La colombiana (9)

Nos vemos de nuevo y tenemos sexo en un bar... (continuación de una vieja serie a petición de su inspiradora).

I

Después de su graduación Adriana y yo habíamos logrado vernos esporádicamente, pero ya nuestros encuentros empezaban a escasear.

Un fin de semana largo, por ser viernes feriado, decidimos vernos en el centro de la ciudad, en un bar de moda. Ella llevaba una falda corta y de tela muy suave junto a una blusa entallada que dejaba adivinar sus deliciosos senos.

La cantidad de gente era impresionante y nos costó colocarnos en una esquina de la barra, contra la pared y con un solo banco alto para compartir. Caballerosamente le ofrecí asiento, pero ella me pidió que me sentara yo. Esos bancos tan altos lo dejaban a uno apenas sentado, casi de pie y ella se colocó en medio de mis piernas de frente a mí.

Lo suave de su falda me permitió sentir el contorno de sus fuertes piernas y mientras nos besábamos como adolescente la apreté contra mi ya semirrecto pene.

Los tragos iban pasando y nuestra calentura aumentaba a montones. De repente comenzó en la tarima del bar un concurso de karaoke y ella se volvió para ver el espectáculo, que sin embargo inicio en nuestra esquina cuando sus deliciosas nalgas se apoyaron contra mi pene.

No puedo más que una de las canciones que los improvisados ídolos de la canción entonaron, pues mis manos se dedicaron a acariciar las caderas de mi exalumna con delicadeza y lujuria. Mis caricias no parecían surtir efecto en ella, que impávida miraba pasar uno tras otro a los cantantes.

Ya estaba perdiendo el morbo el tener sus nalgas contra mi pene y mis manos en sus caderas cuando un movimiento de ella me elevó al cielo de la lujuria: se separo de mí unos centímetros y levanto su suave falda hasta apoyar sus nalgas desnudas sobre mi bragueta.

Traté de adivinar en su cara algún gesto, ero seguía como si nada viendo hacia la tarima, sin embargo la señal era clara. Mis manos se metieron dentro de su falda y comenzaron a acariciar sus nalgas con lujuria, uno de mis dedos decidió explorar su aguanté en público y se deslizó entre esas deliciosas masas de carne hasta alcanzar la entrada de su vagina ¡impresionante!

Sus fluidos eran en cantidades increíbles y mi dedo resbaló entre sus labios vaginales con facilidad pasmosa. Ella seguía sin hacer el más mínimo gesto y decidí jugar con su resistencia. Con malicia comencé a introducir mis dedos índice y anular dentro de su vagina, y con su misma lubricación deslicé mi dedo del medio en su cerrado culito. Ahí si sentí su cuerpo tensarse pero tercamente se recompuso y siguió como una observadora más del karaoke.

Me acerqué a su cuello y comencé a darle suaves besos y mordisquitos, mientras mis ojos se perdían en su grandioso escote y recordando uno de sus gustos más lujuriosos le susurré al oído: -te gusta que te meta el dedo en el culo mi putita, o prefieres que saque mi picha y te la clave entera-

Sus ojos se cerraron y pude adivinar un suspiro que me indicó que le había hecho vibrara esa cuerda tan candente de su sexualidad. Sin darle tiempo de reponerse seguí:

-te gusta que te meta los dedos en frente de toda esta gente-

-sientes como los muevo dentro de tu panochita y tu culito-

-te acuerdas cuando me veías en clase y pensabas en como me chupabas la verga-

-recuerdas cuando te abrí el culo por primera vez en el aula-

Y no se cuantas sandeces propias de una situación así le solté. Cuando tomé conciencia vi que su mirada estaba perdida, dirigida hacia la tarima, pero ida en recuerdos y sensaciones de nuestras tardes de sexo en el colegio.

Cuando su vagina y su culito comenzaron a contraerse saqué mis dedos de ella y la dejé restregándose contra mi bragueta en su frustrado orgasmo.

Su mirada de furia me lo dijo todo y sólo atiné a volverla hacia mí y besarla con pasión.

II

Se separó de mí bruscamente y se fue hacia el baño de mujeres, que gracias al espectáculo estaba vació y no con la típica fila que se ve en esos bares. Regresó demasiado rápido para haber ido a orinar o terminar lo que yo había empezado y volvió a colocarse de espaldas a mí y levantó de nuevo su enagua.

Comprendí la indirecta y mi mano se volvió a perder entre sus nalgas. Sus muslos y sus nalgas estaban secas de sus jugos pues se había secado en el baño, pero apenas abrí su vagina me topé con ese manantial de jugos que estaba hecha su pepita.

Esta vez me dediqué a acariciar su clítoris con suavidad para dejarla llegar a un orgasmo. Otra vez me acerque a su cuello y comencé a besarla cuando se volvió y me dijo en un susurro: -métemela-

La sorpresa inicial fue corta y muy pronto, en el mayor de los disimulos saqué mi pene de mi pantalón y lo deslicé dentro de su vagina.

Desde afuera parecíamos una pareja en pleno cachondeo, pero nadie podía adivinar hasta donde.

Sus caderas se movían al ritmo de las canciones que cantaban en el bendito karaoke y yo sólo apoyé mi mandíbula en su hombro como si observara con cuidado a los Farenelli de turno.

Pasado un rato decidí jugármela entera y la separé un poco de mí, dirigiendo mi pene a su delicado culito. Ella se dejó hacer y poco a poco se fue sentando sobre mi pene, sodomizándose sola, con tal lentitud que pude sentir cada centímetro de mí perderse dentro de su cuerpo.

Esta vez sus movimientos eran tan leves que sólo mi congestionado pene y su dilatado culito podían sentirlos. La excitación nos fue ganando y cuando su culito comenzó a contraerse víctima de su orgasmo mi semen comenzó a brotar dentro de ella.

No supe como nos separamos y reacomodamos pero terminamos abrazados como tortolitos viendo la final del dichoso karaoke: ganó un tipo que cantó Mujeres divinas, y sí yo tenía una entre mis brazos.