Cuando le soltó, Haydeé tomó la mano del joven príncipe, y arrodillándose, la besó fugazmente.
-Haydeé, déjanos solos un momento, ¿quieres…? – La joven asintió con una sonrisa muda y besó la cara del anciano antes de marcharse, llevándose su instrumento. – Está preciosa, ¿verdad? – dijo el Emperador con su voz profunda cuando ella hubo desaparecido, y su hijo sólo pudo mostrarse de acuerdo. – Quiero que sea para ti, hijo.
-¿Qué?
-Cuando la compré como esclava, hace ya más de diez años, tú eras todavía un niño, y pensé en mandarla contigo para que te sirviera de compañera de juegos… qué aburrido debías estar, todo el santo día entre adultos… Luego, las cosas se complicaron más aún, y tuve que dejarla conmigo. Desde entonces, la he criado con el amor y la dedicación que me hubiera gustado brindarte a ti. Sabe varios idiomas, es culta, distinguida, sabe comportarse en la corte, y es muy inteligente. Y como has podido ver, también discreta. No encontrarás una esposa mejor en todo el imperio, es la compañera que precisas, y por eso te he hecho venir. De aquí a tres meses, contraerás matrimonio con ella.
Augusto miraba a su padre como si se hubiera vuelto loco… él también había cambiado mucho desde que no lo veía, pero a diferencia de Haydeé, a peor… el cinturón le sujetaba una panza que antes no estaba allí, y se peinaba hacia delante para disimular la escasez de un cabello cada vez más gris. Su padre había sido atractivo de joven, pero nunca guapo… ahora, le parecía sencillamente ridículo. Un personaje ridículo que, sin conocerle de nada, venía a imponerle un matrimonio con una desconocida, y además esclava… a su padre se le habían subido a la cabeza sus propias ideas, ¿un príncipe, casado con una esclava….? Él no tenía interés en casarse de momento, hacía apenas unos meses que había descubierto los goces del amor con distintas mujeres, ¡no quería renunciar a ellos tan pronto, y menos por una esclava! No es que pretendiera casarse con alguien de la antigua nobleza, pero… ¡tampoco quería una chica cuya madre sin duda había sido una prostituta que la vendió al nacer!
-Veo que mi decisión no te agrada tanto como yo creía – dijo el Emperador, tomando del hombro a su hijo.
-Pues… si puedo seros sinceros, padre, la verdad es que no. No quiero que os ofendáis, pero… no quiero casarme todavía, y… a Haydeé no la conozco apenas…
-Hijo, yo tampoco conocía a tu madre. Antes de la boda, nos vimos sólo tres veces y apenas hablamos, fue un matrimonio concertado a la más antigua usanza… pero eso no me impidió llegar a quererla de corazón. Todavía la echo de menos, a pesar que hace ya tantos años que la perdimos, ninguna mujer podrá reemplazarla… - esto, no era cierto del todo, Risca, la doncella que últimamente le calentaba la cama, estaba muy cerca de conseguirlo, pero no era necesario decirle algo semejante al muchacho. - A Haydeé te resultará muy fácil quererla, lo verás. Es una criatura encantadora, muy cariñosa y alegre. Ella todavía se ve a sí misma como una esclava, por eso delante de ti ni siquiera habló, sigue esperando que yo le dé permiso para dirigirse a los demás… pero cuando está a solas conmigo, cuando es ella misma, es un candor de persona… Tampoco te pido que me des tu confirmación hoy mismo, hijo. Piénsalo, pasa tiempo con ella, conócela… verás que antes de una semana, tú mismo me pedirás mi bendición para casarte con ella.
Augusto habló de otras cosas irrelevantes con su padre, si bien éste aprovechaba cualquier momento para decir algo acerca de Haydeé. El príncipe reconocía que era muy hermosa, con el cabello rojo como el carbón ardiente que le llegaba hasta casi el fin de la espalda, los ojos enormes y muy verdes, la piel que parecía de porcelana y su cuerpo lleno de sugerentes curvas… pero no podía dejar de pensar que una mujer como ella, como amante sería encantadora, pero como esposa… no para él. Cuando finalmente salió de los aposentos de su padre, se sintió aliviado. Se dirigía hacia los suyos, cuando le pareció que alguien le miraba, se volvió y vio los grandes ojos verdes de la esclava hincados en él. Su rostro estaba inexpresivo… pero en sus ojos había algo que hubiera podido muy bien tomarse por temor… y hasta por odio.
Risca era una chica alegre y divertida, trabajaba de doncella en el palacio, y el haber sido admitida en la cama del emperador le confería una cierta seguridad y un decidido descaro. Parloteaba sin cesar y andaba canturreando todo el día, motivo por el cual el Emperador, en sus intimidades, la llamaba su Pajarita. Cuando entró en los aposentos del Padre de la Patria con dos tazas de chocolate caliente (una para él y otra para Haydeé), sonrió pícaramente al emperador cuando notó que éste se la comía con los ojos. Cuando se agachó para dejar la bandeja, el anciano se inclinó a su vez, y metió una gruesa moneda de oro en el generoso escote de la criada, que dejó escapar una risita mientras el emperador dejaba sus dedos allí durante unos cálidos segundos. El ruido de la puerta, le hizo sacar la mano precipitadamente. Haydeé estaba allí, y no convenía a su pureza que viera ciertas cosas.
-Haydeé, hija mía… - sonrió paternalmente – Espero que me disculpes, esta noche no me quedaré mucho contigo, estoy fatigado… me acostaré temprano.
La joven sonrió cariñosamente y asintió, olfateando el aroma del chocolate.
El emperador llevaba puesto su largo camisón blanco y su abrigado albornoz azul oscuro, mientras esperaba en la completa oscuridad de su alcoba a que se presentase Risca. Sentado en su cama, previsoramente abierta, pensaba en lo complaciente que era siempre la doncella con él. Desde la muerte de su esposa durante el parto de su hijo, había estado con muchas mujeres, la mayor parte de ellas, durante sólo una noche o temporadas muy breves, porque todas parecían locas por sustituir a su cónyuge, por convertirse en emperatrices, y no por darle un poco de amor, ni tan siquiera de cariño. Hasta la fecha, Risca era la única que se había preocupado por darle placer y le había antepuesto a todo, se notaba en su forma de actuar. Siempre había insistido en hacerlo a oscuras, según decía, porque le daba vergüenza… pero el Emperador no era idiota, sabía que Risca ni sombra tenía de vergüenza, y la poca que tuviera de nacimiento, la había perdido con él; lo hacían así porque ella sabía que era el Padre de la Patria el que tenía vergüenza. Vergüenza de su barriga, de la pérdida de su cabello, de su piel que ya no era tersa y firme como antes, sino que empezaba a colgar en los brazos y el cuello. Vergüenza de su rostro, con menos color que antes y con arrugas en torno a los ojos grandes y tristes. Había sido una delicadeza por parte de ella pensar en él de ese modo.
Asimismo, ella no solía hablar, sólo escuchaba. No le entretenía con charlas insulsas o bromas que no le interesaban, ni menos aún comentarios inoportunos. Ella sabía, o parecía saber lo solo que se encontraba el Emperador y dedicaba todo el tiempo a escucharle con simpatía… también era de sobra conocido que el anciano muchas veces hablaba sólo por el placer de escucharse a sí mismo, y era agradable que hubiera alguien con él para oírle y hacerle caso. Risca era fogosa y atrevida, pero también era tierna y amable, le dedicaba infinidad de caricias, besos y ternura. Con frecuencia, al terminar, ella le apoyaba la cabeza sobre sus pechos cálidos y lo acunaba hasta que se dormía dulcemente entre sus brazos. Entonces, ella salía sigilosamente del lecho, le tapaba bien y le dejaba la cama para él solo, de modo que el Emperador siempre podía dormir tranquilo, sin miedo a que nadie (Haydeé, su propio hijo, un criado indiscreto…) pudiera pescarle encamado con una sirvienta.
Un ruidito le sacó de sus pensamientos: el picaporte se movía, y el Emperador sonrió, revolviéndose impaciente. Tenía ganas, tenía muchas ganas… por un segundo, la penumbra de la antecámara permitió distinguir los contornos de una silueta femenina, pero ésta enseguida se coló por la puerta entreabierta y la cerró. Se oyeron los pasos de unos pies descalzos acercándose a él, y enseguida un roce de ropa, pero el Emperador habló:
-Espera – dijo en un susurro – Hoy, quiero desnudarte yo. Ven aquí… - Se hubiera podido oír una risita, y el Padre de la Patria sintió una presencia muy cerca de él, y unas manos pequeñas y suaves, muy suaves, acariciaron sus hombros, recorriendo sus brazos hasta las manos, y sintió besos en los nudillos… luego, esas mismas manos pequeñas, dejaron las suyas sobre sendas bolas blanditas y turgentes que sólo podían ser unos pechos femeninos, aún medio cubiertos por una tela basta y áspera, pero que escondía el más apetecible de los tesoros. El Emperador apretó sin titubeos aquéllos hermosos pechos que en realidad, nunca había visto más que por el escote, pero que creía conocer tan bien… sus manos palparon y encontraron el cordón que cerraba la camisa, pero antes de dar el tirón que lo abriría, paseó sus manos por el cuerpo de su compañera, para hacerse una idea más exacta de lo que traía puesto.
Sus manos bajaron por la cintura, apretaron las nalgas mientras ella le llevaba la cabeza a sus pechos. Las manos del Emperador llegaron a la mitad del muslo, donde acababa la tela del camisón de la joven, y tocaron su piel tersa y cálida… se metieron lenta, casi inocentemente por debajo de la tela, esperando encontrar ropa interior que tapase el sexo, pero sólo había piel, carne temblorosa, ansiosa de recibir sus caricias y su virilidad. El anciano dejó escapar un suspiro, qué inconsciente, qué deliciosamente inconsciente venir a verle sin ropa interior… quien quiera que la pescara, si alguien lo hacía, sabría de inmediato que la joven se dirigía a pasar con alguien un rato de placer, sino, ¿porqué iría sin bragas…?
Su cabeza, pegada a los pechos de la joven, podía notar el cordón haciendo cosquillas en su nariz. Lo agarró con los dientes y tiró suavemente de él, produciendo una risita en ella. Un dulce sonido de roce que acabó en el suelo, le informó que la camisa de dormir había abandonado a su propietaria y ésta estaba desnuda frente a él… No podía verla, apenas distinguía contornos, pero era como si pudiera verla con toda claridad. La tomó de las manos y tiró de ella hacia la cama.
-Ven aquí, Pajarita… - La joven casi saltó al colchón y de inmediato subió bien las mantas. El emperador se quitó torpemente el albornoz y el camisón y se dejó deslizar entre las mantas, disfrutando del roce de las suaves sábanas de lino sobre su piel desnuda… y también de otro tipo de roces.
Su compañera le abrazó, besándole la cara, la boca… su lengua le acarició dulcemente los labios, aspiró la lengua del Emperador en su boca, haciéndole gemir de excitación. El anciano la estrechó entre sus brazos y la joven dejó escapar un tierno gemidito que acabó en una sonrisa, mientras le acariciaba el cuello, la espalda, bajando casi hasta las nalgas del Emperador, quien, a pesar de estar acostumbrado a esas caricias, tembló de placer.
-Esto te gusta mucho, ¿verdad, Pajarita…? – susurró el Emperador. – Te gusta mucho estar con el viejo Papá… - en la densa oscuridad, apenas se distinguían los contornos, pero era suficiente para ver que ella asentía, gozosa – A mí también, me gusta estar contigo… yo soy el Padre de la Patria, el Papá de todos los niños y de las niñas bonitas como tú… pero tú eres la que más me gusta. – Al oír aquello, la joven suspiró de felicidad y su boca casi taladró la de su amante, lamiéndole la lengua casi con desesperación, al tiempo que su mano se perdía entre los cuerpos de ambos, buscando el miembro de él. Con una sonrisa, el Emperador le retiró la mano… adoraba que ella le tocase, pero… digamos que con la edad, su vigor no se había resentido, pero la velocidad de respuesta sí que lo había hecho un poco. Su pene apenas empezaba a despertarse, y no quería que ella lo tocase sin que estuviera pleno aún, le daba vergüenza que la reacción no fuera tan inmediata como en otros tiempos.
Mientras se erguía por completo, el anciano tomó la mano de su amante y besó sus dedos y fue él quien le acarició el cuerpo. Ocultos bajo las sábanas, los traviesos pezones estaban erectos ya por el contacto con la tela, y cuando el Emperador los rozó con la palma de la mano, su compañera se agitó y le presionó la mano para que los apretara. Él lo hizo gustosamente, de hecho se medio tumbó sobre ella para poder hundir la cara entre aquéllas hermosas tetas, y las meneó con las manos, moviéndolas, pellizcando los pezones, lamiendo el entreseno, allí donde el olor a hembra era más potente, golpeándose las mejillas con cada bamboleo de los pechos, de piel tan suave… su Pajarita reía cantarinamente por lo bajo, retorciéndose como una culebra, abrazándole contra sus tetas, acariciándole los hombros y el cabello, frotándose contra él, doblando las piernas para acariciarle con los muslos en el miembro, ya casi erecto por completo.
El Emperador se retiró un poco para tener mejor espacio de maniobra, y bajó la mano al sexo de su compañera, acariciando y cosquilleando suavemente… la joven pareció hacer esfuerzos para no gritar y se abrió ligeramente de piernas, volviendo la cara para besar a su amante. Él se dejó besar y lamer la boca, y sin cesar de darse lengua, empezó a acariciar, el coño de su Pajarita estaba empapado, chorreante… Era indudable que le gustaba estar con él, estaba excitadísima. Eso hacía tan feliz al Emperador… empezó a hacer cosquillas en el tierno botón, para deleite de su compañera, mientras ésta le buscaba el pene con la mano una vez más, y ésta vez, la dejó hacer. ¡Qué manos tan cálidas y suaves…! ¿Cómo era posible que una pobre criada tuviese unas manos tan deliciosas….? Eran una caricia de seda, aleteando juguetonas sobre su miembro, acariciándolo, frotándolo… "alguna vez, tengo que dejar que me la masajee desde el principio, que sean sus manos las que me pongan a presentar armas, tiene que ser maravilloso sentir cómo me acarician desde el reposo hasta el éxtasis…" pensó con torpeza el anciano, pero no sabía si llegaría a atreverse a pedirlo, a que ella notase con dolorosa claridad que él podía tardar un poco en ponerse a punto. Pero en aquél momento, no estaba para pensar, sino para disfrutar… y hacer disfrutar. Aceleró con los dedos y metió dos en la cálida abertura húmeda.
-¡Mmmmh….! – fue más de lo que la joven pudo aguantar en completo silencio, y un gemido de intenso placer se escapó de su garganta por más que intentó acallarlo. El Emperador rió traviesamente y dobló los dedos que tenía en el interior de su Pajarita, ligera y lentamente… retiró suavemente los dedos, y volvió a meterlos, profundamente, mientras su amante se retorcía contra su pecho, sudando de gusto, con las piernas temblándole. Él empezó un movimiento más acelerado, moviendo sólo la muñeca de atrás hacia delante, siempre con los dedos doblados. El jugo del placer muy pronto le empapó toda la mano hasta casi la muñeca y su compañera se convulsionaba, abrazándole por el cuello, moviendo las caderas, ahogando los gemidos, rogando con todo su cuerpo que la penetrara… Su pene estaba a punto y a ella le faltaba muy poco, era tiempo de hacer que se corriera, sacó la mano y rápidamente se colocó sobre ella y embistió.
¡Qué placer…..! Una delicia infinita invadió el cuerpo entero del anciano gobernante, haciéndole encogerse hasta los dedos de los pies cuando su miembro taladró aquélla feminidad estrecha y cálida, tan deliciosamente apretada…. Aquélla ardiente cueva del placer que, dos años atrás, se le había ofrecido y que él había desflorado, y que seguía tan estrecha como el primer día, igual de dulce y tórrida, tan tiernamente acogedora, tan salvajemente placentera… sin poder contenerse, empezó a bombear con rapidez, ansioso porque ella disfrutara y alcanzara su placer, lo cual, sucedió muy pronto. Su Pajarita estaba en un punto muy elevado de placer antes de tumbarse sobre ella, y al atravesarla con su miembro volcánico, ya había estado a punto de terminar. Ella lo abrazaba con brazos y piernas, espoleándole para que no se detuviese, gimiendo en voz baja… toda ella temblaba de gozo, y de pronto el Emperador notó que la temperatura de su compañera se elevaba, el sudor le mojó las manos, empujó más hondamente y ella se estremeció entre sus brazos, dando brincos por el gusto, dándole apretones con las piernas, cuyos músculos no controlaba en los espasmos del orgasmo, y aguantando sus gritos de pasión… Casi sollozando de placer, al fin se quedó quieta, abrazada a él, la cabeza encogida para rozarle el pecho, con su sexo dando contracciones que abrazaban y masajeaban el miembro del Emperador…
-¿Ya, Pajarita….? – preguntó éste, y ella asintió. El anciano rodó sobre la cama para quedar ambos de lado. Se fatigaba un poco estando encima y por eso quería que al menos ella acabase cuanto antes, pero su orgullo le impedía sugerir estar debajo. – Yo todavía no… anda, Pajarita, dale gustito al viejo Papá, ayúdame… - El Emperador llevó la mano de su amante a su miembro empapado, para que lo acariciase, pero ella emitió una risita y le hizo tumbarse de espaldas, saliendo de ella. La joven se colocó sobre él y gateó hacia atrás, cubriéndose con las mantas. - ¿Qué…? – pero no pudo acabar la pregunta. Su Pajarita acababa de meterse su miembro en la boca, y el anciano exhaló todo el aire del pecho en un gemido sordo que le hizo brincar en el lecho, ¡qué gusto…!
Mientras sentía la cálida boquita abrirse lo más que podía en torno a su ancho miembro, el Emperador no pudo dejar de pensar, ¿quién había informado a la joven sobre esa caricia….? A él se lo habían hecho en ocasiones tiempo atrás, cuando estuvo en Oriente; allí era mucho más corriente, en Occidente casi no se estilaba, sólo algunas mujeres de burdeles tenían conocimiento de esa práctica y accedían a hacerla a precios muy altos, pero las mujeres que no se dedicaban a vender placer, no solían conocerla y las pocas que tenían idea de ella la consideraban asquerosa y se negaban taxativamente a realizarla… pero su Pajarita no sólo la conocía, sino que se lo estaba haciendo sin ningún reparo. Con algo de torpeza, eso sí, se notaba que era la primera vez que lo hacía, pero no cabía duda que con gran voluntad… qué tierna era, queriendo darle placer de semejante modo….
Entre sonrisas que no podía contener del placer que sentía, el Emperador alzó un poco las mantas para que le llegase aire y también para ver si podía atisbar… apenas se distinguía una sombra subiendo y bajando sobre su pene, pero aquello le excitaba increíblemente. Los cabellos de la joven le cosquilleaban dulcemente la piel del bajo vientre y los muslos, y su lengua se movía como si lamiera un gran caramelo, mientras no dejaba de acariciarle con una mano. El anciano estaba literalmente en la gloria, sus jadeos eran cada vez más evidentes. A cada bajada de la joven sobre su miembro, la deliciosa electricidad pre orgásmica era más y más potente, las chispas de gusto le estallaban en las corvas, en las nalgas y en la columna, y sobre todo se cebaban en la punta de su miembro supurante. Su cuerpo entero estaba empezando a temblar y su corazón palpitaba como si quisiera salírsele por la boca. "No puedo aguantar más…." Pensó, y un fuerte subidón de placer atacó su cuerpo, notando una corriente maravillosa recorrerle entero, y agarró las sábanas en su éxtasis, sintiendo que la vida entera se le escapaba por entre las piernas, en medio de riquísimas convulsiones que lo estremecían de pies a cabeza… un sonido de deglución casi sorprendido, pero decidido… su joven amante se lo había tragado. Aquél pensamiento estuvo a punto de ponerle listo de nuevo, cosa que hacía años que no le sucedía, pero a pesar de que aquél logro le llenaba de contento, se contuvo… Era más importante dedicar algo de mimo a su Pajarita, que le había sorprendido tan gratísimamente…
Las manos del Emperador se colaron bajo las mantas y cogió a la joven por los brazos, arrastrándola hasta él. Sus pechos rozaron el suyo, tan cálidos… su Pajarita quiso ocultarle la boca, presentarle la mejilla, pero el anciano no iba a tener escrúpulos ahora que ella se había animado a hacer algo tan perverso para él; la beso en la boca, larga, profundamente, acariciando su paladar, haciendo cosquillas… Giró con ella para acomodarse de lado en la cama, mientras la joven subía las mantas y acariciaba la nuca del Emperador para animarle a que se recostara sobre sus pechos como hacía siempre, para quedarse dormido, pero él se resistió.
-Eres asombrosa, Pajarita… ¿quién te enseñó ese método? No es habitual en ésta parte del mundo… te has ganado un premio. No te ofendas, por favor, pero deseo premiarte de algún modo… Dime qué quieres. Dime qué deseas y te lo concederé. – sólo el silencio le contestó, y el anciano insistió - ¿Quieres tierras? ¿Una bonita casa en la que tú seas la señora y no tengas que servir a nadie, sino que te sirvan a ti? ¿Un marido rico con el que tener hijos? ¿Una fortuna? ¿….Ser mía?
Al oír la última pregunta, la joven le estrechó entre sus brazos y casi sollozó. El emperador correspondió al abrazo. No le importaba lo que pudieran decir las asambleas populares, o los religiosos, o el pueblo… o hasta su propio hijo. Si ella también lo quería, la haría oficialmente su nueva esposa.
-Sólo a vos, amo… vos, sois lo único que yo quiero… - una vocecita temblorosa acarició los oídos del Emperador, y a éste le dio un vuelco el corazón y soltó de inmediato a la joven.
-¡¿Haydeé?! – gritó. Accionó las luces y contempló con estupor que aquélla con quien acababa de acostarse, aquélla a quien había penetrado, aquélla que le había dado placer con la boca… no era Risca la doncella… sino Haydeé, su esclava, su querida hija por adopción, la que él reservaba para su propio hijo. La joven se tapaba la cara con las manos, temerosa de mirarle a los ojos, que centelleaban coléricos, indignados… - ¿Cómo… cómo te has atrevido a esto? ¡¿Quién te lo ha permitido?! ¡Contesta! – El anciano la agarró de los hombros y la zarandeó, las lágrimas de Haydeé saltaron de sus ojos y le salpicaron.
-Nadie me lo ha permitido, amo… y ha sido el amor el que me dio atrevimiento a hacer esto, hace ya dos años… - El Emperador se sintió morir, ni siquiera era la primera vez, sino que ella se había colado en su cama en ocasiones anteriores… creyendo estar con una criada, estaba con alguien a quien amaba como a una hija. Empezó a comprender muchas cosas, el hacerlo siempre con la luz apagada, la suavidad de sus manos, el que ella se marchara siempre después de terminar, el que nunca le pidiese nada… y el que le diese tanto cariño. Se sintió sucio y avergonzando, una niña de veinte años se había reído de él… la chica a la que había adoptado se había metido en su cama como una ramera… - Cuando le disteis a Risca la primera cita, yo fui detrás y le ofrecí más dinero a cambio de que no fuera, pero se comportase con vos como si sí lo hubiera hecho… desde entonces, cada vez que la habéis citado, yo he venido en su lugar. Incluso cuando yo no me daba cuenta de que la habíais citado, ella venía a decírmelo, porque sabía que yo le pagaba bien… incluso me dejó uno de sus camisones, para que vos nunca notaseis la diferencia… porque os amo. Siempre os he amado, desde que me comprasteis, quise ser vuestra... quise haceros feliz…
-No me has hecho feliz, Haydeé, me has cubierto de deshonra. Yo te he criado… eres como mi hija, no te deseo como mujer, me siento como si hubiera cometido incesto… yo te reservaba para mi hijo, como alguien lleno de pureza, alguien inocente, dulce… y ahora me doy cuenta que sólo he sido capaz de criar a una puta, capaz de engañar a su propio padre para satisfacer su deseo carnal…
-¡Eso no, amo! – se defendió amargamente la joven - ¡Yo no he hecho esto por mero placer físico o porque no sepa controlar mis instintos… lo he hecho porque estoy enamorada de vos! No podía soportar que otra mujer compartiese vuestro lecho, yo quería ser vuestra mujer… quería que me dejarais amaros, pero vos sólo me veíais como a una niña, y hace ya tiempo que no lo soy… no hice esto por capricho, no quería avergonzaros… pero no podía soportar que me entregarais a otra persona, aunque fuese vuestro hijo… Os agradezco que pensarais en mí para tan alto destino, pero lo que yo deseo, es estar junto a vos para siempre… por piedad, amo, no me caséis con vuestro noble hijo. Despreciadme, repudiadme como hija, pero mantenedme a vuestro lado como sirvienta, aunque no me permitáis tocaros más, permitidme que siga viviendo aquí, en las cocinas, para veros de vez en cuando…
El anciano se agarró la cabeza con las manos, le parecía que le iba a estallar… él también amaba a Haydeé, desde luego que sí… pero no con amor de hombre y mujer, o al menos, eso creía. Aún pensando que era otra persona, la había hecho suya… y había gozado con ella, y terriblemente. Llevaba dos años poseyéndola sin saberlo, y mucho tiempo más conviviendo con ella, y desde luego, su compañía era agradable… por un momento, le invadió la duda de si la idea de casarla con su hijo, no sería una simple excusa para justificar la larga relación con ella. Oyó los sollozos de Haydeé, que lloraba quedamente con la cabeza enterrada en las rodillas dobladas, y se sintió un bestia miserable por haberla hecho llorar, era algo que no soportaba ni cuando ella tenía once años y se entristecía por cualquier razón. Instintivamente la abrazó y le apoyó la cabeza contra su pecho. Sentía una rabia ardiente contra sí mismo por haberse dejado engañar de semejante modo, pero el cariño que sentía hacia la joven pudo más.
-Amo… - gimió Haydeé – perdonadme, perdonadme, por favor… pero no puedo evitarlo, estoy enamorada… Yo no quería esto, luché, luché con todas mis fuerzas, porque sabía que vos me reservabais a vuestro hijo… pero no pude contra la fuerza que me empujaba hacia vos… - la joven se acurrucó contra él, y una cálida ola atacó el corazón del anciano.
-Esto es inmoral… imposible… Haydeé, casi triplico tu edad. Dentro de diez años seré totalmente viejo, y tú aún serás joven…
-Cuando os conocí, amo, teníais el cuádruple de mi edad, y eso no impidió que yo os amase… Igual que ahora, o quizás un poco menos entonces, porque admito que cada día que pasa, según os conozco más, encuentro en vos nuevos detalles y nuevos matices de vuestra personalidad que me hacen amaros más aún… - Desde luego, las interminables horas de clase que tanto en su preparación como esclava como posteriormente, había tenido la joven, habían dado su fruto… era encantadora hasta en su forma de expresarse. El Emperador negó con la cabeza.
-Hijo mío, no tiene sentido alguno que pretenda forzarte a nada en ésta época que vivimos. Ya no estamos en el siglo pasado, en mi época, en la que los padres elegían los esponsales para sus vástagos. Eres bastante mayor, independiente y creo que te he criado con suficiente buen juicio para elegir por ti mismo lo que más te conviene. No voy a obligarte a que desposes a Haydeé si no lo deseas; puedes buscarte tú mismo tu propia esposa. – A Augusto se le iluminó el rostro – Antes de que te entusiasmes, te recuerdo que el éxito o el fracaso que tengas, lo deberás solamente a ti. Si un día te divorcias, o si tu esposa te es infiel, o si te cansas de ella, no podrás echarme a mí la culpa, sólo tú serás el responsable… así que elige sabiamente, no te dejes embaucar por caras bonitas que acompañen cerebros huecos, ni cerebros agudos pero demasiado ambiciosos, ni por aquéllas que digan enamorarse de ti al día siguiente de conocerte… Sé prudente, hijo mío. Sólo te deseo que encuentres una compañera tan buena para ti, como tu madre lo fue para mí.
-Perded cuidado, padre, seré juicioso – se apresuró a prometer el joven – Pero decidme… si ya no va a ser para mí… ¿en qué vais a emplear a Haydeé de ahora en adelante? ¿Vais a casarla con otra persona…?
-Verás hijo mío… no he querido decírtelo para no preocuparte, pero tú mismo ves que no soy joven y últimamente me fatigo con frecuencia, me duelen los huesos y sufro otras molestias. En previsión de que alguien me cuide en mi vejez, voy a quedarme a Haydeé para que sea mi enfermera personal. Cuando se ha enterado de esto, ha decidido hacer voto de castidad para no abandonarme nunca por un marido y permanecer a mi cuidado. Es una muchacha excepcional.
-Realmente lo es, padre… debe teneros mucha devoción para imponerse a sí misma tal sacrificio. Por lo que me contáis de ella, creo que hacéis bien en quedárosla, ha estado con vos desde que la comprasteis, ha compartido vuestro tiempo y os conoce bien; no creo que halléis a nadie que os cuide mejor que ella.
El Emperador asintió. O su hijo aún era muy inocente, o realmente era mejor mentiroso que él mismo. Apenas salió de la estancia, apareció Haydeé, vestida con una ligera túnica rosada transparente que realzaba más que tapaba su lindo cuerpo. Sonrió tiernamente, llena de felicidad. El anciano le devolvió la sonrisa y cruzó los aposentos en dirección a la alcoba, dirigiéndole una elocuente mirada. Canturreando alegremente, su Pajarito brincó hacia él y le besó antes de entrar en el dormitorio. Sí, puede que fuese inmoral… pero era demasiado agradable para deshacerse de ello, pensó el Padre de la Patria, entró tras ella y cerró la puerta.