La Cobarde (Capítulo 2)

Escucha, Nikki, me caes bien, eres una chica inteligente y guapa. Y estoy más que dispuesta a llegar al fondo de tus problemas. Pero he descubierto que rara vez es bueno para un caso dejar que los sentimientos personales nublen el tema.

Comentario Personal:

Leí un comentario de una "lectora" que indica que éste relato es un PLAGIO, palabra que por cierto odio (no me gusta para Nada) por lo que implica, ya que respeto la autoría del Escritor.

y agrego:

PLAGIO:

En el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española se define plagio como la acción de «copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias».  ( creo que en ningún momento he dicho que ésta o la hitoria anterior: Juego Set y Partido son de mi autoría) y Desde el punto de vista legal es una infracción al derecho de autor acerca de una obra artística o intelectual de cualquier tipo, en la que se incurre cuando se presenta una obra ajena como propia u original. Así pues, una persona comete plagio si copia o imita algo que no le pertenece y se hace pasar por el (la) autor (a) de ello (osea! hasta mi nickname Dice claramente: NO ESCRITORA). En el caso de documentos escritos, por ejemplo, se tipifica este delito cuando, sin uso de comillas o sin indicar explícitamente el origen, ni citar la fuente original de la información, se incluye una idea, un párrafo o una frase ajenos. Esto constituye específicamente una violación a la paternidad de la obra, considerada dentro del marco de los derechos morales . ( Plagiado de Wikipedia, porque realmente me dio un poco de fastidio o flojera, que se yo, buscar el diccionario en mi biblioteca).

Creo que mi amiga la "lectora" no leyó ésto:

Autor Original: Mark Annetts.

Mi error: no colocar la autoría de la traducción, (la cual también respeto mucho, por esó la coloqué en Juego S Y P)

Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002

Seguro estaba entretenida viendo a mi novia caminando de aquí para allá por nuestra habitación y se me pasó! (mi culpa!!! y que me corten la cabeza)  ... Bueno listo de charla por hoy!

Saludos!  y acá la historia!! (que no es mía! ojo!)

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—Y ahora, ¿por dónde íbamos antes de tan grosera interrupción? —preguntó Terri.

—¿Así que me estás diciendo que cuando dijiste que alguien quería hacerte daño, no lo decías en sentido literal?

—Bueno, no, la verdad es que no. —Nikki se encogió de hombros.

—¿El ataque con navaja ha sido una coincidencia?

—Sí, supongo.

Terri cerró los ojos y se los frotó.

—Vale, entonces cuéntame lo que ocurrió, en la calle, me refiero.

—Como le dije a la policía, la verdad es que no tengo mucho que decir. Iba hacia mi coche alquilado, lo había aparcado en la calle a unos cincuenta metros de aquí. No esperaba que me fuera a pasar nada malo. Bueno, a decir verdad, estaba bastante cabreada.

—Oh... ¿por qué?

—Pues contigo, la verdad —dijo Nikki sonriendo, algo cortada al admitirlo.

—¿Conmigo?

—Sí, contigo y eso de "no me toques".

Terri suspiró.

—Te lo dije entonces y te lo repito ahora, no era nada personal. Es sólo que me pillaste por sorpresa.

—Sí, bueno, da igual. Por eso no estaba prestando mucha atención a nada de lo que ocurría a mi alrededor. Vamos, que esto es Londres, por Dios, no Los Ángeles. Te entra bastante despreocupación con la idea de pasearte por aquí de noche. Nunca hasta entonces me había sentido amenazada.

Terri resopló.

—Recuérdame que te enseñe algunas de las zonas menos atractivas de nuestra bella ciudad. Entonces a lo mejor tienes un poco más de cuidado.

—Sí, mamá.

Terri no hizo caso del comentario, con la cara tan impasible como siempre.

—¿Qué es lo que recuerdas?

—Pues había gente, un grupo, chavales en su mayoría, la verdad es que no miré. Pasaron a mi lado en la otra dirección. Había avanzado unos diez metros cuando noté que me daban un golpe en la espalda. Me empujaron encima del capó de un coche aparcado. Estaba tan sorprendida que me quedé allí preguntándome qué demonios había pasado. Cuando por fin miré, no había nadie. Supe que algo iba mal en cuanto intenté ponerme en pie.

—¿La espalda? —la instó Terri.

—Sí, un dolor espantoso en toda la espalda. Me di la vuelta como pude y me apoyé en el coche. Fue entonces cuando vi la sangre que corría por el capó y goteaba sobre el guardabarros. Hacía un ruido curioso como de chapoteo. Me quedé mirando fascinada, hasta que me di cuenta de que era mi sangre.

—¿Qué hiciste entonces? —preguntó Terri suavemente, al ver a Nikki reviviendo su reciente pesadilla.

Nikki levantó la mirada, frunciendo el ceño.

—¿Sabes? He intentado recordarlo, pero es que no hay manera. Lo siguiente que recuerdo es a ti y la ambulancia. Gracias por sujetarme la mano y no soltarme, Farmer, me diste fuerzas. Me sentía tan protegida.

Terri carraspeó y miró al suelo.

—No fue eso lo que pasó exactamente, Nikki —dijo Terri en voz baja.

—Claro que sí.

Terri miró la cara sonriente de Nikki y no tuvo el valor de contradecirla.

—¿Y no viste al que lo hizo? —preguntó, volviendo al tema que las ocupaba.

—Qué va, ni siquiera sé si fue uno de esos chicos. Podría haber sido cualquiera.

—¿No intentaron robarte nada, dinero, joyas, el bolso?

—No, sólo aquí te pillo, aquí te mato, vamos a ver el aspecto de tus costillas. Y luego jopo, aire, fuera. Bastante raro, ahora que lo pienso.

—Sí, es muy raro. Hablaré con unos amigos de la policía a ver qué me cuentan.

—Caray, ¿vamos a descubrir quién lo hizo y, lo que es más importante, por qué?

—¿Quieres que lo haga?

—Claro —dijo Nikki, sonriendo alegremente. Terri no pudo evitar devolver la contagiosa sonrisa.

—Supongo que te darás cuenta de que esto va a ir aparte del caso para el que me has contratado originalmente.

—¿Y si están relacionados?

—Dímelo tú, todavía no me has dicho qué es lo que querías para empezar.

Nikki se puso ceñuda y frunció los labios. Se quedó callada un momento, al parecer intentando decidir si debía decir algo o no.

—Ya sabes que te dije que mi padre era un magnate naviero y todo eso, pues es cierto, lo es. Pero no vivo con él y no he vivido con él desde que era niña.

—Sigue —la animó Terri.

—Bueno, sé que papá nos pasa a mamá y a mí más dinero cada año del que podemos gastar con sentido común en una vida entera, pero bueno, yo quería ser normal como mis amigos del instituto, así que decidí conseguir un trabajo. Eso suponía ir a la universidad, graduarme, todo el rollo. Ya sabes, ¿no?

—Pues no, pero continúa, por favor. Estoy segura de que a nadie le gustaría llevar una vida de ocio y lujo, la verdad.

—¿Te estás burlando de mí? —dijo Nikki, pero sonriendo lo suficiente como para quitar hierro al asunto.

—Tal vez.

—No pasa nada, mi madre también creyó que estaba loca.

—Pero no es así, ¿verdad?

Nikki echó la cabeza a un lado, contemplando a Terri.

—¿Alguna vez te han dicho que tienes un sentido del humor muy retorcido?

—No, nunca.

—Mmm, bueno, a lo que iba, me gradué en empresariales, summa cum laude y todo eso. Y tras una serie de cosas... pues acabé siendo diseñadora de barcos.

—Muy lógico. ¿Constructora de barcos, has dicho?

—Constructora no, diseñadora.

—¿Es que es distinto? —preguntó Terri, con la cara muy seria.

—Claro que lo es. Yo no podría distinguir un cepillo para mástiles de otro, y no hablemos de utilizarlo.

—Pues ya me llevas ventaja, yo ni siquiera sé lo que es un cepillo para mástiles.

—Ah, es una especie de cachivache que los carpinteros usan con la madera o algo así —dijo Nikki, frunciendo el ceño de nuevo—. Mira, lo importante es que trabajo para una pequeña constructora de barcos familiar, en su departamento de diseño. Últimamente sobre todo CAD.

Ahora le tocó a Terri fruncir el ceño.

—Por muy fascinante que sea todo esto, ¿podrías al menos indicar por qué has acudido a mí?

—Ya voy a ello. Dios, qué impaciente eres, ¿no?

—Culpa de mi padre, he heredado su gen ansioso.

—Ya —dijo Nikki sonriendo—. Bueno, volviendo a lo que te estaba contando. Como no trabajo por dinero, de por sí, y la familia dueña de la empresa son amigos de toda la vida de mi madre, mi trabajo es muy cómodo, no sé si sabes a qué me refiero.

—Mira tú qué bien.

Nikki no hizo caso del comentario y continuó.

—Una de mis tareas es viajar a todas las exposiciones de barcos del mundo entero y ver las novedades. Sacar fotografías y, bueno, ver si hay algún diseño que podríamos, estooo, pues... adaptar nosotros mismos.

—¿Y eso es del todo ético?

—Claro, todo el mundo lo hace. Ocurre desde que alguien vació por primera vez un árbol y lo metió en el agua.

—Y yo que creía que los constructores de barcos estaban por encima de esas cosas.

—Ja, seguro que jamás en la vida has pensado en ningún constructor de barcos, hasta este mismo momento.

Terri sonrió.

—Podrías tener razón.

Nikki se limitó a menear la cabeza.

—¿Quieres que termine la historia?

—Por favor, continúa, es de lo más... apasionante.

—Bueno, pues ahora es cuando las cosas se ponen algo embarazosas. —Se detuvo.

—De esta habitación no va a salir nada —dijo Terri, adoptando fácilmente su personalidad profesional.

—Ayer, cuando volví a mi habitación del hotel, había un paquete esperándome.

—Sigue.

—Tenía unas... unas fotos mías comprometedoras.

—¿Qué clase de fotos?

—Oh, no gran cosa. Yo morreando y eso. Bastante inofensivo todo, la verdad. Se podrían interpretar como una noche de juerga de una chica y no volver a mirarlas.

—¿Las acompañaba alguna nota?

—Sí, sólo hablaba de lo violento que me resultaría si mis jefes vieran estas fotos.

—¿Tendría importancia?

—Son bastante anticuados. La nota dejaba muy claro lo que estaba sucediendo de verdad.

—No, me refiero a si tendría importancia para ti personalmente. Quiero decir, ¿necesitas el trabajo?

—¡Qué diablos, claro! Me he esforzado muchísimo para llegar a donde estoy, me gusta mi trabajo ¡y te aseguro que no quiero renunciar a él por una chorrada como ésta! —dijo toda rabiosa.

Vaya, fuego tras esa fachada tan mona, me gusta esta chica... eeeh, mujer , pensó Terri, sonriendo por dentro.

—¿Y tu hermano, crees que es cosa suya?

—Qué va, no tendría nada que ganar. ¿Qué más da que pierda mi trabajo? Eso no influye en absoluto en su gran plan para hacerse con el imperio de papá. Probablemente daría más la impresión de que soy yo la quiere su trabajo.

—Pero él piensa que tú estás destinada a ese trabajo. Le oí decirlo.

—Mi hermano es un cretino paranoico. No me puedo imaginar que mi padre no permita a Christos tomar las riendas cuando llegue el momento. ¿Por qué me iba a poner a mí al mando en lugar de a Christos?

Terri se encogió de hombros.

—A lo mejor le gustas más que él. No sería muy difícil, por lo que he visto de tu hermano. Parece que le resulta muy fácil caer mal. Y además, tú tienes un estupendo título en empresariales y sabes de barcos.

—Apenas, lo que construimos son juguetes para ricos. Yates de lujo para alta mar que pasan la mayor parte del tiempo en los Cayos o en Cannes, no petroleros o buques contenedores.

—Vale, ¿pero qué tiene Christos que tú no tengas?

—Órganos externos, para empezar. Eso cuenta mucho en el país de mi padre —dijo riendo.

—Sí, eso es un detalle, supongo. ¿Estás segura de que eso es lo que siente tu padre?

—No lo sé, como ya he dicho, no lo veo mucho.

—¿Eso te da pena?

—Claro, es mi padre.

—¿Nunca intentas ponerte en contacto con él?

—Antes lo hacía, pero como siempre estaba en una reunión o en viaje de negocios, pues dejé de intentarlo.

—¿No dijiste que utilizaste a la gente de tu padre para dar con mi dirección?

—Ah, sí. Tiene oficinas por todo el mundo. Me extienden la alfombra roja siempre que aparezco. Es sólo que rara vez consigo ver a mi padre en persona.

—Jamás renuncies a tu padre, Nikki. Puede que un día ya no esté ahí para renunciar a él.

Nikki captó la clara tristeza en el tono de Terri.

—Echas de menos al tuyo, ¿eh? —preguntó dulcemente.

—Todos los días. —Terri tragó, parpadeando varias veces.

—¿Por qué querría alguien hacerme daño de esa forma? Si yo nunca he hecho mal a nadie, jamás —dijo Nikki, cambiando de tema rápidamente.

Terri se encogió de hombros.

—No tengo datos suficientes para comentar. ¿Has guardado las fotos y la nota?

—No, las hice pedazos y las tiré al retrete en la habitación del hotel.

—Lástima.

—¿Por qué, habría servido de algo? No era más que una nota impresa y unas fotos hechas con impresora de chorro de tinta. Lo podría haber hecho cualquiera, en cualquier parte.

—Probablemente, pero si recibes más, déjame verlas antes de tirarlas, ¿vale?

—Si te empeñas, aunque espero no recibir más, la verdad.

—¿Dónde las sacaron, tienes idea?

—Aquí en Londres. En el club, en realidad.

—Entonces es un poco irónico que hayas acudido a mí, ¿no te parece?

—¿Por qué?

—¿Qué crees que estaba haciendo allí?

—No... no lo sé. Yo... pensé...

—¿Qué?

—No importa.

—Creías que había ido a divertirme, ¿eh?

—Sí, supongo.

—Siento decepcionarte, Nikki, pero estaba haciendo lo mismo que nuestro amigo, sea quien sea.

—¿Estabas espiándome?

—Espiando sí, a ti, no.

—Ya.

—¿Te molesta?

—No, la verdad es que no. Por supuesto. Debería habérmelo imaginado —dijo de mal humor.

—Escucha, Nikki, me caes bien, eres una chica inteligente y guapa. Y estoy más que dispuesta a llegar al fondo de tus problemas. Pero he descubierto que rara vez es bueno para un caso dejar que los sentimientos personales nublen el tema. Así que si no has venido para eso, a lo mejor deberías buscar ayuda en otra parte.

—¿Quieres que me vaya?

—No he dicho eso. He dicho que estaría encantada de trabajar para ti, de descubrir quién intenta hacerte chantaje, quién te atacó en la calle y por qué, incluso de hacerte de guardaespaldas mientras estés en Londres, pero hasta ahí llega mi capacidad para ayudarte.

Nikki asintió, hundiendo un poco los hombros.

—Está bien, señorita Farmer, lo comprendo. ¿Todavía te parece bien que me quede aquí esta noche? Estoy cansada, me duele mucho la espalda y ahora mismo no me apetece volver a mi habitación de hotel.

—Claro, es tu dinero. Eres libre de gastarlo conmigo como te apetezca —dijo Terri sonriendo.

Nikki se despertó, con los ojos hinchados y el pelo revuelto, sin saber dónde estaba. Lo recordó todo dolorosamente cuando torció ligeramente la espalda, al incorporarse.

—¡Ay, ay, ay, ay, aaaayyyyy! —se quejó, tocándose con cuidado el esparadrapo que le tapaba los puntos. Apartando la mano, sintió alivio al no ver sangre. También recordó el dolor y la rabia que había sentido cuando Terri, firme pero cortésmente, cerró cualquier puerta que esperaba que pudiera haberse abierto entre ellas.

—Ja, que le den por saco a ese puñetero robot. ¡Ella se lo pierde! —rezongó.

Entró tambaleándose en el cuarto de baño adyacente y fue recibida por un espejo de suelo a techo. Gimió y dio la espalda a la horrenda visión que le devolvía la mirada.

—Vale, no se pierde gran cosa —murmuró, meneando la cabeza de mal humor.

Al salir del cuarto de baño, recién lavada y con una sudadera varias tallas demasiado grande para ella, fue recibida por el olor a café. Terri estaba sentada ante su escritorio, contemplando la pantalla del ordenador.

—¿De dónde ha salido el café? —preguntó Nikki.

—De un tarrito.

—¿Ah, sí? ¿Quién lo habría pensado?

—Sí, es una chulada, sólo tienes que quitar la tapa y ahí está.

—¿No habías dicho que no tenías café?

—No lo tenía entonces. Lo tengo ahora.

—Has ido a comprarme café. Me conmueves.

—Los robots tenemos que servir para algo —dijo Terri, sin apartar la vista de la pantalla.

Nikki tragó.

—Lo... estooo... lo has oído, ¿eh? —dijo, ruborizándose.

—Mmm.

—¿También tienes pinchada la habitación de invitados? —preguntó Nikki hoscamente.

—No.

—¿Entonces cómo?

—Una de mis muchas habilidades, me temo. No sólo tengo un trasero estupendo, sino que además también tengo muy buen oído —dijo Terri, no sin cierta soberbia.

—¿Hay algo en lo que no seas perfecta?

—Mmmm, a ver... todavía no hablo español bien del todo, pero estoy en ello.

—¿Y supongo que te las arreglas con todos los demás idiomas?

—Con muchos. Los importantes, en cualquier caso.

—¿Sabes montar a caballo?

—Sí.

—¿Hacer una tarta?

—Si no me queda más remedio.

—¿Luchar con cocodrilos?

—Ya es un poco tarde para pedirme credenciales, ¿no? —preguntó Terri, apartándose por fin de la pantalla y mirando a Nikki directamente.

Dios, qué ojos... olvídate, Takis, ya ha dejado muy claro cómo están las cosas. Para ella no eres nada más que un cheque. Pero Jesús... qué ojos...

—¿Pasa algo? —preguntó Terri.

—Oh, eeeh, no... nada. Bueno, ¿estás ocupada con mi caso o estás haciendo otra cosa?

—Hemos hecho progresos con el ataque al menos. Mientras dormías, he ido a ver a unos amigos del trullo local. Luego he ido a ver a una persona que conozco en las tripas del Standard.

—Perdona... ¿el trullo local? —dijo Nikki, evidentemente desconcertada.

—Oh, disculpa, me olvidaba de que tú hablas el inglés del presidente, no el de la reina. El trullo es la policía del distrito, o la comisaría, para ti.

—¿La reina conoce lo del "trullo local"?

—Probablemente no, ahora que lo dices. Supongo que tiene a alguien que se ocupa de esas cosas por ella.

—¿Y supongo que también tiene unas tripas estándar?

—Bueno, eso creo que es muy probable, aunque con la realeza nunca se sabe. Con tanta endogamia y eso.

—¿Podemos volver a empezar? Esto se está poniendo demasiado surrealista para ser tan temprano por la mañana.

—¿Te refieres a que las once es tan temprano por la mañana? —dijo Terri, mirando el reloj.

—Dios, ¿tanto he dormido? Tendrías que haberme despertado antes.

—¿Por qué? Daba la impresión de que lo necesitabas. Y además, para entonces no habría comprado el café.

—Sí, supongo que en eso tienes razón.

—Claro que sí. Ya verás que entre mis numerosas habilidades está el hecho de que aunque puede que no siempre tenga razón, jamás de los jamases me equivoco.

—Y encima modesta, claro.

—En exceso —contestó Terri jovialmente.

—¿Cómo es que cuando nos conocimos parecías toda confusa, casi tímida, y ahora eres doña Seguridad en persona?

—Me cogiste por sorpresa, me entraste por el ángulo ciego. Me pillaste en bragas.

Ojalá , pensó Nikki, apenas capaz de evitar decirlo en voz alta.

—¿Y ahora?

—Ahora he explorado y me he reagrupado. Ya tengo una idea del terreno.

—¿Siempre tratas a la gente como una campaña militar?

—Sí —dijo Terri, cuya expresión indicaba claramente que la pregunta le parecía una tontería: ¿es que no lo hace todo el mundo?

—¿Ahora crees que me conoces?

—Es muy probable.

—Ja, ya lo veremos, Farmer, ya lo veremos.

—Supongo que sí —replicó Terri, sonriendo.

—Bueno, ¿quieres empezar de nuevo con la explicación?

—Ah, sí. Bueno, pues parece que ha habido varios ataques contra mujeres en la zona en los últimos ocho meses más o menos. Nada mortífero hasta ahora, pero ha estado a punto de serlo en un par de ocasiones, y además muy retorcido. He comparado los informes policiales con el periódico de la tarde, el Standard , por cierto. Parece que nos enfrentamos a un chiflado. El método es algo distinto cada vez, pero tú y yo conocemos un punto en común que la policía no conoce —terminó con una insufrible sonrisa presuntuosa.

—¿Sí?

—Claro. ¿Reconoces a alguna de éstas? —dijo Terri, pasándole unos retratos fotocopiados de varias mujeres.

Nikki fue pasando las hojas.

—Sí, sí, reconozco por lo menos a tres de ellas, todas van al... club. Jesús. —Suspiró con fuerza, al darse cuenta de lo que quería decir eso.

—Jesús, efectivamente, aunque no creo que se trate de un varón blanco y barbudo de metro ochenta con un halo alrededor de la cabeza y pies ligeros, acuáticamente hablando.

Nikki apartó la vista de las fotos y miró a Terri. Empezó a decir algo pero se detuvo. Se le hundieron los hombros y volvió a mirar las fotos, con los ojos inesperadamente llenos de lágrimas.

—Jesús me quiere, lo sé —canturreó Nikki para sí misma. Terri enarcó una ceja, mirando a Nikki fijamente.

Nikki volvió a levantar los ojos y vio la expresión de desconcierto de Terri.

—Oh, lo siento, es el último verso de una canción de Aaron Neville. En realidad es una canción de Bob Dylan, pero me gusta más la versión de Aaron, sabes... —Se quedó en silencio, frotándose la mejilla mojada con el dorso de la mano.

Terri se levantó y se acercó a Nikki, le cogió la mano y se acuclilló para ponerse a la altura de sus ojos.

—¿Estás bien?

—Sí... —Se detuvo—. ¡No, no estoy bien, maldita sea! He venido aquí para pasar unas puñeteras vacaciones y ver la exposición de barcos, sacar unas fotos y divertirme un poco. Dios, esto es Londres, aquí no tiene que haber chiflados homófobos sueltos que se dedican a hacer daño a la gente. En Nueva York, incluso en Los Ángeles, vale, pero no en Londres. No tiene que ser así. ¡No es justo!

—Nikki, cariño, aquí tenemos tantos chiflados como los tenéis vosotros allí, créeme. Recuerda que los inventamos nosotros, Jack el Destripador y todo eso. Y tienes razón, no es justo. La raza humana tiene sus defectos, lo mismo que cualquier otra cosa de la naturaleza. Pero detendremos a éste o ésta, te lo prometo —dijo, y subrayó el último comentario apretándole la mano a Nikki.

—¿Crees que podría ser una mujer? —preguntó Nikki, sorprendida.

—No podemos descartar nada, Nikki. Al menos hasta que sepamos algo más.

Nikki se alegraba en secreto de que Terri hablara todo el rato en plural, y además parecía que le gustaba cogerla de la mano. El calor y la fuerza increíble que notaba bajo la superficie no se parecían a nada que hubiera conocido en otra mujer.

Sorbió un poco, recuperándose.

—¿Se lo decimos a la policía?

—Aún no lo sé. Voy a ver por dónde va esto.

—¿No se cabrearán contigo? ¿No puedes perder tu licencia por guardarte pruebas o algo así?

—Bueno, para empezar no son pruebas, sólo especulaciones. No he conseguido dar con todas las mujeres y confirmarlo. Por no hablar de que puede que muchas de ellas no estén dispuestas a reconocer esa conexión en concreto. Y en segundo lugar, los detectives privados no necesitan licencia en el Reino Unido para trabajar, basta con un anuncio en las Páginas Amarillas.

—¿Quieres decir que aquí cualquiera puede hacer de detective privado y nadie puede decir nada? —preguntó Nikki, sorprendida por la información.

—Sí.

—¿Incluso yo?

—Incluso tú. ¿Aunque no serías más feliz construyendo barcos?

—Ya te lo he dicho, no construyo barcos, ayudo a diseñarlos, sobre todo los interiores y los accesorios, cosas de ésas.

—Y yo que creía que eras una importante arquitecta naval o algo así —dijo Terri, pero echándole una sonrisa despampanante para demostrarle a Nikki que lo decía en broma. Lo de sonreír se le daba cada vez mejor, pensó Nikki.

El labio inferior de Nikki se fue echando hacia atrás al sonreír a su vez.

—Gracias, Farmer.

—¿Por qué?

—Por sacarme de mi odiosa autocompasión.

—No hay de qué, todo parte del servicio —dijo, sin dejar de sonreír y sin dejar de sujetarle la mano, como Nikki se alegró muchísimo de notar.

—¿Cuánto más me va a costar? —le preguntó a Terri.

—Oh, ya me ocuparé de la factura, no le des vueltas a esa bonita cabecita.

—Seguro. —Hizo una pausa—. ¿Así que crees que soy bonita? —preguntó Nikki, casi con timidez.

Terri se limitó a sonreír, soltó la mano de Nikki y volvió a su ordenador.

—Creo que esta noche nos vamos al club para ver qué descubrimos.

—¿Quieres que yo vaya también? —preguntó Nikki, con los ojos iluminados.

—Calma, juerguista, que no voy a entrar. No creo que por ahora sea muy bien recibida. Y claro que vienes conmigo. No puedo protegerte si yo estoy allí y tú estás aquí, ¿no?

—No, supongo que no puedes.

*___________________________________-*

Terri aparcó el pequeño y aerodinámico Mercedes deportivo en las sombras al otro lado de la calle frente a la entrada del club. Nikki estaba sentada de mal humor en el asiento del pasajero, con expresión dolorida.

—Gracias por conducir, Farmer. Sabía que te tenía que haber dejado desde el principio, pero pensé que podría arreglármelas.

—No hay problema. Para eso está el personal de servicio.

—Seguro que lo añades a la factura.

—Es muy posible —replicó, llevándose a los ojos unos compactos prismáticos y examinando la entrada del club.

—¿Sabes cuánto cuesta alquilar un SLK 320?

—Seguro que me lo dices.

—Pues te lo voy a decir —continuó Nikki sin hacer caso—. Cuesta mucho. Eso es lo que cuesta. Y con la de problemas que he tenido para conseguirlo en rojo.

—Va a juego con el color de tu herida.

—Qué agradable.

—No hay de qué.

—Estoy pagando todo esto, ¿sabes? Creo que eso me da derecho a un poco de conmiseración.

—Como decía mi padre, la conmiseración está en el diccionario entre cagar y cornudo —replicó Terri distraída, sin dejar de observar el club con los prismáticos.

—¡Oh, por favor, Farmer, qué desagradable!

—¿Qué... qué he hecho? —preguntó Terri, bajando los prismáticos y fingiendo desconcierto.

—Tú... tú sigue haciendo de mirona.

—Esto se llama explorar el terreno, no hacer de mirona —dijo Terri, reanudando la vigilancia.

—¿Cómo, me estás diciendo que no los usas para atisbar dentro de los dormitorios de la gente, siempre que tienes ocasión?

—Sólo si me pagan para hacerlo.

—Cómo no, para ti siempre se trata de dinero, ¿verdad?

—Y la oportunidad de incordiar todo lo posible, no lo olvides —añadió Terri.

—¿Y cuánto tiempo vamos a estar haciendo esto? —preguntó Nikki.

—Pues había pensado que todo el tiempo necesario sería lo adecuado.

—Podríamos tirarnos aquí días, semanas, incluso meses. Dime que vamos a descansar algunas horas, de vez en cuando.

Bajando los prismáticos, Terri se volvió a Nikki.

—Tú pagas las facturas. En el momento en que quieras dejarlo, sólo tienes que decirlo.

—No, no, no he querido decir eso. Lo que quería decir es si no deberíamos pedir ayuda o algo así.

Terri se la quedó mirando un momento.

—¿Te apetece tomar café? Hay una pequeña cafetería justo ahí —preguntó, sin hacer caso del comentario de Nikki.

Nikki se encogió de hombros.

—Sí, por qué no. También tengo hambre.

Terri quitó las llaves del coche y se las metió en el bolsillo.

—Prométeme que dejarás las puertas cerradas con pestillo, las ventanas cerradas y la capota echada. Y ni se te ocurra ir a ningún sitio. Estaré vigilando todo el tiempo, estarás a salvo.

—Sí, mamá.

—Bien, vuelvo dentro de nada.

Terri salió y cerró las puertas, se deslizó en las sombras silenciosamente y desapareció. Nikki cogió los prismáticos y examinó la zona. Al no ver nada de interés, por fin se centró en la entrada del club, observando a las pocas mujeres que entraban y salían. Se rió por lo bajo al ver el collarín, el ojo morado y el labio hinchado de una de las porteras.

—Ja, creías que ibas a poder con Farminator, ¿eh? —Sonrió para sí misma—. Volverá —salmodió con su mejor acento austríaco.

Se le ocurrió pensar lo reconfortante que era tener a Farmer a su lado. Desde que la había conocido, todo el miedo que lógicamente debería haber tenido ni siquiera había salido a la superficie. Sí, Farmer era un plomo con esa actitud suya de "fuera de límites" y esa costumbre suya tan molestísima de ser puñeteramente perfecta y todo eso. Pero, y Nikki era la primera en reconocerlo, era muchísimo mejor que no tenerla cerca.

El chasquido repentino de los pestillos de las puertas le hizo dar un respingo.

—¡Jesús, es que siempre tienes que acercarte a la gente a hurtadillas, casi me meo encima!

—No importa, no es mi coche —dijo Terri, que se deslizó grácilmente en el asiento bajo de cuero y le pasó a Nikki una taza de poliestireno llena de café y una bolsa de patatas Walkers con sal y vinagre—. Éstas son las patatas fritas de aquí. Te las metes en la boca y las masticas.

—Ya sé lo que se hace con ellas —dijo Nikki, cogiendo las patatas con cara hosca—. Nosotros las llamamos papas fritas, que es un uso mucho mejor que esas tiras lacias y blanduchas de patata frita que coméis vosotros.

—Pero seguro que te las comes igual —replicó Terri, cogiendo los prismáticos.

—A veces... tal vez —reconoció Nikki—. Pero prefiero las patatas del Burger King.

—Bueno, disfrútalas ahora que todavía eres joven. Tú espera a tener mi edad y verás cómo las cabronas te alcanzan los muslos con precisión guiada por láser.

—Me estás tomando el pelo, ¿verdad?

—¿Haría yo una cosa semejante?

Nikki resopló con desprecio ante la pregunta.

—Pero si tienes un cuerpo que es un cruce entre una modelo de pasarela y una atleta olímpica, con algo de Arnie añadido. Yo no te veo muslos gordos por ningún lado.

—No me has visto pasar las horas de horas necesarias para mantenerme así.

Nikki estaba a punto de contestar cuando Terri se puso rígida. Contuvo el aliento, esperando a que Terri dijera algo. Mirando por las ventanas cubiertas de vaho, Nikki intentó distinguir lo que ocurría al otro lado de la calle.

—¿Qué está pasando? —susurró.

—Maldita sea —dijo Terri en voz baja.

—¿Qué, qué pasa, Farmer? Háblame, dime algo... lo que sea.

—Ya sabes que me preguntaste qué estábamos buscando y que yo te dije que no lo sabía pero que te lo diría cuando lo viera. Pues creo que acabo de verlo.

—¿Qué es?

—Alguien que conozco ha entrado en el club. Alguien que no me esperaba ver entrando ahí.

—¿Quién?

—Una vieja colega. Bueno, no tan vieja, y la verdad es que sólo trabajamos juntas durante un año más o menos.

—Por el amor de Dios, ¿me quieres decir quién es? —exigió Nikki.

—Se llama Rachel Downs, es policía. Me caía bien, era... es... una buena policía. El problema es que siempre me dio la sensación de que no le gustaban mucho los gays.

—No a todo el mundo le gustan, ¿o es que no te habías dado cuenta...? —Hizo una pausa—. Oh, ya veo a qué te refieres.

—Tiene mala pinta, ¿eh?

—Crees que... a lo mejor... ¿ella es la que está haciendo esto?

—Me gustaría pensar que no, pero eso explicaría ciertas cosas.

—¿Como qué?

—Como por qué la policía no ha dado con la conexión evidente del club en más de ocho meses. Por qué el atacante parece saber exactamente lo que hace y nunca lo ve nadie. Y por qué ninguno de ellos parece tener mucho interés en resolver nada de esto.

—Jesús, una policía. Qué repugnante.

—Bueno, no es muy saludable, te lo reconozco.

—Así que, suponiendo que sea ella la que lo está haciendo, ¿vas a entrar ahí a arrestarla?

—Para nada.

—¿Por qué no? —exigió Nikki indignada.

—Por el pequeño detalle de que tengo que demostrarlo. O por el hecho de que podría estar en una misión encubierta. Por no hablar de que probablemente no me dejarían pasar de la puerta. Por alguna razón, mi encanto y mi carisma no tienen muchas posibilidades de funcionar con ellas en este momento.

—Pues vuelve a darles una paliza.

—Qué sutil.

—A la mierda con las sutilezas, ve a por ella, Farmer, ¡es una orden!

Terri se volvió despacio hacia Nikki, enarcando una ceja.

—¿Una orden? —preguntó suavemente, clavándole la mirada a Nikki.

—Bueno, yo soy la jefa... ¿no? —preguntó, no muy segura de si debía sonreír o no.

Terri reanudó la vigilancia del club, sin decir una palabra.

—Bien, entonces iré yo y descubriré si es de los buenos o de los malos. —Nikki intentó abrir la puerta, pero una mano de hierro la agarró del brazo.

—Tú no vas a ninguna parte donde no te pueda ver.

—Maldita sea, Farmer, suéltame —espetó, tirando de la mano inamovible que la sujetaba. Terri la soltó de repente, haciendo que Nikki saliera despedida y se golpeara la cabeza con la ventana.

—Ay... ¿por qué demonios has hecho eso? —dijo Nikki con una mueca, frotándose el lado de la cabeza.

—Me lo has pedido tan cortésmente que ¿cómo podía negarme? —dijo Terri, sonriendo.

—No tiene gracia.

La sonrisa de Terri desapareció.

—No, no la tiene. Por eso no vas a entrar ahí al ataque, sola, soltando acusaciones a lo loco contra una policía fuera de servicio. Puede que seas rica y malcriada, pero los magistrados se toman muy mal ese tipo de cosas. Tendrías suerte de acabar en el primer avión rumbo a casa.

—Maldita sea, tenemos que hacer algo. No podemos quedarnos aquí sentadas mirándola hasta que nos muramos.

—¿Y qué propones, un linchamiento, le ponemos la cuerda al cuello?

—No, eso no. Y no es que no se lo merezca, la muy zorra.

—Bien, porque lo otro que realmente cabrea a los jueces es que la gente se tome la justicia por su mano. Y también tenemos que tener en cuenta esta pequeña manía de que se es inocente hasta que se demuestre lo contrario.

—Ja, y me lo dice doña Jacqui Chan. Díselo a esas tres de ahí a las que les zurraste una buena la otra noche.

—Esas tres no tendrían el valor de ir a la policía y perder reputación. Ellas lo saben y yo lo sé. Escucha, haremos todo lo necesario para poner fin a esto. Si eso requiere ir más allá de la ley, lo haremos cuando yo lo diga y como lo yo diga y no antes. ¿Está claro?

Nikki se encogió de hombros, mascullando su asentimiento. Se quedaron sentadas en silencio, cada una inmersa en sus propios pensamientos.

—¿Qué tal va la cabeza? —preguntó Terri por fin.

—Me duele.

—Es lo que pasa por pegar a los coches con la cabeza.

—Sí, tú ríete, Farmer.

—No me río, ¿no ves que ésta no es mi cara feliz?

Nikki se volvió hacia Terri, captando el brillo pícaro de sus ojos. No pudo evitar sonreírle.

—A veces puedo ser muy estúpida, ¿verdad?

—Eres joven, todavía no te ha dado tiempo de quitarte la estupidez de encima.

—Muchas gracias, no tienes que estar de acuerdo conmigo tan deprisa cuando me muestro contrita.

—Bueno, si te sirve de consuelo, aunque todavía tardes un tiempo en ganar al Mastermind, al menos eres guapa.

La cara de Nikki se iluminó con una gran sonrisa. Se acomodó en su asiento toda radiante.

No hace falta mucho , pensó Terri, sonriendo por dentro.

Era ya pasada la medianoche: el flujo de mujeres que entraban en el club había ido disminuyendo a unas pocas rezagadas.

—¿Y ahora qué? —preguntó Nikki soñolienta, despertándose de una de sus siestas. Terri continuaba observando la entrada con sus prismáticos. Postura que no había cambiado gran cosa desde hacía más de cuatro horas.

—Esperamos. Es un club privado, pueden tenerlo abierto toda la noche si quieren.

—Esto es un aburrimiento —dijo Nikki, bostezando con fuerza.

—Pero necesario.

—¿Lo vas a hacer todas las noches? Porque tengo que decirte que he tenido citas con chicos mejores que ésta.

—Esto no es una cita.

—No hace falta que me lo digas.

—Mañana podemos quedarnos en mi casa, si prefieres.

Nikki estaba a punto de contestar cuando de repente Terri se irguió. Frotó la ventana y miró al otro lado de la calle. Una ambulancia había parado delante del club.

—Quédate aquí y no te muevas —ordenó Terri.

—¿Qué ocurre? —preguntó Nikki a un asiento vacío. Terri ya estaba a medio camino del club—. ¡Mierda, ojalá dejara de hacer eso! —rezongó Nikki. Observó por los prismáticos cuando Terri se acercó a la ambulancia y habló con el conductor. Poco después ya estaba de vuelta, con expresión furiosa.

—¿Qué pasa? —preguntó Nikki en cuando Terri se metió en el coche.

—Parece que nuestro amigo sigue un paso por delante de nosotras y ha vuelto a cambiar su método. Le han metido a alguien un limpiador industrial en la bebida. Es grave: no saben si va a salir de ésta. Quemaduras graves en la boca y la garganta —contestó Terri furiosa.

—¿Cómo es posible, no lo habría olido antes de bebérselo?

—No, es un maldito limpiador de cañerías que se comercializa por su falta de olor. No creo que hayan probado nunca cómo sabe —dijo Terri con amargura.

—Oye, que no es culpa tuya, no podías saber que iban a atacar a alguien dentro del propio club.

—No, supongo que no. Al menos eso quiere decir que nuestro amigo se está impacientando y quiere que lo cojan, o que empieza a descuidarse y lo cogeremos de todas formas.

A lo lejos se oía una sirena, que se iba acercando.

—Supongo que ya no tenemos que decírselo a la policía, lo del club, me refiero.

—No, la de la camilla era Rachel. Vamos, aquí ya no podemos hacer mucho más esta noche —dijo Terri, poniendo en marcha el motor.

—¿No deberías ponerte guantes o algo? —preguntó Nikki cuando estaban sentadas la una al lado de la otra en el sofá de Terri. Ésta estaba examinando un paquete que habían recogido de recepción en el hotel de Nikki al volver a casa desde el club.

—¿Algo? ¿En qué estabas pensando exactamente? —preguntó Terri, sonriendo por dentro mientras daba vueltas al paquete entre las manos, estudiando atentamente el voluminoso sobre.

—No me tientes, Farmer. Me refería a esos guantecitos de goma que usa la gente en televisión, para no estropear las pruebas.

—Goma, ¿eh? Perversa.

—Déjalo, Farmer. Abre el maldito paquete.

—A lo mejor deberíamos dejarlo para mañana, son más de la una y media y seguro que necesitas tu sueño de belleza.

—¿Cómo, crees que puedo dormir ahora? —preguntó Nikki sin dar crédito.

—Era una idea. Vale, vamos allá.

Deslizó el dedo por debajo de la pestaña y la abrió. Al mirar dentro del sobre, vio unas hojas dobladas de papel tamaño A4, que envolvían una cinta de vídeo. Vació el contenido con cuidado sobre la mesa de cristal, comprobando que el sobre quedaba vacío.

Sujetando las hojas por la esquina, las abrió, echando la cinta a un lado con el nudillo del dedo meñique.

—Así que no quieres estropear las pruebas, ¿eh?

—En ningún momento he dicho lo contrario. Nunca se sabe, podríamos tener suerte y ellos podrían ser estúpidos, pero yo que tú no me haría muchas ilusiones.

La primera hoja llevaba un escrito que sólo decía: "Es guapa. Alta, pero guapa. Tienes buen gusto, ¿pero lo aceptarán los Stevenson?"

—¿Los Stevenson? —preguntó Terri.

—La familia que dirige la empresa para la que trabajo.

Terri asintió.

Apartó la primera hoja, revelando la siguiente con sus fotos. Eran de Terri, entrando y saliendo por la puerta principal de su piso, todas sacadas desde la calle.

—Te han sacado muy bien. La cámara te adora, ¿verdad?

Terri no hizo caso del comentario de Nikki, cogió con cuidado la cinta de vídeo y la llevó al reproductor. Eran unas imágenes de Nikki y Terri rodeándose mutuamente con los brazos. Se vieron a sí mismas saliendo del taxi y subiendo las escaleras hasta el piso de Terri.

—Pero si me estabas ayudando a subir las escaleras después de salir del hospital —dijo Nikki con indignación.

—Sí, pero si no lo sabes...

—¡Qué típica mierda!

—¿Qué?

—¡Me están haciendo chantaje por algo que ni siquiera he disfrutado! —rabió Nikki.

Terri se echó a reír, lo cual no mejoró mucho el humor de Nikki.

—A ti también te afecta, Farmer.

Terri se encogió de hombros, sonriendo.

—Cierto, pero conozco a mi jefa y le parece bien que ayude a otras personas menos afortunadas a subir las escaleras. No le importará nada.

—Me alegro de que todo esto te haga tanta gracia, Farmer —dijo Nikki con tono abatido.

Terri recuperó ligeramente la seriedad al ver la cara triste de Nikki.

—Tienes razón, Nikki, perdona.

—¡Caray, te has tragado mi cara de cachorrito triste! —dijo Nikki, volviendo a sonreír con aire suficiente.

Terri entrecerró los ojos.

—Ah, conque ésas tenemos, ¿eh? Vale, pues yo también sé jugar, señorita Takis —dijo, haciendo crujir los nudillos amenazadoramente.

—Típico, lo único que entiende la gente como tú es la violencia —se burló Nikki, sin dejar de sonreír.

—Ya te llegará la hora, rubita, y cuando llegue, ¡bum! —dijo, subrayando sus palabras al golpear un puño contra la otra mano.

—Ooh, una guerrera grande y valiente pegando a una cosita delicada como yo —dijo Nikki, tocando con el dedo a Terri en un punto sensible debajo de las costillas de la espalda.

Terri se encogió.

—Para ya, Takis.

—¿Sí, qué vas a hacer al respecto? —dijo Nikki, tocándola en el mismo punto.

—He dicho que pares o atente a las consecuencias —gruñó Terri.

—No me das miedo.

Intentó volver a tocar a Terri pero se encontró tumbada boca arriba en el sofá, con las dos manos sujetas con firmeza por encima de la cabeza.

—Te lo he advertido, niña —dijo Terri con tono amenazador, pasándose despacio y cuidadosamente las muñecas de Nikki a la mano izquierda para liberar la derecha. Nikki tragó nerviosa, con la garganta repentinamente seca—. Ahora atente a las consecuencias. —Bajó la cara a pocos centímetros de la de Nikki.

Nikki cerró los ojos, con la respiración acelerada. Empezó a subir la cabeza para encontrarse con Terri a medio camino cuando la mano de Terri bajó como un relámpago y se puso a hacerle cosquillas. Nikki abrió los ojos de golpe por la sorpresa y luego volvió a cerrarlos con fuerza.

—No, por favor... no puedo... no soporto que me hagan cosquillas. Por favor... Farmer... ¡Noooooooo! —Se retorció, pero se podía mover muy poco con Terri sujetándola con tal firmeza. Sólo le quedaba una carta que jugar—. Aaayyyyy, por favor, Farmer... ¡mi espalda! —jadeó.

Terri se apartó de un salto de Nikki como si la hubieran mordido.

—Mierda, lo siento, Nikki, se me había olvidado. Espera, deja que te lo vea, para asegurarnos de que no ha pasado nada.

Nikki se dio la vuelta de mala gana, levantándose la camisa, con una sonrisa de triunfo en la cara que Terri no vio.

—Parece que está todo bien —dijo Terri, pasando las manos con suavidad por el vendaje de Nikki. Ésta cerró los ojos, suspirando suavemente por las caricias de Terri. Frunció el ceño cuando Terri le volvió a bajar la camisa y le dio una palmadita ligera en el hombro.

—No ha pasado nada. De verdad que lo siento, Nikki, no sé qué me ha dado. No volverá a ocurrir, te lo prometo.

—No pasa nada, a decir verdad me he divertido —dijo, dándose la vuelta y levantándose, metiéndose la camisa.

—Mmm, supongo, a juzgar por esa sonrisa de suficiencia que tienes en la cara.

—Yo no sonrío con suficiencia.

—Sí, ya.

Se miraron la una a la otra y se echaron a reír.

—¿Por qué te ríes? —dijo Nikki riendo, inmersa en el momento.

—A lo mejor porque tengo una buena pista de un caso.

—¿Ah, sí?

—Sí. ¿Quién sabía que ibas a estar aquí y quién más sabía desde dónde sacar fotos?

Nikki se encogió de hombros.

—Dímelo tú, tú eres la detective.

—Creo que tenemos que hablar con la gente que empleaste en la oficina de tu padre para dar conmigo.

—¿Por qué demonios iban a hacer una cosa como ésta?

—Ésa es una de las preguntas que quiero hacerles.

—¿Ahora quién sonríe con suficiencia?

—Yo no sonrío con suficiencia. Dejé de hacerlo hace años.

—Muy graciosa, Farmer.

Se miraron la una a la otra y se echaron a reír de nuevo.

Terri estaba en la puerta de la habitación de Nikki, observándola en silencio mientras dormía. En los labios de Nikki se dibujaba una pequeña sonrisa al tiempo que murmuraba algo en sueños seguido de algo que a Terri le sonó sospechosamente a un suspiro satisfecho.

Por los dioses, Farmer, ¿cómo has hecho eso? Apenas conoces a esta chica... mujer, ¿y ya te dedicas a hacerle cosquillas? Jesús, qué falta de profesionalidad, ¿en qué estabas pensando? , se reprochó a sí misma.Sacudiendo la cabeza sin dar crédito, volvió a su propia habitación y cerró la puerta.

Autor: Mark Annetts