La Cobarde (Capítulo 5)

—Nikki, despierta, me estás asustando, cariño —dijo, dándole unas palmaditas a Nikki en la mejilla. Se agachó, colocó la cabeza sobre el pecho de Nikki y escuchó para ver si volvía a oír un latido. No oyó nada salvo el rugido de la sangre en sus propios oídos—

—¿Señorita Takis? —dijo la oficial. Nikki estaba mirando por la borda del barco, observando la costa que se iba perdiendo en el horizonte.

—Sí, efectivamente, soy yo —replicó, sin levantar la mirada.

—Hola, soy Martina Gerhard —dijo la mujer, ofreciéndole la mano—. El capitán me ha dicho que me ocupe de enseñarle todo el barco. —Hablaba con un fuerte acento alemán.

Nikki siguió contemplando la tierra que se alejaba rápidamente. Sacudió la cabeza.

—Tendría que haberle dado más tiempo. Siempre hago lo mismo, soy demasiado impaciente —farfulló.

—¿Disculpe, señorita Takis?

—Oh, no me haga caso, señorita Gerhard, estoy regodeándome en la autocompasión. ¿Qué era lo que deseaba?

—El capitán...

—Ah, sí, el capitán. Un buen tipo, pero qué lástima de modales.

—Sí, puede ser un poco, ¿cómo se dice? Brusco, ¿no?

—Se dice brusco, sí. —Por fin se volvió hacia la tercera oficial—. Se supone que tengo que aprender cómo se dirige un barco. ¿Cree que puede enseñármelo?

—Puedo intentarlo, señorita Takis, ¿pero no debería aprender cómo se dirige una compañía más bien? —preguntó, sonriendo levemente. Nikki le devolvió la sonrisa, sintiéndose algo mejor que un momento antes.

—Probablemente tiene razón, pero entonces, ¿cómo averiguaría todos sus oscuros secretillos? —La expresión de Martina se puso seria de inmediato—. Tranquila, Martina, sólo era una broma —dijo Nikki.

La tercera oficial volvió a sonreír vacilante.

—Por supuesto, señorita Takis.

—Y me puede llamar Nikki.

—Gracias, Nikki. ¿Por dónde le gustaría empezar?

—¿Por dónde sugiere usted?

—Estamos en un petrolero, ¿qué tal un paseo por la cubierta principal para ver los tanques?

—Soy toda suya, Martina, adelante.

—¿Nos va a acompañar la señorita Farmer?

—Lo dudo —dijo Nikki, entristecida.

Terri daba vueltas por la cubierta de popa, como un tigre enjaulado. De vez en cuando se detenía para mirar la estela por encima de la borda. Pero al cabo de un momento el agua arremolinada sólo le provocaba más ansiedad. El agua revuelta tenía algo que la inquietaba profundamente y no estaba de humor para analizar el por qué.

Maldita sea, Farmer, ¿por qué te ocultas? ¿Es que no llevas ya suficiente tiempo sola? , se recriminó mientras paseaba. Por una vez el destino te trata maravillosamente y vas tú y echas a correr y te escondes, como siempre, como lo has hecho toda tu vida, cobarde.

Sus pensamientos se detuvieron en seco por el sonido de una bocina y unos gritos. Había hombres corriendo por la pasarela hacia la cubierta principal. Al no saber qué otra cosa podía hacer, echó a correr tras ellos y alcanzó a los rezagados sin esfuerzo.

—¿Qué ocurre? —preguntó mientras corrían.

—Ha habido un accidente en la sala de bombas de proa —replicó uno.

—¿Qué clase accidente?

—No sé, un gaseo, creo.

—¿Un gaseo? ¿Eso qué es?

—Que alguien ha entrado en una cámara que no estaba purgada. El gas de la carga es venenoso, te mata en cuestión de minutos —jadeó el hombre mientras corrían.

—¿Por qué iba a hacer alguien eso? Están todos entrenados, ¿no?

—Creo que son su amiga y la tercera oficial.

La cara de Terri se puso blanca. Sin decir palabra, echó a correr a toda velocidad y adelantó fácilmente a todos los hombres que corrían por la larga cubierta principal.

En la proa del barco se alzaba una pequeña cubierta, sostenida por un mamparo que ocupaba todo el ancho del barco con una puerta en medio. Terri saltó por la puerta abierta y aterrizó en un suelo de malla. Se detuvo un momento para mirar a su alrededor, analizando la situación. Era una sala estrecha en la que sólo había entresuelos de malla gruesa, conectados por una serie de escaleras metálicas que bajaban a la oscuridad del fondo. El olor acre del crudo le atacó la nariz.

—¿Qué ocurre? —le gritó a un hombre que estaba junto a la barandilla del entresuelo mirando hacia abajo.

—He mandado a Peterson a buscar una bombona de oxígeno. Ésta no se ha rellenado desde el último simulacro —dijo con disgusto, dando una patada a un aparato tirado en la cubierta a su lado.

—¿Dónde están?

—Donde las bombas, cinco cubiertas más abajo —dijo él. Terri corrió a las escaleras—. Espere, no puede bajar sin oxígeno. El gas la matará a usted también.

Ella se detuvo y se volvió hacia el hombre.

—¿Cuánto tiempo les queda?

Él se encogió de hombros.

—Podrían estar ya muertas. Ese gas te ataca sin que te des cuenta, te quedas dormido y no te vuelves a despertar. Si le sirve de consuelo, no duele nada.

—¡No, no me sirve de consuelo!

El hombre se encogió de hombros.

—Lo siento.

—¿No podemos hacer nada? —gritó Terri, que empezaba a ser presa del pánico.

—Pues...

Terri saltó hacia delante y agarró al hombre por la pechera de su mono de trabajo.

—¿Sí? —le gritó a la cara.

—Hay un par de reanimadores en un armario de la cubierta inferior. Son automáticos, sólo hay que ponérselos y girar la válvula grande y obligan a respirar al que lo lleva, aunque esté inconsciente. —Cuando terminó sus explicaciones ya estaba solo, porque Terri había saltado por la barandilla y había desaparecido de su vista—. ¡Jesús! —dijo, corriendo a la barandilla. Observó, atónito, cuando ella se agarró a un montante, se balanceó y luego se soltó en el punto extremo del arco, dejándose caer como un gato a la cubierta de debajo. En cuanto aterrizó, realizó la misma maniobra y cayó a la siguiente cubierta—. Jesús —repitió.

Terri llegó a la cubierta inferior en menos de diez segundos, magullada y sin aliento. Algunas de las caídas habían sido mayores de lo que le habría gustado, pero por suerte las cubiertas eran de malla gruesa, en lugar de planchas sólidas, y funcionaban como un muelle. Martina y Nikki estaban tiradas en el suelo, Martina con un buen corte en la frente. Al parecer había caído por el último tramo de escaleras. Sin dejar de aguantar la respiración, Terri dio la vuelta a Nikki, tocándole la garganta. Tenía los ojos cerrados y no daba señales de respirar. Peor aún, no le encontraba el pulso. Sin pararse a ver cómo estaba la tercera oficial, Terri saltó por encima de Nikki hacia una caja roja brillante atornillada a la pared.

Por alguna razón, las manos no le respondían tan deprisa como el cerebro. Rabiosa porque la caja no se abría todo lo rápido que debería, se echó hacia atrás y de una patada arrancó la puerta de fibra de vidrio de sus bisagras. Metió la mano en la caja destrozada, sacó los dos reanimadores y volvió corriendo a las dos mujeres tiradas en la cubierta. El reanimador consistía en dos pequeñas bombonas de oxígeno sujetas por una red. Una máscara de goma se conectaba a una de las bombonas mediante una gran válvula que Terri giró. Una pequeña aguja de medir situada a un lado de la válvula empezó a subir y bajar.

—Vamos, Nikki, respira por mí —dijo, colocando la máscara sobre la nariz y los labios hinchados y azules de Nikki. Convencida de que la máquina estaba respirando por Nikki, se arrastró hasta Martina e hizo lo mismo por ella, colocándola primero boca arriba para que encajara bien.

Parpadeó para ahuyentar la oscuridad que empezaba a rodearla y se tambaleó ligeramente cuando se arrodilló sobre el cuerpo tendido de Nikki.

—Vamos, nena, respira por mí. Eso es, lo estás... haciendo muy bien.

Dios, qué sueño tengo, qué... cansancio... tengo que sentarme. Ah, si ya estoy sentada. Por su mente cada vez más nublada cruzaban pensamientos inconexos.

—Perdona, Nikki, creo que necesito un poco.

El brazo le pesaba como el plomo al quitar la máscara de la cara de Nikki, con los ojos medio cerrados involuntariamente. Por fin, tras lo que le pareció una vida, la máscara se soltó y respiró profundamente por ella. El tiempo volvió a acelerarse y las luces volvieron a brillar a su alrededor mientras volvía a respirar. Maldita sea, ese gas es traidor, ni siquiera lo he olido. Jadeó y se apresuró a colocar de nuevo la máscara sobre la cara de Nikki.

—Nikki, despierta, me estás asustando, cariño —dijo, dándole unas palmaditas a Nikki en la mejilla. Se agachó, colocó la cabeza sobre el pecho de Nikki y escuchó para ver si volvía a oír un latido. No oyó nada salvo el rugido de la sangre en sus propios oídos—. ¡Vamos, maldita seas! —gritó, tratando de despertar a Nikki a base de sacudirla. Seguía sin haber respuesta. Oyó gritos y movimientos por encima de ella cuando unas personas empezaron a bajar por las escaleras. Ya deben de tener las bombonas de oxígeno , pensó aturdida.

Se puso en pie.

—Vamos, ¿por qué tardan tanto? ¡Mi amiga se está muriendo, hijos de puta, muevan el culo de una vez! —les gritó, pero todavía estaban muy arriba y se movían despacio a causa del voluminoso equipo respiratorio—. Mierda, esto no va bien, Nikki —dijo, acuclillándose y tomando otra honda bocanada de oxígeno del reanimador—. Maldita seas, zorra estúpida, no te me mueras, que tu padre ya no me va a pagar —le gritó a la figura inerte de Nikki. Los ojos se le llenaron de lágrimas que empezaron a caer sin trabas por sus mejillas. Se las secó con rabia—. Que te den por culo, Takis —gritó, apretando el pecho de Nikki con una serie continua de presiones—. ¡Vamos, arranca, cabrón! —rugió sobre el pecho de Nikki, tratando de que su corazón volviera a cobrar vida—. Por favor, Nikki, por favor. Si te despiertas, esta vez te diré la verdad, te lo prometo, no más mentiras. Nunca más, no más mentiras. —Volvió a presionar frenética el pecho de Nikki.

Los ojos de Nikki se abrieron despacio y al instante se puso a luchar contra la máscara. Terri soltó un grito de alegría.

—No, debes dejártela... puesta, cielo, te está... ayudando a respirar —jadeó. A su alrededor el mundo empezaba a hundirse de nuevo en la oscuridad.

Nikki logró quitarse la máscara de la cara.

—¿Farmer?

—Sí, soy yo, Nikki, ponte... tienes... máscara... otra vez, tesoro. Te mantiene... con vida —susurró, tambaleándose cuando la sala empezó a dar vueltas.

—Si me mantiene a mí con vida, Farmer, ¿qué te mantiene a ti con vida? —graznó Nikki alarmada.

—Y yo qué sé. —Terri consiguió sonreír antes de desmayarse, y se desplomó encima de Nikki.

Terri regresó lenta y difusamente a la consciencia. Abrió los ojos y los cerró de inmediato a causa de la luz cegadora y el martilleo de la cabeza. Mierda, qué dolor , se quejó.

—¿Farmer?

¿Me he imaginado eso? , se preguntó. Supongo que sólo hay una forma de averiguarlo. Probó a abrir apenas un ojo.

—Venga, Farmer, sé que estás ahí dentro. Ya va siendo hora de que te despiertes y saludes al mundo.

—¿Nikki?

—En carne y hueso, gracias a ti, Superchica.

—Mujer.

—Ah, sí —dijo Nikki sonriendo—. Tengo entendido que te debo la vida.

—Tal vez —graznó Terri—. No tendrás un vaso de agua y una aspirina, ¿verdad?

—Por una heroína, hasta ahí llego, creo yo. —Nikki se levantó de la cama y desapareció en la sala de estar. Regresó con un vaso y unas pastillas en la mano—. El camarero jefe dijo que seguramente tendrías un inmenso dolor de cabeza al despertarte. Es un efecto secundario del gas. Yo lo tuve.

Terri abrió los dos ojos y gimió.

—Oh, Dios, que alguien me mate, que me mate ya —lloriqueó patéticamente.

—Preferiría no hacerlo, ahora que acabo de recuperarte.

Terri se incorporó y aceptó agradecida el vaso y las pastillas. Se tragó el agua y el medicamento antes de darse cuenta de que estaba desnuda y sentada a plena vista de Nikki. Se apresuró a tirar de la sábana para taparse.

—Lo siento.

—No lo sientas, me estaba gustando el panorama —sonrió Nikki. Terri se sonrojó y apartó la mirada—. ¿Cómo se siente ahora mi campeona? —preguntó, sentándose en la cama y cogiendo la mano de Terri en la suya.

—Como si hubiera pasado por un puente bajo y se me hubiera olvidado agacharme. —Cerró los ojos, encogiéndose por el dolor—. ¿Cómo está Martina? ¿Está...?

—No, está bien. Parece que el golpe que se dio en la cabeza le vino bien. Le ralentizó todo el organismo lo suficiente como para sobrevivir hasta que llegaste. Unos minutos más y habría muerto. —Se quedó en silencio un momento, mirándose las manos—. Las dos habríamos muerto —dijo en voz baja.

—Pues qué suerte que pasara por allí —dijo Terri sonriendo y luego hizo una mueca cuando los músculos necesarios para sonreír hicieron que la cabeza le doliera más.

—Eres mi ángel de la guarda, Farmer, no puedo esperar menos.

Terri resopló, lo cual fue otro error. Se puso el vaso frío en la frente, moviéndolo de un lado a otro.

—Recuérdame que te mantenga encerrada bajo llave durante el resto de la travesía. Eres demasiado peligrosa para andar por ahí suelta —dijo Terri, sin abrir los ojos.

—Si te quedas aquí conmigo, a lo mejor me lo pienso.

Se hizo un silencio incómodo entre las dos.

—Oye, sobre lo de ayer...

—Antes de ayer —interrumpió Nikki.

—¿Qué?

—Has dormido casi dieciocho horas, Farmer.

Terri se dejó caer de nuevo en la cama.

—Jo, supongo que esto de ser una superheroína fantástica acaba con las fuerzas de una.

—No te rías, Farmer, eres una superheroína.

Terri resopló y volvió a lamentarlo de inmediato.

—¿Por qué no dejo de hacer eso? —gimió, frotándose la frente—. No soy una superheroína. Sólo una guardaespaldas lenta que por fin hace su trabajo, eso es lo que soy.

—¿Entonces la gente normal baja columpiándose y saltando más de teinta metros en menos de lo que una persona normal tarda en bajar por una escalera?

Terri se encogió de hombros, un poco cortada.

—En ese momento me pareció que era lo mejor. Una insensatez, la verdad, me podría haber roto el cuello y habríamos acabado jodidas todas. Menuda superheroína.

—Pero no te rompiste el cuello y nos salvaste a las dos. El camarero jefe dijo que si no lo hubieras hecho, las dos estaríamos muertas.

Terri miró a Nikki, que seguía sujetándole la mano.

—¿Qué estabais haciendo allí abajo, o no debo preguntar?

—Yo quería ver lo que había allí abajo, sentía curiosidad. Martina pensó que no había peligro. El jefe de máquinas ha investigado y ha descubierto una junta defectuosa en una de las bombas. Un poco del crudo se coló en los pantoques debajo de la cubierta inferior. Normalmente no debería haber habido ningún problema. Sólo ha sido un accidente.

—El jefe de máquinas, el camarero jefe, te has estado codeando con el poder, ¿eh? —Terri sonrió a Nikki.

—Soy la hija del jefe, tienen que ser amables conmigo.

—Sí, claro que sí. Escucha, sobre lo de antes de ayer, yo...

—No pasa nada, Farmer, no tienes que decir nada. Lo comprendo, no pasa nada, en serio.

No, no lo comprendes, Nikki , pensó Terri apesadumbrada. Vamos, díselo, se lo prometiste, ¿recuerdas?

—No, Nikki, tengo que confesarte una cosa. Quiero ser sincera. Yo...

Llamaron a la puerta. Terri puso mala cara. ¡Ahora no, por favor, ahora no!

—Ya voy yo —dijo Nikki, soltando la mano de Terri, y fue a contestar a la puerta. Era Martina, con uniforme de gala.

—¿Puedo pasar?

—Por supuesto —replicó Nikki, echándose a un lado para dejar pasar a Martina.

—Acabo de terminar mi turno y se me ha ocurrido venir a ver cómo está la señorita Farmer para ver si se ha recuperado ya.

—Sí, está despierta, pase, no le importará.

¡Una porra que no! , pensó Terri, al captar cada palabra con su agudo oído. Martina se quedó vacilando en la puerta del dormitorio.

—Señorita Farmer. Me alegro de ver que está usted despierta. Nos tenía a todos preocupados. —Entró en la habitación y se quedó de pie al lado de la cama—. Le he traído una cosa. Un detalle para darle las gracias por salvarme la vida. La verdad es que no es gran cosa —dijo, entregándole a Terri una cajita—, pero ahora no puedo ir de compras. —Sonrió tímidamente, sin saber si Terri apreciaría el gesto.

—No hace falta, Martina, sólo hacía mi trabajo.

—No, si sólo hubiera hecho su trabajo, habría cogido a Nikki y la habría sacado de allí. No lo hizo, se quedó y nos salvó a las dos. Estaré siempre en deuda con usted.

Terri no sabía qué decir, al verse abandonada por su habitual humor cáustico. Abrió la cajita. Dentro había una vieja y manoseada brújula marina. Al dorso llevaba grabado un San Cristóbal con las palabras Disfruta del viaje, pero llega a casa sano y salvo escritas en alemán.

—Fue de mi abuelo, durante la guerra. Se la pasó a mi padre cuando se alistó en la marina. Mi padre me la pasó a mí cuando entré en la marina mercante. Es muy importante para mí, pero quiero que la tenga usted. —Se inclinó y le apretó el brazo a Terri—. Que siga bien, amiga mía, y que siempre tenga buenos viajes.

Terri se quedó mirando en silencio mientras Martina salía del camarote. Volvió a mirar la brújula, todavía demasiado atónita para decir nada.

—Por fin, Farmer no sabe qué decir. Un punto para Martina.

—No tenía por qué hacer esto —dijo Terri, recuperando la voz.

—No, pero quería hacerlo. Acostúmbrate, Farmer, para algunos de nosotros eres una heroína de verdad.

Terri frunció el ceño, pero se alegró bastante al descubrir que ya no le dolía tanto, lo cual la hizo sonreír. Colocó de nuevo con cuidado la brújula en su caja y la dejó en la mesilla junto a la cama.

—Ha sido un bonito detalle, pero se la devolveré antes de que nos vayamos.

—¿Y no se va a ofender?

—No si la meto de rondón entre sus cosas con una nota de agradecimiento antes de que nos marchemos. —Terri sonrió de nuevo, contenta con el plan.

Nikki volvió a sentarse en la cama y una vez más cogió la mano de Terri.

—Bueno, ¿qué decías de confesar algo?

*_______________________________________________*

Terri miró a todas partes menos a Nikki y por fin se conformó con mirar por la portilla.

—Si te cuesta demasiado, Farmer, podemos hacerlo en otro momento —dijo Nikki amablemente.

—No... quiero que lo sepas.

Terri volvió a quedarse callada. Nikki no sabía qué hacer ni qué decir. Era evidente que Terri estaba intentando encontrar las palabras. Por fin, la atribulada mujer se volvió hacia Nikki.

—Cuando te dije que yo no era así... pues, ¿cómo se suele decir? Estaba, eeeh, faltando un poco a la verdad.

¡Lo sabía! , se regocijó Nikki mentalmente. Sonrió, inclinándose esperanzada hacia Terri.

—Farmer, sea lo que sea lo que me quieras decir, sabes que queda entre tú y yo. Lo sabes, ¿verdad? Confías en mí, ¿no?

—Por supuesto, Nikki, pero... Dios, qué difícil es esto. —Terri tragó, con un aire tan abatido como lo que sentía por dentro—. Bueno, la verdad es... que es cierto... no soy así.

Nikki frunció el ceño y se le hundieron los hombros.

—Ah —dijo, sin ocultar su decepción.

—No, no lo entiendes —dijo Terri rápidamente, al ver la expresión de su amiga—. No soy... de ninguna manera, a eso me refiero.

—Tienes razón, no lo entiendo —dijo Nikki, desconcertada—. ¿Qué quiere decir que no eres de ninguna manera?

—Que no soy gay, que no soy hetero, sólo soy... yo. —Terri suspiró con cansancio.

—No comprendo.

Terri levantó las rodillas, puso un brazo encima y apoyó la frente en él.

—Nunca he estado con... nadie. Nunca he deseado a nadie... hasta ahora. Tienes ante ti a una auténtica virgen de treinta años —susurró.

Nikki no supo qué decir. Intentó pensar en algo y estuvo a punto de hablar dos veces, pero luego no dijo nada y volvió a cerrar la boca. La confesión de Terri la había pillado totalmente por sorpresa.

—Pero sin duda... bueno, ya sabes, tendrás sentimientos, deseos, necesidades, ¿no? —preguntó por fin.

Terri siguió ocultando firmemente la cara detrás del brazo. Se limitó a negar con la cabeza.

—Ser virgen no significa que seas asexuada, Farmer, sólo... que no has probado.

—Mira, Nikki, lo único que te puedo decir es que no sé lo que soy, ¿vale? Vamos a dejarlo así.

Nikki se dio cuenta de que Terri estaba a punto de echarse a llorar.

—Oye, Farmer, no pasa nada, en serio —dijo tranquilizándola, y se deslizó hacia delante y rodeó el hombro de Terri con el brazo. Terri se volvió al instante, hundió la cabeza en el cuello de Nikki, agarró a la sorprendida rubia y se aferró a ella con tenacidad—. Tranquila, Farmer, estoy aquí. Ahora estás a salvo. —Notó que Terri temblaba cuando la mujer de más edad se vio abrumada por la emoción. La camisa de Nikki quedó empapada de lágrimas calientes. Acarició dulcemente el largo pelo negro de Terri, esperando a que dejara de llorar.

—Lo siento, Nikki —jadeó Terri entre sollozos—. He pasado toda mi vida por mi cuenta, sin desear la compañía de nadie, pero últimamente, bueno, me he empezado a sentir muy sola y entonces entraste en mi vida. Me... me sentía tan desorientada, tan descontrolada —sollozó—. Tan indefensa, y cuando te vi en el suelo de la sala de bombas y pensé... pensé que estabas muerta, creí que me iba a morir y me entró tal pánico...

—Shssh, Farmer, tranquila. Eres la persona más equilibrada que he conocido jamás. Un poco tremenda a veces quizás, pero tan equilibrada que es de no dar crédito.

—¿De... de verdad te lo parece?

—Absolutamente.

El llanto de Terri se redujo a algún que otro sollozo apagado y unos pocos temblores.

—Oh, Dios, cómo odio esto —se quejó.

—¿Tan mal estoy? —preguntó Nikki, sabiendo que Terri no se refería a eso, pero con la esperanza de que una broma la animara un poco.

—No, no es eso, me refiero a todo esto de las emociones. ¡Es un asco!

Nikki sonrió.

—Lo sé, Farmer, lo sé. Bienvenida al mundo real de los meros mortales.

—A la mierda el mundo real, yo quiero quedarme aquí.

—Cómoda, ¿eh?

—Sí —dijo Terri como en un sueño, frotando la cabeza en el hombro de Nikki como un gato enorme. Una pantera negra, grande y reluciente , pensó Nikki, sonriendo ante la idea.

—Farmer, créeme, quiero pasarme días enteros al mimo contigo, pero a lo mejor podrías aflojar un poco, que me está costando respirar.

Terri dejó de estrujar a Nikki e intentó apartarse, consciente de repente de que estaba apoyada con todo su peso encima de la mujer más menuda.

—Dios, perdona, Nikki, deberías haber dicho algo.

—Tranquila, Farmer, ya te lo he dicho. Ahora ven aquí al mimo un poco más. Pero... cuidado con los abrazos de oso, ¿vale? —dijo, sonriendo y colocando de nuevo a Terri, que apenas se resistió, sobre su hombro—. Así, esto está mucho mejor.

Terri cerró los ojos y se relajó sobre el cálido cuerpo que tenía debajo.

—Ahora descansa un poco más, Farmer, yo estoy aquí para cuidarte, como tú has cuidado de mí. —Volvió a acariciarle el pelo a Terri, mientras con la otra mano frotaba suavemente la espalda de la atribulada mujer—. Seguiremos hablando cuando estés más en tu ser.

La respiración de Terri no tardó en hacerse regular y profunda al quedarse dormida. Nikki cerró los ojos y se relajó, uniéndose a su compleja amiga en el sueño, con una sonrisa de contento en los labios.

Terri se despertó una hora después; su siesta había sido más una reacción emocional que una necesidad auténtica de dormir. Nikki roncaba suavemente justo encima de su cabeza. Sonrió al oírla antes de cerrar los ojos y gemir. ¿De verdad se había venido abajo y se había echado a llorar en el hombro de Nikki? No podía créerselo. Treinta años y berreando como un bebé. No recordaba la última vez que había llorado, del tiempo que había pasado. Oh, Nikki, ¿qué me has hecho? , se preguntó.

El ronquido de Nikki se transformó en un resoplido seguido de una brusca inspiración de aire. Terri notó que Nikki movía la cabeza de un lado a otro. Se imaginó la encantadora expresión despeinada y confusa de la cara de la joven. Volvió a gemir por dentro. Dios, me está matando , se recriminó a sí misma. Esto tiene que parar si quiero hacer mi trabajo como es debido.

—Hola —dijo Nikki, al darse cuenta de que Terri también estaba despierta.

—Hola tú.

—¿Te encuentras mejor?

—Un poco.

—¿Sólo un poco?

—Nikki, lo siento, pero esto no puede continuar —dijo Terri en voz baja, sin atreverse a mirar a Nikki a los ojos.

—¿Por qué? —preguntó Nikki en voz baja, intentando que no se le notara el dolor en la voz.

—Porque... porque no puedo con ello —suspiró Terri.

—Farmer, creo que te conozco lo suficiente como para decirte que eres la persona más fuerte que he conocido en mi vida. Si tú no puedes con ello, entonces nadie puede y muchas personas menos capaces pueden. Así que debo decirte que te equivocas.

—Pero no puedo con todo esto de las emociones, Nikki, es que... no puedo —farfulló Terri, con la cabeza todavía bien hundida en el cuello de Nikki.

Nikki colocó un par de dedos bajo la barbilla de Terri y la obligó delicadamente a mirarla a la cara.

—Farmer, sí que puedes. Estaré contigo, podemos hacerlo juntas, las dos.

Terri miró a Nikki a los ojos en busca de alguna señal de engaño, pero no vio ninguna.

—Yo... quiero confiar en ti, Nikki, pero me cuesta mucho, no sé si soy capaz.

—Entonces te enseñaré.

—¿Puedes hacer eso, puedes enseñar a alguien a confiar tanto?

—Lo intentaré con todas mis fuerzas.

—¿Cómo?

—Siempre tan pragmática —dijo Nikki, sonriendo a Terri.

—Necesito saberlo —casi susurró Terri, tragando con fuerza y sintiéndose más vulnerable de lo que se había sentido jamás en toda su vida de adulta.

—Abrazándote siempre que necesites que te abracen. Estando ahí siempre que me necesites cerca de ti. Enseñándote a revelarme tus sentimientos siempre que sean demasiado difíciles para ti sola. Sujetándote la chaqueta siempre que tengas la necesidad de defender mi honor. Cosas así —dijo, sonriendo dulcemente.

Terri volvió a tragar y se chupó los labios secos.

—¿Harías todo eso por mí?

—Y más.

—¿Por qué, Nikki, por qué por mí?

—Porque te quiero.

—Apenas nos conocemos.

—No importa, mi alma ha encontrado a su pareja, el resto puede ponerse al día más tarde, hay mucho tiempo para eso.

—Lo tienes todo pensado, ¿eh?

—Sí.

—¿Y si descubro que no me gusta tu acera, y si descubro que prefiero la compañía de los hombres?

—Vamos a averiguarlo, ¿te parece?

Antes de que Terri pudiera responder, Nikki se inclinó y la besó suavemente en los labios.

—¿Qué te ha parecido, asqueroso o agradable?

—Mmmm, no sé, ¿y si lo probamos otra vez?

—A lo mejor deberíamos traer aquí a uno de esos marineros y así nos puedes probar a los dos y ver cuál prefieres.

—Qué va, dejemos eso para otro día. Ahora mismo creo que deberíamos seguir experimentando tú y yo solas para ver qué tal. Como investigación, por supuesto.

—Por supuesto —dijo Nikki sonriendo.

Se inclinó para darle otro beso, pero Terri levantó la mano entre las dos, deteniéndola a pocos centímetros de su cara.

—Nikki, prométeme que no abusarás de mi confianza. Creo que me moriría si lo hicieras.

—Yo nunca haría nada que pudiera hacerte daño, Farmer, te lo prometo —dijo, acercándose y besando a Terri otra vez. Y otra.

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—¿Cómo te sientes ahora de verdad? —preguntó Nikki, comiendo un sándwich cogido de la gran bandeja que había traído un camarero a su camarote.

—Muy delicada... pero mejor —replicó Terri, que todavía se sentía demasiado frágil para compartir la comida con su amiga.

—¿Quieres hablar de ello? —preguntó Nikki entre bocado y bocado.

—¿Tengo que hacerlo?

—No si no quieres.

Terri suspiró.

—¿Qué quieres saber?

—¿Cómo es que eres virgen a los treinta años?

Terri miró a Nikki, esperando ver señales de desprecio o burla, pero no había nada.

—Cuando era jovencita, adolescente, me enganché a la idea de esperar al hombre adecuado, esas cosas románticas. Soñaba con héroes y heroínas, con matar dragones, luchar contra maleantes, rescatar princesas, todas esas tonterías que te hacen creer de niña.

—¿Querías rescatar princesas?

—Sí, supongo que sí, pero en esos sueños me quedaba mirando, sonriendo mientras se la entregaba al príncipe que me había enviado a la misión.

—¿Siempre emprendías misiones?

—Sí, ya entonces quería ser soldado. Luchar por el bien contra el mal.

—¿Estás segura de que no quieres uno de estos? Están muy buenos —preguntó Nikki, ofreciéndole a Terri la bandeja de sándwiches.

—¿De qué son?

—Hay de todo, carne en lata, queso, gelatina.

—No, no me apetece, cómetelos tú.

—Todo eso sigue sin explicar lo de que seas virgen —dijo, dando un bocado a otro sándwich.

—Me entró la idea de que yo era la guerrera que llevaba a cabo los rescates, nunca la que era rescatada o la que devolvían a alguien. Durante el colegio y luego la universidad, nunca conecté con nadie que encajara con mi ideal de compañero. Y estaba segurísima de que no me iba a entregar a cualquiera. Cuando me alisté en el ejército, me dediqué de lleno a mi carrera. Todo el que se me acercaba salía rebotado tan lejos y tan deprisa que no lo volvía a intentar.

—¿No te sentías sola?

—Entonces no lo pensaba, lo único que deseaba con todas mis fuerzas era recibir una invitación.

—¿Una invitación?

—Para ir Hereford. Ésa era mi meta principal, no había nada más que me importara.

—No lo entiendo, ¿qué tiene que ver Hereford con todo esto? Es un lugar de Inglaterra, ¿no?

—Es el cuartel general del SAS.

—¿Y por qué lo deseabas tanto?

—¿No sabes lo que es el SAS? —preguntó Terri sorprendida.

Nikki se encogió de hombros.

—Una especie de escuadra antiterrorista o algo así.

—Algo así. Es la élite de la élite, la flor y nata del ejército británico o de cualquier otro.

—¿Como los Seals?

Terri resopló.

—Sí, más o menos, pero esos son bastante blandengues en comparación.

—Lo dirás en broma, he visto la película de Demi, son unos tíos durísimos.

Terri sonrió.

—Si tú lo dices.

—Bueno, ¿y por qué no entraste allí?

—Es sólo por invitación. Te tiene que recomendar el comandante de tu escuadrón para que se lo planteen siquiera.

—¿Y tu comandante no quiso hacerlo?

—Claro que sí. Me recomendaron seis veces a lo largo de los años, hasta que se dieron cuenta de que no iba a ser posible, así que dejaron de molestarse. La mayoría de la gente sólo necesita una segunda recomendación para conseguir una invitación, aunque casi todos fracasarían en la iniciación. Una recomendación la consigue menos de la mitad del uno por ciento. Yo conseguí seis. Sé que habría superado cualquier prueba que me hubieran querido poner.

—No me lo digas, ¿no eras del sexo adecuado?

—Supongo, nunca me lo dijeron.

—Qué asco, Farmer.

—Sí, ya lo creo. Y todavía me duele —dijo en voz baja, mirándose las manos.

—¿Por eso te marchaste?

—La verdad es que no, aunque sí que me ayudó a tomar la decisión.

—¿Entonces por qué te marchaste?

—¿De verdad quieres saberlo? No es agradable.

—Claro que quiero saberlo. Cuanto más sepa de ti, más deprisa alcanzará a mi alma el resto de mi ser.

—¿Tan segura estás de que has encontrado a tu alma gemela?

—Sí, ¿tú no?

—Pues... no lo sé, Nikki, para serte sincera. Todo esto ha sido de lo más inesperado y repentino.

—Lo sabrás, Farmer, pronto, te lo prometo.

—Eso espero. Confío en tu juicio: a fin de cuentas, me has elegido a mí, así que sé que tienes buen gusto. —Sonrió insegura a Nikki y Nikki le sonrió a su vez, contenta de ver que Terri iba recuperando despacio el sentido del humor.

—Bueno, ¿por qué te marchaste?

—Pues no hay mucho que contar. Maté a una persona. Es curioso, se podría pensar que al ejército le habría gustado una cosa así, pero no. En cambio, me pidieron que dimitiera.

—Jesús, Farmer, ¿qué hiciste? —preguntó Nikki, echándose hacia delante y cogiéndole la mano a Terri.

—Estaba en Sierra Leona con las fuerzas de pacificación de la ONU. Había un jefe militar nativo que se dedicaba a aterrorizar a las aldeas que nosotros debíamos proteger. Solicité permiso para neutralizarlo de una vez por todas, pero no había manera de que me lo dieran. Decían que nuestra misión no era involucrarnos en aquello.

—¿Eras comandante de primera línea? No sabía que permitieran ese tipo de cosas.

—Sí, éramos tan pocos que todo el mundo participaba, incluso nosotros, las tropas de apoyo.

—¿Qué ocurrió?

Terri suspiró de nuevo, con los ojos desenfocados al recordar el pasado.

—Un día aquel jefe militar decidió que en realidad nunca íbamos a hacer nada para detenerlo y se le ocurrió hacer algo especial para nosotros. Para demostrarnos quién tenía el poder de verdad. Pasó un camión junto al campamento con dos hombres en la parte de atrás. Se pusieron a burlarse y a gritarnos y luego a tirarnos cosas. Creímos que nos estaban atacando y nos refugiamos detrás de los sacos terreros. Algo rebotó encima y cayó a mis pies. —Se quedó callada mientras una lágrima le resbalaba por la mejilla—. Maldita sea, me has echado a perder, Nikki. No lloré entonces, pero ahora no puedo evitarlo. —Se secó la mejilla con el dorso de la mano que tenía libre.

—Estoy aquí, Farmer. Creo que lo mejor es que lo sueltes todo ya. No es bueno guardarse las cosas dentro tanto tiempo.

—No sé si estoy de acuerdo... duele tanto que sólo quiero olvidarlo.

—Lo sé, Farmer, pero te prometo que de verdad que te sentirás mejor si lo compartes.

—Si tú lo dices —dijo Terri, sonriendo con tristeza—. Era la cabeza de una niña.

—Dios mío, Farmer —dijo Nikki, tapándose la boca con la mano, presa repentinamente de una oleada de calor y náuseas. El tono tan normal con que lo había dicho Terri no disminuía en absoluto el impacto de sus palabras.

—Había ordenado a sus hombres que recogieran a una docena de niños de las aldeas vecinas. Los cortaron en pedazos y luego pasaron con el camión tirándonos esos pedazos. —Se detuvo para secarse unas cuantas lágrimas más.

—¿Y tú lo mataste?

—No directamente —dijo Terri en voz baja.

Nikki tragó.

—Me da miedo preguntarlo.

—Ya te lo advertí.

—Sí, me lo advertiste, pero no tenía ni idea.

—La gente prefiere no saber. ¿Todavía crees que soy tu alma gemela?

—Por supuesto. No me importa lo que hayas hecho. Fuera lo que fuese, tenías un motivo de peso.

—Eso me digo yo a mí misma.

—¿Pero no estás convencida?

—¿Tú lo estarías?

—Pues... no lo sé, nunca he estado en esa situación, de lo cual me alegro.

—Reza para no estarlo jamás.

—¿Lo... torturaste?

—¡No! —Terri miró a Nikki, escandalizada de que pensara tal cosa—. Jesús, Nikki, sé que soy una bestia, pero no hasta ese extremo.

—Perdona, Farmer. Es que parecías tan avergonzada de lo que habías hecho que no sabía qué pensar.

—Cuando siguieron negándome el permiso para ocuparme de aquel tipo, incluso después del incidente de los niños, pedí voluntarios que me ayudaran a arrestarlo. Nadie quiso ayudarme, eran todos demasiado gallinas o demasiado rígidos. Por fin encontré a un par de comandos franceses que dijeron que me ayudarían. Menudo par de malas bestias que eran. Una noche nos colamos en la casa del jefe y lo raptamos. Encontré a uno de los hombres que iban en la parte de atrás del camión. Le corté el cuello mientras dormía.

Nikki se tragó la bilis y apartó la mirada, pero siguió agarrando con fuerza la mano de Terri.

—Dios, Farmer, lo dices como si hubieras abierto una lata de judías o algo así.

—¿Quieres que llore por ese pedazo de mierda?

—No... yo... sigue, Farmer, termina con esto de una vez.

Terri continuó, hablando de nuevo con voz monótona.

—Conseguimos esquivar a la mayoría de sus hombres, pero se nos acabó la suerte cuando nos topamos con una patrulla. Hubo un breve tiroteo y acabamos con todos ellos, pero hirieron a uno de los franceses. El otro se fue con su compañero para llevarlo de vuelta a su campamento. Nos quedamos solos el jefe y yo. Estaba atado con cables y no era difícil de manejar. Mi intención era llevarlo al campamento de la ONU para someterlo a juicio, pero luego me di cuenta de que lo más seguro era que soltaran a ese cabrón.

—¿Qué hiciste con él? —preguntó Nikki.

—Lo llevé ante los ancianos del pueblo. Pensé que ellos sabrían qué hacer con él.

—Sabías que lo ejecutarían.

—Pues sí.

—¿No pensaste que al menos merecía un juicio?

Terri miró a los ojos llenos de dolor de Nikki.

—Nikki, cariño, no pierdas nunca tu humanidad. Te puedo decir por experiencia propia que no es nada agradable. —Terri se secó otra lágrima errante que le caía por la mejilla.

—¿Cómo... cómo terminó todo? —susurró Nikki.

—Tendría que haber sabido que no iba a ser bonito. Lo ataron a una vieja silla de cocina con alambre de espino. Pensé que le cortarían la cabeza o algo así o que a lo mejor lo colgaban, pero antes de que me diera cuenta, alguien le puso el collar.

—¿El collar?

—Le pusieron un neumático lleno de gasolina alrededor del cuello y le prendieron fuego.

—Oh, Dios, Farmer, esto cada vez es peor. Creo que necesito un descanso. —Nikki se levantó toda temblorosa y fue al cuarto de baño. Terri oyó el agua correr, pero ningún otro ruido, de modo que al menos Nikki estaba consiguiendo conservar el almuerzo. Nikki salió del baño secándose la cara con una toalla. Cogió un vaso de Coca-Cola y bebió unos cuantos tragos.

—¿Qué hiciste? —dijo, sentándose de nuevo al lado de Terri.

—Hice lo único que podía hacer, saqué la pistola y le pegué dos tiros en la cabeza.

—¿Así que acabaste de juez, jurado y verdugo después de todo?

—Sí. Los aldeanos se pusieron furiosos. Por un momento pensé que la siguiente en ocupar la silla iba a ser yo, pero los ancianos los tranquilizaron y me dijeron que me fuera. Así que me fui, con el rabo entre las piernas, sin haber conseguido nada salvo que murieran unas cuantas personas más, incluido el comando francés que sólo estaba allí porque yo se lo había pedido. —Terri se levantó y se estiró, observando en silencio a una gaviota que flotaba en el aire al lado del barco. Cuando se alejó volando, se volvió de nuevo hacia Nikki—. ¿Quieres saber lo peor?

—No puedo creer que haya nada peor que lo que ya me has contado.

—Ah, es peor, Nikki, mucho peor. Habían tenido razón desde el principio. Al cabo de una semana ya había otro jefe militar que era aún peor que el que yo eliminé. Nada cambió, nada mejoró. Sólo conseguí agitar un poco los ánimos y de paso probablemente dejar desolada a una familia francesa. Qué demonios, para lo que sé seguro que aquel cabrón era una tapadera del MI6 o de la CIA. La había cagado de tal manera que no podía hacer otra cosa más que marcharme. Tuve suerte de que no me sometieran a un consejo de guerra y me enviaran a una cárcel militar.

—Creo que lo que hiciste fue horroroso, Farmer, pero lo hiciste por un motivo muy válido y fue un gesto muy noble en medio de una situación jodidísima —dijo Nikki, colocándose detrás de Terri, y rodeó la cintura de la otra mujer con los brazos y apoyó la cabeza en la ancha espalda de Terri.

—¿Sigues pensando que has encontrado a tu alma gemela? —preguntó Terri con abatimiento.

—Es un poco más oscura de lo que me imaginaba, pero sí, sí que lo pienso. Eres una mujer valiente, buena y cariñosa, dispuesta a someter tu lado oscuro a mi escrutinio sin pedir siquiera algún tipo de perdón. Una persona dispuesta a asumir la culpa con honor y dignidad. ¿Cómo podría no quererte?

—Mierda, Nikki, me vas a hacer llorar otra vez —dijo, dándose la vuelta y estrechando a Nikki en un abrazo muy necesitado.

Autor: Mark Annetts

Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002