La compañera de trabajo

Tras algún tiempo de trabajar juntos y aumentar el deseo mutuo, al fin se dio la ocasión y todo sucedió solo.

Era un viernes. Trabajo en una empresa situada en una zona de polígonos en el cinturón industrial de Madrid. No acostumbraba a sobrepasar mis horarios los viernes (en los que hay jornada más corta, hasta las 14,30). Aunque me gusta la juerga más que a un tonto un lápiz, los viernes disfrutaba llegando a casa, preparando la comida y comiendo algo sano, después de una semana comiendo aquí o allá y destrozándome el estómago.

Llevaba ya unos tres años en la empresa y no había entablado una amistad como tal con los compañeros. Eran todos muy majos, pero en su gran mayoría me sacaban unos cuantos años (yo tenía por aquél entonces unos 33), estaban casi todos casados, con niños,… vamos, que llevaban otro estilo de vida y sus inquietudes eran distintas.

Sin embargo, poco a poco fui encontrando gente con ciertas afinidades. Un par de compañeras que aún "disfrutaban de la vida", como suelo decir yo de aquellos que, aunque tengamos pareja seguimos pasándolo bien, saliendo a tomar cañas y ocupándonos de algo más que el curro, la casa y la tele (y los niños, si es que se tienen).

Poco a poco, fuimos conociéndonos un poco más (en lo laboral ya nos conocíamos, pero fuimos hablando de otras cosas, descubriendo puntos comunes, etc) y un viernes cualquiera, me llamaron por línea interna a cosa de las 14,25.

Era Nadia, la secretaria de nuestro departamento. Me comentó que iban a ir a un bar cercano del polígono de al lado a tomar una caña; me invitó a unirme. Dudé un poco, porque soy un tío muy cuadriculado y eso de cambiar de repente lo planificado, me deja en fuera de juego. Pero acepté la invitación.

En fin, el caso es que le dije a Nadia que iría con ellos, pero sólo una caña y me iba. Nadia es una chica joven (un par de años menos que yo), más o menos alta, que siempre lleva tacones (lo cual resalta su altura). Su cuerpo y su cara no eran explosivos. Sin estar gordita, el hecho de ser grande le hacía parecer un poco más "amplia" de lo que en realidad era. Cara normal, teñida de pelirrojo, pechos pequeños (no feos, sólo pequeños), figura aún contorneada, caderas algo anchas y un trasero un pelín más grande que el ideal. Pero muchos de los defectos los compensaba con un buen gusto y unos modelos cuidados, sexys (a veces atrevidos, para lo que se estilaba en aquella oficina).

Allí me fui, hacia el bar en el que habíamos quedado. Cuando llegué estaban las dos, Nadia (a la que ya he descrito) y Sonia, una comercial que llevaba muchos años en la empresa (ella tenía 38, si bien no los aparentaba). Era un poco la antítesis de Nadia: Bajita, con un cuerpo magistral. También pelirroja, coqueta (aunque casi cualquier cosa que se pusiese la hacía deseable). Era de ese tipo de mujeres que con unos vaqueros ajustados y una blusa está perfecta. Al ser más de mi tamaño, era en la que más me había fijado yo a entrar en la empresa.

Ambas tenían novio y estaban perfectamente atendidas en lo sentimental.

Estuvimos tomando alguna caña. La conversación giró inicialmente en temas relacionados con el trabajo, los compañeros, chascarrillos diversos de los que circulan por las empresas, etc. Con el paso de las horas y las cañas, la charla fue derivando hacia nosotros, el tiempo que llevaba yo en la empresa y lo que habían tardado en "descubrirme" y ver que era de su estilo. Poco a poco fuimos entrando en algún tema más personal e íntimo, que por no haber tomado cañas, desconocíamos ellas de mí y yo de ellas.

Con sorprendente confianza, fuimos tocando temas cada vez más personales, de relaciones sentimentales, fracasos anteriores, etc. El clima era relajado y ninguno se sintió violento a medida que íbamos hablando.

Alrededor de las 18,00 de la tarde, Sonia dijo que se tenía que marchar. Vivía relativamente lejos de allí y tenía cosas que hacer. Como Nadia y yo vivíamos allí mismo, Nadia me miró y me preguntó:

¿Te tomas otra?

Claro, nunca digo que no a una caña.

Tú eres de los míos – respondió ella – no hay que insistirte mucho para tomarte la penúltima.

Cuando Sonia volvió del baño, Nadia le comentó:

Tía, ya he encontrado a alguien que sigue mi ritmo; ya no nos hace falta rogarle a Fernando que se venga, jajaja.

Se marchó Sonia y nos quedamos allí, Nadia y yo, charlando normalmente y tomando una y otra caña. Cuando le veíamos el final a una, nos mirábamos y no hacía falta preguntar. "Yo hasta las 20,00 puedo quedarme" comentaba ella. Había quedado con su hermana para no se qué cumpleaños de algún familiar.

Seguimos hablando de temas sentimentales, derivando hacia cuestiones sexuales sin ningún reparo.

Yo admito que he probado de todo, y no me arrepiento –comentó Nadia.

¿Y por qué ibas a hacerlo? Si te gusta y a la otra persona también, no veo el problema.- respondí yo.

Sí, lo que pasa es que los tíos sois de los que os gusta que las mujeres probemos todo, pero si mandáis vosotros; y resulta que a mí en una relación me gusta mandar.

Eso suena muy duro.

No es mandar en sí – explicó ella –me refiero a saber lo que quiero, a pedir cosas en el terreno sexual. Yo en mis relaciones he sido una tía que me gustaba innovar, hacer cosas distintas,

Así que eras tú la que en casa aparecía con el cuero, el antifaz y la fusta – la interrumpí yo. Sonrió y me miró.

Pues sí, en cierto modo sí. Hombre, lo de la fusta no, pero sí que he hecho y probado cosas.

Dí un trago a la cerveza, algo pensativo. Después le comenté:

Pues a mí eso me parece genial.

Pues ya ves, hay muchos tíos que se sienten abrumados cuando les llega una tía así; se descolocan y salen corriendo. Yo admito que me gusta mucho el sexo; y a un tío le descuadra que una tía quiera más sexo que él.

Hombre, no es habitual, para qué vamos a engañarnos, Nadia. Pero sabiéndolo de antemano, no veo problema alguno. A mí me encantaría que mi pareja innovase y plantease cosas nuevas.

Nadia estaba relajada, hablando con total normalidad y diciéndome tranquilamente a la cara que a ella le gustaba mucho el sexo, incluso más que a un tío. Interiormente yo estaba alucinando un poco. No por cómo era ella, sino por la confianza con la que me estaba contando aquello.

De vez en cuando, yo dejaba escapar alguna mirada furtiva al escote e su blusa. No es que tuviera una delantera exuberante, pero el morbo de un par de botones desabrochados, ver el inicio de su sujetador (y sobre todo que éste fuera bonito, de lencería fina y con estilo) y la libertad de sus movimientos, llamaban mi atención cada vez más hacia la maldita abertura.

Yo estoy abierto a cosas nuevas – le dije yo –pero el tema es que la otra persona quiera. Como por ejemplo, el tema de los tríos. No suele salir porque no hay acuerdo en si meter un chico o una chica.

En mi caso yo metería a un chico sin dudarlo –contestó Nadia muy segura.

Vaya, pues parece que nos vamos entendiendo – bromeé yo.

Lo que pasa es que los tíos sois un poco intransigentes en eso – terminó ella.

¿Por qué lo dices?

Porque a vosotros os gusta mucho que nosotras probemos el sexo anal, por ejemplo.

Sí, a mí personalmente me encanta – completé yo.

Pero claro, vosotros no lo queréis probar.

Me dejó un poco sorprendido, pero rápidamente encontré una respuesta y resultó ser la acertada.

Yo no me opongo a ello, - le expliqué con gran tranquilidad y mirándola a los ojos – veo lógico que si vosotras lo probáis, exijáis que nosotros también lo probemos. Personalmente no lo he probado nunca y aunque admito que no me apetece mucho, no veo mal el que ella me haga lo mismo que le voy a hacer yo a ella.

Hubo una pequeña pausa, mientras ella daba un nuevo trago a su cerveza. Inmediatamente continué yo:

No considero que ponga en duda mi sexualidad. Es simplemente una búsqueda de un placer nuevo. Otra cosa es que me lo hiciese un tío. Eso sí que sé que no me atrae. Pero en la situación adecuada, yo no me opondría a que mi pareja probase ese tipo de cosas conmigo. Imagino que tendríamos que estar muy cachondos, pero no me cierro a ello.

Eres de los pocos tíos que dicen eso. Lo tendré en cuenta.- dijo mientras bajaba su mirada a la copa de cerveza.

Seguimos charlando y charlando. Ella comentaba algunas de sus andanzas sexuales de juventud de manera muy genérica y discreta. Pero tanta fue la confianza, que en un momento de la conversación Nadia paró en seco y reflexionó en voz alta "pero dios mío, ¿Qué hago yo aquí, contándote todo esto a ti?".

La charla y las cervezas hicieron que perdiéramos la noción del tiempo. Así que, cuando miramos el reloj y vimos las 20,30, Nadia exlamó:

¡¡Dios mío!!, mi hermana me mata.

Ya no puedes hacer gran cosa- le tranquilicé y le hice pensar - ¿puedes quedar con ella en otro sito y acercarte ahora?

No – respondió ella – ya se habrá ido.

Pues entonces relájate, que mañana ya te caerá la bronca.

Sonrió y aceptó la situación. Pagamos las últimas cervezas y salimos fuera del bar. Igual que para pedir las cervezas, no nos costó mucho decidir que nos iríamos a su casa (vivía sola) a tomar la última. Así que algo contentillos por las tropecientas cañas y calientes por la conversación mantenida, condujimos hasta su casa. Ese trayecto fue el idóneo para pensar qué es lo que podía pasar a partir de entonces. La imaginación volaba, y según luego pude constatar, la de Nadia también.

Llegamos a su casa y subimos a su piso. Pequeño pero decorado con gusto. Arreglado y recogido. Nos sentamos en el sofá del salón y ella trajo dos latas de Mahou.

Seguimos hablando un rato, de temas algo menos íntimos. Pero nuestros cuerpos ya no estaban uno frente al otro, como en el bar. Estaban al lado, juntos, contactando su muslo con mi muslo.

Se levantó repentinamente y me comentó que si no me importaba, iba a ponerse un poco más cómoda.

Entonces decidí tantear el terreno, lanzando un comentario "sutil".

Ponte cómoda,… y sexy, muñeca – comenté imitando a algún actor de cine. Ella sonrió y girándose para ir hacia su habitación, dejó caer otra frase,

Ven, y eliges.

Esperé a que se marchase. Di algún tiempo y me levanté para ir hacia su habitación. La encontré semidesnuda, de espaldas, con tan sólo un tanga y enfundándose un pijama corto de seda, bastante transparente.

Me acerqué y pasando mis brazos hacia delante, la abracé por su vientre. Pude oler el dulce aroma de su perfume, con esos toques de canela y cítricos que tan peculiar la hacían. Besé su cuello y su espalda.

¿Te gusta este? – preguntó ella

Me encanta – susurré yo – tienes muy buen gusto y mucho estilo.

Se giró y nos abrazamos, fundiéndonos en un largo beso, en el que nuestras lenguas se buscaban y peleaban desesperadamente por conquistar el cuerpo contrario. Ella se dejaba acariciar y correspondía con movimientos efectivos que me dejaron sin camisa y sin pantalones casi sin darme cuenta. Nadia se arrimó a mi bulto y restregó su entrepierna contra él. En aquel momento éramos dos animales sedientos de sexo.

Seguidamente, dejó mi boca y fue bajando con sus besos hasta mi boxer. Lo bajó, y con gesto de triunfo, tomó mi verga entre sus manos. Con gran habilidad la fue masajeando y acariciando, intercalando su lengua y sus labios entre sus manos.

Pensé para mis adentros que Nadia había aprovechado muy bien sus andanzas juveniles.

Tras un rato dándome un placer tremendo, controlando los tiempos para evitar que me corriera, me miró a los ojos y susurró:

Sin prejuicios ¿no?

Ninguno – contesté yo – dispuesto a probar lo mismo que tú.

Nos tumbamos en la cama y continuamos el sexo oral, esta vez haciendo yo mi parte de trabajo con su lindo tesoro, perfectamente rasurado y cuidado. Gimió un par de veces con más intensidad, tras lo cual, decidió tumbarme boca arriba y montarse sobre mí. Comenzó a cabalgar sobre mi verga. Se la veía disfrutar. Era algo que llevaba deseando largo tiempo. Intensificó sus embestidas y sentí cómo se corría sobre mí, mojando todo mi pubis.

Tras ello, se puso boca arriba y se dispuso a recibirme con sus piernas bien abiertas.

La penetré un rato así, hasta que ella me susurró:

Voy a hacer que tengas la mejor corrida de tu vida.

Me hizo tumbarme boca arriba y comenzó a chuparme el miembro de arriba abajo, ahora con la lengua, ahora tragándosela entera,…. La sensación era espectacular. Deslizó su mano derecha bajo mis nalgas y comenzó a juguetear alrededor de mi ano. Inmerso en aquella borrachera de placer, sólo acerté a decirle "despacito, nena; todo lo que quieras, pero poco a poco".

Nadia lo hizo con gran habilidad. Perdí la noción del tiempo y de las cosas, sentía un gran placer, Nadia chupaba y lamía mi verga, mientras con un dedo iba entrando en mi agujero. Hasta que al fin llegó el gran momento. Fue como si ella hubiese pulsado el interruptor. Al notarlo, Nadia intensificó el ritmo de sus succiones y jugueteó con su dedo en mi ano con gran eficacia. Todo el torrente de mi orgasmo acabó en su garganta. No cesó de engullir aquel surtidor hasta que se aseguró de dejarlo bien limpio.

Tras recuperarnos de aquel intenso orgasmo, ella se levantó y se fue al baño, volviendo con un frasco en la mano. Intuyendo que se trataba de lubricante, la miré y sonreí. "Yo cumplo lo que digo" respondió ella. Dejó el bote en la mesilla de noche y continuamos besándonos y acariciándonos, comentando las ganas que habíamos acumulado mutuamente tras tanto tiempo de vernos a diario en la oficina, de follarnos tal y como lo habíamos hecho.

Fuimos calentándonos de nuevo, hasta que mi herramienta estuvo de nuevo a punto para trabajar. Entonces tomé el lubricante y colocándola a cuatro patas, con sus codos y rodillas apoyados y su trasero en pompa, comencé a juguetear con mis dedos por el exterior de su rajita y su ano.

La fui calentando hasta oír como suplicaba: "por favor, ya no aguanto más, empieza a meterme algo". Introduje un dedo en su coñito, pero ella apartó mi mano y me dijo:

De este ya me encargo yo, empieza con el de atrás ya.

Mientras Nadia se masturbaba y metía profundamente varios dedos en su coño, yo pasé a ir dilatando su agujerito anal.

No fue difícil. La nena estaba muy cachonda y el lubricante facilitó mucho las cosas. Así que no tardé en atacar con mi verga, de nuevo gorda y crecida; la preparé para entrar triunfalmente en aquel deseado agujero.

Entró poco a poco, con facilidad, pero sintiendo cada milímetro. En cada empujón, un gemido de placer, acompañado de un "mássssss" que se escapaba de los labios de Nadia. Llegué al fondo. Comencé a empujar con más violencia. A Nadia le gustó. Se masturbó con más ímpetu y no contuvo sus gemidos. Encogió el esfínter cunado se fue a correr.

Síííí, no pares, empuja más, …más, rómpeme el culo así,…. córrete conmigo aaaaauuuuuuhhh!!!!

Dicho y hecho. La sensación de estar bombeando en aquel culo, sus gemidos, la privilegiada visión de su redondo trasero, hicieron que a sus deseos le correspondiese con otra descarga, esta vez dentro de su culazo tragón.

Se quedó un rato tumbada boca abajo, calmando su respiración. Después nos aseamos, tomamos una cerveza más y me fui.

El lunes siguiente seguimos como si nada hubiese pasado. Me encantó que la normalidad fuera la tónica dominante de aquella relación esporádica. Ambos sabemos que era sólo sexo y sabemos que repetiremos algún día.