La Cobarde (Capítulo 1)

Esto trata de una chica rica de California y de una detective privada de Londres y de cómo su valor cambió el mundo. O algo así.

Advertencia para las lectoras: Historia de mucha acción e Investigación. Y a decir verdad el sexo es bastante moderado! así que bueno... Pero les aseguro que es una historia muy buena con personajes muy entretenidos!

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El hombre cogió el informe que se le tendía pero no se molestó en leerlo. En cambio lo tiró al suelo junto a su maletín.

—¿Qué dice? —preguntó.

—Si lo lee, lo sabrá —fue la escueta respuesta. Las dos personas sentadas a cada lado de la mesa en la pequeña y ordenada oficina se miraron fijamente. El único ruido procedía del ventilador de mesa que oscilaba suavemente y que a pesar de su nombre estaba colocado encima de un archivador.

—Soy un hombre muy ocupado, tengo gente que se encarga de leer estas cosas por mí. No tengo tiempo.

—Bien, entonces dígale a uno de ellos que lo lea por usted.

—Escuche, le he pagado mucho dinero por esto, lo mínimo que espero es un poco de esfuerzo por su parte.

—Vale, pues al grano. Sí, su mujer se ve con alguien. Con varias personas, en realidad. Ahora, si eso es todo, tengo que ocuparme de otros casos, gracias y buenos días. —La mujer se volvió hacia la pantalla de su ordenador y empezó a mover el ratón.

El hombre no hizo ademán de marcharse.

—No le caigo muy bien, ¿verdad?

—No mucho —dijo ella, sin apartar los ojos de la pantalla.

—¿Pero lo suficiente como para aceptar mi dinero?

—Usted ya tiene lo que quería, yo ya tengo lo que quería. ¿Qué quiere, mi número de teléfono particular?

—¿Me lo daría?

—No.

—Eso me parecía. —Hizo una pausa—. Bueno, ¿me va a decir lo que quiero saber?

—¿No era usted un hombre muy ocupado?

—Bueno, pues le diré a mi secretaria que cambie mis citas. No pasa nada.

La mujer dejó de examinar su ordenador y se volvió hacia el hombre. Suspiró y asintió.

—Está bien, ésta es la versión completa. Seguí a su mujer desde su trabajo hasta un hotel de Mayfair. Allí se reunió con alguien y fueron a su habitación. Eso ocurrió varias veces, de hecho. El viernes pasado hubo un cambio. Dos horas después del encuentro en el hotel, se marchó con otra persona distinta. La seguí a ella y a esta tercera persona hasta un club nocturno. Allí, conseguí grabar en vídeo sus intimidades dentro de un cubículo del servicio de señoras. La cinta está en la carpeta, disfrute de ella cuando le convenga. Ahora, si de verdad no hay nada más... —Alargó la mano señalando la puerta de la oficina.

—¿Hubo algún problema?

—Ninguno que no pudiera solucionar.

—Oh...

—La persona que acompañaba a su mujer me pilló durante la grabación y pidió a los gorilas del club que recuperaran la cinta.

—Deduzco que no la consiguieron.

—No.

—¿Sin más?

—Sin más.

Observó a la mujer que tenía delante al otro lado de la mesa.

—¿Por qué no le caigo bien?

—¿Alguna razón por la que debería caerme bien?

—Soy una persona agradable. Si me lo permitiera, se lo podría demostrar.

—Ni aunque fuera el último hombre del planeta.

El hombre sonrió ligeramente y sin humor. Se levantó, metió la carpeta en el maletín y lo cerró con un chasquido.

—Tal vez a la próxima, señorita Farmer. —Le ofreció la mano para que se la estrechara, pero ella no se dio por enterada y se volvió de nuevo hacia la pantalla.

—Por favor, cierre la puerta al salir.

Él se dio la vuelta bruscamente y se marchó de la estancia, dando un portazo al salir.

—Gilipollas —masculló la mujer por lo bajo. Lo cierto era que sentía una lástima absoluta por la mujer por la que le habían pagado para espiar. El marido de la mujer era un hipócrita y un machista arrogante. Un hombre que consideraba perfectamente aceptable tener una cadena de amantes, pero que ni parpadeaba a la hora de contratar a un detective privado para vigilar a su mujer por intentar hacer lo mismo.

Sonrió al pensar en la cara que se le iba a poner cuando llegara a casa y viera la cinta y descubriera que su mujer lo engañaba con otras mujeres. Le está bien empleado , se rió mentalmente.

Al cabo de un momento la risa se le pasó y la mujer suspiró. Al ver su propio reflejo en la pantalla del monitor, lo contempló en silencio. El breve destello de desesperación y anhelo que vio en los penetrantes ojos que la miraban se transformó en una mirada de enfado seguida rápidamente de un gruñido de asco hacia sí misma. Enfadada, apagó la pantalla y se levantó. Maldita sea, hora de volver a casa , decidió. No era que tuviera un deseo especial de hacer lo que la esperaba en casa, pero al menos estaría lejos de las cuatro pequeñas paredes que de repente le resultaban agobiantes.

Cerró meticulosamente con llave todos los cajones, apagó las luces y conectó la alarma de intrusos. La placa metálica que había en la puerta necesitaba una buena limpieza, pero eso podía esperar a otro día: "Terry Farmer, Investigaciones Privadas". El nombre de su padre todavía lucía allí con orgullo. Tocó la placa con la mano, notando el familiar hormigueo y la tranquilizadora sensación de consuelo. Él todavía estaba allí, observando atentamente: lo sentía.

Me estoy ablandando con los años , pensó. Se puso la mano delante de la cara, extendiendo los dedos con tensión isométrica, mirándola fijamente, buscando cualquier señal de pérdida de control. La mano seguía firme como una roca, a pesar de los músculos que se movían bajo la piel. Bien.

Cumplir los treinta no había disminuido su fuerza ni su control físicos. Se frotó la cara con la mano y frunció el ceño. Vamos, Farmer, céntrate, ¿y si el señor Vadgamma saliera de su pequeña oficina y te viera contemplándote la mano? Sonrió un momento al pensar en cómo intentaría explicarle a su vecino lo que estaba haciendo. Claro que él no tendría la descortesía de interrogarla sobre cualquier cosa que decidiera hacer. Sobre todo porque era más de treinta centímetros más alta que él. Pero él era un encanto y siempre le daba los buenos días con una sonrisa cuando se encontraban en la escalera, interesándose siempre por la marcha del negocio de la investigación privada. Ella siempre le devolvía la sonrisa amablemente y le decía que iba todo lo bien que cabía esperar. Él asentía sabiamente, se quitaba el sombrero y se inclinaba ligeramente al dirigirse cada uno en su dirección correspondiente. Se dio la vuelta y abandonó el edificio.

Al llegar a su motocicleta aparcada en el pequeño aparcamiento reservado para el edificio de oficinas, abrió el asiento en el que guardaba el casco y se lo puso en la cabeza, sin molestarse en recogerse el largo pelo negro. La gran moto japonesa se puso en marcha vibrando al tocar un botón, mientras ella se abrochaba la cazadora de cuero. Veinte minutos después entraba en el aparcamiento subterráneo del edificio de pisos de lujo de la orilla de Chelsea, donde vivía, que daba al río Támesis. Su padre habría fundado la compañía, pero era el duro trabajo de Terri, así como su habilidad y su tesón, lo que la había convertido en un negocio de gran éxito. El suficiente como para comprar un piso de lujo en un rascacielos y algunos juguetes caros que rara vez usaba, además de una cuenta corriente que no hacía más que crecer y crecer.

Sus padres estaban muertos y era hija única. Nunca se había casado, ni había estado a punto de hacerlo, ni durante el tiempo que pasó en la universidad, ni durante su corto servicio en el ejército, ni más tarde durante su aún más corto servicio en el cuerpo de policía. Como el dinero, el matrimonio y la familia no eran cosas que le hubieran interesado jamás. La prioridad de su vida era que la dejaran en paz. El trabajo, mantenerse en forma y ganar dinero eran simplemente un medio para ese fin. La familia y los hijos ocupaban un puesto tan bajo en su lista de intereses que se habían caído de ella, en algún momento antes de llegar a la adolescencia. Jamás había aparecido nada ni nadie que la obligara a replantearse la situación.

El piso era grande para tratarse de Londres, pero había costado más de dos millones de libras, así que ya podía serlo. Un extremo estaba cubierto de grandes ventanas de cristal blindado, que daban a un estrecho balcón sobre el río. El interior era minimalista, algunos dirían que espartano. Un suelo de madera, unas cuantas butacas de cuero y un sofá, una gran televisión con pantalla de plasma, unas pocas mesas pequeñas, una de ellas con un ordenador portátil, y una costosa cadena de música que rara vez se encendía eran las únicas cosas visibles. Una sola fotografía de sus padres colgaba de una pared.

Una cocina costosamente equipada, dos dormitorios muy grandes y un cuarto de baño completaban el precio de dos millones de libras. No era mucho, teniendo en cuenta que por esa cantidad se podía comprar una mansión en algunas partes del Reino Unido. Pero Londres era donde la clientela de pago esperaba que viviera, de modo que ahí vivía. Como se le ofrecía mucho más trabajo del que podía aceptar, estaba en la envidiable situación de poder elegir lo que quería hacer. Pero ni siquiera ella era tan estúpida como para rechazar al director de una compañía internacional dispuesto a pagar una cantidad absurda de dinero por estar al tanto de las correrías de su mujer.

Terri colgó su casco en el perchero junto a la puerta de entrada y se quitó la cazadora, colgándola al lado del casco. Era una de las dos o tres noches por semana que reservaba para entrenar en serio. Llevaba tanto tiempo haciéndolo que ni le apetecía especialmente ni intentaba buscarse excusas para no hacerlo. Era simplemente algo que hacía todos los domingos, miércoles y viernes y eso era todo.

Se detuvo de camino al dormitorio para coger una botella pequeña de agua mineral de la nevera de la cocina, dejando las llaves de la moto en un platito que estaba en la encimera. En el dormitorio se quitó la ropa de trabajo, se quedó en sujetador deportivo y bragas y se recogió el pelo en una coleta. Se puso unos ajustados pantalones cortos de ciclista, abrió su gran armario empotrado prácticamente vacío y sacó una pértiga de metal y una barra metálica moldeada.

Tras encajar la pértiga redondeada en unas agarraderas incrustadas en la puerta de su habitación, se agachó y encajó la barra moldeada en unas agarraderas del suelo. Ahora lo único que faltaba era encender la televisión, sin sonido, y contar las repeticiones al ritmo de los programas que se veían silenciosamente al fondo.

Empezó con cincuenta flexiones rápidas de brazo con una sola mano. Dejándose caer al suelo, deslizó los pies en los dos asideros que le proporcionaba la barra metálica moldeada y realizó cincuenta flexiones rápidas de abdominales. Entre tanto, su mente permanecía en blanco mientras veía las imágenes que pasaban flotando por la gran pantalla y su cuerpo se iba entonando en piloto automático. Cincuenta flexiones de brazo espantosamente lentas, seguidas de cincuenta flexiones lentas de abdominales. Así siguió la cosa, mientras Terri forzaba cada vez más su cuerpo, cambiando de movimiento según le iba apeteciendo. A veces con una sola mano, a veces añadiendo giros y vueltas.

Estaba en una forma tan magnífica que lo fue alargando cada vez más para alcanzar alguna barrera de dolor, pero no le importaba. No iba a ir a ninguna parte y no tenía nada más que le apeteciera hacer.

Su cuerpo se cubrió de una capa de sudor al tiempo que la respiración se le entrecortaba ligeramente, pero siguió adelante, y habría realizado varios cientos más de repeticiones de no haber ocurrido algo extraordinario y totalmente inesperado. Sonó el timbre de la puerta.

Algo sobresaltada, Terri cogió el mando a distancia de la televisión y apretó un botón. La CNN quedó sustituida de inmediato por una gran imagen convexa de una joven que esperaba ante su puerta. Más inexplicable era el hecho de que no era nadie que Terri reconociera, aunque, ahora que la miraba más atentamente, la mujer sí que le resultaba conocida de algo. Su dirección particular era un secreto bien guardado, así que aquí no debía presentarse nadie que ella no conociera personalmente y lo cierto era que no conocía a tanta gente.

Con el ceño fruncido, desenganchó los pies de los asideros del suelo y se encaminó a la puerta. Apretó el botón del interfono.

—¿Sí?

Vio que la mujer daba un respingo al oír la voz inesperada. La mujer miró a su alrededor sobresaltada y por fin se fijó en el altavoz que había en el marco de la puerta. Vacilando, la mujer se echó hacia delante y habló en el altavoz.

—¿Señorita... señorita Farmer?

—¿Qué quiere?

—Me gustaría hablar con la señorita Farmer... por favor, señora. —Las claras características de un acento americano entraron por el interfono.

—¿Y si ella no quiere hablar con usted?

La mujer frunció el ceño y se echó hacia atrás, con expresión de sorpresa, rápidamente seguida de enfado. Por alguna razón, eso hizo sonreír a Terri. Decidió que esa monada de expresión indignada le pegaba a la rubia desconocida que estaba al otro lado de su puerta. Suspirando, tomó una decisión y abrió la puerta de golpe, volviendo a sobresaltar a la mujer.

—Ahora estoy ocupada, ¿qué es lo que quiere?

La rubia se quedó allí plantada mirando a la aparición que tenía delante, con la boca abierta de asombro. Era como si una diosa griega se hubiera materializado de repente ante ella. Terri se echó hacia delante y chasqueó los dedos ante la cara de la mujer.

—¡Oiga! ¿Qué hace? —reaccionó la rubia, recuperando la capacidad de procesamiento mental.

—Mire, guapa, estoy sudorosa, hambrienta y bombeando —dijo, volviendo el brazo y enseñándoselo a la rubia—. Y la verdad es que no me quiero quedar aquí hablando con usted. Si tiene algo que decirme, dígalo ya para que las dos podamos continuar con nuestra vida, ¿vale?

La mujer miró el brazo que le presentaba y tragó con fuerza. Evidentemente, ver la sangre que palpitaba y bombeaba en las venas y arterias de Terri de una forma tan alarmante no era algo que le apeteciera mirar, pero, como cuando hay un accidente de coche, al parecer era algo de lo que no podía desviar la mirada.

—Tía, qué asco. —Arrugó la nariz con un gesto de repugnancia—. ¿Qué demonios se está haciendo a sí... misma? —dijo, levantando la vista para encontrarse con unos penetrantes ojos azules que simplemente la volvieron a dejar sin voz.

—Oh, por amor de Dios, estoy haciendo ejercicio, ¿qué parece que estoy haciendo?

—Puaaj... ¿y duele?

Terri frunció el ceño ante la inesperada pregunta.

—¿Que si duele el qué?

—Toda esa sangre corriendo por ahí.

Terri se miró el brazo, algo desconcertada, como si notara el exceso de flujo sanguíneo por primera vez.

—Eeeh, no... siempre hace eso cuando hago mucho ejercicio.

—Caray —fue lo único que dijo la rubia durante un rato—. Llevo toda la vida yendo al gimnasio y nunca había visto eso hasta ahora, en nadie.

—Ya, bueno... a lo mejor no se esfuerzan tanto como yo. —Terri casi sonrió, pero consiguió evitarlo. Notaba que el bombeo iba cediendo, volviendo a la normalidad, y que las venas volvían a situarse bajo la superficie. Tardaría mucho rato en conseguir que volvieran a sobresalir. Suspiró—. ¿Qué es lo que quiere, señorita...?

—Nikkoletta Takis, pero todo el mundo me llama Nikki —dijo la rubia, alargando la mano. Terri se secó la mano en los pantalones cortos y aceptó de mala gana la mano que se le ofrecía. Nikki se la estrechó con un vigor sorprendente.

—¿Qué puedo hacer por usted, señorita Takis?

—Me gustaría contratarla como guardaespaldas durante unos días.

—Soy detective privada, no guardaespaldas. ¿Y cómo ha conseguido mi dirección particular, por cierto?

—No se anda usted por las ramas, ¿verdad?

—Eso me han dicho y usted no ha contestado a mi pregunta.

—Oh, cierto. Estooo, pues pedí a la gente de papá que hiciera unas comprobaciones sobre usted. Lo que está claro es que no resulta fácil dar con usted. —Su sonrisa resplandeciente, unida a su alegre personalidad, era contagiosa y Terri se descubrió cediendo a la sonrisa después de todo.

Terri notó la ropa cara de la joven, mientras sus engranajes mentales se movían con la precisión de costumbre. El apellido Takis y el dinero se plasmaron en una rápida conexión.

—Déjeme que adivine, ¿papá no será Alexander Takis, el magnate naviero griego, por casualidad?

—¡Ése es papá! —sonrió Nikki.

Sacudiendo la cabeza, Terri se echó hacia atrás.

—Supongo que más vale que entre, ya que me ha encontrado.

—Gracias, sé que no lo lamentará.

—¿Qué se apuesta? —rezongó Terri por lo bajo.

—Bonita vista —dijo Nikki, mirando por la ventana el río iluminado por los focos.

—Sí, supongo —respondió Terri, abatida, bebiendo un trago de su botella y acercándose a su lado.

Nikki la miró expectante.

—¿Qué? —dijo Terri frunciendo el ceño. Nikki miró la bebida de Terri con intención—. Oh, eeeh, cierto... ¿quiere algo de beber... o algo?

—No socializa mucho, ¿verdad? —dijo Nikki, sonriendo una vez más ante la incomodidad de Terri.

—Sólo cuando tengo que hacerlo. ¿Y bien?

—¿Y bien qué?

—Que si quiere beber algo o no.

La sonrisa de Nikki se hizo más amplia.

—Sí, gracias. Me gustaría una cerveza, si tiene.

—Lo siento, no bebo alcohol. Agua, leche o a lo mejor tengo algo de té, eso es todo lo que puedo ofrecerle.

—¿Ni siquiera café?

Terri hizo un gesto negativo con la cabeza.

—No me gusta.

—¿Y nunca tiene invitados a los que les podría gustar?

—No.

—Ya. Bueno, pues un té estaría bien.

—Cómo no. —Terri le echó una mirada resentida y fue a la cocina. Nikki examinó el piso, advirtiendo el caro pero escaso mobiliario. Se sentó en el gran sofá de cuero para esperar su bebida. Terri regresó por fin con una taza que tenía a un lado una foto de Buffy Cazavampiros y se la ofreció a Nikki.

—Bonita... taza.

—Gracias —dijo Terri, sentándose en una de las mesas bajas, frente al sofá donde estaba sentada Nikki—. Ahora, ¿qué es lo que quiere? —le preguntó a su visitante.

—Ya se lo he dicho, necesito un guardaespaldas.

—¿Por qué? —dijo Terri, volviendo a beber de su botella.

—Creo que alguien quiere hacerme daño. —El súbito paso de su invitada de la despreocupación al dolor apenas disimulado pilló por sorpresa a Terri, dejándola sin saber muy bien qué decir.

—¿Qué le hace... o sea, quién... por qué piensa eso? —Tragó rápidamente un sorbo de agua de su botella.

—¿Quiere decir que ahora le interesa?

—Tal vez —replicó Terri, secándose la boca con el dorso de la mano. Nikki tenía algo que no hacía más que pillarla desprevenida y en precario. No era una sensación que le gustara. Aquí estaba, no sólo habiendo dejado entrar a una total desconocida en su casa, sino incluso planteándose muy en serio hacer esperar a todos sus demás clientes para acudir en ayuda de la desconocida. Y por mucho que lo intentaba, no acertaba a saber por qué—. Bueno, ¿por qué yo, por qué no uno de los empleados de su padre?

—No... no confío en ninguno de ellos. Podrían estar implicados. Y la otra noche, cuando vi lo que usted era capaz de hacer, pues no tardé mucho en darme cuenta de que había encontrado lo que estaba buscando.

—¿Me vio?

—Sí, enfrentándose a esas tres machorras grandullonas del club, como si no fuera nada, nada de nada. ¡Guau, fue genial!

Terri frunció el ceño.

—¿Usted estaba en el bar gay?

—Claro. Cuando vengo a Londres casi siempre acabo allí, para ver a viejas amigas, tomar una copa, relajarme un poco.

Con el cerebro todavía un poco atontado, Terri siguió adelante malamente.

—¿Y estaba de visita o es usted eeeh... estooo, eeeh...

—¿Lesbiana es la palabra que está buscando?

—Eeeh, sí, supongo —dijo Terri, con cierta timidez.

—¿Y qué si lo soy?

—Nada. Es que me sorprende un poco.

—¿Por qué, es que llevo un cartel de "hetero" estampado en la frente o qué? —El humor de Nikki había cambiado como si alguien hubiera apretado un interruptor. El carácter alegre y dicharachero había desaparecido, para ser sustituido por un áspero antagonismo y unos ojos entrecerrados.

—Eh, cálmese un poco, ¿quiere? —dijo Terri, levantando los brazos con un gesto de rendición—. Oiga, lo siento, ¿vale? Si la he ofendido, le pido disculpas. No era mi intención y, para contestar a su pregunta, no, no me molesta, ni es nada de mi incumbencia.

La mueca de desagrado de Nikki duró unos momentos y luego se relajó y recuperó el buen humor de antes.

—Yo también lo siento, supongo que me he pasado un poco. Es que a veces me siento tan harta de todo eso. Del prejuicio, me refiero, especialmente por parte de otras mujeres.

—No pasa nada, lo comprendo. En serio, yo misma también tengo que aguantar muchas chorradas. Que si no es un trabajo apropiado para una mujer y tal y cual —dijo Terri, esbozando una ligera y, para tratarse de ella, simpática sonrisa.

—No me parece que usted le aguante chorradas a nadie —dijo Nikki con una sonrisa.

—Se sorprendería.

Se quedaron mirándose un momento, cada una analizando lo que había dicho la otra. Terri parpadeó y apartó la mirada, rompiendo la conexión.

Carraspeando, dijo:

—No ha contestado a mi pregunta.

—Sí que lo he hecho —replicó Nikki, con los ojos risueños—. Soy lesbiana.

—No... yo eeeh... me refiero a por qué cree que alguien quiere hacerle daño —dijo Terri, dándose cuenta demasiado tarde de que Nikki le estaba tomando el pelo. Se sonrojó ligeramente, mirando rápidamente por la ventana para intentar disimularlo.

—¿Alguna vez le han dicho lo guapa que se pone cuando se sonroja?

—Eeeh... no —dijo Terri, sonrojándose aún más.

—Eh, tranquila, sólo estaba bromeando con usted —dijo Nikki, alargando la mano para tocarle el brazo a Terri.

Terri se apartó de golpe como si le hubiera picado un bicho, echando chispas por los ojos. Se volvió hacia Nikki en una postura de defensa instintiva. Nikki no pudo evitar soltar un grito sofocado al tiempo que ella también se apartaba por la sorpresa, por lo deprisa que se había movido Terri y por lo bruscamente que todo su lenguaje corporal se había transformado en un mensaje de agresividad bastante terrorífica.

—Quieta ahí, Tigre, que no he querido decir nada —farfulló—. Eh, que la lesbianita no la va a tocar más —dijo, levantando las manos como para demostrar lo que estaba diciendo.

Terri parpadeó, con el cuerpo totalmente rígido de tensión controlada. Se relajó poco a poco y bajó las manos alzadas y luego se agachó para recoger la botella de plástico, afortunadamente casi vacía, que había dejado caer cuando se dispararon sus defensas naturales.

—Eeeh, lo... lo siento. No me gusta que nadie me toque... inesperadamente.

—Ya lo veo —dijo Nikki, con tono gélido.

—No se ponga así, hombre o mujer, me habría dado igual.

—Sí, ya, lo comprendo. Lo comprendo absolutamente.

La expresión de Terri se convirtió en un muro de piedra.

—Tal vez sería mejor que buscara a otra persona que la ayude con sus problemas, señorita Takis. —Su voz carecía de entonación alguna.

—Si cree que es lo mejor —replicó Nikki. Terri se limitó a asentir, sin que su cara dejara entrever nada.

Nikki miró un momento a los ojos inexpresivos de Terri y luego frunció el ceño.

—¡Muy bien! —Y con eso se marchó bruscamente, dando un portazo al salir del piso.

—Bueno, qué bien ha ido todo, me parece —dijo Terri abatida, hablando con la habitación vacía, inexplicablemente enfadada consigo misma. El piso parecía de repente privado de vida ahora que la temperamental señorita Takis se había ido. Suspiró con fuerza, se frotó los ojos y se dejó caer en el sofá de cuero, reclinando la cabeza y manteniendo los ojos firmemente cerrados. Por primera vez desde hacía mucho tiempo, se dio cuenta de lo inerte que era en realidad su supuesto hogar.

Tras quedarse más de diez minutos sentada inmóvil, Terri por fin se animó a hacer el esfuerzo de levantarse del sofá y guardar las barras de ejercicio para otro día. Cuando estaba cerrando el armario, se oyó un golpe suave en la puerta de entrada. No era posible, decidió, y no hizo caso. Pero volvió a sonar, esta vez aún más suave, si es que eso era posible.

—¿Qué es esto, Piccadilly Circus? —gruñó. Llegó a la puerta con paso decidido y la abrió de golpe, preparada para explicar con gran precisión por qué era tan mala idea llamar a su puerta, pero sus palabras quedaron bruscamente en suspenso. Allí estaba Nikki, con los ojos casi cerrados, tambaleándose suavemente como si estuviera a punto de desplomarse. Tenía la piel de color ceniciento, al haber perdido el color de su bronceado californiano normal.

—¿Sería tan amable de llamar a una ambulancia por mí? Parece que... he tenido... un ligero accidente. —Se le pusieron los ojos en blanco y cayó sin hacer ruido al suelo. Suelo en el que se habría estampado si Terri no la hubiera agarrado. Sólo entonces vio Terri el rastro de sangre que recorría el pasillo y sintió que se le mojaban las manos. Mirando por encima del hombro caído de Nikki, vio que su inmaculado traje a la medida estaba rajado desde el omóplato hasta la nalga, revelando una espalda igualmente rajada. La sangre de Nikki escapaba a una velocidad alarmante, acumulándose a sus pies. Mirando rápidamente a ambos lados del pasillo, Terri levantó en brazos sin esfuerzo a la rubia caída y la llevó dentro. Cerró la puerta de una patada, llevó a Nikki a su habitación y la colocó con cuidado boca abajo en la cama.

Abriendo la ropa de Nikki, Terri examinó la herida. Era profunda, pero no tan profunda como para matarla directamente. Probablemente causada por una navaja Stanley o un escalpelo , decidió su mente analítica sin pensar en ello realmente. Aunque el corte probablemente no la iba a matar, la gran pérdida de sangre podría conseguirlo. Agarrando el teléfono que había junto a su cama, marcó el 999 y explicó el problema de forma sucinta y eficaz. Al cabo de un momento, una ambulancia ya iba de camino, junto con un coche de policía.

Terri corrió al cuarto de baño y volvió, habiendo hecho acopio de toallas. Las apretó contra la herida, intentando presionar todo el corte, pero no era fácil. Lo único que podía hacer ahora era esperar a que llegara la caballería. Bueno , pensó, parece que he vuelto al caso. Desde luego, es mucho mejor que espiar a esposas o buscar herederos fugados.

Tardaron un poco en entrar todos en la ambulancia, debido sobre todo al hecho de que Nikki estaba aferrada a la mano de Terri y, a pesar de todos los ruegos posibles, se negaba a soltarla. Había recuperado el conocimiento justo cuando el personal de la ambulancia intentaba trasladarla a una camilla. La policía había llegado al mismo tiempo e intentaba interrogar a Terri.

Al ver que Nikki abría los ojos, Terri se arrodilló a su lado, diciéndole que pronto estaría en el hospital y que todo iba a ir bien. Cuando iba a apartarle a la rubia el pelo de los ojos, la mano de Nikki salió disparada y agarró a Terri de la muñeca. El habitual instinto defensivo de Terri quedó anulado por un súbito deseo de permitir que la mujer la agarrara. Terri podría haberse soltado la mano, pero inexplicablemente decidió que no quería hacerlo.

—Parece que vuelvo a estar contratada, ¿no? —dijo suavemente. Nikki no dijo nada, simplemente asintió con la cabeza para confirmarlo—. Tranquila, Nikki, ahora está en buenas manos. Estos hombres la van a llevar al hospital y la van a dejar como nueva. —Sonrió a la herida tranquilizadoramente. O al menos esperaba que fuera una sonrisa tranquilizadora. No tenía gran experiencia en estos temas, como ella misma era la primera en reconocer.

—No... no me encuentro... muy bien.

—Lo sé, pero si me suelta la mano no tardaremos en ponerla bien.

Nikki sacudió la cabeza violentamente, negándose terminantemente a hacer tal cosa. Terri miró a los dos encargados de la ambulancia y se encogió de hombros.

—Parece que nos vamos a ir todos juntos.

—Eso parece —dijo el más viejo, devolviéndole la sonrisa.

—No hemos terminado las preguntas —dijo una de las agentes, una joven policía que a Terri le parecía que no tenía más de doce años. Dios, me estoy haciendo vieja , pensó deprimida.

—Pueden seguirnos hasta el hospital. Ahí les contestaré a cualquier pregunta.

La policía miró a su compañero de más edad. Éste asintió, guardando su cuaderno de notas, y habló en la radio que llevaba instalada en el hombro, informando a la comisaría de la situación y pidiendo que se pusieran en contacto con el hospital. Es pasmoso cómo se abren todas las puertas si eres la hija de un multimillonario , pensó Terri con cierto desagrado.

La sirena aullaba tristemente cuando se pusieron en marcha. Terri iba hablando en voz baja con Nikki, con la esperanza de que sus palabras la reconfortaran un poco, mientras el sanitario aplicaba tiritas de mariposa a lo largo de la herida de Nikki. La ambulancia se balanceaba y sacudía mientras corría rumbo al hospital, dificultando al sanitario la tarea de insertar una aguja para un goteo salino.

—Ya no falta mucho —dijo Terri, pero Nikki había vuelto a quedarse inconsciente, lo cual por fin permitió que Terri se soltara la mano—. A ver, deme eso —dijo Terri, arrebatándole hábilmente la aguja al torpe sanitario. Sin la menor vacilación, insertó limpiamente la aguja en una vena, la sujetó con esparadrapo, fijó el tubo y abrió la válvula. Se echó hacia atrás como si aquello fuera algo normal y cotidiano.

—¿Es usted médico? —preguntó el hombre, atónito.

—No.

—Entonces có...

—Entrenamiento militar.

—Ah... ya. —Hizo una pausa—. No se lo dirá a nadie, ¿verdad?

—¿El qué?

—Que no he podido... bueno, ya sabe —dijo, señalando el goteo.

—No.

Él se relajó.

—Se pondrá bien, ¿sabe? Tiene mal aspecto, pero no es profundo.

—Lo sé —dijo ella, sin levantar la mirada.

—¿Es amiga suya?

—No exactamente.

—Usted no habla mucho, ¿verdad?

—No.

Se quedaron en silencio durante el resto del trayecto.

La puerta de la ambulancia se abrió y subió un equipo, que agarró la camilla de Nikki y la metió rápidamente en el hospital. Terri miró el reloj. Desde el momento en que Nikki volvió a aparecer en su puerta hasta su llegada al hospital, habían pasado poco más de veintisiete minutos. No está mal, supongo , pensó. Aunque me pregunto cuántos de nosotros tendríamos escolta policial.

Las colas y los médicos agobiados y con demasiados pacientes no eran para Nikki. La llevaron a través de la confusión general de la sala de urgencias hasta un ascensor privado que los llevó a un piso superior. Allí la recibieron varias enfermeras y dos médicos, que se pusieron a trabajar de inmediato. La medicina privada tenía sus claras ventajas.

Nadie pareció cuestionar el hecho de que Terri acompañara a Nikki al quirófano, aunque procuró no estorbar a nadie. Una vez se supo que era la guardaespaldas privada de Nikki, nadie la molestó. Observó mientras uno de los médicos cosía la espalda de Nikki con puntos pequeños y finos. Es evidente que las cicatrices no son para los ricos y famosos , sonrió por dentro. Dudo mucho de que haya nadie que me vaya a tratar a mí así de bien.

Por fin terminaron todas las tareas y trasladaron a Nikki a una habitación privada, donde una enfermera la vistió cuidadosamente con un camisón de hospital.

—Usted se querrá quedar, ¿no? —le preguntó a Terri.

—Pues sí.

—¿Quiere un té o un café? La bella durmiente va a tardar un rato en despertarse.

—Té, sin azúcar, por favor. Ah, ¿y podría ofrecerle algo a esa policía?

—Claro.

La agente de policía se había quedado a montar guardia hasta que un agente del cuerpo de protección de personas importantes llegara al hospital. Era evidente que no le hacía mucha gracia y estaba sentada rígidamente en una silla fuera de la habitación de Nikki, mirando malhumorada a todo el que se acercaba.

Terri había contestado a todas sus preguntas, lo cual no había llevado mucho tiempo, puesto que tenía poca cosa que contarles, al no saber nada sobre las circunstancias del ataque, salvo que había ocurrido cerca de su piso. Era evidente que no la creían, convencidos al parecer de que se estaba guardando información a pesar de su empeño en convencerlos de que realmente no sabía nada al respecto, pues acababa de empezar a trabajar en el caso cuando ellos llegaron.

Terri se quedó sentada bebiendo el té, observando a su nueva jefa sumida en un sueño producto de los medicamentos. La policía había sido relevada poco después de medianoche. Su sustituta no llevaba uniforme, pero Terri reconoció el aspecto inconfundible de una agente de policía. Hablaron fuera, sin que Terri pudiera oírlas, mientras las miraba por la media partición de cristal. La agente señaló con la cabeza a Terri, con el ceño fruncido. La mujer de paisano se limitó a asentir, con los labios apretados. Era evidente que la presencia de Terri no era bien recibida. Iba a ser una noche muy larga.

—¿Todavía está aquí, cielo? —preguntó la enfermera en voz baja, al regresar para el turno de la mañana.

—Eso parece —dijo Terri, medio dormida. Sólo había conseguido echar sueñecitos ligeros aquí y allá, sentada en la butaca junto a la cama.

—¿Todavía no se ha despertado?

—Sigue durmiendo el sueño de los justos.

—¿Qué le gusta desayunar?

Terri enarcó una ceja.

—No he tenido ocasión de preguntárselo —dijo por fin.

—Le encargaré un desayuno inglés normal.

—Tal vez debería esperar y preguntárselo directamente. Es griega americana o americana griega, no estoy muy segura.

—Ah, pues entonces un tazón de Cornflakes y una taza de café.

Terri se encogió de hombros.

—Supongo que se lo hará saber cuando se despierte.

La enfermera salió para dar instrucciones a un asistente que esperaba fuera.

Cuando el asistente se marchaba llegaron dos hombres, que se acercaron a la agente de policía que guardaba la puerta. Ella les pidió que se identificaran, pareció satisfecha y les permitió entrar en la habitación. Uno de los hombres era bajito y moreno, el otro medía más de metro ochenta y era muy musculoso. Terri se movió para interceptarlos.

—¿Quiénes son ustedes y qué quieren de mi cliente?

El hombre más bajo la miró como si acabara de salir de debajo de una piedra.

—No es asunto suyo. Carl, sácala de aquí y luego quédate fuera mientras yo hablo con mi hermanita.

El grandullón colocó una mano en el hombro de Terri.

—Disculpe, cielo, si no le importa venir...

No consiguió decir mucho más, pues Terri le cogió la mano que tenía sobre su hombro, se giró por debajo de su brazo estirado y se lo dobló a la espalda. Agarrándolo del pelo, tiró de su cabeza hacia atrás y le hizo caer de rodillas con una patada en las piernas.

—Se lo he preguntado de buenas maneras. ¿Quiénes son y qué quieren de mi cliente?

Carl no hizo el menor intento de resistirse, con los tendones del brazo doblado clamando por liberarse. Sólo haría falta un ligerísimo empujón para romperle el hueso. No sabía quién demonios era esta mujer, pero no bromeaba en absoluto.

El hombre bajo se quedó mirando boquiabierto por el asombro.

—¿Carl? —dijo.

—No, ya hemos dejado claro que éste es Carl. ¿Usted cómo se llama? —dijo Terri, empujando ligeramente hacia arriba el brazo de Carl, lo cual hizo que éste gimiera de dolor.

—Suéltelo, esto... ¡esto es un escándalo! —farfulló el hombre bajo.

—Tranquila, señorita Farmer, puede soltar a Carl. Éste es Christos, mi hermano. Carl es su guardaespaldas —dijo una voz apagada desde la cama. Nikki se incorporó despacio, haciendo una mueca de dolor al mismo tiempo—. Dios, estoy hecha una mierda —gimió. Inmediatamente, Terri dejó caer a Carl al suelo y se colocó al lado de Nikki.

—¿Está segura de que podemos confiar en estos dos? —preguntó, cogiendo automáticamente la mano de Nikki mientras hablaba.

Nikki la miró con los ojos llenos de dolor.

—Es un gilipollas, pero al menos es de la familia. En cuanto a Carl, sólo hace lo que se le dice, ¿verdad, Carl?

—Sí, señorita Nikki —dijo él, levantándose, flexionando el brazo liberado con una mueca de dolor.

—Tenemos que hablar, Nikkoletta, a solas. ¿Podemos hacer una tregua y sujetar a nuestros perros, por favor? —le preguntó Christos a su hermana.

—Por favor... vaya cambio de actitud. Es curioso lo mucho que pueden mejorar tus modales con un poco de fuerza bruta —se burló Nikki.

—¿Quiere que los eche? —preguntó Terri, sin quitarles la vista de encima a los dos hombres.

—No será necesario, señorita Farmer. ¿Le importa esperar fuera con Carl un momento? No tardaremos, se lo prometo —dijo Nikki, sonriendo a Terri encantadoramente.

—Eeeh, claro, si eso es lo que quiere... jefa.

—Jefa, eso me gusta —sonrió Nikki y luego volvió a hacer un gesto de dolor, cerrando los ojos.

Apretando a su vez brevemente la mano de Nikki, se volvió para irse y se topó con Carl, que ahora se cernía sobre ella, furibundo.

—Esta vez le ha salido bien porque no me lo esperaba —dijo, clavándole a Terri un dedo indignado en el pecho—, pero se lo advierto, no va a volver a oc...

Por segunda vez Carl se encontró girando de golpe y con el brazo doblado a la espalda, pero esta vez una mano lo agarró de la nariz y se la retorció dolorosamente, echándole la cabeza hacia atrás hasta que quedó apoyada en el hombro de Terri.

—Venga, Caaaarl —dijo, alargando el nombre—, vamos a buscar algo de desayunar y a dejar que los hermanos inicien su conmovedora reunión familiar.

—Bare, bare, be está robbieddo la dariz —lloriqueó él patéticamente, mientras Terri lo empujaba hacia la puerta.

—Estaré ahí fuera si me necesita, jefa —le dijo Terri a Nikki.

—Recibido —sonrió Nikki. Christos se limitó a menear la cabeza con desagrado mientras los dos guardaespaldas salían de la habitación.

—Bonitos movimientos —dijo la policía, cuando pasaron ante su silla en el pasillo.

—Gracias —contestó Terri, con el amago apenas de una sonrisa en su rostro impasible.

—Vale, reconozco que te sabes mover, pero has tenido suerte, habría podido contigo.

Terri se volvió para mirar a Carl. Casi hacía pucheros de indignación al tiempo que se ocupaba de su café y de su ego herido.

—Carl, seguro que eres un buen guardaespaldas y sabes hacer tu trabajo. Eso lo respeto. Pero no te interpongas en mi camino y nos llevaremos bien. Se supone que estamos del mismo lado, ¿sabes?

—Sí, ya lo sé, pero...

Terri subió bruscamente la mano para hacerlo callar, lo cual hizo que Carl se encogiera y se callara al instante. Terri frunció el ceño, llevándose la otra mano al oído.

—¡Qué hijo de puta! —gruñó, levantándose de un salto—. Tú, quédate aquí —dijo, señalando con el dedo directamente a la cara de Carl. Éste volvió a encogerse y asintió. Ella volvió corriendo por el pasillo hasta la habitación de Nikki, esquivando con facilidad a la policía sobresaltada. Abrió la puerta de golpe y sorprendió a Christos, que se cernía amenazador sobre Nikki, sujetándola del brazo brutalmente. Nikki gemía por haberse torcido la espalda y trataba de quitárselo de encima por todos los medios.

Más deprisa de lo que Christos creía humanamente posible, Terri cruzó la habitación y lo sujetó por el cuello contra la pared del fondo, dejándolo con los pies en el aire.

—Dios, ¿pero qué le pasa? La acaban de coser, ¿y usted se pone en plan matón con ella?

Christos intentó hablar pero le resultó imposible con la garganta cerrada por la ferocidad con que Terri se la apretaba.

—Está bien, señorita Farmer, ya puede bajarlo. —La agente de policía había sacado el revólver, pero lo sujetaba apuntando al suelo—. Estoy entrenada para usar esto si creo que es necesario aplicar la fuerza letal. Y ahora mismo yo diría que está poniendo su vida en peligro.

Sin soltar a Christos, Terri se volvió para mirar a la policía.

—Sólo hago mi trabajo, proteger a mi cliente.

—Creo que ya lo ha dejado claro, señorita Farmer.

—Usted —dijo ella, dejando que Christos cayera al suelo de rodillas—, salga de aquí.

El hombre se desplomó aspirando grandes bocanadas de aire.

—Carl —graznó.

—Aquí estoy, señor Takis —dijo Carl desde la puerta. Terri se giró en redondo y lo fulminó con la mirada. Él abrió los brazos con gesto de súplica—. Mira, es mi jefe...

Terri lo miró ceñuda.

—Sácalo de aquí. Ah, y Carl, no tendrás ningún cuchillo, ¿verdad?

—Claro que sí.

—No lo usarías anoche, ¿verdad? Y no me mientas, porque lo sabré.

—¡No! Yo jamás haría daño a la señorita Nikki. No podría —dijo, lo último casi en un susurro.

—Te creo, Carl. Ahora llévate a tu jefe a casa y no volváis a hacer otra visita. ¿Me comprendes?

—Espere un momento —jadeó Christos, que seguía a cuatro patas.

—¿Me comprendes? —repitió Terri, clavando los ojos en el guardaespaldas.

Carl asintió.

—Comprendo —replicó tensamente.

—Bien, pues llévatelo de aquí. ¡Ahora!

Él levantó a su jefe y lo sacó sin protestar de la habitación.

—Ya puede guardar eso —dijo Terri, volviéndose a la policía. La mujer repasó sus opciones por un momento. Respiró hondo y volvió a guardarse el revólver en la funda.

—No he visto nada —dijo, cerrando la puerta en silencio al salir y volviendo a sentarse en el pasillo.

—¿Cómo... cómo lo ha sabido? —preguntó Nikki.

—¿Que su hermano se estaba portando mal? —terminó Terri por ella.

Nikki asintió.

—Si se lo dijera, tendría que matarla.

—¡Qué! —exclamó Nikki. Terri corrió a su lado inmediatamente, cogiéndole la mano.

—Perdone, Nikki, eso ha sido una estupidez por mi parte. Un mal chiste.

Nikki se relajó ligeramente, entre otras cosas porque la mano firme pero suave de Terri le resultaba muy agradable.

—No ha contestado mi pregunta, señorita Farmer —dijo Nikki, casi con timidez.

—Si me va a pagar cantidades obscenas de dinero por hacer esto, puede llamarme como guste, pero yo prefiero Farmer a secas. Especialmente tratándose de mis amigos —añadió, casi trabucándose a su vez, preguntándose de dónde demonios había salido eso último.

—Vale... Farmer —dijo Nikki sonriendo—. ¿Cómo lo ha sabido?

—Ah, muy sencillo, he puesto un micrófono en la habitación —dijo, sacándose un pequeño radiorreceptor del oído izquierdo y mostrándoselo a Nikki.

—¿Ha pinchado mi habitación? —Las cejas de Nikki se enarcaron hasta tocar el nacimiento del pelo.

—Claro, nunca se es lo bastante cuidadoso en trabajos como éste. —Terri se encogió de hombros y se volvió a colocar el receptor en el oído—. El micro está ahí, en la esquina de la cama.

—No puedo creer que haya hecho eso.

—Pues menos mal que lo he hecho, creo yo, ¿no?

—Supongo. Pero preferiría saber de antemano si va a volver a hacer algo así en el futuro.

—Intentaré recordarlo —dijo Terri, sonriendo con aire travieso.

Se miraron a los ojos más tiempo del que a ninguna de las dos le resultó cómodo pero afortunadamente —al menos para Terri— las salvó un médico que entró en la habitación, con una carpetilla en la mano.

—Enhorabuena, señorita Takis, ¡va a ser madre de una niña tan preciosa como su mamá! —exclamó.

—¡Qué! —chilló Nikki.

El médico puso un ceño exagerado.

—Oh, fíjese, qué tonto soy, me refería a otra persona, me he equivocado. —Se rió de su propio chiste.

—Dios, tengo que salir de aquí —dijo Nikki, meneando la cabeza y frotándose las sienes—. Este sitio no es bueno para mi salud.

—Ah, bueno, por eso vengo a verla. Todos los análisis de sangre han dado negativo, aunque algunos otros tardarán unos días en estar listos, así que le convendría llamar y pedir los resultados. La herida parece todo lo sana que es de esperar y usted parece encontrarse en buenas manos —dijo, mirando a Terri con intención.

—Genial, ahora también soy enfermera. Su factura no hace más que crecer, señorita Takis —dijo Terri, sonriendo de oreja a oreja.

—Para ti Nikki o jefa, Farmer, y no lo olvides.

—Sí, perdón, jefa —dijo, sin dejar de sonreír.

—Bueno. —El médico carraspeó—. Vamos a ver si podemos darle el alta. Estoy seguro de que a la policía de ahí fuera también le gustaría irse a casa.

—¿De verdad está en condiciones de marcharse? —le preguntó Terri al médico.

—Sí, claro, una chica joven y en forma como la señorita Takis, esto lo superará en nada de tiempo. Pero tómeselo con calma, que ha perdido mucha sangre. Vuelva dentro de una semana o vaya a su médico de cabecera para que le quite los puntos. Prácticamente no debería quedar cicatriz. Es un genio de los puntos, el joven Fowler. Yo le he enseñado todo lo que sabe, se lo advierto —dijo el médico, sonriendo alegremente.

—Mujer.

—¿Cómo dice?

—Es una mujer, no una chica. —Terri le clavó una mirada firme.

—Sí, sí, por supuesto, un error. Le pido disculpas, señorita Takis —dijo él, inclinándose ligeramente ante Nikki. Salió a toda prisa de la habitación, mascullando algo sobre otros pacientes.

—Caray, te tomas muy en serio esto de defenderme, ¿verdad? —dijo Nikki, sonriendo a Terri.

—Sí.

—Ojalá te hubiera contratado media hora antes.

—Te podrías haber ahorrado ciertos problemas.

—No te gusta mucho la charla intrascendente, ¿verdad?

—Eso me han dicho.

Terri había arreglado las cosas para que trajeran algo de ropa a Nikki, para sustituir a la que se había estropeado en el ataque. Nikki consiguió llegar andando hasta el taxi que esperaba, después de que el hospital insistiera en que viajara de la cama al mundo exterior en una silla de ruedas. Al caminar rígidamente hasta el taxi, decidió que la silla de ruedas no había sido tan mala idea después de todo.

—¿Qué tal vas?

—Muy bien, aparte de que me duele todo y me siento como si se me hubieran saltado todos los puntos —refunfuñó Nikki desde el asiento trasero del taxi.

—Qué va, cuesta mucho que se salten los puntos, lo sé por experiencia personal.

—Sí, seguro que sí —dijo Nikki de mal humor. Terri sonrió. El trayecto hasta el piso de Terri duró mucho más que el viaje en ambulancia. Para cuando llegaron, Nikki estaba muy dolorida. Se había puesto pálida y estaba cenicienta y sudorosa.

—¿Crees que podrías...?

—Claro —dijo Terri, pasándose el brazo de Nikki por el hombro y ayudándola a subir los numerosos tramos de escaleras hasta su piso.

—¿Estás segura de que quieres convalecer aquí? ¿No hay algún otro sitio que te resulte más cómodo?

—Ya lo hemos hablado, Farmer, por ahora aquí es donde me siento más segura. Cuando me encuentre bien del todo otra vez, me replantearé mis opciones.

Terri abrió la puerta de entrada y pasaron. Llevó a Nikki medio a cuestas hasta el sofá y la sentó delicadamente. Nikki hizo una gran mueca de dolor al apoyar la dolorida espalda en el cuero frío.

—¿Quieres beber algo? ¿Qué tal una aspirina o algo así?

—Ahora mismo un vaso de agua y un analgésico me vendrían bien.

Terri no tardó en volver con lo que le había pedido.

—Los gastos de pensión son aparte, ¿sabes? Va mucho más allá de lo que hago normalmente.

Nikki miró a Terri para ver si lo decía en broma. No parece , decidió.

—No hay problema, Farmer, tengo los bolsillos hondos y los brazos largos.

—Parece una característica útil.

—Sí que lo ha sido, deja que te diga.

—Debe de estar bien eso de criarse con tanto dinero.

Nikki se encogió de hombros.

—No todo ha sido un lecho de rosas. Con eso de que mamá y papá se divorciaron y nosotras volvimos a Estados Unidos.

—¿Nosotras?

—Sí, mamá y yo. A ella le entró la nostalgia y decidió que ya no le gustaba ser una solitaria ama de casa griega. Y me llevó con ella. Por supuesto, yo era demasiado pequeña para darme cuenta de cómo se le rompió el corazón a mi padre, pero él se quedó con Christos, así que no pudo quejarse mucho.

—Me parece un poco desalmado, separar así a unos hermanos.

—Bah, la verdad es que nunca nos hemos llevado bien. Yo ni me lo planteé. Ni me lo planteo ahora, como has podido ver.

—Bueno, ¿es ahora un buen momento para hablar de lo que ha pasado? Sé que has hecho una declaración a la policía, pero me gustaría oírlo por mí misma, sólo entre tú y yo. ¿O prefieres hablar de por qué Christos amenazó con hacerte callar para siempre o de por qué tu distante padre está decidido a que ocupes su puesto en lugar de dejar que su niño querido coja las riendas de una de las compañías navieras más grandes del mundo?

—Oíste todo eso, ¿eh? Sí, claro que lo oíste, si pusiste un micro en mi habitación. Qué tontería acabo de decir.

—Bueno, ¿qué va a ser, intriga familiar o atacante loco?

—Es complicado... lo de la situación familiar, quiero decir. ¿Y si nos centramos en el crimen callejero, por ahora?

—Lo que sea, soy fácil de contentar. En estos momentos tengo muchísimo tiempo. Acabo de conseguir una nueva jefa estupenda que me paga un montón por hacer lo que sea.

—¿Lo que sea? —dijo Nikki, sonriendo.

—Casi lo que sea.

—¿Dónde pones el límite?

—¿Quieres saber de verdad las Reglas de Farmer?

—Sí, claro.

—Vale, pues no voy a matar a nadie, a menos que se lo merezca. No voy a robar nada, a menos que lo necesite, y no me voy a quedar a un lado viendo sufrir a gente inocente, especialmente niños. Eso es todo, la verdad, aparte de que nunca incumplo mis reglas, a menos que tenga que hacerlo. Ah, y no trabajo gratis.

—Me alegro de saber que tienes un código ético tan estricto, Farmer.

—Me ayuda a ir tirando.

—Seguro.

—Y ahora, ¿por dónde íbamos antes de tan grosera interrupción? —preguntó Terri.

Autor: Mark Annetts