La colombiana (8)
Ahora e toca a sus pechos (se recomenda leer el primero de la serie para contextualizar).
Después de descansar un rato decidí seguir con el jueguito. Tome unas silla del comedor y la senté en ella. Seguía con su falta puesta. Le quité la blusa y dejé salir sus deliciosos pechos: grandes, firmes con unos pezones oscuros grandes y deliciosos.
Tomé sus manos y las amarré detrás de la silla, volví a vendar sus ojos. La bese en la boca mientras acariciaba sus pechos, luego tomé un pañuelo y la amordacé. Con mi lengua recorrí todo su cuello y fui bajando lentamente hacia sus pechos.
Mis manos tocaban sus piernas y una de ellas se metió entre esos deliciosos pilares de carne buscando encontrar su vagina. Dos de mis dedos comenzaron a masturbarla mientras mi boca se acercaba a sus pezones, pero en vez de chuparlos con fuerza abría mi boca y cubría su pezón completo, sin tocarlo. Ella movía su cuerpo buscando el contacto de mi boca o mi lengua con sus pezones, pero yo lo evitaba.
Fui a la cocina y traje los juguetes de turno. Un bol lleno de cubos de hielo, chocolate líquido y un pepino de buenas proporciones.
Tomé uno de los cubos de hielo y lo metí en mi boca, volví a cubrir su pezón con ella, pero esta vez con mi lengua empujé el cubo de hielo hasta entrar en contacto con su pezón. Ella se removió inquieta por el frío, gimió, pero no me moví. Poco a poco el frío dejaba de ser agradable y movía su cuerpo tratando de perder el contacto que antes buscaba. Cuando se quejó del frío quité mi boca, saqué el cubo de hielo y comencé a pasar mi lengua por su erecto pezón.
Mis dientes aprisionaban su pezón, suave pero firmemente y mi lengua le daba pequeños golpecitos, lamidas y hacía círculos sobre él.
Cuando la noté bien excitada subí la fuerza de la mordida hasta que soltó un gritito de dolor, esta fue la señal para volver a meter el cubo de hielo en mi boca y volver a cubrir su ahora adolorido pezón con ella. Otra vez frío.
Está vez comencé a morder su pezón sin sacar el hielo de mi boca. Ella gemía muy rico sintiendo esa mezcla de dolor, atenuado por el frío del hielo. Dos de mis dedos se movían dentro de su vagina, que cada vez estaba más húmeda, mientras mi otra mano acariciaba su cara y su cabello.
Quité me boca de su pecho, mi mano de su vagina y la venda de sus ojos. Ella se removía en su asiento, tomé el pepino, bastante grueso y como de 10cm de largo y comencé a frotarlo en la entrada de su vagina. Ella abrió las piernas y hecho su pelvis hacia delante para facilitar la introducción. Entró lentamente, pues el grosor era considerable y su vagina se tuvo que abrir bastante para recibirlo.
Llevaba más o menos la mitad cuando tomé el resto del pepino y lo coloqué de forma vertical sobre la silla. Ella trataba de mantenerse semilevantada con la fuerza de sus piernas, pero fue cediendo y el vegetal fue entando enero, hasta que sus nalgas toparon con la silla. Estaba todo adentro.
Tomé un pedazo más de cuerda y amarré sus dos rodillas juntas, además otro trozo lo usé para afirmar su cadera al respaldar de la silla. El pepino estaba todo en su interior y no podía levantarse ni un poco de la silla.
Volví a jugar con sus pezones, sólo que ahora cada vez que se revolvía en la silla el pepino se restregaba en lo más profundo de su vagina. Ver sus ojos cada vez que se movía sobre la silla, y oír sus gemidos ahogados por el pañuelo me calentaron al máximo.
Mis mordisquitos sobre sus pezones fueron ganando fuerza y cada vez que su pezón se ponía rojo por mis dientes, aplacaba su leve dolor con el hielo.
Después comencé a untarle chocolate líquido y a devorar con furia esos ricos pechos, lo que hizo que mi deliciosa colombiana se restregara tanto contra la silla que alcanzara un orgasmo que ni la mordaza pudo disimular.
Mi pene pedía su parte de ese festín y no dude en comenzar a masturbarme con esos deliciosos pechos, llenos de chocolate líquido. La sensación fue de lujo, más cuando le quité la mordaza y ella se dedicó a lamer mi glande cada vez que sobresalía de sus pechos.
Todos los juegos anteriores y la sensación de esos pechos cubriendo mi pene me llevaron a un delicioso orgasmo. Mi semen mojó sus labios y escurrió entre esas montañas de carne que había usado a placer.
La desaté y ayudé a levantarse de la silla. El pepino salió empapado de ella, no sin un suspiro que no supe si fue de alivio o de nostalgia. Nos fuimos al baño a asearnos y yo le comenté al oído: -aún nos queda toda la tarde para disfrutar-.