La Cobarde (Capitulo 4)

—Pues ya es oficial, somos buenas amigas —dijo Terri. Nikki sonrió de oreja a oreja, se lanzó sobre Terri y abrazó a su sorprendida guardaespaldas—. Eh, cuidadito, amiga, que no estamos saliendo juntas ni nada...

—¿Quieres... venir conmigo? Quiero decir, dentro —preguntó Nikki, vacilante. Terri se dio cuenta de que Nikki se estaba poniendo cada vez más nerviosa.

—Si crees que es necesario.

—Sí, sí. Y además, Farmer, ¡tu trabajo es protegerme!

—Creo que estarás a salvo con el médico. Han hecho un juramento, ¿sabes?

—Podrían haber mentido —dijo Nikki malhumorada.

Terri sonrió.

—Si quieres que esté ahí contigo, estaré ahí contigo, ¿vale?

Los hombros de Nikki se relajaron.

—Gracias, Farmer. Sé que soy una cobarde, pero es que me van a quitar cientos de esas cosas del demonio.

—Lo sé —dijo Terri, abrazando a Nikki por instinto y estrechándola suavemente. Nikki suspiró, cerró los ojos y apoyó la cabeza en el hombro de Terri.

—Mmm, qué agradable —farfulló en la camisa de Terri.

—No te aficiones demasiado, sólo es un abrazo —le advirtió Terri, pero sin dejar de sonreír. Si Nikki fuera un gato, estaría ronroneando , pensó.

—Aprovecharé lo que pueda.

—Seguro que sí, pero se acabó el tiempo, Nikki, me temo. Debemos pasar para que te vea el médico.

Nikki se dejó apartar a regañadientes de su acogedor refugio.

—Me sujetarás la mano cuando saquen las tenazas, ¿verdad?

—Creo que les haré falta para sujetarte entera, especialmente cuando empiecen con las agujas al rojo.

—No tiene gracia, Farmer —dijo Nikki con un puchero—. Por lo general no me gustan los médicos y no digamos los que sé que me van a hacer daño.

—No creo que lo vaya a hacer el médico en persona. Seguro que el trabajo sucio se lo encarga a una de sus enfermeras. Él echará un vistazo rápido y luego te enviará una factura enorme por el privilegio. —El padre de Nikki se había ocupado de pedirle hora en una de las prestigiosas pero carísimas clínicas privadas de Harley Street.

—¿Y estará buena? —preguntó Nikki, animándose un poco ante la idea.

—Por el dinero que sin duda le van a cobrar a tu padre, creo que es muy probable.

—Pues vamos, Farmer, a qué estamos esperando, ¡vamos ya!

—Sí, jefa.

Contra todo lo que esperaban, fue una médico joven quien las atendió. No le importó que Terri las acompañara a la consulta, una vez le explicaron que era la guardaespaldas personal de Nikki. Era evidente que los médicos de Harley Street estaban acostumbrados a este tipo de cosas.

—Creía que le iba a encargar a una enfermera que hiciera esto... ¡ay! —dijo Nikki. Estaba tumbada boca abajo en una mesa de reconocimiento bien acolchada. La habitación era más como se imaginaba que estaría decorado el club de un caballero que la consulta de un médico.

—Uno fuera, sólo quedan cuarenta y siete —dijo la médico alegremente, dejando el punto en una bandeja de acero inoxidable.

—¡Cuarenta y siete! —exclamó Nikki—. Jesús, no sobreviviré —gimió, apretando aún más la mano de Terri.

—Lo siento, señorita Takis, pero se ha curado más rápido de lo previsto. Algunos de los puntos han quedado un poco cubiertos y tengo que escarbar para quitarlos. Por eso no le he dicho a mi enfermero que lo haga él. Se marea un poco al ver sangre —dijo, riéndose de su propio chiste. Siguió tan contenta cortando, escarbando y tirando por la espalda de Nikki.

—Recuérdame que no me vuelva a dejar cortar por un chiflado, ¿quieres, Farmer? ¡Ay! —chilló por decimoquinta vez, apretando tanto los ojos que se le saltaron unas lágrimas que le resbalaron por las mejillas.

—Doctora, ¿no puede hacer algo para el dolor? —preguntó Terri.

—Puedo aplicarle un espray rápido con un anestésico tópico, ¿bastará con eso? —preguntó la médico.

—Por favor —dijo Nikki agradecida. La médico salió un momento para buscar el aerosol.

—Malditos médicos, no piensan en las molestias de los demás. Son iguales en todas partes —dijo Terri, acariciando la mejilla de Nikki con el pulgar y secándole otra lágrima errante.

—Lo siento, Farmer, debes de pensar que soy una gallina total —dijo Nikki, mordiéndose el labio inferior por el dolor.

—Shshhh, Nikki, tranquila. Pronto habremos acabado y nos podremos ir de aquí. ¿Qué tal si vamos a comprar unos DVD nuevos? Puede que haya algún café por ahí cerca y nos podemos pedir unos buenos helados, ¿eh?

—Me parece bien —farfulló contra la mesa. La médico regresó y aplicó el espray en la espalda de Nikki. Diez minutos después, todos los puntos estaban quitados y la herida tapada de nuevo.

—No se va a volver a abrir cuando menos me lo espere, ¿verdad, doctora? —preguntó Nikki, intentando abotonarse la camisa con manos temblorosas. Terri le apartó las manos con delicadeza y le abrochó los botones por ella.

—Tómeselo con calma durante una semana más o menos —dijo la médico—. No le recomiendo que nade durante por lo menos un mes y trate de no tocarse la costra demasiado. Deje que la naturaleza siga su curso y quedará como nueva, con tan sólo una leve cicatriz como recuerdo de su pequeña aventura.

—Gracias, doctora, aunque me habría gustado que hubiera usado el espray antes —dijo Nikki, sorbiendo.

—Es caro, sólo lo usamos cuando no queda más remedio —dijo la médico alegremente, quitándose los guantes de látex y tirándolos a una papelera.

—Nikki, ve saliendo y espérame fuera. Me gustaría hablar un momento con la doctora —dijo Terri, empujando suavemente a Nikki hacia la puerta. Nikki se quedó en la puerta abierta, sin saber qué hacer, mirando a Terri.

—No hay ningún problema, ¿verdad, Farmer?

—No, ningún problema, Nikki. Ve, sólo tardaré un minuto —dijo Terri, sonriendo cálidamente.

—Vale, ahora nos vemos. —Cerró la puerta al salir. La sonrisa de Terri desapareció y sus ojos se estrecharon. Se dio la vuelta despacio.

—¿Deseaba usted algo? —preguntó la médico.

—Creía que habías dicho que íbamos al sur de Francia, no a este... este tal Southampton —dijo Nikki indignada. Estaban en un tren que se alejaba de Londres, rumbo a la costa sur de Inglaterra. Hacía dos días que le habían quitado los puntos a Nikki y, al menos en opinión de Terri, Nikki parecía totalmente recuperada y normal. Habían vigilado de nuevo el club la noche antes, pero no había ocurrido nada significativo. La noche en que Nikki volvió de los médicos la habían pasado comiendo helado y palomitas —de las que habían hecho buen acopio— y viendo unos DVD en la televisión de pantalla grande de Terri. Ésta se quedó algo sorprendida al descubrir que lo había pasado en grande, charlando de cine y atracándose de palomitas, cosa que tuvo que reconocer que había hecho aún más agradable la experiencia.

—La paciencia es una virtud —replicó Terri, mirando el paisaje que iba pasando ante la ventana.

—No entiendo cómo se puede confundir el sur de Inglaterra con el sur de Francia.

—No se puede. Bueno, no se debería, dicho así. Una vez leí que un turista creyó que se dirigía a Newcastle, que está muy al norte, desde el puerto de Dover, que está al sur. Cuando la policía por fin consiguió alcanzarlo, había dado unas diez vueltas completas a la autopista de circunvalación de Londres. Así que supongo que nunca se puede subestimar la capacidad de la gente para confundirse.

Nikki se echó a reír al oír la historia. Terri se sintió inexplicablemente contenta de haberla hecho feliz.

—¿Entonces por qué vamos a Southampton y no a Marsella?

—Pues es muy simple, la verdad. Vamos a subir a bordo de un buque en la terminal petrolífera de Southampton que zarpa hacia Port-de-Bouc por la mañana.

—¿Eso vamos a hacer?

—Eso vamos a hacer.

—¿Y dónde entra el sur de Francia en todo esto?

—Port-de-Bouc es la principal terminal petrolífera situada a pocos kilómetros de la costa de Marsella.

—Te crees que te lo sabes todo, ¿eh?

—No, estaba todo escrito en lo que nos envió tu padre, que, si no me equivoco, te dije que leyeras y digirieras antes de partir, ¿o no?

—Sí, sí, es que he estado ocupada.

—¿Ocupada?

—Sí, tenía muchas cosas que hacer —dijo Nikki a la defensiva.

—¿Como qué?

—Oye, ¿eso es una vaca? —dijo Nikki, señalando por la ventana.

—Supongo que sí, dado que hace siglos que exterminamos a los osos —dijo Terri, sonriendo, y cerró los ojos y se arrellanó en el cómodo asiento del vagón de primera clase. Cuando el padre de Nikki organizaba las cosas, las organizaba de verdad.

—Bueno, ¿y cuál es nuestra tapadera?

—Es difícil, pero creo que nos las apañaremos. Tú vas a hacer de la hija del dueño embarcada en una misión informativa para ver cómo se dirige un barco petrolero y yo voy a hacer de tu guardaespaldas personal. ¿Crees que podremos engañarlos a todos? —En los labios de Terri flotó apenas una sonrisa mientras se bajaba las gafas de sol de la cabeza.

—Qué graciosa, Farmer, ja, ja.

—Pensé que te gustaría.

—Farmer, ¿puedo hacerte una pregunta? —preguntó Nikki tras una breve pausa.

—Claro.

—¿No me costará una libra?

—Invita la casa.

—¿Qué le dijiste a la doctora el otro día, cuando me fui?

—No mucho. —La voz de Terri se puso inexpresiva y gélida.

—Venga, Farmer, sé que le dijiste algo.

—Ahora ya no viene a cuento, lo pasado, pasado está.

—Quiero saberlo —dijo Nikki con terquedad.

—Simplemente le recordé sus deberes como médico.

—Ya me imaginaba que era algo así. No le, eeeh, hiciste daño ni nada, ¿verdad?

—No le puse un dedo encima, aunque se lo habría merecido, la zorra insensible.

—¿Cuál de las reglas de Farmer infringió?

—Hizo... —Terri se detuvo cuando se le reveló un verdad interna—. Le hizo daño a una buena amiga mía, cosa que podría haber evitado, todo por unas cochinas libras.

—Sólo hacía su trabajo.

—No, no lo hacía, estaba haciendo mal su trabajo.

—¿Qué le dijiste?

—Le señalé que el amor al dinero es la raíz de todos los males... entre otras cosas.

—¿Eso es todo?

—Eso es todo.

—Promételo.

—¿Te mentiría yo?

Nikki lo pensó un momento.

—¿Crees que se dio por enterada?

—Oh, sí, no creo que vuelva a intentar hacer una cosa así, al menos mientras esté yo cerca.

Nikki no pudo evitar sonreír a su caballero oscuro que la había defendido a sus espaldas.

—Farmer, ¿hace un momento has dicho "una buena amiga"? —preguntó, repasando lo que había dicho Terri.

Terri volvió a hacer una pausa.

—Sí, creo que sí.

—¿Lo somos?

—¿Te gustaría que lo fuéramos? —dijo Terri, con cierta incertidumbre en la voz.

—Me gustaría mucho, Farmer.

—Pues ya es oficial, somos buenas amigas —dijo Terri. Nikki sonrió de oreja a oreja, se lanzó sobre Terri y abrazó a su sorprendida guardaespaldas—. Eh, cuidadito, amiga, que no estamos saliendo juntas ni nada.

—Ya lo sé, pero yo abrazo a todos mis amigos cuando los conozco —le susurró Nikki al oído, e hizo hincapié en el comentario con otro achuchón antes de soltar a Terri.

—Pero si nos conocimos hace una semana, acuérdate, las dos estábamos ahí.

—Sí, pero ahora somos amigas oficialmente y en aquel momento no.

—Ya.

El taxi las dejó ante la plancha que subía hasta el petrolero, el SS Vellocino de Oro. Con un desplazamiento superior a las ciento treinta y cinco mil toneladas, era algo digno de verse. El costado del barco se alzaba por encima de ellas con majestuosa arrogancia.

—¿Ahora qué hacemos? —preguntó Nikki, que estaba ligeramente petrificada.

—Supongo que cogemos nuestras cosas y subimos por la plancha, a menos que creas que tienen esclavos para ese tipo de cosas —replicó Terri, echándose la bolsa al hombro y emprendiendo la subida por los peldaños de la empinada escalera de aluminio.

—Farmer, ¿y mis maletas?

—Te dije que no trajeras mucho equipaje.

—¡Farmer!

—¿Qué?

—Yo no puedo llevarlas, ¿y mi espalda?

—Fácil, haz dos viajes —dijo Farmer, sin dejar de subir.

—¡Creía que eras mi amiga! —le gritó Nikki.

Terri se detuvo. ¡Tenías que decírselo, verdad, pedazo de bocazas! , se recriminó a sí misma. Suspiró y miró hacia lo alto de la escalera, donde vio a unos hombres asomados por la borda sonriéndole, esperando a ver qué hacía. Al parecer los gritos de Nikki desde el muelle les habían llamado la atención y habían acudido a ver qué ocurría.

Meneando la cabeza, se dio la vuelta y volvió a bajar la escalera.

—¿Ha llamado, milady?

—Sí, gracias, Farmer, ¿sería usted tan amable de subirme las maletas por la plancha, por favor?

Terri frunció los labios y miró a los marineros que las miraban a las dos. Se volvió hacia Nikki, que le sonreía encantada de la vida.

—Por supuesto, Alteza —gruñó, colocándose su propia bolsa en diagonal sobre los hombros. Cogió sin esfuerzo las dos maletas, se metió una debajo del brazo derecho y dejó el izquierdo libre. Sin avisar, levantó a Nikki y se la puso al hombro y luego regresó a la escalera metálica.

—¡Farmer, bájame!

—Cuando lleguemos arriba. No quisiera que te cansaras —gruñó Terri mientras ascendía por las escaleras.

—Farmer, te lo advierto, esto no tiene gracia.

—No he dicho que la tenga.

—Farmer, como no me bajes ahora mismo, te muerdo el culo.

—Entonces te caerás al agua y la verdad es que no me apetece tener que tirarme para recogerte, así que cállate y disfruta del viaje... amiga —dijo, consiguiendo que de algún modo la última palabra sonara como un insulto.

—Oooooh, qué muerta estás, Farmer —bufó Nikki, con la cara roja como un tomate por una mezcla de profunda vergüenza y el hecho de ir colgada cabeza abajo.

Llegaron a lo alto de la escalera bamboleante, ante el asombro de los marineros que observaban.

—¿Dónde puedo dejar esto? —le preguntó Terri a uno de ellos.

—Mi camarote es el número cuatro de la cubierta inferior —dijo el marinero más cercano, con un fuerte acento griego.

—No creo que quiera compartir su camarote con la hija cabreadísima del dueño del barco, ¿no? —dijo Terri, sonriendo al hombre.

—Me puedo arriesgar —dijo él, sonriendo a su vez.

Terri se giró para que Nikki quedara de cara al hombre.

—¿Qué te parece, jefa, quieres acampar con aquí el amigo? —dijo Terri, hablando con el trasero de Nikki.

Nikki se sujetó a la parte inferior de la espalda de Terri y se izó para ver al hombre cara a cara.

—Hola, ¿me dice dónde está el camarote del capitán? Tengo que organizarlo todo para que pasen a alguien por la quilla.

Él se echó a reír y señaló una puerta situada en la base de la superestructura.

—Por esa puerta de ahí, subiendo el primer tramo de escaleras y luego en ascensor hasta arriba del todo. El camarote del capitán está a la derecha según se sale.

—Gracias —dijo ella y dio un azote a Terri en el trasero—. Adelante, esclava, llévame ante nuestro nuevo líder.

—Si me van a pasar por la quilla, tanto me da que sea por una cosa que por otra —dijo Terri, cruzando la cubierta hasta el borde del barco. Hizo como si fuera a tirar a Nikki por la borda. Nikki chilló a pleno pulmón y terminó con un ataque de risa.

Un hombre se asomó en lo alto por el ala del puente, gritando algo en griego.

—¿Qué ha dicho? —preguntó Nikki sin aliento, calmándose tras las risas.

—Creo que está un poco molesto porque unas mujeres tontas le han echado a perder su turno de guardia.

—¿Es importante?

—No sé, no he visto cuántas barras llevaba en el hombro.

—Creo que deberías bajarme, ¿eh, Farmer?

—Eso creo —dijo Terri, bajando a Nikki a la cubierta—. ¿Y si vamos y nos presentamos? —añadió.

—Sí. Y Farmer, gracias por eso.

—¿El qué?

—Hacía tiempo que no me reía tanto.

—¿Tal vez las dos deberíamos salir más?

—Donde tú quieras ir, yo siempre estaré contigo.

Terri enarcó una ceja y se quedó mirando a Nikki. La rubia se sonrojó ligeramente.

—Eso no me ha salido exactamente como sonaba en mi cabeza antes de decirlo.

—A mí me ha sonado bien —dijo Terri, pasando por encima del umbral alzado de la puerta y desapareciendo en el interior. Nikki miró por la cubierta a los marineros que la miraban a ella. Sonrió y carraspeó.

—Es británica. —Como si eso lo explicara todo.

—Es muy fuerte —dijo uno de ellos, a lo cual los demás asintieron rápidamente.

—No se hacen idea —dijo ella, sonriendo.

Terri llamó a la puerta del camarote del capitán. Habían dejado su equipaje en el pasillo, al no saber dónde ponerlo.

—Pase —dijo un voz a través de la puerta. Entraron en la habitación. Era enorme comparada con las que habían pasado de camino al ascensor. Evidentemente, el rango tenía sus privilegios.

—Capitán —dijo Nikki, adelantándose y ofreciéndole la mano.

—¿Y usted es? —dijo él, sin hacer caso de la mano.

—Alguien que le puede hacer perder su trabajo. —Terri se adelantó, colocándose amenazadora ante el hombre.

—Calma, Tigre —advirtió Nikki. Terri echó una mirada fulminante al hombre, pero se apartó un poco.

—La señorita Takis, he de suponer —dijo él, estrechando por fin la mano de Nikki—. Y usted debe de ser la señorita Farmer, la acompañante —dijo, volviéndose hacia Terri.

—Ésa soy yo —dijo ella, sin ofrecerle la mano.

—No sé por qué quieren estar a bordo de mi barco, pero debo hacer lo que se me ordena. —Era evidente que no estaba contento con la situación.

—No he venido aquí a espiar a nadie, sólo estoy haciéndome una idea general de la compañía. Haremos todo lo posible por no estorbar a nadie —sonrió Nikki.

—Tengan en cuenta que éste es un barco donde se trabaja y que hay muchos lugares peligrosos, especialmente para civiles sin experiencia como ustedes.

—Lo tendremos presente, capitán.

—Naturalmente, ocuparán el camarote del propietario. Está siguiendo por el pasillo, pasado el puente, al lado del camarote del jefe de máquinas. Le he pedido a la tercera oficial, Martina Gerhard, que sea su guía durante su estancia. Es una buena oficial y estoy seguro de que podrá responder a todas sus preguntas. Que disfruten de su travesía, señoras —dijo, volviendo a sus papeles.

—¿Dónde podemos encontrar a Martina? —preguntó Terri.

—Supongo que en estos momentos está en el puente —dijo él sin levantar la mirada. Se marcharon del camarote y Terri cerró la puerta al salir.

—Qué hombre tan simpático —le dijo a Nikki en voz baja.

—¿A lo mejor tiene algo que ocultar?

—A lo mejor.

—¿Llevamos nuestras cosas al camarote y luego vamos a buscar a esta tal Martina?

—Me parece bien.

El camarote del propietario era tan grande como el del capitán. Consistía en una sala de estar, una ducha y un cuarto de baño, además de un dormitorio aparte. Casi todos los camarotes del barco eran de una sola estancia. Terri dejó las maletas de Nikki en la cama antes de descolgarse su propia bolsa.

—Estooo, Farmer, sólo hay una cama —dijo Nikki, mirando a Terri directamente.

—No importa, puedo dormir en el sofá del salón.

—Se llama sala de estar.

—Lo que sea.

—Vas a tener que ponerte al día, Farmer. Ahora es babor y estribor, a proa y a popa, no izquierda y derecha, delante y detrás. Las paredes se llaman mamparos y los suelos y los techos son cubiertas.

—Ya, pues el capitán sí que es un mamparo, a ver si la tercera oficial es un poco más humana.

—Podemos hacerlo por turnos.

—¿El qué?

—Lo de dormir en la cama.

—No, quédate tú con ella, he tenido que soportar cosas mucho peores en mis buenos tiempos.

—Si insistes.

—Al menos podías haber protestado un poquito más.

—Ya lo has dicho, así que me la quedo, la cama es mía —dijo Nikki con aire de triunfo.

—Y a mí me parece recordar que querías arreglar las cosas para que pasaran a alguien por la quilla —dijo Terri, avanzando hacia Nikki.

—Oye, Farmer, déjalo o me veré obligada a llamar a esos marineros para que te detengan —dijo, riendo, pero retrocediendo con prudencia por si acaso.

Antes de que Terri pudiera responder, alguien llamó a la puerta. Nikki rodeó a toda prisa a Terri y corrió a la sala para abrir.

—Buenas tardes, señora, soy el camarero de esta cubierta. ¿Hay algo que deseen las señoras?

—¿Tiene unas esposas?

—¿Disculpe?

—Olvídelo, creo que ya se ha calmado.

—Eeeh, ya. La cena se servirá a las diecinueve horas en el comedor de oficiales.

—¿Y dónde está eso?

—Bajando dos cubiertas, justo en frente del ascensor.

—Gracias —dijo Nikki, y cerró la puerta.

—¿Esposas? —susurró Terri directamente al oído de Nikki.

Nikki pegó un respingo del susto.

—¡Jesús, no hagas eso, Farmer! ¿Cuántas veces te he dicho que te pongas un cascabel o algo? No está bien asustar así a la gente.

—Ah, ¿y esposar a la gente sí?

—Seguro que te gustaría. Los fanáticos del control sois todos iguales —dijo Nikki, sonriendo.

—Qué chico tan fino, no sé si me entiendes —dijo Terri, sin hacer caso del comentario de Nikki.

—¿Quién, el camarero?

—No, el tipo con el taparrabos de piel de leopardo que acaba de pasar columpiándose por delante de la ventana.

—Portilla.

—¿Qué?

—Es portilla, no ventana.

—¿Alguna otra palabra perfectamente válida que no se me permita utilizar?

—Probablemente, pero te iré instruyendo poco a poco, para que no te agobies. Y si te refieres a que el camarero tenía un poquito de pluma, pues sí, casi todos los camareros la tienen. Parece formar parte del trabajo.

—¿Así que estamos a salvo en nuestras camas o, en algunos casos, sofás?

—Ah, no sé, Farmer, me da a mí que si le enseñas esos músculos que tienes podría cambiar de bando.

—¿Te da a ti?

—Absolutamente.

—¿Y con esta tercera oficial, te da a ti que tengo algo que hacer con ella?

—Quién sabe, ni siquiera nos conocemos, a lo mejor no eres su tipo.

—Seguro que podría interesarla, si quisiera.

—¿Estás intentando molestarme a propósito, Farmer? —dijo Nikki, esforzándose por disimular su enfado pero fracasando miserablemente.

—¿Funciona?

—¡Sí!

—Bien, así tendrás algo en que pensar cuando estés toda arropadita en esa estupenda cama doble mientras yo me las arreglo con el sofá. —Hizo una pausa—. Y pensar que he renunciado a cazar chiflados para estar aquí. ¿Nos vamos ya a cenar?

Nikki entrecerró los ojos.

—Farmer —gruñó.

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El barco se estremeció cuando los remolcadores se pusieron a tirar con todas sus fuerzas. Las grúas de carga se habían desconectado varias horas antes, al terminar de cargar. Nikki observaba embelesada desde el ala del puente mientras la proa del inmenso petrolero viraba hacia el estuario.

—Increíble —murmuró Nikki en voz baja. Terri se volvió para mirar a la mujer a quien debía proteger. El sol estaba saliendo e iluminaba el pelo rubio de la joven, bañándolo en un resplandor trémulo.

—Creía que no te gustaba madrugar —replicó Terri, secándose la cara con una toalla que llevaba alrededor del cuello. Llevaba haciendo ejercicio en la toldilla desde antes del amanecer y ahora tenía la camiseta de deporte manchada con una gran uve de sudor que le llegaba hasta los ceñidos pantalones cortos de deporte y sus piernas largas y musculosas relucían al sol.

—Ah, no me gusta, pero no quería perderme esto, mi primera partida.

—Sólo estamos saliendo del puerto, Nikki, no estamos zarpando rumbo a América al son de una banda y con serpentinas y cosas de ésas, ¿sabes? —dijo Terri, sonriendo por el entusiasmo de la joven.

—Sí, pero es que es tan... grande. Nunca había estado en nada tan inmenso. Son todos juguetes comparados con esto.

—El tamaño no lo es todo.

—Ni lo sé ni me importa —dijo Nikki con altivez.

El capitán salió al ala desde la cámara del timonel.

—¿Le gustaría manejar el timón, señorita Takis? —preguntó.

—¿Puedo? —dijo ella sin disimular su regocijo.

—Siempre y cuando haga lo que se le dice y no haga locuras —sonrió él.

Terri miró pensativa al capitán. Se debe de haber dado cuenta de que hacerle la pelota a la hija del jefe es una buena maniobra para su carrera , pensó Terri sonriendo por dentro.

—¿La idea de que la señorita Takis se ponga al timón le hace gracia, señorita Farmer?

—La idea de que la señorita Takis haga cosas en general me hace gracia —replicó Terri. Nikki protestó dándole un rápido empujón, con los labios fruncidos. Terri pasó a su lado, de regreso a la toldilla situada detrás de la pasarela. Al hacerlo, empujó a Nikki con el hombro, haciendo que se tambaleara un poco.

—Perdón —dijo Terri con dulzura.

—No le haga caso, capitán, está celosa porque no le ha ofrecido a ella llevar el timón —bufó Nikki, lo bastante fuerte para que Terri la oyera mientras la guardaespaldas se deslizaba grácilmente por los pasamanos metálicos de la escalera que llevaba a la cubierta inferior.

—He visto cómo se entrena, volteretas, giros, patadas y puñetazos. Es muy impresionante.

—Sí, así es Farmer. Impresionante es una buena descripción —dijo Nikki, con tono distraído. El capitán se volvió para mirar a Nikki.

—Parece que no es usted la única que está colada, señorita Takis.

—¿Qué? —dijo ella, saliendo de su trance. Dirigió la mirada hacia donde miraba el capitán. Varios tripulantes y un par de suboficiales de máquinas se habían instalado en puntos estratégicos para observar a Terri mientras ésta realizaba sus ejercicios.

—¿No deberían estar trabajando? —preguntó Nikki, con el ceño fruncido.

—Es su hora del desayuno. No puedo obligarlos a que se vayan a otro sitio o a que miren a otro lado cuando una mujer guapa y semidesnuda decide ponerse a hacer gimnasia delante de ellos, ¿verdad? —dijo él, riéndose entre dientes.

Nikki siguió mirando ceñuda. Nadie estaba desayunando. Claro que no habría sido fácil hacerlo con tanta boca abierta.

—¡Ya basta! —dijo Nikki, lanzándose hacia la escalera que llevaba a la cubierta inferior.

—¿Y su lección de pilotaje, señorita Takis?

—Más tarde —replicó ella tajantemente.

—¿Sigues enfadada conmigo por haberte empujado delante del capitán? —preguntó Terri, recién duchada y bebiendo té. Estaba repantingada en el sofá de su camarote, del que los camareros habían retirado ya la ropa de cama.

—No estaba enfadada por eso y lo sabes muy bien —rezongó Nikki.

—¿Y por qué entonces, si no he hecho nada más?

—Prácticamente has dado un espectáculo porno a la tripulación —dijo Nikki indignada.

Terri frunció el ceño.

—No he hecho nada por el estilo.

—No me digas que no sabes lo que estás haciendo cuando te dedicas a dar patadas por el aire con esos pantaloncitos de nada que llevas.

Terri se echó a reír a carcajadas.

—¿Así que se trata de eso? —Se había sentido más que desconcertada por la repentina aparición de Nikki en la cubierta de popa exigiéndole que la acompañara a su camarote. Al negarse a explicar lo que estaba pensando, Terri se limitó a encogerse de hombros y se fue a dar una ducha.

—¡Maldita sea, Farmer, no tiene gracia!

—Pues a mí me parece que sí —dijo Terri, bebiendo otro trago de té—. ¡Puaaj, no me gusta la leche en polvo! —Hizo una mueca. Nikki no contestó—. Además, ¿a ti qué más te da si quiero exhibirme ante el mundo entero?

—Eres mi guardaespaldas y debes comportarte con cierto decoro. —Hasta Nikki se dio cuenta de que aquello sonaba poco convincente.

—¿Qué es lo que te molesta de verdad, Nikki? —preguntó Terri con tono tranquilo.

Nikki se acercó y se sentó a su lado. Miró a Terri a los ojos.

—No... no me gusta compartirte, Farmer —dijo vacilando—. Ya sé que en realidad no tengo derecho y sé que tú no eres así. Qué estúpidez, ¿verdad? —Nikki se calló, con los ojos llenos de lágrimas.

Terri dejó su taza.

—No, Nikki, no es una estupidez, lo comprendo, en serio. —Abrazó a Nikki y colocó delicadamente su cabeza sobre su ancho hombro—. Por favor, créeme cuando te digo que me siento halagadísima de que sientas eso por mí. Si quisiera tener una amiga, en ese sentido, no habría nadie mejor que tú. Es que... bueno, yo... —Titubeó—. Tienes razón, no soy así. Por favor, no te enfades, especialmente conmigo. Odiaría decepcionarte.

Nikki cerró los ojos, incapaz de contener las lágrimas. Se sentía tonta y avergonzada, sobre todo porque Terri no le mostraba más que amabilidad y comprensión.

—Creo... creo que me he enamorado de ti, Farmer, y eso me está nublando el juicio.

—Shssh, Nikki, no tienes que explicarme nada.

Nikki se apartó de su abrazo y se levantó. Y ahora va a decirlo , pensó con abatimiento.

—Por favor, Nikki, podemos seguir siendo amigas, ¿verdad? —preguntó Terri.

Nikki se giró en redondo, cerrando los ojos con fuerza. ¡Lo sabía! , gritó su voz en su interior. Se volvió despacio hacia Terri, sorprendida al ver la expresión de dolor de sus ojos.

—Sí... sí, claro que somos amigas y siempre lo seremos. —Sonrió débilmente a Terri.

—Ven aquí —dijo Terri, abriendo los brazos. Nikki avanzó un paso, pero en lugar de abrazar a Terri, se limitó a apretarle el hombro y luego se echó hacia atrás.

—Creo que necesito que me dé el aire. Te veo más tarde. —Se quedó en la puerta, mirando a Terri—. Lo siento, Farmer. —Antes de que Terri pudiera responder, se marchó.

Terri se sentó en el sofá y apoyó la cabeza en el respaldo del asiento.

—¡Mierda! —dijo a la habitación vacía y cerró los ojos. Se frotó la cara con las manos, intentando quitarse la angustia que sentía—. ¡Mierda, mierda, mierda y más mierda! —Una repentina oleada de furia escapó a su control. Entrecerró los ojos e hizo una mueca con la boca. Dios, cuánto deseaba pegar a alguien, a cualquiera, no importaba a quién.

Se obligó a abrir los puños, sabiendo que era consigo misma con quien estaba furiosa, no con nadie más.

—Eres una asquerosa cobarde, Farmer —gruñó, conformándose con un puñetazo desalentado contra la tapicería del sofá.

Autor: Mark Annetts

Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002