La coja

Una joven que viene de una aldea muy remota llega a un pueblo y conoce a un joven que le hace tilín.

La conocí cuando tenía 18 años. Era morena, delgada, de estatura mediana, ni guapa ni fea, era cojita y vestía muy mal. En su casa la llamaban Estrella y en la calle Estrellada y La Coja. Su padre había venido a trabajar al puerto en la carga y descarga, y la verdad es que tanto el padre, cómo la madre, cómo ella, eran muy brutos.

Estrella levaba unos días días en el pueblo y aún no tenía amigas. Recuerdo que en el reloj del ayuntamiento daban las diez de la noche cuando llegó a la plaza del pueblo donde estaban jugando las otras niñas a la cuerda, al tejo, a la goma, a pillar..., y los niños a la pelota. Arrimó la espalda a la pared de una casa y se puso a mirar. Nadie le prestaba atención, era cómo si no existiera. Dejé de jugar. Fui a su lado, encendí un celtas con filtro, y le dije:

-¿Cómo estás, Estrella?

Bajó la cabeza, y me respondió:

-De pie.

-Ya veo.

Estrella se percató de que algunos niños nos miraba y se puso colorada. Su espalda se deslizó hacia abajo por la pared y se sentó en una pequeña acera que tenía delante la casa. Me senté a su lado.

-Me llamo Quique y te preguntaba cómo estabas.

-Ahora estoy sentada.

Muy lista parecía que no era.

-¿Qué haces durante el día?

-¿A qué vine tanta pregunta?

-Trato de hacerme tu amigo.

-¿No tienes bastantes amigas?

-Nunca se tienen suficientes amigos. ¿Qué haces durante el día, aparte de trabajar?

-Comer y cagar.

La miré, sonreí, y le dije:

-De modales no andas muy bien.

-¡Hay que ser cabrón!

-¿Por?

-Por que no hace falta que me recuerdes que la ropa que llevo era de mi abuela.

-¡¿Yo?!

-Sí, tú, diciédome que no entiendo de moda. ¿Creías que no te iba a entender?

-A ver, Estrella, tener modales, al hablar, quiere decir, tener buenas formas, buenas maneras, buenos modos.

Si se había de disculpar aún tenía más que decir que el rey que mandar.

-Ya te entendí a la segunda.Tú eres el echado para adelante del pueblo, ¿verdad?

-¿Por?

-Y además ahorras palabras. Flojo.

-Yo trabajo.

¡¿Tú?! Tú no sabes lo que es trabajar.

-¿Por qué dices eso?

Me miró para las manos.

-En tu vida trabajaste. Tus manos no son de trabajador, son manos finas.

-Veo que eres observadora.

-El observador eres tú, yo soy trabajadora -me enseñó las palmas de las manos-. Estás son manos de trabajadora.

Tenía las manos llenas de callos.

-Estudiando también se trabaja. Al estudiar se labra un futuro.

Me miró con cara de asombro.

-¡¿Pero tú sabes lo que es labrar?!

-Sé lo que es labrar, pero lo que quise decir es que estudiando se cimientan las bases...

Me interrumpió.

-Estudiar estudiarás, pero muy listo no eres. cimientar, aquí y en cualquier parte es echar semillas para que nazca después el fruto.

-Eso es sembrar

-Sembrar, cimientar, sementar, viene siendo lo mismo.

Ya no sabía que decir. Quise saber donde viviera antes de venir para mi pueblo.

-¿Y de dónde vienes?

-De mi casa.

-¿De que parte?

-Pues salí por la puerta.

Me estaba pesando haberme acercado a ella. Me armé de paciencia.

-¿Tus padres y tú donde vivíais antes de venir para aquí?

-¿Y no quieres saber de que color llevo las bragas?

Me sorprendió su reacción.

-¿Por qué te mosqueaste?

-No metas a las moscas en esto.

Me dio la risa. Le pregunté:

-¿Por si las moscas?

Puso morros.

-¿Te estás riendo de mí?

-No, me estoy riendo contigo. Ya se me olvidó de que estábamos hablando.

-Querías saber de que color llevo las bragas.

-¡¿Yo?! Yo quería saber dónde vivías antes de venir para aquí.

-No, tú querías saber de que color llevo las bragas.

A veces es mejor darle la razón a alguien aunque no la tenga.

-Para ti la peseta. ¿De que color las llevas?

-Ya sabía yo que venías a por eso.

Era retorcida.

-¡¿Qué?!

-No soy tonta, se que soy la que da pena, la fea, la cojita,

-A mi no me das pena, ni te veo fea, es más, si fuera de día te diría si te apetecía dar un paseo.

-¿Apete qué?

-Olvídalo.

-¿A quién?

Me estaba sacando de quicio.

-Joder, joder, joder.

-Habla en bajo que te pueden oír.

Bajé la voz.

-Me la suda.

-Ay, no me trates de usted que me derrito. ¿De verdad que te la sudo?

Si no se hubiera ruborizado pensaría que se estaba riendo de mí.

-Eres única, Estrella. ¿Me dice ahora dónde vivíais tus padres y tú?

-¿Sabes dónde queda el culo del mundo?

-No.

-Pues de ahí venimos.

-¿Y qué había en el culo del mundo?

-Mucha mier... -se contuvo- Por no haber no había ni luz.

Ya había roto el hielo. Tocaba integrarla.

-¿Sabes saltar a la comba?

-Nuca salté, pero puedo dar.

A la semana ya tenía más amigas que yo.

Un mes más tarde, en el monte, sentados sobre una gran roca, le dije:

-¿Te besaron alguna vez, Estrella?

-No me hagas agua en la boca. Si quieres darme un beso, dámelo, si no quieres calla la boca.

Le di un pico para ver cómo reaccionaba. Se quedó quieta. Le metí la lengua en la boca y la besé. Después de besarla se quedó mirándome. Luego se me lanzó encima y caímos rodando de la piedra. Quedó debajo. Le pregunté:

-¿Quieres seguir?

-Ya rodamos bastante.

La volví a besar.

-¿Que si quieres que lo hagamos aquí y ahora?

-¿Quieres jugar a los curanderos?

-Es una manera de decirlo.

-Pues sácate de encima del hormiguero o acabamos en manos de alguno.

Al ratito nos pusimos en pelotas entre los pinos para sacar las hormigas de la ropa.

La cojita estaba de miedo. Su piel era muy morena, sus tetas medianas estaban duras cómo peñas, tenían areolas marrones del tamaño de una chica (cinco céntimos de peseta) y pezones pequeños cómo lentejas, su cintura era estrecha, su culo prieto y redondo, sus caderas eran preciosas y su coñito tenía una pequeña mata de pelo negro. Estaba con la espalda apoyada en un pino cuando le acaricié, le chupé, le lamí y le mamé las tetas. Estrella no callaba las cosas.

-Se me esta mojando el chocho, Quique.

Después de trabajarle las tetas, me agaché delante de ella y le lamí y follé el coño con la lengua. Poco después, me dijo:

-Así vas a hacer que me corra, pero... ¿Sabes lo que haces? Mira que después la boca va a pan. Ayayayayayay, ay, que me corro -me cogió la cabeza- ¡Me corro, Quique!

Del coño de Estrella comenzó a salir flujo calentito, era un flujo parecido al agua y denso cómo el aceite, Su cuerpo tembló en su totalidad mientras bebí de ella.

Cuando me levanté y la besé, suspiró, me devolvió el beso, y después me dijo:

-Sabías lo que hacías, al pan le va bien la mantequilla.

-Empiezas a hablar cómo yo.

-Menos la belleza todo se pega.

-Lo dicho. ¡Vaya cambio que has dado!

Me echó la mano a la polla, que estaba tiesa, y me preguntó:

-¿Ahora que se hace con esta?

-Te toca mamar a ti.

Se agachó, la metió en la boca y chupó. Estaba tan cachondo que me corrí en tiempo récord. No la quitó. Debió pensar que era normal tragarse la leche. Al acabar se limpió la boca con el dorso de la mano, y después me dijo:

-Me la papé todita.

-Papaste, papaste.

Se sentó sobre la hierba, y me dijo:

-De aquí no puedo pasar, cariño.

-Denoto algo de retranca.

-Y la hay, la hay. No quiero notar y volver a notar la tranca de la puerta en mi espalda si mi padre se entera de que me la metiste.

-Lo decía por el "cariño."

-¿Cariño? Sí, eso también, después me diría que le dolió más a él que a mi.

No había cambiado, le decías una cosa y entendía otra.

-¡Y vuelta la burra al trigo!

-Seré burra, pero no te voy a dejar meter.

-Mira. Estrella...

-Ya miro. La tienes de punta.

Me estaba exasperando.

-¡Quieres dejar acabar de hablar, coño!

-No sabes hablar de otra cosa, coño, coño y coño. No sacas el coño de la boca. Vale, te dejo, pero mete poquito a poco.

Es difícil de creer que teniendo un bomboncito virgen desnudo a tu lado no lo quieras follar, y más a los 16 años... Supongo que fue porque no le quería hacer daño, que le dije:

-¿Y tú padre? ¿Y la tranca?

-La tranca de mi padre es para mi madre.

-La tranca de la puerta.

-Esa sería mucha tranca de Dios.

-¿Estás de cachondeo?

-Sí, estoy cachonda.

-Decía si te estás riendo de mí.

-No, pero muy grande no la tienes, comparada con la tranca de la puerta.

Por esa ya no pasaba, de mi polla no se iba a reír. Me eché boca arriba a su lado, y le dije:

-Si quieres meter, mete.

Se sentó encima de mí.

-Dime que me quieres y meto.

-No soy tan hipócrita.

-¿Hipo qué?

-Hipócrita... Engañoso, falso, farsante, comediante, impostor....

-Vale, vale, lo entendí a la tercera. Para quererme hace falta ser un falso.

-No entiendes ni papa, bonita. Debías razonar más.

Comenzó a razonar.

-Papa... Cosa que se hace con harina. Llamarle bonita a quien que no lo es... Cosa que dice un falso. ¡Me quieres! ¡¡Qué trabajo te costó decirlo!!

Me dio un beso apasionado. Mejor sería que no volviera a razonar. Al acabar de besarme, le dije:

-¡Jodeeeeeer!

-Sin prisas, sin prisas, cariño.

Cogió la polla y la puso en la entrada del coño. Empujó y metió la cabeza, con los ojos llorosos, dijo:

-¡Hostiaaaaaaaas!

Se echó sobre mí y la fue metiendo, despacito, muy despacito. Me besaba y sus manos acariciaban mis mejillas y mi cabello. Al dejar de hacerlo sus lágrimas saladas caían sobre mi cara y sobre mi boca. Sentía sus tetas sobre mi pecho. Oía sus quejidos, en bajito. Al tener toda la polla dentro, puso su cara sobre mi frente, y descansó un par de minutos. Después volvió a besarme y a meter y a sacar. Comenzó a gemir... Tres veces estuve a punto de explotar, las tres le pellizqué el culo, y le dije:

-Para, para, para que me corro.

Las tres veces se detuvo y me dio picos en los labios. Al parar mi polla de latir dentro de su coño, volvía a follarme y a acariciar mis mejillas y mi cabello.

Media hora después de desvirgarse, comenzó a sacudirse encima de mí, y me dijo:

-Te quiero, te quiero, te quiero.

Su coño apretó mi polla y su corrida empezó a inundar mi polla. No iba a ser menos, le dije:

-Yo también te quiero, Estrella.

Al acabar de correrse ella me corrí fuera.

No le había mentido. Quise a todas las mujeres que tuve el placer de conocer carnalmente.

Quique.