La cola por primera vez
No estaba en los planes pero una buena calentura, sumada a la indisposición de mi novia, produjeron que ella me entregara su tierno culito por primera vez
Corría el año 2006 y para ese entonces yo (24 años) ya no salía con mi novia Julia (23 años) pero manteníamos buenos encuentros sexuales en donde revivíamos toda la pasión que habíamos experimentado en 2002 y 2003. En el medio ambos habíamos estado con otras parejas e incluso ella se había casado y divorciado rápidamente en 2005.
La cosa es que un viernes Julia me invitó a su departamento a comer y yo acepté gustosamente ya que llevábamos algunas semanas sin vernos y siempre esos encuentros terminaban con sexo intenso.
Ya al abrirme la puerta noté una mirada pícara y de calentura y al toqué me dio un beso profundo fuerte, con mucha lengua. Nos empezamos a apretar ahí nomás y yo a manosearla. Fue muy lindo y enseguida la noté liviana de ropa: sin corpiño y con un pantalón de jogging muy finito que marcaba bien su culito. A los 10 minutos estábamos en la cama matándonos y con un nivel de calor que aumentaba a cada instante. Le volé la remera de un solo movimiento y ahí nomas empecé a chuparle sus tetas operadas, cosa que la enloquecía mal. Al rato ella me sacó toda la ropa y me dejó ahí tirado con el calzón solamente; yo le quité el jogging y la dejé en bombachita, que era negra y de esas que abrazan bien los cachetes del culo, cubriéndolos casi en su totalidad (lo opuesto a una tanga). Sin pensarlo se montó encima mío y comenzó a frotar su conchita contra mi pija con unos lindos movimientos de cadera. Se volcó sobre mí y, sin dejar de mover su vagina, retomó los besos con lengua. Mi pene a esas alturas ya era una piedra que comenzaba a mojarse. Julia agarró mi miembro con su mano derecha y comenzó a masturbarme un poco, lentamente, durante 1 o 2 minutos, para luego llevarse la pija a su boca y comenzar una mamada frenética. La chupaba como una doncella, con buen ritmo y hasta el fondo, solo sacándosela de su boquita para lanzar gemidos de placer. Algunos minutos más tarde yo le propuse comerme su concha, tal como hacía cada vez que la veía. Ella respondió: “Mmm… esta vez no, estoy menstruando y con muchísimo flujo” y me recordó una vez que habíamos hecho el amor en la cama de sus padres mientras ella estaba con su regla y había sido un enchastre que nos costó mucho limpiar. Entonces le dije: “Uy, entonces tampoco te la puedo meter”, a lo que Julia espetó: “No creas, querés probar por la cola? Estoy muy caliente”. A mí se me iluminaron los ojos y un fuego ardiente comenzó a quemarme por dentro. Respondí instantáneamente que SI. Me sorprendió mucho la propuesta ya que en nuestros dos años de noviazgo jamás habíamos experimentado con el sexo anal. Tal vez ella, en sus pocos meses de matrimonio, le había entregado el orto a su marido. Nunca lo supe y nunca lo sabré. Yo estaba como loco por entrar a ese “asterisco” o, “anillo de cuero”, como le dicen en mi barrio.
Le saqué las bragas y la puse en cuatro patas, con el culito duro y parado apuntándome y el hilo blanco del tampón que colgaba de su chuchita, demostrando que efectivamente Julia estaba en uno de “esos” días. Como ella no tenía en su casa un frasco de lubricante, tuvimos que conformarnos con los sobrecitos que vienen de regalo con los preservativos extra lubricados: eran 3 sobres así que normalmente tenía que alcanzar. Abrí dos y los vacié sobre mi verga que seguía bien dura. Quedó reluciente y lista para taladrar ese culo tan lindo que Julia me entregaba. El restante sobre lo vacié en su culito y en mi dedo índice derecho que enseguida se hizo paso en ese agujero para dilatar toda la zona. Así estuve dos o tres minutos, entrando y saliendo con mi dedito. Decreté que ya era suficiente y me dispuse a entrar. Yo sólo le pedí una cosa: que por favor me avisara si le provocaba algo de dolor. Ella accedió y prometió decírmelo.
Apoyé la cabeza de mi pija hinchada y morada y comencé a ejercer presión. Al principio nada, mi miembro no avanzó ni un milímetro pero el morbo subía cada vez más: el sólo hecho de hacer una cola por primera vez en mi vida me estaba volviendo loco y poniendo a mil. Al segundo intento mi verga conquistó un poquito más de territorio pero tampoco logró entrar. Yo respiré hondo e intenté nuevamente: esta vez toda la cabeza pudo entrar pero con un gemido de dolor y un rápido movimiento involuntario de su ano, Julia expulsó mi picha. Nuevamente afuera y a seguir remando… Le pregunté si estaba todo bien y me dijo que sí, que siguiera intentando porque la quería sentir bien adentro. Recién al cuarto intento pude meter mi pija por completo en su ojete: la cabeza entró como la última vez y sin demorar empujé hasta el fondo, logrando penetrar ese pompis en su totalidad. Lo que siguió fue una locura: el famoso mete – saca pero muy suavemente porque ella sentía dolor y con su mano derecha intentaba apartarme de su culo. Yo gozaba como loco y lo que más me impresionó fue la presión que sentía sobre mi pija, como si se me aplastara. Su esfínter trabajaba constantemente sobre el cuerpo de mi miembro, apretándolo sin cesar. Y cada embestida costaba un Perú, su ano se resistía a ser taladrado. La otra sensación que no olvidaré jamás fue la temperatura ahí adentro, mucho más caliente que una vagina, sin dudas. Seguí empujando con perseverancia, con la convicción de que estaba por el buen camino. Y Julia que cada vez se sentía más cómoda y comenzaba a gozar. Deslizó unos gemidos pero esta vez de placer. Y era tan lujuriosa la imagen de verla a ella en cuatro patas siendo cogida por el culo que no pude resistirme mucho tiempo: al cabo de cinco minutos la embestí con fuerza y acabé en un orgasmo espectacular. Solté toda mi leche en su interior, saqué mi pene y me recosté a su lado, feliz de haber rociado sus entrañas con mi semen. A partir de aquél día, cada vez que Julia menstruaba y nos veíamos, me entregaba su culito con mucho gusto.