La Cobarde (Capítulo Final)

Se habían despertado como habían dormido, la una en brazos de la otra, y ninguna parecía extrañada por su cambio de costumbres a la hora de dormir. Terri se había levantado primero y había traído algo de beber y cuencos de cereales. Ahora que habían terminado de desayunar, Nikki quería explorar...

Martina contó el dinero amontonado en el pequeño maletín metálico que Carl sostenía para que lo examinara.

—¿Es que no confía en mí después de tanto tiempo? —preguntó Christos, que estaba a su izquierda.

—No creo mucho en esa vieja expresión del "honor entre ladrones", señor Takis.

—¿Ladrones? No somos ladrones, señorita Gerhard. Simplemente estamos eludiendo a un cártel autorizado legalmente y a unos cuantos gobiernos codiciosos. Yo no pienso que esto sea latrocinio. Todo lo contrario, en realidad, creo que estamos devolviéndoles la pelota a una banda de ladrones organizada a nivel nacional.

—Todo un Robin Hood.

—Algo así. —Sonrió, abrió una bolsita de terciopelo y echó en ella los diamantes—. Esto es suyo, creo —dijo, ofreciendo el juguete para contrabando de Martina. Ésta asintió, cogió el artilugio y se lo metió en el bolsillo del abrigo.

—Está todo —dijo, volviéndose al segundo oficial. Éste asintió y le pasó una bolsa de plástico. Carl echó el contenido del maletín en ella mientras Martina la sujetaba.

—Es agradable hacer negocios con ustedes. Hasta la próxima. —Sonrió a Christos, quien le devolvió la sonrisa, inclinándose ligeramente. Un fuerte estallido reverberó por el edificio al tiempo que el cristal de las ventanillas de los dos coches salía disparado hacia fuera, cubriéndolos de fragmentos irregulares.

Terri se deslizó por una fila de cajas vacías, sin apartar los ojos del grupo del medio. Quitó el seguro con el pulgar mientras se colocaba en posición para el disparo que quería. Poniéndose en pie, apuntó y disparó. La bala única entró por la ventanilla del costado trasero del coche más cercano, salió por la ventanilla delantera del pasajero y atravesó el parabrisas del otro coche. La fuerza fulminante de la bala destrozó todas las ventanillas, haciéndolas explotar hacia fuera. La bala siguió avanzando y se estrelló contra una pila de cajas abandonadas, haciéndolas pedazos al entrar en contacto y cubriendo de astillas de madera a las personas que intentaban agacharse y taparse. Durante unos segundos nadie se movió, pues todos estaban demasiado aturdidos para hacer nada.

Uno de los gorilas, un hombre alto de pelo rubio rapado, fue el primero en recuperarse. Se levantó sacando la pistola y miró a su alrededor frenético tratando de descubrir de dónde había salido el disparo. Los ecos del almacén vacío habían disfrazado con eficacia el punto de origen del ruido.

—Me impresionas —gritó Terri, apuntando con la escopeta al hombre levantado—. Ahora baja la pistola. He matado un par de coches y no tengo problemas en añadir un idiota a la lista. Lo mismo va por cualquiera de los que estáis tirados ahí en el suelo.

El hombre vaciló, tratando de decidir si sería capaz de volverse con la pistola lo bastante rápido antes de que la mujer de la gran escopeta le hiciera un agujero en el costado del tamaño de un balón de fútbol.

—No merece la pena, rubito, deja la pistola en el suelo y dale una patada para mandarla hasta aquí —le dijo Terri. Él siguió sin moverse, al parecer petrificado en el sitio, pero sin soltar la pistola.

—No habla inglés, señorita Farmer —gritó Christos muy preocupado, con los brazos por encima de la cabeza y agachado en el suelo con todos los demás.

Terri volvió a intentarlo, primero en francés, luego en griego y por último en italiano. Él siguió sin moverse.

—¿Qué demonios habla? —exigió.

—Alemán, habla alemán —chilló Christos, con la frente bañada en sudor.

—Bien. Vale, grandullón, pon despacio la pistola en el suelo y dale una patada hasta aquí. Si eres bueno, me pensaré si sólo te pongo una multa, ¿qué te parece? —dijo en alemán. El hombre frunció el ceño y se agachó despacio para colocar la pistola en el suelo. Se levantó y le dio una patada hasta dejarla a media distancia entre los dos.

Terri se acercó al grupo, atenta a cualquier movimiento repentino. Rodeó la pistola que estaba en el suelo con el pie y la mandó bien lejos de una patada. Como esperaba, al dar la patada, el alemán se lanzó contra ella. Se echó a un lado para esquivar su torpe maniobra y lo golpeó en la cabeza con la culata de la escopeta cuando pasaba a su lado. Él cayó al suelo como un fardo y no se movió.

—¿Algún héroe más? Porque, francamente, me gustaría acabar lo antes posible con lo de pegar a la gente en la cabeza.

Christos la miró con furia mal contenida.

—¿Es que no vais a hacer nada? —exigió a los otros dos gorilas, agachándose a su lado. Los dos dijeron que no con la cabeza. La inmensa potencia de fuego de la escopeta los había convencido.

—Bueno, cualquiera que tenga un arma escondida para cuando llegue ahí servirá de escarmiento a los demás. ¿Está claro? —preguntó Terri con un gruñido grave que asustó incluso a Nikki y eso que estaba bien apartada y detrás.

Carl, Christos y los otros dos hombres que llevaban armas las sacaron inmediatamente con cuidado y las tiraron lejos como si estuvieran ardiendo.

—¿Y nuestros amigos náuticos? ¿Alguno de ustedes lleva algo que pudiera molestarme?

Los dos sacudieron la cabeza con temor. El segundo oficial se había puesto muy pálido y Martina se esforzaba por no echarse a llorar. Terri casi sintió lástima por los dos.

—Carl, me decepcionas, creía que eras de los buenos.

Carl se encogió de hombros.

—¿La señorita Nikki está aquí? —preguntó. Terri asintió. Él hundió los hombros—. No quería que lo supiese —casi susurró.

—Por Dios —soltó Christos—. ¿Pero a ti qué te importa esa putita cursi?

Carl no contestó y se sentó suspirando, resignándose a su destino.

—Ya puedes salir, Nikki —llamó Terri, sin dejar de apuntar a sus prisioneros con la escopeta y sin apartar los ojos de ninguno de ellos—. Cielo, ¿qué estás haciendo ahí detrás? —preguntó Terri sin darse la vuelta.

—Lo de siempre —gruñó Nikki mientras le bajaba los pantalones hasta los tobillos al alemán inconsciente.

—¿Qué demonios te crees que haces? —preguntó Christos. Terri soltó una carcajada.

—¿Qué te hace tanta gracia, Farmer? —preguntó Nikki indignada.

—Nada, cariño, tú sigue, no me hagas caso.

—Deja eso ahora mismo, Nikki, ¿es que estás loca? —gritó Christos, levantándose e intentando acercarse a su hermana.

—Ah-ah, abajo, hermanito —dijo Terri, volviendo la escopeta hacia Christos.

—Pero se ha vuelto loca —exclamó él.

—¡Vale, basta ya! —gritó Nikki, poniéndose en pie—. ¡Desnudaos, todos! —dijo, cogiendo la pistola y apuntándola hacia el grupo acurrucado.

Nadie se movió, sin saber si la habían entendido bien.

—Ya me habéis oído —gritó Nikki. Volvió la pistola hacia el coche más cercano y disparó dos veces contra el costado. Los fuertes estallidos hicieron dar un respingo a todos, salvo a Terri, que también se había quedado algo sorprendida, pero como tenía unos reflejos tan excelentes ya estaba compensando antes de que los demás se dieran cuenta siquiera de que se habían encogido.

—Si no veo carne desnuda dentro de un minuto, me pongo a disparar a los pies, ¡está claro! —exigió Nikki, cuya cara era un poema de ira. Volvió a disparar la pistola contra el otro coche e hizo volar una rueda con una explosión de aire silbante. Aterrorizados, todos empezaron a quitarse la ropa, incluido Christos.

—Usted no, Martina, échese a un lado —dijo Terri con tono tranquilo. Martina se secó las lágrimas de la cara y asintió, se colocó bien la ropa y se arrimó al coche más cercano.

Al cabo de un minuto cinco hombres muy avergonzados y totalmente apaciguados se quedaron desnudos ante ellas.

—Las manos en la cabeza y todos de rodillas —les dijo Nikki—. Al primero que se mueva, le vuelo la polla. Y créanme, señores, puedo hacerlo.

—Te estás pasando mucho —susurró Terri al oído de Nikki—. Bonito disparo en la rueda, por cierto.

—Estaba apuntando a la puerta —susurró Nikki a su vez, sonriendo.

Una ventana saltó en pedazos y un pequeño bote gris voló trazando un arco perfecto hacia ellos. Sin pensarlo, Terri se puso la escopeta al hombro y disparó al bote. Explotó en cientos de fragmentos diminutos. Al mismo tiempo, las puertas de los dos extremos del almacén se abrieron de golpe y una docena de hombres vestidos con equipo de combate negro y máscaras de gas entró corriendo en el edificio, blandiendo ametralladoras.

Terri se sacó inmediatamente la pistola de la parte de atrás de los vaqueros y la colocó en el suelo junto con la escopeta y luego levantó las manos por encima de la cabeza. Se volvió a Nikki y le dijo que hiciera lo mismo. El primer hombre que llegó a ellas les gritó a Terri y a Nikki en francés que se arrodillaran y no se movieran.

—Dice que nos pongamos de rodillas, Nikki —dijo Terri, obedeciendo las órdenes del hombre. Nikki hizo lo mismo. Otros dos hombres enmascarados se acercaron a ellas y las esposaron con brusquedad. Las pusieron de pie y las llevaron a empujones hacia la entrada del almacén. Un hombre grande e imponente, vestido como los demás, se plantó ante ellas. Se quitó despacio la máscara de gas y olfateó el aire.

—Buen disparo —dijo en inglés con acento.

—Gracias —replicó Terri, con cara inexpresiva.

—Al menos no tenemos que esperar a que se disipe el gas lacrimógeno. Se lo agradezco, hace que los ojos me escuezan mucho.

—¿No se trata de eso? —dijo Terri.

—Ah, sí, por supuesto —sonrió él—. Usted debe de ser la señorita Takis —dijo, volviéndose a Nikki.

—Por supuesto que lo soy, ¡y me gustaría saber por qué me han esposado y me están dando empujones! —respondió ella muy airada.

—Mis disculpas, mademoiselle , es el procedimiento habitual. Debemos asegurarnos en tales situaciones. —Hizo un gesto a uno de los hombres que seguían sujetándola por los brazos. Les quitaron las esposas a las dos—. Por favor, acompáñenme, señoras —dijo, regresando al medio del almacén, donde varios hombres armados apuntaban con sus armas al grupo, que seguía acurrucado en el suelo.

Nikki se frotó las muñecas mientras caminaba.

—¿Qué demonios ha pasado? —le susurró a Terri.

—Yo diría que hemos hecho saltar una trampa un poco antes de lo previsto.

—Está en lo cierto, señorita Farmer —dijo el hombre por encima del hombro.

—Usted conoce mi nombre, pero yo no sé el suyo.

—Por supuesto, inspector Jacques Cigrande de RAID, algunos nos llaman los Panteras Negras.

—Ah, sí, l'Unité de Recherche, Assistance, Intervention et Dissuasion. Encantada de conocerlo, Jack —replicó Terri.

—Es Jacques, señorita Farmer.

—Lo que he dicho, Jack.

—Como quiera, señorita Farmer —dijo él con resignación.

Nikki clavó un dedo a Terri en las costillas.

—Deja de incordiarlo, Farmer, pórtate bien —susurró.

—¿Cómo es que sabe quiénes somos... Jack? —preguntó Terri, sonriendo a Nikki al decir su nombre.

Un coche entró por las grandes puertas del fondo del almacén y giró despacio hasta detenerse junto a los dos coches del medio. Un hombre salió del asiento del pasajero y abrió la puerta de detrás. Salió el padre de Nikki.

—Tal vez el señor Takis se lo pueda explicar mejor —dijo el inspector.

—¿Papá? —dijo Nikki—. No me digas que lo sabías todo desde el principio.

—No del todo, Nikkoletta, pero la señorita Farmer y tú nos habéis ayudado a encajar las piezas finales en su sitio.

—Ya tenían a un hombre infiltrado, ¿verdad? —le preguntó Terri al inspector.

—Sí, pero parece haber desaparecido. No lo habrán visto, ¿verdad? —preguntó, mirando a las dos mujeres.

—¿Qué aspecto tiene? —preguntó Terri.

—Como de su estatura, pelo castaño corto, piel clara.

—¿Con una cicatriz encima del ojo izquierdo, la nariz grande, se pasa el rato silbando?

—Sí, ése es.

—Pues no, no lo he visto nunca —dijo Terri, meneando la cabeza.

—Yo tampoco —confirmó Nikki, meneando también la cabeza.

—Pero encontré esto al pie de las escaleras —dijo Terri, entregándole la cartera que tenía en el bolsillo—. Espero que no le haya pasado nada malo —añadió.

—Seguro que está bien —afirmó Nikki, esforzándose por no sonreír.

El inspector se las quedó mirando un momento. Por fin meneó la cabeza y sonrió.

—Nos gustaría que las dos prestaran declaración, por supuesto.

—Estarán encantadas de cooperar plenamente con su investigación, ¿verdad, Nikki, señorita Farmer? —dijo el padre de Nikki.

—Claro —dijeron las dos a la vez.

—Pero primero me gustaría que descansaran un poco. Me aseguraré de que estén en comisaría a primera hora de la mañana, inspector.

El inspector asintió una vez y se dio la vuelta. Se detuvo y se volvió de nuevo.

—Una cosa, ¿por qué los ha obligado a quitarse la ropa, señorita Farmer?

—A mí no me pregunte, ha sido idea de ella —dijo, señalando a Nikki y encogiéndose de hombros.

—¡Farmer! —gritó Nikki.

—¿Por qué ha puesto en tal peligro a su propia hija? —preguntó Terri. Alexander Takis y ella estaban caminando por el paseo marítimo. Nikki estaba en el hotel durmiendo, fuertemente protegida por cuatro de los propios guardaespaldas del señor Takis.

—Pensé que sería un ejercicio interesante —dijo él sin emoción, mientras contemplaban la puesta del sol.

—Es usted un cabrón despiadado, ¿verdad?

Dejaron de caminar. Los dos guardaespaldas que los seguían discretamente se detuvieron también, esperando la explosión que sin duda se iba a producir. Se quedaron sorprendidos cuando no fue así.

—Me cae usted muy bien de verdad, Terri. Dice lo que piensa, tiene un alarmante escepticismo con respecto al dinero y el poder y no hay nada que le dé miedo.

—Usted llámeme Farmer, y se equivoca.

—Ah.

—Su hija me da un miedo horrible.

—Sí, tiene esa capacidad. Cosa que el inútil de su hermano jamás ha entendido y no podría ni igualar.

—Hablando de Christos, ¿qué va a ser de él?

—Tengo entendido que las autoridades francesas no están contentas con él. Parece ser que los diamantes sólo eran un eslabón dentro de una complicada cadena de tráfico de drogas, crimen organizado y posiblemente incluso terrorismo. El inspector Cigrande cree que puede pasarse muchos años en la cárcel.

—Me preguntaba por qué se habían molestado en desmantelar un pequeño contrabando de diamantes de tres al cuarto. En el momento pensé que se debía al dinero de papá.

—Al contrario, Farmer, yo he tenido poco que ver en el asunto hasta casi el final. Lo sospechaba, por supuesto. Christos siempre gastaba mucho más dinero del que yo le daba. Sabía que era demasiado estúpido para haberlo conseguido honradamente.

—Por eso había apostado usted por la potrilla en esta carrera de dos caballos para conseguir la llave del cuarto de baño privado del dueño.

—La verdad es que nunca ha habido la menor duda. Desde que eran niños supe quién estaría al mando algún día. Christos siempre fue el más débil de los dos. En lugar de agradecer la mano que ella siempre le tendía para ayudarlo, la apartaba con resentimiento.

—Él se lo ha perdido.

—Efectivamente.

—¿No le molestó que su madre la apartara de usted y lo dejara con lo peor de la camada?

—No, me alegré. Así podría tener una infancia normal —dijo él, con un esbozo de sonrisa triste en los labios.

Echaron a andar de nuevo a paso lento, mientras los últimos rayos del sol se ocultaban tras el horizonte. Las farolas se encendieron, iluminando la playa con charcos de luz suave.

—¿Por qué tengo la sensación de que va a decir algo que no me va a gustar? —dijo Terri en voz baja.

—Porque es cierto, sospecho.

—Pues dígamelo y acabemos con ello.

—Usted no dejará Londres, ¿verdad? Permanentemente, quiero decir.

—Si me lo hubiera preguntado hace dos semanas, le habría dicho que no sin pensármelo siquiera, pero ahora...

—¿Ahora no está tan segura?

—Ya no lo sé. Tenía la esperanza de que ella quisiera quedarse conmigo.

—¿Se conformaría de verdad con ser simplemente la compañera de alguien?

—Ella me dijo que usted conocía sus... gustos.

—Sí, me lo dijo hace tiempo.

—¿Y?

—No entiendo la pregunta —dijo él, frunciendo ligeramente el ceño.

—¿Qué siente al respecto?

—Ah, ya. Pues... me parece que no siento nada al respecto.

Terri se volvió para mirar al hombre, alzando una ceja.

—No he sido muy buen padre, usted ya lo sabe. —Terri asintió sin decir nada—. Me gustaría que fuera feliz por encima de cualquier cosa. He pensado que al convertirse en una de las mujeres más ricas del mundo, por derecho propio, podría tener cierta felicidad.

—¿Sabe lo que tiene usted pensado para ella?

—No, nunca he hablado de ello, pero tengo intención de hacerlo pronto. Ahí es donde entra su problema, Farmer.

—No quiere que me interponga en su destino.

—Sabía que era usted una mujer muy perspicaz.

—¿Y si le digo que se tire al mar?

—¿Lo haría?

—Me han dicho que tengo un sentido del humor muy retorcido. A lo mejor me limitaba a tirarlo.

—Ellos se lo impedirían —dijo él, señalando a los dos guardaespaldas.

Terri se volvió a mirarlos y sonrió.

—No conseguirían acercarse ni a un metro antes de que los tumbara a los dos.

Él la miró a los ojos.

—Sí, la creo, Farmer. Pero eso no responde a la pregunta.

Terri suspiró con fuerza y se apoyó en la barandilla. Miró las estrellas que empezaban a salir.

—No, no me interpondré en su camino. Si ella quiere seguir sus pasos, en lugar de quedarse conmigo, no intentaré detenerla.

—Eso es lo único que pido. Deje que decida ella misma.

—En estos momentos ni siquiera me dirige la palabra —sonrió Terri.

—Ya se le pasará.

Sí, pero a mí no creo que se me pase jamás , pensó ella, contemplando el agua que acariciaba suavemente la playa.

—¿Qué planes tiene? —preguntó él.

—Tengo que dar caza a un lunático, en Londres.

—Pues buena caza, Farmer.

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—¿Así que dice usted que el capitán no está implicado en todo esto? —preguntó Nikki.

—Directamente no, señorita Takis. Es culpable de uno de los crímenes más viejos, pero no de contrabando.

—Me parece que no lo entiendo.

—Está teniendo un lío amoroso, es lo que creo que intenta decir el inspector —dijo Terri, sentada al lado de Nikki. Las dos estaban sentadas frente al escritorio del inspector Cigrande.

—Pero si es dos veces más viejo que ella y encima está casado —dijo Nikki, frunciendo el ceño.

—¿Tengo razón? —le preguntó Terri al inspector.

—¿Hace falta que me lo pregunte? —sonrió él.

—Pues no. Me lo imaginé cuando habló con nosotras después del accidente.

—¿Accidente?

—Sí, Nikki y Martina metieron la nariz donde no debían y se la mordieron. Ahora ya no tiene importancia.

—Como quiera. Este informe ya es bastante más disparatado de lo que me gustaría.

—¿Qué hay que decir? El padre de Nikki nos pidió que viéramos qué podíamos averiguar. Lo hicimos y ya está.

—Sí, eso sería muy adecuado y sucinto, ¿verdad?

—¿Entonces nos podemos ir ya?

—Sí, son libres de marcharse. Pero la próxima vez que visiten nuestra hermosa ciudad, por favor, absténganse de disparar armas de fuego, si son tan amables.

—Palabra de Guía —dijo Terri, llevándose dos dedos a la sien como saludo.

—¿Señorita Takis?

—Oh, por supuesto, palabra de Exploradora —dijo, imitando el saludo de Terri. El inspector se limitó a sacudir la cabeza y cogió unos papeles.

—¿Puedo recuperar mi micro?

—¿Su micro?

—Sí, mi micro.

—¿Y dónde está, señorita Farmer?

—Dentro del juguete para contrabando de Martina.

—¿Lo dice en serio?

—Siempre hablo en serio.

Él volvió a sacudir la cabeza, pero llamó por teléfono. El aparato no tardó en estar en la mesa del inspector. Éste lo estudió un momento, dándole vueltas despacio entre las manos.

—¿Cómo funciona? —preguntó.

—¿Y usted es francés? —dijo Terri con una sonrisa burlona—. A ver, démelo y se lo enseñaré. —Cogió el aparato y desenroscó la parte principal. Retorciendo y tirando, consiguió desmantelar la parte interna y se la puso en la mano—. No lo entiendo, no está aquí.

—¿Quién puede haberlo cogido? —preguntó el inspector.

—No lo sé. Ah, bueno, no importa. Siempre puedo conseguir más —dijo ella, entregándole el aparato al inspector. Éste frunció el ceño, pero aceptó los diversos trozos y piezas y los metió en la bolsa de pruebas.

Firmaron varios papeles que el inspector les puso delante, se estrecharon la mano y se fueron. Fuera, el padre de Nikki esperaba en la parte de atrás de una gran limusina.

—Tengo que estar en el aeropuerto dentro de menos de una hora. ¿Os llevo?

—Nuestras cosas siguen a bordo —contestó Terri.

—Me he tomado la libertad de hacer que las recojan y las traigan aquí. Espero que no os importe.

—No, supongo que no. Además no creo nos fueran a recibir con los brazos abiertos. ¿Te parece bien, Nikki?

—Claro —dijo, pero Terri se dio cuenta de que no estaba contenta.

—Discúlpenos un momento, me gustaría hablar con su hija. —Agarró a Nikki del brazo y la apartó del coche—. ¿Qué te pasa, Nikki?

—No lo sé, sé que mi padre tiene buena intención, pero siempre toma el mando de todo. He intentado hacer todo lo posible para que me vea como a una persona que puede tomar sus propias decisiones, pero él no deja de tomar decisiones por mí.

—Sólo hace lo que cree que es mejor para ti. Tómatelo como una señal de que, a su modo, le importas mucho.

—No, no es cierto, le importa mucho ganar aún más dinero. No parece importarle otra cosa.

—Creo que te sorprenderías.

—¿Por qué, es que ha hablado de mí contigo?

—Sí.

—¿En serio? —Nikki parecía auténticamente sorprendida—. ¿Y qué ha dicho?

—Ha dicho que eres una mocosa molesta a la que habría que dar unos cuantos palmetazos.

—¡No ha dicho eso!

—No, no lo ha dicho —sonrió Terri—. Dijo que siempre ha sabido que tú eras la joya de la familia y que algún día dominarías el mundo.

—¡Tampoco ha dicho eso! —soltó Nikki, algo irritada.

—Bueno, no exactamente, tal vez, pero eso es lo que quería decir.

—Por favor, Farmer, dime la verdad.

—Te la estoy diciendo, Nikki, te lo juro.

—¿Palabra de Exploradora?

—¿Esta vez no puedo cruzar los dedos de la otra mano?

—¿Has hecho eso?

—Por supuesto.

—Jesús, Farmer, eres de lo que no hay, ¿lo sabes?

—Eso me han dicho.

—¿Y bien?

—¿Y bien qué?

—¿Mi padre ha dicho eso?

—Sí. —Terri se tocó la sien con dos dedos.

—Caray, no me lo puedo creer. Después de todo este tiempo, todavía no me lo puede decir a mí, ¡se lo tiene que decir a mi puñetera chica!

—¿Lo soy?

—¿El qué?

—¿Tu chica?

—Tú sientes algo por mí, ¿no?

—Por supuesto.

—Y la última vez que te miré mientras te metías en la ducha, te aseguro que no eras un tío.

—¿Me has mirado mientras me metía en la ducha?

—Claro, ¿tú no lo harías?

—Nunca se me ha ocurrido.

—No me digas que no echas el ojo a las bellezas que se te acercan por la calle.

—No suelo mirar, de esa forma, francamente.

—Me voy a tener que ocupar de ti, ¿verdad?

—Eso parece que podría ser divertido.

—Compórtate.

—Bueno, ¿vamos al aeropuerto con tu padre o qué?

—Supongo que no tenemos mucha elección.

—Claro que sí. Podemos coger nuestras cosas e irnos donde nos dé la gana.

—Tú sólo tienes una bolsa pequeña, yo tengo dos maletas grandes.

—Ya te lo dije, pero no me quisiste hacer caso.

—Ya, ya, ya. Siempre podría hacer que me las llevaras tú. A fin de cuentas, eres del servicio.

—Y supongo que también querrías que te llevara a ti, ¿no?

—No, creo que esta vez puedo andar.

—Qué magnánima eres.

Se oyó el claxon del coche.

—Creo que quiere una respuesta —dijo Nikki.

—¿Qué decides?

—Ah, demonios, vamos al maldito aeropuerto.

—Sabia decisión.

—Oye, una cosa más, ¿qué era todo eso del micro? —preguntó Nikki.

—Ah, te refieres a éste —dijo Terri, moviendo la muñeca con ademán de mago y mostrando el transmisor desaparecido.

Nikki dejó caer las maletas al suelo, con un suspiro de alivio. Se sentó en el sofá del salón de Terri y se quitó los zapatos a patadas.

—Qué gusto estar en casa —gimió, cerrando los ojos.

—Así que ésta es tu casa, ¿eh?

—¿No debería considerarla así?

—Mi casa, su casa —replicó Terri, dejando su pequeña mochila en la mesa al lado del ordenador.

—Bien, pues entonces calla la boca.

—Veo que sigues tan encantadora como siempre.

—Estoy cansada, tengo calor y me duelen los pies. Quiero una ducha, una bebida fresca, un masaje y unos mimos antes de dormir. Y tú, Farmer, eres la chica que me va a dar todas esas cosas, ¿me oyes?

—Entendido, jefa.

—Así me gusta —farfulló Nikki, echándose en el sofá. Para cuando Terri regresó con un vaso de agua con hielo, Nikki estaba profundamente dormida.

—Supongo que el masaje y los mimos pueden esperar a mañana —dijo Terri en voz baja, dejando el vaso y cogiendo en brazos a la durmiente con cuidado, para no despertarla. Colocó a Nikki encima de su propia cama. Con todo el cuidado posible, le quitó la ropa a Nikki y luego la tapó con las mantas—. Puede que a ti no te haga falta una ducha, pero a mí sí. —Sonrió con cariño a la rubia dormida. Quince minutos después se metió en la cama al lado de Nikki. Al momento, Nikki murmuró algo en sueños y se arrimó, agarrando a Terri y usando su ancho hombro como almohada. Terri la besó suavemente en la cabeza. Aprovecha todo lo que puedas, Farmer, que no va a estar aquí mucho tiempo , pensó con tristeza.

Mientras contemplaba el techo oscuro, la invadió una profunda sensación de melancolía. Dios, te voy a echar tantísimo de menos. Se le puso un nudo en la garganta y parpadeó para librarse de las lágrimas repentinas que le llenaban los ojos borrosos.

—Farmer, me prometiste un masaje, así que cumple, mujer. —Nikki le mostró un ungüento que le había dado el médico—. Mi cicatriz de combate me pica cosa mala y dormir con esto puesto toda la noche no ha mejorado nada las cosas —dijo, mirándose el sujetador.

Se habían despertado como habían dormido, la una en brazos de la otra, y ninguna parecía extrañada por su cambio de costumbres a la hora de dormir. Terri se había levantado primero y había traído algo de beber y cuencos de cereales. Ahora que habían terminado de desayunar, Nikki quería explorar su reciente intimidad.

—Conque te prometí un masaje, ¿eh?

—Sin duda.

—No lo recuerdo con exactitud, pero te creeré.

—Bien, me alegro de oírlo —dijo Nikki entusiasmada, quitándose el sujetador con naturalidad y colocándose boca abajo en la cama, con los brazos extendidos a los lados. La cicatriz de su herida formaba un oscuro contraste con la piel de su espalda. Ahora que llevaba más de un mes alejada de California, su habitual bronceado había quedado reducido a una tonalidad casi nórdica.

—¿Quieres el tratamiento completo o un masaje rápido con fines medicinales?

—Ah, hoy me siento decadente, así que creo que el tratamiento completo, ¿qué te parece?

—Tú eres la jefa, jefa.

—Mmmm, sí, lo soy, y tú puedes seguir haciendo lo que estás haciendo —ronroneó. Los fuertes dedos de Terri aplicaban su magia subiendo y bajando por su espalda con un ritmo hipnótico, pero profundamente placentero—. Recuérdame que te suba el sueldo, Farmer.

—Por mí, encantada.

—Eso me parecía a mí. Ooh, qué gusto, justo ahí... no, un poco más abajo... ah, sí, justo ahí.

—Creo que fuiste un gato en una vida anterior.

—No, fui una trovadora —replicó Nikki perezosamente, con los ojos cerrados y en la gloria pura.

—¿Una trovadora?

—Sí.

—¿En serio?

—Sí, en serio.

—¿Y cómo lo sabes?

—Una vez fui a una de esas sesiones de regresión.

—Ya, ¿y el tipo también te vendió el puente de Brooklyn?

—Era una tipa y no, no me vendió un puente ni ningún otro tipo de estructura. Lo sé, lo sé, parece una chorrada total, pero una amiga me pidió que fuera con ella y... ooh, sí, un poquito más arriba, doctora. ¡Oye, no pares! —dijo indignada, cuando Terri apartó las manos.

—Ya está todo, jefa. Te lo he hecho por toda la espalda y el cuello, ya no queda nada más.

—¿Ah, sí? —dijo Nikki, dándose la vuelta y sonriendo a Terri, que tragó con fuerza.

—Quieres que te dé un masaje... por delante —dijo con voz aguda.

—¿Qué pasa, doctora, has perdido facultades?

—No... no, puedo hacerlo.

—Pues venga, a ello.

Terri se frotó las manos nerviosa, intentando decidir por dónde empezar. En el último momento, se apartó y volvió a coger el bote de ungüento, se echó un poco en las manos y se las frotó de nuevo.

—Vas a tener las manos más suaves del reino si sigues así —sonrió Nikki.

—Ya, sí, tienes razón. —Dejó de frotarse las manos, mirando como hipnotizada el cuerpo de Nikki, desnudo de cintura para arriba y tendido debajo de ella—. Dios, pero qué preciosa eres —susurró.

—Gracias, ya lo sé, pero es agradable que me lo digas de vez en cuando.

Terri se puso como un tomate.

—Lo he dicho en voz alta, ¿verdad?

—Me temo que sí, Farmer, te he pillado.

—Oh, Dios —dijo Terri, tapándose la cara con las manos.

—Y ahora también vas a tener la cara más suave del reino —dijo Nikki con una risita.

Terri gimió detrás de las manos.

—Por favor, dame un golpe en la cabeza y acabemos con esto.

—¿Por qué iba a hacer una cosa así, Farmer? ¿Es que es tan terrible estar conmigo?

Terri movió la cabeza de un lado a otro y abrió poco a poco los dedos de una mano para atisbar a través de ellos.

Nikki le sonrió.

—¿Me vas a dar ese masaje o vamos a pasarnos todo el día jugando al escondite?

Terri dejó caer las manos flojas sobre sus muslos y agachó la cabeza.

—Esto me cuesta muchísimo, Nikki, no tienes ni idea de cuánto.

—Creo que me lo puedo imaginar.

—Sí, ya, seguro que pasaste por el instituto y la universidad con todo tu encanto sin vacilar ni un segundo y sin la menor falta de confianza.

—Te sorprenderías.

Terri levantó la vista.

—¿No fue así?

—No, tienes razón, siempre he sido una chulita, ahora que lo pienso.

—Lo sabía —dijo Terri, haciendo casi un puchero.

—Oye, Farmer, ven aquí y dame un beso. A ver cómo sigue la cosa desde ahí, ¿vale?

—Antes de empezar nada quiero que sepas una cosa, Nikki, una cosa importante. —Miró a Nikki para confirmar. Nikki asintió y la animó a continuar—. ¿Sabes que te dije que había decidido esperar a que la persona adecuada entrara en mi vida y que quería estar con esa persona el resto de mi vida?

—Lo recuerdo —dijo Nikki suavemente.

—Pues he decidido una cosa.

—¿Qué cosa?

—Que tú eres la persona adecuada —susurró Terri—. Y no... no me importa si estamos juntas sólo esta vez. Sé que es... lo correcto. —Una lágrima solitaria le resbaló por la mejilla.

—Oye, Farmer, que esto no tiene que hacerte llorar, ¿sabes?

—Lo sé —dijo Terri, frotándose la mejilla con rabia con el dorso de la mano —. Lo siento, ahora lo he echado todo a perder, ¿verdad?

Nikki se puso de rodillas para colocarse como Terri. Cogió suavemente las manos de la mujer más grande entre las suyas.

—Teresa Jane Farmer, jamás podrías echar a perder nada entre nosotras, especialmente esto. —Rodeó los hombros de Terri con el brazo y tiró de ella para besarla profunda y apasionadamente. Al cabo de lo que pareció una eternidad, se separaron para respirar—. La pregunta es, Farmer, ¿te tengo que enseñar a hacer el amor o conoces al menos la teoría, aunque no la práctica? —preguntó sonriendo con dulzura y acariciando la mejilla de Terri con el dorso de los dedos.

—Enséñamelo todo —susurró Terri.

—Todo y para siempre, amor mío.

Terri cerró los ojos y se olvidó de lo que podía deparar el futuro. Este momento era de ellas y nadie podría arrebatárselo jamás.

—Oh, Dios, estoy muerta y enterrada —gimió Terri. Levantó atontada una mano para frotarse la cara, pero se encontró con una resistencia blanda pero impenetrable. Intentó levantar la cabeza, pero estaba sujeta con firmeza bajo un peso constante. Por fin la maquinaria de un cerebro profundamente confuso consiguió ponerse en marcha. Tenía la cabeza tapada por una almohada de plumas, encima de la cual yacía un alma gemela dormida.

Volvió a gemir. Le dolía todo el cuerpo como si hubiera recorrido una temible pista de entrenamiento... dos veces. No, no era así, eso lo había hecho muchas veces y nunca le había dolido de esta forma. Las brumas se aclararon un poco más. Ah, sí... anoche , pensó. En su cara se dibujo una sonrisa salvaje. ¡Ooh, anoche! ¡Caray! ¿Quién iba a saberlo?

Empleando su considerable aunque algo gastada fuerza, Terri se incorporó, haciendo rodar a Nikki, que dormía, boca arriba en medio de la cama, donde siguió profundamente dormida, roncando suavemente.

—Parece que yo también te he dejado agotada, ¿eh? —Sonrió. Venga, Farmer, no te pongas tan chula. Cualquiera diría que acabas de hacer el gran descubrimiento de las mujeres y has plantado una bandera o algo. Salió rodando de la cama y cayó al suelo a cuatro patas. Maldita sea, ¿qué me has hecho, brujilla insaciable? , maldijo. Ponerse de pie no parecía posible en estos momentos, de modo que recorrió a gatas el suelo del dormitorio hasta el cuarto de baño. Apoyándose en la bañera, consiguió izarse hasta sentarse en el retrete. El cubículo de la ducha nunca le había parecido tan lejano. Apoyó la cara en el borde fresco del lavabo—. Dios, si siempre es así, ¿cómo consigue hacer algo la gente?

—No siempre es tan... explosivo, ni tan prolongado, si vamos a eso. Me parece que seis horas seguidas para ser tu primera vez está más que bien —dijo una voz ronca desde la puerta. Una cabeza rubia y despeinada estaba apoyada en el marco de la puerta y unos ojos verdes ligeramente inyectados en sangre la miraban con los párpados caídos—. Supongo que treinta años de acción volcánica reprimida tenían que estallar en algún momento, ¿eh? —dijo Nikki.

—Estoy débil como un gatito —gimoteó Terri, que seguía apoyada en el lavabo.

—Sí, ha habido unos cuantos terremotos, ya lo creo.

—Estarás orgullosa.

Nikki sonrió como un gato que hubiera encontrado las llaves del armario de la crema.

—Oh, sí, Farmer, oh, sí.

—¿Me vas a ayudar a meterme en la ducha o te vas a quedar ahí pavoneándote?

—Vale, venga, Tigre, vamos a limpiarte y a recargarte la batería.

—No lo iremos a hacer todo otra vez tan pronto, ¿verdad? —preguntó Terri, con un ligero tono de pánico en su voz normalmente estoica.

—Tranquila, Farmer, después de lo de anoche, creo que yo misma puedo tomarme libres los próximos treinta años.

—¿Tengo que esperar otros treinta años? —dijo Terri, haciendo casi un puchero.

—Mmmm, mi Tigre ha descubierto un nuevo juguetito, qué cosa más mona.

—Por el amor de Dios, ten piedad, Takis, cierra el pico y abre la ducha.

—A ver cómo me obligas, marimandona.

Terri abrió un ojo, girándolo despacio para mirar a Nikki. En su cara se formó una terrorífica sonrisa depredadora.

—Espera, espera, Farmer —dijo Nikki, saliendo despacio del cuarto de baño caminando hacia atrás. Terri empezó a gruñir desde el fondo de la garganta. Nikki chilló y se dio la vuelta para echar a correr, pero ya era tarde, una pantera súbitamente rejuvenecida se lanzó sobre ella por detrás, transformando el chillido en un alarido, seguido rápidamente de las risitas de dos personas.

El club tenía la marcha típica de un viernes por la noche, con mujeres que entraban y salían por la puerta principal y las sempiternas porteras montando guardia.

—Parece que ya han superado lo de la última vez que estuvimos aquí —murmuró Terri, observando a través de unos prismáticos.

—La vida sigue —comentó Nikki, que estaba jugueteando con los sujetavasos del Mercedes. Terri bostezó y se estiró, girando los hombros. Estar sentadas en un coche varias horas, dos noches seguidas, no era de lo más cómodo, especialmente después de su reciente gimnasia sexual.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Nikki.

—Como si acabara de correr la maratón de Londres... cargando con todos los demás participantes. ¿Y tú?

—Estoy bien, recuerda que estoy acostumbrada. —En cuanto lo dijo, se arrepintió. Echó una mirada de reojo a Terri y advirtió la expresión dolida que se esforzaba por disimular—. Oye, que era broma, Farmer, perdona.

—Lo sé, Nikki.

Se quedaron en silencio.

—No está bien, ¿verdad? —preguntó Nikki en voz baja.

Terri bajó los prismáticos y se volvió hacia Nikki.

—Es una estupidez mía, lo sé, pero quiero engañarme pensando que ésta también ha sido tu primera vez. Qué tonta, ¿eh?

—No, de tonta nada. —Puso la mano en el muslo de Terri—. Créeme, Farmer, si pudiera hacer que fuera cierto, lo haría. Pero por favor, créeme cuando te digo que para mí nunca jamás ha sido así con nadie.

—¿En serio... no lo dices por decir?

¡Dios, Farmer, qué cosa más patética! , se recriminó a sí misma. A ver si te controlas, te va a dejar y no tiene sentido que finjas otra cosa.

—¿Farmer?

—Perdona, se me ha ido el santo al cielo.

Nikki sonrió dulcemente.

—Respondiendo a tu pregunta, no, no lo digo por decir. Contigo ha sido de no créerselo. No tenía ni idea de que podía ser así de bueno, te lo prometo. Eres especial, cariño, de verdad. No te voy a soltar jamás, te lo aseguro.

Terri se apresuró a llevarse los prismáticos de nuevo a los ojos y tragó con fuerza. Y no es que pudiera ver gran cosa con las lágrimas que le llenaban los ojos.

—¿Qué te pasa, Farmer? —preguntó Nikki, apretándole el brazo a Terri.

Terri volvió a bajar los prismáticos y hundió los hombros, apoyando la cabeza en el volante de cuero.

—Es que... es que no soporto la idea de que te marches —dijo sorbiendo.

—Oye, oye, Farmer, que no me voy a ningún lado, me tienes aquí para largo, en serio.

—No, no es cierto, te marcharás, sé que lo harás.

—Farmer, no me voy a marchar, te lo prometo.

—Me lo dijo él —susurró Terri, entre sorbetón y sorbetón.

—¿Quién te lo dijo? ¿Qué te dijo? No comprendo.

—Tu padre, me dijo que tú eres la elegida. La que no tardará en estar al mando. Te irás y te convertirás en la mujer más rica del mundo y te olvidarás de mí.

—No seas ridícula —soltó. No pudo evitarlo, se estaba empezando a enfadar—. ¡Maldita sea, Farmer, eso no son más que chorradas!

—Pero él me lo dijo.

—Me importa un comino lo que dijera o lo que ofreciera, no te voy a dejar, ¡te enteras!

—No pasa nada, Nikki, lo comprendo. Tienes que irte, probablemente siempre he sabido que acabarías haciéndolo. Supongo que no soy... adecuada para una relación.

—¡Muy bien! —dijo Nikki, abriendo la puerta y cerrándola de golpe.

—¿Dónde vas? —preguntó Terri desconcertada.

—Necesito una copa —dijo Nikki, dirigiéndose al club a grandes zancadas.

—Vuelve, Nikki, no es un lugar seguro.

—Estupendo, ahora no me apetece estar segura —le gritó Nikki desde el otro lado de la calle. Terri salió de un salto, pero se le enganchó el pie en el cinturón de seguridad. Después de dar saltos a la pata coja, por fin consiguió soltarse y rodeó el coche a toda prisa, corriendo hacia el club en el momento en que Nikki subía los escalones de la entrada.

—¡Nikki, vuelve, lo siento, no hagas esto! —le gritó, pero Nikki siguió adelante. Cuando Terri subió los escalones, dos porteras se colocaron entre ella y Nikki.

—La señora quiere una copa y tú no eres bien recibida aquí, así que largo —dijo una de ellas, alargando la mano para impedir que Terri siguiera avanzando.

—¡Nikki! —gritó Terri frenética por encima del hombro de la portera, pero ya era tarde, Nikki había desaparecido en el interior.

—Se buena y vete a casa —dijo la otra portera—. Seguro que encuentra a otra persona que se ocupe de ella.

Terri agarró a la mujer por la pechera de la chaqueta, levantándola del suelo.

—Tú eres nueva aquí, ¿verdad? —le bufó a la cara a la sorprendida mujer. Por el rabillo del ojo vio que la otra portera hablaba rápidamente por radio. A los pocos segundos otras cuatro porteras salieron del club y las rodearon.

—Bájala, Farmer, no queremos problemas —dijo una de las recién llegadas. Terri la reconoció de su última visita.

—Te quedaba mejor el collarín, al menos parecía que tenías cuello —gruñó Terri, sin soltar a la otra mujer.

—He dicho que la bajes y que te largues de aquí o lo lamentarás, te lo advierto.

—¿Que me lo adviertes? —dijo Terri, con un tono mortalmente gélido—. Ah, que se vaya al diablo, y al diablo con todas vosotras. —Tiró a la mujer en medio de las demás porteras, haciéndolas caer al suelo en penoso montón.

Le lanzó las llaves del coche a una de las porteras que seguían en pie.

—Dáselas. —Bajó los escalones, pero se detuvo y se volvió al llegar abajo—. Si a Nikki le pasa la más mínima cosa, aunque sólo sea una uña rota, por Dios que volveré y me las pagaréis.

Se alejó furiosa calle abajo. Por Dios santo, ¿de verdad he dicho "Volveré"? , gimió por dentro, meneando la cabeza mientras caminaba.

Nikki estaba sentada muy triste a una mesa, jugando con una copa que apenas había probado. Una mujer grandota se acercó a la mesa y dejó caer unas llaves de coche delante de ella.

—Tu novia ha dicho que te dé esto. —Se las arregló para que la palabra novia sonara como un insulto.

—Gracias —dijo Nikki, recogiendo las llaves pero sin verlas realmente. Bebió un trago de su copa, haciendo una mueca al sentir el ardor en la garganta.

—Eh, ¿y esa cara tan larga? ¿Se te ha muerto el gato o algo así?

Nikki miró a la mujer que acababa de sentarse a su mesa sin ser invitada.

—Algo así —murmuró.

—¿Has tenido una pelea con tu novia? —dijo la mujer.

—Sí, la primera.

La mujer acarició la mano de Nikki con compasión.

—Ya se le pasará, créeme. La primera siempre es la peor. Ahora parece que está a punto de acabarse el mundo, ¿verdad?

Nikki se encogió de hombros.

—Es que ha sido una estupidez. Piensa que la voy a dejar, está paranoica con eso. Tiene muchos problemas de confianza. No sé qué hacer para que crea en mí.

—¿Le gustan las flores?

—Estooo, no creo, Farmer no es tipo flores.

—Grande, dura y silenciosa, ¿eh?

—Sí, se podría decir —dijo Nikki, sonriendo por primera vez desde que había entrado en el club.

—¿Qué tal un litro de aceite para su moto?

Nikki miró a la mujer, fijándose en ella por primera vez.

—¿Cómo sabes que Farmer tiene una moto?

—Ah, todas la tienen, éstas que van de guerreras duras —sonrió.

—Sí, supongo que sí —sonrió Nikki a su vez—. Nikki Takis —dijo, ofreciéndole la mano.

—Judy Palmer —dijo la mujer, sonriendo y estrechando la mano de Nikki.

—¿Quieres una copa? —preguntó Nikki.

—Estupendo, lo mismo que estés bebiendo tú.

—¿Estás segura? Esto es alcohol para olvidar las penas.

—Pues así podemos olvidar juntas.

—Podemos, Judy, podemos —sonrió—. ¿Aceite de motor, has dicho?

—Siempre funciona.

—Pues tengo que tomar nota.

—Eres muy amable por llevarme, Judy. Creo que he tomado tres copas de más —farfulló Nikki, con la cabeza apoyada en el reposacabezas de cuero del Mercedes y los ojos cerrados.

—No es nada, Nikki —dijo Judy, frenando, y giró por una calle lateral y se detuvo junto a la acera.

—¿Por qué nos hemos parado? —preguntó Nikki, abriendo los ojos y mirando desconcertada a su alrededor.

—Vamos a recoger a una amiga a la que le dije que la iba a llevar, no te preocupes. —Salió y echó el asiento hacia delante. Otra mujer entró en el coche y se colocó en el asiento trasero detrás de Nikki. Judy volvió a entrar y arrancó el motor. El coche se apartó suavemente de la acera.

—Hola, Nikki —dijo la mujer que iba detrás.

—Hola —masculló Nikki. Frunció el ceño—. Oye, ¿yo no te conozco? —preguntó, volviéndose en el asiento para mirar por encima del hombro.

—Sí que nos hemos visto antes.

—¿Doctora?

—Vaya, así que no estás tan borracha, ¿eh, preciosa?

—¿Qué?

La mujer roció la cara de Nikki con un espray. Nikki se echó hacia atrás, cerrando los ojos con fuerza y llevándose automáticamente las manos a la cara.

—Yo no me frotaría, Nikki, querida, se te pondrá peor.

—¿Qué me has hecho?

—Es una cosita que te desorienta, nada muy grave. Se te pasará dentro de unos minutos.

El coche se acercó a la acera y se detuvo de nuevo. Nikki notó que dos pares de manos fuertes le agarraban los brazos, tiraban de ellos hasta colocarlos detrás del asiento y se los ataban.

—¿Qué está pasando, Judy? —jadeó Nikki, con los ojos aún cerrados por el escozor.

—Vamos a hacer un viajecito y tú no vas a volver —replicó Judy.

Recorrió a Nikki por delante con las manos, palpando debajo del cuello de su chaqueta.

—Ajá, ya sabía yo que Farmer no te iba a perder de vista sin contar con algún tipo de refuerzo —dijo con tono de triunfo, mostrando un pequeño dispositivo negro.

—¿Qué es eso? —preguntó la mujer del asiento trasero.

—Un rastreador. A Farmer le encantan sus juguetitos. —Tiró el dispositivo por la ventana. Judy volvió a poner el coche en marcha y arrancó de nuevo.

—Por favor, soltadme, os podéis quedar con el coche, no llevo mucho dinero encima, pero también os lo podéis quedar.

—¿Te crees que esto es un simple robo de coche?

Nikki parpadeó, tratando de que le dejaran de llorar los ojos. Tiró de sus ataduras, pero no cedieron. Cuanto más tiraba, más parecían apretarse.

—¿Dónde me lleváis?

—He pensado que el río estaría bien. Un sitio agradable y tranquilo para despedirte del mundo.

—No tengo la menor intención de despedirme del mundo.

—Ah, pero lo vas a hacer, monada —dijo la médico desde el asiento trasero, acariciándole el pelo a Nikki.

—¿Qué me vais a hacer? —preguntó Nikki, intentando parecer más tranquila de lo que estaba.

—Hemos pensado que lo adecuado sería un final clásico. Ya estoy viendo los titulares, hija rebelde de un multimillonario hallada muerta en su coche, en la escena se encontró una nota de suicidio echándole la culpa a su novia por haberla abandonado. Se van a poner las botas.

—Sabrán que no es un suicidio si estoy atada al asiento.

—Por eso hemos usado pañuelos de seda, no dejan marcas. Pasamos una goma desde el tubo de escape por la ventana y cuando la cosa esté hecha, te desatamos y nadie se enterará. Sólo Farmer sabrá que ha sido un asesinato, pero estará tan reconcomida por la pena que, quién sabe, puede que de repente ella también se suicide.

—Farmer os perseguirá y os matará a las dos. No parará hasta que estéis muertas.

—Sí, pero doña Robótica no sabrá a quién perseguir —dijo Judy.

—Ha habido un montón de gente que nos ha visto bebiendo juntas esta noche. Podrán identificarte.

—¿En serio? No lo creo —replicó Judy, que se quitó las gafas y se arrancó la peluca de rizos negros, revelando así una melena corta de pelo castaño rojizo que le llegaba a los hombros—. Y no me llamo Judy, me llamo Rachel.

—¿La policía del estómago quemado?

—No estaba quemado. Viene bien tener una médico como compañera. Puede decir cualquier cosa y la gente la cree automáticamente.

—Y tener una policía como compañera también viene bien en el otro sentido —dijo la médico desde el asiento trasero. Se sonrieron la una a la otra y se agarraron de la mano.

—Estáis enfermas.

—No, sólo amargadas.

—¿Y eso qué quiere decir?

—Quiere decir que como eres rica y guapa, no tienes ni idea de lo que es que te den continuamente de lado, o peor, que se rían de ti, mientras luchas con la adolescencia, intentando aceptar tu sexualidad.

—Y una mierda, sólo sois un par de hijas de puta chifladas que os habéis encontrado. Lo que habéis hecho no tiene excusa.

—Ojalá no tuviéramos que hacer que parezca un suicidio, cómo me encantaría quemarle la cara a esta zorrita —dijo la médico, agitando un frasco de líquido transparente delante de Nikki, que por fin conseguía ver bien.

—A lo mejor encontramos un modo de aplicárselo a la cara a Farmer —dijo Rachel, sonriendo.

—Como la toquéis, os mato yo misma —gruñó Nikki.

—Ooh, a la nenaza de repente le ha salido un par, qué impresionante.

—¿Sí? Pues deberías haber oído chillar a la zorra cuando le quité los puntos. Bonito corte, por cierto.

—Gracias —dijo Rachel, sin dejar de sonreír.

—Las dos estáis ya muertas, sólo que no lo sabéis.

—Qué curioso, creía que eras tú la que iba a morir esta noche —dijo la médico.

Condujeron en silencio durante los siguientes diez minutos: no parecía tener mucho sentido seguir intercambiando insultos. El coche se detuvo en las sombras de uno de los numerosos puentes de Londres. El sitio estaba desierto a estas horas de la madrugada.

—¿Lista para reunirte con tu creador, Takis? —la provocó Rachel.

—Anda y que te follen.

Rachel se puso a hurgar detrás del coche, fuera de la línea visual de Nikki.

—Dime, ¿cómo has conseguido superar el muro de hielo de doña Robótica, cuando nadie lo ha logrado jamás? —preguntó Rachel, mientras metía por la ventanilla un tubo de plástico, cuyo otro extremo ya estaba dentro del tubo de escape del coche.

—Le he demostrado que la amo incondicionalmente.

—Qué bonito. ¿Quieres hacer tú los honores o lo hago yo? —preguntó Rachel, ofreciéndole las llaves del coche a la médico.

—Oh, hazlo tú, yo voy a mirar por la ventanilla. Quiero ver cuánto consigue aguantar la respiración.

—Sabrán que la letra de la nota no es mía —dijo Nikki, tratando de ganar tiempo desesperadamente.

—Está escrita con una impresora láser, cuyo cartucho ya ha desaparecido.

—Yo no tengo una impresora láser, sabrán que no es mía.

—Te olvidas de que yo solicitaré ocuparme del caso. Te garantizo que nadie hará esa pregunta. Y aunque Farmer monte follón, nadie pondrá en duda mi palabra, porque me acaban de dar el alta después de haber estado tan enferma.

—Farmer dudará, lo sabrá, vendrá a por vosotras.

—Me arriesgaré —dijo Rachel, metiendo la mano y girando el contacto. El coche empezó a llenarse de humos que hicieron toser a Nikki.

El pecho le pesaba como el plomo y el mundo empezó a alejarse de ella girando en remolinos de luz resplandeciente.

—Lo siento, Farmer —graznó antes de caer hacia delante en el asiento.

El rugido de un motor resonó por todas partes cuando una motocicleta giró atronadoramente por el otro lado del puente y aceleró hacia el coche salpicándolo todo de grava. Las dos mujeres, atrapadas en el rayo del faro, se volvieron hacia el ruido. Rachel se apartó tirándose al suelo, pero la médico no se movió cuando la rueda trasera de la moto trazó una curva cerrada, la golpeó y la lanzó por los aires, haciéndola aterrizar con un crujido sordo sobre el maletero del Mercedes.

Terri se apartó de la moto que caía y rodó con una voltereta hacia delante hasta quedar a la altura de la ventanilla del coche. Sin molestarse en intentar abrir la puerta, rompió el cristal de un puñetazo y agarró a la inconsciente Nikki, tirando con frenesí para sacarla del asiento. Nikki no se movía, al estar bien sujeta por las ataduras. Terri alargó la mano hacia el salpicadero y apretó un botón. La capota automática se abrió y plegó, arrastrando consigo la mayor parte de los gases mortíferos, al tiempo que el tubo caía inocuamente al suelo.

—Alabado sea el Señor por la ingeniería alemana —dijo Terri, quitándose el casco. Se sacó una navaja automática de la bota y cortó las ligaduras de Nikki. La levantó y la dejó en el suelo al lado del coche—. Vamos, dormilona —dijo, dando unas palmaditas suaves a Nikki en la mejilla. La mujer inconsciente se movió y abrió los ojos.

—¿Farmer?

—Sí, soy yo, Nikki, ya estás a salvo.

—¿Por qué has tardado tanto?

—El puente tapaba la señal.

—¡Farmer, cuidado! —gritó Nikki cuando Rachel atacó a Terri con un gran trozo de madera.

Terri agarró a Nikki por instinto y rodó con ella para apartarse, pero el madero la alcanzó de refilón. Aspiró con fuerza al sentir una punzada de dolor que le atravesó los riñones.

Dejando a Nikki de nuevo con delicadeza en el suelo, se levantó y se enfrentó a Rachel, que había retrocedido, sin dejar de blandir su nueva arma.

—Ahora vas a pagar hasta el final, Rachel —dijo Terri suavemente.

La médico recuperó el conocimiento y se puso a chillar. Rachel soltó el madero y corrió al coche. La médico se debatía, chillando a pleno pulmón. Rachel intentó agarrarla, pero la soltó de inmediato al notar que algo le quemaba la mano.

Se volvió frenética, mirando a Terri.

—Haz algo, se ha roto el ácido y la está quemando viva.

—Dame una buena razón para que lo haga.

—Lo confesaré todo, pero ayúdala. Por favor, Farmer, tú puedes hacer cualquier cosa, sé que puedes —dijo Rachel desesperada.

—Agárrala por los pies, yo la cogeré de los hombros y la meteremos en el río.

Arrastraron a la fuerza a la mujer que no paraba de retorcerse hasta que llegaron al borde del agua. Terri se hartó de la lucha de la mujer, de modo que le pegó un buen puñetazo en un lado del cuello, dejándola inconsciente, lo cual les permitió quitarle la ropa. El costado izquierdo, desde el pecho hasta la cadera, y gran parte del estómago, hervían de ácido.

—Quería echarme eso a la cara —dijo Nikki con cansancio, situándose al lado de Terri mientras Rachel hundía a la médico en el agua, aclarándole el ácido.

—Lo sé, ya lo oí —contestó Terri. Rachel miró a las dos mujeres que estaban de pie por encima de ella.

—¿Entonces todo esto ha sido una trampa? ¿Sabíais que os estábamos vigilando desde el principio y fingisteis la pelea?

—Pues sí.

—Sí, y la próxima vez serás tú el cebo, Farmer —dijo Nikki—. Y no empieces otra vez con lo de que puedo correr peligro, ya me has dado bastante la lata esta mañana. Ésta era la única manera de que funcionara, lo sabes.

—¿He dicho yo algo? —preguntó Farmer, mirando a Nikki.

—¿El rastreador del cuello era falso? —preguntó Rachel, sin dejar de lavar el ácido de su compañera.

—No, era bien auténtico, lo mismo que los otros cinco que lleva Nikki. Me gusta jugar con ventaja.

—Eres una zorra —soltó Rachel.

—Eso me han dicho.

—Volveré, te lo prometo con todo mi ser —dijo Nikki en voz baja al tiempo que abrazaba a Terri. El sistema de megafonía anunciaba la salida inmediata del vuelo para Atenas. El padre de Nikki había solicitado su presencia para hablar de su futuro.

—Vamos, Nikki, que vas a perder el avión —dijo Terri, abrazándola a su vez todo lo fuerte que se atrevió.

Sin importarle quién pudiera estar mirando, Nikki besó a Terri con fuerza en los labios.

—Estaré de vuelta antes de que te des cuenta. En cuanto haya solucionado unas cosas con papá, estaré en el primer avión de regreso a Londres.

—Lo sé —sonrió Terri, esforzándose por no ceder a la inmensa tristeza que le invadía el alma.

Un pequeño saludo con la mano y una sonrisa y Nikki desapareció por las puertas de la sala de embarque. Terri se quedó mirando el avión que se dirigía a la pista, con la frente y las manos apretadas contra el cristal del enorme ventanal. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas.

—Adiós, Nikki, buen viaje —susurró.

Terri abrió la puerta en piloto automático. No recordaba en absoluto la vuelta desde el aeropuerto. Se sentó en el sofá, contemplando ciegamente la pared. Sabía que debía comer, pero no conseguía reunir la voluntad para hacer nada. Pensó un momento en sus barras de ejercicio. Eso la ayudaría, pensó, un poco de ejercicio sin pensar, para perderse en las repeticiones y desconectar la mente del dolor lacerante que sentía. El piso estaba tan muerto y vacío ahora que ¿qué más daba ya nada?

Estaba tan hundida en la miseria que casi no oyó los suaves golpes en la puerta. Suspirando, se levantó y fue a la puerta, sin molestarse siquiera en ver quién era. No le importaba quién pudiera ser, lo despacharía bien rápido, aunque fuera la reina de Inglaterra en persona.

Nikki estaba en la puerta, con las maletas en el suelo a cada lado.

—Parece que he tenido un ligero accidente —dijo.

Terri se quedó boquiabierta.

—Pero si he visto cómo se iba tu avión —consiguió decir por fin.

—Sí, ahora voy a recibir una carta impertinente de British Airways y una multa inmensa por exigir que detuvieran el avión y me dejaran bajar. Y no veas la de gente que he conseguido cabrear al hacerlo —dijo con orgullo.

—¿Un accidente? —dijo Terri, cuya mente se puso por fin en marcha.

—Sí, me he dejado aquí el corazón y he pensado que no podía irme sin él.

Terri no pudo evitarlo, la atravesó una oleada de alivio y se echó a llorar.

—Oye, que esto no tiene que hacerte llorar, Farmer.

—No puedo evitarlo, lo siento —dijo, pasándose la mano por las mejillas—. Parece que siempre que estoy contigo no consigo dejar de berrear.

—A ver qué puedo hacer al respecto. ¿Me dejas pasar o qué?

Terri se echó hacia atrás, dejando pasar a Nikki. Antes de que ésta hubiera dado tres pasos dentro del piso, Terri la levantó en brazos y la estrechó con fuerza.

—Creías que te ibas a librar de mí tan fácilmente, ¿eh? —dijo Nikki.

—Nunca, siempre serás parte de mí.

—¿Me has echado de menos?

—Qué va, estaba fingiendo.

—¿No me digas?

—Sí, los robots podemos hacer eso, ¿sabes?

—¿No necesitarás que te reprogramen?

—¿Crees que podrás con ese trabajo?

—Sin problema. A partir de ahora, donde yo vaya, irás tú, y donde tú vayas, iré yo.

—¿Sí? Me parece un poco pegajoso.

—Tal vez, pero es la verdad. Oye, ¿quieres venir a dirigir un imperio naviero conmigo y hacerte demencialmente rica?

—Pues no, la verdad.

—Ah, a tomar por culo, yo tampoco. Vamos a quedarnos aquí y a perseguir a los malos.

—Tan encantadora como siempre.

—Ya te digo, colega.

FIN

Autor: Mark Annetts

*Copyright de la traducción:* Atalía (c) 2002