La Cobarde (Capítulo 6)

—¿Tan difícil soy? —preguntó Terri con tono inseguro. Desde la experimentación con los besos, Terri sentía una extraña dualidad hacia Nikki. Por un lado se sentía más cerca de la rubia que de cualquier otra persona desde su padre, pero por otro, Nikki todavía le daba un miedo horrible.

—Les he pedido que vengan a mi camarote para hablar en privado de lo que ha ocurrido en la sala de bombas —dijo el capitán. Nikki y Terri estaban sentadas en el sofá frente al capitán, que estaba sentado en una gran butaca. Todos tenían tazas de té, que acababa de servir un atento camarero.

—Ya me preguntaba yo cuáles iban a ser las consecuencias —dijo Terri.

—Le pido que tenga en cuenta las repercusiones para una buena oficial, en caso de que desee poner este incidente en conocimiento de las autoridades o de su padre, señorita Takis.

—¿Eso es estrictamente legal? —preguntó Nikki.

El capitán sonrió levemente.

—Ésa podría ser una interpretación, señorita Takis.

—¿Es que hay otras? —preguntó Terri, dejando su taza, que no había tocado.

—Siempre hay alternativas, señorita Farmer. ¿Cómo se encuentra, por cierto?

—Todo lo bien que cabe esperar.

—Bien, bien, me alegro de oírlo. A lo que me refiero es a que la tercera oficial puede perder su empleo por un error de juicio momentáneo. Me parece una lástima para una oficial tan buena. —Bebió un trago de té, observándolas atentamente a las dos por encima del borde de la taza.

—¿Está diciendo que si no mencionamos el hecho de que casi me muero y que estoy aquí sólo gracias a la rápida acción y la habilidad de mi guardaespaldas, Martina no será despedida?

—Más o menos.

—¿No tendrá nada que ver con el hecho de que la responsabilidad recae sobre el capitán en tales circunstancias? —preguntó Terri.

Él sonrió de nuevo, aunque su sonrisa no tenía nada de cordial.

—Eso también es cierto, señorita Farmer. Pero lo estoy pidiendo por Martina, no por mí, como comprenderán.

—Oh, sí, lo comprendo —dijo Nikki, levantándose—. No se preocupe, capitán, ninguna de las dos dirá nada, ¿verdad, Farmer?

—Si eso es lo que quieres, Nikki.

—Eso es lo que quiero.

Nikki se echó atrás mientras Terri salía antes que ella por la puerta del camarote del capitán.

—Gracias por el té —dijo Terri al desaparecer por el pasillo.

—Una mujer extraordinaria —dijo el capitán, cuando Nikki se volvió para seguir a Terri.

—Ah, sí —dijo ella, sonriendo.

Nikki levantó la vista con cansancio de un manual que estaba intentando leer y que el jefe de máquinas había tenido el detalle de dejarle, cuando Terri entró por la puerta de su camarote.

—Algunos días, Nikki, este trabajo es un asco, otros días es peor —dijo, apoyando la cabeza en la jamba de la puerta.

—¿Qué pasa, Farmer?

—Que ya sé quién es el contrabandista.

—¿Cómo que ya sabes quién es el contrabandista? —quiso saber Nikki.

—Tiene gracia, la verdad —dijo Terri, distraída.

—¿El qué?

—Todo este tiempo he creído que esto no era más que un truco de tu padre para alejarte de Londres y enviarte a hacer un crucero. Nunca pensé que era un caso de verdad, como tal.

—¿De qué estás hablando, Farmer?

Terri se apartó del marco de la puerta donde había estado apoyada.

—Me refiero a que he sido una estúpida al intentar ser más lista que tu padre.

—¿Estás hablando en una especie de dialecto extraño del inglés? Porque no entiendo ni una palabra de lo que dices.

—Atracamos dentro de seis horas, ¿verdad?

—Sí —replicó Nikki despacio, sin saber dónde quería ir a parar Terri con esto.

—Pensé que sería un buen momento para devolverle la brújula a Martina, con una amable nota de "gracias, pero no, gracias". Pero no, eso habría sido demasiado fácil.

—Sigo sin entender nada.

—He ido a su habitación mientras ella estaba de guardia, ¿vale?

—Farmer, eso es horrible, ¿cómo puedes invadir su intimidad de esa manera?

—Ya, bueno, es mi trabajo, ¿sabes?

—Bueno, ¿y qué has descubierto? —dijo Nikki, echándose hacia delante y bajando la voz hasta hablar casi en un susurro.

Terri sonrió. Miró a su alrededor con aire teatral y luego encorvó los hombros y se agachó hasta quedar a la altura del hombro de Nikki.

—Creo que estamos a salvo de ojos indiscretos. —De forma impulsiva, sacó la lengua y le lamió la oreja a Nikki.

—¡Aaaaj, Farmer! —Nikki se echó hacia atrás, secándose frenética la oreja con la mano. Terri no pudo evitar echarse a reír por la expresión de asco de Nikki—. ¿Por qué has hecho eso?

Terri se encogió de hombros.

—No sé, porque quería, supongo.

La indignación de Nikki se evaporó al ver la expresión de arrepentimiento avergonzado de Terri.

—Eh, ven aquí —dijo, abriendo los brazos. Terri rodeó vacilante a la mujer más menuda con los brazos, sintiéndose de repente torpe y rígida.

—Venga ya, Farmer, tranqui, ¿quieres? Es que me has pillado por sorpresa.

Los hombros de Terri se relajaron un poco.

—¿De verdad que no estás enfadada conmigo?

—Qué va, me alegro de que estés tan cómoda conmigo. Dios sabe que me ha costado lo mío conseguir que llegues hasta aquí.

—¿Tan difícil soy? —preguntó Terri con tono inseguro. Desde la experimentación con los besos, Terri sentía una extraña dualidad hacia Nikki. Por un lado se sentía más cerca de la rubia que de cualquier otra persona desde su padre, pero por otro, Nikki todavía le daba un miedo horrible. Era una sensación muy enervante para una mujer que se enorgullecía de su control y su firmeza. Se preguntaba cómo era posible que quisiera al mismo tiempo huir y correr hacia una persona.

—Bueno, ¿qué pasa con la habitación de Martina? —preguntó Nikki, sin soltar a Terri.

—Fui a devolverle la brújula. Pensé que sería mejor esconderla para que no la encontrara hasta que nos hubiéramos ido. Busqué un lugar apropiado y entonces encontré un pequeño neceser cerrado con llave. Como soy muy curiosa, no pude evitarlo y tuve que ver qué era lo que tenía tan bien guardado cuando todo lo demás estaba abierto.

—No lo romperías, ¿verdad?

—No, claro que no, abrí el cierre con una ganzúa y volví a cerrarlo después de mirar.

—¿Y qué había?

—Al principio pensé que era una cosa privada y cuando estaba a punto de cerrarlo advertí el cordoncillo que colgaba del extremo.

—Me parece que no te sigo, Farmer. ¿Por qué hablas en plan adivinanza?

—Vale, retrocedamos. Creí que era un... ya sabes, una cosa que las mujeres... estooo... usan para darse placer.

Nikki notó el rubor que calentaba el cuello y las mejillas de Terri.

—Farmer, te estás poniendo colorada —dijo, sonriendo y echándose hacia atrás para mirar. Terri miró al suelo, incapaz de hacer frente a los ojos de Nikki.

—No es cierto —murmuró.

—Ya te dije una vez lo guapa que te pones cuando te sonrojas y lo decía en serio —dijo Nikki, tirando suavemente de la cara de Terri para mirarla. Se echó hacia delante y le dio un beso a Terri en la mejilla. Terri cerró los ojos y se relajó por completo entre los brazos de Nikki. Se quedaron así varios minutos, mientras cada una de ellas absorbía los sentimientos no expresados que flotaban entre las dos.

—Así que Martina tiene un juguete. Eso no es un crimen, Farmer.

—Hasta yo sé que eso no es raro, pero entonces vi el cordón. Lo cogí y lo agité. Había algo que sonaba por dentro.

—Tampoco eso es raro, yo he visto algunos que...

—Me hago la idea, Nikki, créeme, en serio —interrumpió Terri, sonrojándose aún más.

—Oh, Farmer, eres un encanto, lo sabes, ¿verdad?

—Si tú lo dices.

—Yo lo digo —dijo Nikki, besando la otra mejilla de Terri y trasladándose luego suavemente a los ojos, la nariz y por fin los labios. Terri gimió ligeramente por las caricias.

Se echó hacia atrás y abrió los ojos, parpadeando un poco llena de confusión.

—Esto... esto no me ayuda nada, Nikki. ¿Cómo vamos a resolver el caso si haces que me tiemblen las piernas y que me fibrile el corazón?

Nikki sonrió.

—Sólo tú dirías que te está fibrilando el corazón, Farmer. La mayoría de la gente normal diría que late o que palpita o que se estremece o que...

Terri puso dos dedos sobre los labios de Nikki, interrumpiéndola.

—Nunca he dicho que sea normal —susurró.

—No, no lo has dicho, y se me ocurre la palabra dicotomía. Ahora que lo he probado, no querría otra cosa —dijo Nikki, sonriendo.

Terri carraspeó y se apartó.

—Ya, bueno, volviendo al juguete de Martina. No es un juguete sexual de verdad, es un instrumento para pasar contrabando. Se abre por el medio. ¿A que no sabes lo que había dentro?

—Dios, Farmer, ¿qué me estás preguntando, cómo demonios voy a saberlo?

Terri enarcó una ceja.

—¿No eras tú la gran experta en estas cosas?

—¡Dime lo que había antes de que te lo saque a palos!

—Y yo que creía que te gustaba hacer el amor y no la guerra.

—Depende de las circunstancias —dijo Nikki, estrechando los ojos y echándole una falsa mirada fulminante.

—Diamantes —dijo Terri sin más.

—¿Diamantes?

—Diamantes —repitió Terri.

—¿Los mejores amigos de una chica?

—No del todo. Eran diamantes en bruto. Pero grandes. Yo diría que, mmm, por un valor de un millón de libras, así a ojo, una cosa así, tal vez incluso más.

—¿Cómo lo sabes?

—Son todos azules o rojos, los tipos más raros que se pueden encontrar.

—¿Cómo sabes todas estas cosas, Farmer?

Se encogió de hombros.

—Leo mucho.

—¿Cómo sabes que no son suyos?

—¿Tú trabajarías como oficial de cubierta de un petrolero si tuvieras algo así bailando en tu juguete?

—Supongo que no. ¿Y por qué los guarda... ahí? ¿Por qué no los saca cuando ya los ha pasado y los pone en un sitio seguro?

—Ése es un buen sitio para esconderlos si tu barco sufre una inspección de aduana.

—Farmer, no quiero ni pensarlo.

—Al menos ahora sé que el color de pelo de Martina es natural —dijo Terri, sonriendo.

—No lo entiendo.

—¿A que no sabes con qué se confunde el color del cordón?

—Aaaaj, qué asquerosidad —dijo Nikki, arrugando la cara.

—Podría haber sido peor. ¿Y si Martina hubiera sido un hombre? ¿Te has leído el libro Papillon ?

—Oh, por favor, tenías que recordármelo, ¿verdad? —gimió Nikki. Terri sonrió con regocijo.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Nikki, mientras contemplaban la cubierta. El barco había atracado a primera hora de la mañana y ahora estaba descargando mediante unas grúas gigantes conectadas al muelle.

—Nos vamos a hacer una excursión por Marsella, pero en realidad damos la vuelta y seguimos a Martina, para ver dónde va y con quién se reúne.

—¿Cómo vamos a hacerlo?

Terri le mostró un pequeño radiorreceptor con un cable fino sujeto a un auricular.

—Es un receptor, podremos seguirle el rastro con él.

—¿Va a ponerse a cantar en la radio?

—No exactamente, he puesto un micro en su juguete de contrabandista.

—¿Le has pinchado el consolador? —preguntó Nikki sin dar crédito.

—Claro, no quiero perder el rastro de los diamantes, ¿no?

—Farmer, nunca dejas de sorprenderme —dijo Nikki, meneando la cabeza. Terri se limitó a sonreír burlona.

—Será mejor que busquemos un taxi y esperemos. El transmisor sólo tiene un radio de un kilómetro y medio más o menos, aunque la batería es de litio y debe durar un par de meses.

—Adelante, Jane Bond, vamos a atrapar a unos contrabandistas.

El taxista guardaba silencio mientras la mujer extraña movía despacio el dispositivo electrónico de un lado a otro delante de ella. Estaba sentada a su lado en el asiento del pasajero. Un buen fajo de francos había comprado una buena cantidad de tolerancia.

—Está girando a la derecha —masculló Terri en inglés—. Gire aquí —dijo en francés, indicando con la mano el sitio por donde debía ir el taxista. Nikki iba sentada detrás, observando por encima del hombro de Terri. Tenía el estómago encogido de preocupación y excitación. Caray, esto es mucho mejor que ganarse la vida diseñando barcos , pensó. Estoy haciendo esto de verdad, persiguiendo a una banda de contrabandistas por las calles de Marsella, ¡me parece mentira!

—¿Te diviertes ahí detrás? —preguntó Terri.

—Oh, sí —replicó ella con una enorme sonrisa.

—Supongo que no te quedarás en el coche, ¿verdad?

—¿Ves algún cerdo volando?

—Ya, bueno, pues no te pongas muy chula porque esto podría ponerse muy desagradable, muy deprisa. Prométeme que harás lo que yo te diga, cuando yo te diga y sin discutir, Nikki.

—Sí, mamá.

—Tuerza por la próxima a la izquierda y luego échese a un lado y pare —dijo Terri en francés. El taxista hizo lo que se le decía—. Parece que ha dejado de moverse.

—¿Quiere que me quede a esperar? —preguntó el taxista con una sonrisa. Se estaba divirtiendo bastante más de lo que debería, pensó Terri.

—¿Qué ha dicho? —preguntó Nikki, echándose hacia delante y susurrando al oído derecho de Terri.

—Quiere saber tu número de teléfono —le contestó Terri susurrando exageradamente.

—No es cierto —dijo Nikki, dándole una palmada a Terri en el hombro—. ¿O sí? —preguntó tras una pausa, con los ojos algo desorbitados mientras echaba una mirada de reojo al hombre.

Non —dijo el taxista, sonriendo a Terri y luego a Nikki.

—¿Habla inglés?

—Un poco —dijo él, encogiéndose de hombros.

—¿Pero no lo suficiente como para hablarlo si se encuentra con un turista? —preguntó Terri con ironía. Él sonrió aún más.

—No es necesario, usted habla mi idioma muy bien —dijo, volviendo al francés—. ¿Me daría el número de teléfono de la joven si se lo pidiera?

Terri se volvió para mirar al hombre, con los ojos entornados.

—Está comprometida —gruñó.

—Por supuesto —asintió él, sonriendo al comprender—. Bueno, ¿espero? —preguntó de nuevo.

—No estaría mal. Le aguardan otros mil si está aquí cuando volvamos.

Él volvió a sonreír y apagó el motor.

—Tómese su tiempo, madame —dijo, reclinándose en el asiento y cerrando los ojos.

—Esté listo para arrancar, es posible que tengamos que irnos corriendo —dijo Terri al salir del coche. Nikki se reunió con ella.

—¿Ahora dónde? —preguntó Nikki, mirando alrededor. Estaban en una parte pobretona de la ciudad, rodeadas de almacenes viejos o en ruinas. Las calzadas y aceras estaban llenas de basura y había coches abandonados con las ventanillas rotas. No había nadie por los alrededores, el lugar estaba vacío—. No es exactamente lo que me había imaginado al venir al sur de Francia —rezongó Nikki.

—¿Es que quieres que hagan sus trapicheos en la playa de St. Tropez?

—Habría sido un detalle por su parte.

—Sí, cómo está el contrabando hoy en día, ¿eh? —Terri movió el pequeño receptor delante de ella—. Por aquí —dijo, echando a andar por una de las callejuelas. Tras cinco minutos de rápida caminata se detuvo ante uno de los astrosos edificios—. Es aquí —dijo, señalando el edificio.

—¿Llamamos a la puerta o entramos a la fuerza, disparando sin parar?

—¿Tienes una pistola?

—Pues no, pero no me sorprendería que tú tuvieras una metida en alguna parte.

—No están permitidas en el Reino Unido. Ni la tengo, ni la quiero.

—¿Ni siquiera para los detectives privados?

—No, sobre todo para los detectives privados.

—¿Entonces cómo te defiendes?

Terri dejó de examinar el edificio y se volvió para mirar a Nikki, enarcando una ceja.

—Ya, claro, qué pregunta tan tonta. Entonces vamos por la parte de atrás, ¿eh?

—Ése es el plan —dijo Terri, mirando el edificio de un lado a otro.

Tuvieron que saltar un muro que les llegaba por la cintura y luego Terri trepó por una tubería de desagüe hasta una ventana del segundo piso, que estaba rota y oportunamente cerca de la tubería. A los pocos segundos había desaparecido en el interior.

—¿Y yo qué? —llamó Nikki lo más alto que se atrevió.

Terri se asomó por la ventana y suspiró.

—¿No puedes subir hasta aquí?

—No lo sé, no soy Spiderwoman como tú, ¿sabes?

—Inténtalo, verás qué fácil es —le susurró.

—Bueno, está bien, pero si me rompo el cuello, Farmer, volveré para atormentarte, lo sabes, ¿verdad?

—Me parece perfecto. Tú podrías ser Hopkirk y yo sería Randall.

—¿De qué demonios hablas ahora? —jadeó Nikki mientras subía cautelosamente por la tubería.

—Supongo que esa serie no ha llegado a vuestras orillas.

—No me parece —gruñó, llegando a la altura de la ventana. Terri la agarró y la arrastró al interior.

—Maldita sea, ¿el trabajo de detective es siempre así de divertido? —preguntó Nikki, con expresión de asco, limpiándose las manos mugrientas en su cazadora vaquera.

—No, normalmente consiste en quedarte sentada en un coche durante horas, bebiendo té frío y preguntándote qué demonios estás haciendo. Eso es lo divertido.

Avanzaron por un pasillo cuyas paredes eran de cristal hasta la mitad y pasaron ante varios despachos vacíos y una escalera sin iluminar que bajaba. No hicieron ni caso y llegaron al final del pasillo. Terri se detuvo, se volvió para mirar a Nikki y se llevó un dedo a los labios. Apretó la oreja contra la puerta cerrada que tenían delante. Nikki asintió y se mantuvo en total silencio, sin atreverse siquiera a respirar. Terri giró despacio el picaporte y abrió ligeramente la puerta. Esperó para ver si ocurría algo, pero no pasó nada. Mirando de nuevo a Nikki, asintió una vez y luego abrió despacio la puerta lo suficiente para poder pasar.

Nikki soltó el aliento cuando una mano apareció por la puerta y le hizo una seña para que avanzara.

—Por aquí —dijo Terri, moviendo los labios pero sin voz, cuando Nikki asomó la cabeza por la puerta. Estaban en un entresuelo que daba a la zona principal abierta del almacén. Estaban rodeadas de cajas viejas y cajones vacíos amontonados en pilas. Terri hizo un gesto a Nikki para que la siguiera y atisbó con cuidado por el borde de una de las cajas. En el piso inferior había dos coches aparcados en ángulo recto el uno con respecto al otro. Delante de los dos vehículos había un grupo de personas. Terri se sacó unos pequeños prismáticos del bolsillo y observó las caras.

—¿Reconoces a alguien? —susurró Nikki. Terri asintió y le pasó los prismáticos a Nikki sin decir palabra, con la cara muy seria.

Nikki ajustó la rueda de enfoque y tomó aire con fuerza.

—Christos y Carl, y el tipo que nos gritó el primer día cuando subimos a bordo.

—El segundo oficial —susurró Terri.

—Está Martina y no conozco a los demás. Ojalá pudiéramos oír lo que están diciendo —dijo, observando al grupo atentamente a través de los prismáticos.

—Pide y se te dará —sonrió Terri con aire ufano, mostrando el pequeño receptor que había usado para seguir el rastro de los diamantes. Pulsó un interruptor—. Dos canales, uno de largo alcance para captar señales de rastreo y el otro de corto alcance para la voz. Sólo cubre unos pocos cientos de metros, hay que estar muy cerca para oír algo.

—¿Ahora estamos dentro del radio?

—Ya lo creo.

—¿Qué están diciendo?

—Lo típico de llegan tarde, bla bla bla... ¿tienen la mercancía?... está todo aquí... ¿algún problema en Rotterdam?... no, todo bien... qué buen tiempo hace —le transmitió a Nikki.

—No han dicho "qué buen tiempo hace" —dijo, exasperada porque Terri estuviera bromeando en un momento como éste.

—Vale, no han hablado del tiempo. Pero lo que estaba diciendo no era menos aburrido.

—¿Y qué era?

—¡Espera! —Terri alzó la mano para hacerla callar—. Oh, mierda.

—¿Qué?

—El segundo oficial le acaba de decir a Christos que hemos venido de pasajeras.

Nikki vio la repentina preocupación que se apoderó del grupo y Carl y Christos sacaron pistolas inmediatamente y se pusieron a mirar a su alrededor llenos de pánico.

—Creo que les diste un buen susto la última vez que os visteis —sonrió Nikki. Vio que Christos daba órdenes frenéticas a sus hombres para que se desplegaran.

—Quiere que registren el edificio. Me parece que ya es hora de que nos vayamos —dijo Terri, retrocediendo hacia la puerta.

—¿Por qué no llamamos a la policía? —susurró Nikki mientras volvían sigilosamente hacia la puerta. Casi se chocó con Terri, que se había detenido—. ¿Qué? —susurró apenas, presa de un miedo repentino. Terri se inclinó hacia Nikki, sin apartar la vista de la puerta, y acercó la cabeza de Nikki a su boca, susurrándole al oído.

—Hay alguien al otro lado de la puerta.

Nikki intentó tragar pero descubrió que no podía. Lo que hasta hacía un momento había sido una emocionante aventura, de repente se había convertido en una experiencia aterradora.

Terri avanzó en silencio hasta estar lo bastante cerca de la puerta como para mirar. Un hombre con una escopeta colocada con descuido al hombro se alejaba por el pasillo, mirando en los despachos vacíos y silbando al mismo tiempo, totalmente ajeno a su presencia. Terri levantó la mano, indicándole a Nikki que se quedara allí. Se agachó en silencio, con los puños apretados, y empezó a seguir al hombre.

Nikki observó con morbosa fascinación mientras Terri se acercaba cada vez más, esperando que aplicara un devastador movimiento de artes marciales contra el hombre. Terri se colocó a menos de dos metros de distancia del hombre, cuyos silbidos desafinados tapaban sus pisadas furtivas. Nikki se fue encogiendo cada vez más, presa de una tensión insoportable. En cualquier momento, se esperaba que el hombre se diera la vuelta y disparara a Terri.

Por el amor de Dios, Farmer, por piedad, ¡dale una patada a ese hijo de puta! , gritó por dentro, con el corazón en un puño. En cambio, Farmer se agachó y cogió una vieja palanca que estaba apoyada en la ventana de un despacho. Con un ágil movimiento, arrancó la escopeta del hombro del sorprendido hombre y al mismo tiempo le pegó con fuerza en la cabeza con la barra de hierro. El hombre cayó al suelo boca abajo, inconsciente, sin saber qué le había pasado.

Nikki se deslizó por la puerta y la cerró con cuidado tras ella.

—Vale, Jet Li, ¿qué demonios ha sido eso? —quiso saber.

—¿El qué? —preguntó Terri sorprendida.

—¡Eso! —dijo, señalando al hombre tirado en el suelo.

Terri se encogió de hombros.

—No comprendo —dijo, desconcertada.

—Me refiero a que si eso ha sido otra arte marcial, una antigua arte británica por la que pegas a la gente en la cabeza con una barra de hierro.

—¿Qué preferirías, tal vez unos cuantos saltos mortales y un grito de batalla?

—No, es que... es que me esperaba algo menos pedestre, nada más.

—Ha funcionado y eso era lo que quería.

—Y tanto que se habla del país del juego limpio.

—A mí me ha parecido bastante limpio, teniendo en cuenta que él tenía esto —dijo Terri, pasándole la escopeta a Nikki.

—Sí, supongo. Estooo, Farmer, ¿qué haces?

Terri se había arrodillado al lado del hombre y lo estaba registrando. Sacó una pistola de una funda que llevaba al hombro y se la metió por detrás de los vaqueros. Luego se metió la cartera del hombre en el bolsillo de la chaqueta. A continuación le desató los zapatos y se los quitó, seguidos de los calcetines.

—¡Farmer! —bufó Nikki, mientras Terri desabrochaba los pantalones del hombre y se los bajaba, junto con los calzoncillos. Tiró de ellos sin ceremonias por encima de sus pies desnudos y los dejó con el resto de su ropa.

—¿Qué diablos estás haciendo?

—Conseguir cierta seguridad —replicó Terri, mientras le quitaba al hombre el resto de la ropa. Cuando le hubo quitado toda la ropa, la amontonó y la tiró por la ventana, conservando sólo su cinturón.

—Farmer, esto es vil, incluso para ti —dijo Nikki, sin poder apartar los ojos del hombre desnudo tirado a sus pies.

—Hay poquísimas probabilidades de que se le ocurra hacer algo desagradable mientras saluda con su amiguito. Créeme, a los hombres no les gusta hacer eso.

—Yo creía que eso era lo que todos querían hacer.

—Sólo en privado, en público no.

—¿Así que ése es el nuevo plan, bajarles a todos los pantalones?

Terri sonrió mientras le ataba al hombre las manos a la espalda con el cinturón.

—Algo así. —Levantó al hombre desnudo sin esfuerzo y se lo echó al hombro—. Ábreme ahí, ¿quieres?

Nikki abrió la puerta y dejó que Farmer llevara al hombre a la habitación. Lo colocó boca abajo sobre un escritorio en medio de la estancia. Sonrió a Nikki malévolamente mientras colocaba al desdichado en una postura vergonzosa, con el trasero apuntando hacia la ventana del pasillo y su miembro colgando fláccido entre las piernas, que Terri le colocó separadas a ambos lados de los cajones del escritorio.

Volvieron al pasillo y observaron el trabajo de Terri por el cristal.

—Eres una mujer malvada, Farmer —dijo Nikki, sonriendo ella misma con malicia.

—Trae, dame eso —dijo Terri, alargando la mano para que Nikki le entregara la escopeta que sujetaba.

Sopesó el arma entre las manos, examinándola. Apuntando la escopeta lejos de Nikki, tiró rápidamente de una pequeña palanca que había a un lado. Salió un cartucho que atrapó hábilmente. Lo sujetó a la luz y leyó las palabras que llevaba a un lado. Soltó un suave silbido.

—Caray, estos tíos no se andan con chiquitas. Esto es una bala magnum de carga única.

—¿Eso es bueno?

—Te echaría a perder el día si te interpusieras en su camino al disparar. Puede acabar con un elefante.

—Ah, qué bien.

Terri se encogió de hombros.

—Me has preguntado. —Se puso de rodillas y expulsó rápidamente el resto de la munición dejándola caer al suelo.

—¿No funciona mejor si la munición está dentro del arma?

—Sí, pero me gusta saber cuántas balas tengo al entrar en combate, en lugar de descubrirlo cuando estoy a medias. —Volvió a meterlas una por una en el arma—. Vale, ¿sabes usar una de éstas? —dijo, sacándose la pistola del pantalón.

—Pues no, sólo lo que he visto en las películas.

—Bueno, pues olvídate de todo eso, casi siempre es una tontería. —Echó ligeramente hacia atrás la cubierta y miró dentro del hueco que se abrió encima—. Ésta es una Beretta 92F de 9 milímetros. Es un arma militar, así que no es un juguete. Ya tiene una en el cañón. —Apretó un botón situado en la parte de delante de la culata y el cargador de munición salió por debajo de la culata. Sujetando el cargador a la luz, contó el número de balas—. Esto es un cargador completo de quince balas. Eso quiere decir que sólo tienes dieciséis tiros, así que no los malgastes. —Volvió a colocar el cargador en la pistola—. Esto es el seguro —dijo, señalando una palanca que había a un lado—. Si está arriba, quiere decir que está seguro, no puedes apretar el gatillo, está bloqueado; si está abajo, quiere decir que puedes disparar. Sólo tienes que apretar el gatillo con suavidad y disparará una vez cada vez que lo hagas. Intenta que al tirar del gatillo no se te desvíe la pistola de donde estás apuntando. Cuando no tengas intención de disparar, conviene que dejes el dedo en la protección del gatillo. Así no lo apretarás por accidente. No apuntes a nadie a menos que estés totalmente preparada para disparar. Y por último, ni te molestes en esas estupideces de disparar a la gente en el hombro o quitarles la pistola de la mano de un tiro. La única razón que hay para disparar a una persona es para incapacitarla lo más deprisa posible. Eso quiere decir que hay que darle en el centro, en la mitad del cuerpo. Si sigue avanzando, dispara de nuevo. Si aún sigue avanzando, es que está hasta arriba de drogas, lleva un chaleco antibalas o es una persona cabreadísima y muy motivada.

—¿Y entonces qué hago?

—Di que lo sientes, sal corriendo a toda pastilla y no mires atrás.

—Me parece bien.

—Bien, ¿vamos a arrestar a unos contrabandistas, señorita Takis? —preguntó Terri, echando hacia atrás y soltando la palanca de la escopeta semiautomática.

—Después de usted, sheriff.

—Alguacil del condado para ti —dijo Terri, sonriendo.

Terri se detuvo cerca del pie de las escaleras y se volvió para mirar a Nikki, que la seguía detrás.

—¿Qué ocurre? —susurró Nikki.

Terri se mordisqueó el labio, sin decir nada por un momento.

—Es que... es que no sé si estoy dejando que mi deseo de hacerme la heroína tape lo que es mi trabajo de verdad —contestó en un susurro.

—¿Que sería?

—Protegerte a ti, por supuesto.

—Ah —dijo Nikki, bajando la pistola que sujetaba con las dos manos, sobre todo, tenía que reconocer, porque así era como lo hacían en televisión—. ¿Crees que tendremos que dispararle a alguien de verdad?

—Estos no son juguetes, Nikki, y esto no es un juego. Las dos podríamos acabar muertas. Es lo que tienen las balas cuando te pones en medio.

Nikki tragó.

—Ya es un poco tarde para pensar en eso, ¿no?

—Es que... me he dado cuenta de una cosa.

—¿De qué? —dijo Nikki exasperada, cuando se hizo evidente que Terri no iba a decir nada más a menos que la obligara.

—Ahora que te he encontrado, no... no quiero perderte —dijo Terri, casi ahogada, con los ojos relucientes de lágrimas inesperadas.

—Oh, cielo, tranquila —dijo Nikki, sonriendo y echándose hacia delante para besar ligeramente a Terri en los labios—. Sé que no dejarás que me pase nada malo, jamás. Confío en que siempre serás mi campeona.

Terri le sonrió muy contenta y luego se puso tensa. Alzó la mano para hacer callar a Nikki.

—Algo malo viene hacia aquí —dijo suavemente.

—Ray Bradbury.

—Shakespeare, más bien, Macbeth , acto cuarto, escena primera.

—Ah.

—Shssh.

Nikki aguantó la respiración y se pegó a la pared todo lo que pudo, observando a Terri, que se había agachado. Ahí sale la pantera , pensó Nikki, mientras Terri se concentraba en lo que venía por el pasillo y al otro lado de la esquina hacia ellas. Oh, Dios, no voy a servir para nada , gimió Nikki. Sintió que el pánico le invadía las entrañas como si acabara de saltar del trampolín más alto jamás inventado. No pudo evitarlo, cerró los ojos. Se oyó un ruido y un gruñido.

—Está bien, ya puedes salir —le susurró una voz suave al oído. Nikki soltó un inmenso suspiro de alivio. Tirado en el suelo a los pies de Terri había un hombre inconsciente. Terri se encogió de hombros, guiñándole el ojo rápidamente a Nikki al tiempo que se metía un gran revólver en la parte de atrás de los vaqueros.

—¿A este también lo desnudamos?

—Ya te digo, colega —dijo Terri con acento americano, apoyando la escopeta en la pared. Momentos después el hombre estaba sujeto a la barandilla de la escalera, con las manos por encima de la cabeza, atadas con el cinturón, desnudo como cuando vino al mundo.

—Toma, deshazte de esto en algún sitio. —Le pasó a Nikki la ropa del hombre.

Nikki notó algo pesado que le golpeaba la pierna.

—Eh, hay algo en el bolsillo de la chaqueta.

—Sí, es un teléfono móvil. El primer tipo también tenía uno. Me ha parecido buena idea que se los queden. Dicen que pueden producir tumores cerebrales, así que encima me estoy portando bien con ellos.

—Ya. ¿Lo vas a colocar a éste también en una buena pose?

—Qué va, no hay que abusar de lo bueno, ¿sabes?

—No te lo discuto.

Nikki subió corriendo por las escaleras hasta la ventana que Terri había usado para deshacerse de la última ropa y la tiró fuera. Al volver miró dentro del despacho. El hombre seguía durmiendo, si no apaciblemente, por lo menos bien seguro, según se alegro de ver. Cuando regresó al pie de las escaleras, advirtió que el hombre inconsciente tenía ahora una pierna levantada y metida entre los brazos atados. Meneó la cabeza, chasqueando la lengua, y siguió adelante. Se encontró a Terri atisbando por una puerta ligeramente abierta al final del pasillo del piso inferior.

—No has podido resistirte, ¿eh? —susurró.

—No sé de qué hablas —replicó Terri sin apartar la mirada de la puerta.

—De tu obra de arte vivo.

—No fui yo, yo no lo hice.

—Bart Simpson.

Hamlet , acto séptimo, escena segunda.

—¡Me estás tomando el pelo!

Terri se limitó a sonreír con suficiencia.

—Muy graciosa, Farmer. ¿No habías dicho que habías dejado de sonreír con suficiencia? —susurró Nikki, mirando iracunda a Terri.

—Cuesta perder las viejas costumbres —le susurró a su vez—. Vale, se acabó el recreo, ahora escucha. Yo diría que hay tres gorilas más, además de tu hermano y Carl. Creo que por ahora vamos bien.

—¿Y si hay más fuera?

—Entonces te enviaré por el desagüe para que cojas uno de los móviles y llames a la caballería.

—¿Me quieres decir que no tienes un teléfono móvil, con todos esos aparatitos mágicos que sacas de la nada? —preguntó Nikki, sorprendida.

—Claro que lo tengo, es que me gustaría verte retorciéndote y gimiendo un poco más. —En cuanto lo dijo, Terri tragó saliva—. Estooo, no era eso lo que quería decir.

—¿En serio? Creo que tienes la mente muy sucia, Farmer. De hecho, sé que la tienes —dijo, señalando hacia el cuerpo desnudo que colgaba inerte al final de la escalera.

—Una tiene que tener una afición —replicó Terri alegremente, sin apartar los ojos de la puerta. De no haber estado en una situación posiblemente mortífera, Nikki se habría echado a reír en voz alta.

—Debo decir que de todas las formas que te he imaginado, Farmer, jamás pensé que te fuera el bondage.

—¿A quién, a mí? Recuerda que aquí la virgen soy yo. Pero para eso hacen falta dos, Takis, así que mucho ojo, no vaya a enseñarte mis famosísimos nudos con vuelta y medio tirabuzón, terminados con un puño de mono.

—No tengo ni idea de qué estás hablando, pero sé que no me gusta cómo suena.

—Como debe ser.

Se quedaron allí agazapadas en silencio un rato mientras Terri seguía observando antentamente.

—¿Pero qué están haciendo? —preguntó Nikki.

—Los cuatro siguen ahí en medio, los tres gorilas están rondando por el otro lado del almacén, hurgando en las sombras.

—¿Todavía puedes oír lo que están diciendo ahí en medio?

—Sí, espera un momento. —Terri se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y luego se tocó la oreja—. Christos está diciendo espero que haya lavado esto, Martina se está riendo, el segundo oficial les está diciendo que se den prisa, Carl no dice nada. Bla, bla, bla. Nada de interés, en realidad.

—¿Y qué hacemos? No podemos quedarnos sentadas aquí todo el día, en algún momento tengo que ir a la playa.

—Es malo para tu piel.

—Ah, mira quién fue hablar, doña Piel de Oliva en persona.

—Lo mío es natural, irradiar una piel clara como la tuya hasta que se queme no lo es.

—Sí, mamá.

Terri apartó la vista de la puerta y miró a Nikki.

—A veces tu madre tiene que haber lamentado muchísimo habérselo hecho con tu padre.

—¡Por supuesto que no!

—¿Se lo has preguntado alguna vez?

—Bueno, no, la verdad es que no.

—Pues ahí lo tienes.

—¿Que tengo qué?

—Olvídalo, los tres secuaces acaban de volver al medio. Tenemos que poner en marcha el tema. Hay una pared baja donde las naves de carga. Cuando te diga que corras, sal corriendo a toda pastilla y escóndete detrás. Quédate bien lejos de la línea de fuego, hasta que yo te diga que puedes salir.

—¿Qué vas a hacer tú?

—Voy a darles un pequeño espectáculo a nuestro amigos de ahí.

Nikki asintió.

—Oye, Farmer, una cosa más.

—¿Qué? —preguntó Terri, volviéndose de nuevo hacia Nikki.

—No te atrevas a resultar herida ahora, te lo advierto. Como te hagan algo, aunque sólo sea un arañazo, salgo de ahí disparando y me da igual quién se ponga en medio. —Se echó hacia delante y le dio a Terri un beso feroz.

Terri se apoyó en los talones, tocándose los labios.

—Está bien, haré todo lo que pueda, Nikki, pero tú no me apuntes cuando aprietes el gatillo, ¿vale?

—Vale.

—Pues venga, vamos allá.

Autor: Mark Annetts

Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002