La Cobarde (Capítulo 3)

—El alquiler acaba de subir, rubita —le gritó por la puerta abierta del cuarto de baño. Nikki sonrió por su capacidad para irritar a Terri tan fácilmente. Se reclinó en la cómoda butaca de cuero, mirando hacia el baño. Se dio cuenta de que la puerta estaba abierta lo suficiente como para ver la...

—Bueno, ¿así que volvemos al club o vamos a la oficina de papá? —preguntó Nikki, devorando un cuenco de cereales. Terri estaba haciendo abdominales, usando los asideros metálicos para los pies.

—No sé, no lo he decidido —gruñó entre flexiones.

—Bueno, pues házmelo saber cuando lo decidas —dijo Nikki, cogiendo el mando, con el que cambió los canales de la CNN al programa del desayuno del Canal 4 y subió el volumen.

Terri detuvo sus ejercicios para decir algo sobre que podía preguntar primero, pero sacudió la cabeza y continuó con sus flexiones. Nikki se echó a reír y murmuró algo sobre lo que se veía en la pantalla.

Terri se paró de nuevo.

—¿Qué... qué has dicho? —jadeó.

—Nada, estaba hablando con la tele.

—¿Estabas hablando con la tele?

—Claro, ¿no lo hace todo el mundo? —preguntó Nikki, metiéndose otra enorme cucharada de Cornflakes en la boca.

—No todo el mundo —masculló Terri hoscamente, intentando recuperar el ritmo—. Oh, es inútil. —Se levantó y, malhumorada, soltó los asideros, tras lo cual se lanzó hacia el baño para ducharse.

—¿Qué pasa, Farmer, notas los efectos de otra noche fría y solitaria?

—El alquiler acaba de subir, rubita —le gritó por la puerta abierta del cuarto de baño. Nikki sonrió por su capacidad para irritar a Terri tan fácilmente. Se reclinó en la cómoda butaca de cuero, mirando hacia el baño. Se dio cuenta de que la puerta estaba abierta lo suficiente como para ver la pared de espejo del fondo. Se le cortó la respiración al ver a Terri entrando en la ducha.

—Chica mala, basta... ¡basta ya! —se regañó a sí misma en voz baja. Sí, ya , pensó, incapaz de apartar la mirada.

—¿Basta qué? —dijo Terri desde el baño, levantándose la larga melena oscura, al parecer ajena al escrutinio de Nikki.

Maldita sea ella y su oído mutante , rezongó por dentro.

—Ah, nada, Farmer, una cosa de la tele —respondió, soltando un suspiro de alivio al reaccionar tan rápido. Terri salió de la ducha y empezó a secarse. Nikki cerró los ojos y suspiró. ¿Por qué a mí? ¡Esto no es justo!

—¿Algún problema?

Nikki dio un respingo. Terri estaba de pie a su lado, secándose el pelo con una toalla.

—Estooo, no, todo va bien.

—Parecías un poco preocupada.

—No, estoy bien. Hasta tengo mejor la espalda, mira —dijo, echándose hacia delante y torciéndose para demostrar su reciente flexibilidad.

—Eso está bien. A lo mejor podemos avanzar un poco más ahora que te estás recuperando —dijo Terri, alejándose hacia su cuarto.

Nikki cerró los ojos y gimió de frustración, moviendo la cabeza despacio de lado a lado.

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Terri pagó al hombre del quiosco y cogió el periódico que éste le dio a cambio. Pasó rápidamente las páginas buscando cualquier noticia sobre el incidente del club.

—¿No podrías preguntar a tus amigos de la comisaría? —preguntó Nikki, que caminaba a su lado mientras avanzaban por las calles congestionadas de la City, el centro comercial de Londres. Se dirigían a las oficinas principales de Sparcon, la compañía naviera propiedad del padre de Nikki.

—Podría, pero puede que esto me diga lo que necesito saber —replicó Terri, sin dejar de mirar las páginas y abriéndose paso hábilmente por el tráfico peatonal sin apartar la vista del periódico.

—¿Tienes radar incorporado? —preguntó Nikki, después de chocarse por enésima vez con la personas que venían en sentido contrario.

—Viene bien medir un metro ochenta, la gente suele verte venir —contestó Terri, sin dejar de leer el periódico.

—¿Estás diciendo que soy baja?

—Ni se me ocurriría, kontos.

—Eso es muy ofensivo, ¿no? —dijo Nikki indignada.

—Pues no.

—Farmer, ¿acabas de decir lo que creo que acabas de decir?

—¿Qué crees que he dicho?

—No lo voy a decir.

—Pues así me va a costar contestarte, ¿no?

—Has dicho una grosería.

—No es cierto.

—¡Sí que lo has dicho!

Terri sonrió a Nikki.

—Cálmate, he dicho kontos , es griego.

—Ah —dijo Nikki, sonrojándose ligeramente—. Claro... ya lo sabía. ¿Qué quiere decir?

—¿Es que no hablas tu lengua materna?

—Claro que sí, hablo americano, como mi madre.

—Ya, bueno, lee esto —dijo Terri, pasándole el periódico bien doblado y señalando un pequeño artículo sobre los hechos ocurridos en el club la noche antes.

Nikki leyó en voz alta.

—La policía considera sospechoso un incidente ocurrido en un club privado de Soho en el que una mujer bebió un líquido limpiador corrosivo. La mujer, cuyo nombre se desconoce, se encuentra en estado grave pero estable, dijo anoche un portavoz del hospital.

—Interesante, ¿no te parece? —dijo Terri.

Nikki se encogió de hombros.

—Supongo... eeeh, ¿por qué?

—Bueno, para empezar, no se mencionan el nombre del club ni el nombre de la víctima, y mucho menos se dice que Rachel sea policía.

—¿Qué quiere decir eso, que los periodistas son unos vagos o qué?

—Quiere decir que alguien está intentando deliberadamente que el asunto pase desapercibido y no salga en los periódicos.

—¿Eso es bueno o malo?

—Todavía no lo sé. Podría querer decir muchas cosas.

—¿No has dicho que era interesante?

—Interesante es un término muy relativo, ¿no crees?

—¿Por qué cuesta tanto mantener una conversación contigo, Farmer?

—¿Cuesta?

—¿Lo ves? Ya estás, contestando una pregunta con otra pregunta.

—¿Eso hago?

—Me rindo.

—Bien, porque ya hemos llegado.

Las dos levantaron la mirada y contemplaron el inmenso rascacielos que se cernía sobre ellas. Nikki se tambaleó un poco, pero Terri la sujetó, sin dejar de mirar hacia arriba.

—Lo siento, Farmer, cuando miro edificios altos desde tan cerca, siempre pierdo el equilibrio.

—¿Entonces por qué lo haces?

—Pues no lo sé —dijo, frunciendo el ceño.

—Ya, bueno, adelante, McDuff, llévame ante los hurones de tu empresa.

—Sí, son como comadrejas, ahora que lo dices —sonrió Nikki.

Pasaron por las puertas giratorias a una estancia pequeña y anodina. Un tablón en la pared detallaba quién se alojaba en qué pisos. Diez ascensores con gente esperando completaban el vestíbulo. Terri y Nikki consiguieron un ascensor para ellas solas.

—Así que Sparcon sólo ocupa un par de plantas, creía que tendría más —dijo Terri.

—No, ésta es sólo su oficina de Londres, el cuartel general está en Atenas —replicó Nikki.

—¿Ahí es donde está tu padre?

—Probablemente, aunque podría estar en cualquier parte. Sparcon tiene oficinas en Nueva York y Hong Kong, además de otros sitios.

—¿Tú las visitas mucho?

—Pues no, sólo si hay una exposición de barcos cerca.

—¿Tantas exposiciones de barcos hay?

—Suficientes para tenerme viajando gran parte del año.

—Debe de ser una vida dura.

—Bueno, alguien lo tiene que hacer, así que bien puedo ser yo —dijo Nikki, sonriendo con aire satisfecho.

—¿Te has planteado tu futuro con Sparcon?

—No, la verdad es que no. ¿Qué sé yo de cómo se dirige una naviera?

—Christos parece verte como una amenaza.

—Es un cretino.

—Eso no quiere decir que se equivoque.

—Bueno, pues yo no quiero el maldito trabajo y cuanto antes lo entiendan estos gorilas, antes me dejarán en paz.

—¿A qué te referías cuando dijiste que querían hacerte daño?

—Creo que quieren que pierda mi trabajo y entre a trabajar para ellos.

—¿Quiénes, tu padre?

—No, no creo que él esté implicado. Creo que hay personas en la compañía que no quieren que Christos esté al mando y creen que yo sería una buena sustituta.

—¿Cuánto falta para que tu padre se retire?

—Oh, décadas en teoría, pero de vez en cuando amenaza con jubilarse temprano y "dejárselo a los críos", como dice él.

—¿Cómo lo sabes, si nunca lo ves?

—Me lo han dicho.

—¿Quién?

—Pues, John, por ejemplo.

—¿John?

—Sí, es el tipo al que le pedí que averiguara dónde vivías. Su equipo hace toda clase de estudios e investigaciones sobre cualquier cosa que necesite la compañía.

—¿Cómo sabes que puedes confiar en él?

—Jesús, Farmer, eres tan desconfiada como Christos.

—Tal vez, pero he descubierto que es lo mejor.

—¿Lo mejor para qué?

—Así no te hacen tanto daño.

Nikki soltó un resoplido.

—No me parece que haya nada que te pueda hacer daño, Farmer.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Eres tan... equilibrada, estás tan a gusto contigo misma, tan segura y llena de confianza, dinámica... a eso me refiero.

Sí, bueno, añade sola y aburrida a la lista , pensó Terri con tristeza.

—¿Qué estás pensando? —preguntó Nikki.

—Que es un bonito ascensor.

—Ya... eeeh, bonito.

—¿Dónde vamos? —preguntó Terri.

—Al piso dieciocho. Ahí es donde está operaciones. Donde están John y su equipo.

—¿Por qué hay oficinas en Londres?

—En la época en que mi tatarabuelo fundó la compañía, se llamaba Compañía Naviera Anglogriega. En los tiempos en que Britania dominaba los mares, era de rigor tener una presencia aquí. Ahora ya no es tan importante, claro.

—No, supongo que no.

—Creo que en los años setenta tenían más de la mitad de este edificio, pero ahora se ha reducido a dos plantas.

—Tú ni siquiera habías nacido en los setenta.

—Bueno, pero sé leer, ¿sabes?

Terri estaba a punto de contestar cuando llegó el ascensor. Una mesa grande e imponente, con una mujer impecablemente arreglada incluida, bloqueaba el paso al resto de la planta. Detrás de ella había dos guardias de seguridad impasibles, dispuestos al parecer a repeler a todo visitante no autorizado.

—Señorita Takis, es un placer verla de nuevo y tan pronto después de su última visita —dijo la mujer de detrás de la mesa.

—Hola, Gloria. Ésta es Terri Farmer, invitada mía. Voy a enseñarle las oficinas.

—¿Necesita ayuda?

—No, lo tengo todo controlado.

La recepcionista consiguió sonreír falsamente y asintió.

—¿Le importaría rellenar un formulario de visitante, señorita Farmer? —preguntó Gloria, deslizando una hoja de papel hacia Terri. Nikki cogió el formulario y lo rompió en dos, dejándolo caer de nuevo en la mesa.

—No es necesario, es mi invitada —anunció con dulzura.

—Señorita Takis, es una norma de la compañía que todos los visitantes...

Nikki se echó hacia delante, levantando una mano e interrumpiendo a Gloria a media frase.

—Un día seré yo la que dirija esta compañía, así que sea amable y haga lo que le digo, ¿eh? —Su voz se había puesto grave y amenazadora. Gloria tragó, limitándose a asentir.

Pasaron con autoridad ante la recepción y bajaron por un largo pasillo hasta un pequeño despacho. Al otro lado había una gran puerta con el nombre del padre de Nikki, detrás de un costoso escritorio.

Terri enarcó las cejas.

—¿Así que quieres el gran sillón, después de todo?

Nikki se encogió de hombros.

—Qué va, pero ella no lo sabe. De vez en cuando hay que ponerlos en su sitio o pierden los papeles. Podemos pedirle a John que suba a vernos al despacho de papá y aclarar todo esto.

—¿Entonces no crees que John esté implicado en tu chantaje o en una conspiración para deshacerse de Christos?

—No, estoy segura de que está limpio.

—¿Cómo lo sabes con seguridad?

—Está enamorado de mí —dijo Nikki sin darle importancia.

—¿Es que no sabe que eres de la acera de enfrente?

—Es un tema que nunca ha salido en nuestras conversaciones, pero como su trabajo consiste en estudiar e investigar, no puedo creer que no lo sepa.

—Pero lo tienes tan oculto que te preocupa lo que puedan pensar tus actuales jefes.

—Es una tontería. Estoy bastante segura de que les daría igual, pero son lo bastante anticuados como para pensar que sí que importa que parezca que les afecta, de modo que se sentirían obligados a hacer algo. Lo estúpido es que no creo que haya nadie a quien le importe gran cosa hoy en día, es sólo que tienen miedo de lo que puedan pensar los demás y se comportan de acuerdo con esta idea. Si consiguiéramos que la gente se diera cuenta de que a nadie le importa, todo esto acabaría desapareciendo.

—Siempre puedes echar un discurso en Speaker's Corner en Hyde Park, seguro que encontramos una caja extra grande para que te subas a ella.

—Ya te estás burlando de mí otra vez, Farmer.

—Jamás —dijo Terri con la cara muy seria.

—Bien, porque si no me veré obligada a pincharte en las costillas otra vez.

—Eso te costará extra.

—Valdría la pena.

Se quedaron mirándose a los ojos un momento hasta que Terri apartó la mirada y se sentó en el escritorio de la secretaria.

—¿Qué tal si llamamos a John y ponemos esto en marcha? —preguntó.

—Primero vamos a ponernos cómodas en el gran sillón de ahí al lado.

—Después de ti —dijo Terri, señalando con la mano la puerta del despacho interior.

Nikki abrió la puerta y entró con Terri a un paso detrás de ella. Si Terri no hubiera tenido los reflejos que tenía, se habría estrellado con la espalda de Nikki, que se había parado en seco a media zancada.

—Hola, Nikkoletta —dijo un hombre desde detrás de una mesa enorme que ocupaba una pared.

—¿Papá?

—En carne y hueso. —Hablaba un inglés preciso sin el menor acento.

—Pero cómo... nadie me ha dicho... ¿por qué...?

—Nadie sabe que estoy aquí, salvo tu amiga y tú. —Se levantó y rodeó el escritorio, alargando las manos. Nikki corrió a sus brazos y los dos se abrazaron.

—Oh, papá, cuánto tiempo ha pasado —susurró Nikki, con lágrimas en los ojos.

—Lo sé, pequeña mía, lo sé.

—¿Cómo has entrado sin que nadie te viera?

—No te puedo contar todos mis secretos, Nikki —dijo, sonriendo.

—Un ascensor oculto para ejecutivos —dijo Terri. Nikki soltó a su padre y se volvió para mirar a Terri. Él se echó a reír, pero no negó lo que acababa de decir Terri.

—Usted debe de ser la formidable señorita Farmer —dijo, ofreciéndole la mano.

Ella la aceptó, estechándosela tan fuerte como él.

—¿Y usted cómo sabe quién soy?

—Sé muchas cosas, señorita Farmer. Le agradezco la ayuda que ha prestado a mi hija durante estos días.

—¿Lo sabías? —preguntó Nikki.

—¿Que mi propia hija había ingresado en el hospital con una herida grave? Difícil que no me enterara, con todos los comunicados que ha habido al respecto.

—No me has llamado —dijo Nikki con tono de reproche.

—Sabía que estabas en buenas manos.

—Su preocupación paternal es encomiable —dijo Terri.

—Farmer... —gruñó Nikki.

—No, tiene razón, eludo mis deberes como padre, siempre lo he hecho. Que tú hayas salido tan bien como lo has hecho se debe por completo a ti misma y a tu madre. ¿Cómo está, por cierto?

—Está bien.

—Como si no lo supiera —añadió Terri. El padre de Nikki soltó despacio a su hija.

—Es usted muy perspicaz, señorita Farmer. La información que tengo sobre usted no le hace justicia en absoluto.

—¿Sí?

—Veamos —dijo, alcanzando una carpeta delgada que tenía en la mesa. La abrió y leyó la primera hoja—. Teresa Jane Farmer, nacida el ocho de diciembre de mil novecientos setenta. Educación universitaria, licenciada en ciencias e ingeniería. Dominio de varios idiomas y varios cinturones negros en por lo menos dos artes marciales. Ingresa en el ejército británico después de la licenciatura, con una carrera brillante en Sandhurst, donde fue la primera de su promoción. Destinada a las fuerzas de paz de las Naciones Unidas como capitana del regimiento de transmisiones. Dimitió de su puesto inesperadamente. ¿Por qué fue eso exactamente, señorita Farmer?

—No me gustaba la comida.

—Por supuesto —dijo él, sonriendo levemente—. Regresó al Reino Unido y entró en la policía, pero lo dejó al cabo de sólo un año. ¿La comida de nuevo, deduzco?

—No, no me gustaba el gorro.

—Ah, muy bien. Actualmente trabaja de manera autónoma como detective privada. ¿La comida y los gorros son ahora más de su gusto?

—Por ahora.

—Vive en un piso caro de Chelsea, pero todavía debe más de un millón de libras por él.

—Sí, pero ya soy dueña de la mitad.

—¿Le gustaría ser dueña de la otra mitad, mientras todavía es joven, señorita Farmer?

—¿Eso es una especie de amenaza?

—No, no, no me malinterprete. Le ofrezco un puesto permanente que la ayudará a lograr seguridad económica.

—¿Qué clase de puesto?

—Al grano. Eso me gusta, señorita Farmer. ¿Puedo llamarla Teresa? Seguro que no es necesaria tanta formalidad.

—Con Farmer vale.

—Como desee. Bueno, en primer lugar, quiero que proteja a mi hija. Haga lo que ha venido haciendo. En segundo lugar, puede que tenga un asunto que investigar para usted. ¿Le interesaría?

—Depende de qué asunto se trate.

—Creo que algunos de mis barcos están siendo utilizados por una banda organizada de contrabandistas. Deseo acabar con ello.

—Ya tiene a John y su equipo, según me ha dicho Nikki. Que se encarguen ellos.

—Lo han estado intentando, pero con escaso éxito. Uno podría estar tentado de llegar a la conclusión de que no se están esforzando mucho. Pero por ahora les daré el beneficio de la duda. No, ésta sería una investigación independiente de alguien de fuera, alguien que no tenga posibles intereses en la compañía.

—¿Por qué no se lo encarga a la policía?

—¿De qué país?

—Del que convenga.

—No me parece lo adecuado.

—¿Y si la investigación destapa algo que no le gusta?

—Ah, ¿se refiere a mi hijo? —Terri enarcó las cejas asintiendo—. No me importa lo que destape, quiero la verdad. ¿Esto quiere decir que está interesada?

—Lo pensaré.

—Estás muy callada, Nikki —dijo él, volviéndose hacia su hija.

—Es que todo esto es un poco repentino, papá. Me cuesta asimilarlo todo.

—Es comprensible.

—¿Tiene algún sentido que ahora veamos a John? —preguntó Terri.

—Hemos tenido unas palabras, no volverá a suceder.

—¿El qué? —preguntó Nikki, con expresión desconcertada.

—Creo que alguien no interpretó bien una de sus órdenes, ¿verdad? —dijo Terri.

—Una vez más, admiro su astucia, señorita Farmer. Sí, alguien se pasó cuando les sugerí sin darle importancia que sería interesante someter a mis hijos a un poco de presión para ver de qué madera estaban hechos.

—¿Para qué demonios has hecho eso? —exigió Nikki.

—No formaba parte de mi plan que sufrierais daños ninguno de los dos, te lo aseguro.

—Pues espero que hayas despedido a ese hijo de puta —rabió Nikki.

—Ya nos hemos ocupado de él, te lo prometo. Bueno, señorita Farmer, ¿cuál es su decisión?

—Me lo tengo que pensar. Tengo otras cosas de las que ocuparme en estos momentos. No puedo dejarlas.

—Si se trata de un problema económico, podemos arreglarlo rápidamente, señorita Farmer.

—No todo da vueltas en torno al dinero, señor Takis. ¿O puedo llamarlo Alex, ahora que ya no estamos tan formales?

Él volvió a sonreír levemente.

—Me cae bien, Farmer. No sabe lo refrescante que me resulta no tener que soportar más servilismo adulador.

—Hago todo lo que puedo.

—Sí, creo que lo hace. —Miró su reloj—. Pero el tiempo es dinero y tengo que tomar un vuelo para Moscú dentro de una hora. Si no le importa, tengo que ocuparme de unas cosas antes de irme.

—¿Cómo me pongo en contacto con usted? —preguntó Terri. Él metió la mano en su chaqueta y sacó una tarjeta de negocios.

—Ése es mi móvil privado y la línea privada de mi secretaria. Uno de los dos contestará siempre las veinticuatro horas del día. Póngase en contacto conmigo cuando tenga algo que decirme.

—Vamos, Nikki, nos están echando cortésmente.

—¿Papá? —dijo Nikki, mirando a su padre.

—Ve con la señorita Farmer, Nikkoletta, estás en buenas manos.

—Pero... pero...

—Vamos —dijo Terri, cogiendo suavemente del brazo a Nikki y llevándola a la puerta.

—Una cosa más, señorita Farmer —dijo el padre de Nikki.

—¿Sí?

—Veo que nunca ha estado casada y que actualmente no tiene compañía sentimental.

—¿Y?

—¿Es algo que debería interesarme?

—Sí.

—¿Ah?

—Espero que le resulte interesante el hecho de que eso es algo que no es asunto suyo.

Él asintió, haciendo una pausa.

—Sí, tiene razón.

—¿En que no es asunto suyo?

—No, es interesante que haya algo que no sea asunto mío. Buenos días, señorita Farmer. Espero tener noticias suyas pronto.

—Una persona interesante —dijo Terri entre lametones largos y lentos. Estaban sentadas las dos en un banco del parque, comiendo un helado.

—Sí, es una forma de describirlo —replicó Nikki de mal humor.

—No es alguien con quien convenga enemistarse, me parece a mí.

—No lo sé.

Se quedaron en silencio, Terri concentrada en su helado, Nikki con la mirada fija en los cuidados parterres de hierbas del parque, sin verlos en realidad.

—¿Vas a querer eso? —preguntó Terri, dando un codazo a Nikki y señalando su helado, que se estaba derritiendo.

—No, toma. Ahora mismo no me apetece.

—Yo siempre he pensado que nunca hay un mal momento para tomar un helado —dijo, quitándole muy contenta el helado a Nikki.

—¿Por qué no puedo tener un padre normal?

—Probablemente va con la especie, creo yo.

—¿Qué especie?

—Los empresarios superricos. Todo trabajo y nada de diversión. No me sorprende que tu madre se largara.

—Pero no siempre ha tenido que ser así, ¿verdad? —dijo Nikki.

—¿En qué estabas pensando?

—Pues ya sabes, amor, romance, citas, todo eso.

—A lo mejor a tu madre le gustaba la idea de tener una fuente inagotable de dinero. ¿Y descubrió demasiado tarde que la cosa no era ni mucho menos tan buena como la pintaban?

—Supongo.

—Eres joven, Nikki. Algún día encontrarás a tu princesa. Entonces podrás pasarte el resto de tu vida demostrándole a tu padre cómo se deben hacer las cosas.

—¿Y tú qué, Farmer? ¿Algún día llegará tu eeeeh... lo que sea?

—Si no llega, es que no lo estoy haciendo bien.

—Muy graciosa, Farmer. Estoy hablando en serio.

Terri se encogió de hombros, metiéndose otro buen montón de helado en la boca.

—No es algo en lo que haya pensado mucho —dijo, frunciendo el ceño ligeramente, evidentemente incómoda con el tema.

—¿Tú crees que hay alguien ahí fuera sólo para ti, la otra mitad de tu alma? —preguntó Nikki.

—No lo sé.

—¿Y si ya está cerca, pero no lo reconoces?

—Y yo qué sé —masculló Terri.

Farmer se terminó el helado.

—¿Y ahora qué, jefa?

—¡Ja, sólo soy jefa cuando te conviene! —replicó Nikki, con tono despectivo.

—En este momento, me conviene.

—En ese caso, llévame a casa.

—¿Te refieres a casa de hotel, casa de Mansiones Farmer o casa de California?

—Farmer, no estoy de humor, llévame a tu casa... por favor.

—A casa, pues —dijo Terri, levántandose ágilmente del banco y alargando la mano. Nikki la agarró sin decir nada y dejó que la pusiera de pie sin esfuerzo.

—¿Tenemos que volver en metro?

—No, si no quieres. Hay autobuses, taxis o piernas: elige.

—¿Cuánto tardaríamos andando?

—Ah, pues si caminamos a buen paso, podríamos llegar dentro un par de horas.

—Bien, cojamos un taxi.

—Como desees. —Terri miró de un lado a otro de la calle. Estaba llena de tráfico, pero no se veía ni un taxi en la aglomeración—. Vamos a bajar hacia el río. Allí habrá muchos taxis.

—Vale —replicó Nikki, sin escuchar de verdad.

—¿Sigues pensando en tu padre? —preguntó Terri, mientras caminaban despacio hacia el sur.

—Sí, supongo.

—No son pensamientos agradables.

—No, la verdad es que no.

Se quedaron en silencio.

—¿Farmer?

—Mmmm.

—¿Tú te llevabas bien con tu padre?

—Era mi mejor amigo.

—¿Y con tu madre?

—Con ella también, aunque ella y yo, bueno... tendíamos a discutir un poco.

—¿Sobre qué?

—Oh, esto y lo otro, lo de siempre.

—Dímelo.

—No le hacía mucha gracia lo chicazo que era yo. Siempre creaba tensión entre las dos.

—Tú un chicazo, ¿quién lo habría pensado? —dijo Nikki, sonriendo por primera vez desde que se habían marchado de la oficina de su padre.

—Sí, qué sorpresa, ¿eh?

—¿Cuándo te diste cuenta de que ser chica estaba bien?

Terri se quedó pensando un momento.

—Pues no lo sé —dijo con tono apagado—. Me costó muchas cosas que quería de verdad, a lo largo de los años.

—Farmer, no lo dirás en serio, si no podrías ser más mujer ni aunque lo intentaras.

—No he dicho que se me diera mal —sonrió Terri.

—Y no es que te molestes con los detalles. Ni maquillaje, ni ropa femenina, pero no puedes ocultar lo que eres. Seguro que tenías a todos los chicos encima en la universidad.

—Algunos lo intentaron.

—¿Y?

—Pues que no lo intentaron una segunda vez.

—Machacando incluso entonces, ¿eh?

—Mi padre me dejó tomar lecciones de kárate cuando tenía cuatro años —dijo Terri, con los ojos desenfocados al pensar en el pasado—. Mi madre quería que tomara lecciones de baile y piano. Llegamos a un compromiso con las artes marciales. Se debió de convencer a sí misma de que era otro tipo de baile. —Terri se echó a reír por la idea.

—¿Pero tu padre lo sabía?

—Ah, sí. Me llevaba a los campeonatos.

—Seguro que tenías un cuarto lleno de trofeos.

—Alguno que otro.

—¿Eso era cuando querías ser chico?

—Sí, ellos tenían todo el poder. Yo tenía que esforzarme mucho para ser igual de fuerte. Me sentía estafada. Luego llegué a la conclusión de que Dios quería que trabajara más que todos los demás.

—Cosa que hiciste, por supuesto.

—Ellos daban por supuesta su musculatura, yo no.

Nikki alargó la mano y apretó el brazo de Terri. El bíceps se tensó por el contacto, hinchándose ligeramente. A Nikki le pareció como un roble cubierto de terciopelo.

—Diablos, mujer, son como... como una piedra. Increíble —exclamó Nikki con entusiasmo.

—Sí, bueno, llevo tanto tiempo haciéndolo que ya ni pienso en ello. —Terri se encogió de hombros, algo cohibida por el atento escrutinio.

—Pues ahora puedes dar gracias a Dios por haberte dado esa fuerza de voluntad. Si hubieras sido un chico, ni te lo habrías planteado, como ellos.

—Ya no creo en Dios.

—Ah, ¿y por qué no?

—Qué cotilla eres, ¿no?

—Sólo estoy conversando, Farmer. Conociéndote mejor. Creo que nos hace falta, si vamos a pasar tanto tiempo juntas.

—¿Quién dice que vamos a pasar tanto tiempo juntas?

—Pero yo creía... la oferta de papá y eso... que tú...

—Todavía no lo he decidido —dijo Terri con brusquedad, interrumpiendo a Nikki.

Nikki frunció el ceño al pensar que Terri no fuera a estar mucho más tiempo con ella.

—Bueno, pues debo de estar empezando a caerte bien.

—¿Y eso por qué?

Nikki se dio la vuelta y se puso a caminar de espaldas a unos pasos por delante de Terri.

—Porque me has dejado tocarte y ni siquiera te has encogido ni me has tumbado —dijo sonriendo. Terri se detuvo, tocándose por reflejo el brazo donde Nikki se lo había apretado—. Te van a entrar moscas —exclamó Nikki, sin dejar de sonreír.

Llegaron al Támesis, sin que ninguna de las dos tuviera al parecer mucha prisa en localizar un taxi para volver a casa. Nikki se apoyó en la barandilla que daba al gran río. Frente a ellas, en la orilla opuesta, vieron el Ojo de Londres, el lugar destacado más reciente de la capital, una inmensa noria construida para conmemorar el nuevo milenio.

—Impresionante —dijo Nikki.

—Supongo —replicó Terri.

—No hay muchas cosas que te impresionen, ¿verdad?

—Algunas.

—¿Cómo qué?

—¿Qué es esto, el día dedicado a incordiar a la guardaespaldas o qué?

—Contesta a la pregunta, Farmer.

—¿Y por qué tengo que hacerlo?

—Soy la jefa, ¿recuerdas?

—Ah, sí, qué tonta soy.

—¿Y bien?

—¿Quieres saber qué cosas me impresionan?

—Sí, ¡y no digas las jefas que no hacen preguntas!

Terri estuvo a punto de hacer un comentario, pero se lo pensó mejor; en cambio, cerró los ojos un momento, meneando la cabeza.

—Me gusta ver el amanecer en las llanuras africanas. Me gusta la forma en que se refleja la luz en las alas de una mariposa. Me gusta quedarme sentada en una butaca cómoda leyendo a Shakespeare en las tardes lluviosas de domingo. Me gusta la gente que considera que la vida es sagrada. Me gusta el olor de la hierba recién cortada. Sobre todo, me gusta la gente que me deja en paz.

—Caray, Farmer. Y yo que creía que me ibas a decir lo impresionante que es un Smith'n'Wesson o lo bien que suena un Chevy V8.

—Sí, bueno, eso te demuestra que en realidad nunca se conoce a las personas, por mucho que uno crea que las conoce —dijo Terri, encaminándose hacia la Torre.

Nikki la alcanzó al trote.

—No estás enfadada, ¿verdad?

—No.

—Es que lo pareces, un poco.

—No estoy enfadada, lo prometo.

—Bien. ¿Dónde vamos?

—Habrá muchos taxis donde la Torre, con tanto turista y eso.

—Caray, la Torre de Londres. Nunca he estado allí.

—Sólo es un castillo lleno de cosas viejas.

—No está en tu lista, entonces.

—No.

—¿Por qué no?

—Es un homenaje a la guerra y la muerte.

—¿No te gustaba todo eso?

—Antes sí, ahora ya no.

—¿Por eso dejaste el ejército?

—Más o menos.

—¿Eso qué quiere decir? —preguntó Nikki.

—Quiere decir que más o menos.

—¿Te gustaba el ejército pero no la razón de su existencia?

Terri sonrió.

—Muy bien, Nikki.

—No soy tan estúpida como parezco, ¿sabes, Farmer?

—No, supongo que no lo eres.

—Oye, ¿podemos pararnos y sentarnos un poco? —dijo Nikki, señalando uno de los numerosos bancos que bordeaban la orilla del río.

—Creía que querías ir a casa.

—Sí, pero... me duele la espalda y me gustaría descansar un poco.

Terri miró a Nikki.

—¿Por qué tengo la sensación de que te estás aprovechando un poco de lo de tu espalda?

—Porque tienes una mente desconfiada, me lo has dicho, ¿recuerdas?

—Sí, es cierto, te lo he dicho, ¿verdad? Vale, podemos sentarnos un poco, si eso es lo que quieres.

Nikki sonrió con aire de triunfo. Se sentaron, mirando el río.

—No me has dicho por qué ya no crees en Dios —dijo Nikki, contemplando distraída una pequeña barcaza que pasaba flotando debajo de ellas.

—¿Alguna vez dejas de hacer preguntas?

—Generalmente no.

—Serías una buena detective.

—¿En serio?

—Sí, en serio. Ése es el primer requisito de cualquier investigador bueno, hacer todas las preguntas posibles.

—Pues eso sí que lo sé hacer.

—Sí, efectivamente.

—Bueno, ¿por qué no crees? —volvió a preguntar Nikki, tras una breve pausa.

Terri suspiró.

—Menos mal que le voy a cobrar un montón de dinero a tu padre por esto.

Nikki sonrió.

—¿Eso quiere decir que vas a aceptar su oferta de trabajo?

—No de forma permanente y con mis propias condiciones.

—No esperaría menos de ti —dijo Nikki, toda radiante.

—Y si de verdad quieres saber por qué ya no creo en Dios es porque si él, ella o ello existe y permite que ocurran y sigan ocurriendo las cosas que he visto, pues no es digno de mi fe, ni de la de nadie más.

—¿Qué cosas? —preguntó Nikki suavemente, algo alarmada por el rencor con que había hablado Terri y el repentino fuego que le iluminaba los ojos.

—No es algo que te convenga saber —dijo Terri terminantemente. Nikki se dio cuenta de que no tenía la menor intención de continuar la conversación.

Nikki quería cambiar de tema y dijo lo primero que se le cruzó por la cabeza.

—¿Tenías muñecos cuando eras niña?

Ooh, qué cosa más torpe, incluso para ti, Nikki , pensó con una mueca.

Terri se quedó pensando un momento, enarcando una ceja.

—Algunos.

—¿De qué tipo? —preguntó Nikki, sorprendida de que Terri hubiera respondido siquiera a la pregunta.

Terri carraspeó y se encogió ligeramente de hombros.

—Pues estooo... tenía un par de Action Men. Creo que se llaman G.I. Joes a tu lado del charco.

—Cómo no —dijo, sonriendo—. ¿No tenías Barbies?

—No las quería.

—Yo tenía un montón, con miles de accesorios.

—Claro que sí, doña He Nacido con una Cucharilla de Plata en la Boca. Yo tenía que conformarme con un emplazamiento para ametralladora pesada y un traje de hombre rana, pero estaban muy bien. Les puse nombres a mis Action Men, eran Clint y Burt.

—Qué rica.

—Burt nunca volvió a ser el mismo después de que Prince lo masticara y lo enterrara al fondo del jardín. Menudo síndrome de fatiga de combate. —Terri sonrió al recordarlo.

—¿Se trataba de un perro antes conocido como Prince?

—Sí, un alsaciano grande y viejo. Siempre tenía una oreja caída, nunca conseguía levantarla como la otra. Era más tonto que un cubo, pero nos quería incondicionalmente, a pesar de todo.

Nikki sonrió a su vez.

—Yo te supero: mi madre me pilló haciendo que dos de mis Barbies se dieran el lote en su cama con dosel de cuento de hadas.

Terri se echó a reír a carcajadas.

—Incluso entonces ya era un club sólo para chicas, ¿eh?

—Oh, sí, ya por aquel entonces sabía que no habría ningún Ken en mi vida.

—¿Cuántos años tenías?

—Siete u ocho, por ahí.

—¿Y a los ocho años ya sabías todo lo de los pájaros y las abejas?

—No, la verdad es que no. Sólo sabía que no me gustaban los chicos. No porque fueran estúpidos y hablaran a gritos. Qué diablos, hay muchas chicas que padecen de lo mismo. Es sólo que lo sabía y ya está.

—¿Qué dijo tu madre cuando os descubrió a ti y a las Barbies?

—Dijo que no debía hacer eso en público, pero que en casa no pasaba nada.

—¿Eso fue todo, sin recriminaciones, sin broncas?

—No, no le importó.

—Un punto para tu vieja, ya me cae bien.

—Sí, está muy bien —sonrió Nikki.

—¿Y cómo reaccionó tu padre, suponiendo que se lo hayas dicho?

—Se lo dije, cuando tenía quince años. No reaccionó en absoluto, sólo dijo: "Ah", y así se quedó la cosa.

—Podría haber sido peor.

—Cierto, las historias de terror que cuentan algunas amigas mías son de no poder dar crédito.

—El mundo es cruel.

—Sí que lo es —replicó Nikki, con tristeza. Contemplaron en silencio otra barcaza que pasaba.

Terri se volvió a Nikki.

—¿Ya tienes la espalda bien descansada o todavía no has terminado de interrogarme lo suficiente?

—Creo que ya es hora de que nos vayamos a casa —contestó Nikki, sonriendo.

—Esto me va a costar una hora más en las barras, ¿sabes? —dijo Terri, engullendo muy contenta una gran pizza que habían recogido de camino al piso.

—Una chica en edad de crecimiento necesita sustento —replicó Nikki entre bocado y bocado.

—Sí, pues cuando te empiece a salir una barriguita fofa, a mí no me eches la culpa.

—Abdominales de acero —dijo Nikki, clavándose el dedo con orgullo en el estómago y dando otro gran bocado.

—No si sigues así.

—Pues tendré que hacerte compañía en las barras.

—Yo te hacía más tipo gimnasio de moda, con un montón de máquinas caras para los ejercicios y entrenadores personales de quita y pon.

—Por desgracia, no me dejaron meterlos en el avión.

—No sé qué pasa con las líneas aéreas hoy en día, ¿eh?

—Lo sé, es que no se enteran de lo que es importante, ¿verdad?

Las dos se sonrieron mutuamente, mirándose a los ojos. Terri carraspeó, dándose la vuelta.

—Eeeh, no creo que sirva de mucho vigilar el club esta noche. No creo que vaya a ocurrir nada. Seguro que todavía está plagado de policía.

—Lo que tú digas, Farmer —dijo Nikki, sonriendo.

—Será mejor que llame a tu padre y le dé la buena noticia —dijo Terri, cogiendo el teléfono y sacándose del bolsillo la tarjeta de negocios. Se levantó y marcó su número mientras se dirigía a la cocina. Nikki encendió la televisión y cambió los canales. No encontró nada que le apeteciera ver a pesar de repasarlos todos dos veces.

—Ha aceptado mis condiciones —dijo Terri cuando volvió al salón.

—¿No esperabas que lo hiciera?

Terri se encogió de hombros.

—He duplicado mis honorarios normales sólo para tener un punto de partida para el regateo, y lo ha aceptado sin rechistar. Tendría que haberlo triplicado.

—¿Cómo se ha tomado lo de que no quieras ser una empleada fija?

—No ha dicho nada. A lo mejor me lo vuelve a ofrecer, cuando todo esto acabe.

—¿Y lo aceptarás?

—No.

—Eso me parecía. Bueno, ¿y ahora qué?

—Ahora esperamos a un mensajero. Me va a enviar unos detalles para ponerme en situación sobre el caso del que quiere que me ocupe.

—¿Y qué hacemos mientras?

—Hay libros, vídeos, DVD y televisión por satélite. Hasta puede que encuentre una baraja.

—Ooh, la noche de las chicas.

Terri alzó las cejas.

—Vamos a dejarlo bien claro. Aquí no hay camas con dosel de cuento de hadas.

—Aguafiestas —dijo Nikki, sonriendo.

—Ésa soy yo —sonrió Terri a su vez, pero por dentro se sentía confusa. Estaba ocurriendo todo con demasiada facilidad. Nikki estaba encajando en su vida enclaustrada como si siempre hubiera formado parte de ella. ¿Sería posible que hubiera encontrado una amiga de verdad después de tanto tiempo?

—Un penique por ellos.

—¿Qué? —preguntó Terri.

—Un penique por tus pensamientos. ¿O ya se ha hecho notar la inflación y ahora es una libra?

—Qué buena idea.

—¿Cuál?

—Te voy a dar un tarro. Cada vez que quieras hacerme una pregunta personal, tienes que poner una libra en el tarro. Así no tardaré en hacerme multimillonaria y podría retirarme a las Bahamas.

—Sí, ya, ¿y qué ibas a hacer en las Bahamas?

—Te costará una libra averiguarlo.

—Que te follen, Farmer.

—Tú no puedes, ya sabes lo que dijo tu madre, eso sólo está bien en casa.

—Ahora ya considero ésta mi segunda casa.

—Muy lista —dijo Farmer, sonriendo por el vivo ingenio de Nikki.

—Ésa soy yo —dijo ésta sonriendo a su vez.

—¿Qué tal si buscamos una película y la vemos?

—¿Tienes palomitas?

—Lo siento —contestó Terri, negando con la cabeza.

—¿Cómo puedes ver una película sin palomitas?

—Pues curiosamente, hasta ahora lo he conseguido en bastantes ocasiones.

—Vale, ¿en qué has pensado?

—No lo sé, no he comprobado lo que ponen en Sky, tienen como una docena de canales de cine, seguro que ponen algo.

Lazos ardientes , ésa sí que es una buena película —dijo Nikki.

—No está mal, supongo. Pero a mí me gustó más Matrix.

—Sí, claro, cómo no, con tanto kung fu y tanto rollo.

—Me gustó más el tema de ciencia ficción. El kung fu era... exagerado.

—No me digas.

—Sí te digo.

—Y tú lo sabes bien.

—Sí, lo sé muy bien.

—¿Alguna vez te han dicho que a veces te pasas de chula, Farmer?

—A la cara no —dijo Terri muy chula.

—Mmmm, así que mientras nosotras vemos una película, ¿un majara está ahí fuera atacando a mujeres inocentes?

—¿Y qué propones, que salgamos de patrulla?

—¿Como los Scoobies?

—¿Los qué? —preguntó Terri, desconcertada.

—Los Scoobies, ya sabes, Buffy.

—¿La Cazavampiros?

—Sí, ésa.

—Nunca lo he visto.

—Pero tienes una taza.

Terri se encogió de hombros.

—Fue un regalo de un niño que ayudé a encontrar. Había tenido una discusión con sus padres y se escapó. Me la envió a mi oficina.

—Así que no ves Buffy, ¿es eso lo que me estás diciendo?

—Estooo, no, lo siento. Ya he visto demasiado horror como para buscar más para entretenerme.

—Buffy no es de horror —dijo Nikki resoplando—. Es comedia.

—Ah, es que creía que con eso de los vampiros y esas cosas... pues tendrás que introducirme en ello.

—Lo haré. Hasta te sostendré la manita en los momentos de miedo.

—¿No decías que era comedia?

—Sí, pero tiene vampiros, por eso me he ofrecido.

—Qué amable eres —dijo Terri.

—¿Vamos a ver una película o vamos a hablar de ello toda la noche?

—Pon el teletexto para ver qué dan.

—Hazlo tú, es tu televisión —dijo, tirándole el mando a Terri.

Tras apretar unos cuantos botones y varios murmullos exasperados más tarde:

—No hay nada que ver.

—Ya te lo dije —dijo Nikki.

—¿Cuándo?

—Después de repasar todos los canales cuando estabas en la cocina.

—No me lo has dicho.

—Que sí.

—Que no.

—Que sí.

—Y dicen que el arte de la conversación ha muerto —dijo Terri, frotándose los ojos.

—¿Estás segura de que no tienes por ahí una cama con dosel de cuento de hadas? —preguntó Nikki con una sonrisa malévola.

Terri suspiró.

—¿Por qué a mí?

Sonó el timbre de la puerta. Terri encendió la televisión y se vio a un mensajero ante la puerta con un gran sobre marrón muy voluminoso.

—¿Me viste a mí en esa cosa? —preguntó Nikki.

—Claro.

—Qué tramposa eres, con tus cámaras ocultas y tus micros.

—Me gusta llevar ventaja —dijo Terri, abriendo la puerta y firmando la entrega del paquete.

—¿Es que no te basta con ser Superwoman?

—Podría encontrarme con una rubia bajita con un puñado de kriptonita y ¿cómo quedaría entonces?

A mi merced , pensó Nikki, sonriendo por dentro.

Terri abrió el sobre y sacó unos documentos y fotografías. Leyó rápidamente las primeras páginas.

—Bueno, ¿de qué va todo eso, dónde vamos?

—¿Qué te parece el sur de Francia? Marsella, para ser exactos.

—Genial.

Autor: Mark Annetts

Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002