La comisaría

Un interrogatorio al mejor estilo del cine negro...con un sorprendente final. Dominación, fetichismo, bondage...

LA COMISARÍA

Estaba esposada con las manos detrás del respaldo de la silla. La luz que emanaba del viejo flexo de aluminio incidía en su rostro y se desparramaba, ya con menos intensidad por el resto de su cuerpo, reverberando en el cuero de su vestido.

El hombre la miraba en silencio, con el pie posado en el asiento de una silla y con el cuerpo inclinado hacia ese lado. Fumaba en silencio, escrutador y azuladas volutas de humo subían espiral hacia el techo del cuarto, acariciando la apagada bombilla que pendía tristemente del techo. Finalmente ella rompió el denso silencio:

  • ¿Sucede algo?

La mirada de él la fulmina. Es su forma de decirle que ya le indicará cuando quiera que hable. Ella, avergonzada, calla y baja la cabeza, cayéndole sobre el rostro mechones de su largo pelo negro.

-Aun no me has contado algunas cosas que me interesa saber. Ella, expectante, levanta del suelo la mirada...

-Sé lo que ocurrió en la boutique, pero aun no has confesado que ocurrió en la zapatería. Así que...

Interrumpe la frase, sabe que el solo hecho hacer esta pausa será el detonante para obtener la confesión de la mujer. No se equivocó...

-Fuimos a esa zapatería a primera hora de la tarde. Era agosto, hacía un calor húmedo, bochornoso y no había ni un alma por la calle. Cuando entramos, la dependienta, una mujer de mediana edad, de aspecto malhumorado, descansaba estirada en uno de los bancos, disfrutando del aire acondicionado y de la ausencia de clientes. Nuestra entrada la incomodó, no podía disimularlo. Así que decidimos castigarla.

El gruñó desde su posición:

-Muy bonito, así que decidisteis castigarla. ¿Quienes sois vosotros para ir castigando a la gente a vuestro antojo?... Continua!

-Cuando nos preguntó que deseábamos, le pedimos que nos mostrase unas botas que había en el escaparate y que nos habían llamado la atención. Nos las sacó y me las probé, me encantaron desde el primer momento en que las vi y desde el momento en que sentí la suavidad y flexibilidad de su cuero en mi pantorrilla. Pero no sé qué se me pasó por la cabeza cuando le pedí nos mostrara otros modelos. Rezongando se fue hacia el sótano a buscar otro par. Nos quedamos solos. No dejaba de mirar lo bien que me sentaban aquellas botas.

-Ajá!, ¿que hiciste entonces?

Una ola de rubor subió por las mejillas de la detenida...

-Cuando la dependienta se perdió camino del sótano; me abrí la larga falda negra que llevaba, y con el poderío que me confería mi reciente juguete, osé poner mi empeine en la entrepierna de mi amigo, el cual, sorprendido, lanzó un gemido de placer.

-Eres un poco perversa, ¿lo sabes?- , la espetó el policía. -Continua!

Ella volvió a bajar la cabeza y con un hilo de voz de voz añadió:

-...sentí pasos en la escalera, me recompuse y me probé las otras botas que la dependienta me mostró. Caminé con ellas, buscando la aprobación de mi amigo, para finalmente, decirle a la cada vez más impaciente dependienta que me mostrara más pares. Al bajar al sótano repetí la acción. Esta vez no me conformé con restregarle el empeine en la entrepierna. Le abrí su bragueta e introduje por ella la afilada puntera de la bota, arrancando de su garganta otro gemido de satisfacción. Y así sucesivamente cada vez que la dependienta bajaba  al sótano para traerme más pares...Finalmente tras mostrarme cinco pares, la dije que me quedaría con el primero que me enseñó. Eran tan sensuales y tan sugerentes!. De hecho tomé la decisión nada más probármelas.

  • Vaya, vaya, así que sensuales y sugerentes. ¿A qué llamas tú sensuales y sugerentes? ¿Cómo eran?

-Verá: eran altas, hasta las rodillas, negras, con la puntera muy afilada, un altísimo tacón de aguja y un detalle especial que me perdió...

El policía la miró, y echándole a la cara el humo de su cigarrillo. la dijo en voz baja:

-Un detalle especial que te perdió...¿qué detalle?

Ladeando la cara para apartar sus ojos del humo del cigarrillo, añadió:

-Eran unas cadenitas que rodeaban los tobillos, señor.

Entonces, él sacó de detrás de su mesa un par de botas y mostrándoselas triunfalmente, como un f¡scal que muestra  a un jurado una prueba irrefutable, preguntó de manera altisonante:

  • ¿No serán estas, por casualidad?

Ella tuvo como un vahído, mezcla de susto y excitación cuando vió las flamantes botas de nuevo ante sus ojos y atinó a decir con una debil voz mientras hundía su cara en su pecho:

-Si señor, en efecto, son estas.

Satisfecho, el policía abrió sus esposas. Ella se frotó las entumecidas muñecas, por poco tiempo, pues volvió a ser esposada, esta vez con las manos por delante de su estómago.

-Aun me queda comprobar algunos detalles.

Y le mostró la puerta para que saliera del opresivo cubículo donde ambos habían permanecido. Mientras caminaban por el oscuro, húmedo y largo pasillo, él, con las famosas botas en la mano,  se rezagó y pudo comprobar la sensual silueta de la detenida. Era alta, estilizada, con sus buenas curvas. El trasero, respingón, pugnaba por hacer estallar el ajustado vestido de cuero negro que llevaba. Se detuvieron ante una puerta de hierro, sólida, con una pequeña mirilla a la altura de los ojos. Cuando ambos entraron, el policía cerró la puerta desde dentro con una llave y atrancó la mirilla. Había un camastro con cabezales de tubo de hierro, al verlo, ella se sobresaltó. Él la tiró sobre el camastro, y puso las esposadas manos de la asustada mujer sobre su cabeza; prendidas al cabezal, estaban unas esposas con una de sus manillas abierta. Unió ambos juegos de esposas dejando a su prisionera esposada a la cama. Descalzó bruscamente a la mujer , poniéndole  a continuación las botas y encadenando sus tobillos a sendas cadenas que desde el techo llegaban hasta el camastro. Ella no dejaba de suplicar en voz baja...

-No, por favor.

-Deja de gimotear y concentraté en las preguntas que aun he de hacerte.

-Señor, por favor...

Siente desde su notoria indefensión como le arde la cara; expresa indignación si bien por su espalda siente correr un cierto hormigueo, como cuando empieza a excitarse sexualmente.

-¿Porqué me hace esto, señor.-  Atina ella a balbucear.

-Aquí quien hace las preguntas soy yo.-  Responde secamente el policía.

Hace una pausa para insitir, mirándola fijamente a los ojos:

-Aun no sé toda la verdad y te he traído aquí para averiguarla. Te crees la reina del mambo, ¿verdad, muñeca?,  ¿que sientes cuando vas vestida así, como vas?

-Me siento observada, sexy, segura, fabulosa,... señor.

-Vaya, vaya-  replica él con sorna. -¿Así que sientes todas esas cosas?

Sus manos comienzan a acariciar sus bien torneados muslos. Ella impotente, sólo puede lanzarle algunos improperios, pero su mente va cediendo a un estado de fogosa excitación, sobre todo cuando él ha bajado la cremallera del escote y sus manos se lanzan a acariciar sus senos, después a pellizcar sus pezones. La mujer se muerde el labio y deja escapar un suspiro. Al acariciar su nuca, ella siente como una especie de electricidad recorre su espalda y su vientre. Luego su mano comienza a bajar desde la nuca hasta su vientre, a través de sus costados. Los gemidos de la mujer son cada vez más frecuentes e intensos, sobre todo cuando los dedos del policía recorren sus labios vaginales. La pelvis de la prisionera se balancea al ritmo de sus caricias, ritmo que aumenta cuando sus dedos se introducen, suaves, en su sexo y se dedican a acariciar su clítoris. Intensas corrientes de placer recorren los brazos de la esposada mujer.

-Dime, ¿piensas que esto es lo máximo que puedes sentir cuando vistes de esta manera?.

-Si, señor.

-Pues te equivocas!

Se separa de ella y oprime un interruptor en la pared. De repente las cadenas que están enredadas en sus tobillos comienzan a tensarse y las piernas de la prisionera se separan del colchón del camastro, poco a poco, hasta quedar elevadas a media altura, dejándola en una posición francamente impúdica, expuesta, descaradamente sexual...sus dedos vuelven a su clitoris. Ella gime de placer...

-Esto, esto...no me lo esperaba, señor.

Su respiración es agitada, no deja de acariciarla, ni siquiera mientras se va quitando sus pantalones para yacer encima de ella.

Al ser penetrada ella exclama:

-Oh, si, mi señor! Cómo le siento! Cada vez más profundo, abriéndome...

El la besa en los labios, por todo el cuello, aferrando con fuerza su trasero, haciendo chocar sus testículos contra su entrepierna. Ella intenta respirar profundamente, pero el aire se le escapa en forma de multitud de gemidos, oleadas de calor recorren su cuerpo; él no para de observarla mientras la penetra frenéticamente. Al sentirse observada sus espasmos se agudizan, su cuerpo se retuerce dentro del estrecho margen que le dejan las esposas y las cadenas de los pies, siente quemarse por dentro, que todo el calor de su cuerpo se concentra ahora en su vientre, como queriéndolo hacer estallar en mil pedazos y finalmente, siente una marea que fluye, imparable, hacia su sexo...

-Voy a correrme , señor- balbucea entre gemidos... ..........................

...dos figuras, con sus brazos entrelazados a través de sus espaldas recorren acompasadamente los oscuros pasillos de la comisaría en dirección a la calle. Él, se inclina un poco para susurrar, sonriente, a su oído:

-Ya te dije cuando te conocí que podía llegar a ser muy divertido ser la novia de un "poli".

es_nostramo@hotmail.com 16/10/05