La ciudad del pecado (1)

Una ciudad del sur donde las reglas son impuestas por una organización delictiva. Un joven que pertenece a ella vivirá fuertes experiencias en un ambiente de violencia y terror.

Las personas se organizan en comunidades. De ahí nacen las administraciones y sus servicios. El mantenimiento de las calles, la justicia, el orden, la policía..... De la confianza de la gente en sus administraciones.

Pero...y cuándo eso se rompe? Qué ocurre cuando eso se quiebra?

Pues debe pasar algo parecido a lo que pasó en mi ciudad.

No era una ciudad pequeña. Eramos más de 300.000 personas viviendo en aquella ciudad del sur.

No sé como empezó todo. Falta de mantemiento, suciedad, corrupción....

Pero al poco tiempo esa falta de orden de las administraciones fue aprovechada por otras organizaciones para coger poder. Y poco a poco, paso a paso, esas organizaciones, criminales las tildarían algunos, se hicieron con todo el poder.

Seguía existiendo una administración, un ayuntamiento, un alcalde...si. Pero sólo sobre el papel. Las decisiones se tomaban en otros lugares por donde el dinero fluía sin fin. La justicia se impartía de otra manera. Los que mandaban estaban en la sombre.

Y ahí entro yo.

Poco importa mi nombre. Digamos que por conocer a uno u otro terminé acercándome a esa organización. Era la forma más fácil de ganar dinero rápido y de ser respetado. Así que cuando me permitieron entrar ni lo pensé. Para un joven cercano a los 20 años aquello era un sueño. Dinero y respeto en una ciudad donde conseguir eso de otra forma era menos que imposible.

Mi papel en la organización era, obviamente, de las últimas mierdas. Cobrar algunos alquileres, entregar algunos paquetes, poco más. Pero eso me valía para ganar más dinero que cualquiera a mi edad y para faldar en la calle, porque, está claro, en la calle yo contaba que hacía otras cosas.

Hasta que un día todo cambió.

Era inicios de junio. Llegué a uno de nuestros sitios de encuentro, dispuesto a recoger un par de paquetes de drogas que tenía que entregar en la otra parte de la ciudad. Y me encontré el ambiente revuelto. Poco tardé en enterarme lo que pasaba. La noche pasada habían atracado al hijo de uno de los jefazos, dándole una paliza y robándole el coche. Le habían dejado la cara bien bonita a base de golpes.

Lo primero que pensé es que los que lo habían hecho debían estar locos. O no conocer a quien atrabacan. Habían cometido una locura. Meterse con nuestra organización en nuestra ciudad era meterse con Dios. Todo estaba bajo el control de nosotros. Y aplicábamos una justicia donde siempre eramos juez y parte. Y claro estaba, estos locos estaban ya sentenciados. No me gustaría estar en su piel, desde luego.

Los jefazos habían dado órdenes de cazar a los atracadores. Para ello, me dieron otra misión: debía extender el mensaje: se gratificaría a quien diera información sobre ellos y se consideraría como "enemigos" a quien los ayudara.

Eso sirvió para que al poco me enterara que éste no había sido el primer atraco parecido. Al parecer era una banda de unos cuatro o cinco que actuaban encapuchados. Atacaban golpeando al conductor y cuando éste intentaba escapar le robaban el coche. Nunca habían aparecido los coches robados. Así que estarían escondidos en alguna nave o desguazados. La policía los buscaba pero como siempre sin resultado. Nada nuevo.

Otra locura: robar en nuestro territorio.

Pobres infelices.

Unos tres días después me llamaron para que me acercara a recoger un paquete a una nave que teníamos en la zona del puerto. Al llegar me dijeron que no tenía que recoger ningún paquete, sino que acompañaría a un grupo que tenía que recoger una cosa importante.

Me eché en una furgoneta negra que había allí para fumar un pitillo. La nave estaba vacía a excepción de la furgoneta y de otro compañero joven, de mi misma edad, que parecía tener el mismo encargo que yo. No hablamos mucho, más que para presentarnos.

Pero la tranquilidad duró poco. Al poco llegaron dos Mercedes enormes. De ellos bajaron 6 hombres a los que reconocí al instante. Eran los sicarios más famosos y peligrosos de nuestra organización. Un grupo especial, por así decirlo, que hacían lo peor. Famosos por "solucionar" a su manera los mayores problemas de nuestra organización.

Un afroamericano enorme, del que yo claro que sabía el nombre por su fama, se acercó a nosotros. Nos dijo que subieramos a la furgo, que el paquete nos esperaba.

Los tres vehículos nos dirijimos a la zona del Estadio. Era una zona un tanto alejada de la ciudad en si, una zona oscura y abandonada, zona de parejitas para polvos en el coche y poco más.

Entramos por una avenida llena de suciedad de dos carriles por cada sentido, divididos por una mediana con árboles.

Nosotros en la furgoneta, aparcamos en un arcen, mientras los mercedes seguían adelante. Uno giró en la rotonda que había a continuación. Y aparcó en el arcén contrario. El otro desapareció girando hacia otro sitio en la rotonda.

Mi corazón latía a mil. Creía saber que paquete íbamos a recoger. En la furgoneta estabamos los dos chavales y el afroamericano al volante, que se mostraba tranquilo, solo preocupado en poner hiphop en la radio del coche y en fumar unos apestosos cigarrillos.

No sé cuanto pasó. Si fueron un par de horas o menos. Pero al tiempo un coche enfiló la avenida por nuestro sentido, llegó a la rotonda y giró. Lentamente se acercó al Mercedes que estaba aparcado al otro lado. Y cuatro encapuchados se bajaron del coche rápidamente para rodear el Mercedes.

Fue algo visto y no visto. Mientras el otro Mercedes aparecía a mil por la avenida para cerrar el paso, nuestra furgoneta habia pasado por encima de la mediana y cortado el paso al coche de los atracadores por delante con un fuerte chirriar de neumáticos. Los dos ocupantes del Mercedes que iban a robar, mientras tanto, se habían bajado esgrimiendo pistolas. Los atracadores, en un momento, estaban sin escapatoria. Sin ninguna posibilidad.

De un salto el afroamericano se bajó de nuestra furgoneta. Los cuatro ladrones estaban en el suelo siendo atados. Se obligó a bajar también a uno que había quedado al volante del coche. Fueron atados, amordazados y metidos en la furgoneta.

Me dijeron que me montara en el coche de los atracadores y que fuera tras ellos.

Nos pusimos en marcha como una caravana. Los Mercedes, la furgoneta y yo en aquel coche.

Salimos a una carretera, para al poco girar en una rotonda. Nos metimos por una vía de servicio. A los pocos kilómetros otro desvio, un camino estrecho del que se levantaba nubes de polvo... y llegamos a una obra. Era de una serie de naves enormes. El letrero de la obra dejaba claro de quien era: era de una de nuestras empresas pantalla.

Entramos la comitiva en una nave y nos detuvimos.

Los ladrones fueron sacados a rastras y colocados allí de rodillas, iluminados por los focos del techo y por los de los coches.

Les quitaron los pasamontañas.

Eran latinoamericanos. De rasgos claros de aquella zona. Un tio de unos 40 años, tres chavales de unos 20 y tantos, y el conductor, que al final era conductora, de unos 20 y tantos también.

El afroamericano se les acercó.

-¿Quién carajo os manda robar en nuestra zona?

Silencio.

-¿Sabéis quienes somos? ¿De quién es esta ciudad, verdad?

Silencio.

Un enorme puñetazo a uno de los chavales.

-El silencio no os va a salvar. ¿Para quién trabajais?

Y una patada en la cara a otro de ellos.

Ahora el silencio se rompió.

Dijeron que trabajaban solos. Que robaban los coches para mandarlos a Marruecos. Qué lo sentían mucho. Y que se irían....y bla y bla y bla.

El afroamericano se rió.

-¿Dónde os pensáis que os vais a ir?

Y tras esto golpeó de otra patada al mayor de los ladrones provocando que manará abundante sangre de su cara.

El interrogatorio siguió unos minutos.

Eran una banda que se desplazaba por las ciudades de nuestra zona. Eran chilenos. Y se dedicaban a pillar aquí y allí y luego desaparecer. Pero esta vez habian equivocado el robo.

Tras algunos golpes más, todo se descontroló.

El afroamericano hizo que otro de los sicarios levantara a la chica del grupo.

Mediría un metro y sesenta y tantos centímetros. Tenía el pelo oscuro y largo que había quedado suelto tras quitarle el pasamontañas. Rasgos latinoamericanos. Ojos grandes. Era guapa. Vestía unos vaqueros negros y una camiseta de tirantes negra también. La única nota de color eran unas zapas nike de color verdoso. Tenía unas buenas piernas. Tetas no tan grandes. Pero la tía estaba buena, la verdad.

El afroamericano le agarró la cara y le dijo:

  • Y tu puta, qué haces? Te follas a estos cabrones eh? Te lo montas con los cuatro eh?

Y empezó a reirse.

La chica lloraba.

De un tirón le arrancó la camiseta y el sujetador. Unas tetas de tamaño medio, de un blanco que contrastaba con el resto de su piel quedaron al aire.

Ella gritaba y pataleaba.

-Grita lo que quieras puta. Aquí nadie te va a escuchar.

Me da cosa reconocerlo. Pero en aquel momento se me había puesto ya dura.

El afroamericano agarró a la chica por el pelo y la hizo acercarse a sus compañeros.

-Vuestra amiguita esta noche va a recibir una lección que no va a olvidar. Vosotros os la habeis follado ya verdad? Os gustan sus tetas eh? Pues esta noche la vais a ver follar como nunca. Vais a ser espectadores de primera. Vereis como le gusta a la puta.

Los ladrones protestaban, sollozaban, lloraban......

El afroamericano acercó la cara de la chica a la suya.

-Ponte de rodillas y cómemela, puta

La chica le escupió a la cara.

La respuesta del afroamericano no se hizo esperar. Y me heló la sangre.

Sacó su pistola y descerrajó un tiro en la frente a uno de los jovenes que estaban de rodillas.

Mis ojos se quedaron congelados en la nube roja que lleno el ambiente, en el olor del disparo, en los restos de cerebro que habían quedado en el suelo, en el charco rojo del suelo....

La nave se lleno del eco del disparo y de los gritos de la chica y del resto de sus compañeros.

  • Te quedan tres posibilidades más, putilla

Esa fue la única respuesta del afroamericano.

La chica entre lloros se puso de rodillas y empezó a desabrochar el pantalón del tio. Mi corazón latía a mil aunque el resto de mi cuerpo estaba congelado ante lo que acababa de ver. Nunca antes había visto matar a alguien.

El resto de nuestro grupo reía ante ello.