La colombiana (4)
Al fin solos, primera parte.
La colombiana 4
Después de nuestro encuentro en la biblioteca mi alumna y yo seguimos teniendo algunos juegos y escarceos en el colegio, para cada vez se hacía más necesario el estar solos y podernos disfrutar con tiempo y a placer.
La oportunidad se nos presentó luego de dos giras que realizamos s dos museos del país. Adriana le dijo a sus padres que no había podido tomar suficientes notas y que quería regresar, pero que era necesario que yo la acompañara para que le explicara algunos asuntos de la historia de Costa Rica que ella no dominaba. Sus padres, que además de apoyarla en sus estudios confiaban mucho en mí por las clases particulares que le daba, aceptaron sin reparos.
Un sábado en la mañana pasé por ella en mi auto. Si con uniforme se veía divina, con ropa particular se veía como la hembra màs deseable que pudieran imaginar. Sus gruesas y deliciosas piernas, enfundadas en un ajustado jeans, sus pechos contenidos por una pequeña blusa ombliguera y una pequeña boina que dejaba su hermoso y lacio cabello ondular sobre sus hombros la hacían sumamente excitante a la vista.
Cuando se subió a mi auto me lanzó una amplia y hermosa sonrisa. Esa delicada boca, que tanto placer me daba, me provocaba un morbo increíble, pues aunque no se los había contado antes Adriana usaba unos frenillos que le daban un toque juvenil sumamente morboso.
Nos alejamos un poco de su casa cuando ella me pidió que me detuviera, lo cual hice pensando ñeque había olvidado algo en su casa. Sin embargo apenas detuve el auto se acercó a mi y me dio un beso lleno de lujuria, en que nuestras lenguas se trenzaron en una batalla por darse caricias que hubiera hecho a más de uno, venirse sin más.
La separé de mi boca, más por la prisa de seguir hacia el motel donde pensaba llevarla que por detener tan lúbrica caricia.
Maneje todo el tiempo tocando sus macizas piernas con mi mano derecha, cuando podía soltar la marcha, mientras ella me decía lo ansiosa que estaba por poder estar a solas conmigo.
Apenas entramos al garaje del motel, que era cerrado, nos entregamos a unos furiosos besos que sólo mostraban el preludio de los que venía.
Ya dentro de la habitación nos revolcamos con la ropa puesta por toda la cama, su pelvis y la mía se frotaban con lujuria, deseando que la ropa desapareciera para poder tomarnos a placer. Mi camisa fue la primera en desaparecer y esa deliciosa boca veinteañera se dedicó a besar y morder mis pezones. Nunca había sentido tanto placer mientras me chupaban las tetillas. La traviesa mano de mi alumna se enredaba en el abundante vello de mi pecho y de vez en cuando jalaba uno que otro pelito dándole corrientazas de electricidad en todo el dorso, haciéndome arquear el cuerpo y hundirle con más ganas mis pezones en su boca.
Mis manos no se quedaban quietas y amasaban a placer ese delicioso y amplio trasero que tanto placer me daba, y mis gemidos se escuchaban por toda la habitación, mientras que repetía: -Sigue mi vida, muérdeme, chúpame, tómame entero que soy para vos-.
Cuando intenté comenzar a desnudarla se levantó de la cama y me dijo que ya regresaba, metiéndose al baño con su mochila. ¡Maldita maña de las mujeres! que aún viéndose preciosas quieren retocarse un poco más. Sin embargo cuando salió del baño diez minutos después olvide mis maldiciones, al ver que la pícara colombiana se había puesto el uniforme de colegiala levemente modificado: su falta la había arrollado hasta hacerla llegar al borde mismo de su pubis y de sus nalgas (como pude apreciar cuando dio una coqueta vuelta para mostrarme sus encantos), en vez de las medias de algodón blanco llevaba un liguero que se mostraba casi entero y unos zapatos de tacón blanco, que después de confesó eran de su madre. Su camisa estaba fuera de sus faldas y ambos extremos estaban anudados arriba de su ombligo. Los botones que restaban estaban abiertos, dejándome ver completo ese escote libre de sujetador, y donde sus pechos se veían hinchados y grandes. Su delicado pelo, negro y lacio, estaba recogido en dos colitas que le daban el aspecto de una típica lolita de revista para adultos.
No pude más que maravillarme de la forma en que esta mujer (nunca me animé a pensar en ella como una niña, aunque así trataba a mis demás alumnas, pues nada en ella te hacia pensar en eso), esta hembra deliciosa, era capaz de hacer para que en mi afloraran mis más fuertes pasiones.
Me pidió que sintonizara algo de música en la radio y, bajo las notas de uno de ritmos musicales de moda, comenzó a contonearse de forma sabrosa, deleitándome con unas visiones celestiales, haciéndome alcanzar niveles de placer mental que no creí poder obtener con sólo la mirada.
Aunque parezca raro el del striptes? fui yo. Mientras ella bailaba me fui despojando de mi ropa, hasta quedar desnudo sobre la cama, con mi pene completamente erecto, observando la deliciosa fémina que tenía ante mí.
Mis manos solas, sin más acicate que el de esas visiones, empezaron a acariciar mi cuerpo. La izquierda sobre mi pene y la derecha sobre mis inflamados testículos. Los ojos de Adriana se posaban en mi pene sin dejar de bailar seductoramente. Cuando comenzó a desprenderse de su blusa tuve que bajar el ritmo de mis caricias pues corría el riesgo de terminar sobre mí como un adolescente lujurioso. Sus grandes pechos eran acariciados por sus manos y sus caderas hacían volar la pequeña enagua, dándome breves vistazos de sus nalgas o pubis, enfundados en unas breves bragas.
Después de un rato se bajó su tanguita, dándome la espalda, y permitiéndome observar como la tela salía lentamente de sus nalgas, haciéndome desear la transmutación de la materia, cual medieval alquimista, para ser yo quien se deslizaras entre esas suculentas carnes.
Mis caricias a mis genitales ya casi me llevaban al orgasmo, por lo que de vez en cuando me dedicaba a tocar mis muslos o mi pecho para bajar la intensidad de mi excitación. Sin embargo mi perversa alumna me quería llevar al final, y en una de esas sesiones de caricias distantes se acercó a mis pies desnudos, que estaban apenas afuera de la cama, y comenzó a frotar su húmeda vagina sobre mis dedos. El sentir la humedad de su vagina en los dedos de mi pie derecho me llevó al nirvana. Sin siquiera una caricia mi pene comenzó a soltar semen a borbotones, el cual cayó sobre mis muslos, mis testículos y parte de mi abdomen, y cuando aún sentía las contracciones del orgasmo, esa mantis religiosa que me mataba de placer se lanzó sobre mi cuerpo y comenzó a chupar todo el semen de mí. Nos les miento al decirles que por un momento perdí el sentido, hasta que me recuperé para apreciar a mi deliciosa amante con mi semiflácido pene en boca, sorbiéndolo como una corderita mansa, que sin embargo denotaba en sus ojos esa vocación de femme fatal que amenazaba con llevarme a los límites más elevados del placer.
Continuará