La colombiana (7)

Un poco de juegos de dominación (se recomienda leer el primero de la serie para contextualizar).

Habíamos quedado de ir a mi casa a pasar el día juntos. En algunos de nuestros encuentros anteriores Adriana me había comentado de un par de fantasías y yo pensaba cumplírselas: yo por mi parte sólo le pedí que llevara su, ahora antiguo, uniforme de colegio.

Cuando llegó a mi casa yo tenía todo listo pero oculto. La recibí con un casto beso de periquito y nos fuimos para la sala. Pusimos algo de música y nos sentamos en un sillón de doble plaza como dos enamorados. Los besos y las caricias iniciaron pero ella me detuvo para ir al baño. Al retirarse se llevó su salvequito, por lo que asumí que iba a cambiarse.

Yo prepare las cuerdas y el pañuelo para la sorpresa que le tenía. Cuando salió del baño no pude más que sonreír: aquella deliciosa imagen, que hace casi un año se presentó por primera vez a clases se erguía ante mí. La única diferencia es que ya sabía como era poseerla.

Me acerqué a ella y comencé a besarla mientras mis manos recorrían su espalda y sus nalgas. Saque de la bolsa de atrás de mi pantalón el pañuelo que había alistado y lo leve hacia sus ojos.

Su sonrisa fue todo lo que necesité para saber que iba a cooperar en este nuevo juego. Le vendé sus ojos y la llevé hacia la mesita de centro de la sala. Era una mesa baja, de madera, en la cual la coloqué de cuatro patas. Aunque sabía que iba a cooperar, tomé las cuerdas que tenía debajo del sillón y amarré sus piernas, a la altura de las rodillas a la mesa. En lugar de ponerla con las palmas contra la mesa le pedí que apoyara los codos, los que también até a la mesa, y que además hacían que su trasero se levantara más.

Me separé un poco de la mesa y observé una de las más excitantes imágenes que he visto en mi vida: aquella deliciosa hembra, enfundada en su falda de colegio, sus medias a media caña, unos zapatos de tacón no muy alto y una blusa blanca a mi disposición. Además, como siempre que jugábamos con su uniforme se había hecho dos colitas con su cabello que le daban un aire de inocencia que me excitaba a más no poder.

Me acerqué a su cara y le pasé la lengua por los labios, cuando ella reaccionó para hacer lo mismo ya me había alejado. Movía su cabeza tratando e adivinar donde estaba yo: ¡Zas! Un beso en una de sus pantorrillas… Unos segundos más y le solté una nalgada fuerte en su suculento trasero.

Apenas había comenzado a quejarse de que le había dado muy duro cuando tomé con mis manos su cabeza y le di un beso con todo, mi lengua exploró su boca y calló su queja y cuando respondía con su lengua a mis caricias me quité dejándola con la boquita abierta. Eso me dio otra idea y la volví a besar con furia mientras desabrochaba mi pantalón y cuando me volví a quitar de improviso y su boca quedó abierta buscando la mía metí mi pene en su boca. Su sorpresa duro poco pues lo retiré rápidamente y me fui de nuevo para su parte de atrás.

Mis manos comenzaron a acariciar sus nalgas con suavidad. Tomé sus calzoncitos y los jalé enterrándolos entre sus dos deliciosas nalgas, y comencé a darle suaves nalgadas. Me agaché y comencé a besarle sus nalgas mientras is manos la acariciaban toda, mis dedos hurgaban dentro de sus bragas y tocaban suavemente la entrada de su vagina.

Le quité sus zapatos y sus medias y me fui a acariciar sus delicados pies. Chupé la planta de sus pies provocándole cosquillas, chupé cada uno de sus deditos y fui subiendo por sus pantorrillas, le di mordiscos en la parte de atrás de los muslos y conforme subía a sus nalgas corrí sus calzones a un lado. Con mis dedos abrí su agina y pude ver la humedad de su cuevita, soplé con suavidad dentro de ella, rocé con la punta de mi lengua la entrada de su vagina y su clítoris.

Uno de mis dedos comenzó a entrar en su vagina y mi boca se dedicó a chupar su delicioso culito. Mi lengua trataba de entrar en ese delicioso agujero mientras mis dedos hurgaban en su vagina.

Dos de mis dedos entraban y salían con facilidad de su vagina y le arrancaban quejidos de placer que me enardecían más. Mi boca trataba de comerse entero su culito y los movimientos de su cadera hacían que mi cara chocara contra su trasero con furia.

Luego de un rato ya tenía cuatro dedos dentro de su vagina y sus gemidos ya eran gritos de placer. Saqué mis dedos de su cuerpo y me acerqué a su cara. La besé y le chupé sus labios y lengua con pasión.

Luego me acerqué a su oído y le dije: -Te acuerdas que me dijiste que querías saber que se sentía una doble penetración… pues traje un amigo-

Tu cara se transformó, me rogaste que no, que no querías eso pero yo te dije que ya estaba ahí. Te quité la venda de los ojos y lo viste… y soltaste una carcajada: era un consolador de latex grande y grueso.

Puse el consolador en tus labios y comenzaste a chuparlo. Apenas te cabía en la boca de lo grueso que era, y yo comencé a pensar que me había exagerado en el tamaño.

Luego de un rato me fui de nuevo para atrás y comencé a pasar el consolador por la entrada de su vagina. En realidad se veía inmenso pero cuando empujé comenzó a entrar sin problemas.

Metí unos diez centímetros dentro de ella y Adriana gemía con pasión: -Cójeme fuerte y duro- me decía. – Mételo bien adentro- y yo empujaba un centímetro más.

Dejando en consolador dentro de su vagina me puse al lado de su cara y le metí mi pene en la boca. Ella se volvió y comenzó a chupar mientras yo hacía vibrar el consolador dentro de su vagina.

Mi calentura era total y me hubiera corrido en su boca si no hubiera sido porque tenía otros planes.

La desaté y la llevé al sillón, me puse sus piernas sobre los hombros y comencé a tocar con mi glande su culito. La chupada previa lo había dejado relajado y no duré mucho en tener tres cuartas partes de mi pene adentro. Ella me pedía que la cojiera, pero mi plan era otro.

Tomé el consolador y lo comencé a meter en su vagina. Costó pues mi pene ocupaba su culito pero entro hasta el final. Luego apoyé la base del consolador en mi pubis, arrecosté mi cuerpo sobre ella y comencé a penetrarla lentamente.

Mi pene entraba y salía de su culito mientras mi pubis empujada el consolador al mismos ritmo, sólo que a lo más profundo de su vagina pues era bien largo. Sus manos se aferraron a mi cuello y su boca se acercó a mi oído y comenzó a gemir con fuerza.

Me decía lo llena que se sentía, como mi pene le entraba en su culo y el consolador en la vagina, me pedía que le diera fuerte, que la cojiera con ganas y mis caderas respondían con furia a sus invitaciones.

Pronto le daba con toda la fuerza de mis caderas, entraba lo más profundo que podía en ella, tanto fue nuestro frenesí que mi pene se salió de su aposento y exhausto me eche hacia atrás, la imagen era deliciosa, sus piernas abiertas y el consolador saliendo poco a poco de su vagina: - lléname de nuevo- me dijo, pero esta vez la tomé de las caderas y la puse en cuatro.

Mi pene entró en su vagina y mis dedos en su trasero, pero ella me pidió que metiera el juguetito. Lo agarré con dudas, pues lo veía muy grueso para su culito, sin embargo apenas metí la punta y ella dio un grito de dolor y placer me decidí: si eso quería la iba a llenar. Seguí empujando poco a poco y su culito se abrió para dar paso al consolador. Nunca la había visto tan dilatada ni la había oído gimiendo de esa forma. Le di con furia, como nunca, quería oírla gritar y de veras que lo hizo. Cuando alcanzó su tercer orgasmo con esa doble penetración saqué mi pene de su vagina y el juguete de su trasero, su culito se veía dilatado y metí tres dedos en él con facilidad, tomé mi pené y lo metí sin sacar mis dedos y después de unas pocas embestidas me vine dentro de ella.

Me senté frente al sillón y vi a mi deliciosa exalumna, con solo su faldita y su blusa abierta (creo que rota) jadeando por el esfuerzo y con un pequeño hilo de mi semen saliendo de su culito hacia sus deliciosos muslos. Casi me desvanecí de placer y la tomé para acostarnos en la alfombra a reposar del gusto que nos habíamos dado.