La colombiana

Fantasia para ti.

Adriana la colombiana

Mis días eran más de lo mismo en aquel colegio. Daba último año de secundaria en un instituto sólo para mujeres y no había nada fuera de la rutina.

Las chicas eran de 18 años la mayoría, y algunas de más, y aunque sus cuerpos eran de mujeres el verlas día a día en sus chiquilladas no le permitían a uno, como profesor, verlas de otra manera.

El uniforme del colegio era el clásico. Una falta tableada verde con blanco, y una blusa blanca liviana. Aunque la falda debía llegar tres dedos bajo las rodillas, las niñas se la arrollaban más de la cuenta mostrando sus lozanas piernas.

A pesar de eso, el sexo no era algo en lo que yo pensara al verlas y más bien me aburría de regañarlas cuando se sentaban mal o se levantaban la falda más de la cuenta.

Un día cualquiera entra la directora y le indica al grupo 11ª, que van a tener una nueva compañera. Esta era una colombiana, de nombre Adriana, quien acababa de llegar al país y necesitaba hacer los exámenes nacionales de bachillerato. Pocos instantes después apareció aquella mujer. ¡Sí mujer! Porque a pesar de que su cuerpo era como el mis otras alumnas mayores, esta chica tenía una sensualidad especial. Su uniforme, como el de las otras, dejaba ver sus piernas desde las rodillas hasta los tobillos, y su blusa luchaba por disimular unos pechos deliciosos y turgentes, que a no debían ser menos de 36a.

Mis ojos no podían dejar de admirar su larga cabellera negra, y cuando se acercó a mi para soltarme un : "Buenos días profesor, mucho gusto" no pude dejar de admirarme de su belleza y soltura.

Tomó asiento casi de última en la primer fila frente a mi escritorio, y cuando yo caminaba dando mi lección, la veía mirarme con sus hermosos ojos negros, y sonreír coquetamente, como otras muchas de mis alumnas, pero su sonrisa era diferente. Era la sonrisa de una mujer interesa, ávida de aprender y yo me esforzaba por impresionarla.

Al ser profesor de geografía e historia, y ser estos temas básicos para el examen de bachillerato y su posterior examen para la ciudadanía costarricense, los padres de la joven me pidieron que le diera unas clases adicionales. La directora aceptó la propuesta y después de clases era común que nos quedáramos solos en mi salón para las clases.

Mi vida seguía igual, con la diferencia de que ahora esperaba con ansias los días en que me quedaba con mi nueva alumna para ayudarla. Me enteré de que era de Santander, uno de los departamentos centrales de Colombia, y de que tenía veinte años. Su edad no la decía frente a sus compañeras pues no quería parecer mayor, pero conmigo le daba la seguridad de que la podía tratar como una mujer y no como una de las chiquillas del colegio.

Un día en que nos habíamos quedados solos en el salón y estábamos hablando de las costas y litorales de Costa Rica, Adriana me comentó que le encantaría ir a la playa, pues estaba perdiendo color, y al decir esto se levanto un poco la enagua, dejándome ver bien arriba de sus muslos, lo que me provocó una inmediata erección. Ella notó mi turbación y muy coqueta levantó de nuevo su falda y me dijo: "¿qué cree usted?".

Sin saber como me acerqué a ella mirando fijamente sus piernas y sin importarme que notara mi evidente erección, tomándola de la barbilla la levanté de su pupitre con suavidad y mirándola a los ojos le dije: "si no quieres que me dejé llevar no vuelvas a mostrarme tus piernas". Ella retrocedió un par de pasos y desafiante levanto su falda hasta donde se podía apreciar el inicio de su ropa interior. Sin más me acerqué y la ataje hacia mí de su cintura, mi otra mano aprisionó sus dos muñecas detrás de su cuerpo y mis labios comenzaron a acariciar con suavidad su delicioso cuello.

Besándola suavemente la lleve hasta mi escritorio y la senté en el. Solté sus manos y me agaché para meter mi cabeza bajó su falda. Mi lengua se recreó besando aquellos suaves muslos, dándole suaves mordidas que eran correspondidos por fingidos grititos de dolor que ella daba para excitarme aún más.

Mis manos le quitaron sus zapatillas y sus medias, y mi boca recorrió cada una de sus piernas de arriba abajo sin dejar de morder y saborear cada rincón.

Cuando levante mi mirada vi que su blusa había desaparecido junto con su sostén, y era amenazado por dos deliciosos pechos, cuyos oscuros pezones estaban duros de sólo esperar a ser lamidos. Mis boca fue tras ellos, pero en el último instante decidí comenzar el recorrido desde su ombligo, rodeando cada pecho con mi lengua, dándole besos húmedos en su deliciosa boca, y restregando mi pene erecto, a través de mi pantalón, sobre su vulva, envuelta apenas en aquellas braguitas blancas.

La insolencia de la joven era mucha y casi me regañó para decirme que también quería verme desnudo. Poco a poco me saqué la camisa y comenzamos a jugar de enredar sus erectos pezones en los vellos de mi pecho. Cambiando el común orden fue ella la primera en chupar mis pezones y darme mordiscos, nada suaves, que me excitaron terriblemente. Pronto devolví sus caricias y sus pechos fueron absorbidos con fuerza por mi boca. Sus pezones eran aprisionados por mis dientes, que tiraban de ellos hasta oírla gemir suavemente, en el punto en que el placer ya se va a convertir en dolor, sólo para soltarlos y dejar que mi lengua los acariciara para calmar el calorcito que dejaban mis mordiscos.

Mis manos ya estaban acariciando dentro de sus bragas y tocaban con suavidad la tersa piel de sus labios mayores, húmedos de excitación. Uno de los dedos, como capitán de batalla, se animaba a rozar la tierna entrada de su vagina, solo para recoger su humedad y llevarla suavemente hasta su clítoris.

Cuando su respiración alcanzó el ritmo peculiar del éxtasis y era evidente que estaba pronta al primer orgasmo de aquella tarde, caí, tal como diría Soda Stereo, como una ave de fiera sobre su vagina y comencé a chuparla con fuerza , metiendo mi lengua lo más adentro que podías, ayudado por sus manos que empujaban mi cabeza contra esa deliciosa fuente de jugos.

Su orgasmo fue intenso y mi boca lo absorbió todo, golosa, saboreando la dulzura de lo prohibido y quedando ahíto de su sabor.

Apenas comenzó a recuperar la calma, la tomé y la acosté bca abajo en el escritorio, y como para castigar su insolencia de excitarme hasta el punto de hacerle el amor, me dediqué a darle suaves nalgadas con mis manos, mientras arrimaba mi bragueta a su boca, con claras intenciones. Mi alumna, que entendía muy bien el asunto, soltó mi cinturón, el botón de mi pantalón y bajó este junto al boxer de un solo tirón, sólo para que mi erecto pene, golpeara con suavidad su barbilla. Sus ojos se posaron en mi rojo e inflamado glande, y muy pronto su lengua probó la turgencia de esa erección de la que ella era dueña y señora absoluta.

Su lengua y boca me estaban dando un verdadero festín de placer, y mis manos correspodían alternando las suaves nalgadas con incursiones rápidas y profundas en su inundada vagina. Pronto tomo mi miembro estaba siendo succionado por aquella deliciosa boca, aquella que con picardía me llamaba profesor, y que ahora sólo podía emitir leves sonidos guturales mientras se prodigaba en satisfacerme.

Mis dedos dejaban cada vez menos tiempo su calida gruta y muy pronto se dieron a la tarea de buscar nuevas rutas de placer. Cuando el primero de mis dedos comenzó a rozar con suavidad su chiquito, apenas insinuando el permiso para la osada caricia, un embate a profundidad de su boca sobre mi pene me dio a entender que la caricia le agradaba.

Así me encontraba recibiendo la mejor mamada de mi vida, a la vez que exploraba a profundidad una deliciosa vagina y acariciaba la entrada de un hermoso y apetitoso culito.

Poco a poco la fui cambiando de posición, y aunque me costo soltar mi pene de su boca, pues succionaba con furia, la acomodé con sus grandes pechos sobre la fría madera del escritorio, y todas sus nalgas a mi disposición. Tome mi miembro y comencé a acariciar la entrada de su vagina con él, recorriendo desde su ano hasta su clítoris una y otra vez.

Sus gemidos de excitación me indicaron el momento justo de enterrárselo con furia en su vagina, para luego comenzar un suave ir y venir, adentro-afuera, que la hiciera sentir poseída y cojida. Con su hermosa voz me decía: "Así profe, bien adentro, bien rico" lo que me enajenaba cualquier idea, de por sí poco probable, de detenerme. Mis manos, mientras tanto, amasaban esas deliciosas nalgas y uno de mis dedos seguía acariciando su lindo y cerrado culito.

Sin detener la cojida frontal, comencé a meter uno de mis dedos en su culito, lo que apenas provocó que volviera su hermosa cara y me mirara con un gesto pícaro de reproche que no pasó a más, para volver a colocar su rostro contra el escritorio, dispuesta a seguir recibiendo mi pene y mi dedo.

Mis movimientos eran lentos pero profundos, y su culito cada vez se sentía más dispuesto a la penetración. Aprovechando la cercanía de las gavetas de mi escritorio tome un marcador de pizarra y poco a poco lo introduje en su culito. Esta sensación, unida a la de mi pene en su vagina la llevaron a un nuevo orgasmo, luego de cual saqué mi pene de su vagina y se lo acerqué, por el otro lado del escritorio, a su boca.

Esta vez su mamada fue de película. Se lograba meter todo mi pene en su boquita, y yo veía la comisura de sus labios esforzándose por tragarme entero, mientras contemplaba a ratos sus deliciosas nalgas, de las que sobresalía el marcador que permanecía firme en su sitio.

Poco a poco ella misma tomo el rotulador y siguió moviéndolo dentro de su chiquito, reafirmándome la idea de penetrarla por aquel estrecho orificio. Luego de un rato volví a sus espaldas, pero la coloqué boca arriba con sus piernas bien elevadas sobre mis hombros y tomé la punta de mi pene e inicié mis planes de sodomizarla.

Sus únicas palabras fueron destinadas a pedirme que lo hiciera despacio pues era su primera vez por ahí, lo cual complací de lleno, pues quería que disfrutara conmigo de esta experiencia. Poco a poco mi pene abrió su entrada posterior e inicié un suave mete saca, con sólo mi glande adentro. Su culito lo aprisionaba con furia, y su cara me demostraba que le dolía un poco la intrusión.

Para aliviar su dolor me acerqué a su cara y comencé a besar su boca con pasión. Nuestros besos eran húmedos y deliciosos y casi sin percatarnos, pues la lucha de nuestras lenguas era suficiente distracción hasta para el más ducho de los amantes, la mitad de mi pene ganó terreno dentro de su esfínter.

Cuando tuvimos tiempo de notarlo, fue tanta la lujuria que se apoderó de ella que me pidió que la enterrara de golpe hasta el fondo. Sin hacerle caso del todo empujé y terminé por enterrar, firme pero lentamente mi pene en tan estrecho canal. Nuestra unión era total y muy pronto mis movimientos, de pie al lado de mis escritorio, contra sus caderas reposando en él, eran fenomenales.

Esta nueva parte de nuestro encuentro no terminó sino cuando ella me anunció un nuevo orgasmo y poco después yo le anuncié el mió. Su última petición me dejó atónito y sólo me dio tiempo para meditarlo un segundo. Con rapidez se bajó del escritorio y se arrodilló frente a mi, y con mi glande a escasos centímetros de su boca recibió toda mi descarga de semen, que fue mucha luego de aquella contienda tan fenomenal, y se la tragó con gula.

Más calmados después de esto, me senté junto a ella en el suelo, desnudos los dos, y nos abrazamos largo rato, hablando de lo que vivimos, y de cómo, sin dejar de reconocer los problemas que nos podía causar, deseábamos seguir explorando esta nueva veta de lacer.