La clínica

No podía creer que diez años después volviera a cruzarme con la espectacular Marina. La suerte estuvo de mi lado.

Mi nombre es Eduardo y trabajo como vigilante de seguridad en una clínica de fertilidad de gran prestigio.

Aquella tarde, justo a última hora, el médico que quedaba de guardia me dijo que la paciente que esperaba para el final del día no había llegado y que él se tenía que marchar, pues ya eran más de las ocho. Me dijo que si llamaba o venía esa paciente que le dijera que pidiese una nueva cita al día siguiente, pues el centro cierra a las ocho, aunque yo me tenga que quedar toda la noche, donde por cierto, me pillo unos muermos de cuidado.

El doctor se fue y me quedé solo. Me puse cómodo en el sillón del médico, encendí el ordenador y me dispuse a echar una partida al solitario, como cada tarde/noche.

A eso de las ocho y media llamaron al timbre de la puerta. Como no me apetecía bajar a abrir, desde allí mismo puse la clave para el acceso a las cámaras que me permite controlar todo el centro desde cualquier ordenador y pinché la número 5 que corresponde a la puerta principal.

¡Flipé! A través del monitor pude ver claramente que una rubia de infarto, lo que suelo llamar yo un “pibonazo de altura”, la que llamaba insistentemente. Por la posición de su cara en la cámara se la veía bastante alta, aunque también es verdad que calzaba unos zapatos de esos de larguísimo tacón. Fijándome más se veía preciosa con su indumentaria: Una minifalda vaquera, bastante corta, que dejaba a la vista unas largas y preciosas piernas, una camiseta blanca bien ceñida y encima una cazadora vaquera a juego con la falda. Estaba alucinando. Acerqué el zoom de la cámara desde el control y le hice una inspección a su rostro. ¡Qué buenas estas cámaras de alta definición! Me quedé de piedra al ver que se trataba de Marina, no me lo podía creer, la famosa Marina… la tía más buenorra del instituto, aquella que diez años atrás nos tenía a todos los tíos locos en clase y a todas las clases de alrededor. Una mujer espectacular con la que nadie confesó haberse comido un rosco y sí haberse hecho un millón de pajas en su honor. Era la típica rubita calientapollas que se cree la dueña del mundo, pero su cuerpo y su cara eran para enmarcar y a esa edad lo que menos nos importaba es que fuera tonta del culo, el caso es que todos estábamos enganchados a la belleza y sensualidad de Marina, aunque ella pasara olímpicamente de cada uno de nosotros.

Apenas había cambiado en esos diez años, sí quizá más mujer, pero no había perdido ese punto de rubia infartante, de bomboncito deseable por todo hijo de vecino, incluso diría que había mejorado con los años.

Volvió a sonar el timbre pues ella debía impacientarse.

Pulsé el micro y contesté.

  • Hola, buenas tardes. ¿Qué desea?- dije educadamente sin moverme de la silla y sin darme a conocer a esa preciosidad, aunque seguramente ella no se acordaría de un mortal como yo, al menos, no tanto como yo de ella.

Acondicioné mi polla que empezaba a despertar de su letargo bajo mis pantalones.

  • Hola, me llamo Marina, tenía cita con el doctor Marín, pero no he podido venir antes.

  • Pero, ¿A qué hora tenía cita señorita? - volví a preguntar sin dejar de admirar a esa rubia inalcanzable.

  • Pues a las siete y media, pero he tenido un problema con el coche y no he podido llegar hasta ahora, me ha dejado tirada, llamé a la grúa y al final he venido en un taxi.

Pensé en las excusas que siempre se ponen en estos casos, pero era inevitable aceptar cualquier disculpa viniendo de la espectacular belleza de Marina.

  • Pues es que nuestro horario médico ha terminado a las ocho. Será mejor que pida cita para mañana. - dije poniéndome chulito.

  • ¿Mañana? - preguntó casi chillando.

  • Sí, mañana. Puede venir con tiempo, ¿no?

  • ¿No podría hacer una excepción? Es que mañana me va a ser totalmente imposible. Necesito que sea hoy, doctor. Es algo importante.

Sin duda, Marina había interpretado que yo era un doctor de la clínica y necesitaba ser atendida, según ella, con bastante urgencia. “Ya te iba a poner yo una inyección si fuera médico”, pensaba para mí.

  • Es que no puede ser. - insistí, sin poder evitar esbozar una sonrisa maléfica.

  • Verá, el doctor Marín me dijo que viniera en esta fecha porque es mi mejor momento de ovulación y mañana salgo de viaje de trabajo por unos cuantos días. Estaré fuera y no podré volver hasta el mes que viene. No puedo esperar tanto…

Joder con la niña, no se rendía y el caso es que cuando dijo lo de ovulación, como que mi polla parecía ponerse más dura. Cuando me acaricié por encima del pantalón pude comprobar que estaba a tope.

No sé lo que pudo pasar por mi cabeza, pero pensando en la oportunidad que se me presentaba en ese momento, no pensé en consecuencias, ni en moralismos, éticas o demás chorradas, lo que mi mente cavilaba era hacerme pasar por médico y tener bajo mi poder a la preciosidad de Marina. ¿Acaso habría otra oportunidad en toda mi puta vida?, además…  ¿Cómo iba a negarle un favor a una joven compañera, más tratándose de ella, la musa de mis masturbaciones diarias de juventud y algunas no tan lejanas?

  • Pero es que no sé si… - volví a poner mi toque de profesionalidad pareciendo desinteresado.

  • Por favor, por favor, se lo ruego doctor. - insistía mi preciosa rubia poniendo unos morritos que deshacían a cualquiera.

  • Está bien, ahora mismo bajo a abrirla.

Me levanté de la silla, me puse delante del espejo y por un momento me dije a mi mismo: “Eduardo no seas gilipollas y no vayas a hacer una mamonada y mañana te quedes en la puta calle, por perder tu jodida cabeza con esa putita”.

Hice que mi ángel bueno, pasara de mí, y me dije que esta vez ganaba el malo. Tener a Marina tan cerca y tan sumisa, era algo impensable, porque aquella niñata siempre te miraba por encima del hombro, como si te perdonara la vida y sabiendo que era el centro de atención del instituto y de buena parte de la comarca. ¿Qué podría perder? Por un lado iba a pasar un buen rato admirando a esa maravilla de mujer y por otro, se me pasaría el tiempo volando mientras durase ese juego de hacerme pasar por el médico de guardia. Nadie tendría por qué enterarse… ¿Verdad?

No me lo pensé más veces,  vi la bata blanca del médico colgada en el perchero, me la puse encima del uniforme y me dispuse a atender a la zorrita de Marina. Antes, volví a mirar al espejo. “Eres todo un doctor, Eduardo, cabrón” - me dije, no sin antes colgarme un estetoscopio en el cuello para ser un médico del todo y riendo para mis adentros.

Bajé al hall principal y a medida que me acercaba a la puerta de entrada, la preciosa Marina me parecía a través del cristal, todavía más buena de lo que llegaba a recordar. Mi polla iba creciendo a cada paso bajo mi pantalón, menos mal que con la bata blanca la cosa se disimulaba bastante.

Abrí la puerta desde dentro y una enorme sonrisa se dibujó en la cara de esa impresionante rubia. Tendría más o menos mi edad, unos 28, aunque recuerdo que ella iba a un curso menos que yo por entonces. Volví a tener delante a aquel rostro divino, adornado con dos ojos enormes de color azul, una boca para comérsela y su inconfundible naricilla respingona. Una buena delantera como entonces y esos muslos prominentes, morenos y bien armoniosos bajo la minifalda vaquera.

  • Buenas tardes.- saludé serio.

  • Muchas gracias, doctor. De verdad que se lo agradezco en el alma- respondió ella extendiendo su mano y sin, al parecer, reconocerme.

Me quedé un poco pasmado e impresionado por un momento pero luego reaccioné y le estreché la mano muy profesionalmente.

  • Estamos fuera de horario. - le recordé.

  • Lo sé, lo sé, doctor, pero es que verá, mañana salgo de viaje...

  • Parece desesperada, como si se fuera a acabar el mundo. - la interrumpí

  • No, claro… pero el doctor Marín, me dijo que viniera cuando estuviese en plena ovulación, porque tenía el semen de mi marido preparado para este mes y en estos días precisamente es cuando estoy más fértil para poder quedarme embarazada. Hoy, concretamente, es el día más propicio.

  • Oh, entiendo. - dije serio, pero estaba descojonándome por dentro, sabiendo de mis dotes de actor, haciéndome pasar por médico.

  • Entonces le ha atendido mi compañero, Marín. Él ya no está, salió a las ocho.

  • Sí, lo sé, me dijo que fuese puntual, pero el coche… y todo eso. Cuanto lo siento, doctor.

  • Tranquila, no pasa nada.

  • Además me dijo que es algo sencillo y que si él no podía, pues que otro doctor podría atenderme para ese tema.

  • No se preocupe, haremos una excepción, aunque estemos fuera de horario.

Marina me sonreía a mí. ¿Quién me lo iba a decir? No me podía creer lo cabrón que estaba siendo con esa situación, pero es que la ocasión se presentó así, tan de repente y tan oportunamente divertida que no la pude rechazar. Sabía que me jugaba el puesto y quizá mucho más, pero es que cuando se te nubla la vista, la cabeza no responde, solo la cabeza que hay entre mis piernas es la que piensa. Además, en el caso de ser descubierto, siempre podría aportar aquello de: “enajenación mental transitoria” y es que la rubia de Marina era demasiado para poderse resistir. Hasta un juez lo podría entender.

Llegamos al despacho / consultorio y la invité a sentarse en la silla que tenía frente a mí al otro lado de la mesa. Yo hice lo propio en el sillón del doctor y me puse a buscar su ficha en el ordenador.

  • Me dijo Marina… - dije tecleando su nombre en la búsqueda de pacientes, aunque me sabía su nombre, sus apellidos y creo que casi hasta sus medidas.

  • Sí, soy Marina Casado. - respondió.

  • Ok, aquí está su ficha… y efectivamente tenía cita a las siete y media

  • Sí, cuanto lo siento, y más ponerle en este apuro, doctor.

  • Bueno, no se preocupe Marina, haremos lo que podamos.

  • Gracias Dr. Ramos, - dijo ella fijándose en la placa que había sobre la mesa, la misma que figuraba en mi pecho sobre la bata blanca y que correspondía al Dr. Ramos, que evidentemente no era yo.

A partir de ese momento y fijándome en los datos que tenía de ella en el ordenador, como que era casada desde hacía tres años, vivía en un chalet en las afueras, tenía un perrito, un coche, viajaba poco fuera de España y demás cosillas, empecé con el interrogatorio más a fondo.

  • Bueno, Marina. Cuénteme, ¿Cual fueron las indicaciones del doctor Marín para la cita de hoy? Póngame al día - le dije, poniendo mi mano sobre mi barbilla, intentando trasmitir sensatez y normalidad para que ella no pudiera sospechar nada. Dios que buena estaba, que boca, que ojos, que tetas...

  • Pues después de varias citas y un tratamiento intenso de estrógenos, el doctor Marín me dijo que había posibilidades de fecundar tanto con mis óvulos como el semen de mi marido, que tienen conservado aquí, pero que había que hacer seguramente varios intentos y que no siempre se consigue a la primera.

  • Entiendo...

Me encantaba escucharla hablar, observando su bonita boca, su preciosa sonrisa, esa que nos volvía locos a todos. Ella era una mujer que pisaba sobre seguro, sabiéndose  admirada, muy acostumbrada a enseñar eso como una de sus grandes armas y era lógico, pues además de estar como quería, sabía ser una mujer deseada al 100%

  • ¿Alguna cosa que quiera decir desde la última revisión? ¿Qué tal se encuentra de salud, Marina?

  • Bien,  nada nuevo, bueno, los típicos dolores de espalda, piernas cansadas, por llevar tacones todo el día y catarros en general, pero precisamente me dijo el Dr. Marín, que si me encontraba bien, que este mes era el mejor.

Hizo un cruce de piernas de la forma más sensual, o al menos eso me pareció a mí y mi polla dio otra de sus sacudidas. Menos mal que me tapaba la mesa. Esos muslos morenos y esas piernas interminables eran la imagen viva de una diosa.

  • ¿Alguna operación, tatuaje, inyección desde la última entrevista?

  • No. Ninguna.

  • ¿Visita al dentista?

  • Sí, hace dos meses. Un empaste.

  • Perfecto. Aquí tengo algunos datos de su última revisión y quisiera actualizarlos. - dije en mi perfecto papel de doctor amor.

  • Vale, lo que Ud. quiera.

  • Ahora Marina, súbase a la báscula. Voy a pesarla- le ordené muy profesional siguiendo el protocolo que iba indicando la ficha.

Ella se puso en pie y pude admirar nuevamente su figura y cómo con gran sensualidad o al menos así me lo pareció, se despojó de su cazadora. Al hacerlo mostró esa camiseta tan ajustada que remarcaba unas tetas redondas y divinas y además se pegaba a sus curvas de forma magistral. Yo estaba embobado. ¿Ya dije que las piernas eran como las columnas de un templo griego o algo parecido?

  • ¿Me quito los zapatos? - me preguntó con toda la inocencia.

  • Sí, por favor.

Se sentó de nuevo para quitarse los zapatos y al hacerlo pude ver una buena porción de la parte interna de su muslo hasta casi adivinar lo que allí había. Levantó la vista y le gustó que yo estuviese admirándola, ya dije que un bombón como ella estaba más que acostumbrada a eso y se lucía con todo el arte del mundo. Menuda artista era la buena de Marina.

Se subió a la báscula y por primera vez sostuve su cintura, la que tantas veces pensé en rozar, en acariciar, en estrechar con mis manos, ahora lo estaba haciendo y no me lo podía ni creer. La tomé el peso y la medí en altura. Se confirmó lo alta y buena que estaba. Le dije que volviera a la silla y seguí con las entrevista.

  • Póngase los zapatos, porque el suelo estará frío. - le ordené y obedeció sonriente.

Le fui haciendo las preguntas de rigor que marcaba el formulario del ordenador con cosas de salud como si fumaba, si había antecedentes de algunas enfermedades en su familia, pero entonces decidí saltarme el guión e intenté profundizar y de paso pasar un rato divertido.

  • Aquí veo que el Dr. Marín no ha rellenado toda la encuesta de salud y sexualidad.

  • ¿Hay algún problema? - preguntó con ese precioso mohín de su cara y sus morritos.

  • No, simplemente que tengo que hacerle algunas preguntas que faltan y creo que son vitales.

  • Vale.

  • ¿Ha tenido relaciones de pareja con más de una persona? - solté de pronto y evidentemente no venía en pantalla, sino que me salió de repente, como quién no quiere la cosa.

  • ¿Cómo dice? - me preguntó alarmada, mientras yo intentaba mostrar serenidad.

  • Sí, que si ha tenido relaciones con varias personas, tríos, orgías, etc…

  • Vaya preguntita, ¿no?

  • Es lo que manda el protocolo, Marina.

  • Pufff, ¿Y la tengo que contestar?

No hizo falta, pues la duda confirmaba que alguna vez había jugado a eso, porque si no hubiera dicho un “no” rotundo.

  • Tiene que relajarse, mujer, son sólo preguntas estadísticas, totalmente confidenciales y que sirven para valorar que todo vaya bien en la fecundación. No se preocupe, de aquí a la tumba, puede estar segura conmigo. - esto lo dije aguatándome la risa y diciéndome a mí mismo lo cabrón que estaba siendo.

  • ¿No nos conocemos de algo, doctor? - me preguntó de pronto entornando sus ojos y mirando fijamente los míos…

  • No lo sé. No creo. Ahora mismo no caigo - contesté volviendo a mirar la pantalla del ordenador pero sin dejar de pensar en las pajas que me hice en su honor, tanto en nuestra época de estudiantes, como las que siguieron años después, incluidas las más recientes, pues Marina era una hembra difícil de olvidar. Si supieras quién soy… (pensaba para mí)

  • No me ha contestado a la pregunta Marina. - insistí mirándola fijamente.

  • Pues hace mucho tuve una experiencia… un trío. - contestó poniéndose muy colorada.

  • Entiendo. ¿Hace cuanto?

  • No sé, cuatro años o así.

  • ¿Dos mujeres y un hombre?

  • Ufff.

  • Vamos Marina, que estoy acostumbrado, no se asuste. - sonreí pero manteniendo el tipo.

  • No, eran dos chicos y yo.

  • Vaya.

  • ¿Algún problema? - me miró sorprendida.

  • No, ninguno, solo que pensé que era al revés, nada más. Supongo que fue satisfactorio.

  • Sí.

  • ¿Y las relaciones con su pareja actual son satisfactorias?

  • ¿Con mi marido? - preguntó sorprendida.

  • Sí.

  • Pues sí, lo son, ¿por qué no iban a serlo?

  • No, por nada.

  • ¿Tienen relaciones frecuentemente?

  • Joder. - soltó bruscamente y la miré con cara de circunstancias.

Se estaba mosqueando de verdad con mis preguntas, pero yo no me amilané y ataqué de nuevo a la rubiona.

  • Supongo que necesita la inseminación y que todo vaya bien. Yo me tengo que asegurar que es usted candidata a ser inseminada con plenas garantías.

  • Por supuesto, pero doctor, no sé, esas cosas… no entiendo qué tienen que ver.

  • Estas cuestiones vienen en el manual e indican la capacidad que Ud. pueda tener para concebir un embarazo con todo éxito. Eso es lo que quiere, ¿verdad?

Joder, ni yo mismo me creía mis mentiras, pero ella dudaba y sus ganas de concebir, eran superiores al test extraño que yo le estaba formulando.

  • Necesito toda la información para hacer la valoración pertinente. No puedo inventármelo. – añadí.

  • Está bien, perdone, pero es que son unas preguntas…

  • Ya le digo que son totalmente confidenciales. Solo quedan entre usted y yo. Todo esto está archivado y cifrado, solo yo tengo acceso.

  • Vale.

  • ¿Entonces?

  • ¿Entonces qué?

  • Relaciones frecuentes con su marido… ¿Recuerda?

  • Ah, pues lo normal, depende. Cada dos o tres días. A veces más, otras menos.

  • Ok. Y practican ambos el sexo oral.

Otra vez esa duda en su rostro, que yo veía angelical. Levanté las cejas esperando su respuesta golpeando con impaciencia con mi boli sobre la mesa.

  • Sí, los dos.

  • Bien, Marina. ¿Se traga su semen?

  • ¡Pero por Dios!

Me levanté de la mesa poniendo cara de furioso y diciéndole que ya estaba haciendo demasiado con atenderla fuera de horario para que además pusiera pegas a cada pregunta.

  • No, no por favor… - dijo ella levantándose también y agarrando mi muñeca.

Puse cara de pocos amigos, algo que a ella pareció empujarle a continuar, pero yo por dentro estaba feliz y contento, sabiendo mi dominio sobre esa espectacular mujer. Observé su mano sosteniendo la mía. ¡Qué placer!

  • De acuerdo, le prometo no poner pegas, pero por favor, me da mucha vergüenza contar así mis cosas. – añadió.

  • Marina, es mi trabajo, estoy acostumbrado. No me voy a asustar por nada.

  • Sí, me trago su semen. - sus mejillas se tornaron aún más sonrojadas.

  • ¿Le gusta?

  • Sí - contestó

  • ¿Sexo anal?

  • Alguna vez - bajó la cabeza avergonzada y sin bajar su tono encarnado en todo su bello rostro.

Cómo me gustaba tenerla así, no solamente delante, disfrutando de su espléndida belleza, tan cerca y en exclusiva para mí, sino sometida a mi interrogatorio y en el fondo a mi poder, por primera vez en mi vida… cómo habían cambiado las tornas, ahora era yo el que la podía dominar.

  • ¿Se masturba?

Un silencio largo…

  • ¿Marina?

  • Sí.

  • ¿A menudo?

  • De vez en cuando. - dijo casi en un susurro.

  • ¿A diario?

  • No, no tanto. - el rubor de sus mejillas era más que notorio.

  • ¿Sexo con mujeres?

  • No.

  • ¿Le gustaría probarlo algún día?

  • Eso no es de mi pasado, doctor. - protestó.

  • ¿Qué hemos dicho? Sinceridad y confidencialidad. Yo hago las preguntas y hago las valoraciones. ¿Vale?

  • Pues no sé, quizás probaría.

  • ¿Le atraen más los hombres?

  • Sí, claro.

Al decir eso, no sé por qué pero noté cierto brillo en sus ojos y me sentí atrayente a esa mirada. Supongo que esa serie de confesiones, fueron soltando su timidez y en parte relajada por esa intimidad de las preguntas y quizás por empezar a calentarse, aunque seguramente no tanto como yo. Pero bueno, todo eran figuraciones mías.

  • Bueno, pasemos a la última revisión, no quiero agobiarla más con preguntas. Póngase de pie. - le ordené.

Me situé a su espalda y ella permaneció inmóvil. Joder, yo estaba a tope pensando en la suerte que tenía de tenerla tan cerca y ese poder que podía ejercer con tanta facilidad sobre ella. A partir de ese instante no tenía otra cosa en la cabeza más que saber en cómo follarme a esa preciosidad.

Retiré el pelo de su nuca y le hice una palpación con mis dedos sobre su cuello. Pude notar la tersura de su piel en esa zona. Moví su cabeza a ambos lados, sujetándola con mis manos abiertas a los dos lados de su cara, tal y como reflejaba el manual.

  • Voy a auscultarle. Quítese la camiseta.

Se la notaba tensa, pero no dudó en levantarse la camiseta por sus hombros y sorprenderme al ver que no llevaba nada debajo. Sus tetas saltaron a escena sin la presencia de esa prenda que acababa de sacar por su cabeza. Mi polla estaba a tope, yo miraba por detrás de su cuello hacia abajo cuando ella permanecía de espaldas a mí, su culo allí tan cerca… era realmente difícil controlarme.

Puse el estetoscopio en su espalda y le fui dando órdenes de respirar, toser, hablar y una cosa curiosa fue escuchar su corazón palpitando tan deprisa. Me preguntaba si ella estaba excitada.

  • Dese la vuelta. – dicté nuevamente.

Marina se giró tapándose las tetas, pero le ordené que bajara las manos. Entonces flipé de ver al natural aquellas domingas que siempre había soñado. Me ofreció una vista incomparable de sus dos tetas perfectamente redondas. No estaban prácticamente caídas. ¡Qué maravilla!

  • ¿Son naturales? - Dije refiriéndome a su pecho, pero es que lo dije dudando si realmente lo eran.

  • Sí, son mías, naturales. - contestó con una sonrisa algo forzada.

Me fijé en el piercing de su ombligo y eso la hacía más atrayente y deseable.

  • Vale, ahora necesito que se siente en la camilla.

Cuando se disponía a hacerlo, la detuve de su muñeca.

  • Antes, quítese la falda.

  • ¿La falda? - preguntó con cara de susto.

  • Sí- respondí rotundo.

Se puso de perfil y con su torso ligeramente agachado, dejándome ver esas tetas tan bien puestas caían de una forma alucinante. Cuando se bajó la falda, meneó ligeramente las caderas para facilitar que su prenda bajase y eso era todo un espectáculo. Observé por fin esos muslos en todo su esplendor, ofreciendo una visión increíble de sus piernas y solo quedó en braguitas, que eran tipo culote, que tan perfectamente se pegaban a su piel, ofreciendo un pubis abultado y un culo precioso.

  • Sujete sus pechos con ambas manos por debajo. - fue mi siguiente orden.

Ella no objetó nada y siguió mis indicaciones, colocando las palmas de sus manos por debajo de su pecho, haciendo que estos subieran más. ¡Madre mía!

  • Ahora túmbese boca arriba en la camilla, Marina.

Ella seguía con sus manos en sus pechos, casi tapándolos algo avergonzada. Sustituí sus manos por las mías y comprobé la tersura de esos pechos suaves y bien erguidos, desde luego, una maravilla de la naturaleza y que no habían perdido nada de aquellos que portaba siendo una adolescente. Sostuve esas preciosas tetas entre mis manos unos segundos y ella no protestó, se dejó hacer, pensando que era la visión de un médico y no la de su ex compañero salido y con ganas de tirársela, como realmente era.

  • Le voy a palpar. ¿No hay problema verdad?

  • No. - contestó aunque por su cara parecía querer que aquello acabase rápido.

Me detuve en la aureola de sus pezones y los acaricié suavemente, consiguiendo que se endurecieran. Tiré de ellos… ¡Dios mío, que alucine! A continuación bajé con mis manos por su cintura, acariciando hasta llegar a sus caderas. ¡Mi sueño hecho realidad!

  • Bonito piercing. - dije refiriéndome a ese pequeño brillante que adornaba su ombligo.

  • Gracias.

  • ¿Tiene alguno más?

No respondía de inmediato, por lo que supuse que sí.

  • En mis labios… vaginales. - contestó de nuevo roja como un tomate.

  • Entiendo - dije manteniendo la compostura, aunque a esas alturas era difícil. - bájese las bragas. – me costaba oír mis propias palabras.

  • ¿Me quedo desnuda del todo?

  • Marina… - dije en plan protesta, en voz muy alta.

Ella movía su culo para ir soltando las braguitas, pero al estar sentada le resultaba algo difícil.

  • Déjeme ayudarla. - fue mi respuesta e inmediatamente coloqué mis manos en sus caderas y atraje las braguitas hacia mí, desnudándola yo mismo. ¡Joder!

Marina estaba desnuda, asustada y bastante avergonzada, sin embargo yo me sentía pletórico teniéndola así. Agarré sus rodillas y le hice separar las piernas con cierta brusquedad. Ella me miró con sus intensos ojos azules.

Su coño precioso, estaba totalmente depilado y adornado con ese piercing brillante en el que sobresalían dos bolitas plateadas.

Vaya con Marina, así que entonces, era de las más avezadas poniéndose un piercing ahí, desde luego, siempre la imaginé desnuda, con un chochito lindo y delicioso, pero no con un brillante ahí y mi polla estaba a tope recordando e imaginando lo que iba a disfrutar en un instante.

Toqué el pequeño objeto con la punta de mis dedos y rocé ligeramente sus labios mayores.

Hizo un movimiento con sus piernas, como queriéndolas cerrar, sin embargo mi mano estaba entre sus muslos y le resultó imposible.

  • Bonito. - dije, aunque no concreté si era el brillante o su chochito, también brillante.

  • No hay problema ¿verdad? - me preguntó

  • Creo que no, aun así, tengo que verlo de cerca. - dije

Me agaché frente a la camilla y tuve muy cerca de mí, aquel jugoso coño que siempre había soñado tener delante. Ahora era una realidad asombrosamente bella. Pude percibir su olor, maravilloso, un aroma a hembra ardiente, que superaba todo lo que yo hubiera imaginado jamás.

  • ¿Le resulta molesto en sus relaciones? - dije tocándolo de nuevo con mi dedo índice y rozando también parte de sus ingles con mis otros dedos

  • No, para nada. - contestó con su voz temblorosa.

  • ¿Y a su marido?

  • No - contestó incorporando ligeramente su cuerpo apoyada fuertemente al borde de la camilla cuando mis dedos volvieron a tocar sus labios vaginales.

Joder, era un sueño poder tener desnuda a la despampanante de Marina pero más todavía el estar sobando su chochito con total impunidad. Creo que yo no era realmente consciente de que no era un sueño, estaba ahí, mi diosa favorita, tumbada en la camilla, completamente en bolas y abierta de piernas, enseñándome su coño adornado con ese bonito piercing y totalmente entregada a mis peticiones.

  • ¿Y al masturbarse?, ¿No le molesta?

  • No.

  • Tóquese, a ver, como si lo hiciera ahora.

  • Pero… ¡Doctor! - protestó avergonzada.

  • ¿Prefiere que lo haga yo?

No sé si la convencí, pero ella se tumbó del todo de nuevo para no tener que ver mi cara de vicioso empedernido y cerrando sus ojos, sabiendo que una negativa podía echar por tierra su fecundación acercó sus dedos a su rajita y acarició primero la parte externa y después toda su longitud. En un momento dado su dedo tocó la bolita y noté como su pecho se hinchaba ligeramente, pues ese toque debió de gustarle, a pesar de lo embarazosa e incómoda que debía resultarle la situación.

Curiosamente, sin yo decírselo y seguramente debido al roce de sus dedos, su otra mano comenzó a acariciar una de sus tetas y a pellizcar un pezón. Después su mano abierta acariciaba todo su sexo mientras sus caderas comenzaban a moverse.

  • ¿Así? - preguntó, deteniéndose y preguntándome allí tumbada mirando fijamente a mis ojos.

No me podía creer que todo estuviera saliendo a pedir de boca, pero en el fondo ella estaba cachonda con la situación y seguramente con verse dominada por un hombre, desde luego había encontrado la puerta abierta de una mujer que siempre parecía hermética e inaccesible.

  • Sí, muy bien. Vamos a proceder. – dije.

  • Entonces, ¿podrá inseminarme hoy, doctor? – preguntó marina mostrando su desnudez, apoyando sus codos sobre la camilla.

-Sí, creo que sí.

Observé su chochito donde aún permanecía uno de sus dedos y pude ver el brillo de la humedad que emanaba de allí.

-

Permanezca ahí que ahora vengo con el material. - le dije.

Abandoné la consulta, y tuve que apoyarme en la pared del pasillo nada más hacerlo y sosteniendo mi polla bajo los pantalones, todavía sin creerme la suerte que estaba teniendo. Le hice creer que iba a por el semen guardado de su marido y en realidad lo que se me ocurrió fue acudir a la zona de estimulación sexual, donde sabía que los doctores guardaban juguetitos sexuales para parejas con problemas y para terapias de sexualidad.

Busqué entre las estanterías y encontré un consolador bastante grande que me llevé al bolsillo de la bata y unas bolas chinas bastante gordas también. “Dios, que hijoputa que soy” - volví a pensar.

Cuando regresé a la consulta Marina seguía tumbada desnuda en la camilla como le había pedido y no parecía tan avergonzada cuando me vio llegar. Sus piernas permanecían totalmente abiertas y colgaban al vacío desde sus pantorrillas. Cogí el taburete pequeño y me situé entre sus piernas.

  • Acérquese al borde de la camilla todo lo que pueda, Marina. - le pedí, con un ligero temblor en mi voz, que intenté disimular.

Marina apoyó de nuevo sus codos tras su espalda y levantando su culo fue acercándose hasta ponerlo al borde de la camilla. Su coño brillante, al igual que su piercing, quedaron a tan solo unos diez centímetros de mi cara. Era una auténtica maravilla aquella contemplación y percibir de nuevo su aroma.

Observé detenidamente: Los labios de su vagina estaban hinchados y el brillo que emanaba de su rajita era la indicación clara de que ella estaba empezando a excitarse o lo estaba del todo, pero yo no dudé y toqué ligeramente la largura de aquellos labios, cuando ella cerró los ojos y emitió un leve quejido, que me pareció más bien gemido.

  • Marina, voy a meter estas bolas chinas, relájese.- le dije

  • Pero, ¿para qué? - me preguntó abriendo los ojos de par en par al observar las tres bolas que colgaban de mis dedos.

  • Esto es necesario porque para la inseminación tiene que estar muy lubricada.

Se tapó el chochito avergonzada con su mano.

  • ¿Qué ocurre? - le pregunté.

  • Pues que esto no es normal, doctor, me siento rara, estoy desnuda, me he masturbado delante de Ud., ahora quiere meterme unas bolas…

  • ¿Se siente incómoda?

  • Bueno, un poco.

  • ¿Excitada?

Me miró con extrañeza, pero yo giré mi cabeza abriendo mis ojos esperando la respuesta.

  • Algo sí.

  • Perfecto, pues así es como funciona realmente.

  • ¿Estando excitada? – volvió a preguntar sorprendida

  • Sí, es imprescindible que lo esté, para poder inseminar, es como si estuviera con su marido, el cuerpo necesita tener lubricación al máximo y que todo suceda de la forma más natural posible, así los espermatozoides llegarán más rápidamente a su destino.

Otra vez me quedé sorprendido de mí mismo al oírme decir eso sin tener ni puta idea de nada, pero de tanto oírlo a los profesionales de la clínica, me vine a arriba. Ella pareció relajarse algo más y yo acaricié con ternura la parte interna de sus muslos. A continuación acerqué la primera bola a su sexo y lo empujé ligeramente en su agujero. Su coño se tragó la bola casi en un instante. Marina resopló y creo que yo también. Empujé la segunda bola y entró también con relativa facilidad. Ella volvió a cerrar los ojos y sin duda estaba calentándose más. Yo ya, no digamos.

-Ahí va la tercera - le avisé.

Empujé con más rapidez y la punta de mis dedos rozaron su clítoris ligeramente, lo que hizo que de su boca saliera otro suspiro.

-¿Qué tal Marina? - le pregunté.

  • Bien – respondió con esa voz temblorosa.

  • ¿Se encuentra excitada?

  • Sí, algo más. - dijo mientras observaba como sus pezones se ponían más tiesos.

  • Necesito que lo esté al máximo. - añadí sin poder reprimir mi sonrisa.

En ese momento saqué una bola, luego la otra y cuando iba a salir la tercera volví a metérselas, algo que hizo que ella gimiese con más fuerza.

Su cara mostraba cierta angustia, pero estaba convencido que era lo que ella deseaba también que no dejase de sacar y meter las bolas en su coño caliente. A esas alturas nada podría fallar en mis oscuras intenciones y es que tenía que follarme ese chochito como fuera.

-Doctor, estoy excitada - respondía con un hilo de voz, anunciando lo que yo ya sabía, pero no dejé de meter y sacar las bolitas de su lindo agujero. Me entretuve de lo lindo.

Después de que mis dedos rozaran varias veces sus ingles, sus labios, toda su raja y ese botoncito del clítoris, iba más que lanzado.

Saqué las tres bolas y ella abrió los ojos algo asustada pero creo que hasta desilusionada de que dejara mi juego de mete-saca.

-Bien Marina, creo que esto marcha. Ahora necesito que se dé la vuelta.

Me miró sorprendida sin entender mis órdenes.

  • Bájese de la camilla. - le dije sosteniendo una de sus manos y ayudándola a levantarse.

Ambos nos pusimos en pie y en ese momento la hubiera abrazado, la hubiese besado, no sé cuantas cosas hubiera hecho con ese preciosa mujer que me parecía prácticamente dispuesta a todo. Aun así no quise arriesgarme a nada y tenía que planificarlo todo bien.

La hice girar sobre la camilla y empujando su espalda la obligué a ponerse en forma de “Ele” boca abajo sobre ella. Estaba apoyada sobre sus piernas en el suelo, tan solo vestida con sus zapatos de tacón, algo que mostraba en su plenitud aquellos adorados muslos. El resto de su cuerpo permanecía tumbado boca abajo en la camilla y su cabeza quedó ladeada. La observé desde atrás y ese culo en pompa era una ensoñación.

Ella no podía verme pues su cara miraba hacia la pared. Sus tacones sostenían con cierto temblor sus tobillos y no pude evitar acariciar sus muslos por detrás. Ella no hizo ni dijo nada, sólo suspiró una vez más.

Cogí el enorme consolador de mi bolsillo y se lo introduje desde atrás lentamente en su coñito húmedo, algo que ella no esperaba, pero cuando iba a incorporarse, la sostuve fuertemente de su espalda para que se mantuviera quieta y no levantase la cabeza.

  • Marina, ahora es una operación delicada, necesito que no se mueva en absoluto y que esté lo más relajada posible. ¿Vale?

  • Mmmm - fue su respuesta que no supe interpretar del todo, si era un suspiro o una afirmación, solo salí de dudas cuando volví a meter el consolador y sacarlo repetidas veces.

Entonces me di cuenta que Marina estaba totalmente relajada y bastante excitada. Encendí el pequeño botón del consolador y este empezó a vibrar en el interior de su coño. Inevitablemente ella empezó a gemir, esta vez, sin cortarse, ya no le importaba donde estaba, se sentía feliz o eso al menos era lo que yo quería. ¡Increíble!

  • ¿Qué tal Marina? - pregunté disimulando mi propia excitación.

Ella no respondió, tan solo levantó un poco la cabeza y volvió a dejarla caer sobre la camilla, respirando fuertemente.

  • ¿Está muy frío?

  • Un poco… - contestó susurrando.

  • Vale, Marina, este aparato es el primero de la prueba para la lubricación y ahora voy a introducir otro que notará más caliente y es el que va a insertar el semen ¿Está preparada?

  • Mmmmm - fue su respuesta que entendí como un sí.

Saqué el consolador de su coño y ella volvió a gemir bruscamente, como si protestara. Pude observar como aquel agujerito palpitaba tras sacar el consolador.

  • Ahora no se mueva en absoluto. Voy a meter el otro aparato que no es tan duro, que asemeja un pene y donde está el semen que voy a inseminarle. ¿De acuerdo?

  • Mmmmm…

Evidentemente no había otro aparato ni caliente ni frío. No lo dudé y a costa de jugarme el tipo y muchísimo más, solté mis pantalones sacando mi polla a escena que se mostró dichosa y temblorosa como todo mi cuerpo. Acerqué la punta de mi glande hasta el coño de Marina y lo introduje ligeramente en aquel anhelado coño.

-Mmmm- gimió ella una vez más.

Permanecí quieto durante un instante para que pareciera algo del tratamiento y no sospechara nada, cuando en realidad lo que estaba haciendo era empezar a follármela, sí, me estaba tirando a Marina. El glande entró con suma facilidad y me tuve que agarrar a los bordes de la camilla para no perder el equilibrio. De buena gana me hubiera agarrado a esas preciosas caderas y la hubiera embestido como un animal, pero me contuve.

Disfruté de la hermosa vista que me mostraba su cuerpo desnudo de espaldas, tumbada contra la camilla su culo en pompa y mi polla ligeramente metida en su coño, mientras sus muslos no dejaban de temblar.

Notaba como ella seguía respirando con fuerza y mi polla se iba introduciendo poco a poco en su ajustado coño, que me hacía ver las estrellas. Su estrechez era maravillosa, su tersura, su calor, la humedad que percibía era mucho mejor que cualquiera de mis sueños. Estuve a punto de darle una embestida fuerte, pero volví a serenarme y a follármela suavemente sin que ella pudiera percibir que era mi polla la que estaba taladrándola y no un aparato de goma o algo parecido. Seguí con el mete-saca lo suficiente para no tocar con mi pelvis su culo, sólo dejándola a escasos milímetros, aunque cuánto me hubiera gustado machacarla y follarla con rudeza.

Marina levantó el culo y en ese momento me asusté y me mantuve quieto. Por mi cabeza pasó la idea de que ella se hubiera dado cuenta de todo y pudiera verme allí con mi polla casi metida hasta el fondo de su coño, sin embargo lo que estaba sucediendo es que su cuerpo se estaba estremeciendo y de pronto empezó a mover sus caderas con leves vaivenes hacia mí. De pronto empezó a gemir más y más fuerte. Estaba teniendo un orgasmo.

Me agarré a sus caderas y disfruté como un colegial sentirme adentro de ese coño y saber que ella se estaba corriendo gracias a mí. Su vagina se contraía y llegó a estrecharse aun más, queriendo atrapar el aparato que la estaba invadiéndola y que no era otra cosa que mi ardiente y dura verga. Esas contracciones me hicieron sentirme en el paraíso y las convulsiones de ella y sus gemidos me trasladaron al cielo una y otra vez. Me sostuve en su culo y lo amasé, ya no sé si ella notaba aquello como parte del tratamiento, pero francamente ya me daba igual y necesitaba agarrarme a ese culazo mientras la follaba. Cómo me hubiera gustado golpearla hasta que mis huevos chocaran en ese precioso pandero, pero aun guardé cierta sensatez en mi cabeza.

El orgasmo que invadía el cuerpo de Marina, hacía que este se convulsionase y que sus gemidos se hicieran más y más fuertes hasta convertirse en pequeños gritos. Si no fuera porque la clínica estaba cerrada, es seguro que nos hubieran oído desde fuera.

La vagina de Marina seguía sin parar de contraerse contra mi polla algo que hizo que no pudiese aguantar más. Cogí las braguitas de mi soñada paciente y las metí en mi boca para amortiguar mis propios gemidos.

Mi primer chorro salió disparado hacia el fondo de su matriz y mis manos tuvieron que agarrarse de nuevo a su culo para seguir corriéndome en su interior durante no sé cuánto tiempo, pero el suficiente para retirarme cuando vi que ella volvía a respirar con normalidad. Saqué mi polla todavía bastante dura y me subí los pantalones intentando que no notara absolutamente nada.

  • Dese la vuelta y túmbese boca arriba - le ordené.

Marina se giró y sin rechistar se tumbó en la camilla observándome con su cara aun presa del placer que le había asaltado en aquella consulta, por no hablar de mi polla que aun daba pequeños saltitos en el interior de mi pantalón y que yo intentaba ocultar.

-Bueno, pues ya está inseminada Marina. Ahora permanezca tendida y relajada sobre la camilla.

No pensé en nada, ni en las consecuencias, ni en haberme corrido en su interior en el día más fértil de su ciclo, ni en nada más del polvo que le había echado a la musa de mis sueños de juventud, a la preciosa Marina que nunca había podido borrar de mi cabeza. Sí, definitivamente me la había follado sin paliativos.

Marina después de relajarse durante unos minutos, en los que pude observar de nuevo esa desnudez perfecta, el brillo de su piel sudorosa, sus redondos pechos, sus perfectos muslos, abrió los ojos y me sonrió ampliamente durante unos segundos y no entendí muy bien por qué.

Ella se incorporó y se sentó al borde de la camilla sin dejar de mirarme con aquellos ojazos azules y sin borrar la bonita sonrisa de rostro. Me agarró por las manos diciéndome en un susurro:

  • Eduardo…

No podía creer lo que acababa de oír, ni que Marina me sonriera de aquella manera tan sensual, tan provocadora. Estaba totalmente impresionado y mis ojos debían estar saliéndose de las órbitas al escucharla pronunciar mi nombre.

-Eduardo… ¡Fóllame otra vez! – añadió al tiempo que sus piernas se enroscaban en mi cintura y tirando del cuello de mi bata bajó m cara hasta la suya para que nuestras bocas se encontraron en un beso alucinante…

Querido lector, acabas de leer el décimo cuarto relato del XXIV Ejercicio de autores, nos gustaría que te tomaras un tiempo para valorarlo y comentar qué te ha parecido y, si quieres, adivinar el nombre de su autor.