La cliente

Jamás pensé que un cita con una de nuestras clientes me llevara a aquella maravillosa situación.

LA CLIENTA.

Era la tercera visita que iba a hacernos aquella clienta, y estaba muy nervioso. La primera vez que quedamos con ella fue una tarde a eso de las cinco. Alberto, mi jefe, me había dicho que era una mujer (cosa extraña en nuestro negocio, ya que nos dedicábamos a comprar y vender de todo, incluso negocios que estaban en bancarota), pero más me sorprendí al verla, ya que me esperaba a una mujer de cierta edad y en cambio, cuando la puerta del ascensor se abrió apareció ante nosotros una hermosa mujer de unos 35 años, castaña y con el pelo largo y rizado, y de unos intensos ojos azules. Iba con un estrecho vestido rojo que marcaba perfectamente sus caderas y su pecho. Todos nos quedamos embobados al verla. Se acercó a nosotros y Alberto me la presentó:

  • Esta es Susana García. Este es Roberto, unos de nuestros mejores hombres.

Susana me tendió la mano y yo hice lo mismo, pero sin poder apartar mis ojos del hermoso escote que dejaba entrever el nacimiento de sus senos.

Oí a Alberto contándome lo que Susana quería; pero yo en lugar de escucharle atentamente, no hacía otra cosa más que imaginar a aquella belleza desnuda en una cama pidiéndome más, sólo veía sus labios tratando de devorar los míos y su calor haciéndome vibrar de deseo.

En aquella visita y en la siguiente fuimos conociéndonos, y poco a poco descubrí que era una mujer muy desinhibida y que le encantaba provocar. Cada vez que nos veíamos, inventaba cualquier excusa para tocarme de modo disimulado, como sino quisiera la cosa, pero con el objetivo de provocarme. Lo que me sorprendió es que sólo lo hacía conmigo o eso me parecía.

Como iba diciendo, aquella sería la tercera visita que nos iba a hacer, y esta vez habíamos quedado para comer ella y yo solos. Saber que estaría sólo con aquella belleza, por un lado me parecía estupendo, pero por el otro me ponía nervioso, porque estaba seguro que ella intentaría algo más que solo rozarme como había hecho en las visitas anteriores, sobre todo porque yo siempre había sido un hombre tímido y lleno de miedos hacía las mujeres, y más con mujeres como ella.

Llegó medía hora antes de la hora de comer, tal y como habíamos acordado, y al salir del ascensor, caminó decidida hacía mi mesa, clavando sus ojos azules sobre mí y sin hacer caso a nadie. Llevaba una falda estrecha color beig, que marcaba perfectamente sus caderas y una blusa blanca que entallaba sus pechos como un guante. Parecía que iba a por un objetivo concreto y nada la podría sacar de su trayectoria.

  • Buenos días, Roberto – Me dijo al llegar frente a mí.

Yo cortésmente, me levanté y le tendí la mano. Entonces pude ver aquel escote que parecía mostrarme con cierto descaro.

  • Buenos días, Susana – Desde la primera visita casi me había obligado a llamarla por su nombre de pila.

Ella apretó mi mano y después acercó su cara a la mía, para darme un beso en cada mejilla. Aquel gesto me sorprendió, pero también fue un contacto agradable, sobre todo porque acarició mi mano y besó muy tiernamente mi mejilla.

Mi jefe se acercó a nosotros para disculparse, ya que no podía acompañarnos en la comida pues tenía otros asuntos que atender, cosa que Susana no supo hasta ese momento, pero de lo que yo estaba informado desde hacía un par de días. Susana pareció alegrarse con eso, y sin pensárselo dos veces me cogió del brazo y dijo:

  • Pues vamos a comer tú y yo sólo. – No me dejó opción a replicar siquiera, tiró de mi brazo y me llevó hasta el ascensor.

Un vez allí la situación se volvió un tanto incómoda, estar sólo en un espacio tan pequeño con aquella mujer espectacular me ponía muy nervioso. Ella, en cambio, parecía muy tranquila. Se arregló el pelo frente al espejo y me dijo que era fabuloso que por fin pudiéramos comer juntos sin Alberto.

  • ¿Por qué? – Pregunté, pero inmediatamente después de haber hecho aquella pregunta me sentí el hombre más estúpido del mundo.

  • Porque lo estaba deseando desde la primera vez que nos conocimos. Eres un hombre muy atractivo, Roberto, seguro que todas caen rendidas a tus pies.

Me puse rojo como un tomate y sólo fui capaz de responderle titubeando:

  • Gracias, pero... yo....

  • No seas modesto, Roberto. Lo tienes todo para gustar a las mujeres, incluso esa timidez que te hace parecer tan inocente es atractiva en ti.

Yo quería fundirme, me sentía extraño ante aquella hermosa mujer que me halagaba como nunca antes lo habían hecho.

El ascensor se detuvo y salimos de él. Dejé que Susana saliera delante de mí y observé su cuerpo de arriba abajo, era casi perfecta. La falda marcaba sus caderas espléndidamente y la curva de su hermoso culo. Por un segundo, no pude evitar imaginármela desnuda.

Durante toda la comida no dejó de coquetear conmigo y cada vez que le hablaba de negocios ella trataba de desviar el tema para hablar sólo de nosotros. Me dijo que era soltera, pero que le gustaba la marcha y nunca perdía ninguna oportunidad. Además, durante toda la comida no paró de tocarme, cuando no era la rodilla, era la mano y sino, lo hacía ir bien para rozarme el brazo. Cuando terminamos le propuse volver al despacho, pero entonces me dijo:

  • No, acabo de recordar que tengo unos papeles en mi casa que debía haber traído y es urgente que veas. ¿Qué tal si vamos a por ellos?

Me quedé paralizado durante unos segundos, sin saber que hacer o que decir. Era evidente que si aceptaba no iríamos sólo a por los papeles, pero era una clienta y...

  • Venga, y nos tomamos algo allí, tranquilamente – me propuso ante mi indecisión – no te lo pienses más, seguro que a Alberto no le importa.

  • Esta bien – acepté finalmente – llamaré a Alberto para avisarle.

  • Bien, vamos en mi coche, lo tengo ahí mismo, luego te traigo.

Mientras caminábamos hacía su coche, llamé a mi jefe para informarle del cambio de planes. Alberto no dijo nada, sólo un cómplice:

  • Ya me contarás.

Media hora más tarde estabamos entrando por la puerta principal de una de las casas más hermosas de la zona alta de la ciudad. Era una casa con un jardín enorme, rodeada de un montón de arboles. Y en el centro de aquel gran jardín estaba la casa. Una casa de dos pisos, de estilo modernista, con una gran escalinata que llevaba hasta la puerta principal. Al bajar del coche y ver aquella hermosa casa, no pude evitar preguntarme como una mujer soltera podía vivir en una casa como aquella. Pero Susana pareció adivinar mis pensamientos y me dijo:

  • La casa la heredé de mi padre, igual que todo lo que poseo. Era conde ¿sabes? Anda, ven.

Subimos las escalinatas y entramos en la casa. Nada más entrar Susana saludó, e inmediatamente una mujer de unos 60 años salió a recibirla.

  • Buenas tardes, señorita.

  • Buenas tardes, Angela. Necesito tranquilidad durante unas horas, el Sr. Vázquez y yo estaremos en la biblioteca, que no nos moleste nadie ¿vale?

  • Por supuesto, señorita. ¿No desean tomar nada?

  • No, gracias Angela, acabamos de comer. Y con lo que hay en el minibar nos apañaremos.

La criada le hizo una pequeña reverencia a Susana y se alejó.

  • Ven por aquí – me indicó Susana para que la siguiera.

Caminamos por un pasillo lleno de puertas, y al llegar a la segunda de ellas, Susana la abrió y me hizo entrar, ella entró tras de mí y a pesar de que no lo ví, me pareció oír que cerraba la puerta con una llave o un pestillo. Entré en aquella enorme biblioteca repleta de libros y me quedé justo en medio observando las estanterías llenas de libros. Frente a la puerta había una gran balconera que daba al jardín y frente a ella una mesa de despacho. Al otro lado había un gran sofá y dos sillones, y junto a ellos un pequeño mueble bar con botellas de licor y vasos.

Susana se acercó a mí, y posando su mano sobre mi hombro me susurró:

  • Siéntate. ¿Qué quieres tomar?

  • No sé, yo... – dije sorprendido y nervioso mientras me acercaba al sofá.

  • Entonces te prepararé un gintonic.

Ví como Susana se acercaba al minibar y mientras preparaba las bebidas no dejé de observarla. Sus movimientos eran perfectos, hermosos incluso, y su cuerpo, escultural; sólo podía pensar en desnudarla. Creo que ella era totalmente consciente del poder de seducción que ejercía sobre mí. Se sentó a mi lado ofreciéndome una de las copas y pegando sus pechos a mi brazo. Mi sexo empezaba a despertarse y ella se dio cuenta, porque no tardó ni cinco segundos en poner su mano sobre él.

  • ¿Susana, que haces?

  • Lo que hace horas que deseas que te haga.

No pude decir nada más, su mano ya había bajado la cremallera de mi pantalón y se había introducido por mi slip para acariciar suavemente mi verga erecta.

Y entonces, me dejé llevar; no podía hacer otra cosa. La mujer de mis sueños, aquella a la que había deseado desde la primera vez que la había visto, estaba dispuesta a dármelo todo.

Susana sacó mi sexo de su refugio, acercó la boca a él y empezó a chupetearlo y lamerlo. Mientras ella chupaba mi sexo como una experta, traté de subirle la falda hasta la cintura, metí la mano por sus bragas, acaricié su hermoso culo y busqué su sexo. Estaba completamente mojado, así que hundí mis dedos en él, sintiendo como se empapaban del jugo femenino, luego busqué su clítoris y lo acaricié suavemente en círculos. Susana empezó a gemir y sin pensárselo dos veces, dejó de mamar mi polla y se sentó sobre mis piernas. No podía creer la suerte que tenía al tener a aquella mujer sobre mí, dispuesta a ser mía. Se desabrochó la blusa que llevaba, dejando al descubierto sus desnudos senos que apretó con sus manos diciéndome:

  • Chúpamelos, venga, son tuyos.

Yo estaba encegado con aquella mujer que se me ofrecía de aquella manera, como nunca antes lo había hecho ninguna otra. Tomé sus senos con mis manos y empecé a lamerlos y chupetearlos, mientras ella apartaba sus bragas que aún llevaba puestas, acercaba su húmedo sexo al mío y se lo hundía en lo más profundo de su ser.

No me lo podía creer, estaba follando con una de mis clientas y estaba disfrutando como nunca. Susana empezó a moverse sobre mí, cabalgando sobre mi sexo que cada vez se clavaba más y más en su cálida vagina, haciéndome sentir un agradable cosquilleo sobre mi sexo.

Y mientras ella cabalgaba sobre mí, yo trataba de besar y chupar sus senos que se bamboleaban frente a mi cara sin descanso. Susana parecía un animal en plena efervescencia sexual. Se convulsionaba sin descanso, gimiendo y gritando de placer. Hasta que empecé a sentir como las paredes de su vagina se contraían alrededor de mi sexo y como todo su cuerpo se tensaba sobre mí, a la vez que también el mío lo hacía y ambos al unísono nos corríamos. Fue una experiencia maravillosa. Pero justo cuando Susana dejó de convulsionarse, y se sentó a mi lado en el sofá, lo vi. Era un hombre de color que nos observaba desde la balconera, agitando su largo y grueso miembro entre sus manos. Me quedé atónito ante aquella imagen, y supongo que Susana se dio cuenta de mi cara de susto porque inmediatamente me dijo:

  • Es el jardinero y mi amante, le encanta verme follar con otros y cuando le hablé de ti me suplicó que te trajera, porque quería verme contigo.

Ante aquella confesión me sentí utilizado y de repente, la maravillosa mujer que hasta aquel momento había creído que era Susana, se desvaneció de mi mente para abrirme los ojos y hacerme ver que Susana era una verdadera puta capaz de hacer lo que fuera para que aquel negro se la follara cada día. Me levanté del sofá, me arreglé la ropa y le dije a Susana:

  • Ha sido un placer, pero a partir de ahora será Alberto quien lleve tu cuenta.

  • ¿Qué estás diciendo? ¿Te has enfadado? Piensa en lo bien que podríamos pasarlo, Roberto.

  • Susana, me has utilizado para satisfacer los deseos que tu amante y los tuyos. No quiero que eso vuelva a suceder. Quizás a otros no les importe que lo hagas, pero a mí sí. Pensé que te gustaba de verdad, pero... - prefería no seguir justificándome ante ella. Así que abrí el pestillo de la puerta, salí de la biblioteca y mientras huía de aquella casa llamé a un taxi para volver a mi empresa y decirle a Alberto que no volvería a trabajar para Susana.

Erotikakarenc.(Autora TR de TR)

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