La colombiana (6)

Su graduación.

La graduación

Tiempo después de aquella deliciosa llegada al colegio Adriana se graduó. Como profesor de la institución yo asistía sólo a dos actividades, el baile y la graduación en sí.

El día del baile me ofrecí a llevar a mi alumna favorita y a sus padres a la misma, pues además de ser en un lugar alejado, yo podía actuar de chofer designado para que la familia disfrutara (no iba yo a beber frente a mis alumnas).

Adriana iba fenomenal. Un traje negro, a medio muslo, unas medias veladas, una mascada y unos zapatos de tacón que hacían resaltar sus piernas y su trasero.

Cuando llegamos ellos se fueron a su mesa y yo a la destinada a los profesores. Sólo llegaron dos profesores más, y no eran muy amigos míos, por lo que Adriana me invitó a sentarme con su familia en su mesa. Me despedí de mis compañeros cortésmente y me fui hacia ella.

Arrimaron una silla y me colocaron entre Adriana y la tía de otra alumna, cuya familia también estaba en esa mesa. La señora estaba casi de lado dándome su espalda para poder ver el baile y las locuras de las chicas, mientras yo conversaba con los padres de Adriana.

Cuando inició el carnaval Adriana prefirió quedarse en la mesa, aduciendo un dolor de cabeza y todos voltearon hacia la pista. Ella y yo estábamos de frente y los demás de la mesa nos daban la espalda. Entonces ella tomó una de mis manos y la bajo a su rodilla. La sensación de sus medias era deliciosa y mi mano acariciaba su rodilla con suavidad. Sus manos sobre la mía trenzaba nuestros dedos sin dejar de mirar a la pista.

Pronto acaricié hasta casi medio mismo, y aunque por el tipo de medias que llevaba no la podía acariciar mucho, pronto mi mano llegaba casi hasta su ingle, rozando su entrepierna.

Su pierna se entrelazó con la mía en caricias poco certeras, pero efectivas para lo que estábamos viviendo. Ella se tomaba de mi brazo y se acercaba a mi oído para hablarme, pero era sólo una excusa para restregar sus pechos con mi antebrazo.

El juego siguió los veinte minutos que siguió el carnaval y nos recompusimos en la mesa. Siguió la cena y luego un set bailable.

Baile con algunas de las madres de mis alumnas más antiguas y pronto Adriana me saco a bailar. Mientras bailábamos sólo podía imaginarme que esa deliciosa mujer había sido mía por todos los lugares posibles, y que yo había sido de ella.

Cuando regresamos a la mesa los padres de Adriana nos informaron que se retiraban aprovechando que unos vecinos ya se retiraban, pero que me confiaban a su hija para que la llevara a casa luego del baile.

Cuando se fueron sus padres Adriana y yo nos cambiamos de mesa, a una mesa que quedaba contra la pared del salón, y d donde podíamos ver todo lo que pasaba en la sala. Ella se retiró al baño y yo pedí un par de tragos. Cuando regreso no noté nada extraño hasta que mi mano se posó en su rodilla y la encontré desnuda de sus medias. Una sonrisa pícara de mi hermosa compañía me indicó que no era casualidad y casi me atraganto cuando, subiendo mi mano por su muslo me encontré con que también sus bragas habían desaparecido.

Mi dedo meñique, tan inútil en lo cotidiano se convirtió de pronto en mi mejor aliado, logrando caricias directas a la vagina de mi alumna que pronto comenzó a estar húmeda.

Mi dedo recorría todo lo que podía entre aquellos labios vaginales que en varias ocasiones habían albergado mi pene. Apretaba a un lado y al otro, adentro y afuera, con movimientos muy leves, pero que en una situación como esa, son fenomenales.

Yo miraba a Adriana tratando de adivinar algo de su estado, pero se mantenía como si nada, observando a sus compañeras bailar.

Cuando comenzó un set de música romántica bajaron levemente las luces y mi mano se aventuró con mayor descaro dentro de sus piernas. Un par de alumnas se sentaron con nosotros y comenzaron a hablar de todo un poco, sin que por esto yo sacara mi mano de tan delicioso recaudo. Adriana también posó su mano en mi pierna y apenas pudo la fue deslizando hacia mi ingle.

Con movimientos muy suaves fue llegando hasta mi entrepierna y comenzó a palpar la dureza que provocaba en mí su delicioso cuerpo y nuestros juegos. Cuando sus amigas se fueron para el baño me susurro al oído que la llevara a otro lugar para seguir nuestros juegos. Le pedí que esperara y me siguiera un instante después. Salí del salón y en menos de dos minutos estábamos reunidos en un pasillo del hotel donde se daba la fiesta.

Caminamos por el hotel pensando en irnos, pero todos nos verían salir, y si bien yo era el encargado de llevarla a su casa, la hora podía jugarnos una mala pasada. En uno de los pasillos del hotel vimos una de las salas de reunión a oscuras, probé la cerradura y estaba abierta, y sin más nos metimos en ella.

Era un gran salón lleno de sillas, un pequeño atrio y una salita desde donde se manejaban los micrófonos y demás instrumentos de un salón de este tipo. Nos fuimos a esta salita y comenzamos a besarnos con furia. Mis manos debajo de su enagua no tardaron en encontrar su deliciosa vagina y sus suculentas nalgas. Nuestras bocas se besaban con locura y muy pronto, pues estábamos calientes, me acosté sobre la alfombra y mi hermosa afrodita, la hembra de mis deseos comenzó a cabalgarme.

Yo estaba tomado de sus nalgas y su lengua recorría mi cuello mientras mi pene reconocía el ansiado nido que tanto placer le daba cuando de repente se encendieron las luces del salón.

Adriana y yo nos quedamos quietos sin movernos y pudimos escuchar a dos personas de limpieza hablar mientras realizaban su trabajo. Yo estaba a punto de levantarme y ver la posibilidad de salir de ahí con algo de decoro, cuando mi amante me tomó la cabeza con las manos, me dio un beso delicioso y comenzó a moverse despacio arregostada a mi pecho.

Yo seguía deseando salir de ahí pero parece que a ella la excitaba la idea de ser sorprendidos en pleno acto. Me limité a no moverme y se me salía el corazón cuando escuchaba sus voces acercarse a la salita de control.

Luego de un rato me relajé pues no parecía que fueran a entrar a la salita y comencé a cooperar en el juego. Adriana retenía sus gemidos contra mi cuello, y apenas yo, a escasos centímetros de su boca podía oírlos.

Esto me calentó como a un quinceañero y comencé a tratar de hacerle el trabajo difícil a mi alumna. Apretaba sus caderas contra mí para que mi pene entrara profundo en ella, le chupaba el cuello y comencé a acariciar su culito para excitarla más. Sus gemiditos eran mayores y más continuos, y cuando introduje uno de mis dedos en su orificio trasero pensé que iba a gemir. Sólo abrió los ojos y me miró, mezcla de reproche y agradecimiento y volvió a enterrar su cara en mi cuello.

Pronto eran dos dedos los que tenía en su colita y sus gemiditos se habían convertido en mordiscos inmisericordes a mi hombro. El juego me gustaba y lo lleve a lo más profundo que pude. La voltee sobre la alfombra, la puse boca abajo, levante su vestido y sin ninguna pausa enterré mi pene en su culito deleitándome al verla morder su mano para aguantar el gemido. Su cuerpo se tensó y comenzó a vibrar como en un espasmo de frío, pero sus ojos llorosos, la contracción de su culito, y su otra mano tirada hacia atrás acariciando mi nuca me dieron a entender que era su orgasmo.

Me comencé a mover dentro de ella lenta pero profundamente y su mano libre, la que no mordía para acallar sus quejas, se dedicó a tocar su clítoris.

Ni siquiera me había percatado de que las luces del salón se habían vuelto a apagar. Cuando lo note comencé a darle con furia, saliendo y entrando con toda la fuerza de mi cuerpo mientras a su oído le decía lo que me excitaba darle por su culito. Ella seguía sin gemir con fuerza hasta que le hice notar lo de las luces y sus garganta se desbocó. Cojimos durante un gran rato hasta quedar exhaustos y cuando salimos del salón hablamos de lo delicioso que había sido el riesgo de ser sorprendidos.

Una vez más, mi alumna me demostraba que era una fuente infinita de placer.